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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

No es una nueva OVA, o sí, según se mire. Ésta es la primera parte de una historia que necesitaba contar. Desearía poder lograr que vieseis a nuestros protagonistas como yo los veo en su edad madura. Han envejecido, sus relaciones se han afianzado con el paso del tiempo y ahora son sus hijos los que corren toda clase de aventuras en el espacio.


 


Siempre les he tenido un cariño muy especial a Pavel y a Jim, eso es algo evidente, y al escribir sobre sus descendientes, no puedo evitar transferir esos sentimientos hacia ellos. Ya adelanté algo en Muerte y Nacimiento, esta mini-OVA de dos episodios nos descubre un poco más de la increíble vida de los personajes de Anton... mi pequeño Chekov, y George... el más joven de los Kirk de cabello rubio y mirada apolínea. ¡Que los dioses los protejan y tengan una larga y próspera vida!

 


DESCUBRIENDO UN PLANETA


 


 - Esto no puede estar pasando... Jadzia... ¿Jadzia? Yebat! *(joder) – Pensaba Anton, intentando comunicarse con su esposo a través de su vínculo telepático. - No puedo contactar con Jadzia, George. Debemos estar muy lejos de la nave.


 - ¡Genial! ¿Dónde nos llevan? ¿Por qué no nos han matado ya? Tenemos que salir de aquí... - El rubio golpeó las paredes de la celda con una buena patada.


 - ¡Déjate de gilipolleces, niño! - Le regañó agarrándolo del brazo. - No haremos nada hasta que lleguemos a alguna parte... ¡Ni siquiera sabemos dónde estamos! - Tirando de él, lo sentó a su lado hasta envolverlo en un abrazo. - Cálmate, todo saldrá bien.


        Puede que Anton confiara en que las cosas acabarían solucionándose por sí solas, tal vez porque los dioses siempre habían protegido a su familia, toda la vida, o quizás simplemente intentaba tranquilizar a su primo menor y hacerle sentir a salvo. De cualquier modo, misión fallida. Ambos estaban terriblemente asustados.


        George sólo tenía diecisiete años. Había embarcado en la USS Olympia con objeto de finalizar sus prácticas y graduarse en la Academia. Sus padres, David y Jabin, firmaron el consentimiento únicamente porque Anton y Jadzia servían a bordo, su pequeño no estaría solo en el espacio. La guerra contra el Imperio Cardassiano hacía tiempo que se había estancado, los cabeza de cuchara no invadían nuevos territorios y la Federación se limitaba a proteger las fronteras. Con las relaciones diplomáticas en un callejón sin salida, el conflicto se había convertido en una especie de guerra fría interplanetaria, con su propia versión del viejo telón de acero terrícola en la mejorada Muralla de Chekov.


 


                       La Olympia, en esa época, estaba capitaneada por Edward Quiroly. Jadzia y Anton tenían ya la graduación de teniente y ambos servían a bordo desde hacía unos meses, patrullando el borde de la zona neutral, el klingon como segundo al mando en seguridad y su esposo como sub-jefe en ingeniería. Los sensores de la nave detectaron un problema en la estación del satélite que orbitaban y un equipo de expedición fue enviado a la superficie para solucionarlo. Jadzia insistió en acompañarles pero tuvo que quedarse en la nave, órdenes del capitán.


 - Es solamente bajar, arreglar ese maldito trasto y teletransportarse a bordo. George y tu marido no tardarán ni un par de horas. - Argumentó Quiroly sentado cómodamente en la silla de mando.


 - La zona está infestada de enemigos, señor. ¿Va a dejar que vayan sin protección? - Jadzia se llevó la mano al cinturón, donde habitualmente colgaba su pistola fáser, y tamborileó los dedos en el hueco que denotaba la ausencia del arma.


 - ¡Pues claro que no! Que dos de tus hombres bajen con ellos. - Respondió el capitán.


 - Está bien, enviaré al alférez Kaplan y al sargento Boyka. Supongo que eso será suficiente. - Resolvió el klingon dirigiéndose ya al turbo ascensor.


        Ahora ambos se arrepentían de aquella decisión: los chicos llevaban seis horas desaparecidos. Cuando Jadzia puso los pies en la estación del satélite, vio los indicios de lucha y descubrió los cuerpos de sus hombres, intentó en vano contactar con Anton a través del tel. *(vínculo)


 - Estrella mía... ¿dónde estás? ¡Por todos los dioses, Anton! ¿Por qué no puedo sentirte? - Se preguntó, un escalofrío de pavor le recorrió la espalda. Su capitán estaba cerrando los párpados de los dos hombres de rojo y ordenando por el comunicador a la nave que transportaran los cadáveres a bordo.


 - ¿Recibes algo? - Edward sabía perfectamente lo que Jadzia había estado tratando de hacer allí plantado y con los ojos cerrados. Se estremeció al verle negar con la cabeza. - Si se los han llevado pedirán un rescate, un intercambio de prisioneros.


 - Señor, permiso para perseguirles. - Solicitó con solemnidad.


 - ¿Perseguir a quién? Ni siquiera hemos detectado la nave enemiga. - Poniéndose a su lado dejó caer el peso de su mano en las anchas espaldas del teniente klingon. - Regresemos a la Olympia, Jadzia, y pongámonos a trabajar. Seguro que les encontramos.


        A pesar de la intensa exploración de prácticamente todo el cuadrante, la USS Olympia no pudo detectar ni rastro de ninguna nave cardassiana. Sólo podían esperar. Una petición de rescate, el intercambio de reos, era su única esperanza.


 


                           Pero... ¿cómo había ocurrido todo? Una mezcla de casualidad y exceso de confianza, en definitiva, una tremenda estupidez. Resulta que el fallo en la estación del satélite estaba precisamente en los sistemas de detección de la Muralla de Chekov. Unos circuitos se habían fundido, la sobrecarga vino provocada por una erupción solar de la estrella de su sistema planetario. La cosa era sencilla, cambiar el panel chamuscado y reiniciar: coser y cantar. Tanto es así que Anton delegó la tarea en George, el chico tenía que practicar. Mientras, aburrido y despreocupado, el teniente Chekov se apostó los postres de toda una semana con el sargento Boyka, compatriota de su padre, a una partida de ajedrez tridimensional.


 - Sé que tiene usted un alto cossiente intelesstual y que es hijo del gran Pavel Chekov, ilustre ruso que fue campeón de ajedress de la Flota en varias ocasiones pero... - El sargento estaba seguro de poder ganar al ingeniero. - Me pierden los dulsses... ¡Que gane el mejor!


        Anton puso las botas sobre la mesa, completamente echado atrás en su silla, observando el tablero de tres pisos con una sonrisa torcida en la boca. ¿Ganarle, a él, a un Chekov que además es un octavo vulcano y nieto de Jim Kirk? ¡Imposible! Ya se relamía pensando en su doble ración de pudin al caramelo durante los próximos siete días.


        Kaplan vigilaba el acceso a las instalaciones pero hubo un momento de tensión durante la partida, cuando Anton subió su peón 2C4 a 3B4, poniendo en jaque al apurado sargento, en el que el joven alférez perdió de vista la puerta metálica para posar los ojos sobre los escaques que ocupaban la reina negra y el rey blanco. Boyka estaba perdido, él, sin saberlo, también. Ocurrió en un instante. Un par de segundos, lo suficiente. El disparo le atravesó el pecho, había entrado por su espalda.


 - ¡George! - Anton se tiró al suelo y se arrastró por debajo de la mesa para llegar hasta su primo. El rubio, agachado tras la consola que estaba reparando, temblaba de pies a cabeza. - No te muevas...


 - Éste tampoco interesa. - El cabeza de cuchara disparó a quemarropa al sargento Boyka que ni siquiera tuvo tiempo de sacar su fáser del cinturón.


        Anton iba desarmado, intentó usar su telequinesia para atraer la pistola de su, definitivamente, derrotado contrincante y acabar así con los dos enemigos que les apuntaban con sus armas pero su poder era escaso y apenas pudo desabrochar la cartuchera. Un cardassiano, viendo los galones en su manga, decidió llevárselo prisionero y modificó el fáser a posición de aturdir antes de disparar. Chekov terminó inconsciente.


 - ¿Qué hacemos con el chico? - Preguntó utilizando su comunicador, esperando las órdenes de su capitán que le llegaban a través de un pinganillo en la oreja. - Pues... humano, rubio, ojos claros, alto... Parece un crío, está muy asustado. No lleva galones, debe ser soldado raso. Sí... ahora la Flota recluta a niños... - Dijo con sarcasmo, describiendo lo que veía a su superior. - Está bien, capitán. ¿Cómo te llamas, chico?


 - Cadete George Kirk-Marcus... - Respondió en un susurro, ni siquiera recordaba su número de identificación como alumno de la Academia.


 - ¿Has dicho Kirk? ¡Oh, nos ha tocado la lotería espacial, capitán! - Rió a carcajadas disparando su arma y dejando sin sentido también al muchacho. - Un oficial y un Kirk, nada menos. Podremos pedir a cuatro... ¿qué digo? ¡A diez de los nuestros a cambio!


 


                           Despertaron en los calabozos de la nave cardassiana, camino de a saber dónde, lejos de la Olympia y sin posibilidad de comunicarse con sus compañeros. Anton, sabiéndose el mayor, intentaba aparentar calma, como si tuviese la situación bajo control pero en el fondo sabía que estaban bien jodidos.


        Aterrizaron en un planeta perdido más allá de la zona neutral, un lugar desconocido por la Federación. Los cabeza de cuchara les hicieron pasar por la humillación de desnudarse y ser desinfectados con unos polvos blancos que les lanzaron a través de unos tubos y que picaban como el mismo diablo, luego una ducha de agua fría a presión que les dejó molidos y helados, y para rematar les dieron unos horrorosos pijamas grises con un número de cuatro dígitos en el pecho que, durante el tiempo que permaneciesen allí, sería su único uniforme. Nada de zapatos. Si querían escapar habrían de hacerlo descalzos. A Anton, esto último, no le resultó nada incómodo. Estaba más que acostumbrado.


 


                   Sentado con las piernas cruzadas al fondo de la celda, esperaba el regreso de George. Los cardassianos se lo habían llevado hacía ya rato, arrastrándole por los laberínticos pasillos de aquella prisión. ¿Y si no volvía a verle? Las tripas le gruñeron. Pero no, tenía que seguir confiando en sus dioses. De pronto las pisadas de las botas del enemigo se escucharon aproximándose a la puerta de hierro, ésta se abrió de golpe y el chico cayó de rodillas empujado por uno de sus captores.


 - Buena sesión de fotos, Kirk. Seguro que sales muy guapo. Espera aquí sentado a que tu abuelo se entere, la Flota no podrá negarse a pagar un jugoso rescate por el nieto de James Kirk. - Dijo el soldado enemigo mirándolo con auténtico desprecio. - Ahora es tu turno, teniente.


        No tuvo que dar más explicaciones, llevaba un arma y Anton no. Le obligó a ir delante por el pasillo, dejando a George abrazado a sus propias rodillas sobre el sucio y frío suelo de la celda. Y así lo encontró cuando le trajeron de vuelta unas horas después, en la misma posición, no se había movido ni un milímetro. Cuando la puerta se cerró con gran estruendo a su espalda, George se acercó a su primo para mirarle de cerca, apenas había luz allí.


 - ¿Qué te han hecho? - Preguntó apartando los rizos castaños de su frente y observando un par de moratones en su cara. - ¿Te han torturado?


 - ¿Por qué tuviste que decirles tu nombre? - Más que preguntar, Anton se lo estaba recriminando.


 - ¿Les has dicho tú el tuyo? - Espetó azorado por la regañina.


 - Estoy obligado. Nombre, rango y número de serie. Son las normas. ¡Pero tú no eres de la Flota! Aún no... Sólo eres un cadete, un crío... no deberías haberles dicho... ¡Ay! Yebat, *(joder) las costillas, no me... - Protestó condolido, George había intentado abrazarle y sintió un dolor agudo en el costado.


 - ¿Rotas? - Consultó palpando suavemente la zona.


 - No... una fisura, supongo. - Le echó el brazo por encima del hombro y lo atrajo con mimo hacia su pecho. - Solicitarán un intercambio de prisioneros con la Flota. Imagino que no tardarán demasiado, hasta entonces nos mantendrán con vida.


        El rubio suspiró, las tripas rugieron casi al mismo tiempo. Estaba hambriento, ¿cuándo había comido por última vez? Un burrito precocinado de la máquina expendedora se dibujó en su cabeza, daría lo que fuera por hacerse con uno en aquel momento.


        Anton sonreía, debía haberlo visto en su mente. Si le rozaba podía leer sus pensamientos casi como un libro abierto. Su mejor habilidad vulcana, la tactotelepatía, se había incrementado con los años. Por desgracia no dominaba la técnica de la pinza vulcaniana y su telequinesia seguía comportándose de manera caprichosa. Echó un vistazo a la celda donde se encontraban. No había absolutamente nada salvo un agujero cubierto por una plancha metálica, cuyos bordes mugrientos daban una clara idea de para qué debía ser utilizado. La poca luz que les iluminaba venía de alguna parte en el alto y oscuro techo. Tendrían que dormir en el suelo, esperar a que sus captores les trajesen agua y alimentos, no había más alternativa.


 - George... - Susurró tomándole la cara por la barbilla para mirarle a los ojos. - Pase lo que pase, nos hagan lo que nos hagan, no digas una palabra. ¿Entiendes?


 - ¿Decir qué? ¿Sobre qué? No, no te entiendo. ¿Es que van a interrogarnos? - Eso le asustó, aunque procuró que no se le notase demasiado. - Sólo soy un novato, no tengo ni idea de nada... ¿Me torturarán como han hecho contigo? Fueron amables cuando me llevaron antes a ver a su capitán. El maldito cabeza de cuchara es condenadamente feo, ¿le has visto?


 - Sí... - Sonrió, la verborrea nerviosa de los Kirk estaba muy acentuada en su primo. - Sólo digo que por muchas preguntas que te hagan no respondas, a nada.


 - Me hicieron fotos. De frente, de perfil, de cerca, de pie, sentado... ¡Parecía un jodido reportaje! - Su voz subía y bajaba acompañada de grandes aspavientos de su mano derecha. En eso había salido a su padre, el kazon. - ¿A qué venía esa historia? Si se trataba de demostrarle a la Flota que me tienen, ¿para qué tanta posturita?


 - George... ¿Estabas vestido mientras te fotografiaban? - Preguntó con ironía.


 - ¿Qué insinúas? - George vio la pícara sonrisa en la cara de su primo y se echó a reír. - Idiota...


 - No he dicho que somos parientes... pero el apellido Chekov les sonó fatal. - Susurró echando mano al flequillo rebelde de su primo, le ponía nervioso ver cómo le tapaba un ojo. Era como hablar con un cíclope.


 - ¿Qué quieres decir? - Sacudiendo la cabeza le apartó la mano. - ¿No les has contado que tú y yo somos primos o que Pavel es tu padre?


 - Ninguna de las dos cosas. - Aclaró encogiendo los hombros. - A cada pregunta respondí con nombre, rango y número de serie. Haz lo mismo.


 - No puedo. - Murmuró casi imperceptiblemente, avergonzado. - No me sé mi número, ¿vale?


 - ¿Y yo soy el idiota? - Anton levantó ambas cejas abriendo los ojos aguamarina como platos. - Siete cifras y una letra... ¿y no puedes recordarlo?


 - No... ¿y qué más da? - Protestó el muchacho. - Es un puto número... ¿quieres que me lo invente?


 - Sería peor. - Rió Anton.


 - ¡Ya saben quién soy, joder! - Escupió enojado, no comprendía por qué su primo insistía en aquel asunto.


 - Digan lo que digan, hagan lo que hagan, tú repite únicamente tu nombre. - Tirándole del pelo le clavó la mirada. - Es una orden, cadete. Pase lo que pase.


        George asintió, nunca le había oído hablar así, la voz grave y ronca le recordó a la de su tío Pavel.


 


 


                                                              Aquella mañana el sol lucía sobre San Francisco con la misma intensidad que casi siempre en la soleada California. Los amplios ventanales del Cuartel General deslumbraban en el horizonte. El alto edificio brillaba sobre la bahía, cerca del puente Golden Gate, símbolos de la ciudad, del planeta y de la Flota Estelar.


 - Lo sé, lo sé... si se entera podría acabar siendo un desastre de proporciones bíblicas. Aun así, creo que debería saberlo. - Jim daba vueltas por el despacho de Khan, se habían invertido las tornas ahora que el sobrehumano estaba al mando.


 - Hace años me ordenaste que mantuviera una estricta vigilancia sobre él en secreto. - Khan se había echado atrás en su confortable sillón, con la cabeza recta y estirada, la mirada perdida en el recuerdo. - Y tuve que obedecer. Ahora yo soy el almirante en jefe de Inteligencia. Ya sé que estás jubilado, Jim, y que no puedo darte la orden pero, por el bien del equilibrio en la Galaxia, te lo suplico. Te lo ruego. - Le miraba a los ojos, el azul hielo más frío que nunca. - No le digas nada a mi marido.


 - ¡Por todos los dioses! ¡Se trata de su hijo, Khan! - Jim se había girado para verle la cara. ¿Cómo podía pedirle algo así? Apoyando las manos sobre la mesa le lanzó una mirada furiosa. - ¡Están prisioneros! ¡En manos de los cabeza de cuchara! Pavel podría...


 - Podría ir allí y cometer una masacre. ¿Quieres eso? ¿Que estalle la bomba que lleva en su cabeza? - Khan le cogió una de sus manos, la derecha. Apretándola con la suya sintió el pulso acelerado del otro. - Calma, Jim. Resolveremos esto por la vía diplomática.


 - Para entonces Anton y George estarán muertos. - Susurró apartándose de la mesa y volviéndose hasta darle la espalda. Sentía un pinchazo en el corazón, un dolor agudo que le hizo fruncir los labios. No quería que Khan lo viera.


 - Toda la Flota les está buscando. Los cardassianos aún no han realizado sus peticiones, imagino que además del habitual intercambio de prisioneros, si saben a quién tienen entre sus garras, añadirán algo más. - Se pasó la mano por el pelo, peinando con los dedos los cabellos, remarcando el mechón blanco sobre la sien izquierda. - La Flota no negociará con la seguridad de los planetas de la Federación. Sé... - Remarcó la palabra haciendo una breve pausa. - Jim, sé que las negociaciones serán duras y llevarán su tiempo. Hacemos todo lo posible por traerlos de vuelta. ¿Crees que a mí y a Klaa no va a sernos difícil ocultarlo a la familia? Te lo pido porque, ya que te has enterado y sabiendo cómo es Pavel, lo que sería capaz de hacer... ¡Por Apolo, Jim! ¡Te lo imploro!


 - Ya que me he enterado... - Dirigió sus pasos a la puerta, apoyado en el marco se volvió para mirarle. - El rumor es imparable, tarde o temprano lo sabrá por otro lado. A mí me lo ha contado Nyota, Scotty lo escuchó en la Estación Espacial I. Y ya sabes cómo se extienden esas cosas...


        Jim salió del despacho y Khan se derrumbó en el sillón, echando la cabeza hacia atrás y relajando brazos y piernas. Su viejo amigo estaba en lo cierto, tarde o temprano Pavel acabaría sabiendo que su hijo había sido capturado por el enemigo. Había podido retener la información en Inteligencia, ordenando que los nombres de los dos miembros de la Flota en poder de los cardassianos no fueran revelados, pero si Nyota y Scott lo sabían... ¿cuánto tardaría en estallar la noticia en casa?


        Ordenó a su secretaria que filtrase las llamadas urgentes, derivándolas a su comunicador personal y salió de sus oficinas. Tenía que correr, darse prisa. Quizás ya fuese tarde. David se lo pensaría antes de abrir la boca, Uhura seguramente ya se lo habría contado, pero Jabin... ¡Ese maldito kazon histérico! Con su enorme vena dramática seguro que montaría un buen espectáculo del que Pavel podría ser testigo casual...


 


 - ¿Por qué nadie me ha dicho una palabra? ¡Khan! - Gritaba como un loco, caminando descalzo por el salón.


 - David, llévate a Jabin de aquí. Pavel... siéntate y respira. - Sulu intentaba hacer que se controlase, los muebles vibraban a su alrededor y un jarrón estuvo a punto de acabar echo añicos en el suelo de no ser por sus excelentes reflejos de piloto.


 - ¡Nuestros hijos están presos de los cabessa de cuchara! ¿Cómo quieres que me calme? - El ruso se resistía pero Sulu se las arregló para hacerle una llave de judo y logró tirarlo de espaldas sobre la alfombra.


 - ¡Mi niño... mi George...! - Jabin no había dejado de llorar, su esposo le tenía sujeto de la cintura procurando, con esfuerzo, que no se desmoronase.


 


                    Y así encontró las cosas Khan cuando abrió la puerta de su domicilio. Sulu colocando las piernas de Pavel encima de un sillón, sujetándolo con una mano apretando su pecho, obligándolo a respirar pausadamente. David intentando arrastrar al gigantón del kazon hasta la cocina, con la intención de sacarle por la puerta de atrás y llevárselo de allí. Jabin berreaba el nombre de su hijo con un llanto desconsolado y Pavel... bueno, él de veras hacía todo lo posible por controlar su ira y su endiablada telequinesia.


 - Moy muzh... *(esposo mío) – Susurró el almirante, dejando caer el maletín pegado a su larga pierna al verle en aquella posición.


 - Yebat! *(joder) Khan... tú lo sabías... Sabías que eran ellos los dos prisioneros de los que todo el mundo habla. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Y Jim? ¿Lo sabe él?


 - ¡Pasha, procura tranquilizarte, estás haciendo que todo se mueva como en un terremoto! - Le gritó Sulu sentándose a horcajadas sobre su abdomen.


 - ¡Tienes que devolverme a mi niño, a mi pequeño Kirk...! - Jabin se arrojó al cuello de Khan, aferrándose a él con ambas manos hasta dejarlo sin aliento.


 - ¡Que le ahogas, gordi! - Chilló David tirando más fuerte de la voluminosa cintura de su marido. - ¡Ya está bien! ¡Jabin! ¡Nos vamos a casa! ¡Ahora mismo! - Le ordenó con voz firme haciendo que se girase para mirarle y así soltase a Khan. - Y tú Pavel... en lugar de romper los muebles, ¿qué tal si usas ese poder para traer a los chicos de vuelta?


        La mesita junto a la puerta había terminado tumbada en el suelo, el jarrón no sobrevivió. David echó un vistazo a su viejo amigo ruso, observando cómo, con los ojos cerrados, intentaba recuperar el control.


 - Es la cuarta vez que te lo cargas. - La voz de Sulu no era más que un susurro, aún presionaba el pecho de su rosa con ambas manos.


 - La terssera, moy drug. *(amigo mío) – Musitó Pavel entreabriendo los párpados para verle allí encima. - Amy fue la que lo rompió la última vess.


 - Jabin... - Khan le acarició las mejillas con suavidad, secando las lágrimas que corrían por ellas sin cesar. - Te prometo que traeré a George sano y salvo, a los dos... George y Anton. - Añadió mirando de reojo a su marido. - Estamos en conversaciones con Cardassia Prime.


 - ¿Conversaciones? - David se extrañó. - ¿No piensas actuar? ¡Vanos, envíame allí!


 - Ya he mandado a los Scott, David. Creo que es mejor que la familia directa se mantenga al margen. - Poniendo la mano sobre el hombro del rubio, apretó ligeramente los dedos. - Al menos por el momento.


        Ni David ni Jabin estaban del todo conformes con aquello, ¿los Scott? Cayden y Bean no eran precisamente conocidos por su encanto diplomático. Aun así tenían que aceptarlo, Khan estaba al mando y las cosas se harían como él ordenase. El rubio saludó militarmente a su superior y salió llevándose a su esposo consigo. Jabin había vuelto a su monótona letanía, repitiendo el nombre de George una y otra y otra vez sin dejar de verter una lágrima tras otra.


 


 


                                                      Cuatro días a pan y agua, además de los interrogatorios que duraban horas y horas, les habían debilitado bastante. George empezaba a mirar a las cucarachas con otros ojos, necesitaba proteínas. Su primo era quien más golpes de los dos se llevaba; su mantra, consistente en repetir nombre, graduación y número de serie de la Flota, conseguía sacar de quicio a los cardassianos. A él prácticamente no le tocaban, algún que otro empujón o tirones de pelo, eso era todo.


 - Esos lagartos saben más de lo que creía... deben tener micros por aquí. - Susurró Anton, ojeando a su alrededor en la celda con desconfianza. - Ven...


        Le llamó a su lado y el rubio acudió, sentándose entre sus piernas dejó que le acariciase la cara.


 - A partir de ahora nos comunicaremos así, por medio de mi tactotelepatía. - La voz sonó serena en la mente del otro. - Si quieres decirme algo sólo tienes que tocarme. Nada de hablar en voz alta, ¿entendido?


 - Sí, señor... - Respondió en su cabeza sin despegar los labios. - ¿Tienes ya algún plan para escapar? He contado a los soldados, como me dijiste. No llegan a un batallón. Si nos pudiésemos hacer con un arma, acabaríamos con todo el maldito destacamento solos tú y yo.


 - Paciencia, primo. - Sonrió con la boca retorcida sin apartar los dedos de su frente. - Mañana, al primer golpe que me den, quiero que te tires al suelo y finjas un ataque epiléptico. Si puedes... estaría bien que te hicieses pis, eso le daría más realismo.


 - ¿Epilepsia? ¿Y quieres que me mee encima? - Le estaba mirando con su ojo azul libre de flequillo como si estuviese viendo a un auténtico chiflado.


 - Mientras te atienden desarmaré a un guarda con mi telequinesia. - No aguantaba aquello, peinó a su primo echándole los rubios cabellos a un lado. - Dispararé a matar, tú ponte a salvo.


 - ¿Crees que podrás? Ya lo intentaste con el fáser de Boyka y no te dio tiempo... - Chasqueó la lengua con fastidio, no podía separarse de Anton si quería seguir hablando con él de aquella forma secreta, así que soportó su manía de apartarle los pelos de la cara. - ¿Y si ellos son más rápidos y te matan? ¡Anton! ¡Por favor! No me dejarías solo con estos cabrones ¿verdad? ¿Qué sería de mí si tú...?


 - Nadie va a morir aquí. - Mirándole a los ojos sonrió con malicia. - Bueno, nosotros no, a esos “cabrones” pienso aniquilarlos.


        Era la quinta noche en aquella miserable celda. Si querían huir tendrían que hacerlo ya, por la mañana, en el primer interrogatorio del día. Demorarlo más no tenía ningún sentido, el tiempo jugaba en su contra arrebatándoles las fuerzas. George temblaba abrazado a su primo en el suelo, acurrucados uno junto al otro guardaban el poco calor que podían generar. Sintió los dedos de Anton rozando su frente, podían hablar sin que el enemigo les oyera.


 - Mañana tal vez estemos muertos. - Pensó sabiendo que su primo le escuchaba. - Anton... ¿puedo pedirte un favor?


 - Ten fe, Apolo no permitirá que nos maten unos condenados cabeza de cuchara.


 - Tengo diecisiete años. Puede que me hayas visto con alguna chica por ahí, y con más de un ambiguo compañero de la Academia pero...


 - ¿A dónde quieres ir a parar?


 - Yo... tengo mi encanto, ya lo sé. Es que no he sentido eso, ya sabes. Nunca me he enamorado y... bueno... no he pasado de... ya sabes...


 - ¡Escúpelo ya, Kirk!


 - Soy virgen.


        Levantó el cuello y lo giró para verle mejor la cara, mirándolo a los ojos no sabía si echarse a reír o a llorar. ¿En serio su primo, tan seductor que parecía, no se había llevado a nadie a la cama... jamás?


 - Anton... - Susurró, no le importaba qué oídos pudieran escucharle ahora, deseaba decirlo con palabras. - Quiero que seas el primero.


 - ¿Qué? - Chilló en voz baja totalmente sorprendido.


 - No quiero morirme sin haberlo hecho. Sólo estamos tú y yo. Venga, Anton... hagamos el amor, te lo pido por favor.


 - ¡Debes estar bromeando! - Escudriñó cada milímetro de su rostro en busca de algún atisbo de cinismo o ironía, no halló ni la más mínima sonrisa retorcida. George hablaba en serio. - Niet! *(no)


        Al rubio le dio lo mismo aquella negativa. Poniéndose en pie se quitó el pijama quedándose completamente desnudo delante de su primo, éste le observaba como si acabase de descubrir un nuevo planeta. Se dejó caer encima del otro, apretando la piel desnuda contra el cuerpo caliente e inmóvil que no opuso resistencia. Anton permitió que los labios de George encontraran los suyos, el chico le besó rotundo, con un ansia demoledora y voraz.


 - No está bien... no deberíamos... - Pensó usando otra vez su tactotelepatía, no podía quitarle las manos de encima.


 - Nadie lo sabrá, si salimos vivos de aquí... no lo contaremos nunca. - Respondió George con un murmurllo en su mente.


 


                   No era la primera vez que un Kirk repetía aquellas mismas palabras. Tampoco sería la última. Su intento de fuga al día siguiente, salió mal. Los planes de Anton fracasaron en la sala de interrogatorios nada más empezar. El primer golpe era la señal para que George se tirase al suelo y fingiera el ataque pero el cardassiano de turno se lo había dado en las costillas, haciendo que la fisura doliese a rabiar y le dejase aturdido. Para cuando el arma del soldado que tenía más cerca voló de sus manos hacia las de Anton, la culata del fusil de su torturador le había dejado ya inconsciente. A David se le quitaron los temblores de repente, todo se había ido al traste.


          Desde entonces no volvieron a sacarlos de la celda ni una sola vez. Además del pan empezaron a darles algún que otro pedazo de carne de dudosa procedencia y cereales que no reconocían más que como posibles mutaciones de arroz o maíz. Un día les pasaron, por la abertura de la puerta que usaban para alimentarles, una raída manta con la que arroparse por las noches que se convirtieron en eternas. ¿Hasta cuándo iban a retenerlos como prisioneros? ¿Por qué no había alcanzado el enemigo un acuerdo con la Flota? Quizá porque las exigencias de los cardassianos iban más allá de lo permisible por la Federación. Anton se preparó para una larguísima espera, de todos modos se le haría corta ahora que a cada rato podía disfrutar del placer de “sentirse un Kirk” junto a su primo.


 - Aaaah... George... da, da...! *(sí) ¡Más adentro! ¡Más rápido! - Gemía y jadeaba sin control alguno, el orgasmo asomaba ya su gloriosa cabeza empujando desde lo más profundo de su ser.


        El muchacho se volcaba en obedecer las órdenes de su guapísimo teniente, mirando hacia abajo podía ver cómo se le cambiaba la cara al acercarse el momento. Los grandes ojos aguamarina entornados por la lujuria, la boca, jugosa y apetecible, entreabierta para poder respirar. Agachando la cabeza le besó, hundiendo su lengua allí dentro para jugar con la de su primo hasta que les faltó el aire y rompieron el beso buscando oxígeno.


 - Te quiero... - Exhaló al tiempo que se derramaba en su interior. Abandonado al éxtasis, el rubio se dejó caer sobre el pecho desnudo del otro.


 - Y yo a ti, George. Pero esto terminará cuando salgamos de aquí.


 - Entonces quisiera no salir jamás de esta celda. Morir a tu lado sería un placer y un privilegio para mí.


 - Creo que eso es la letra de una canción de los Smith.


 - Sí, al abuelo Jim le gusta mucho, suele ponerla a menudo... ¿verdad?


        Los dos se echaron a reír, abrazados el uno al otro, piel contra piel. Pegados por los fluidos de sus cuerpos, sudor, saliva y semen, parecían muy felices en su cautiverio. Lo último que supieron de los cardassianos era que la Flota se negaba en firme a satisfacer sus peticiones, las negociaciones serían muy duras. Se lo oyeron comentar a un soldado que les traía el agua, discutiendo con su compañero acerca del verdadero valor que tenían los presos.


 - El viejo Kirk está retirado, su palabra no vale nada...


 - Te digo que ese hombre sigue siendo el cabecilla de su pueblo. Mató a mi padre en un enfrentamiento hace años, sé de lo que es capaz.


 - Ahora es Khan Noonien Singh quien manda. Si se niegan a retirar sus naves de la frontera y a desconectar la Muralla Chekov, esos dos... - Señalaba a la puerta tras la cual Anton y George escuchaban con atención e hizo un gesto llevando su mano al cuello que daba a entender que ambos morirían. - No vamos a alimentarlos toda la vida.


        Las risas de los cardassianos tenían algo de metálico y gélido que helaba la sangre en las venas al oírlas. George tomó la mano de su primo y se la acercó a la sien, necesitaba hablarle.


 - ¿Desconectar la Muralla? ¿Esos locos han pedido que la Federación renuncie a su única defensa a cambio de entregarnos con vida? ¡Estamos perdidos! ¡Tu padre nunca lo consentirá!


 - Papá no pondría en peligro la vida de millones de personas sólo por salvar las nuestras, ya lo sé. Cuento con moy papa *(mi padre) para sacarnos de aquí.


 - Mis padres deben estar muy preocupados... ¿Y tía Amy, tu madre? ¿No puede ella... encontrarnos?


 - Sabe que estoy vivo, eso es todo. Nuestro vínculo no va más allá. Nadie sabe dónde estamos.


 - Anton... quiero volver a casa...


 - Lo sé, yo también, aunque eso signifique que tú y yo tengamos que separarnos para siempre.


 


                       Anton tenía razón en sus suposiciones. Khan no podía ceder ante la petición del Imperio Cardassiano, por mucho que las vidas de su propio hijo y su sobrino estuviesen en juego. Habían pasado tres meses desde que los chicos cayeran prisioneros. Continuaban sin conocer su paradero, aunque de vez en cuando les llegaban fotografías de los dos para demostrar que seguían vivos. Spock, en completo silencio, echaba otro vistazo a las imágenes en el monitor, analizando el más mínimo detalle que pudiera darle un indicio de dónde se encontraban sus nietos. Pavel daba vueltas por el enorme despacho de su marido, descalzo, como siempre, nervioso y procurando controlar sus emociones.


 - Igual deberías volver a entrar en mi cabessa y poner un poco de orden aquí dentro. Me arde el corassón en el pecho, no duermo, no puedo pensar, tengo que recuperar a moy syn... *(mi hijo) Spock... ayúdame... - Le imploró hincándose de rodillas junto a su silla.


 - ¡Vaya! - Exclamó David. - Y yo que pensaba que mi marido era la reina del drama...


 - Pasha lo es desde hace más tiempo. - Sulu estiró el brazo y tomó la mano de su rosa. - Ven a sentarte a mi lado, anda.


 - De cualquier modo, David, me alegro de que te hayas dejado al histriónico de Jabin en casa. Y tú Spock... - Khan le regaló una sonrisa. - Gracias por no hablarle a Jim de esta reunión, tu sa-telsu *(esposo) tampoco nos habría dejado en paz.


 - Ha sido Leonard quien le ha prohibido venir, como médico. - El vulcano levantó una de sus cejas. - Dice que su corazón no lleva bien todo este asunto. - Ladeando la cabeza ligeramente, señaló de lado a Pavel. El ruso respiraba con dificultad entre los brazos de Sulu.


 - Tranquilo, rosa mía... - Susurraba Hikaru a su oído. - Estoy aquí, contigo.


 - Si no puedes soportarlo, moy muzh, *(esposo mío) deberías salir de la habitación. Los Scott están a punto de conectarse, ¿serás capaz escuchar en silencio lo que tienen que decir? - Khan le acarició la cabellera castaña, salpicada de canas de un tono gris perla por todas partes. - Y nada de interrumpir cuando Peter, David o yo mismo hablemos. Ty obeshchayesh'? *(lo prometes)


 - Da... *(sí) – Respondió con un hondo suspiro, aplacando los nervios.


 - Iré a pedirle a la secretaria ese fular verde que llevaba al cuello, le quedaba bien pero... nos hará falta. - Dijo Peter haciendo ademán de levantarse. - Ya no te asoman pañuelos de los bolsillos del pantalón, Pavel, necesitaremos algo para amordazarte.


 - Almirante, aquí el teniente Scott informando desde la Base Estelar VIII. - El sonido llegaba desde el monitor sobre la mesa, la pantalla pasó del negro al azul, líneas blancas la cruzaban haciendo vibrar la imagen. La cara de Cayden acabó de formarse y el color se normalizó cuando Khan pulsó unos cuantos botones para mejorar la recepción.


 - Adelante, Cayden... ¿no has podido afeitarte o éste es tu nuevo look? - Sonrió a su sobrino con ironía, siempre le hacía gracia ver cómo la barba le salía pelirroja, igual que a Scott, su viejo amigo.


 - No he tenido tiempo de adecentarme, tío Khan. - Se excusó rascándose el mentón. - Acabo de salir de Cardassia Prime, mi hermano y Tuvok siguen allí, presionando en las negociaciones tal como ordenaste. Lamento decir que no hemos descubierto nada nuevo.


 - Lo suponíamos, si estás en la base ocho es que no sabes aún dónde les ocultan. - Intervino Peter. - De lo contrario habríais ido a por ellos.


 - ¿Hay algo más que “podamos hacer”, señor? - La pregunta del moreno medio escocés iba con segundas. Deseaba oír a Khan dar la orden de atacar, tomar rehenes y extorsionar a la Junta Militar cardassiana hasta que cedieran y les devolviesen a sus primos. No quería otra cosa que pelear y aplastar cabezas, tanta charla vacía y política le hacía sentirse inútil.


 - Sé lo que estás pensando. - Spock se acercó a la pantalla. - Tu padre hacía lo mismo, pedía sus órdenes con esa sonrisa tensa que ahora tienes en la cara, aguardando a que Jim dijese algo para lanzarse como un fiera sobre el enemigo. Espero que tengas en cuenta que eso convertiría a mis nietos en dos cadáveres ipso facto. No hagas nada, Cayden.


 - Escucha a Spock, sabe lo que dice. - David se había estremecido al oír la palabra cadáveres en los labios del esposo de su padre. - ¿Qué tal si vas a la Olympia y te reúnes con Jadzia y Quiroly? Yo mismo viajaré hasta allí. Juntos conseguiremos encontrar el lugar donde retienen a mi hijo y a Anton.


 - Buena idea. - Khan se volvió un segundo hacia el sofá donde Sulu apretaba a Pavel entre los brazos. - Es hora de que la familia directa entre en juego. Muzh... *(esposo) tú irás con David a la Olympia. Klaa os acompañará. Yo debo permanecer aquí, en el Cuartel General.


 - ¿Cómo? - Sulu saltó de su asiento y se acercó a la mesa para encararse con Khan. - ¿Te has vuelto loco? Enviar a Pavel allí... ¿qué pretendes?


 - Anata, *(cariño) te lo explicaré más tarde. - Respondió mostrando la palma de su mano abierta al japonés, aplazando la conversación para cuando estuviesen a solas. - Cayden, espera la llegada de tus tíos en la base estelar, que tu hermano y Tuvok salgan cuanto antes de Cardassia Prime, alejaos todo lo que podáis de la zona neutral. Tal vez vuelva a arder Troya.


        Todos se giraron para mirar a Pavel. El ruso había encogido el labio inferior, con las cejas levantadas seguía pareciendo un crío inocente a sus sesenta y cuatro años. Las mejillas se sonrojaron por encima de su barbita de chivo. Sulu le vio ponerse en pie, su rosa tenía algo que decir.


 - No sé qué es lo que quieres que haga, Khan... pero estoy listo. Pídeme lo que sea. - Declaró con su voz ronca y quebradiza.


 - Quiero que invoques a Dionisio, sólo los dioses podrán devolvernos a nuestros hijos. - Respondió el sobrehumano dejándolos a todos atónitos.


 


(Continuará...)

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.

Psst... ¿y mis comentarios?
(Los borré... ¡pero qué estúpida he sido!)

Hoy, dos de noviembre, he cometido un error garrafal a la hora de actualizar el fic. El resultado es que fue eliminado. La memoria caché del navegador me ha permitido rescatar los comentarios a este capítulo. Imaginad cómo me he sentido al ver que todo desaparecía ... citando a Khan: ¿Cómo he podido ser tan estúpida? *(golpea su frente una y otra vez)

 


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