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¡Ten hijos para esto! por Fullbuster

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Cuando Madara se despertó aquella mañana, abrió los ojos con mucha lentitud comprobando que Minato no estaba encima de él intentando atacarle con un Kunai. Sonrió y es que no podía creerse que era de las pocas mañanas en que no se despertaba con sobresaltos. Quizá hablar las cosas había dado finalmente resultado.


El olor a tortitas le hizo levantarse, buscando en una de las perchas una chaqueta para no salir desnudo al comedor. Se colocó un pantalón y cuando fue a coger su chaqueta vio la de Minato a su lado haciéndole sonreír. Tocó la manga y la olió, olía a Minato y aquello le encantaba. Nunca había pensado en casarse, ni en tener hijos, ni en nada referente a compartir su vida con alguien más hasta que aquel rubio apareció metiéndose en su vida. Ahora no podía ver la vida sin él. Se había enamorado y sentía que el matrimonio podía funcionar, quería creer que podían hacerlo, que podía llegar a enamorar a su esposo.


Salió por el pasillo y llegó hasta la cocina donde se encontró a Minato cocinando. Al menos parecía estar mucho mejor que los anteriores días. No debía quedarle ya nada de veneno en el organismo porque se le veía como el primer día cuando le conoció, un chico enérgico y con vitalidad, no se parecía en nada al MInato agotado y exhausto de los últimos días.


- ¿Cocinando? – preguntó Madara sonriendo a su espalda.


- Sí. Tu madre me ha dicho que te gustan las tortitas. Puede que no sean como las de ella pero…


Madara se acercó hasta Minato cogiéndole del trasero para sentarle encima de la encimera de la cocina y besarle con pasión mientras enredaba sus dedos en aquel rubio cabello tan fino que tenía su esposo.


- Las tuyas serán mejores, seguro – le dijo Madara susurrándole aún con sus labios rozando los de él.


- Te quiero – susurró Minato con los ojos cerrados y sus dedos enredados en aquel oscuro y largo cabello mientras apoyaba su frente en la de su esposo.


- ¿En serio? – preguntó Madara sonriendo - ¿O lo dices por complacerme?


- No, lo digo en serio. Jamás creí que llegaría a enamorarme de un Uchiha pero aquí estoy, a tu lado amándote.


Madara rozó con las yemas de sus dedos la mejilla de Minato y sonrió antes de volver a unir sus labios a los de su esposo. Estaba centrado en él, ni siquiera pese a llegarle el increíble olor del desayuno podía pensar en él teniendo a aquel rubio frente a él y cuando ya estaba metiendo su mano bajo la camiseta de Minato, escuchó un leve tosido tras él haciéndole sonreír.


- ¿Queréis que vuelva luego? – preguntó Izuna.


- Pasa anda – le dijo Madara ayudando a Minato a bajar de la encimera - ¿Has venido a desayunar o qué?


- No… bueno si me invitáis no diré que no, huele muy bien, pero en realidad venía a avisarte que el Hokage quería verte, tus tres días de permiso han pasado y está algo preocupado por todo el asunto, ha pedido que vuelvas cuanto antes al caso.


- ¿Hablaste con el médico? – preguntó Madara.


- Muy poco, me dijo que te pasases por su casa cuando tuvieras tiempo. Creo que ha encontrado algo y eso que no fue nada fácil que le dejasen echar un vistazo a los cuerpos de los Namikaze asesinados. Tuvo que intervenir el Hokage.


- Iré a verle en cuanto pueda. Quiero saber qué ha encontrado.


Los tres acabaron sentándose en la mesa y desayunando lo que había preparado Minato pese a que éste no dejaba de mirar y sonreír hacia Madara quien también le devolvía la mirada y a veces, le sonreía tranquilizándole. Su relación poco a poco se convertía en algo normal, esa convivencia empezaba a ser más adecuada para su matrimonio. Ambos estaban tratando de que el matrimonio funcionase y eso conseguía la estabilidad en ellos.


Al finalizar el desayuno le comentó a Minato que tuviera cuidado y él se marchó hacia la puerta de salida con su hermano, quien le dijo que se quedaría por si acaso con su esposo por si necesitaba algo. Madara se lo agradeció aunque cuando se iba a marchar, vio la sonrisa de su hermano.


- ¿Qué pasa? – preguntó curioso.


- Parece que vais mejorando, ¿no? – preguntó – llego a entrar un poco más tarde y me encuentro todo un espectáculo.


- Cállate, deberías empezar a llamar a las puertas antes de entrar.


- Lo hice, pero creo que estabais demasiado ocupados para escucharme – comentó Izuna.


Madara caminó hasta la torre de policía del clan Uchiha. Hashirama les había autorizado a crearla tras los sucesos con su hermano Tobirama y pese a que éste no estaba muy contento con su creación. Pocas veces entraba Madara por aquel edificio pero hoy le había tocado sabiendo que el médico que había atendido a su esposo estaría allí haciendo el informe para él. Tocó a la puerta y abrió entrando al despacho.


- Buenos días – saludó Madara con cortesía.


- Buenos días, Madara – saludó el médico – ya tengo sus informes listos.


- ¿Encontró la misma sustancia en los cuerpos de los Namikaze que en mi esposo? – preguntó sin rodeos dejando al médico con los informes en la mano.


- Sí, es exactamente la misma. Como le dije se trata de la mezcla de ambos venenos, es bastante fácil de localizarlos siempre y cuando tengan acceso al bosque.


- La chica Uchiha que falleció… ¿Pudo tener acceso a ese veneno?


- Podría ser que en alguna misión pudiera recoger ese tipo de hierbas pero… no he visto relación alguna con el resto de Namikazes, sólo con Minato.


- Hay alguien más, ¿verdad?


- Sí y al ver a estos chicos… debe ser alguien muy cercano. Les envenenan durante días hasta que están tan débiles que son incapaces de reaccionar ante el peligro. Mezclan la realidad con las ilusiones que crean estas plantas haciendo que pierdan el sentido de lo que han vivido, no identifican lo que es real de lo que no lo es. Creo que la chica Uchiha fallecida simplemente lo hizo por avaricia propia de quitarse a Minato de encima, pero alguien le dio esta droga, se estaban ayudando de su obsesión para tratar de secuestrar a tu esposo.


- La utilizó.


- Sí. No creo que sea ningún Uchiha. Alguien está manipulando a la gente por algún interés mucho más personal para que les hagan esto a los Namikaze.


- Ya veo. Gracias por tu ayuda. Al menos sabemos que no se vuelven locos.


- No, pero si vuelves a ver los síntomas en algún Namikaze, estate por seguro que alguien va a tratar de secuestrarle. Es el objetivo, siempre los buscan cuando más débiles están.


- Lo tendré en cuenta.


Madara salió de las oficinas de la policía Uchiha y se dirigió enseguida a  hablar con el Hokage. La investigación había estado muy parada desde que él se había cogido algunos días libres pero no había tenido otro remedio. Minato era más importante que todo lo demás. Madara tocó a la puerta y entró viendo a Sarutobi tras su escritorio con un montón de informes. Se acercó a él tras pedir permiso y Sarutobi lo miró apartándose del papeleo.


- Madara… ¿Le encontrarás? – preguntó Sarutobi directamente.


- Sí, Hokage. Puede contar con que le encontraré.


- Es muy importante que lo encuentres, mi alumno se llevó unos documentos muy importantes de la aldea, secretos que no deberían estar por ahí.


- Lo encontraré, se lo prometo. Devolveré todos los secretos a su sitio.


- Gracias. Los ANBU han dicho que le vieron por última vez en el límite con el país de la lluvia.


- Registraré todo si es necesario.


- En cuanto a los Namikaze… ¿Se sabe algo?


- Poco, pero algo he avanzado. He encontrado la forma en que los están secuestrando.


- Menos mal. ¿Cómo?


- Veneno. Sakumo tenía razón en algo, es alguien de confianza, los están envenenando y cuando están débiles confundiendo la realidad con la ficción se los llevan. Son incapaces de atacar.


- Confusos y débiles. ¿Tienes alguna pista de quién puede ser?


- Sospecho de varios pero… lo que sí sé es que no es del clan Uchiha – respondió para sorpresa de Sarutobi – Había una mujer que trató de envenenar a Minato pero por ambiciones personales. Cuando estaba hablando, alguien la calló clavándole un kunai en la garganta evitando que me contase más cosas. La sombra se marchó al otro lado del muro. Debe ser un ninja de fuera, alguien sin miedo a entrar en el clan Uchiha pero lo suficientemente inteligente para permanecer a distancia y no ser atacado por uno, debe saber que en un combate le ganaríamos.


- Sigue sobre la pista, Madara. Tienes mi permiso para investigar a todo ninja que creas sospechoso. Si crees que es alguien cercano a los Namikaze investiga a quien necesites.


Madara se marchó del despacho y nada más cerrar la puerta, se encontró de frente con su mejor amigo Hashirama. Nunca entendería como su mejor amigo podía tener como hermano a su peor enemigo, cosas inexplicables de la vida.


- ¿Quieres hablar? – preguntó Hashirama sonriendo.


- Claro, vayamos a otro sitio – le dijo Madara apartándose de la puerta.


Ambos ninjas caminaron hacia un parque cercano y se sentaron en el muelle de madera a contemplar el agua del estanque. Los peces nadaban con calma bajo sus pies mientras Madara no sabía qué contarle. Hashirama fue el primero en romper aquel silencio.


- Así que… te casaste – comentó sonriendo – siempre creí que nadie podría engancharte de esa forma.


- Yo tampoco lo creía pero Minato es… como un torbellino. Es un chico especial. No te voy a mentir… no empezamos con buen pie, él es terco y es un gran ninja, me ha traído por el camino de la amargura. Me hizo daño y yo se lo hice a él pero nos estamos acoplando bien ahora.


- Me alegra oírlo.


- Sí. ¿Quién me diría que un chiquillo acabaría robándome el corazón? – preguntó incrédulo sonriendo.


- Ha conseguido que sonrías… eso es increíble. Sé que te preocupa algo. ¿Es sobre él?


- No… sí… no sé. No ha sido fácil últimamente. Me han llegado algunos secretos a los oídos y no sé si tienen relación con el caso de los Namikaze o es que yo quiero ver una relación donde no la hay.


- El secreto de los Namikaze – susurró Hashirama – nadie sabe nada de ellos, siempre han sido muy buenos ocultando sus secretos. Colocan esas sonrisas que te demuestran que no les ocurre nada y en el fondo… ocultan su verdadera cara.


- Lo sé, conozco a Minato, me casé con él – sonrió – tiene esa facilidad para sonreír hasta en los peores momentos, de hacerte creer que todo está bien para no hacer daño ni hacer sufrir a los demás. Se guardan todo para ellos mismos y tratan de solucionarlo por su cuenta. Antes creía que no me contaba cosas porque no confiaba en mí, ahora veo que es todo lo contrario. No me lo cuenta porque no quiere hacerme daño. Son muy fuertes y muy valientes cuando se enfrentan a todo ellos solos.


- ¿Es bueno su secreto? – preguntó sonriendo - ¿Interesante?


- Es muy bueno – comentó Madara – jamás me lo habría imaginado y a veces… aún sabiéndolo… me cuesta hacerme a la idea. El gran problema es que ni siquiera mi esposo conoce el secreto y no sé si soy el idóneo para contárselo o debería esperar a que su clan lo hiciera.


- Eres su esposo al fin y al cabo. Sé que harás lo más adecuado para él.


- Yo… tengo algo que contarte, pero no es sobre los Namikaze, es sobre mí.


- ¿Qué es?


- Se lo oculté a todo el mundo pero… sé que puedo confiar en ti y que no dirás nada.


- Por supuesto – comentó.


- ¿Recuerdas el Kyuubi?


- ¿El que destrozaba todas las villas y causaba tantas muertes?


- Sí. Lo capturé. Me mandaron como misión ir a reconstruir una villa hace unos años. El Kyuubi apareció atacándola y… no sé, ni siquiera pensé lo que hacía en aquel momento. Activé el sharingan, lo controlé y le obligué a firmar un pacto de invocación conmigo.


- ¿Puedes controlarlo?


- Sólo durante corto periodo. No lo invoco porque sé que perderé el control de él en algún momento y no quiero dejarlo libre de nuevo para que vuelva a atemorizar a todo el mundo. Nadie sabe lo que hice y a veces… yo mismo tengo algo de miedo de que se libre de ese pacto de invocación. No es algo sólido, debería estar bien sellado pero a mí no se me dan bien los sellos.


- Los Namikaze son buenos con los sellos. Podrías preguntarle a tu esposo.


- No se lo he contado. Quizá si se lo digo, me tuviera miedo por tener a ese monstruo atado a un simple pacto.


-  Entiendo.


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