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Dulce veneno por Murasaki Samurai

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POV´s: Walden

Sostenía la taza de café oscuro, intenso, mirando en el interior de la negrura del brebaje como si esperase encontrar alguna respuesta allí. Pese a que al regresar a mi cuarto la noche anterior había caído dormido nada más apoyar la cabeza en la almohada, desde que había despertado mi mente era una nube de confusión. El gemido de Mikael se repetía una y otra vez, como si empujase el disco dentro de un gramófono para oír los mismos segundos una y otra vez hasta rayarlo. ¿Siempre había sido capaz de hacer un sonido así? ¿Y por qué ahora? Nunca antes había logrado que emitiese ni la más mínima queja, y cuando por fin hace algo es sin que me lo espere en absoluto. Un sonido tan dulce… ¿Cómo podía un bastardo como él…?

Bebí media taza de café de golpe, tratando de volver en mi mismo, quemándome la garganta en el proceso.

-¡Akgh!-mi dolor arrancó en mi hermana pequeña unas risotadas.

-¡Que bruto eres Wally! ¡Tienes que esperar a que se enfríe o soplar! Ahora te dolerá una semana.-Se señalaba el cuello con el tenedor, en el que aún quedaban restos de hojaldre.

-¡Elisabeth, no se señala con los cubiertos, es de mala educación!-Louise se apresuró a regañarla, como el proyecto de buen caballero que era, aunque en ocasiones le ponía demasiada fuerza a sus actos.

Elisabeth refunfuñó y continuó partiendo la empanada de carne que tenía en el plato, comiéndola en porciones muy pequeñas, hasta que sus ojos se vieron atraídos por algo del fondo.

-¡Mikael! ¡Vienes a desayunar con nosotros!

Todos nos giramos sorprendidos, pero el más sorprendido fue él, quien en verdad estaba caminando por el pasillo y no tenía intenciones de entrar al comedor, pero mi hermana le había cazado mientras pasaba por delante de las puertas abiertas de la estancia. Le miré de arriba abajo.

-¿Dónde vas?-pregunté sin rodeos-No te arreglarías tanto si no fueses a salir. Dentro de que arreglarte para ti es ponerte un mínimo de ropa decente.

-A la librería.

-Puedes esperar a que yo vaya a la cuidad para que lo compre.

-Quiero ir por mi cuenta

-¿Por qué?

-No tengo que contestar más preguntas.-giró la cabeza y siguió caminando hasta la entrada en silencio.

No se oyó ni una mosca en la sala durante minutos, mientras resonaban los pasos de Mikael alejándose hacia la puerta trasera. Todos estaban tan estupefactos como yo. Jamás me había contestado así, ni se le habría ocurrido. Fruncí el ceño, realmente enfurecido y me levanté de la mesa con brusquedad, para salir de allí, estando a punto de volcar la silla con el impulso si no hubiese sido por una sirvienta atenta que corrió a detenerla antes de que tocase el suelo.

Subí las escaleras echando chispas. ¿Cómo se atrevía alguien como él, simple basura que había tenido la suerte de ser acogido por nuestro padre, a hablarme así? Debería dar las gracias hasta por el aire que respiraba. Siempre se las apañaba para que al final no hiciese otra cosa en el maldito día que estar pensando en él. Caminé haciendo gran estruendo sin quererlo hasta la puerta de mi despacho, dispuesto a meterme allí e idear una manera de castigarle o hacerle entender que no le daría la oportunidad de tratarme así de nuevo cuando me di cuenta de algo. Ya tenía la mano sobre el pomo de la puerta cuando giré en la dirección contraria y recorrí el largo pasillo hasta el ala de las habitaciones, entrando bruscamente en la de mi hermano menor.

Una maid abría la ventana en su interior, dispuesta a comenzar con la limpieza y la eché rápidamente. El cuarto de Mikael siempre tenía ese extraño aspecto como si fuese cincuenta años más antigua que el resto del edificio, evocaba cierta melancolía a la luz del día. Nunca había permanecido allí mucho tiempo por la mañana, sólo me asomaba cuando tenía que avisarle de que hiciera algo o fuese a algún sitio, sino siempre había sido iluminada por la luna o una vela. Mis ojos automáticamente fueron hacia la cama, con las sábanas revueltas de manera salvaje, pero aún así cayendo por un extremo del cochón lánguidamente. Me acerqué a ella y agarré la manta, acercándomela a la nariz. Podía notar su aroma y el mío mezclados sobre el tejido. Siempre que me iba me preguntaba si permanecía en la misma posición en la que le había dejado el resto de la noche o si se movía, o iba a lavarse. Su poca expresividad me llevaba a los demonios, y aquello me hizo recordar el gemido de nuevo. Solté la sábana bruscamente y me acerqué al escritorio, lleno de libros amarillentos y hojas escritas a tinta con letra fina y curvada. Los leí todos, y aunque la mayoría estaba llena de cosas que no comprendía; literatura, flores y cosas así, ninguna parecía tener relación con lo que buscaba.

-Una carta, una nota… algo. Debe de haber algo. Sino él no habría…-Mientras mis ojos paseaban de manera alterada por la estancia en busca de algo útil caí en el primer cajón del mismo escritorio, el cual se podía cerrar con llave. Traté de abrirlo con un fuerte tirón pero, en efecto, estaba bloqueado.

- Ese chico… si piensa que puede esconderme algo de esta manera tan estúpida es que me subestima.-Agarré un abrecartas de la mesa y lo introduje por la ranura de la cerradura.

Forcejeé unos segundos con ella hasta que oí el característico “clack” y el pequeño cajón se abrió sin ningún esfuerzo cuando tiré de él. Allí, entre varios objetos sin valor estaba una pequeña nota, arrugada, alisada y luego doblada por la mitad. Mikael era muy cuidadoso con ese tipo de cosas, sobre todo si era papel, así que me pregunté cómo podría haber llegado a ese primer estado. Abrí las dobleces y me encontré con la cita escrita. Aquel mensaje descarado no podría haber sido escrito por otro que no fuese Lyuken Heardsong.

-Esa sabandija… se cuela en mi casa cuando le da la gana y luego…-Estaba a punto de aplastar la nota en mi puño como si fuese un bicho cuando decidí enfriar la mente.

El cuerpo me pedía ir al lugar acordado entre ellos dos, partirle la cara a Lyuken y llevarme a Mikael a casa a rastras si hacía falta, para hacerle entender las consecuencias de su deliberada desobediencia. Pero eso sólo le causaría problemas a mi padre, o incluso a mí mismo. Ser visto cerca de los barrios bajos golpeando a un aristócrata que, a pesar de tener algo de mala fama entre los círculos más selectos, también tenía bastantes amigos y devotos. Tenía que jugar esta carta adecuadamente. Doblé el pequeño pedazo de papel tal y como estaba al principio y lo volví a dejar en el cajón.

-Ya veré que hago contigo luego…-salí de allí y me dirigí hacia mi despacho, dónde dedicaría lo que quedaba de mañana a ver cuál era la mejor manera de abordar el problema.


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