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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

En opinión de Jim y Bones, se trata de la mejor frase vulcana de la Historia. Siempre es una alegría oírsela decir a Spock. Sobre todo si lo hace con esa voz rugosa, áspera y tan sexy que se le pone cuando quiere algo...

 


EL-TOR ABRUN NASH-VEH


 


                                                                                            Era miércoles y estaba disfrutando de una perfecta tarde de compras en el centro comercial cercano al residencial, privilegios de ser su propio jefe. A Jim le agradó caminar por los pasillos colgado del brazo de su marido, llevaba una enorme lista en el bolsillo y la tarjeta repleta de créditos que malgastar. Se acercaban las Saturnales, lo que los cristianos conocen como Navidad, los judíos como Hanukkah y los bajoranos como Festival Peldor o Festival de la Gratitud.


 - No deja de ser curioso, Spock. - Conversaban relajados, recorriendo los lineales de ropa para niños y echando un vistazo a los jerseys, habían pensado en uno simpático con motivos navideños como regalo para el pequeño Anton. - El Peldor es la misma celebración que los humanos festejamos en el solsticio de verano sólo que los bajoranos lo hacen en el de invierno, seguramente porque sus veranos son demasiado calurosos y sus inviernos mucho más suaves que los nuestros.


 - Pese a la similitud de los rituales que en ambos festejos se realizan, la celebración no es la misma, sa-telsu. *(esposo) – Le corrigió una vez más con su calmado tono de sabelotodo.


 - Oh, claro. En la Tierra no encontraría ramas de bateret para quemar, ese árbol solamente crece en Bajor... - Jim sacó de su percha un jersey que le pareció encantador, tejido en lana azul cobalto con copos de nieve en blanco sobre el pecho y las mangas, los colores resaltarían los preciosos ojos de su nieto. - Pero por lo demás es lo mismo, Spock. Los bajoranos hacen hogueras en la playa o junto a un río, escriben en un papel los problemas que uno quiere que desaparezcan y luego los queman. ¿No te resulta todo eso familiar? “Curiosamente” familiar, Spock.


 - Por San Juan los humanos tenéis la costumbre de escribir vuestros deseos, no vuestros problemas, aunque bien es cierto que el simbolismo del fuego en ambos festejos posee una significativa semejanza que... - El vulcano acomodó el jersey azul en el carrito de compra que empujaba y sonrió dejando que Jim volviera a colgar de su brazo, también era de su agrado. - Que únicamente obedece a la parte ilógica que tienen en común todas las religiones, incluida la mía: la magia de la espiritualidad. El jersey le va a gustar mucho a Anton. Sobre la simbología, es sabido que el fuego purifica, se deshace del mal y por tanto atrae lo bueno.


 - Ya, ya... - El rubio meneó la cabeza de lado a lado, como siempre su marido trataba de imponer la lógica. - Sólo he dicho que es curioso que la misma fiesta se celebre en ambos solsticios. ¿No puedes admitirlo?


 - Los solsticios terrestres no coinciden con los bajoranos. - Evidentemente no podía. Le encantaba discutir así, por nada, suavemente, como las ruedas de goma del carro de compra deslizándose sobre la pulida superficie que era el suelo del centro comercial. - Como Almirante de Inteligencia que eres, ashal-veh, *(querido) estoy seguro de que conoces ese hecho.


 - Spock... - Jim, con un suspiro de hastío, se pasó la mano por la cara desde la frente hasta la barba, que acabó rascando mientras dibujaba una pícara sonrisa en los labios. - Si hay bajoranos en la Tierra, y estoy seguro que debe haber unos cuantos, la misma fiesta se celebrará en el solsticio de verano y en el de invierno.


 - En verano habrá más afluencia. - Comentó al fin dándole la razón.


 - Sí, eso seguro. - Jim rió con una breve y sonora carcajada. - Además es más práctico a la hora de saltar la hoguera en la playa y correr al agua a darse un baño.


 - ¿Has tachado a Anton? - Le consultó sobre su lista. - ¿Quién es el siguiente?


          Jim se detuvo un momento para comprobar el pad que guardaba en su bolsillo. Pasando los dedos por la pantalla eliminó a su nieto de la lista de regalos pendientes y observó encantado que era el turno de Bones. ¿Qué le comprarían?


 - Tu “t'hy'la”, maridito mío... y me refiero a tu “otro” t'hy'la, no a mí. Al que siempre te llama “mi vida”... - Dijo con tono burlón, sacando morritos y forzándole a darle un beso allí mismo, delante de todo el mundo.


 - Leonard... bien. - Spock cedió dándole un breve y pudoroso pico, probando que una pareja mixta y homosexual seguía llamando la atención de los terrícolas... o tal vez simplemente alguien les había reconocido. De pronto se sintió objeto de todas las miradas. - ¿Algo de música para nuestro amado doctor?


          Al rubio le pareció bien. Bones siempre ha tenido buen oído, le encanta la música. Ahora sólo quedaba encontrar algo que le gustase de verdad, algo especial. Guardó de nuevo el pad en el bolsillo trasero de su pantalón y regresó a su lugar aquella tarde, colgado del brazo derecho de su apuesto marido.


 - Tengo otra semejanza curiosa. - Jim, de camino a la sección de música, quería seguir con su conversación. El tema no era lo importante sino cuantas veces sería capaz Spock de contradecirle antes de acabar dándole la razón. - La tradición bajorana de “el tiempo de la limpieza” y el ramadán de los musulmanes son la misma cosa.


 - De nuevo no hay coincidencia temporal. - El vulcano levantó su ceja y miró de reojo la boca de su esposo, una lengua traviesa acababa de asomar para dejar la carne humedecida. - El calendario musulmán es lunar y el bajorano solar, por no mencionar que estamos hablando de dos sistemas planetarios diferentes.


 - Yo me refería a lo del ayuno... - Jim se detuvo ante unos antiquísimos discos compactos que contenían música clásica, adoraba las reliquias igual que Bones, que acababa de hacerse instalar un viejo reproductor digital en la furgoneta. - Son la misma fiesta.


 - No es demasiado festivo privarse de alimento durante un mes. - Argumentó el vulcano apartando el carro a un lado del pasiillo, poniendo los ojos en blanco cuando la pareja heterosexual de humanos que venía detrás, observándoles todo el tiempo, no tuvo más remedio que adelantarles.


 - Veamos... ¿Quieres más pruebas? - Jim tomó, aparentemente al azar, uno de los brillantes cd's envueltos en cajitas rectangulares con llamativas fotografías en sus portadas. Sabía bien que estaba allí, hacía una semana que le tenía echado el ojo. - Un mes, treinta días de ayuno, Spock. Ahí tienes tu coincidencia temporal. Ni bajoranos ni musulmanes pueden comer nada hasta después de la puesta de sol. ¿Sabes? Creo que es mejor cuando esas celebraciones coinciden en invierno. ¿No te parece?


 - Sí, los días de verano son demasiado largos lo cual implica más horas de ayuno. - Spock leyó atentamente la carátula del disco y dejó que las comisuras de sus labios se elevaran imperceptiblemente, sólo para los ojos de su sa-telsu. *(esposo) – Tienes razón, son la misma fiesta. Y por supuesto en tu elección. Bach, a Leonard le complacerá, échalo en el carrito.


          El rubio volvió a sonreír satisfecho, la suerte esa tarde fluía como un fresco riachuelo. No les costaba demasiado dar con los regalos adecuados, sólo tenían que dejarse llevar por la corriente. Cuando llegó el turno de Khan lo tuvieron claro: una botella de Macallan, el mejor whisky de malta del mundo. Escocés, como mandan los cánones.


 - Un momento. ¿Esto no le sentará mal a Scotty? - Jim dudó viendo la botella en las manos de Spock. - Igual ese viejo protoboard que encontraste en los sótanos de la Academia no es suficiente regalo para él, a lo mejor prefiere una de éstas. - Susurró las últimas palabras acariciando la negra etiqueta pegada al vidrio.


 - Es toda una reliquia, al limpiacristales le va a gustar mucho. - Podía imaginar la cara de satisfacción del ingeniero cuando recibiera su presente.


 - ¿Más que el Macallan? - Jim tomó otra botella del estante. - Mira, primero le damos el tablero y si pone esa sonrisa tensa tan suya... pues le añadimos el whisky y ya está.


 - ¿Y a Khan no le parecerá entonces que su regalo es inferior? - Se preguntó levantando las cejas puntiagudas.


 - Bien, cambio de planes. Scott no tiene que estar delante, ¿verdad? - Jim suspiró cerrando los ojos un segundo, su marido le miraba con esa expresión tan familiar de no terminar de comprender lo que le estaba diciendo. - Iremos a almorzar a casa de Nyota el domingo, hombre. Aprovecharemos para darle su regalo. La cena en casa de Sulu es el sábado, Khan no tiene que enterarse.


 - Pero... ¿y si Montgomery se emociona de verdad con el protoboard? - El vulcano conocía bien a su viejo amigo, la tabla de conexiones que se utilizaba para montar componentes electrónicos a principios del siglo veintiuno, sería una valiosa pieza para el ingeniero. - Nada de sonrisas tensas, Jim. Yo espero un sincero agradecimiento.


 - Entonces no haría falta que le regalásemos el whisky. - Lo había vuelto a hacer, si le daba la razón se saldría con la suya. - Esta pequeña se quedará en casa, ya le buscaré yo un hueco.


          Spock calculó que la posibilidad de que ese hueco fuese el estómago de su marido rondaba el noventa y siete por ciento, más que nada por la forma que tuvo de lamer de nuevo sus labios guardando el par de botellas entre los demás objetos del carrito.


 - El protoboard será del agrado de nuestro viejo amigo, sa-telsu, pero si llevas la botella a casa de los Scott o a casa de Sulu, despídete de ella. - Spock le sujetaba la cintura rodeándola con su largo brazo, atrayéndolo hacia sí buscó tener más cerca aquella boca. - Tanto Khan como Montgomery aprecian el sabor del buen whisky escocés.


 - Entonces una para Khan y otra para mí. - Murmuró dejando asomar la punta de su traviesa lengua.


 - Sí, estoy de acuerdo. - Comentó posando ya los labios sobre los de su amado, dejando que su dulce miel le llenase la boca.


          Un carraspeo a su espalda les interrumpió, entre los dos abrazados y el carrito atravesado y atestado de cosas, tenían el pasillo de los licores bloqueado. Dos matrimonios, un anciano y tres jóvenes esperaban pacientemente a que terminasen con aquella muestra pública de cariño para escoger sus bebidas favoritas. Spock abrió la boca como para pedir disculpas pero Jim había echado ya a caminar moviendo sensualmente sus caderas, el vulcano se limitó a seguirlo empujando el carro sin apartar la vista de aquel trasero tan duro y redondeado que daban ganas de pellizcar.


 - ¡Bueno...! Amy ya está, también Nyota, Carol y St. John, David... Peter y Alex... ¡Pues quedan Pavel y Sulu! - Había vuelto a consultar su pad, al sacarlo del bolsillo se levantó sin querer la camiseta roja por detrás quedando un trocito de su tatuaje al descubierto. - Sulu primero, vamos a la sección de jardinería. Es allí, junto a las cosas de bricolaje.


 - ¿No irás a comprarle otro juego de palas y rastrillos como el año pasado? - Spock no apartaba los ojos de las letras vulcanas que asomaban marcadas para siempre sobre la sonrosada piel.


 - Nada de eso, busco una jardinera. - Respondió ignorando aquella mirada casi lasciva, caminando unos pasos por delante de su marido.


 - No creo que eso les haga gracia a Pavel y a Khan. - Argumentó Spock, cogiendo al pasar por el lineal de galletas unos palitos con chocolate negro en la punta que le volvían loco. - Regalarle una mujer a Sulu, por mucho que ésta comparta su afición por la jardinería, no estaría bien.


 - ¿Qué? ¡No una mujer jardinera, por todos los dioses! - Jim se dio media vuelta para mirar a su esposo con el ceño fruncido. - Me refería a un macetero grande, uno donde pueda sembrar las semillas que le traje de Rigel III. - Se explicó. Entonces atisbó un amago de risita reprimida en los finos labios vulcanianos. - Espera... ¿has hecho una broma, Spock?


 - Si has de preguntar es que no tenía gracia. Ésta le irá bien. - Agachándose tomó de la parte inferior de las estanterías una bonita jardinera de cerámica, decorada con motivos japoneses. - ¿Qué flores esperas que broten de esas semillas, Jim?


 - Muchas, de todos los colores y las más exóticas fragancias... - Jim asentía sonriente, alabando el buen gusto de su marido al elegir. - Pero principalmente blancas y violetas.


 - Le gustará. Son sus colores preferidos. - No comprendió por qué Jim acababa de guiñarle un ojo y ahora reía con una breve carcajada, pero estaba más que acostumbrado a perderse algunos chistes así que no le dio importancia. - Borra a Sulu de la lista.


 - Le toca a Pavel... ¡mi niño! - Jim trotó hasta el final del pasillo principal y giró sobre sus talones buscando algo que pudiera llamar su atención. - ¿Qué se le puede regalar a un genio?


 - Calcetines. - Respondió rotundo, señalando la sección de textil por donde habían empezado su periplo aquella tarde. - Siempre va descalzo por casa y normalmente olvida ponerse zapatos para salir a la calle. Unos calcetines con suela reforzada le vendrán bien.


 - Es un regalo bastante simple, demasiado tradicional... y muy barato, ¿no crees? - Jim se había detenido por un momento a mirar la ropa interior femenina, el tacto de seda de unas braguitas carísimas le hipnotizó. - No me convence. - Masculló antes de seguir caminando por delante de Spock.


 - Independientemente de su valor económico, y sabes que Pavel no se fija en esas cosas, le gustarán. Son una buena idea. - Spock echó mano de la prenda que había llamado la atención de su sa-telsu sin que éste se diese cuenta, el tacto era muy sensual. - Sólo tenemos que encontrar unos lo suficientemente ridículos para que le hagan reír. ¿Has olvidado la clase de slips que suele llevar? Ositos, ranitas, pececillos...


 - Bueno, según tú a Scotty le va a encantar su protoboard, a Khan su whisky, a Nyota los zapatos que le compraste, que sigo pensando que serán una tortura para sus pobres pies, a Sulu la jardinera japonesa, a Anton su jersey de copitos de nieve y a Pavel esos bobos calcetines que aún no has encontrado. - Con los codos sobre el asa metálica del carro de compra, le miraba rebuscar entre montones de pares sueltos. El vulcano había echado el cuerpo hacia delante, hundiendo los brazos y la cabeza en el enorme cajón de calcetines que tenían en oferta. La postura hacía que su trasero se marcase bajo el pantalón gris de fina pana, por un segundo Jim deseó morderlo. - No sé, Spock, tengo la sensación de que quieres salir del centro comercial cuanto antes, todo te parece bien. ¿Acaso te aburres?


 - ¿Aburrirme? - Se incorporó con un respingo, empuñando su presa entre tanto calcetín: había dado con el par perfecto. - ¿Contigo? Ilógico. Tú jamás me aburres, Jim.


          El rubio se echó a reír a carcajadas, desde luego era el par de calcetines más ridículo que había visto en su vida. Con todos los colores del arco iris y... ¡dedos! ¡Tenían dedos con caritas sonrientes! Además de la suela reforzada con pequeñas motitas de goma que protegerían los pies si su niño olvidaba, como siempre, ponerse los zapatos para cruzar el jardín e ir a hacerle una visita.


 - En esto te doy la razón, mi amor. - Jim se acercó a su marido regalándole un poco más de la miel de sus labios, retirándose después con una bonita sonrisa. - A Pavel le van a encantar.


 - Deja que entre un momento al probador, hay algo que quiero ver cómo me sienta. - Spock lo apartó a un lado y le señaló el carrito. - No lo dejes por ahí tirado, Jim. La última vez lo perdimos y tuvimos que hacer toda la compra de nuevo.


 - Estaré aquí mismo. - Rió echándose sobre el asa de metal. - ¿Qué dices que te vas a probar? No llevas ropa.


 - ¿Quieres decir que estoy desnudo? - El vulcano se palpó el cuerpo haciendo evidente que iba vestido, el bolsillo de la chaqueta sonó a cartón aplastado.


 - No, que no llevas ninguna prenda para... - Jim había vuelto a picar, dos veces en una tarde. Desde luego su marido sabía sacar provecho a su cara de inocente vulcano. - Ah, Spock. Déjalo, el humor no es lo tuyo, créeme.


 


 - Jim... - Pasado un rato le llamó desde dentro del probador. - ¿Puedes venir un momento y decirme cómo me queda?


          Deslizó la pesada cortina de terciopelo gris y casi tuvo que recoger la mandíbula del suelo al ver a su marido, vestía las braguitas blancas de seda que antes tanto le habían llamado la atención. La mano se le fue sola a aquel provocativo trasero, el tacto era condenadamente sensual, sí. Un ligero rubor verdoso tiñó las mejillas del vulcano.


 - Guarda la caja, Jim. - Le sugirió señalándola tirada sobre la moqueta, junto a sus zapatillas deportivas. - Habrá que pagarlas.


 - ¿No vas a quitártelas? - Preguntó entre risas viendo como Spock se subía ya los pantalones.


 - Estoy cómodo, las encuentro confortables. - Respondió juguetón meneando las caderas, doblando luego una rodilla para clavarla en el suelo mientras se calzaba el pie contrario. - Me las llevaré puestas. Nos vamos ya, ¿yeht? *(verdad)


 - Ahora mismo, pagamos y nos vamos a casa. - Sintió verdadera impaciencia por salir del centro comercial, Spock también sabía salirse con la suya.


          De pronto comprendió por qué su marido se había quejado antes, cuando le propuso salir de compras al ir a recogerle al Cuartel General. Hay formas mejores de pasar una tarde libre de miércoles, tal-kam. *(querido)


 - Ah, cuando Bonssy te vea con eso puesto... te vamos a... - Estaba literalmente babeando. La estampa de su esposo, llevando únicamente las bragas blancas de seda que apenas le cubrían la nalga, le tenía con la boca llena de saliva.


 - ¿Qué me haréis? - Deseó saber, el placer se anticipaba por segundos.


 - ¡Ni te lo imaginas! Yo me lo estoy imaginando y... - Miró abajo, a su propia entrepierna, notaba una ligera presión allí. - Vamos, aún hay que pasar por caja y meter todo esto en el coche. - Le apremió.


 - En la furgoneta de Leonard cabrá perfectamente, no habrá problema. - Susurró Spock tomándolo del brazo y llevándole hacia la fila de cajas.


 - ¡Oh, por eso le pediste el coche a Bones esta mañana! Pero qué previsor eres... cariño. - Alabó palmeándole el trasero.


 - Mmm... - Gimió Spock. Medio centro comercial les estaba mirando.


 


                  La cara de la empleada que les ayudó a empaquetar la compra, al ver que la caja de las braguitas estaba vacía, fue de susto al principio. Luego de pura y roja vergüenza cuando Jim le dijo que no hacía falta que fuesen a buscar otra: nadie había robado aquella prenda íntima tan cara.


 - Mi marido las lleva puestas. - Murmuró. - Es un capricho.


          El guiño de sus ojos azules no hizo sino volver más colorado el rostro de la cajera. A su espalda escuchó unas risas, el matrimonio de antes, en la sección de música, hacía cola para pagar justo detrás de ellos. Spock empezaba a sentir calor, sus mejillas se tornaron algo verdosas. Jim pasó su tarjeta y marcó el código de seguridad en la máquina, ni siquiera esperó a que la empleada le diese el tique de compra, no pensaba devolver nada de lo que llevaban. Tenía prisa por salir de allí.


 


                 Apenas pudo soltar los paquetes sobre el techo del vehículo. En cuanto Spock abrió la puerta del conductor, Jim se abalanzó sobre él buscando meterle mano por debajo de la cinturilla, hundiendo los dedos hasta rozar la suavidad de la seda que envolvía sus partes. Spock, contrariamente a lo que dictaban la lógica y el pudor en semejantes circunstancias, se dejó hacer. Y no sólo eso, sino que acabó empujando a su marido sobre la puerta corredera de la furgoneta. Aprovechando que entre la hoja abierta de la del conductor y una columna estratégicamente situada a su derecha, ambos se encontraban a cubierto de las miradas del resto de clientes que, ajetreados, iban y venían en sus compras navideñas, el vulcano se dispuso a devorarle allí mismo, dejándose apretar las nalgas por dentro de los pantalones mientras lo hacía.


          El beso se dibujó cuello arriba, desde el borde de la camiseta roja en la clavícula hasta el lóbulo de la oreja de Jim; el roce de su flequillo negro sobre la erizada piel le provocó cosquillas pero las palabras que susurró allí cortaron su risa causándole un repentino estupor: “El-tor abrun nash-veh...” *(te libraré de tu erección) ¡La mejor frase vulcana de todos los tiempos! Pero ¿en serio? ¿Allí? ¿En el maldito aparcamiento del centro comercial? Le tenía de espaldas contra la furgoneta de Bones con el techo cargado de paquetes... sin embargo saber que podían ser sorprendidos en cualquier momento le excitó y, de todos modos, Spock ya se había puesto de rodillas.


 - Jim... - Musitó con dulzura. El vulcano se había incorporado un poco, buscando dentro de una de las bolsas que había dejado en el asiento del conductor, dio con el regalo de Leonard entregándoselo a su esposo. - Ábrelo y haz que suene el corte número tres.


 - ¿Qué? ¿Ahora? - El rubio no entendía nada. En un minuto le tenía contra las cuerdas, esperando ansioso su boca, y al siguiente le pedía... ¿que pusiera música? - ¿Quieres ahogar los gemidos? Mejor vayámonos a casa, esto es una locura.


 - Jim... - El nombre en sus labios fue pronunciado con voz grave y áspera esta vez. - Haz que suene Bach y te daré lo que quieres... lo que esperas... lo que tanto necesitas.


          Como la erección en su entrepierna era más que evidente, el rubio almirante no tuvo más remedio que hacer lo que su esposo le pedía. Acabó pelando con los dientes el ajustadísimo plástico que envolvía el disco compacto. Abrió la funda rectangular y extrajo con sumo cuidado el círculo plateado y brillante que le deslumbró, un coche salía del aparcamiento subterráneo y la luz de su faro se reflejó en la superficie pulida por un breve instante.


 - El corte número tres... - Farfulló sentado de lado ante el volante, pulsando los botones del viejo reproductor y ajustando el volumen. El dulce sonido de un violonchelo bien tocado le envolvió los sentidos haciéndole sonreír, había reconocido la pieza. También era una de sus favoritas. - Preludio de la Suite para violonchelo número uno en sol mayor...


 - La conozco desde que era un adolescente. - Spock arrastro a Jim hasta sacar su cuerpo de la furgoneta, echándolo otra vez, con la misma violencia, sobre el lateral del vehículo detrás de la columna. - Para mí este tema representa un orgasmo, te lo demostraré.


          El sencillo comienzo de arpegios en semicorcheas no le sugería en absoluto lo que había mencionado su marido. Aun así, Jim se preparó para intentar comprender tan peculiar opinión sobre una pieza musical barroca cuando Spock dobló sus rodillas, dando con ellas en el suelo de hormigón, igual que si estuviese adorando a uno de sus dioses en el santuario del Monte Seleya. Con sus hábiles dedos, el vulcano se deshizo de la hebilla del cinturón apartándola a un lado y desabrochó con delicada lentitud cada uno de los botones de la bragueta de su esposo, tirando un poco del vaquero hacia abajo después. Acercando allí su frente rozó con toda su cara el abultado paquete, ejerciendo presión con su nariz, acariciando el miembro con la mejilla y exhalando un cálido aliento al rodear una punta que pujaba por salir, aproximando más aún su boca a la tela del slip humedecido.


          Jim echó la cabeza hacia atrás en un acto reflejo, cerrando los ojos cuando las manos de su marido retiraron la ropa interior y el miembro asomó libre y orgulloso; llegó a golpearse contra el negro metal de la furgoneta al sentir su boca, pero ni se enteró. Tragó saliva, Spock pudo verlo desde allí abajo. El toque de la coronilla de su sa-telsu con la puerta corredera había llamado su atención y levantó la mirada sin dejar de hacer su trabajo. La nuez de Jim tembló unos segundos por debajo del nacimiento de la barba. El vulcano se sintió fascinado con aquel simple gesto, tan humano y tan hermoso. Con su fino oído vulcano notó cómo la respiración de su sa-telsu se acompasaba al ritmo de la música, definitivamente estaba haciéndole captar la esencia de aquella demostración.


          En la parte central del preludio, un bello arpegio ascendente viene a morir en un calderón. Jim advirtió la pausa en la deliciosa tarea de Spock durante la nota limpiamente sostenida y bajó la mirada buscando sus ojos. Los halló negros como dos pozos sin fondo, brillantes como una noche estrellada. Continuaron mirándose el uno al otro durante los compases de tránsito que desembocan en un pasaje de bariolage, técnica practicada por los instrumentos de arco que supone una rápida alternancia entre una nota estática y una que cambia, creando una melodía por encima o por debajo de la primera. Jim descubrió la increíble habilidad de su esposo al aplicar a su labor las variaciones que se iban produciendo en la tonada.


          Al oír las notas más graves al almirante le pareció escuchar algo más, una especie de gemido gutural que indudablemente brotaba de la garganta de Spock. ¿Estaba apretando demasiado? Porque después de sentir la lengua viajar por toda la piel de su sexo, trazando al par de la música infinidad de rutas inesperadas y calientes, tan calientes... Jim se abandonó a la profundidad de aquel abismo. El siguente pasaje de punto de pedal en re, nota prolongada que armonizaba a la perfección con la tonalidad en sol mayor de la pieza, fue vibrantemente interpretado por Spock que no dejaba de “soplar” su flauta mágica. La ascensión cromática que seguía provocó una considerable tensión dramática. Sintiendo el choque con la pared interior de la boca de Spock en cada embate, perdió el control de sí mismo y le agarró del pelo. La mano derecha del vulcano se entrelazó con la suya apartándola de allí, calmándole, aferrándose ambos a los dedos del otro para contrarrestar el vértigo que sentían. Con la izquierda, Spock le sujetaba las caderas procurando controlar así el movimiento.


          Tenía que hacerlo. Se acercaba el final del preludio y debía demostrar su teoría. Las escalas emitidas por el chelo eran caricias de sus labios, de su nariz que buscaba apretar por debajo de la ingle. La cabeza del vulcano oscilaba arriba y abajo, con ligereza pero sin dejar nada por atender. En los compases finales del primer movimiento de la Suite se libera parte de la tensión acumulada hasta el momento. La fina línea oscura que nace en el escroto se frunció al sentir el contacto de la húmeda lengua que la recorría por entero, cuando llegó al capullo Spock saboreó una gota blanquecina de la miel más dulce de su esposo. Eso hizo que Jim gimiera de placer. De nuevo había estado mirándole hacer, embelesado con aquella virtuosa interpretación. El-tor abrun nash-veh, dijiste... pensó utilizando el tel *(vínculo) y su esposo se aplicó en cumplir con su promesa.


          El preludio terminó. El movimiento acaba de forma brillante con un amplio acorde. Jim había alcanzado el clímax. Spock se puso en pie permaneciendo inmóvil ante su adorado sa-telsu. Le observaba con expresión neutra, esperando que diese su opinión al respecto.


 - Han sido los tres minutos más deliciosos que me has regalado nunca. - Murmuró recuperando el aliento y subiéndose los pantalones. - Tenías razón, ¡ese tema es un maldito orgasmo!


 - Dos minutos, treinta y siete segundos para ser exactos. - Le corrigió como era su costumbre.


          Spock sintió cómo las comisuras de su propia boca se elevaban misteriosamente en una tímida sonrisa. Jim había estirado el brazo para limpiar, con la palma de la mano, unos restos de semen sobre su chaqueta gris de punto. Luego se le acercó unos centímetros, rozando la nariz con la suya, y le besó en los labios acariciándole el mentón con la barba. Fue dulce, todo miel y agradecimiento. Jim dejó que Spock le levantase la camiseta y pasara los dedos sobre el tatuaje. Las bellas letras vulcanas que rematan la espalda del rubio, de formas redondeadas y escritas en vertical, fueron acariciadas minuciosamente de una en una. El flequillo de su marido volvía a hacerle cosquillas en el cuello; agarrado a su trasero con ambas manos, Jim se echó a reír.


 - ¿Nos vamos a casa, Spock? - Susurró a su oído torciendo la boca con una pícara sonrisa. - Bones sale de su trabajo en el hospital dentro de media hora. ¡Me muero por ver su cara cuando te vea con esto puesto! - Añadió soltando una carcajada y tirando del elástico de las braquitas que vestía su marido.


 - ¡Ay, ashayam! *(amado) – Se quejó dando un paso atrás al sentir el latigazo de la prenda, alejando de su ropa interior aquella inquieta mano de explorador. - Eso molesta, taluhk. *(precioso)


          El vulcano bajó los paquetes del techo y los colocó en la parte de atrás de la furgoneta. Jim ya estaba sentado al volante, peleando por volver a meter el disco compacto en su envoltorio. No había caso, estaba destrozado por las prisas al abrirlo; tendrían que explicarle a Leonard por qué habían estrenado su regalo de saturnales antes de dárselo siquiera. Cerrando la puerta corredera Spock observó unas gotas blancas que salpicaban el suelo de hormigón. El Preludio de Bach era exactamente lo que él pensaba que era y su sa-telsu le había dado la razón. El sonido estridente del claxon le sacó de su ensimismamiento, Jim estaba impaciente otra vez.


 - Ya voy, ashau... *(amor) – Respondió cerrando la puerta del conductor y dando la vuelta por delante para sentarse en el asiento de copiloto. - Volvamos a casa.


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.

¿Ni un mísero comentario? ¡Ah, venga ya! ¿Tengo que suplicar?

Porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa... - se detiene para tomar aliento y sigue hasta morir, - porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa, porfa...


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