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La maldición de Caín por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Hola :D! Segundo capítulo :) 

Si encuentran algún error háganmelo saber. 

Abrazos :) 

Capítulo 2: “Hay un lobo en el rebaño”



Nunca creí que alguna vez me atrevería a saltar alguna clase… pero allí estaba, fuera de mi salón en mi primer día en el convento.

¿Qué estás haciendo, Abel?

La silla chilló un poco cuando la moví para sentarme en ella, causando una mirada molesta por parte de la anciana de la biblioteca.  Dejé caer el libro lo más suavemente posible sobre la mesa y me senté para empezar a leerlo. Me costó mucho tiempo encontrarlo y es que existen pocos libros públicos sobre brujería y artes oscuras en la escuela, de hecho, tuve que mentirle a la bibliotecaria para que me diera acceso a él. Pero valía la pena, estaba convencido, ese chico era extraño y de alguna forma me sentía obligado a descubrir de qué se trataba. Volví a mirar la nota que seguía perfectamente doblada y descansaba sobre la mesa, paciente, esperando a que la abriera.

Las manos me temblaron cuando acaricie la vieja tapa de una copia del “Malleus Maleficarum” y continuaron estremeciéndose por un rato mientras hojeaba las páginas del libro. Publicado en 1487 la obra era prácticamente un manual de brujería, que ayudó a descubrir a muchas mujeres practicantes, aunque muchas otras fueron quemadas injustamente. No me gustaba hablar del tema, en lo personal nunca estuve de acuerdo con la quema de brujas y que aún hoy en día existiese gente que la defendiera, pero no podía decir eso frente a mis padres o a los sacerdotes, sería una falta de respeto para ellos.

Salté directamente a la tercera parte, la que hablaba de cómo reconocer a una bruja. Sabía que reconocer a un hechicero sería más difícil, pero me esforzaría en aplicar bien los contenidos.

- ¿Devorar niños?- di un respingo sobre la silla  -¿En qué estaban pensando cuando escribieron esto…?- oí un “Shhh” que me hizo cerrar la boca

¿Causar granizos? ¿Tempestades? ¿¡Rayos!? Esto era una locura. Estaba seguro que las brujas no podrían hacer eso.

“Como comprobar que se trata de una bruja…”

Prueba de la aguja.

Prueba del fuego.

Prueba del agua. “El acusado debe ser sumergido a un pozo de agua fría y si se acaba hundiendo, será inocente” ¿Pero qué era esto? Cerré el libro con un poco de brusquedad ¡Obviamente si sumergen a una persona en un pozo de agua se hundirá, se ahogará! Apoyé la cabeza contra el libro y suspiré pesadamente. Había sido una pérdida de tiempo, no se podía confiar en todos los textos antiguos.

Mis ojos volvieron a posarse sobre la pequeña nota. Me senté derecho sobre el asiento y en un suspiro me animé a abrirla.

«Siento lo de esta mañana, no sé qué fue lo que ocurrió, no volverá a repetirse…nunca más»

Fue cosa de leer un par de líneas para sentirme infinitamente desgraciado y cruel. Me había comportado como un ingrato, solo por un estúpido sueño ¡Estaba en una biblioteca, intentando buscar pruebas para acusar de brujería a un chico que acababa de conocer! Y solo por una extraña actitud que él había tenido esta mañana, quizás fue un arrebato de ira, podía ocurrirle a cualquiera. Ahora se estaba disculpando y yo lo había juzgado injusta y egoístamente. Me sentí culpable.

 “Quién eres que juzgas a tu prójimo” Santiago, capítulo cuatro, versículo doce. 

Me había comportado como un tonto.

Salí de la biblioteca en silencio y con un sabor amargo en la garganta, parecido a la angustia que sentía en mi niñez al recibir un castigo por alguna travesura que había hecho, era triste y más agrio de lo que se podía imaginar. Con vergüenza me escabullí entre los patios y entré en la pequeña capilla que estaba en uno de ellos, refugiándome. Aun mis clases no habían terminado y no podía arriesgarme a que me encontraran vagando por el convento. El silencio y la tranquilidad apaciguaron mi alma atormentada. Caminé hasta uno de los reclinatorios y comencé a rezar, eso siempre ayudaba y me sosegaba. Había algo en el acto de rezar que podía tranquilizar a cualquiera.

Y poco a poco fui sintiendo como mi corazón se calmaba.

Oí el murmullo de una puerta cerrándose discretamente y luego unos pasos lentos que se metieron dentro de un confesionario. La pequeña luz se encendió y la miré unos instantes ¿Debía ir y confesarme? me puse de pie, confesarse siempre ayudaba un poco.

- Ave maría purísima – una voz grave y anciana me dio la bienvenida.

- Sin pecado concebido – hubo unos segundos de silencio en el que seguramente el sacerdote esperó a que hablara, carraspeé la garganta.

- He pecado, padre-

- Cuéntame, hijo-
su voz se escuchaba como una grabadora, una rutina ¿cuántas almas perdidas debía este hombre escuchar a diario? Incluso estando en un convento…parecía un trabajo duro.

- Hoy he…he juzgado injustamente a una persona, padre-

- ¿Por qué crees que le has juzgado mal?-

- Hemos tenido un encuentro extraño esta mañana y luego yo…fui a la biblioteca a buscar datos para acusarlo de brujería-

- ¿Has faltado a tus clases también, hijo?-
me hundí en la culpa cuando oí esa pregunta.

- Si, padre- oí un sonido de reprobación al otro lado.

- Háblame de ese encuentro extraño…- tomé mucho aire para hablar ¿cómo iba a explicárselo?

- B-Bueno…él me encontró cuando buscaba mi salón y cuando me preguntó mi nombre reaccionó violentamente…-

- ¿Cuál es tu nombre?-
me quedé en silencio. Jamás me habían hecho una pregunta así de personal en una confesión. El hombre carraspeó la garganta – Lo siento, no debes decírmelo…háblame más de ese encuentro ¿te ha golpeado?- recordé como me azotó contra esa muralla y luego sus manos se aferraron a mi rostro, recordé el beso que depositó sobre mi frente ¿Era eso una agresión, acaso?

- N-no…no me ha golpeado-

- Acusar de brujería a alguien en un convento es algo muy grave ¿sabías?-
comencé a sentirme nervioso.

- ¡L-Lo sé padre! S-solo me asusté…su reacción fue tan anormal y luego tuve ese extraño sueño con él, con esos ojos…-

- ¿Un sueño?-

- N-no fue nada importante-

- ¿Y qué tienen sus ojos?-
subió un poco el tono de voz, como nervioso. Me acerqué un poco más a la reja de madera que nos separaba.

- Son rojos como la sangre, padre- susurré muy bajo – Jamás había visto unos así…- el sacerdote al otro lado emitió un sonido de sorpresa.

- Sabes que en este convento recibimos gente de muchos lugares del mundo, encontrarás muchos rasgos que jamás has visto en muchas personas, pero eso no te da derecho de acusar de brujería a alguien…- hizo una pausa y pude notar como calmaba su pulso  ¿Qué le había puesto tan nervioso de pronto? Tosió un par de veces antes de volver a hablar – Siete Padre Nuestro y tu culpa será expiada…y no vuelvas a clases, ve a tu cuarto a pensar en lo que has hecho -

- Amén -

- Gracias, padre-

No puedo decir que salí de la iglesia más tranquilo de lo que entré, esa confesión había sido extraña ¿Qué debía hacer ahora? El sacerdote sugirió que me fuera a mi cuarto, eso era aún más extraño. El patio estaba completamente desierto, metí una mano en mi bolsillo y mis dedos rozaron con la pequeña nota ¿Era mi turno de disculparme ahora? Yo le había juzgado egoístamente, ir a buscarle y ofrecer una disculpa parecía la mejor opción, pero ¿Y si me despreciaba?

- Abel…- oí una voz pronunciar mi nombre y me sobresalté. Una mano se posó sobre mi hombro - ¿Cómo estás?- tardé en reconocer los ojos verdes que me miraban.

- ¿A-Alex de Blanc?- el chico sonrió cuando lo reconocí - ¿Qué…qué haces aquí?-

- B-Bueno…-  
se llevó una mano a su cabellera rubia para sacudirla – Ya sabes, mi madre y todo ese lío de querer convertirme en sacerdote para hacerme cambiar…- soltó un suspiro – me obligaron a entrar aquí-

- ¿Pero no estabas en Alemania?-

- Lo estaba…mis padres me enviaron aquí-


- A-Ah…comprendo-

Conocí a Alex de Blanc cuando tenía once años en un almuerzo de negocios que habían preparado nuestras familias. Era un chico demasiado travieso para mi gusto incluso a esa edad, pero aun así congeniamos bien. Su padre y mi padre cerraron un trato y nosotros empezamos a consolidar una amistad un tanto extraña. Nos llevábamos bien pero éramos muy distintos, a los catorce  ya era todo un mujeriego y había pasado entre las faldas de más de cinco mujeres, salía a más fiestas que cualquier aristócrata de nuestra edad y más de una vez tuve que sacarlo borracho de alguna. Solía burlarse de mí y decir que mi forma tímida y callada de ser no me llevaría muy lejos. Nos separamos cuando su familia se mudó a Alemania. Debo confesar que jamás le extrañé, es más, la quietud que había vivido desde que él se fue había sido muy grata. Pero algo en mi interior se removió cuando le vi frente a mí, me alegraba de verlo.

- Pienso escapar esta misma noche…- susurró muy bajo y pasó su brazo sobre mi hombro para arrastrarme con él. Dejé escapar un suspiro, este chico seguía siendo un desastre. Entendía por qué su madre lo envió aquí.  

- No vas a escapar de aquí, Alex. Y vas a comportarte-  apreté su mano con fuerza y le estrujé los dedos para que no se soltara, logrando que se quejara – Tu madre me mataría si se entera que te dejé escapar-

- No debí haberte contado- masculló entre dientes.

- No, no debiste- sonreí burlonamente.

Le solté cuando noté que había dejado de forcejear. Comenzamos a caminar.

- Por cierto…- Alex carraspeó la garganta cuando comenzó a hablar y sus ojos verdosos se iluminaron por la intriga. Tenía una teoría sobre él, que al pasar tanto tiempo junto a mujeres había adquirido ese distintivo rasgo que tienen ellas de ser entrometidas y querer saberlo todo – Estaba en la iglesia cuando entraste, estabas tan concentrado rezando que ni siquiera te fijaste que estaba ahí…- hizo un gesto de dolor cuando sobó la mano que le había tomado – Y el sacerdote hablaba muy alto…no pude evitar oír que…-

Me detuve abruptamente.

- ¿A dónde quieres llegar?- sabía muy bien lo que quería preguntar y ya sentía mis mejillas sonrojar antes aquella pregunta. Él había escuchado mi confesión, seguramente me reprocharía por ello.

- ¿En serio hay alguien en la escuela que practica brujería?- acercó su rostro al mío y la mirada vivaz de sus ojos verdes me asustó un poco. Di un paso hacia atrás al tenerlo tan cerca.

- No, no la hay- retomé el paso, sintiéndome un poco nervioso. Había recordado lo que decía la nota y aún sentía que debía encontrar al chico de ojos rojos – Fue una equivocación mía, olvídate de eso- me sentí ligeramente molesto – Además, Alex ¿No deberías estar en clase?-

- Al igual que tú-

- ¡Y-Yo…!-
balbuceé – Justamente las mías comienzan ahora – le di una palmada en el hombro, encontrando la excusa perfecta para irme de ahí – Nos vemos luego, Alex-

- ¿¡Qué tal a la hora de almuerzo mañana!?-
gritó, cuando ya me hallaba algo lejos. Alcé la mano en un gesto afirmativo y me retiré de ahí. Debía buscar al chico.

Me escabullí sigilosamente entre los pasillos cuando vi correr a Alex de un inspector que atravesaba el patio y llegué hasta la puerta de mi salón para mirar por la ventanilla transparente y notar que las clases estaban a punto de terminar. El misterioso chico no estaba ahí ¿Dónde más podría estar? Volví mis silenciosos pasos hasta el patio central, donde había tenido el extraño sueño y le busqué allí, pero tampoco estaba. Recorrí los otros tres patios de suave césped y no vi rastro de él ni de sus ojos rojos, en ningún rincón, bajo la sombra de ningún árbol. Me dirigí hasta los baños y busqué en cada caseta, pero tampoco estaba.

Había desaparecido como humo.

Dejé escapar un suspiro de frustración y resignado decidí dirigirme a mi dormitorio, quizás debía hacerle caso al sacerdote e ir a mi cuarto a reflexionar sobre todo lo que había ocurrido, mañana podía buscarle. Al doblar por un pasillo noté una reja negra que prohibía el paso hacia una escalera que daba al segundo piso e inevitablemente una risa nerviosa salió de mi boca. ¡Claro! Qué mejor lugar para ocultarse que el ala izquierda de un segundo piso abandonado. Mi tío me había contado que un terrible accidente había ocurrido allí hace treinta años atrás, donde murieron más de veinte estudiantes y que decidieron clausurarlo dos años después, ante las numerosas quejas de gente que veía los fantasmas de los chicos muertos y oía gritos por las noches. Me atemoricé de solo mirar la baranda ¡No es que tuviera miedo! Pero ¿Quién se escondería allí? Solo un loco lo haría, un extraño, o un brujo.

Y por algún motivo, ese chico parecía cumplir con todas esas características.

Me detuve al pie de la escalera ¿Y si no estaba ahí? Si algún sacerdote me llegaba a sorprender allí arriba seguramente pasaría unos cuántos días en el calabozo, pero…

¿Por qué dudas, cobarde Abel?

Me armé de valor y subí el primer escalón, intentando olvidarme de las paranoias en las que pensé al enfrentarme a la espesa oscuridad que le seguía y que de alguna forma llamaba más mi atención. Subí tambaleante las largas y maltrechas escaleras que parecían estar a punto de derrumbarse y luego de veinticinco infernales peldaños logré llegar al piso abandonado. Estaba todo lleno de escombros y polvo que manchaba todo el lugar y le daba un aspecto escalofriante y oscuro, apenas había una ventana a lo lejos que no alcanzaba a iluminar el pasillo por completo.

En un leve destello provocado por los débiles rayos de sol que se colaban por el lugar, pude dilucidar una silueta al borde de la ventana ¿¡Qué se supone que estaba haciendo!? La persona que estaba allí parecía estar a punto de saltar. Corrí instintivamente sin importarme el descuidado suelo que se caería a pedazos en cualquier momento, a cada pisada.

- ¡Detente!- grité con todas mis fuerzas y mi alarido resonó en cada rincón del pasillo. Giró la cabeza hacia mí y me observó extrañado, pude notar el destello carmesí en él.

- ¿Qué sucede? – Preguntó. Era él, el chico que estaba buscando.

- ¿¡Qué se supone que ibas a hacer!?- exclamé ofuscado mientras me acercaba a él, quizás más molesto de lo que debería.

- Nada…- se encogió de hombros y mantuvo su mirada en el vacío. Llegué a él con cautela, con las manos por delante, preparado para sujetarlo si se soltaba.

- ¿I-ibas a…suicidarte?- el giró sus ojos hacia mí. Su rostro triangular contuvo una mueca de enfado que pasó a confusión y luego hizo un gesto gracioso, dejando escapar de sus labios una pequeña carcajada.

- ¿Por qué querría suicidarme?- rio con sarcasmo- ¡Como si pudiera morir desde esta altura…!-

 -¿De qué hablas? ¡Claro que puedes matarte desde aquí! - Interrumpí bruscamente.

- Creo que necesitarás más de un piso para matarme, Abel- repuso en tono frio mientras volvía a posar nuevamente sus ojos en el horizonte y se sentaba sobre el marco de la ventana. Su frase me dejo helado ¡Él no tenía problemas en bromear con su propia muerte! Eso me molestaba. Mantuve un silencio que duró un largo rato, no sabía que decir. Él decidió romperlo.

-Daemon Enoc - 

- ¿Qué? – Pregunté confundido.

 -Ese es mi nombre – Titubeó un poco e hizo una pausa, pensativo. –Eso creo-

Me encaramé sobre la ventana torpemente, mientras me sujetaba nervioso contra su marco y me instalé junto a él, clavando mi vista en la lejanía, al igual que él.

- Hoy está hermoso ¿No crees?- murmuró entre dientes.

- ¿Qué cosa?- pregunté, perturbado.

- El atardecer- y su dedo me apuntó hacia el horizonte, noté como sus uñas estaban perfectamente cuidadas y eran un poco más largas de lo normal. Seguí su dirección y me percaté, el atardecer hoy estaba fantástico. Una pluralidad de colores amarillos, naranjos y rojos vivos con pequeños matices rosas y violetas iluminaban el alto cielo ¡Era maravilloso! El sol se ocultaba orgulloso e imponente en la distancia y yo observaba admirado como el día comenzaba a extinguirse lentamente y le daba lugar a la noche quien con su paso tranquilo se acercaba.

Jamás me había dedicado a observar el atardecer en esta zona del país, jamás me había detenido a observar el atardecer en ningún lado. Supongo que normalmente dejamos pasar esa clase de cosas. Lo vimos en silencio hasta que el último rato de sol se sumergió entre las azuladas aguas del océano que parecía brillar con una sublime singularidad y proyectaba en su reflejo extrañas figuras que cambiaban constantemente. Solo cuando la luna salió me di cuenta de lo tranquilo que me sentía, había encontrado la paz que había buscado durante todo el día y aún no me disculpaba por haber sido tan grosero.

La brisa fresca que empezó a correr fue la que nos obligó a bajar las escaleras y volver a los jardines floridos que ya estaban iluminados por la tenue luz de los faroles del convento. Le seguí hasta una pequeña banca junto a unos sauces. Suspiré inquieto y me dispuse a hablar.

- Daemon… ¿Puedo llamarte así?- Me miró extrañado.

- Claro que sí-

- B-Bueno, Daemon…yo-
tartamudeé un poco, me sentía muy nervioso – Siento lo de hoy durante el almuerzo, no te traté de la mejor forma yo…- hice una pausa, dudando si debía decirle lo de la biblioteca y mi consulta al Malleus Maleficarum y decidiendo finalmente que se lo diría más tarde – L- lo siento…- terminé, un poco sonrojado. No era muy bueno pidiendo disculpas.

Otra vez soltó una pequeña carcajada sarcástica que de pronto comenzaba a molestarme. Fruncí el ceño en forma de protesta, él se percató y calló. Carraspeó la garganta.

- No te preocupes- dijo y sonrió. Puedo asegurar que jamás había visto una sonrisa más bella. Sus labios formaban una curva matemáticamente perfecta que parecía encajar y hacer juego con sus ojos, esos ojos en los que sentí podía perderme y quedarme atrapado. Me quedé mirando fijamente dentro de ellos, admirado por lo bien que se veían a la luz de la luna, al igual que él. Sus tenuemente empalidecidas mejillas parecían ser suaves al tacto y sin poder evitarlo y siguiendo a un extraño y nuevo impulso que vino desde mi interior me atreví a acariciarlas. Su rostro me parecía amable y hostil, angelical y demoniaco, juvenil y maduro… imperecedero. Las yemas torpes de mis dedos subieron hacia su cabello y luego bajaron drásticamente hasta su barbilla y su boca. El mantenía las manos sobre sus piernas, quietas, inertes; mirándome fijamente. Me alarmé con mi propia conducta y solté una mano y la dejé caer, pero él la tomó en el aire. Las suyas eran cálidas y firmes, llevó mi mano a su boca y la besó.

Abruptamente y en un movimiento casi antinatural me tomó por ambas manos y acercó su rostro al mío, tan cerca que sus labios casi rozan suavemente con mi boca. Sentí su respiración mezclarse con la mía y sentí mi corazón agitarse con desesperación, como si quisiese arrancar de mi pecho. Él también se dio cuenta, lo vi en sus ojos que penetraron en lo más profundo de mí. Soltó una de mis manos y dirigió la suya a mi hombro, atrayéndome aún más, quedando a milímetros de distancia.

- ¿Ya te diste cuenta, Abel?- susurró. Muy bajo.

Y de pronto, un sentimiento doloroso, culpable, repugnante y sucio me invadió por completo.

- N-No sé de qué me hablas-

- Hablo de esto…- sus dedos rozaron el dorso de mi mano y me estremecí.

Me aparté bruscamente.

- N-No…No podemos- tartamudeé sin saber si había entendido bien a lo que se refería o era mi infantil imaginación jugándome una mala pasada. Sentía aún su respirar dulce sobre mí a pesar de que ya me había alejado – Va contra nuestra iglesia, contra nuestro Dios, además…- fui interrumpido con su brusco movimiento que lo apartaba de mí.

- ¿Nuestro dios? ¿De qué estás hablando?- interrumpió en un tono molesto, pero tranquilo.  

- ¡Te conocí esta mañana, intentaste golpearme!- alcé la voz violentamente- ¡Luego te busco en todo el lugar y resultas que estás en un segundo piso! ¡Donde no deberías estar! ¡Además estamos en un convento! ¡Pronto seremos sacerdotes y…!- frené en seco. El me escuchaba en silencio.

- ¿Y qué?-

- Y lo que acaba de pasar aquí no es normal, Daemon-

- ¡Claro que no es normal, Abel!-
su cuerpo tenso volvió a acercarse a mí - ¿¡Crees que algo de todo lo que ha ocurrido hoy es normal!? ¿¡Crees que lo que pasó en ese pasillo es normal!? ¡No me extrañaría si esta noche sueñas conmigo!- me quedé helado ¿¡Acaso él lo sabía!? Volvió a atrapar mis manos y las atrajo hasta su pecho.

- No sé qué es lo que está pasando…- dijo – Pero estoy seguro que no soy el único que siente esta atracción y…-

- ¡No está bien!- refuté e interrumpí. Me soltó.

- No eres más que otra oveja del rebaño…- susurró y noté como no había pizca de molestia en su voz ahora, en cambio, el tono que empleó me supo a decepción. Se acercó sin tomarme y sus labios húmedos volvieron a posarse sobre mi frente.

- Vete a dormir, es tarde- dijo y se levantó para marcharse. Dio media vuelta y lo vi alejarse a paso lento entre los sombríos pasillos del convento, le seguí con la mirada hasta que se perdió de mis ojos entre la oscuridad de la noche.

Sus palabras me hicieron reflexionar toda la velada. Habían dejado una herida, una herida en extremo dolorosa, angustiante; una a la que temía. La herida de sentirme común, como todos los demás.




















« Nunca me acostumbré a tener este tipo de contacto con nadie y nunca me molesto aquello. Sabía que los demás me sentían extraño y eso estaba bien, sabía que me temían y eso nunca me hizo problema. Pero este chico es distinto.

A pesar de su miedo, sigue insistiendo en acercarse.

Me alejo y le veo observándome con aquellos ojos celestiales e inocentes, que no le permiten mirar la maldad que reside en mi interior.

No puedo resistirlo. Creo que le envidio.»



Notas finales:

Espero que les haya gustado :3 Las cosas ya se pondrán intensas. 

¿Criticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

Gracias por leer :3 


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