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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Octavo capítulo de esta nueva OVA de EXTRAS, la continuación de T'HY'LA.


Todos recordamos con cariño a Pavel, alejando las pringosas manitas de Anton de su preciada ranita Kermit. Al ruso no le gustaba dejarle su juguete favorito. De tal palo tal astilla. Anton tampoco parece muy conforme con regalar su osito Misha a su pequeño.

MOMENTOS EN LA NÉBULA


VIII – Recuperando a Misha


 


                                                        El día les sorprendió con su exultante luminosidad. Después de la tormenta viene la calma y en Nuevo Vulcano, esa máxima terrestre también se cumplía. George abrió los ojos con una queja por la excesiva luz, la puerta de la lanzadera estaba abierta y los cinco viajeros de la Nébula eran sus únicos ocupantes.


 - Mi padre me ha llevado en brazos hasta la casa. - Musitó Anton, hacía un buen rato que se había despertado. - Al cesar el viento, los muros de protección de la mansión se bajan automáticamente. Anoche salí descalzo, siempre he sido muy despistado.


 - ¿Por qué nos has dejado dormir tanto? - Le preguntó George frunciendo el ceño, contemplando cómo la chica color chicle se desperezaba sobre su regazo. - Buenos días, Laila. - La saludó con una dulce sonrisa.


 - Buenos días, George Kirk Encantado. - Respondió ella atusándose el cabello que, de inmediato, regresó a su impecable peinado de muñeca. - Ha pasado la tormenta, deberíamos poder regresar a la Nébula.


 - Sam... - Jadzia le dio un manotazo en la rodilla y el médico se incorporó golpeándose la cabeza contra el techo de la lanzadera. - Nos vamos.


          Mientras el pelirrojo se frotaba la coronilla y el klingon se estiraba con cuidado de no darse también en la cabeza al levantarse, Anton fue a agacharse junto a la silla de copiloto. Tomó algo del suelo y se quedó un momento allí, de espaldas a todos, en silencio.


 - ¿Qué es esa cosa? - Preguntó la alienígena con curiosidad viéndole sujetar algo con mimo.


 - Es Misha, mi osito. - Anton se giró para mostrarle el juguete. Tenía los ojos aguamarina empañados con lágrimas que no terminaban de brotar. - Al final lo olvidé aquí. La estancia en casa de babushka *(abuela, ruso) fue muy intensa. Aprendí tantas cosas de la cultura vulcana que no lo eché en falta hasta que regresamos a la Tierra.


 - ¿Te dejaste olvidado tu osito en casa de la abuelita? - George se burlaba del carácter infantil de su primo el mayor. - ¡Oh, pobrecito Antosha!


 - No sé por qué pensé que regresaríamos a San Francisco en la misma lanzadera, no era más que un crío. - Comentó guardándose el peluche dentro del jersey, pegado a su pecho. - ¡Con lo destrozada que quedó por la tormenta de arena! Creo que se deshicieron de ella enviándola a un chatarrero.


          Al salir al exterior comprobaron que lo que Anton había dicho era cierto, la pequeña nave transporte tenía un aspecto deplorable.


 - Tenemos que cogernos de la mano para regresar. - Dijo la mujer rosada apoyándose en el brazo del alto y fuerte hombre de cabellos amarillos que tanto la encandilaba.


          Desde el descampado podía verse el atrio de la casa Sch'n T'gai, la familia estaba a punto de desayunar. Pavel debía haber tenido uno de sus famosos percances porque un pequeño ejército de sirvientas vulcanas se afanaba en recoger piezas de fruta esparcidas por el suelo. Las sonoras carcajadas de Jim Kirk se oían desde lejos.


 - Dedushka... *(abuelo) – Murmuró Anton apretando a Misha contra su pecho, dándole la mano a Jadzia al tiempo que unas lágrimas rebosaban al fin los párpados para deslizarse por sus mejillas. - ¿No podemos quedarnos un rato más, Laila? Le echo de menos... ¡Les echo de menos a todos!


 - Tampoco hace falta que te pongas a llorar... - Se quejó George por tanta cursilería.


 - ¡Hace casi un año que no vemos a nuestra familia, enano! - Sam le acababa de dar un buen capirotazo. - Además, Anton tiene las hormonas muy revueltas por el embarazo. Es normal que esté tan sensible.


 - Por lo menos has recuperado a Misha, estrella mía. - Jadzia le arropaba entre los brazos, mirándolo con toda la ternura que es capaz de transmitir un klingon. - Al bebé le gustará tener un juguete tuyo.


 - ¿Tengo que regalárselo? - Anton no parecía muy conforme con eso. - Moy papa *(mi padre) no me dejaba jugar con Kermit...


 - Debemos irnos ya. - Insistió la alienígena. - Venga, daros todos la mano.


          Las puertas de la mansión se abrieron y tres figuras asomaron por la entrada principal de la casa. Las largas túnicas hasta los pies que llevaban puestas el adulto y el niño, nada tenían que ver con las ropas humanas que vestía la mujer. Una falda blanca, plisada, hasta algo más abajo de las rodillas, una blusa azul cielo con cuello camisero y un chaleco, blanco también, que se ceñía ajustándose a su cintura. Los cabellos rubios ondearon con la fresca brisa de la mañana. Carol Marcus se despidió del vulcano y del niño con un beso, agitando largo rato la mano en el aire mientras se alejaban.


 - Tu abuelo Spock te lleva al monte Seleya, ¿verdad, t'hy'la? - Susurró Jadzia apretando a su novio contra su costado derecho. Anton asentía con una gran sonrisa, las mejillas aún húmedas por las lágrimas de antes.


 - ¡Nana! - George exclamó el nombre y, soltándose de la mujer rosa, corrió para ir junto a su abuela. - Nana, te quiero... - Musitó al oído de la rubia, dándole después un beso que hizo que Carol se pasara la mano por la cara. Debía de haber sentido algo.


 - ¿Quién es el sensible ahora, George? - Le gritó Anton desde la distancia. - ¡Vamos, hombre! Tenemos que irnos...


          El rubio regresó refunfuñando, no había podido evitar ir a saludar a su nana. Dándole la mano a Sam y a la mujer rosada, sacó la lengua en un gesto de burla dirigido a su primo Anton.


 - Ahora concentraos. No hay que pensar en nada. - La alienígena cerró sus ojos negros y suspiró. - Es fácil.


 - Para ella seguro que sí. - Comentó con cinismo el doctor Freeman-Kirk. - ¿Tenemos que cerrar los ojos también?


 - ¡Cállate, Sam! - Le regañó George. - Ya la has oído: no pensar en nada.


 


 


                                 Demora aún temblaba entre los brazos de aquel sujeto tan extraño. Si en un principio le pareció un cavernícola arrogante y maleducado, ahora se sentía arropada y protegida: sabía que Jambalaya Jones era el único ser, en todo el universo, capaz de devolverle a su tripulación. El calor de su cuerpo la reconfortaba, su estrambótico anfitrión desprendía seguridad y fuerza al mismo tiempo.


 - ¿No deberíamos volver a tu salita de controles? - Preguntó notando que el abrazo ya se estaba prolongando demasiado. - Tendrás que hacer algo, mis mejores hombres pueden estar en peligro.


 - Eso depende del momento al que hayan ido. - Dijo separándose de la mujer menuda, desandando el camino con largas zancadas de sus relucientes botas. - Aunque... aun siendo un momento bueno o malo, eso no importa. Si perdura demasiado, tal vez... - Murmuró por el pasillo sin terminar de expresar sus pensamientos.


      De vuelta en sala de control de la Nébula el grandullón rodeó los paneles, aparentemente desconectados, andando en círculos a su alrededor. Trataba de averiguar lo que había pasado con sus invitados. Por su bien, esperaba que Laila les hubiera acompañado en su viaje.


          Demora se irritó, ¿qué estaba buscando? Nada parecía funcionar allí. Pero Jambalaya Jones activó una pantalla en la que comenzaron a aparecer, una tras otra, complicadas parábolas y trayectorias que se dibujaban en líneas azules, amarillas y rojas. Parpadeaban un momento al alcanzar el tono carmesí y luego desaparecían para volver a empezar. El hombre perdió la mirada en el monitor durante unos minutos que a la capitana Sulu se le hicieron interminables.


 - Bien, no han ido solos. - Masculló al descubrir que el último transporte de la Nébula incluía a cinco viajeros. - Laila les mostrará el camino, sólo que...


 - ¿Qué ocurre? ¿Por qué pareces preocupado? - Los ojos verdes de Jambalaya la miraban con una expresión inquietante que la hizo estremecerse de nuevo.


          El hombre le resultó tremendamente atractivo, vestido con sus nuevas ropas y luciendo unos cabellos cortos, negros y algo ensortijados. Su barba empezaba a brotar otra vez, oscureciendo el pronunciado mentón y proporcionándole un aspecto de tipo duro de pelar.


 - Bueno, puede que no te hayas fijado pero Laila es una criatura bastante simple. - Dijo con una sonrisa forzada. - Si no fuera por mí estaría muerta, a veces no sé cómo no se le olvida respirar.


 - Tu esclava, ya... - Demora casi se echa a reír, lo habría hecho de no ser porque la situación le estaba empezando a poner los pelos de punta. - Es verdad que no parece muy inteligente.


 - No, no... - Jambalaya negaba con la cabeza, parecía que su invitada no había comprendido nada en absoluto. - Me sirve, me llama “amo”, todas las criaturas a bordo de la Nébula lo hacen pero no son mis esclavos. Rescaté a Laila y los demás cuando su mundo se sumía en una glaciación y ellos... bueno, me están agradecidos, como es natural. Yo me ocupo de su supervivencia.


 - ¿Tú... estás diciendo que... sacaste a tu tripulación de algún momento de sus vidas? - Se preguntó en voz alta. - Pero si no se puede interactuar con nadie en el pasado... ¡Me costó mucho guiar a mi padre hasta Pavel y Khan en San Francisco!


 - No has visto más que sombras en nuestra visita a tu infancia, capitana. - Le dijo con su voz metálica y cierto tono paternalista que volvió a irritarla. - Las capacidades de la Nébula, estando a pleno rendimiento, te dejarían sin habla. En otros tiempos yo...


 - La nave y tú habéis tenido días mejores, ya lo sé... ¿Vas a traer de vuelta a mi hermano y a los demás de una maldita vez? - Le exigió de malos modos, interrumpiendo otra de sus fanfarronas peroratas.


 - Lo intentaré, según la trayectoria han viajado al pasado del Chekov. - Pulsando botones y activando palancas, se movía sin cesar en torno al círculo de controles. - ¡Ahí están! Ya los tengo... Laila trata de regresar.


 


(Continuará...)


 


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.


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