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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

No os toméis esto como un final, sino como lo que realmente es: un principio. La vida es un trisquel encerrado en un círculo, una espiral, igual que la concha de un caracol y la forma de una galaxia. De lo más pequeño a lo más grande, de lo insondable a lo infinito, un eterno devenir por caminos desconocidos que a veces recordamos haber recorrido ya.

MUERTE Y NACIMIENTO


 


                                                           Nadar en la piscina era el mayor de los placeres de los que podía disfrutar cuando viajaban a la Tierra. Le encantaba levantarse temprano y bajar las escaleras de puntillas, con cuidado de no engancharse la camisa del pijama en el marco de alguna de las numerosas fotografías que decoraban la pared. Ir a la parte de atrás a hurtadillas y abrir la puerta de la cocina con sigilo para saltar finalmente al agua, desnudo, con gran estruendo, tal y como su madre lo trajo al mundo. Aquella mañana Jabin no se dio cuenta pero había un testigo de su baño vespertino.


 - ¡Vaya! Menuda bomba... - Rió Jim incorporándose en una de las tumbonas bajo los árboles hasta quedar sentado, cubriéndose con las manos de las repentinas salpicaduras. - Supongo que para un kazon ha de ser toda una experiencia zambullirse así, pero esta piscina es mía, yerno, y tengo unas normas. La primera es no nadar desnudo, hay niños en la casa.


 - Buenos días, almirante... yo... - Se había sonrojado, no esperaba que hubiese nadie allí abajo a esas horas. - Lo siento. En Ocampa sigue sin haber piscinas, mi pueblo aún le da un carácter sagrado al agua.


       Se apresuró a salir, cubriendo sus vergüenzas con una toalla que su suegro le lanzó a la cara. El rubio le miraba con su típica boca retorcida, sorprendido tal vez por el tamaño de sus atributos.


 - No te disculpes, ni eres el primero ni serás el último en saltarse a la torera mis normas.


 - Para no pecar por desconocimiento, ¿podrías enumerarlas?


 - Bueno, nada de bañarse desnudo, nada de beber en botella o vaso de cristal cerca de la piscina, terminantemente prohibido mearse dentro, ¡faltaría más! Y... a ver... - Jabin se las había arreglado para ponerse los pantalones del pijama una vez se hubo secado a conciencia. - ¡Ah! Nada de tirarse bombas.


 - Almirante, he incumplido dos reglas... ¡Sólo dos, lo juro! - Jim se reía a carcajadas. ¿Pensaría que había hecho pis en el agua?


 - Tranquilo, ya te he dicho que no eres el primero. A Khan le encanta lanzarse así, igual que tú. Enseñó a los Scott a hacerlo... esos chicos se han criado correteando por aquí.


       Jim volvió a tenderse en la tumbona y, con un gesto de su mano, invitó a su yerno a que ocupase la de al lado. Jabin se dejó caer con un gruñido, su corpulencia hacía que sus movimientos fuesen algo torpes a la hora de tumbarse sobre un mueble tan bajo.


 - Y deja ya de llamarme almirante, joder. - El rubio le había tendido la mano para ayudarle, ahora estrechaba la suya con cariño. - Soy tu suegro, llámame Jim.


 - Jim, está bien. - Seguía sintiéndose raro al decirle así. - ¿Qué haces levantado a las seis de la mañana? ¿Te preocupa algo?


 - ¿Y a ti? Tampoco es que hayas dormido mucho.


 - George se coló en nuestra cama anoche. Se mueve todo el tiempo, no he pegado ojo. David en cambio no se ha despertado una sola vez, es como una piedra cuando duerme, no lo sacaría de su sueño ni un terremoto. - Sus hirsutos cabellos, empapados por el chapuzón, goteaban cuello y hombros abajo. Jabin se pasó la toalla para secarse algo mejor. - ¿Qué es lo que te ha levantado a ti, Jim? ¿Qué te preocupa?


 - Así que mi nieto no quería dormir solo. ¿No le gusta la habitación de Amy? Tiene demasiados cachivaches vulcanos ahí, lo sé... Oh, y ese horrible muñeco gorn que Sarek le regaló. Espero que el niño no se haya asustado. ¿Tuvo pesadillas?


 - No, es que es muy mimoso y extraña su cama.


 - ¿Volveréis a Ocampa? Me gustaría que os quedaseis por aquí. Ya sabes, ver crecer a mi nieto...


 - Tal vez, depende de David y su trabajo, no de mí. - Se dio por vencido, estaba claro que el rubio no iba a contarle qué era lo que le preocupaba.


 - Mi hijo ha tenido mucha suerte al cruzarse en tu camino, Jabin. Cuidas de él y de George, eres un buen padre y un buen esposo. - Jim suspiró con algo de tristeza, se sentía especialmente melancólico aquella mañana.


 - Soy yo el afortunado. No sé qué haría sin ellos... son mi familia. - Cerrando los ojos respiró profundo, tanto que el olor de su suegro se le metió por la nariz. - Mis Kirk... - Murmuró en un susurro.


 - Tengo ya cuatro nietos. Anton, de doce años, Freya de nueve, Sam de seis y tu pequeño George, de cinco. - Jim mantenía la mirada perdida en el horizonte, el sol estaba a punto de aparecer sobre San Francisco.


 - En realidad sólo son dos nietos, Jim. - Comentó Jabin, sacudiendo la cabeza para sacarse de dentro el aroma a Kirk que tanto le embelesaba. - Freya y Sam son más bien tus sobrino-nietos...


 - Nietos al fin y al cabo. Y son Kirk, aunque no lleven mi sangre. Peter es su padre. Puede que sea mi sobrino pero es como un hijo para mí.


 - Claro, les quieres tanto como a Anton y a George pero... - El kazon insistía en su argumento. - Simplemente digo que no huelen igual.


 - He oído historias, los de tu especie tenéis un sentido del olfato extraordinario, ¿verdad? - Sulu y Khan le habían hablado del jefe Oglamar, Jal Valek, y de su joven esposo Lorah. - ¿Son ciertos los rumores? ¿Tenemos los humanos un olor irresistible para los de vuestra raza?


 - No todos los humanos, unos más que otros. - Jabin le miró a los azules ojos conociendo bien su origen divino. - El de tu familia es... sublime.


 - ¿Y qué tal Pavel? ¿No huele bien esa rosa de Sulu? - Preguntó entre risas.


 - ¡Por tus dioses que sí! Y Anton es... Bueno, esa mezcla de Kirk y Chekov tiene algo que... - El kazon bajó la mirada. - George huele igual que tú, igual que David, es tan especial... tan intenso en vosotros... los Kirk.


 - Supongo que Apolo tendrá algo que ver con eso. - Intentó levantarse, le apetecía un café y el sol le estaba deslumbrando allí fuera. - Hoy cumplo sesenta años, Jabin. Me siento viejo. - Tuvo que apoyarse en su yerno para despegarse de la tumbona. - ¡Ay! Nietos... los quiero a los cuatro con locura, verles crecer juntos sería un regalo para mí.


 - Intentaré convencer a tu hijo, buscaremos una casa cerca, en este residencial. ¿No sería ideal? Me gustan estas casitas, ¿tienen todas tres habitaciones? La de Peter y Alex, la de Sulu, la tuya... ¿son las demás así también? ¿Sabes si habrá alguna en venta? Mejor con piscina. Y tienes que decirme dónde conseguiste ese sofá chester tan elegante, quiero uno igual.


 - ¡Eh, yerno! - Jim no dejaba de reír, el kazon tenía una forma muy particular de hablar, gesticulando ampliamente con las manos y subiendo y bajando el tono cantarín. - ¿Tú también sufres de verborrea nerviosa?


 - Eso dice David... ¡Nos hemos juntado dos buenos! - Girando a su suegro para verle los preciosos ojos azules, Jabin le sonrió con los suyos dándole un fuerte abrazo en la cocina. - Feliz cumpleaños, Jim.


 - Gracias... - Respondió notando cómo el otro absorbía todo el oxígeno de la habitación apretando la nariz contra su cuello. - Y deja de olisquearme, yerno, o mis hombres se pondrán celosos.


       Por encima del hombro de Jabin pudo ver a Spock y a Bones en la puerta que daba al salón, observaban con las cejas levantadas la entrañable escena, unas enormes sonrisas se dibujaban en sus rostros.


 - Feliz cumpleaños, sa-telsu. *(esposo) – Le saludó el vulcano mentalmente.


 - Sí, Jim, felicidades. - Se sumó Bones del mismo modo. - ¿Quieres que te quitemos a ese oso gigantón de encima?


 - Dadle un minuto, si veis que me pongo morado nos separáis. - Respondió usando el tel *(vínculo) con un guiño de su ojo derecho. Jabin había apretado con más fuerza.


 


************


 


VEINTISÉIS AÑOS MÁS TARDE, DURANTE LA PROLONGADA GUERRA CONTRA EL IMPERIO CARDASSIANO, EN LAS OSCURAS CALLES DE KRONOS...


 


                                                            No derramó ni una sola lágrima. Su frialdad más vulcana, que en muy contadas ocasiones salía al exterior, le heló el corazón en el pecho, paralizándolo por entero.


       Le pidió a su esposo que le dejase solo. Usó la palabra r'uustai para que le obedeciera, únicamente le llamaba así cuando se dirigía a él como igual: hermano guerrero. Jadzia respetó su dolor y se alejó en la Chekov, Anton usaría el intercomunicador para pedir ser teletransportado a la nave. Tendría que ocuparse del niño a bordo, el klingon regresó a la USS Reliant pensando en cómo contarle a su hijo de seis años que el abuelo Kirk había fallecido.


         Anton necesitaba caminar, más que nada para hacer fluir de nuevo la sangre por sus congeladas venas. Y echó a andar sin ton ni son por las calles de Kronos, perdido en sus pensamientos... en sus recuerdos... Su dedushka *(abuelo, en ruso) había muerto a cientos de miles de parsecs de distancia, ni siquiera pudo decirle adiós. Se sentía conmocionado.


 


 - Klasha, *(diminutivo al estilo ruso, cruce entre Klaa y Pasha) cariño. - El niño jugaba con un pleenok, *(puzzle vulcano) regalo de su abuela Amy, sin prestarle ninguna atención. - Ha pasado algo en la Tierra, hijo mío. Algo muy triste. Me temo que cuando regresemos, y lo haremos pronto, no podrás ver a tu bisabuelo Jim. Él ya no está entre nosotros. Se ha ido, Pavel Klaa... Dedushka se ha marchado para siempre. ¿Lo entiendes, mi bien? Sé que le vas a echar mucho de menos pero seguirá en nuestros corazones toda la vida, cuidando de nosotros desde donde quiera que esté y haciendo que...


 - Está en la Pantheion. Le vi anoche, en un sueño. - Le interrumpió el pequeño, mirándole con sus enormes ojos aguamarina y una preciosa sonrisa que iba de oreja a oreja. - Él y el abuelito Bones están esperando a sa'mekh'al. *(abuelo, en vulcano)


 - ¿Quieres decir que Spock pronto...?


 - Sí, se irá con ellos. ¿Vamos a volver a la Tierra, papá? - Le preguntó echándose a su cuello. - ¿Se ha terminado ya la guerra con Cardassia?


 - Iremos a los funerales por tu bisabuelo, mi pequeña estrella brillante. La guerra, por desgracia, no ha terminado todavía. - Abrazando a su hijo le rozó la frente, allí donde unas suaves marcas, por debajo de los rizos castaños, delataban su herencia klingon. - Lo pasaste muy mal cuando el abuelo McCoy falleció, no creo que te acuerdes, tenías sólo tres años pero tuviste pesadillas durante semanas.


 - Es que él estaba solo, papá, pero ya no lo está. Hasta que se acostumbró a la nave oscura sufrió mucho. Un día las ninfas le dieron una fiesta y ya no se sintió tan mal por haber muerto. Pan le ha enseñado a tocar la flauta. ¿Sabes esa canción que aprendí a silbar?


 - Klasha, tienes mucha imaginación, estrellita mía. - Rió Jadzia entre dientes, apretando al niño un poco más contra su pecho.


 - Sí, papá... Lo que tú digas. - No deseaba contrariarle. - ¿Dónde está mami?


 - Abajo, en Kronos. Quería estar solo un rato. - Sacudió ligeramente al pequeño por los hombros. - Y no le llames mami, sabes que no le gusta.


 - No está aquí para oírme, ¿verdad? - Echando la cabeza hacia atrás rió a carcajadas, su pequeño cuerpo vibraba entre las fuertes manos de su padre.


 - Estrellita brillante, mi pequeña luz... - La risa de su hijo era el mejor sonido del mundo. Jadzia disfrutó haciendo cosquillas con la barba en el cuello de su chiquitín. - Pavel Klaa Chekov, de la casa de Mogh... Tienes que prometerme que no le dirás a nadie una palabra de esas visiones tuyas. Los abuelos, mami, tus tíos y tus primos se pondrían muy tristes si supieran...


 - No le diré nada a nadie, lo prometo. - Afirmó con seriedad mirando a los ojos a su padre. - Ni siquiera a sa'mekh'al. - Mintió. A él sí que tenía que contárselo, el abuelo Kirk y el abuelo Bones le habían dejado un recado muy importante para Spock.


 


                      Entretanto, en el despacho de la capitana Sulu, los primos Samuel y George Kirk tenían otra de sus sonadas discusiones. Demora intentaba poner paz entre los dos, como hacía siempre, procurando no verse obligada a hacer uso de su autoridad sino como parte de la familia.


 - Vamos, chicos... - Hablaba con calma desde su sillón, sus subordinados hacía rato que habían levantado la voz.


 - ¡Claro que quiero volver a casa! - Gritó el oficial médico jefe. - Pero viajar a la Tierra ahora, tal como están las cosas en el espacio neutral, es una maldita locura. ¡No puedes hablar en serio, George!


 - Demora, sé que lo conseguiremos. - El rubio la miró a los ojos rasgados, esperando obtener el apoyo de su capitana. - Tengo un presentimiento, confía en mí...


 - ¡Por Odín, esto es una nave de exploración científica! - El médico mencionó al dios vikingo golpeando la mesa con la mano abierta. - ¡No tenemos capacidad de combate! Si los cabeza de cuchara nos atacan...


 - No lo harán si atajamos por Sirio. - Farfulló George mirando de reojo a su primo pelirrojo.


 - ¿Atravesar un maldito agujero de gusano te parece lo más razonable? - Sam echó la cabeza hacia atrás con gesto de sorpresa. - ¿Quieres matarnos a todos?


 - Está demostrado, teóricamente, que el agujero nos llevaría a las proximidades de Saturno. - Declaró el oficial científico de la USS Reliant.


 - ¡Teóricamente! - Chilló Sam con su voz más aguda. - ¿No es para partirle esa bocaza retorcida que tiene, Demora?


 - ¡Ya está bien! - Les interrumpió con un grito, su paciencia había alcanzado el límite. - Los dos tenéis razón. Debemos ir a casa, James Tiberius Kirk ha muerto. Y es una locura cruzar la zona neutral, los cardassianos acabarían con nosotros. - Poniéndose en pie les señaló a ambos la puerta. - Déjenme sola, tenientes, sopesaré lo del agujero de gusano. Parece la mejor alternativa. Aún así he de contactar con la Flota.


 - Tío Khan no permitirá que nos arriesguemos de ese modo. - Dijo Sam abandonando el despacho de su superior.


 - Tío Pavel corroborará mis teorías, pregúntale a él, capitana. - George siguió a su primo hacia el pasillo, acercándose a toda prisa le sujetó por un brazo y lo empujó contra la pared, lejos de la vista de Demora. - ¿Vas a dejar que le incineren sin darle un beso de despedida? Creía que también era tu abuelo, Samuel.


 - ¡Sabes lo mucho que le quiero! - Protestó ofendido. - Pero soy médico, primo. Poner en peligro las vidas de trescientas personas sólo para ir a sus funerales, no me parece bien. Creo que a él no le gustaría.


 - ¡No hay ningún maldito peligro! ¿Cuándo vas a confiar en mí? - Estaba estrujándolo del brazo, apretando su cuerpo contra el de Sam, gritándole a la cara. - ¡Sé que ese agujero de gusano nos llevará cerca de casa! Lo sé y punto.


 - ¿Y cómo puedes estar tan seguro? Tío Pavel opina algo parecido, sí. Ha estado estudiando el fenómeno desde que surgió, cuando Anton y Jadzia tuvieron a Klasha, pero ni él está convencido de esa “teoría”, de lo contrario habría ordenado su exploración y no lo ha hecho. - Argumentó Sam intentando en vano soltarse. Su primo, aunque un año menor, era más alto y más fuerte, tenía la misma envergadura que su padre, Alex, superando a su progenitor, el tío David, cuando él se había quedado a la altura de su otro padre, Peter.


 - Porque yo... - George rozó con su nariz la del otro, echándole el cálido aliento a la cara. - Yo soy un Kirk. - Le susurró besándolo en los labios para luego apartarse y alejarse hacia el turbo ascensor con sus larguísimas zancadas.


 - Un Kirk... ¡Hijo de...! - No terminó la frase. Limpiándose la boca con la manga del jersey azul, dirigió sus furiosos pasos hacia la enfermería.


 


                      Hacía tiempo que servían juntos en la nave de exploración científica, la USS Reliant, una labor difícil de realizar en tiempos de guerra. Demora Sulu la comandaba como mejor podía, sus años de experiencia en la Flota Estelar como piloto, la habían preparado para la tarea; sin embargo tener que lidiar con cuatro Kirk a bordo, dos de ellos medio Chekov, además, en ocasiones lograba agotarla hasta el borde de la extenuación.


         Echó otro vistazo a la pantalla de su ordenador, la imagen de su padre seguía saltando entre interferencias. Las comunicaciones con la Tierra, desde el inicio de la guerra, habían ido empeorando.


 - Otôsan... *(papá) Dile a los demás que regresamos. George tiene una de sus premoniciones. Cruzaremos por el agujero de gusano en la constelación de Orión.


 - Hija mía, según Pavel eso es lo más seguro, hemos estado hablando del tema. - Intentó sonreír, no tenía fuerzas. - Khan no estaba del todo de acuerdo pero si George lo dice... él respeta sus intuiciones tanto como respetaba las de Jim... - Al decir el nombre, Sulu no logró evitar que escapasen unas lágrimas, el dolor era tan grande y reciente que no pudo controlarse delante de su hija.


 - No desesperes, papá. - Demora posó la mano sobre la fría pantalla, pretendiendo acariciar, desde su despacho en la nave, la mejilla de su padre en San Francisco. - Mi hermano y yo estaremos pronto en casa. En cuanto Anton suba de Kronos, partiremos.


 - Dale un fuerte abrazo a Anton de mi parte... mi pequeña rosa blanca... Aishiteru, Demora. *(te quiero) – Se despidió el japonés.


 - Hai. Watashi mo, otôsan. *(sí, y yo a ti, papá) – Respondió la capitana apagando el monitor.


          Había tomado una decisión. Rogó a todos los dioses que conocía, los japoneses, el cristiano, griegos y vikingos, por no haberse equivocado: las vidas de casi trescientas personas dependían de ello.


 


 


                                No supo cómo terminó corriendo, los callejones oscuros de Kronos, pavimentados con burdos adoquines de piedra, se estrechaban y perdían en un verdadero laberinto. ¿O aquello ya no era el planeta de su esposo? ¿Dónde estaba? ¿Qué había hecho que las paredes de las casas se volviesen lisas y de obsidiana como un...?


 - ¿Un monitor? - Se preguntó en voz alta deteniéndose en seco. El aliento le faltaba, jadeaba por la carrera sin sentido. Había estado tratando de huir de la tristeza y el dolor. Algo completamente inútil pues los llevaba dentro de su acelerado corazón. - Pero ¿qué...?


        Estirando el brazo, Anton rozó la fría y lisa superficie desconocida, provocando que ésta se activara. Unas imágenes le fueron mostradas. Su bisabuelo Jim sonreía, tenía un aspecto joven, sin barba ni canas, sin barriga, parecía tener veintitantos años. Y Bones estaba a su lado, también joven, con su cabello castaño como debió tenerlo alguna vez... él ni siquiera le recordaba así. ¿Qué estaba viendo? Ambos mantenían una divertida charla, al parecer.


 - ¡Oh, Bonssy...! - Reía el rubio. - Spock ya no tardará demasiado. Estaremos los tres juntos de nuevo, seguro que terminamos renaciendo en algún universo alternativo por ahí, los dioses se ocuparán.


 - Es nuestro destino, Jim. Sólo espero que el cabezota de tu marido no dé problemas.


 - Tranquilo, en cuanto Klasha, mi niño precioso, le diga que le estamos esperando...


 - ¿Has oído algo, Jim? Es como si alguien nos observara. - Le interrumpió Bones mirando a su espalda.


        Una puerta siseó al abrirse y Anton entró corriendo para lanzarse a los brazos de su dedushka. Sólo había pedido poder decirle adiós... y Apolo, conmovido, le concedió su deseo, no en vano Troilo era su descendiente.


 


 


                                 El tiempo en la Pantheion transcurre de un modo diferente, algo que Jadzia, Sam y George, pudieron comprobar a bordo de la Reliant. Lo que para Anton fueron unos breves instantes, para ellos sumarían más de cuarenta y ocho horas.


 - ¿Cuándo demonios va a regresar el idiota de tu marido, maldito klingon inútil? - El médico seguía muy enfadado, ahora con Jadzia. Aunque en realidad sólo sentía ira por la pérdida de su abuelo. - ¿Por qué tuviste que dejarle solo en Kronos? ¡Ha desaparecido y no tenemos ni idea de dónde puede estar!


 - Volverá... - Jadzia se contuvo de cruzarle la cara a Samuel, sabía que lo de “idiota” y “maldito klingon” le salía desde el cariño y que toda aquella rabia que le escupía a la cara, no era otra cosa que una muestra de su profundo dolor.


 - Iremos a buscarle. Deja a Klasha con alguna enfermera y coge tu fáser, teniente Jadzia. Y tú el tricorder, doctor Freeman-Kirk. Bajemos a ese puñetero planeta los tres y traigamos al imbécil de mi primo a bordo. - George Kirk-Marcus también tenía el grado de teniente pero, a pesar de ser el más pequeño, o tal vez precisamente por eso, dio sus órdenes esperando ser obedecido. Y lo fue, como de costumbre sucedía.


 - ¿Por qué tenemos que hacer siempre lo que él dice? - Preguntaba Sam en un susurro a Jadzia antes de subir a la Chekov.


 - Tiene el carácter de tu abuelo, cualquiera le lleva la contraria. - Respondió el klingon encogiendo los hombros.


 


 


                                Del cálido abrazo de sus abuelos a la fría aguja del tatuador. Anton no supo cómo acabó en aquel garito oscuro y cochambroso de Kronos. Le garabateó lo que quería en un pad y ahora se aguantaba el dolor con su octavo vulcano, tendido boca abajo sobre la sucia camilla, aguardando a que el trabajo estuviese terminado. Eligió el espacio bajo la nuca para su marca: un trisquel que surgía de una explosión de oscuridad. Lo vio en sus sueños, en sus visiones de la Pantheion. Su destino estaba unido a la constelación de Orión desde el principio, lo sabía muy bien. Todo lo que ocurrió en la nebulosa Cabeza de Caballo cuando Pavel Klaa fue concebido... su milagroso hijo ya tenía seis años, al menos había conocido a su bisabuelo Jim.


 - ¡Ya está, terminado! - Exclamó el klingon sintiéndose un artista de la aguja y la tinta. - ¡Me encanta! Muy... visual. Y el lunar que tienes debajo parece pintado ahí a propósito. ¡Me ha quedado perfecto! Aunque esté mal decirlo por mi parte. Bueno, humano. Bueno, humano... me debes seiscientos créditos.


 - Me llamo Anton Sarek Singh-Chekov, soy ingeniero jefe de la USS Reliant. Verás... no llevo nada encima, esto no estaba previsto pero...


 - ¿Insinúas que no puedes pagarme? - El tipo empezaba a ponerse nervioso, buscando con la mirada algo contundente con lo que golpear al ladrón.


 - Yo te pagaré, klingon. - Una voz sonó grave y rotunda a su espalda.


 - Estupendo, seiscientos créditos, rubito. - Repitió el importe el tatuador.


 - ¡George! - Anton saltó de la camilla alejándose del klingon. - ¿Cómo me has encontrado?


 - ¡Has estado dos días desaparecido, idiota! - El rubio entregó una tarjeta al tipo y se acercó a abrazar a su primo. - ¿Estás bien? ¿Dónde te has metido? ¡Nos hemos vuelto locos buscándote! Jadzia y Sam vienen de camino, hemos recorrido todo Kronos. Pero... ¿qué te has hecho?


        Le giró de espaldas, hasta apreciar a un paso de distancia el tatuaje de Anton bajo su nuca. Pasó con cuidado las yemas de sus dedos por encima de la piel tatuada.


 - Debe ponerse esta crema, y que no le dé la luz solar en unos días. Si se infecta por falta de cuidado no me hago responsable. - Les soltó el tatuador devolviendo la tarjeta a su dueño y añadiendo un tarro de pomada, tras haber descontado el importe con su ordenador.


        Anton se volvió para mirar a su primo a los ojos. Sin decir una palabra ambos comprendieron lo que sus corazones sufrían por la pérdida irreparable del abuelo Jim. Se fundieron en un largo abrazo, desahogando la inmensa pena que les desbordaba, llorando ambos como ríos el uno sobre el hombro del otro. Hasta al tatuador klingon se le saltó una lágrima contemplando la escena, sin estómago para echarles de su minúscula tienda, dejó que la cola de clientes se acumulase en el callejón.


 - Jadzia está al llegar, le presiento. - Murmuró Anton apartándose unos centímetros. - George...


         El rubio no lo hizo a propósito, no lo pensó. Tenía los labios de su primo tan cerca que dejó que sucediera, fue algo tan natural como respirar. Le besó. Rotundo, con ansia, como solía hacer cuando era un crío, cuando tenía diecisiete años y creyó que estaba enamorado de él y que ambos iban a morir. Por algo Anton había sido el primero, repitiendo sin saberlo la larga historia familiar que les precedía. Amy y David; David, Peter y Alex; Amy, David y Peter; David, Amy y Pavel; Amy, David, Pavel y Khan... Desconocían todos aquellos encuentros secretos y aún así, capricho de las Moiras, revivieron la misma pasión prohibida cuando los cabeza de cuchara les tuvieron prisioneros en Cardassia Prime. Si bien fue duro sobrevivir y escapar de aquel infierno, más amargo se les hizo el trago de tener que renunciar al amor que se habían dado el uno al otro durante aquellos meses.


 - No, George. - Anton le apartó la cara con delicadeza, bajando la mirada le negó sus labios de rosa y sus ojos aguamarina. - Sabes que no está bien, no volverá a ocurrir.


 - Lo siento, no quería... - Titubeó. Echándose un par de pasos atrás le tendió la mano. - Vamos, tengo una idea para volver a casa sin tener que cruzar por territorio enemigo.


 - ¿El agujero de gusano? - Adivinó. Su primo le miraba sorprendido, con la sonrisa torcida de los Kirk pintada en el rostro. - Saldrá bien. - Apostilló Anton.


 - Lo sé. - Añadió con total seguridad. - Pronto estaremos allí, con nuestros padres y el abuelo Spock.


 - Va a morir, me temo... - Susurró el de los rizos castaños aferrándose a su mano.


 - No soportará quedarse solo, ¿verdad? - La tristeza en su voz se hizo perceptible de nuevo. - Perder a sus dos t'hy'la... es demasiado.


 - Se dejará ir en cuanto hayamos vuelto. - Anton aguantó el llanto dentro, no deseaba derrumbarse otra vez. - Quiere despedirse, estoy convencido. Hay algo que querrá entregarme.


 - Entonces primo... - Tirando de su mano se alejó con él hacia la calle principal, Jadzia y Sam les esperaban allí. - Debemos darnos prisa.


 


************


 


DÍAS MÁS TARDE, EN ALGÚN LUGAR DE LA GALAXIA...


 


                                                       Tenían veinticinco, veintiocho y veintinueve años otra vez. Así, como por arte de magia. Spock reconoció el laberinto donde había tenido que luchar contra el minotauro, por donde le guió Pavel con la voz ronca de muchacho sonando en su cabeza, donde encontró a Jim con Amy en brazos y pudo ver a su hijita por primera vez. ¿La nave oscura? ¿Era allí donde estaban? Leonard le abrazaba desde la espalda y Jim lo hacía por delante, pegándose a su pecho.


 - Me alegro de no haber permitido que mi katra *(alma y memoria) le fuese transferida a Anton para llevarla a Nuevo Vulcano, si la hubiera entregado a la piedra de Gol ahora no estaríamos juntos. Hicisteis bien en enviarme un mensaje a través de Klasha. - Spock suspiró, deleitándose en el abrazo de sus dos enamorados. - Yo... estaba decidido a hacerlo... pero nuestro bisnieto me convenció a tiempo de lo contrario.


 - Es muy listo, mi niño... ha salido a su abuelo Pavel. ¿No es verdad? - La brillante sonrisa de Jim deslumbraría a cualquiera.


 - No quiero renacer en ningún universo, Jim. - Gruñó McCoy con el ceño fruncido sin soltar a Spock. - Quiero quedarme con los dos aquí para siempre... y hacer el amor por toda la eternidad.


 - Me sumo a esa petición, Leonard. - Sonrió el vulcano girándose para besar sus labios. - Mi t'hy'la...


 - Bueno, mientras no nos separen me da lo mismo. - Apuntó el rubio pegándose a ambos hasta rozarles la boca con su lengua.


          Empezaron el baile sin necesidad de música. Las manos volaban retirando la ropa, unas prendas amplias y anónimas, como una especie de túnicas sin costuras que acabaron tiradas en el suelo, junto a la enorme cama que ocupaba el centro del laberinto. ¿Alguien se había encargado de colocarla allí? Probablemente.


        Spock se dejó lamer la piel de la espalda, Leonard deseaba tomarlo y fue agachándose hasta hundir la cara entre sus nalgas. Jim seguía devorando su boca pero, al ver al otro descender, hizo lo mismo y terminó comiéndose algo más contundente por allí abajo. El vulcano iba a arder en llamas, la sangre se le agolpó en el rostro, el cuello y el pecho, haciéndolos aparecer verdosos entre las cada vez más sonrosadas pieles de sus amantes.


        Ser el jamón del sándwich era una de sus posturas favoritas, lo había sido durante años, desde aquella famosa reconciliación en el parque Yosemite. Había soñado tantas veces volver a sentir a Leonard así... su t'hy'la... su amante... llevaba casi tres años sin verle desde su muerte, le había echado muchísimo de menos. Si siguió respirando entonces fue solamente por Jim, su esposo le necesitaba. Además se lo había prometido al médico en miles de ocasiones, siempre que él se lo hacía jurar: “no le dejes solo, Spock. Nunca le dejes solo.”


 - ¡Oh, Leonard... jamás te había sentido así! - Gimió en voz alta, su t'hy'la le estaba proporcionando sacudidas de placer que recorrían todo su cuerpo.


 - No éramos amantes cuando teníamos veinte años, Spock. - Bromeó el doctor haciendo gala de su fuerza y su juventud, empujando más y más adentro, más rápido, hasta hacerle enloquecer.


      Jim se reía a carcajadas, sosteniendo el tembloroso cuerpo de su marido encima, apretándole las caderas entre los muslos y buscando tenerle dentro para completar así su círculo.


 - Sí... ¡Oh, sa-telsu mío! - Musitó deshaciéndose de gusto al sentirle entrar, duro y lubricado, pues no dejaba de derramarse con lo que Bones le estaba dando.


 


              La unión llegó envolviéndolos en su océano sagrado, todo el laberinto se sacudió con el vínculo, vibrando a la par de aquellas tres almas fundidas en una sola.


 - Con esto calculo que obtendremos la energía suficiente para enviarles a otro mundo y hacerles renacer. - Opinó Atenea manipulando los botones de su consola científica.


 - Estoy de acuerdo, querida hermana. - Apolo asintió. - Sea pues como siempre ha sido, como debe ser...


          Esperaron a que terminasen, a que juntos alcanzaran la orilla donde descansar por fin. Los dioses les dejaron sumirse entrelazados en el sueño profundo que precede al olvido, el océano donde se habían bañado no era otro que la laguna Estigia. Allí debían abandonar sus recuerdos, pues tres nuevas vidas tenían que salir de la nada y dejar que las Moiras tejiesen sus hilos.


 - Hijos míos... - Susurró Apolo viéndolos desaparecer en el monitor. - Volveremos a encontrarnos.


 


 


                                  Sólo tres días después de la muerte de James Tiberius Kirk, el más grande de los almirantes de la Flota Estelar, su esposo, el prestigioso científico vulcano Spock S'chn T'gai, decidió voluntariamente detener su corazón. Las exequias por ambos se oficiarían durante toda una semana. Llegarían a la Tierra, de todos los rincones del universo conocido, representantes de las diversas civilizaciones que conformaban la Federación de Planetas Unidos para rendirles un sentido homenaje.


          Anton se ofreció a llevar la valiosa katra *(alma y memoria) de su abuelo hasta Nuevo Vulcano. Depositarla en el fragmento de la piedra de Gol que se custodiaba en la más profunda cámara del nuevo Monte Seleya, sería todo un honor para él. Su madre, Amy, se había negado a hacerlo. Sentir a su padre muerto en la cabeza sería demasiado doloroso para ella. La pobre no salía de los brazos de Ne'mah, su compañera. Había perdido a su a'nirih y ahora su papi le había dicho adiós para siempre.


          Spock se negó al ofrecimiento de Anton después de haber hablado con Klasha, su bisnieto. El pequeñín le contó que Jim y Bones le estaban esperando y que sería mejor ir a ellos completo, con todo su ser. El último del que quiso despedirse el vulcano fue de Pavel, sujetándole la mano soportó el dolor de verle llorar como un niño.


 - Eh, se supone que eres más listo que yo. ¿No te has dado cuenta aún de que éste es el sentido de la vida? Morir, al final, después de haber cumplido.


 - Tú lo has hecho, amigo mío.


 - Lo sé. Y Jim también. No te sientas abandonado, Pavel. Aprovecha tu tiempo en este mundo, nunca se sabe si en el siguiente seremos más desgraciados...


 - Espero que no. Quisiera volver a encontrarme contigo... y con Jim. ¿Le dirás a ese gordo que le quiero?


 - Lo haré. Y le daré un fuerte abrazo de parte de su niño chiflado. - Spock había ido bajando sus pulsaciones progresivamente, estaba listo para irse. - Pavel... deja que me lleve tu sonrisa, tus brillantes ojos aguamarina siempre me han parecido tan bellos...


 - Siento mucho todo lo que hisse cuando...


 - Pavel, no. El tiempo del perdón fue hace mucho. Ahora sólo quiero verte sonreír. Compláceme, amigo mío... - El ruso obedeció. Sacando fuerzas de donde no había, consiguió esbozar una bonita sonrisa. - Eso es... Lesek, Pavel. Dif-tor heh smusma. *(gracias, Pavel, larga y próspera vida)


 - No tan larga, Spock. No quiero volverme loco echándoos de menos. - Tuvo que cerrarle los párpados con los dedos. El vulcano se había ido dulcemente, sin sufrir, perdido en sus ojos aguamarina y contemplando la más bonita de sus sonrisas que le pudo regalar.


 


************


 


EN AQUEL PRECISO MOMENTO, EN EL PLANETA LLAMADO AH'RAK *(VULCANO) DE ALGÚN UNIVERSO PARALELO...


 


                                                                La mujer humana dio a luz en el atrio de la enorme mansión, asistida por dos sirvientes vulcanas vestidas de un blanco impoluto. Sarek se acercó a su esposa y tomó al pequeño entre las manos. Levantándolo sobre su cabeza agradeció aquella vida a los dioses.


 - ¿Cómo le vas a llamar, esposo mío?


 - Spock S'chn T'gai, Amanda querida.


 - Spock Sschh... - Sonrió, era incapaz de pronunciar el apellido de su marido. - Me gusta, suena simpático. ¡Spock!


 


                      Poco más de un año antes, un niño que acabaría siendo mucho mejor médico que el que empujó a su madre a echarlo fuera, había visto la luz por vez primera en Georgia, en los Estados Unidos del planeta Tierra. Por nombre sus padres le pusieron Leonard, Leonard McCoy. Y tres años después del nacimiento del medio vulcano al que acabamos de asistir, en el mismo orbe azul donde había nacido el futuro doctor McCoy, en un lugar llamado Riverside, perteneciente al estado de Iowa, vino al mundo un pequeño rubio chillón al que su padre, George, y su madre, Winona, tuvieron a bien darle el nombre de James Tiberius Kirk.


          Los hilos no empezarían a cruzarse hasta dentro de un tiempo, cuando en plena guerra contra los klingon, los tres formasen parte de la joven e inexperta tripulación de la nave USS Enterprise, combatiendo codo con codo por alcanzar la paz en aquél, su nuevo y brillante universo.


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.

¿Alguien necesita pañuelos?

Hoy, dos de noviembre, he cometido un error garrafal a la hora de actualizar el fic. El resultado es que fue eliminado. La memoria caché del navegador me ha permitido rescatar los comentarios a este capítulo. Imaginad cómo me he sentido al ver que todo desaparecía ... citando a Khan: ¿Cómo he podido ser tan estúpida? *(golpea su frente una y otra vez)


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