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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Nos ponemos ahora los zapatos de Khan. Ya sé que tiene un pie grande y nos costará algún que otro tropezón, pero probemos a caminar en su lugar, observemos la vida desde su punto de vista... ¿No ha de resultar sorprendente, para el asombroso sobrehumano, cómo se ha desarrollado el devenir de acontecimientos? Él, que fue creado como supersoldado hace cientos de años en un laboratorio, que se convirtió en líder de la rebelión de los de su raza, que se erigió en tirano, el “khan” de más de cuarenta naciones sobre la faz de la Tierra, y que, después de las devastadoras guerras eugénicas, se vio forzado a huir con los suyos al espacio en busca de un nuevo planeta donde vivir en paz... aunque que jamás lo consiguió... ahora es padre de un niño muy especial, miembro de la ilustre gran familia de los Kirk, descendientes del mismísimo Apolo, esposo de un loco genio ruso y amante de un increíblemente dulce jardinero japonés aficionado a la esgrima.


Ésta es la excusa perfecta para asistir a uno de los eventos más importantes en su vida: el día en que, como un humano más, tuvo que salir de casa para ir a trabajar a la oficina. Día que, casualmente, coincidió con el octavo Pon Farr de Spock junto a su marido, el cuarto que compartían con Leonard, su amante.

TE QUIERO UN GÚGOL


 


                                                                                          Le encontró sentado en el pasillo, junto a la puerta del baño, mirando algo en una tablet y bebiendo su taza de café. Casi tropieza con él al salir del dormitorio. Khan tuvo que saltar por encima de sus piernas, el ruso se había acomodado allí en medio, apoyando los pies descalzos en la pared de enfrente.


 - ¿Qué haces aquí?


 - Popis... - Respondió señalando la puerta de madera blanca, sin apartar la vista de los gráficos que estudiaba en la pantallita.


 - ¿Dónde está Sulu?


 - Almuersso... - Ahora su dedo índice apuntaba al piso de abajo.


 - ¿Cuándo has empezado a hablar así? Antes decías más de una palabra cada vez. Oye, ¿puedes ayudarme con esto? El maldito último botón...


 - Siéntate. - Le dijo suspirando y dejando la tablet a un lado en el suelo.


        El moreno se agachó hasta estar a su altura y facilitarle así que le abrochase la camisa, el duro cuello le apretaba la nuez. Se sentía asfixiado, no tenía costumbre pero el uniforme es el uniforme. Y el ruso lo dejó perfecto, tenía años de práctica con Sulu; sonrió satisfecho por su labor y le plantó un sonoro beso a su marido en todos los morros, estaba muy guapo vestido con el gris de la Flota. Khan le devolvió el gesto marcando los hoyuelos.


 - Papa? - Se escuchó una vocecilla al otro lado de la pared.


 - Da, moy syn? *(sí, hijo mío)


 - Ya konchil... *(terminé)


 - Niet! *(no) ¡No lo digas así, paresse otra cosa! Ay yebat, vamos a tener que insonorissar el dormitorio, Khan. - Pavel se había levantado y ahora abría la puerta del aseo. Anton estaba muy gracioso sentado en la taza del water, con los piececillos descalzos colgando y los pantalones a punto de caer al suelo. - Ya zakonchil, *(he terminado) se disse así.


 - ¿Me limpias?


 - ¿Bromeas, moy malen'kaya oshibka? *(bichito mío) He estado esperando para esto un buen rato. Será un honor para mí. - Rió cogiéndole por la cintura con una toallita húmeda en su otra mano.


 - Buenos días, papá. He hecho popis. - Informó a su padre mirándole por encima del hombro de Pavel, enganchado a su cuello mientras le limpiaba el culete.


 - Lo sé, se huele desde aquí. - El moreno arrugó la nariz, entornando la puerta bajó las escaleras a toda prisa camino de la cocina. Si Sulu estaba preparando el almuerzo tenía que advertirle que no comería en casa.


          Se detuvo junto al frigorífico, indeciso por un momento al verle manipular algo crudo con un cuchillo japonés. Volvió a arrugar la nariz, Sulu debió verlo por el rabillo del ojo.


 - No es pescado, puedes entrar. - Dijo el japonés fileteando carne en la tabla de cortar.


 - Anata... *(cariño) Habrá una reunión importante en el despacho de Jim a medio día, no vendré a comer. - Situándose a su espalda esperó a que dejase el cuchillo hikane antes de abrazarle, no era la primera vez que una carantoña desprevenida, provocaba algún corte en aquellos dedos que tanto le gustaba cómo le acariciaban.


 - Ya, bueno, no importa. Te guardaremos tu parte para la cena. - Intentando no mostrar disgusto por su ausencia, Hikaru giró el cuello y le besó. - Que tengas un fantástico primer día en tu nuevo puesto, violeta mía.


 - Arigatô. *(gracias) – Devolvió el beso y le miró de nuevo con la nariz arrugada. - Tu pequeña rosa ha dejado una peste considerable en el baño de arriba. ¿Es que se ha acabado el ambientador automático? ¿Quieres que compre esta tarde, de camino a casa?


 - No. Tenemos jardín, es primavera... - Sulu prefería las soluciones tradicionales. - Haré un popurrí de flores, no pasa nada. ¡Y tu mierda también huele, superhumano! - Le gritó cuando salía por la puerta del jardín hacia la casa de Jim, irían juntos al trabajo. - Claro que a cada uno le molesta la de los demás... ¡Eh! Pero... ¿Qué demonios...? - Exclamó sorprendido, un pequeño torbellino había atravesado el salón y la cocina de golpe, en dirección a la puerta trasera que el moreno se había dejado abierta.


 - ¡Papá! ¡Papá! - Chillaba Anton desnudo de cintura para abajo, persiguiendo a su padre. - ¿A dónde vas, papá? ¡Voy contigo, espera!


        Pavel asomó detrás del niño. Mirando a Sulu con las cejas levantadas, se encogió de hombros y suspiró. El japonés agachó la cabeza y negó varias veces antes de dejar lo que estaba haciendo, lavarse las manos y salir al jardín.


 - ¿Vas a quedarte ahí? - Le preguntó a su rosa antes de atravesar la puerta.


 - No quiero verlo. - Su voz sonó ronca, parecía triste.


          Era el primer día que Khan iba a las oficinas de Inteligencia a trabajar, como haría cualquier humano normal, sólo que él no lo era. Ahora que había sido amnistiado por la Federación, prestaría servicio en la Flota bajo las órdenes de Jim. El primer día, desde que Anton había nacido, en que se separaba de él. Habían pasado casi tres años, al pequeño se le iba a hacer duro y Pavel lo sabía.


 - ¿Qué es eso de que tu mierda también huele, Khan? - Jim había estado fisgoneando entre los rosales. Llevaba un pequeño capullo blanco, a punto de abrirse, prendido en el ojal de la solapa.


 - ¿Dónde tienes el coche? ¡Tenemos que irnos ya! - Le espetó apurado.


 - No te preocupes por llegar tarde, es lo bueno de ir con el jefe. - Rió el rubio.


 - No lo entiendes, Anton... - Pero el niño ya les había alcanzado. Khan cerró los ojos y bajó la cabeza al oír su voz chillona.


 - ¡Papá! ¿A dónde vas? Hola dedushka... *(abuelo) - Saludó a su abuelo. - ¡Mira mi colita!


 - ¿Por qué andas por ahí desnudo? - Jim se echó a reír, su nieto meneaba el trasero haciendo que se agitase su pequeña cosita. - ¡Cada día te pareces más al chiflado de tu padre!


        Sulu llegó justo en ese momento, cuando Khan se agachaba para explicarle al niño, con su tono más dulce, que ya no estaría todo el tiempo en casa cuidando de él.


 - A partir de hoy papá irá a trabajar con el abuelo Jim, cariño mío. Y tú te quedarás con Sulu en casa. - El piloto había pedido una excedencia, ausentándose temporalmente de su puesto como instructor en la Academia. Alguien tenía que ocuparse del niño y de Pavel.


 - Vamos, ichiban. *(número uno) – Sulu le cogió una mano para llevarle dentro. - ¿Dónde están tus pantalones?


 - Niet! *(no) ¡No quiero pantalones, me gusta ir fresquito! - Se revolvió soltándose y lanzándose a los brazos de su padre. - Y tú no te vas, papá. ¡Vamos a jugar! Da? *(sí)


        Hasta la cocina llegaron los gritos, Anton había cogido un buen berrinche viendo a su padre subir al coche de su abuelo. Sulu no podía tomarlo en brazos, el niño pataleaba y corría como un loco por todo el jardín, sin dejar de chillar y llorar.


 - Niet! ¡Yo quiero a mi papá! Quiero que me lea un cuento, quiero jugar con papá... ¡Dedushka, *(abuelo) no te lleves a mi papá!


 - ¡Anton Sarek Singh Chekov! - El grito de Pavel retumbó en sus oídos, el ruso había hablado con su voz más grave y una cara de enfado que les dejó a todos paralizados por unos segundos. - Entra en casa ahora mismo y vístete. Dabai! *(vamos) Papá irá a trabajar, le veremos en el almuersso...


 - En la cena. - Le corrigió Sulu. - Venga, Anton, obedece a tu padre, no le hagas enfadar.


        El niño se sorbió la nariz, los mocos le colgaban camino de manchar la camiseta blanca, única prenda que llevaba puesta. Miró a su “papa” a los ojos y vio que no estaba bromeando, sería mejor hacer lo que decía.


 - Adiós, dedushka. Hasta la cena, papá. ¡Te quiero un gúgol! *(número, ver nota final) - Se despidió como había oído hacer alguna que otra vez a su padre, encogiendo los hombros y restregándose los ojos para secarse las lágrimas. - Sulu, ¿me das unos calzoncillos limpios? Los otros se me han manchado de popis.


 - ¿No te dio tiempo? ¿Otra vez? - El japonés le vio entrar a casa dando saltitos, aprovechando los segundos de libertad que le quedaban antes de que le embutiesen en unos pantalones. - Pasha...


        Se acercó a él para acariciar su mejilla, Jim arrancó el motor y se llevó a Khan al Cuartel General, al final sí que iban a llegar tarde.


 - Pasha, has estado genial. - Le dijo orgulloso de él.


 - No sé, moy drug... *(amigo mío) – Ladeó la cabeza perdiendo la vista en ninguna parte. - ¿No he gritado demasiado fuerte?


 - Eres el único al que hace caso cuando se pone así, ni Khan ni yo podemos domarle... pero tú... - Sonreía con sus ojos rasgados, apartándole los rizos de la frente en una caricia. - Dices su nombre completo y ¡zas! Solucionado.


 - Moy papa *(mi padre) me hassía lo mismo a mí. - Murmuró con cierta nostalgia. - “¡Pavel Andreievich Chekov!” Y lo que seguía, fuera lo que fuese, era una orden que había que cumplir. No me gustaba cuando me hablaba así.


 


                      Khan volvió a ajustarse el uniforme, Anton se le había tirado al cuello antes, en el jardín, desabrochando el último botón de la camisa. Se miraba en el espejo retrovisor del viejo Dodge de Jim, peleando para dejarlo como Pavel sin conseguirlo. Falta de costumbre. Además, y esto le pareció algo ridículo, tenía que reconocer que se encontraba bastante nervioso por su primer día.


 - Todo va a ir bien, amigo mío. - Jim lo había notado, le sonreía mientras conducía tomando ya la salida del residencial. - ¡Oye! ¡Menudo vozarrón el de Pavel! Antosha *(diminutivo ruso de Anton) se ha puesto firmes en un segundo.


 - Sí, sólo Pavel puede pararle en seco cuando entra en modo rabieta. - Rió entre dientes. - Jim, esperando la amnistía me he pasado la mayor parte del tiempo con él desde que nació, mi niño aprendió a caminar siguiéndome a todas partes por casa. Será duro para él no verme durante horas todos los días y... si me enviases a una misión lejos...


 - Ya le echas de menos, ¿verdad? - Le preguntó guiñándole un ojo.


 - Me duele el pecho. ¿Es normal? - Honestamente no lo sabía, nunca había sentido una emoción así, salvo cuando McCoy le criogenizó y tuvo que separarse de Pavel.


 - Tu pollito un día volará del nido, tienes que ir acostumbrándote. - Respondió con algo de cinismo.


 - ¿Qué quieres decir? - Le miró a los ojos, el azul brillaba con el sol de la mañana fijo en la carretera.


 - Nada, llevo diez meses sin ver a Amy más que en la pantalla del ordenador. - El rubio frunció los labios y la nariz en una mueca de fastidio. - ¡Bah! Es la vida, Khan... los niños crecen y se van, uno se hace más viejo, tiene nietos... ¿No estaba Antosha para comérselo con su colita al fresco?


        Se miraron el uno al otro y soltaron una gran carcajada. Poco a poco la risa se fue apagando, dejando paso a esa dulce tristeza que a veces causa el inevitable paso del tiempo.


 - ¡Ah, olvídalo, amigo! - Jim soltó el volante para tomarle la mano un momento. - Tu hijo tiene sólo tres años, te queda mucho por disfrutar hasta que abandone el nido, créeme.


 - Amy te envía saludos. - Le dijo con sus ojos azul hielo clavados en la cara del rubio. - Dice que deberías afeitarte, tu barba se está volviendo blanca. Y hacer algo de dieta, dejar las tortitas y las tostadas francesas...


 - ¿Me está viendo? ¿Ahora mismo? ¿A través de ti? - Khan asentía con sus hoyuelos marcados. - ¡Amanda Winona Nirshtoryehat S'chn T'gai Kirk! - Exclamó esperando que su hija le oyera. - Vuelve a casa pronto y cuídate mucho, mi precioso bebé.


 - Mensaje recibido, Jim. - Khan volvió la vista a la autovía, el tráfico a esa hora era bastante intenso, no era el momento de distraer al conductor. - Antes de cortar la comunicación, ha prometido regresar por tu cumpleaños.


 - ¡Bien! - Jim le dio un golpecito al volante con una gran sonrisa en los labios. - Lo del nombre completo no falla.


 - Se lo pusiste muy largo... - Se burló el sobrehumano entre risas.


 - No más largo que un gúgol. - Se defendió, recordando a Khan cuánto había dicho su polluelo que le quería.


 - Eso lo habrá oído de Pavel. - El sobrehumano tragó saliva mirándole de reojo, la camisa le apretaba la garganta. - No creo que Anton sepa ni lo que es.


 - Tal vez... - Jim hizo una mueca torciendo la boca hacia abajo. - Mi bebé discutía de física y matemáticas con Spock a los cuatro años, por eso sé qué narices es un gúgol, ve haciéndote a la idea. - Aprovechando el atasco al salir de la autovía, giró el rostro con una pícara sonrisa asomando entre la barba. Se avecinaba su disparo final. Incluso le apuntaba con su índice y el pulgar estirados. - ¡Y el tuyo, para colmo, es también un Chekov!


        Khan se coló el dedo corazón por el cuello de la camisa en un ademán exagerado. Se rascó la nuez con una fingida sonrisa en el rostro, muy despacio. El gesto mal disimulaba su disgusto por mucho que su nuevo jefe tuviera razón: Anton seguramente sí sabía lo que había dicho.


 


 


                                                         Spock le pidió que pusiera algo de música, estaba oscureciendo y aún quedaba un buen rato para llegar a la cabaña. La carretera estaba desierta, casi nadie la utilizaba ya; permanecía solitaria, testigo de otro tiempo, enmarcada entre enormes árboles a ambos lados. La conducción se le estaba antojando demasiado monótona. Su sa-telsu, *(esposo) sentado en el asiento de copiloto, pulsó unos botones en el salpicadero buscando algo que le apeteciera escuchar y no disgustase mucho a Bones, lo último que le oyó decir es que tenía sueño y de eso hacía media hora. La canción comenzaba con una guitarra acústica, suavemente, no le dio demasiado volumen. Miró por el espejo retrovisor, el médico sonreía con los ojos entornados y Jim empezó a cantar flojito la primera estrofa.


 - Cierro los ojos por un momento y el instante se fue. Todos mis sueños pasan delante de mis ojos, una curiosidad. Polvo en el viento, es todo lo que son.


        Su voz sonaba muy dulce, las palabras hacían volar los pensamientos hacia la mágica futilidad de la vida: un breve milagro, una casualidad. Todo proviene de El Gran Estallido, millones de millones de partículas que volaron en todas direcciones y conformaron el Universo. Qué gran fortuna que las suyas se uniesen para formarlos a los tres, coincidiendo en el mismo tiempo y espacio, para permitir así que se amaran durante toda una vida. Polvo en el viento, el eterno infinito y la inverosímil coincidencia de su existencia.


 - La misma vieja canción, una gota de agua en un mar infinito, todo lo que construimos se derrumba... aunque no queramos verlo. Polvo en el viento, es todo lo que somos.


        Spock conducía sin apartar la vista de la carretera, meditando en estas cosas, cuando Leonard se unió a Jim en la canción. Adoraba el sonido de sus voces juntas, cómo se rozaban y se entrelazaban sobre la melodía, igual que el vello de la barba de Jim en algunas zonas de sus cuerpos... Leonard cantaba una tercera *(tres notas) por debajo del rubio, acoplados ambos a la perfección, lo mismo que en el dormitorio. Aquel encantador sonido era una caricia para su vulcaniano sentido del oído tan fino, un verdadero placer.


 - Todo lo que somos es polvo en el viento...


       Jim miró al asiento de atrás al cantar las notas más agudas, su amante ocupaba casi todo el espacio, medio tumbado y con las piernas abiertas. Le sonreía, mirándolo con todo su amor en los ojos avellana, estirando los brazos rozaron sus dedos. El rubio volvió la cabeza y observó por la ventanilla a su izquierda, las primeras estrellas empezaban a brillar, titilando con sus destellos de plata en el aterciopelado añil del cielo de California. Suspiró soltando a Bones para dejar caer la mano sobre el muslo de Spock. Allí estaba, frente a sus ojos... tan sereno, conduciendo en absoluto silencio. Embelesado en su calmada expresión, Jim cantó los siguientes versos.


 - No te resistas, nada dura para siempre excepto la tierra y el cielo... se escapa, y todo tu dinero no podrá comprar un minuto más. Polvo en el viento, es todo lo que somos.


       Leonard entró a contratiempo repitiendo las últimas palabras de la canción, sí, polvo en el viento. Polvo de estrellas flotando en el Universo, unido milagrosamente en tres personas, tres seres completos con conciencia y capacidad de amar, tres almas inmortales creadas para estar juntas y ser una sola.


 - Estoy deseando llegar, ¿cuánto falta, Jim? - Preguntó el vulcano con inusual impaciencia a su marido, de pronto la imagen de una chimenea encendida y cojines sobre la alfombra, se había dibujado en su mente.


 - Gira a la derecha en el siguiente cruce, a partir de ahí... algo menos de unas cuarenta millas. - Respondió dejando que la canción empezase de nuevo en el reproductor, girando el cuello a su derecha y perdiendo la vista en las altas copas que rozaban el cielo cada vez más oscuro.


La luna está preciosa... - Murmuró Bones con los ojos fijos en la ventanilla del rubio.


 - Sí, como una perla solitaria flotando entre tinieblas. - Añadió él en un susurro.


 - ¿Puedes quitar esa música, Jim? - Le increpó alzando la voz. - ¡Por Dios! Es deprimente...


 - ¡Pero si te encanta! - Rió con su boca torcida.


 - Una vez, vale... dos seguidas, es demasiado. - Remató incorporándose hasta porpinarle un suave capirotazo.


      Spock giró el volante, tomando la curva con suavidad en el cruce.


 - Menos de cuarenta millas... - pensó para sus amantes, - ...y os tomaré a los dos junto al fuego. Mi sangre empieza a arder, t'hy'las.


 - ¿Por eso estabas empeñado en venir aquí? Tu Pon farr... ¡Claro! ¡Con razón hiciste venir a Jim del Cuartel General y nos secuestraste a los dos a medio día! ¿Cuántos llevamos ya los tres juntos? A ver... - El médico hacía cuentas de cabeza, por el rabillo del ojo le vio sonreír ligeramente. Los delgados labios se curvaban hacia arriba, en un gesto apenas perceptible que había aprendido a reconocer. - Vamos, duende, da tú la respuesta, lo estás deseando.


      El vulcano fue a decir algo pero Jim le interrumpió dejándolo con la boca abierta.


 - Creo que lo que ahora desea Spock es otra cosa, Bones. - Bromeó socarrón, palmeando con fuerza el muslo de su marido.


 - Será el cuarto desde que estamos juntos los tres, Leonard, el octavo para Jim. - Terminó por contestar, si algo detestaba Spock era dejar cuestiones sin responder. - Es cada tres años y medio, aproximadamente.


 - ¿Aproximadamente? - El rubio casi gritó su observación. - ¡Oh, cariño! ¿Quieres que conduzca yo? Me parece que se te está empezando a nublar la mente.


 - Es una tarea mecánica, puedo hacerla sin problemas. Ya estamos llegando, sa-telsu. *(esposo) – Argumentó con calma en la voz, aunque un brillo sospechoso llamó la atención de Jim en el fondo de los ojos negros.


 - Tu bestia... la veo en tus pupilas. - Declaró el rubio en un susurro. - ¡Oh, Spock! Amor mío...


 - Mi vida... - Leonard se había apoyado en el asiento del conductor. Con mucho tiento, el médico rozó la frente de su amante percibiendo el calor en su sangre.


       Los dedos de McCoy le acariciaban la punta de la oreja. Jim pasaba el índice y el corazón de la mano izquierda por el dorso de su derecha, una y otra vez. Ambos sabían qué debían hacer y actuaban en perfecta armonía, lo mismo que cuando cantaban a dúo. Spock tragó saliva, su bestia interior estaba a punto de despertar. Se encontró ansioso por devorar a sus dos amantes aquella misma noche, en el suelo de la cabaña, tendidos sobre unos cojines cerca del fuego encendido en la chimenea.


 


 


                                                      Al final resultó que Anton sabía perfectamente lo que le había dicho por la mañana, Khan pudo comprobarlo durante la cena cuando se lo preguntó. Se quedó boquiabierto al oírle decir que un gúgol era un número inimaginablemente grande, aproximadamente igual al factorial de setenta que también tiene ciento una cifras.


 - ¡Me lo como! - Exclamó Sulu con una enorme sonrisa dirigida al niño. - Mi pequeña rosa blanca... ¡Es un genio, mi ichiban! *(número uno)


 - Igualito que su “papa”. - Afirmó el sobrehumano mirando a Pavel a su lado. - Y ahora a cenar, cosita preciosa, no te distraigas y cómetelo todo.


 - ¿Qué tal tu primer día en el Cuartel General, violeta mía? - Se interesó Sulu por él.


 - Oh, Jim me ha hecho una de las suyas... - Refunfuñó. - ¿Recuerdas la reunión que te dije, la que no me permitió venir a comerme estos deliciosos filetes en el almuerzo? - Le sonreía con un guiño de sus ojos azul pálido lanzado a los rasgados y oscuros de su amante japonés. - Por la mañana me llamó a su despacho y me entregó un puñado de informes para ponerme al día sobre unos asuntos, luego dijo que se tomaba libre el fin de semana...


 - ¡Si hoy es miércoles! - Exclamó Pavel. - Con el tenedor, moy malen'kaya oshibka... *(bichito mío) – El niño, sentado a su lado, se cansaba de usarlo para comer, prefería las manos.


 - Lo sé, yo dije lo mismo y “privilegios del mando” fue la respuesta de Jim. - Pronunció las palabras imitando la retorcida sonrisa de comemierda de su jefe. - Así que se largó y allí me quedé, solo, delante de una comisión de estudio para la integración de la diversidad. - Pavel abría la boca a punto de preguntar. - Un verdadero rollo, no importa. Lo malo es que está formada en su mayor parte por tellaritas y andorianos, de las peores combinaciones de especies que he visto en mi larga vida.


 - Esta tarde me paressió ver a Spock cargando el viejo Dodge de Jim en su patio... - Recordó Pavel, mientras hablaba le pasaba una servilleta por las manos a Anton. El niño las tenía grasientas y chorreosas, se había rendido dejando los cubiertos a un lado del plato. - Estuve a punto de preguntarles a dónde iban pero discutía con Bones, no me paressió bien interrumpir. Le oí a McCoy dessir no sé qué de un secuestro.


 - Van a la cabaña del bosque, la que está cerca de El Capitán... a estas horas ya estarán allí. - Sulu se echó a reír, Khan miraba al ruso con los ojos abiertos como platos. - Spock me contó que había hecho planes para el fin de semana, creí que Jim te lo habría dicho.


 - ¿La misma cabaña del Yosemite en la que nosotros...? - El sobrehumano se mordió el labio, jamás hablaron de lo ocurrido en aquel lugar delante de Sulu.


 - ¿Te refieres a cuando a David le dio por imitar a su padre y escalar la montaña, y tú te ofreciste para acompañarle y cuidar de que no se cayera, como le pasó a Jim? - El japonés tomó al niño en brazos y se acercó al fregadero para lavarle. Las manos no era lo único que se había ensuciado al cenar. - Supongo que sí, no hay muchas de alquiler en el Parque Natural. ¿A qué viene el interés?


 - Soy su segundo al mando en Inteligencia, Hikaru. Se supone que debería saber dónde está Jim en cada momento. - Salió bien del paso. Khan volvió a guiñar un ojo, esta vez a su sonrojado marido. - Tranquilo, no creo que las paredes hablen de lo que hicimos allí con Amy y David. - Añadió usando el tel *(vínvulo) con Pavel.


 - Yebat! *(joder) – Susurró él con un escalofrío recorriéndole la espalda.


 - ¡No me mojes la nariz, Sulu! - Protestaba Anton retorciéndose en sus brazos, su tercer papá le estaba frotando toda la cara. - No me gusta... yebat!


 - ¡Anton! ¡No se dicen palabrotas! - Le reprendió el japonés de inmediato.


 - Si las disse en ruso tiene mi permiso. - Agregó Pavel acudiendo al rescate.


      Pronto las roncas y quebradizas risas de sus dos Chekov invadieron toda la cocina. Pavel había levantado al niño por los aires con su telequinesia, mientras Sulu saltaba intentando atraparlo de una pierna.


 - ¡Déjalo ya, Pasha! ¡Te he dicho un millón de veces que no hagas esto, es peligroso! - Le gritaba golpeándole en el brazo.


        Khan los miró a los tres con una dulce sonrisa que dejaba a la vista sus bonitos hoyuelos. Puede que su nuevo jefe, su viejo enemigo ahora amigo y abuelo de su hijo, le hubiera jugado una mala pasada en su primer día de trabajo, y que en ese preciso momento estuviera delante de la misma chimenea en una cabaña perdida en el bosque, haciendo, con Spock y Bones, lo mismo que él y Pavel habían hecho con sus hijos, David y Amy. El sobrehumano notó cómo, simultáneamente, se le erizaba el vello en la nuca y se le esponjaba el corazón en el pecho. Su nueva vida en la Tierra podría resultarle tremendamente extraña al tirano que una vez dominó más de cuarenta naciones, pero desde luego era sorprendente y muy divertida. La carcajada de Anton flotando sobre los gritos de Sulu y Pavel, era prueba fehaciente de ello, el sonido mismo de la felicidad.


 


 


                                                          El crepitar de la madera al quemarse en la chimenea y los jadeos y gemidos de sus dos t'hy'la, eran lo único que Spock podía distinguir en la silenciosa noche de los bosques del Yosemite. La sangre le latía furiosa en los oídos. Pon Farr, la bestia en su interior, le había nublado el conocimiento privándole de cualquier pensamiento lógico. Lo único que le regía ahora era el deseo.


          Deseo por Jim, su sa-telsu *(esposo), su t'hy'la. Y por Leonard, su amigo, su amante, también su t'hy'la. Tal y como había estado imaginando en el coche durante el trayecto, nada más llegar a la cabaña procuró encender el fuego... y no sólo en la chimenea. Necesitaba consumar la unión con ambos cuanto antes, la fiebre hacía que le doliesen los huesos y ya no tenía tanta resistencia como cuando era joven. Sonrió agradecido al verles desnudarse el uno al otro y, después, retirarle las prendas una a una con decenas de caricias sobre su acalorada piel.


 - Con calma, Spock... - Musitó Jim con una dulce sonrisa. - Tenemos toda la noche...


 - Todo el fin de semana, mi vida. - Añadió McCoy.


          Las palabras eran comprendidas por su mente racional pero el ardor en su interior buscaba otra cosa. En un arrebato se echó sobre Leonard, mordisqueándole el cuello y frotando su entrepierna con la del médico. El tacto duro le enardeció aún más y sentir las manos de Jim sujetándole los hombros... y luego rodeándole el pecho, mientras le acercaba su miembro a las suaves curvas que rematan la espalda... No, el fuego del volcán de Nibiru, que casi acabó con él hacía poco menos de veintisiete años, no era nada comparado con lo que latía en su corazón.


 - Ah, sa-telsu, weh-svi'udish... *(sí, esposo, más adentro) – Gemía fuera de control, tenerlo encima era algo que le hacía enloquecer.


 - ¡No aprietes tanto, Jim... ya pesas suficiente! - Se quejó McCoy, como de costumbre cada vez que le tocaba debajo.


          El médico se revolvió hasta lograr librarse del abrazo de Spock, dejando por un momento que Jim dominase la situación tomando a su marido desde atrás. Se sentó a contemplar el espectáculo, deteniéndose en observar cómo la piel verdosa de su amante se erizaba un poco más, cómo su rostro cambiaba con cada embate del rubio, los labios finos apretados, los párpados cerrados, los músculos de la espalda totalmente tensos. No pudo resistirse y acarició con sus dedos índice y corazón la columna de su amante, la sensación de suave terciopelo le hizo sonreír. Spock arqueaba cada vértebra bajo su contacto, dejando la cabeza levantada hacia atrás, permitiendo que Jim le agarrase del pelo y tirase con fuerza como si estuviera domando un potro salvaje.


 - ¡Eh, vaquero... no te emociones! - Le detuvo de repente, tomándolo por la cintura y tirando de él hasta tenderlo sobre los cojines en el suelo.


 - ¿Qué haces, Bones? - Gritó Jim furioso. - ¡Joder! Estaba a punto de...


 - Lo sé, por eso mismo. ¿Dónde ibas tú solo? - Le reprendió con cinismo.


      Antes de que protestase de nuevo, McCoy le mordió los labios y los acarició después colando la lengua en su boca. Jim sonreía perdido en sus ojos avellana, si su amigo debía recompensarlo de alguna forma... tenerle dentro sería la adecuada. Separando las piernas se dejó invadir por él.


 - Bonssy... mi amor... - Susurró entrelazando los dedos en el suave cabello castaño cuajado ya de canas. - Mío... mío...


 - T'hy'la... - La voz de Spock sonó ronca en su nuca. McCoy se relajó sabiendo que pronto se vería abordado por algo más duro que aquel sonido. - Kal-tor, dungi-sarlah nash-veh... *(con tu permiso, voy a entrar)


 - Adelante duende, estoy preparado. - Respondió en un susurro, inclinándose hacia Jim hasta que sus alientos se perdieron el uno en el otro.


 - Sí, nuestro océano... el vínculo está completo... - Pensó el rubio deshaciéndose de placer cuando sintió las mentes de sus amantes unidas a la suya.


          Tres cuerpos entrelazados en el más íntimo de los abrazos, tres almas inmortales unidas para siempre, rugiendo como un solo ser que regresa desde lo más profundo del espacio tiempo, de allí donde surgió durante el gran estallido. Ni los giros imprevisibles, ni las divisiones de los átomos, ni el oscuro azar que decide quién, dónde y cuándo: nada podría separarlos. Una sola certeza, la posibilidad de su existencia. Y como resultado, el baile de las estrellas en el Universo.


 - “K'lalatar prkori k'lalatar prnak'lirli” *(la infinita diversidad en sus infinitas combinaciones) - Pensó Spock y sintió vértigo, un bocado en el estómago que le hizo apartarse y detenerse por un momento.


       Leonard también lo había notado, volviéndose hacia él, le acarició la mejilla.


 - Te cedo el lugar, mi vida... Creo que Jim también lo está deseando. - Murmuró con una dulce sonrisa echándose sobre su costado.


 - Lesek, t'hy'la... - Le agradeció Spock tomando lo que su amante le ofrecía, a su esposo listo para recibirle. - Yeht, aitlu... ashayam. *(cierto, te deseo... mi amor)


        El rubio se dejaba abrazar con ímpetu por su esposo, le estaba penetrando como si no hubiese un mañana, nadando en el océano de su tel *(vínculo) con Bones a su lado. Las manos fuertes del médico le rozaban el pecho, tenía la cabeza apoyada en su muslo. Giró el cuello y allí estaba, el glorioso miembro de McCoy erguido y apuntando a sus labios.


 - ¡Oh, Bonssy... ven aquí y piérdete en mi boca! - Gimió rozando ya el glande con la punta de su traviesa lengua. No se detuvo hasta que el efecto velcro, entre su barba y el vello púbico, hizo acto de presencia.


 - ¡Ah, Jim! - La delicia de aquella caricia le estremeció, pellizcando los pezones del rubio le provocó un gemido gutural, tenía la boca llena.


        Dando un último empujón, Spock se derramó dentro de su esposo. Verle lamer el sexo de su amante le había excitado demasiado así que fue el primero en alcanzar la orilla. Se dejó caer sobre él, tenía que besarle. Le siguió Leonard. Nada más posar los labios el vulcano en los de Jim, su miembro quedó atrapado por ambas bocas y en un segundo se disparó, llenándolos a los dos de su semilla.


 - No puedo creer lo que ha pasado... - Susurró Jim limpiándose la cara, frotando la barba con la palma de su mano. Spock se había acurrucado en su pecho y Bones le miraba a los ojos, tendido a su lado.


 - Sí, ha estado bien... pero se notan los años ya... - Murmuró el doctor entre jadeos, acariciando la oreja del vulcano como le gustaba hacer. - Antes aguantábamos más.


        Jim sonrió. Escuchó, en silencio y completamente inmóvil, cómo las respiraciones de sus dos amantes se acoplaban tras un suspiro, descendiendo en ritmo progresivamente, hasta que ambos se quedaron, poco a poco, completamente dormidos.


        No dijo una palabra. Pensó que Bones tenía razón, los años no pasan en balde. Iba a cumplir cincuenta y uno en un par de meses. Se alegró únicamente porque Amy había prometido, a través de Khan aquella misma mañana, que le haría una visita para celebrarlo. Y no le importó demasiado, después de más de veintiséis años, en su octavo Pon Farr ya junto a su esposo, el cuarto que incluía a Bones, y por vez primera desde que estaban juntos, el indiscutible hecho de haberse quedado a medias.


        Jim no pisó la orilla. Ni siquiera estaba cerca cuando el océano de su vínculo desapareció, esfumándose entre la niebla, en la oscuridad del sueño que se adueñó de las mentes de sus compañeros de cama. No se habían dado cuenta. El almirante, simplemente sonrió y no dijo nada.


 


 


                                                         No había tenido lo que se dice un buen primer día en la oficina. Jim le dejó tirado en la reunión después de presentarlo como su segundo al mando, cargado de trabajo administrativo y teniendo que soportar cuatro tediosas horas de discusiones absurdas entre andorianos y tellaritas. Y todo porque el rubio era el condenado Almirante de Inteligencia, el “mandamás”, su jefe... cuando él podría haber hecho añicos todo el maldito edificio sólo con pulsar un botón de la nave de asalto que robó... ¿hacía más de veintiséis años, ya? Bueno, él solamente había pasado ocho despierto.


         El sobrehumano supo dominar su ira. Razonar con los porcino-humanoides y los hombres azules de antenas en la cabeza, casi le hizo perder los nervios pero ver su propio reflejo en uno de los grandes ventanales de la sala de juntas le hizo recapacitar. Era otro hombre, uno muy distinto a aquél que disparó contra las mismas cristaleras matando, sin querer, al venerable Christopher Pike. Un hombre nuevo, profundamente cambiado y sumamente afortunado, la verdad, pues... aquella misma noche, Sulu no dejaba de empujar en su interior sintiendo gozar a Pavel del otro lado. Cómo su amante japonés sabía dar en aquel punto exacto, donde las terminaciones nerviosas lanzaban impulsos que le recorrían la columna hasta el cerebro. Y cómo Pavel gemía y gritaba de placer con cada embate, brazos, manos, piernas, lenguas y labios acariciando todo a su paso.


         Estaba a punto, lo supo porque su trisquel se iluminó brillando por encima del rostro de su marido, haciendo que los ojos aguamarina reflejaran aquella luz tan pura que le salía del corazón. Sintió la respiración de Hikaru deteniéndose en seco sobre su nuca, sabía que estaba conteniendo el aliento antes de gemir contra su cuello, vaciándose por entero en su interior. Se derramó con él y supo que su t'hy'la, su muzh, *(esposo) también lo había hecho, por lo que acostumbraba a gritar en esas ocasiones.


 - Ah, ya konchil! *(terminé)


 - ¡Se dice “ya zakonchil”, *(he terminado) papa! - La voz chillona de Anton les llegaba desde el fondo del pasillo. - ¿Quieres que te lleve una toallita?


 - Niet, spasiba moy syn! *(no, gracias hijo mío) – Gritó saliendo de la prisión de los cuerpos de sus amantes, incorporándose sobre la cama en un repullo y cerrando el pestillo de la puerta con su telequinesia. - Dessididamente tenemos que insonorissar la habitassión. ¡A dormir, Anton! - Le chilló autoritario.


 - Mañana, Pasha... - Sulu le abrazó atrayéndolo hacia sí, acurrucándose después a su espalda. - Ahora quiero dormir... ven aquí.


      Khan rió entre dientes, soportando que las rodillas de su marido se le clavaran en el costado. Luego se amoldó a su cuerpo, dejando que le pasara una pierna por encima, besando sus labios una y otra y otra vez, hasta que llegó el acostumbrado susurro de Hikaru desde el otro lado.


 - Mi rosa, mi violeta... Oyasuminasai. *(buenas noches) – Se despedía cayendo rendido al sueño.


 - Moy drug... *(amigo mío) – Respondía Pavel, como siempre, en un murmullo. - Ya tebya lyublyu. *(te quiero)


 - Y yo os quiero un gúgol... a los dos. - Musitó con una sonrisa que le marcó los hoyuelos. No podría ser más feliz en otro Universo. Ni en un millón de años, ni en un gúgol.


 

Notas finales:

Un gúgol *(10 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000)

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.


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