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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Séptimo capítulo de esta nueva OVA de EXTRAS, la continuación de T'HY'LA.


Oh, el glorioso fuego del amor al que siempre han cantado los poetas, puede llegar a consumirnos por entero. Si no somos correspondidos, si no hallamos en el otro alimento a nuestras llamas, el amor se apaga poco a poco y, donde ayer hubo una hoguera, hoy ya sólo quedan brasas.

MOMENTOS EN LA NÉBULA


VII – Un ascua diminuta que se apaga


 


                                                              Ni Khan ni el pequeño Anton sabían nada de los cinco espectadores que se habían acoplado al fondo de la lanzadera. Apoyados unos sobre otros, amontonados en el asiento trasero, procuraban ocupar el mínimo espacio posible haciendo imperceptible su presencia.


 - No pueden escucharnos ni vernos, ¿no es así? - Sam agitaba la mano a escasos milímetros de la cara de su tío Khan. - ¡Es increíble! - El moreno ni siquiera sintió su tacto cuando su sobrino le rozó la nariz. Aunque sí estornudó.


 


 - Salyut! - Le deseó el niño pronunciándolo en ruso, como había escuchado decir a Pavel cientos de veces. - Lo siento papá, es culpa mía. Me olvidé mi osito, quería dormir con él y ahora... los tres tendremos que pasar aquí la noche.


 - No importa, Anton. Misha cuidará de nosotros hasta que deje de soplar el viento. - Su padre le arropaba entre los brazos con su propia chaqueta, poniéndose lo más cómodo posible en la silla del copiloto que había abatido hacia atrás.


 - ¿Me cuentas un cuento? - Le pidió sacando el labio inferior en una súplica, abrazando su oso de peluche y con los ojos aguamarina encendidos como dos faros. Resultaba irresistible. - Pazhalsta, *(por favor) papá... El aire ahí fuera hace mucho ruido y me da miedo.


 


 - Siempre tan mimoso... ¿Saldrá igual de nenaza tu pequeño, a pesar de ser medio klingon? - Se burló George con una sonrisa de comemierda dirigida a los dos, a Jadzia y a su primo.


 - El Chekov está esperando, dijiste... - Repitió la mujer rosa. - ¿Qué espera el Chekov, hombre marcado? - Preguntó llamando así al klingon, por las marcas de su frente.


 - ¡Un bebé, so boba! - Gruñó Sam irritado ante la escasa inteligencia de aquella peculiar mujer. - ¿Es que no te enteras de nada?


 - Que no le hables así... - Le regañó George propinándole un nuevo puñetazo en el brazo.


 


 - Y echando la piedra al pozo conté para ver lo profundo que era... - La voz de Khan sonó por encima del lastimero gemido del médico, que se quejaba por el golpe. - Uno, dos, tres... y no se oía nada todavía, así que seguí contando. Cuatro... cinco... seis... - Su hijo le miraba embelesado, abrazado a su osito Misha estaba a punto de rendirse al sueño.


 


 - Creo que nunca tuvo que llegar hasta diez... - Murmuró el Anton adulto, restregando su espalda contra el pecho de Jadzia para ponerse cómodo. Su novio le tenía envuelto entre los brazos, se sentía seguro en su calidez y suspiró cerrando los ojos.


 - ¿Un bebé? ¡El Chekov espera la llegada de un pequeño Chekov! Eso es bueno... - Musitó la alienígena cediendo también al invisible abrazo de Morfeo, dejando caer la cabeza sobre el muslo de aquel humano de cabellos amarillos que siempre salía en su defensa.


          Y poco a poco, aquella frágil mente se durmió. El cuento de Khan, monótono y sin sentido, narrado con su voz grave y profunda y ese particular acento británico tan suyo, acabó por hacer su mágico efecto. Mirando por encima del hombro, George vio que Anton dormía como un tronco, mecido con la fuerte respiración de Jadzia.


 - Un hijo... Está esperando un hijo... - George le daba vueltas a aquello en la cabeza, se sentía como si la última nave de rescate acabase de partir y él se hubiera quedado en tierra, atrapado en un amor que jamás volvería a volar. - Un hijo de Jadzia. Eso ya es algo definitivo...


           Desde que ambos escaparon de la prisión cardassiana, hacía casi ocho años ya, una diminuta ascua se mantenía encendida en el corazón de George. Si bien Anton jamás le dio a entender tal cosa, el rubio albergaba una minúscula esperanza: que un día Jadzia desapareciese de sus vidas para así poder él ocupar su lugar junto a su primo. Una idea descabellada, un sinsentido que acababa de morir. Aquel bebé vino a apagar los rescoldos lanzando un cubo de agua helada sobre las brasas.


          No volvería a ser el amante de Anton, jamás. Ahora lo tenía bien claro, George suspiró con tristeza. Entonces miró hacia abajo y la vio, tan rosa y extraña, tan frágil allí dormida. No pudo evitar ceder ante el impulso de acariciar la cabeza de blancos cabellos que reposaba en su regazo. Introduciendo los dedos, descubrió que la inamovible media melena de la alienígena, impecablemente peinada a pesar de la tormenta de arena, era el pelo más suave y sedoso que había tocado en su vida.


 - ¿Será todo igual de delicioso en ella? - Se preguntó olvidando el asunto del embarazo de Anton, más interesado en su nueva amiga y cediendo frente al cansancio que inexorablemente le cerraba los párpados.


 - Ella dijo que toda la noche tal vez sería demasiado para un recuerdo... - Murmuró Sam, algo inquieto, echando la cabeza contra el respaldo del asiento trasero. Estaba demasiado agotado como para ir más allá y darse cuenta de la seria amenaza que encerraban aquellas palabras.


 - Un pequeño Chekov... - Musitó Jadzia recordando también lo que había dicho Laila, sosteniendo entre sus grandes manos el vientre de Anton. ¿Estaba más abultado que de costumbre o era impresión suya? De igual modo el klingon acabó por quedarse dormido abrazado a su estrella, escuchando, una vez más en su cabeza, la vieja y ñoña canción sobre lo profundo que es su mutuo amor.


 


 


                             En un momento diferente, muy lejos de la lanzadera y de Nuevo Vulcano, la intrépida capitana de la USS Reliant se sorprendía y se ruborizaba, a partes iguales, con el método que debían emplear para regresar a la Nébula. ¿Realmente era necesario que su forzado anfitrión la abrazase de aquella forma casi indecorosa? Sintió su pelvis en la cadera, su fuerte mano en la cintura peligrosamente rozando zona blanda, y con la otra se permitía sostenerle la cabeza apoyándola contra su pecho. Contrariamente a lo que Demora se había imaginado, Jambalaya Jones sí cuidaba su higiene personal: el hombre olía muy bien, a algún gel de cítricos que resultaba refrescante.


 - Ahora sujétate a mí, capitana Sulu, y no pienses en nada. - Le susurró al oído con su voz metálica. - Deja que sea yo quien recuerde el momento en el que estábamos en la Nébula... y así regresaremos.


 - ¿Y ya está? ¿No pensar en nada? - Demora se mordió el labio inferior; todo lo que tenía en mente, en ese instante, era descubrir cada tramo de piel de aquel alienígena despojándolo de sus ropas. - Penser à rien, pas à ces choses... *(pensar en nada, no en estas cosas) – Se reprendió a sí misma en su lengua materna.


          Una especie de neblina violeta les envolvió a los dos, en nada estaban de vuelta en la pequeña sala redonda con la pantalla de espuma que lo iluminaba todo. Jamblaya la sostuvo entre sus brazos unos segundos más, como si aquella sensación de intimidad le agradase, incluso se atrevió a acariciarle el pelo. Cuando vio los ojos rasgados de su invitada, tan cálidos y profundos, mirándole como si fuese un animalito asustado por los faros de un coche, la soltó.


 - ¿Qué te ha parecido la experiencia? - Preguntó después de carraspear, volviendo a colocarse la capucha de piel sobre la cabeza. Misteriosamente su pelo había crecido unos cinco centímetros y su barba parecía mucho más poblada y espesa que antes.


 - Reconfortante, la verdad. - Respondió Demora con sinceridad. - ¿He de suponer que ha pasado cierto tiempo, desde que salimos de excursión por mi pasado... hasta ahora? - Dijo señalando el aspecto cambiado del hombre.


 - ¡Pero qué inteligente y observadora eres, capitana Sulu! - Exclamó con una carcajada que sacudió su enorme cuerpo. - Es complicado entender cómo funciona, las leyes de la física que conoces poco o nada tienen que ver con el comportamiento de la Nébula. Ya te irás acostumbrando.


         Jambalaya avanzó unos pasos hasta la pared cercana y, pulsando unos botones, abrió un compartimento secreto del que sacó unas prendas oscuras de recio paño de abrigo. Desprendiéndose de sus pieles se quedó totalmente en cueros. Sabiendo que la capitana no había dejado de mirarle ni un instante, rió entre dientes mientras se vestía. Pantalones y jersey negro, y un abrigo largo, hasta más abajo de las rodillas, que lucía unas extrañas insignias circulares en las solapas. Terminó calzándose unas recias botas de montar fabricadas con brillante cuero negro y las puntas reforzadas en hierro.


 - Dame un minuto, he de afeitarme. - Informó tomando unos utensilios para realizar dicha tarea, sacando un espejo oculto al hacer girar un panel en la pared.


 - Oh, mon Dieu! *(oh dios mío) – Exclamó Demora haciéndose aire con la mano izquierda. - ¿Se acabó el hombre de cromañón? - Comentó aún algo ruborizada por el bello espectáculo que acababa de contemplar.


 - ¿Cómo dices? - Bromeó sin darle importancia, estaba seguro de haber captado el interés de aquella hermosa mujer.


 - ¡Oh... nada! - Balbuceó ella. - Voy a ver cómo lleva Anton las reparaciones de tu nave.


          Dando media vuelta se encaminó por el pasillo hacia la sala de máquinas. Le sorprendió hallarla tan vacía y en silencio. ¿Dónde demonios se había metido todo el mundo? Intentó utilizar el telecomunicador pero sólo unos ruidos de interferencias salían del aparato, por mucho que girase la rueda intentando sintonizar la frecuencia.


 - No están aquí y no puedo contactar con ellos... - Unos pasos sonaron a su espalda, girándose vio a su atractivo anfitrión llegando hasta ella. - ¿Quieres hacer el favor de no quedarte ahí plantado mirándome y decirme dónde están mi ingeniero jefe y mis amigos?


 - ¿El Chekov no está aquí? - Jambalaya Jones, el amo de la Nébula, se olió lo que habría podido ocurrir. - O bien nuestro momento ha sido demasiado largo o ese brujo ha dado con la forma de viajar a otro momento. ¿No es un genio?


          Demora le miraba con gesto de preocupación, había visto los restos de vómito en el suelo, una bandeja con canapés volcada sobre la mesa y una botella de vino medio vacía. ¿Qué había pasado allí?


 -  Anton? - Su voz tembló al llamar a su hermano pequeño.


 - Tranquila, daremos con ellos. - Poniendo sus enormes manos sobre los hombros de la capitana, Jambalaya la atrajo hasta él y la besó en la frente envolviéndola en un cálido abrazo. - Estarán bien, no temas.


 


(Continuará...)


 


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.


A mí Clive Owen es un actor que me parece impresionante, que llena la pantalla nada más aparecer; no importa con quién comparta la escena o qué esté sucediendo a su alrededor, una no puede apartar la vista de semejante maravilla natural. Si un hombre como Jambalaya Jones es posible, merece ser interpretado por él.


 


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