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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

¡FELIZ DÍA DE SPIRK!


El 15 de septiembre, 1967, se emitió el capítulo "Amok Time" (La época de Amok) de la serie original de Star Trek en el cual Spock tiene que regresar rápidamente a su planeta al sufrir el Pon farr, un síndrome que provoca la necesidad de apareamiento en los vulcanianos cada siete años. Kirk se verá involucrado en Vulcano en un ritual que le enfrentará en una lucha a muerte con su primer oficial.


Con un argumento así, cargado de emociones entre ambos protagonistas, no es extraño que se haya fijado la fecha como aniversario de esta maravillosa pareja.


Aquí va mi homenaje, espero que lo disfruten.

APRENDIENDO A VOLAR

 


                                                                                               Desde la cara interior del muslo hasta las nalgas, deslizándose lentamente, húmedo, duro y cálido. Así podía sentirle. El placer le llegó en una ola que le sorprendió con unas gotas salpicando su abdomen. Se había derramado por tercera vez y aún no le tenía dentro. Vio sonreír al rubio, debía haber puesto una cara divertida. Lo cierto era que deseaba más, quería llegar hasta el final y colocando las manos en sus caderas le atrajo hacia su cuerpo hasta tenerle allí pegado. Notaba la punta rozando su abertura, cerró los ojos y esperó a que él empujara tratando de mantener los músculos relajados.


                         Era la primera vez que llegaban a aquella orilla. Todo había sido perfecto: los cuerpos unidos en una danza entre el bravo oleaje de su océano, los sonidos de sus respiraciones entrecortadas, los agudos gemidos, los lamentos, el incesante roce de las sábanas y la cama de matrimonio golpeando la pared del camarote. ¿Por qué había esperado tanto para tenerle así? Desde el principio había sido Spock, siempre Spock, quien tomaba la iniciativa. A él le gustaba, le hacía sentirse especial, amado, y lejos de su autoritario papel de capitán, en la cama gozaba de estar bajo las órdenes del otro. Cuando en su noche de bodas el moreno le colocó las esposas abrió una puerta imposible de cerrar, por otro lado Jim solía imaginar lo que sería invertir los papeles y abrir la puerta de su marido. Aquella noche simplemente sucedió.


                      Serían cerca de las dos de la mañana, después de un duro día de trabajo en el que habían tenido que vérselas con unos klingons muy testarudos, el primer oficial no deseaba otra cosa que dormir. Su capitán le había arrastrado al dormitorio entre besos y achuchones que parecían insinuar que él quisiera otra cosa. Pensó en un rápido y efectivo revolcón antes de poder cerrar los ojos y descansar.

 - De acuerdo, t'hy'la. - Musitó en su mente, no tenía fuerzas para hablar en voz alta. - Lo hacemos y a dormir.

    Sus ojos, abiertos de par en par, pero sobre todo su mandíbula desencajada, hicieron entender a Spock que de nuevo se había equivocado en la elección de sus palabras. Cuando el rubio le obligó a tenderse sobre la cama y empezó a quitarle con parsimonia el uniforme vio claramente cuáles eran sus intenciones.

 - Me estás pelando como a una fruta... - Sonrió elevando las comisuras de su fina boca. - ¿Vas a devorarme?
 - Haré mucho más que eso, señor Spock. - Susurró con voz grave y vibrante.

    Aquello le derretía. Jim sacando su hombría a la superficie, su masculinidad, toda su testosterona en plena acción. En ocasiones podía verle así, bajo ese aura extremadamente varonil, dando sus órdenes a la tripulación como había hecho aquella tarde. Eso le excitaba sobremanera. Cuando tenía la oportunidad de observarle desplegar una intrincada estrategia y vencer al enemigo, tal como había sucedido con los klingons, Spock ardía de admiración y pasión por su esposo.

 - Sí, Jim... - Suspiró, su sangre verde le quemaba por dentro. - Adelante...


                         Le estaba invitando a pasar, el capitán no podía creer que fuese tan afortunado. Hacía sólo unas horas, durante el enfrentamiento con los klingons, a Jim se le había ocurrido algo peculiar en el puente. McCoy se secaba el sudor de la frente totalmente tenso por lo peligroso de la situación, el resto del personal atendía concentrado a sus tareas cumpliendo con sus órdenes. Giró la silla un momento, sólo para mirarle allí en su puesto. El pantalón negro le marcaba el apretado trasero pues el oficial científico no levantaba la vista de su consola de exploración. Mientras Spock se afanaba en encontrar los restos de emisiones gaseosas que el pájaro de presa emitía, la única forma de detectar su posición, Jim se deleitaba en imaginar la piel desnuda de aquellas nalgas decorada con círculos verdosos que dejaría al retirar los dientes. Los klingons camuflados y listos para atacar al Enterprise y él soñando despierto con morder el culo de su marido. El rubio tuvo que sacudir la cabeza antes de girarse de nuevo hacia el monitor principal y atisbar en busca de algún indicio del enemigo.

    La confrontación se resolvió satisfactoriamente sin víctimas ni daños graves que lamentar. Y ahora aquel ofrecimiento... no lo dejaría pasar de largo. La suerte le sonreía por segunda vez aquel día.

 - Date la vuelta. - Le pidió metiendo el brazo bajo su espalda para ayudarle al movimiento. - Quiero ver tu... tengo que... ¡Oh, sí!


                        El vulcano no dijo nada, se limitó a obedecer. Estirándose bajo su cuerpo sintió el calor y el roce de su piel en torno a él. ¡Qué agradable envoltura! La humedad del aliento de Jim ahora le recorría la espalda. Pudo oírle gemir, luego un leve jadeo que seguramente era una risita contenida, su típica reacción al mirarle el trasero desnudo. Spock cerró los ojos, sabía que a aquella risa le seguiría un buen mordisco. ¡Y allí estaba! Como siempre clavaba los dientes sin hacer daño, pero sí dejando huella de su paso. Sintió cómo su esposo le recorrió toda la carne dibujando marcas en la piel.

    Spock derramó unas gotas cuando la lengua de Jim se coló allí dentro para hacer de las suyas. Traviesos lametones humedeciendo su zona más estrecha, presionando la entrada y retirándose para volver a empezar. Con las manos le masajeaba las nalgas acunando el suave contenido entre las palmas, girando y apretando al mismo tiempo.

 - No te detengas... no se te ocurra parar... - Pensó con los latidos de su propio corazón retumbando en los oídos.


                         ¿Parar? ¿Acaso se había vuelto loco? Aquello no había hecho más que empezar. Estaba disfrutando al tenerle allí tendido a su merced. Debía esmerarse, sentar un buen precedente, de lo contrario el vulcano no querría repetir y volvería a ser él, siempre él. Colando de nuevo el brazo por debajo del otro buscó hasta tener encerradas en la mano sus pelotas. Apretándolas descubrió que Spock podía gemir muy agudo, más de lo que lo había hecho nunca. Entonces dejó caer todo su peso en la espalda del moreno, provocando que más gotas salieran de allí donde había deslizado la palma de su mano. Abarcando la punta en un círculo que formó con su pulgar y su índice, la exprimió. Un nuevo lamento salía de la garganta de su marido como una queja, o más bien como una súplica.

 - Y ahora... - Susurró. La voz se le había vuelto ronca, rasposa. - Deja que pueda ver tu cara mientras sucede.
 - ¿Quieres que me gire otra vez?
 - Sí, nos perderemos en nuestro océano... - Abriendo las piernas Spock se colocaba bajo su atenta mirada, doblando las rodillas y acercando el final de la espalda a sus fuertes muslos. Estaba dispuesto, se ofrecía ansioso por entregarse a él. - Quiero tenerte... así... para mí...
 - Soy tuyo, siempre he... - Musitó antes de morderse el labio inferior, la espera le excitaba.

    La tenía tan dura que podría clavar un clavo con ella. Jim sintió el primitivo instinto de lanzarse, entrar y empujar hasta morir pero quiso hacerlo despacio. No podía lastimar a Spock, debía tomarlo con calma. Conteniendo sus más salvajes impulsos siguió besando a su esposo un rato más, frotándose contra su pecho, su vientre, dejándose envolver por sus piernas, por las caricias de aquellas manos finas y delicadas que volaban como plumas sobre la piel de su espalda. Posando sobre la ardiente piel cetrina su sexo lo deslizó desde la cara interior del muslo hasta las nalgas, más allá, hasta la misma abertura que esperaba ser franqueada por vez primera. La notó húmeda y caliente, la había dejado así con sus besos. Ahora Spock parecía estar a su entera disposición, incluso le animaba sujetándolo de las caderas y atrayéndolo hacia él.

 - Mío.. mío... eres mío... - Gruñó desde el fondo de su garganta al mismo tiempo que se adentraba en él.
 - ¡Ah! - Chilló impresionado, el roce le resultaba doloroso y el ímpetu de su marido le había pillado desprevenido. - ¡Jim... Jim...!

    Pero no podía oírle, ya no. El rubio se dejó llevar y atendió la llamada de su naturaleza. Al principio tuvo que hacer un esfuerzo por imponer el ritmo pero pronto el balanceo de sus caderas se acopló, como una máquina con los engranajes perfectamente lubricados subían y bajaban sin cesar. A cada embate le seguía un gemido. Jim se deleitó en distinguir nuevos y más agudos tonos saliendo de la boca de Spock, nunca hubiera pensado que aquello fuera posible. Eso le volvió loco, las aguas de su océano privado se agitaban cada vez más, levantando bravas olas que les arrastraban lejos.... muy lejos...


                      Su mente lógica, su parte más vulcana, desaparecía en una bruma cuando hacían el amor. Todo se volvía azul, el tel *(vínculo) entre ambos era un inmenso mar. Sin embargo esta vez simplemente se había transformado en otra cosa. La sensación, tan profunda allí dentro, exquisita y persistente en su cerebro, le tenía hipnotizado. Era él, su sexo rozando aquel punto con la base. Miró hacia abajo o más bien recorrió, con sus oscuros ojos negros, cada tramo de sudorosa piel en el pecho del rubio hasta donde le alcanzaba la vista. La pelvis de Jim le chocaba en los testículos y los amasaba con el abdomen en aquel mambo horizontal mientras que, palpitante por el creciente y tórrido compás, su miembro rebotaba entre ambos sin dejar de destilar fluidos. Gota a gota se estaba vaciando desde lo más hondo de su ser.

 - ¡Aaaah! - Volvió a gritar sin control alguno. Su propia voz le sonaba terriblemente aguda, casi femenina pero era inevitable con todo lo que estaba sintiendo. - ¡Jiiim!
 - Sí, grita mi nombre... - Le rugió apoyando las manos abiertas sobre sus costados, empujando más y más fuerte.
 - ¡Jim! ¡Jiiiim! - Obedeció dichoso, el goce era sublime.
 - ¡No alcances aún la orilla y no te hundas, mi amor...! - Utilizó la telepatía, sentir los furiosos latidos del corazón de su marido bajo la piel le hizo abrir la boca y arquear la espalda.

    ¿Pero de qué orilla le estaba hablando? Spock se veía envuelto en el incomparable azul de un cielo infinito. Entre los brazos de su ashayam *(amado) se sentía transportado. ¡Estaba volando! Más alto de lo que podía soñar, más lejos de lo que creía posible, de un modo que su mente lógica jamás podría haber explicado. Abrió los ojos y allí estaba, brillante como un dios griego le recordó a Apolo coronado por los rayos del sol. Jim resollaba sin aliento con el cuello estirado hacia atrás, la boca abierta y los párpados entornados. El brillo azul se filtraba entre las pestañas, podía verlo desde allí abajo.

 - T''hy'la... - Le llamó en un suspiro que acabó en jadeo.

    No hubo respuesta. Parecía estar conteniendo lo incontenible, tratando de retener un río en su interior. Su esposo se había frenado de golpe quedándose inmóvil dentro de él. Buscó su cara hasta rozar la barbilla con las yemas de los dedos, hasta llamar su atención con aquella caricia y lograr que le devolviese la mirada. ¡Le pareció tan hermoso!

 - Jim... déjalo ir... - Le rogó dulcemente con toda su ternura y esperó.



                      Un gruñido que partía de su garganta estalló bronco quebrando el silencio. Tragó saliva, aún estaba quieto, firme dentro del otro, anclado por un instante en mitad de su océano. Observó detenidamente la expresión del vulcano. Tenía las pupilas muy dilatadas por la penumbra de la habitación, así pudo verle sonreír con una felicidad en el rostro que pocas veces había llegado a vislumbrar. Le sabía expectante, lo sentía. Era el momento de decirle algo al oído y besar aquellos finos labios. Sin embargo toda su sangre seguía allí abajo, manteniendo erecto el miembro clavado en su interior.

 - Spock... aún no... - Acertó a balbucear mientras trataba de recuperar la respiración. - Tengo mucho más para ti.

    Sonrió, aquello sería suficiente. Bajó la cabeza hasta rozar con su nariz la del otro y devorar su boca con ansia. Las uñas del vulcano se le clavaron en la espalda. Sí, ya podía seguir. Retomando el ritmo perdido, volvió a su entrar y salir sin abandonar del todo aquel hueco que ya era suyo por completo. Spock gritaba otra vez, gemidos agudos sin pudor alguno, cediendo a sus emociones humanas e inflamándole así el ánimo hasta hacerlo arder en llamas. Fuego, puro fuego. La mente se perdió en aquel furor que le condenaba al goce más extremo. Todo era blanco alrededor, su océano se convertía en espuma y buscaba desesperado una playa en la que romper. Quería darle más placer, llevarle allí donde nunca había estado, entregarse como individuo al todo que juntos conformaban. Necesitaba demostrarle lo mucho que le amaba y rasgándose el corazón vertió esos sentimientos sobre él.

 - Spock... - Sopló el nombre encima de su rostro. - Abre los ojos y mírame...
 - Jim... - Al cumplir con aquella orden le descubrió cambiado. Su cara se retorcía en un gesto que sólo podía significar que el fin se acercaba. - ¡Aaaah!
 - Sí... juntos... tú y yo...

    Siguieron un par de embates más antes de convertirse en espasmos de placer, el rubio se estaba vaciando allí dentro con un gemido largo y grave. Algo le mojó el pecho, salpicaduras del surtidor en el que se había convertido el sexo de su marido. Sonrió con la boca entreabierta y torcida, un grito agudo de Spock llegó de inmediato siguiendo aquella incontrolada explosión entre sus cuerpos. Jim se quedó embelesado con la dulzura que su amante exudaba por cada poro de su piel. El rubor verdoso le cubría el rostro y el cuello, brillando con perlado sudor le hacía parecer de otro mundo. Nunca le había visto tan bello, plácidamente abandonado al disfrute de sus sentidos.

 - Creo que te ha gustado tanto como a mí. - Murmuró tendiéndose a su lado, enredando las piernas con las suyas. - ¿Me equivoco o querrás repetir otro día?
 - Jim... - Apenas podía hablar, pero deseaba decirlo en voz alta. - Desde que nos conocemos no he hecho otra cosa que aprender de ti.
 - ¡Oh, no!  No te habré enseñado nada bueno. - Bromeó estirando la mano para rozar su ceja picuda con suavidad.
 - No sé si es bueno o no pero a tu lado he aprendido a aceptar mi parte humana, a comprender mis emociones, a vivir con mis sentimientos... - Tomó aire y se giró para perderse en el azul de sus ojos. - Me has enseñado a amar, t'hy'la. Y esta noche...
 - ¿Qué...? - Susurró impaciente, sentía la necesidad de saber qué le había parecido aquel nuevo planteamiento en la cama.
 - Esta noche me has enseñado a volar. - Terminó, fundiéndose en un profundo beso con su jugosa boca.

    No tenía fuerzas para nada más. En el reloj digital vio que pasaban de las tres de la mañana, a las seis sonaría la alarma. Necesitaba dormir. Reposando la frente sobre el hombro de su sa-telsu cerró los ojos. Había sido sincero con Jim, acababa de aprender a volar y lo había hecho entre sus brazos.

 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.


Hoy, dos de noviembre, he cometido un error garrafal a la hora de actualizar el fic, el resultado es que todo fue eliminado. La memoria caché del navegador no me ha permitido rescatar los comentarios a este capítulo. Lo lamento.


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