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EXTRAS por KeepKhanAndKlingOn

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Notas del capitulo:

Alguien preguntaba por ahí si Amy acabaría encontrando el amor, no el vínculo artificial que los dioses crearon para que, junto a Pavel y Khan, pudieran abrir la puerta hacia el Olimpo, sino el amor de verdad. Quizás esto responda a esa cuestión, o tal vez sea sólo una excusa para ahondar un poco más en la cabeza de Anton. ¿No decíais que es un encanto de niño?

 


LA VISITA


 


                                                                                                 Anton corría como un loco por toda la casa, subiendo y bajando las escaleras, totalmente excitado por ir a recoger a su madre a la Base Estelar I. Hacía mucho tiempo que no tenía la oportunidad de abrazarla y lo estaba deseando.


 - ¡Venga, Sulu... termina de vestirte! ¿Dónde está moy papa? *(mi papá) - Chillaba alborotado, bajando al salón donde tropezó con Khan.


 - En el sótano. - Respondió éste a su hijo. - ¿Por qué no vas y le dices que ya estamos listos?


 - Da! *(sí) - Asintió abriendo la puerta y descendió con prisa las escaleras, saltando los peldaños de dos en dos. - ¿Papa? ¿Qué estás haciendo? ¿Qué es eso?


      Pavel lo tomó del brazo y lo sentó en una banqueta, le encantaba explicarle cosas sobre su trabajo. El niño siempre mostraba interés y curiosidad por los inventos de su padre.


 - ...y si consigo adecuar las frecuenssias podré mejorar el sistema de defensa de la Chekov. Es una sorpresa para mamá así que no se lo digas. - Le pidió guiñándole un ojo.


 - ¡Vale! - Consintió entusiasmado. - Pero ahora tenemos que irnos, ella está a punto de llegar desde HarOs.


      Saltando del taburete apagó los equipos de su padre y lo arrastró al piso de arriba con impaciencia.


 - ¿Estás listo, moy muzh? *(esposo mío) - Preguntó Khan nada más verle.


 - Creo que sí, pero aún no lo tengo muy claro. Esas malditas frecuenssias me traen de cabessa... - Divagó saliendo a la calle.


 - ¡Pavel...! - Sulu le detuvo justo a tiempo. Señalando los pies desnudos puso su cara más seria. - ¡Los zapatos!


 


                                Amy había planeado quedarse toda una semana. Siete días lejos de las responsabilidades de su puesto al servicio de T'rak, la emperatriz romulana, pero lejos también de la que ahora era su amante, Ne'mah.


          Llevaba sólo poco más de un mes viviendo con ella. La comandante, terca y obstinada como las de su raza, se negó en rotundo a acompañarla en aquel viaje.


 - No es mi deseo conocer personalmente al padre de tu hijo. Estoy perfectamente bien sin pasar por esa horrible prueba. - Se había jurado que si algún día se cruzaba con Pavel Andreievich Chekov, le daría un buen puñetazo en las narices. - Ve a ver a Anton, es tu deber como madre y a mí no me importa esperar tu regreso, tengo mucho trabajo. Y si un día él decide visitarte aquí, será bienvenido. Pero ¿ese genio tuyo, ruso y homosexual, que se atrevió a dejarte preñada con sólo veinte años? Si le pongo la vista encima...


 - Sí, ya sé: le partirás la cara. No lo entiendo, ¿por qué te pones tan celosa con él y pasas por alto "todo" lo demás? - Con ese "todo", Amy se refería a su amplio y escabroso historial de amantes.


 - Porque él tiene lo que yo no tendré nunca.


 - ¿Un hijo mío?


 - Eso también, pero me refería a... - Mirándola casi con odio en los ojos le gritó. - ¡Ya sabes de qué estoy hablando!


 - El tel... *(vínculo) – Susurró entristecida. - Es sólo algo artificial, creado por los dioses para utilizar nuestra energía y abrir la puerta al Olimpo. Nada que deba preocuparte, t'hy'la.


 - No me llames así, no lo soy. - Refunfuñó frunciendo el ceño.


 - ¿Que no lo eres? Mi amiga, mi hermana, mi compañera... mi amante... - Se había ido acercando a su boca, soplando las palabras sobre sus labios hasta morderlos en un beso demoledor.


 - Está bien... puedes llamarme así si quieres. - Susurró atrapando el largo pelo negro entre los dedos.


              Echaba de menos aquellos labios, los celos casi absurdos de la romulana y sus fieros ojos enardecidos de pasión. Toda una semana lejos de aquella a la que amaba, pero que aprovecharía para estar con su hijo como tanto había soñado, aunque en estos momentos, al cuarto día de su estancia en la Tierra, ya empezaba a tener bastante.


        Anton no se separó de su lado las primeras veinticuatro horas, llevaba mucho atraso en cuestión de besos y abrazos maternales. Pero ese día, con todo lo que estaba ocurriendo, iba de los brazos de Sulu a los de su padre, buscando consuelo en Khan y en Hikaru.


 - Ichiban takaramono, *(mi tesoro más preciado) no es culpa tuya. Tu padre aparecerá tarde o temprano. - Mirando a Amy de soslayo, Sulu le hizo un gesto para que corroborase sus palabras.


 - Anton, sabes que yo puedo sentirle. - Intervino mirando a su hijo con seriedad. - Si le ocurriese algo malo, lo sabría.


 - Ya, pero ¿y si él no quiere que lo sepas? Papá no puede captar sus pensamientos, le ha cerrado su mente. ¿Y si también puede confundirte a ti y de verdad le ha pasado algo? ¿Y si está desangrándose en alguna zanja, con la moto encima y las ruedas dando vueltas justo sobre su cabeza a punto de cortársela?


 - ¡Anton! - Incluso Sulu se sobresaltó con aquella imagen. - ¡No digas tonterías y ve a lavarte los dientes! Es hora de que te vayas a la cama.


 - Creo que ha salido a ti, a'nirih. *(papá) - Comentó Amy al oído de su padre. - Es igual de histérico que tú.


 - Papa no corre ningún peligro, cariño. - Khan iba a llevarle de la mano al piso superior. - Está seguro con sus poderes telequinéticos, no debes preocuparte.


 - ¿Por qué no ha vuelto a casa entonces? ¡Tengo once años, no me hables como si fuese idiota! Lleva todo el día fuera. ¡Es porque le dije que si la Chekov se vuelve indestructible se convertirá en el arma perfecta! Soy un bocazas. Salió corriendo y no sabemos dónde está...


      El moreno abrazó a su hijo y lo animó a subir hasta que le vio desaparecer escaleras arriba. Sulu negaba con la cabeza, Amy y su padre se miraron el uno al otro, era el momento de hacer algo.


 - Bueno, ya está bien de esperar sentados. - Jim se puso en pie seguido de su hija.


 - Tú quédate con Anton, anata. *(cariño) Vamos a salir a buscarle. - La voz de Khan sonó a su espalda, lanzando las chaquetas a Jim y a la vulcana les esperó junto a la puerta.


 - Que Peter y Alex nos echen una mano. - Ordenó el rubio asumiendo el mando de la “partida de rescate”. - Llamaré a Nyota. Bones, en el hospital, ya está advertido y Spock le está buscando también por la Academia.


 - Estupendo, no llevo ni cinco días de vacaciones y ya tengo una misión. - Protestó Amy con cinismo.


 - Sí, rescatar de sí mismo al loco de tu t'hy'la. - Bromeó Jim con amargura. - ¿Qué tendrá mi niño en la cabeza?


 - Estoy saliendo con otra persona. Se llama Ne'mah, y la quiero. Pavel no es mi t'hy'la, a'nirih... *(papá) Ni tú, Khan. - Amy hablaba con total sinceridad, aunque a sus ojos azules asomó algo de tristeza. - Nuestro vínculo, por mucho que nos mantenga unidos de por vida, no fue elección nuestra. Los dioses...


 - ¿Elección? ¿Crees que elegí yo enamorarme de tu padre? - Jim no comprendía las palabras de su hija.


 - ¡Pero yo sí he elegido a Ne'mah como mi compañera! - Le refutó airada.


 - ¿Hasta qué punto uno es capaz de dominar sus sentimientos? Es una discusión sin sentido, Jim. - La voz serena de Khan y su sobrio acento británico puso paz entre padre e hija. - Dividámonos para encontrar al idiota de mi marido y dejemos esta metafísica conversación para más tarde.


 


                                  No lo había pensado bien, las botas empezaban a hacerle rozaduras. Con las prisas las cogió sin llevar calcetines y había estado corriendo y caminando demasiadas horas por las calles de San Francisco.


 - Me saldrán ampollas... - Hablaba solo, distraído. - Anton tiene rassón, una nave como la Chekov, indestrusstible... sería el arma perfecta y yo no fabrico armas. ¡Pero es la seguridad de Amy! ¡No puedo no hasserlo, he de mejorar sus defensas! Ay, yebát! *(joder) ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? ¡Me duelen los pies! - Gritó sentándose en un banco de la acera.


      Se quitó las botas, efectivamente le habían salido ampollas. Una en el tobillo derecho y, en el otro pie, una horrible en el talón. Buscó en sus bolsillos traseros y encontró un pañuelo azul claro en el izquierdo. Khan y sus viejas manías. Escupió en una de sus puntas y lo utilizó para limpiar y aliviar el dolor de sus rozaduras. Luego levantó la cabeza y se echó a reír.


 - Mira dónde te han traído tus pasos, Pavel. - Se dijo divertido.


      El enorme edificio que se levantaba delante de sus narices, no era otro que el bloque de apartamentos donde Peter y Alex habían tenido su piso. Se preguntó quién lo ocuparía ahora y decidió ir a ver si alguien le abría la puerta.


       El ruso esperaba en el descansillo con las botas en una mano y el pañuelo en la otra, para tocar al timbre lo guardó en su bolsillo derecho. Una voz preguntó “¿quién es?” desde el otro lado de la puerta.


 - Pavel Andreievich Chekov. - Respondió levantando ligeramente la barbilla.


 - ¿El Salvador de Kronos? - La hoja se deslizó y un sonriente y sorprendido klingon asomó la cabeza. - ¿Qué hace usted aquí, señor mío?


 - Nessesito un par de tiritas y... si me puede usted ofresser una copa le estaría agradessido. - Abrió mucho los ojos aguamarina y sacó el labio inferior después de hablar, aquel gesto siempre le había hecho parecer inofensivo y entrañable.


       El joven klingon, no tendría más de treinta años, le invitó a entrar para atenderle en el salón. Los muebles eran diferentes, la distribución había cambiado, pero al otro lado del pasillo seguía la habitación donde, por vez primera, había hecho el amor con Khan y Sulu. Una sonrisa se le dibujó en el rostro al recordarlo.


 - ¿Qué hasse un klingon viviendo en pleno ssentro de San Franssisco? - Preguntó intentando ser amable.


 - Soy instructor de vuelo en la Academia de la Flota Estelar. - Contestó orgulloso. - Enseño el manejo de naves klingon y romulanas.


 - Piloto, ¿eh? - Volvió a sonreír con picardía, allí todo le recordaba a Sulu, el mejor de los amantes.


 - Iré a buscar unos apósitos para sus pies, señor Chekov. ¿O tiene usted graduación militar? - El joven klingon seguía asombrado por tener, en su casa, nada menos que al genio que salvó su planeta de una muerte horrible.


 - Llámame Pavel, por favor. ¿Y tu nombre es...?


 - Antaak, de la casa de Schuck. - Respondió llevándose la mano al pecho.


      El klingon levantó las cejas atónito al ver a Pavel darse la vuelta (el pañuelo azul celeste asomaba por el bolsillo derecho de su pantalón) y sentarse en el sofá de su salón, repanchigándose a sus anchas.


 - Tendré que agradesserte tu hospitalidad, Antaak... - Dijo estirando el brazo para coger las tiritas que el klingon traía en su mano. - Assércate, no alcansso desde aquí.


       Quizás fue porque el joven Antaak había escuchado mil historias sobre aquel extraño, o tal vez por los ojos aguamarina que le resultaban irresistiblemente atractivos... Aunque la razón principal era que el klingon conocía el antiguo código de colores terrícola (y el pañuelo celeste de Pavel aquí tenía toda la culpa), el caso es que acabó aproximándose al ruso hasta quedar con su pelvis a la altura de su cara. Conteniendo la respiración, se bajó la cremallera dejando que su sexo asomase la cabeza.


 - QaStaH nuq? *(¿qué está pasando?) - Palvel no podía quitar la vista de aquel miembro enorme y atezado. - NaDevvo' ylghoS! *(¡Aparta!)


 - Jlyajbe'... *(no comprendo) – Antaak seguía inmóvil delante de Pavel, ¿no era eso lo que el ruso quería hacer para “agradecerle” su hospitalidad? - Según el viejo código de colores terrestre... Lleva un pañuelo azul claro en su bolsillo derecho, eso significa que le gusta a usted chuparla, ¿no es así?


      Pavel abrió la boca con gran sorpresa. ¿De qué viejo código estaba hablando el klingon? ¿Por eso Khan alternaba los colores y la posición de sus pañuelos a diario? ¿Tendrían todos un significado tan peculiar como aquél?


 - Lu' or luq *(está bien, lo haré) – Sonrió con malicia. Echando mano de la cintura del joven, acercó la boca hasta hundirla en su entrepierna.


 - Hlja'... *(sí) Yl'el... *(vamos) – Antaak gemía, gozando con aquella situación inesperada. - HlghoS... *(ven aquí) – Su voz se volvía grave y cada vez más ronca mientras empujaba hacia sí aquella hambrienta boca.


      No podía apenas respirar, las manos del klingon encerraban sus rizos castaños hasta apretarle la nariz contra el vello púbico. Tenía la mandíbula completamente abierta para poder abarcar aquello en toda su magnitud. La punta alcanzaba a rozarle la garganta y Antaak no hacía otra cosa que gemir y tirar de su cabeza.


 - Hlja'... MajQa'! *(Sí... ¡Bien hecho!) - Estaba tan excitado que no pudo parar hasta que su semilla inundó aquella delicia de boca. - ¡Aaaah! Mev! Meeeev! *(¡Para! ¡Paaara!)


       Pavel obedeció y se contuvo de lamer, goloso, toda aquella longitud empapada en semen y saliva. Se limpió los labios con la manga del jersey negro y recogió los apósitos de la alfombra, donde el klingon los había dejado caer.


 - Podrías ofresserme ahora una copa, se me ha secado la garganta. - Bromeó colocando las tiritas sobre las ampollas de sus pies.


 - Qatlho'... *(gracias) – Murmuró algo avergonzado por haberse derramado tan aprisa, subiéndose la cremallera y apartándose del ruso.


 - ¿Me das las grassias? No es algo que habitualmente se le pueda oír a un klingon... - Rió a carcajadas. - Tu orgulloso pueblo nunca da las grassias.


 - YlDoghQo'! *(¡No seas idiota!) - Protestó con enojo. - Usted salvó a mi planeta de morir de sed cuando Praxis explotó... ¡El consejo le otorgó una medalla! ¡Es usted El Salvador de Kronos! (Ése era su título desde entonces, no sólo un sobrenombre) ¿No fue eso un agradecimiento en toda regla? ¿Qué más puede hacer mi pueblo por usted?


 - ¿Y qué más puedo hasser yo para que me des una copa?


 - Bljatlh 'e' ylmev! *(¡Cállate!) - Antaak se giró para rebuscar en el mueble bar y darle al ruso lo que le había pedido. - Aquí tiene su copa.


 - ¿Vino de sangre? - Pavel hizo una mueca de disgusto, había jurado no volver a probar aquel endiablado licor. - ¿No tienes otra cosa?


 - Ghobe' *(no) – Respondió cortante. - O eso o agua.


 - Está bien, beberé esta porquería...


 - ¿Ha venido a mi casa para insultarme?


 - Niet! *(No) Y tampoco para hasserte una mamada, pero ha pasado así... - Rió de nuevo a carcajadas antes de quemarse la garganta con un buen trago de vino de sangre. - Aj, no me acordaba de lo fuerte que es.


 - ¿Y a qué ha venido entonces? - Preguntó sentándose frente a su extraña e inesperada visita.


 - Tengo un problema. He de tomar una dessisión. - El ingeniero le atravesaba con la mirada, perdido en su eterno dilema moral. - Proteger a la madre de mi hijo significa también convertir en un arma invenssible a la Chekov...


 - He visto su nave, la he estudiado. - Antaak cruzó las piernas, de pronto se sentía incómodo en su propia casa. - Es un diseño impresionante pero no invencible.


 - Si modifico sus defensas lo será. - Pavel volvió a beber, esta vez la quemazón se le hizo agradable.


 - ¿Sabe que los romulanos pensaban lo mismo de su “infalible” sistema de ocultación? A los míos no les costó nada duplicarlo. - Se jactó con orgullo.


 - En otro tiempo eso nos dio muchos quebraderos de cabessa. - Pensó en cada vez que Jim, tenso en su silla de mando del Enterprise, rogaba a todos sus dioses para que Spock detectara algún gas procedente del pájaro de presa que estuviera a punto de atacarles.


 - Mejore usted esas defensas, si es que puede. - El klingon echó un ojo a los pies del ruso. - ¿Quiere que le preste unos calcetines?


 - Sí que puedo. Yo puedo hasserlo. - Ya veía en su mente las larguísimas ecuaciones que implementarían su programa, haciendo que las frecuencias, entre el deflector de navegación y los escudos, fuesen compatibles. - La Chekov será invenssible... y sí, unos calssetines me vendrían bien.


 


                                  Anton cerraba sus preciosos ojos con una dulce sonrisa dibujada en los labios. Aún sentía la caricia de la mano de mamá sobre la frente, apartando los rizos rebeldes que le hacían cosquillas en la nariz, y su voz susurrando palabras en romulano junto a su oído, una lengua que desconocía pero que a la vez le sonaba cercana y familiar. No pudo evitar caer rendido entre los brazos de Morfeo. Había sido un día muy largo, aunque al final “papa” había vuelto a casa y parecía haber dado con la solución a su problema.


 - Amy, ¿me juras que nunca empessarás una guerra con la Chekov? - Le preguntó nada más verla entrar por la puerta.


 - ¿Se puede saber dónde diablos te has metido? - La vulcana venía hecha un basilisco, los ojos azules brillaban con furia. - ¡Llevamos horas buscándote, pedazo de imbécil! ¿Por qué cerraste tu mente?


 - Tenía cosas en qué pensar. - Respondió dando un paso atrás y metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón. - Vamos, th'y'la, no te pongas así...


 - ¡No me llames eso! - Le gritó. - No somos... tú y yo no somos...


      Khan llegó justo detrás de la morena, viéndola tan irritada pensó que lo mejor era deshacerse de la compañía. Entornando la puerta se giró en el porche, donde Jim, Spock y Peter esperaban.


 - ¿Está bien? ¿Le ha pasado algo a mi niño? - El rubio hizo por entrar pero Khan no se apartaba de su camino.


 - Ha aparecido, está hablando con Amy. - Su mirada azul hielo resultaba más fría que de costumbre.


 - Será mejor dejarles a solas. - Spock tomó del brazo a su marido. - No nos entrometamos, vamos a casa, tal-kam. *(querido)


       Pero Jim no pensaba ir a ninguna parte sin ver a su genio ruso y darle uno de sus fuertes abrazos. Esquivando el cuerpo del moreno, se deshizo de la mano de su esposo y se coló entre los dos, al asomar por la puerta lo que vio le hizo gritar. Sulu empujaba a Anton escaleras arriba camino de la habitación del chiquillo, huyendo ambos de la escena que se desarrollaba en el salón. A Amy se le había subido un rubor verdoso a la cara y acababa de lanzar un florero a la cabeza de Pavel, que, reaccionando con su telequinesia, lo convirtió en polvo justo delante de sus ojos.


 - ¡Pavel! - Chilló el rubio asustado. - ¡Mi niño! ¡Ven aquí!


 - ¡Jim, ten cuidado! - Le advirtió Khan. Sabía bien lo que le costaba a su marido controlar aquel poder, acercarse en ese momento era bastante peligroso.


 - No me hará daño... - Le contestó con total confianza, avanzando un paso más hasta envolverle entre sus brazos. - ¿Lo ves? Sabía que a mí no me haría daño.


 - Nunca lo haría, Jim. - Susurró Pavel hundiendo la cara en su pecho.


 - Lo siento. - Se disculpó Amy. - Lo lamento mucho, he perdido el control.


 - ¿Qué ha pasado, ko-fu? *(hija) – Spock le acariciaba las mejillas, sintiendo fluir la sangre verde y ardiente bajo la piel.


 - Me ha llamado t'hy'la y...


 - No lo es. - Terminó Khan la frase. - Ni yo tampoco.


 - ¡Exacto! No sois mis compañeros, mis amantes. No compartimos la vida. - Volviéndose hacia su padre le miró con ternura. - Tú lo entiendes también, ¿verdad papi?


 - Ah. *(Sí, en vulcano) – Asintió al mismo tiempo que lo hacía su hija. - Vuestro tel *(vínculo) no os convierte en t'hy'la.


 - ¿Cómo puedes decir eso? - Jim no soltaba a Pavel de entre sus brazos, aún así se las arregló para girarse y contestar a su marido. - Es una estupidez. Su unión les hace serlo.


 - “T'hy'la”... tuve que buscar la palabra en el ordenador, ¿te acuerdas, Pavel? - Khan había echado a andar hacia el mueble bar, necesitaba un trago de whisky. - Significa... “amigo”, y los tres lo somos, “hermano”, podría decirse que también, “compañero del alma”... ahí empiezan mis dudas y... “¿amante?” Definitivamente no. Hace mucho tiempo desde la última vez.


 - Ne'mah es mi t'hy'la, a'nirih. *(papá) – Le repitió mirándole directamente a los ojos.


 - No te preocupes, mi niño. - Volvía a apretar el cuerpo de Pavel contra el suyo, acariciando los rizos de la nuca al mismo tiempo. - Si mi hija ya no te quiere, yo te querré siempre. - Le dijo al ruso bien alto, sólo para molestarla.


 - Ah... - Suspiró con tedio. - Voy a darle las buenas noches a Anton. - Antes de subir las escaleras besó a su padre en la mejilla. - Te quiero, papi. Tú siempre me comprendes... no como otros. - Dejó caer con intención, antes de saltar los peldaños de cuatro en cuatro para desaparecer de la vista de Jim.


 - Yo me marcho también, buenas noches, Khan... Pavel, me alegra ver que no te ha pasado nada. Hasta mañana, tío Spock. - Se despidió Peter, había estado en silencio contemplando toda la escena. - No te molestes en soltar a “tu niño”, tío Jim. Siempre he tenido claro que es tu favorito.


 - ¿Qué ha querido decir, Spock? - Le preguntó a su impertérrito marido una vez Peter se hubo ido, el vulcano tenía las manos cruzadas a su espalda.


 - Creo que Peter piensa que, aunque Pavel no lleve tu sangre, le quieres más a que a él. - Había ladeado su cabeza y la ceja izquierda se alzaba unos milímetros por encima de su compañera. - ¿Les dejamos ahora a solas, t'hy'la?


 - Eso es absurdo. - Jim besuqueó toda la cara y la frente de Pavel. - Te quiero muchísimo, es verdad, y eres mi niño, me da lo mismo que no lleves mi sangre... Pero también quiero a Peter, a mi muchacho... ¿crees de veras que pueda tener celos de éste? - Revolviendo sus rizos le apartó con una de sus retorcidas sonrisas. - Un día de estos me pasaré por su despacho, y le dejaré en vergüenza delante de sus compañeros en el Cuartel General. ¡Se va a enterar de lo que es un verdadero ataque de cariño por parte de su tío Jim!     


       El rubio arrebató el whisky a Khan y se lo bebió de un trago, dejando la copa vacía en su mano. En casa, Bones no le dejaría hacer algo así y después de lo que había pasado con su hija, lo necesitaba. Luego le dio una buena palmada en el hombro a Sulu, el japonés acababa de bajar del cuarto de Anton. Dando las buenas noches, se llevó a Spock que aún mantenía su ceja levantada.


 - Vamos a dejarlos a solas, cariño. - Le decía cerrando la puerta tras de sí. - Te he dicho ya que hay cosas que es mejor que las arreglen en la intimidad, no debemos entrometernos.


 - T'hy'la... - Spock captó la sonrisa y la mirada traviesa en el rostro de su marido. - No seas malo conmigo.


 


                   Amy seguía en el dormitorio de Anton. Khan saboreaba su copa, sentado en el sofá, mientras Pavel se afanaba en retirar los restos del florero que se habían esparcido sobre la alfombra y la mesita de café. Sulu seguía allí plantado, con su cara de justo juez, los brazos cruzados a la altura del pecho y la mirada fija en su preciosa rosa.


 - Dale bien a ese rincón, te dejas ahí...


 - Ya está limpio, no voy a mover los muebles ahora.


 - No te costaría nada levantar la mesita, a no ser que seas incapaz de no hacerla fosfatina al mismo tiempo.


 - ¡Ya te pedí disculpas, Hikaru! Fue un acto reflejo, ella me lanssó esa cosa y paré el golpe...


 - Moy muzh... *(esposo mío) – La voz grave de Khan hizo que a los dos se les erizase el vello de la nuca al oírle. - ¿De quién son esos calcetines? Son horribles.


 - Es una larga historia. - Pavel se dio media vuelta y fue a tirar a la basura los pedazos del jarrón.


 - Ya... una de esas de las que “no hablamos”. - El moreno se olía por donde iban los tiros y regresó a su copa de whisky.


 - No cambiará nunca. - Murmuró Sulu yendo a sentarse junto a él. - No indagues más sobre los calcetines. Salió de aquí sin ellos y creo que lleva unas tiritas puestas por debajo.


 - A saber cómo los ha conseguido. - Khan dejó escapar un suspiro echando el brazo a las rodillas del japonés. - Anata, *(cariño) hoy hemos sabido que Amy está con una mujer. Ne'mah, creo que ha dicho que se llama. Y que es a ella, y sólo a ella, a quien considera su t'hy'la.


 - Entiendo... Bueno, es normal que Amy siente la cabeza, ya tiene treinta y dos años. - Sulu dejó que le levantase los pies hasta apoyarlos sobre sus piernas, a su amante le gustaba acariciarle los empeines. - ¿Te hace sentir mal? Que ella tenga su propia “t'hy'la”, que ya no os llame así a vosotros...


 - No. Es lo justo y me alegro por ella. - Khan se entretenía en repasar cada milímetro de piel con las yemas de sus dedos. - Oh, hace mucho tiempo que no siento deseo por Amy. Puedes estar tranquilo, anata. *(cariño) Ni Pavel ni yo volveremos a tenerla de ese modo, ya me comprendes.


       El japonés estaba más que tranquilo, tanto por él como por su rosa. A pesar de que, de vez en cuando, Pavel parecía tener algo que callar, siempre volvía a casa, a su lado. Tantos años de compartir la cama los tres juntos, sabía bien que ninguno de los dos le abandonaría jamás.


 - ¿Me hasseis un hueco ahí? - Con su carita de pena suplicaba un poco de cariño delante del sofá. - Lo he dejado todo ordenado, moy drug *(amigo mío) y he tirado los calssetines a la basura, no tengo que devolverlos ni nada de eso. - Intentó explicarse lo mejor que podía, dando a entender que el episodio que había vivido no significaba absolutamente nada para él.


 - Mi rosa... - El japonés le tendió la mano y los tres terminaron enlazados en un abrazo. - Te has hecho daño en los pies, antes de ir a la cama tendré que limpiarte con desinfectante... seguro que no lo hiciste al ponerte los apósitos.


 - He pensado mucho en Amy... - Murmuró con su voz quebradiza. - Es la madre de nuestro hijo pero también tiene derecho a vivir su vida, ¿no os paresse?


 - Lo mismo creemos nosotros, Pasha. - Sulu deslizó su mano por debajo del jersey negro del ruso, buscando algo de piel que rozar... algún botón que pellizcar.


 - Ay, yebat! *(joder) - Se quejó divertido, cubriéndose el pecho con un brazo.


 - ¿Qué son estas manchas en tu manga? - Khan había dado con la huella del crimen.


 - No sé de qué me hablas, moy lyubov. *(mi amor) – Pavel se revolvía como una serpiente, intentaba levantarse, salir de allí para echar el jersey también a la basura.


 - ¿Dónde te crees que vas? - Sulu se había enroscado a su pecho, enredando las piernas alrededor de las del ruso.


 - Tengo trabajo que hasser, en tres días Amy regresará a HarOs y quiero darle una sorpresa. - Consiguió salir del laberinto de extremidades que eran Sulu y Khan, los dos le miraban sin dejar de reír. - Convertiré la Chekov en una nave invenssible, sus defensas serán infalibles y Amy estará a salvo. Puede que ya no sea nuestra t'hy'la pero siempre la voy a querer.


                Llevaba un buen rato sentada al principio de la escalera, fuera de su vista pero al alcance de su fino oído vulcaniano. Tuvo que secar una lágrima de su rostro, las palabras de su t'hy... las palabras de Pavel la habían conmovido.


 


                                  Al final, aquella visita suya resultó ser muy productiva para el genio. Amy había inspirado, sin saber bien cómo, lo que de ahí en adelante sería conocido por el Sistema Nirshtoryehat: *(imposible) un complejo programa que combina las frecuencias de las defensas de una nave estelar, volviéndolas impenetrables.


          Jim seguía sin entender que su hija pudiese vivir a miles de parsecs de distancia, lejos de los dos hombres con los que poseía el tel, *(vínculo) pero escuchó encantado a Amy hablar durante horas de su nueva novia, la comandante romulana Ne'mah. Le hizo prometer que la traería consigo la próxima vez, de lo contrario se presentaría en HarOs y la humillaría delante de la plana mayor del ejército dándole mimos y arrumacos. Era muy capaz de escandalizar a todo el Imperio Romulano si hacía falta, acababa de hacérselo a Peter en el Cuartel General y estaba envalentonado.


            Anton no quería llorar al despedirse de su madre, a su octavo vulcano no le parecía lógico. La veía casi a diario con el intercomunicador y estaban muy unidos, sin embargo la frialdad de la pantalla, el espacio infinito que se abriría entre los dos cuando se fuese, le hicieron sentir un enorme nudo en la garganta que no se deshizo hasta que rompió en llanto entre sus brazos.


      Amy no dijo nada, permitió que el niño se desahogara mientras rozaba su frente con ternura y le apartaba los rizos... y entonces, por primera vez, lo sintió. El Katra de Anton, su alma y su memoria, su viva esencia. Allí estaba, vibrante y fuerte a punto de convertirse en un muchacho. Supo que su hijo era un auténtico vulcano, lo cual significaba que tarde o temprano debería pasar por el Pon Farr. Eso la preocupó. Si Anton no establecía el tel (*vínvulo) con alguien, ¿moriría? Tal vez no fuese capaz de hacer algo así, conectar en cuerpo y alma con otro ser de ese modo, su sangre no era verde. Confusa y asustada, antes de marcharse, Amy decidió habar con su padre de todo aquel asunto en privado.


 - No sé hasta qué punto su desarrollo seguirá las pautas de los de nuestra especie, calculo que en menor medida dado que los componentes químicos de su cuerpo no son exactos a los de un vulcano, su hemoglobina se basa en el hierro, hija mía, no en el cobre.


 - Pero su Katra... papi, está ahí, la he sentido. Anton es vulcano.


 - No lo dudes, hace tiempo que lo sé. Desde su vimeilaya *(ceremonia) de iniciación estoy preparando su mente para lo que le espera.


 - Pon Farr... - Spock carraspeó y bajó la mirada al oír las palabras en labios de su hija. - Su sangre arderá y si no encuentra a alguien... ¡Mi pequeño...!


 - Olvidas que también lleva sangre humana, en mayor proporción que tú y que yo. Anton no padecerá el síndrome del mismo modo, dudo que apenas lo perciba.


 - El síndrome... hablas como si fuese una enfermedad. Pon Farr es parte de su crecimiento, está a punto de entrar en la pubertad y...


 - Ponfo mirann! *(improperio vulcano, sin traducción) – Espetó Spock ante la atónita mirada de su hija. - Anton superará todo lo que le depare su naturaleza, Amy. Igual que lo hacemos tú y yo. Deja ya de hablar de esto, te he dicho mil veces que el síndrome no es algo acerca de lo que mantener una conversación. - La reprendió.


 - Pues a mí no me gusta oírte decir palabrotas, papi. - Rió a carcajadas al pagarle con la misma moneda.


       El vulcano se ruborizó, una sombra ligeramente verdosa le cubría los pómulos. Su ko-fu *(hija) acababa de regañarle y con razón. Ninguno de los dos se dio cuenta de que otro par de oídos, inusitadamente finos para la especie humana, habían captado todo aquello.


 - Ponfo mirann... - Repitió en sus pensamientos, procurando no ser descubierto en su escondite. - Ahora ya sé un taco en vulcano. - Rió oculto tras el sofá de la biblioteca de su dedushka, *(abuelo, en ruso) imaginando la cara de todo el mundo cuando le oyeran decir aquello.


        Solamente tenía once años, las cosas que preocupaban a su madre a él no le importaban. Había oído a sus abuelos hablar del pon farr de Spock alguna vez y, por lo poco que había podido entender, tenía que ser algo muy divertido. Y sobre lo de establecer un vínculo con alguien de por vida... pensar en eso le revolvía el estómago. Eran cosas de adultos y a él le faltaba mucho para llegar a serlo... si es que no se quedaba como su “papa” anclado en una perpetua adolescencia.


 

Notas finales:

Lesek t'hyle, dif-tor heh smusma.


Hoy, dos de noviembre, he cometido un error garrafal a la hora de actualizar el fic, el resultado es que todo fue eliminado. La memoria caché del navegador no me ha permitido rescatar los comentarios a este capítulo. Lo lamento.


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