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Mi Señor por CaedesDarkParadaise

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Cuando Peter Pettigrew era solo un bebe se quedó huérfano de padres, vivió siete años en un orfanato conflictivo donde eran golpeados continuamente por los adolescentes encargados de dirigir a los menores. Peter habia sido golpeado innumerables veces por los chicos y chicas del lugar hasta que un día después de cumplir diez años con las costillas magulladas y la cara destrozada logró huir bajo las narices de la horrible directora.

Lo necesitaba o se convertiría en un juguete a su merced.

El orfanato se encontraba en mitad del mar, en una roca inmensa flotante por medios mágicos en la que solo habia un pequeño bote de madera para trasladarlos hasta el puerto de los cuatro reinos. Peter habia ideado un perfecto plan para escapar de sus garras y aunque le sugirió huir a algunos de los niños que dormían con él, estos no quisieron por miedo.

Era peligroso.

Podían encerrarlos de por vida o matarlos para no causarles más problemas.

En cuanto vio que los de la lavandería venían como cada mes a por la ropa sucia, se metió en la cesta de ruedas cual serpiente pues el pequeño Peter era enjuto y sigiloso. En el momento que salieron por las puertas del orfanato, Peter ya lo vio como un triunfo.

La alarma del orfanato solo sonó cuando Peter estuvo seguro en el puerto de los cuatro reinos. Apenas salía de la cesta cuando uno de los encargados de la lavandería se dio cuenta que uno de los huérfanos no debería estar ahí, y Peter saltó de ella, siendo perseguido durante una hora hasta que los despisto.

Estuvo vagando por las calles de Slytherin durante días pidiendo monedas o algo de comida para engañar al estómago. Estaba sucio y nadie quería acercarse a él, solo era un pobre diablo. Hasta que llegó al bosque, y vio algo que llamó su atención completamente. A lo lejos, una vieja y oscura mansión, donde salía humo de la chimenea y cierto olor a pan recién hecho.

Peter supo que no habia más remedio que robar comida.

Triste y avergonzado por la osadía, se dirigió con paso firme a la vieja mansión y mirando por el hueco del ventanal descubrió una mesa repleta de comida deliciosa. A Peter se le hizo la boca a agua.

Una sirvienta se acercó a poner una copa, y camino hacia el otro lado del salón. Entonces Peter vio la oportunidad de entrar por la puerta del patio trasero deslizándose calmadamente. Al llegar al comedor, saco un saquillo para guardar unos cuantos panes y frutas, y disfruto de unas rodajas de carne. Listo para fugarse de nuevo, se dio la vuelta sin saber que unos ojos amarillos le observaban con diversión.

- Has disfrutado de mi mesa. - y no era una pregunta. - cómo has querido. ¿Qué debería hacer contigo? Si mi padre te viera, te echaría a los perros y créeme, nosotros no criamos perros sumisos.

Peter trago en seco, y sus mejillas se sonrojaron furiosamente cuando el adolescente se acercó unos centímetros a su rostro.

- Eres muy bonito. - susurro. Peter frunció el ceño, molesto por sus raras palabras. - ¿Que debería hacer contigo? - repitió.

- Nada. - consiguió decir. - Ya me iba.

- Sin dejar lo que has robado. - dijo fríamente.

Peter miro su pequeño saco con tristeza, él no quería problemas, solo comida. Suspirando pesadamente estiro su mano con la bolsa para que el de ojos amarillos la cogiera, pero el otro levanto una ceja y cruzo los brazos.

- Quédatelo. - ordenó. - Tu pareces necesitarlo más. Eso son sobras para mí, pequeño vagabundo.

Peter apretó los puños e hizo lo que jamás creyó hacer en su vida.

Empujo el saco hacia el pecho del muchacho con fuerza, logrando desestabilizarlo y le piso un pie.

El muchacho gruño de dolor.

- ¿¡Quién te has creído que eres!?- rugió. - Puedo ser un pobre desgraciado que no tiene nada, pero tengo principios y respeto a los demás. Y no me creo más que nadie. Es la primera vez que cojo algo que no es mío, y prefiero morirme de hambre antes que comer de tu comida. Soy un honrado vagabundo y que, señorito.

Las palabras de Peter parecieron doler al más mayor pues el brillo de sus ojos se apagó adolorido y el primero se sintió como una mala persona.

- Eh...yo. - apretó los labios. - sien...

- No digas nada. - le cortó. - Perdóname.

Los grandes ojos azules de Peter se abrieron sorprendidos.

- No te sorprendas demasiado. - bufó. - Los señoritos sabemos discúlpanos también.

- Pues no lo parecía. - murmuro sin pensarlo, y volvió a sonrojarse bajo la mirada sorprendida del de ojos amarillos. - Yo…

- Tienes razón. - sonrió cálidamente. - Eres muy sincero. Me gustas.

Entonces Peter solo pudo abrir la boca.

- Toma. - estiro la bolsa. - Es tuya. Coge lo que quieras de la mesa, mi padre no vendrá en dos semanas y comeré solo hoy.

Era una oportunidad de cenar caliente.

- ¿Estás seguro? - le pregunto mirando la comida con anhelo. El mayor le abrió una silla con educación, y un tímido Peter se sentó en ella. - Gracias.

- De nada. - respondió con la mirada fija en él. - ¿Cómo te llamas, mocoso?

- Nos llevamos apenas unos años, no soy tan pequeño. - replico. - Me llamo Peter.

- ¿Solo Peter? - y el pequeño asintió sin decir nada más. - Yo me llamo Bartemius. - dijo de forma petulante.

- Que nombre más antiguo. - soltó Peter. - muy refinado.

- ¿Refinado? - frunció el ceño. - ¿No te gusta?

Peter intuyó que lo estaba ofendiendo.

- Refinado. - volvió a decir. - Pero a mí me gusta.

Y Bartemius sonrió brillantemente en su dirección, y Peter solo pudo bajar la cabeza hacia el plato. El primero comenzó a servirse pescado, y Peter miro dudoso el cuchillo y el tenedor. En el orfanato para no ensuciar debían comer con las manos y Bartemius parecía manejar esos instrumentos de comida con elegancia. Si le veía comer de manera brusca lo echaría por lo que agarro el tenedor con la mano derecha de una forma un poco rara. La dirigió al pescado, y en cuanto cogió una porción se cayó al plato de carne con un "plop". Sonrojado, soltó el tenedor y guardo sus manos en los bolsillos.

- No sabes comer con tenedor. - era una afirmación. Peter alzo la barbilla, y prefirió observar un punto de la habitación. - Eres un enano orgulloso. Si no sabes comer con cubiertos, dímelo. Yo te enseño. - Se sentó a su lado, con los dedos giro el rostro de Peter y le acaricio la mejilla. - Mocoso.

Esa noche, Peter aprendió a comer con tenedor y cuchillo además de una clase de buenos modales en la mesa. Jamás nadie habia sido tan cariñoso y atento con él a pesar del principio de su encuentro. Bartemius habia cambiado totalmente su frío y arrogante carácter en menos de lo que Peter esperaba.

Cuando acabaron de cenar, Peter se levantó de la mesa, coloco la silla en su lugar y apesadumbrado por despedirse tan pronto de su nuevo amigo le dijo:

- Muchas gracias por todo. - Bartemius le analizo regresando a su máscara imperturbable. - Siento haberte causado problemas, no volveré por aquí otra vez así que...

- No te vayas, por favor. - Bartemius se levantó rápidamente y tiro de su brazo. - Quédate conmigo.

- Yo...yo no puedo. - Peter apretó su bolsa de comida. - Estaría abusando de tu hospitalidad, hoy es suficiente. Se está haciendo de noche y tengo que volver a la calle central. Los chicos del callejón Fleet me quitaran mi sitio, no debo tardar.

- Esta bien. - asintió. - Pero prométeme que volverás mañana a la hora de la comida.

- No.…- pero la mirada suplicante del joven Bartemius hizo que el corazón de Peter diera un salto. - Te lo prometo.

- ¿Enserio? - sonrió. - Gracias, Peter.

Peter cabeceo en su dirección, y sin más giro sobre sus pies sin voltear a ver más la alegre expresión de su cara porque sabía que si la miraba de nuevo no querría salir de su casa. Y le aterro descubrir aquello.

En cuanto llegó al callejón repartió la fruta y el pan entre las chicas y los chicos de la calle Fleet, se tumbó en la esquina de una pared acomodada con viejas sabanas y no paro de pensar hasta que se quedó dormido.

Volvió al día siguiente.

Le recibió un tranquilo e imperturbable Bartemius, las facciones de su rostro no presentaban nada, pero Peter supo leer sus contentas facciones: alegría, satisfacción y...temor.

Y Peter no encontró otra vez la manera de descubrir el porqué de ese sentimiento.

Comieron juntos, más bien Bartemius le miraba mientras un incómodo Peter comía, y luego le llevo a su habitación que parecía un revuelo de hojas, pinceles, lápices y pintura.

Peter descubrió que Bartemius era un apasionado del arte muggle, por esa época Peter no conocía las diferencias entre un mago y un muggle. El de ojos no le dio importancia así que Peter tampoco. También observo libros, montones de libros en una estantería y Peter vio uno que le llamo la atención.

- Son los cuentos de Beedle el Bardo. - habló Bartemius en voz alta para captar su atención. - ¿Nunca habías oído hablar de él?

Peter negó con la cabeza, y Bartemius alcanzo el libro de la estantería.

- Son cinco fabulas muy entretenidas. - le explico. - son cuentos para niños, pero mi madre siempre me los leía así que es mi libro favorito. ¿Quieres que te lo lea?

- Si, por favor. - y le mostro una tierna sonrisa.

Sin pensarlo, Bartemius inclino su rostro hasta el de Peter y poso un suave y dulce beso en sus labios.

Peter se echó para atrás totalmente asombrado e irracionalmente con el pulso a mil. Debía estar enfadado, pero no lo estaba. Ni con Bartemius, ni con el beso ni siquiera consigo mismo por quererlo.

- Perdón, Peter. - murmuro. - No lo volveré a hacer si quieres.

- No pasa nada. - le contesto con los pómulos rojos. - No me ha disgustado.

Y Bartemius soltó una carcajada al aire.

- Pues entonces quiero un beso al terminar cada fabula que te lea. - Peter amplio los ojos. - Cinco fabulas, cinco días, cinco besos. ¿Es un trato?

Peter tendría que volver a la vieja mansión y a pesar de todo estaba deseoso de saber que era realmente lo que contenían esos cuentos por lo que, con el nudo del estómago encogido, acepto.

- Acepto.

- No deberías aceptar todo lo que te propongo. - le dio con el dedo en la nariz. - Podrías arrepentirte.

- ¿Lo hare? - alzo una ceja.

- Espero que no.- respondió con ternura.

Y paso la semana, Peter regresaba cada día para leer los cuentos de Beedle el Bardo, y le fascinaron tanto que hacía que Bartemius repitiera las partes que más le gustaban y este le complacía. Bartemius no habia vuelto a nombrar los besos, y Peter no quería darle mucho pie a su vergüenza por lo que el de ojos amarillos solo sonreía cuando lo despedía en la puerta de su casa con la promesa de que volvería mañana. Un día le pidió a Bartemius que le leyera de nuevo la fábula de los tres hermanos.

- ¿Y porque no lo lees tú? - Peter cerro la boca. - Así que no sabes leer.

- No todos sabemos leer como los señoritos, Barty. - contesto Peter con enojo, y un silencio les envolvió. Extraño por no encontrar respuesta a sus palabras, levanto la cabeza y se encontró a Bartemius observándole de una manera tan dulce que quiso llorar. - ¿Que te ocurre? ¿He dicho algo malo? ¿Es por el nombre?

- No.- negó. - ¿Puedes decirlo otra vez?

- Bartemius. - susurro.

El de ojos amarillos negó con la cabeza.

- No me refiero al nombre completo, dilo otra vez.

- Barty. - Y el de ojos amarillos se abalanzo hacia Peter para rodearlo en un abrazo cálido y fuerte. - Me estas dejando...sin respiración.

- Lo siento. - murmuro contra su oído.

- Prefieres que te llame Barty. - le dijo con un pequeño escalofrió.

- Mi madre me llamaba Barty cuando era pequeño. - le explico. - Ella murió cuando tenía cinco años, pero la recuerdo tan claramente como si estuviera de pie frente a mí. Era una mujer extraordinaria, amorosa y llena de virtudes. Por ella se dibujar e incluso hice miles retratos suyos leyendo o simplemente posando. - Bartemius cogió unos papeles de su escritorio. - Esta es mi madre.

Era una mujer preciosa de pelo negro como el carbón y sonrisa dulce que parecía reflejar su alma. Peter veía fascinado el dibujo pues parecía representar el rostro con mucha delicadeza, dedicación y devoción.

- Es hermosa. - masculló Peter pasando sus dedos por el contorno de lo que sería el cabello de la mujer. - ¿Cómo se llamaba?

- Myrana. - contesto cogiendo la pequeña y suave mano de Peter. - Si algún día tengo una hija se llamará Myrana.

- Es un nombre realmente precioso. – le dijo Peter, y Barty le atravesó con los ojos amarillos.

Peter reconoció la esperanza en los ojos de Barty con el corazón en la mano. Totalmente conmovido, se aclaró la garganta y le devolvió el gesto.

- Hay una cosa que nunca te he preguntado, y es por tu padre. - Peter notó la tensión en el cuerpo de Bartemius. - ¿Nunca hablas de tu padre?

Las facciones de Bartemius se endurecieron.

- De ese hombre no tengo nada que decir, mocoso. - Bartemius acaricio el dorso de su muñeca. - Olvidémonos de él. Te enseñare a leer.

- Bien.

Y otra semana paso, y en menos tiempo Peter descubrió que podía leer muy bien gracias a la ayuda de Bartemius. En menos de lo que quiso descubrió un fascinante mundo, pero como los buenos momentos, estos se acaban. Y llegó justo cuando celebraba el haber aprendido a leer dos páginas solito.

- ¿¡Qué demonios ocurre aquí, chico!?- rugió Bartemius I con furia desde la entrada de la habitación del de ojos amarillos. - ¿¡Solo llevo dos semanas fuera y me traes a este gusano asqueroso a mi casa!? ¡Largo de aquí!

Bartemius II miro con miedo a su anciano padre mientras apretaba el libro y el brazo cálido de Peter con fuerza. Como pudo rodeo la cintura de un asustado Peter y huyó de su furioso padre escaleras abajo. Salieron los dos juntos, agarrados de la mano y con la respiración agitada. Llegaron al bosque y cuando vieron que nadie les seguía, pararon a descansar. Y Bartemius suspiro con un pesar y tristeza infinita.

- Hubiera querido que las cosas salieran de otra manera. - fue lo primero que dijo al coger aliento. - Seguir con nuestras charlas, haberte enseñado a terminar de leer un libro, besarte por última vez...

Peter deseo no saber lo que estaba diciendo, pero tristemente si lo sabía.

No podían volverse a ver.

Y un gélido frío envolvió su cálido pecho, y lo noto cuando una húmeda lagrima cayo de su ojo izquierdo.

- No llores, mocoso. - El suave dedo de Bartemius limpio el rastro de lagrima. - Sé que nos volveremos a encontrar, pero por el momento mi vida no será fácil. Mi padre tiene maléficos planes para mí en el reino de Slytherin y sería peligroso para ti si estas cerca. Y no quiero que nada ni nadie te haga daño, mucho menos yo.

- Tu nunca me harías daño. - sollozo Peter. - Repítelo.

- Yo nunca te hare daño. - repitió con dolor. - Pero lo hago al hacerte llorar.

- Jamás me harás daño. - le susurro, y alargando la mano, la poso en su mejilla y el pequeño Peter se alzó de puntillas para tocar sus labios con un beso que decía mucho más que mil palabras, una promesa que duraría siempre. - Te prometo que te buscare y mis labios jamás se separaran de los tuyos, Bartemius.

Podía decirse que eran palabras de niños, pero aquella promesa procedía de una magia ancestral antigua de la que ninguno estaba consciente todavía.

- Cumple tu promesa. - Bartemius le abrazo con fuerza. - Y te prometo que me quedare a tu lado y mis labios jamás se separaran de los tuyos, Peter.

- Toma. - le dijo Peter al separarse renuentemente. - Es tu libro.

Bartemius chisto con la lengua.

- Es tuyo. - le concedió. - Mi libro ahora es tuyo, y espero que cuando me busques vengas con él para leerlo de nuevo juntos. Yo ya no lo leeré las fabulas hasta tu regreso.

- No tardare mucho. - Los labios de Peter se apretaron para no soltar más lágrimas. - Espérame.

- Me debes diez besos más. - le recordó. - No lo olvides.

Peter se alejó del bosque grabándose el hermoso rostro de Bartemius en su cabeza para siempre, pues quien olvidaría a su primer y único amor.



En la actualidad, Peter Pettigrew se dirigía a los aposentos de Lord Bartemius Crouch con una inquietante punzada en su cuello como si dentro de poco le sucedería algo importante, algo que su núcleo mágico no quisiera que borrara de su mente. Suspiro cuando la manija de la puerta se abrió pues significaba que su nuevo trabajo comenzaba sin esperarlo.

El plan de James tenía que funcionar o todos acabarían en el fango más profundo de Slytherin.

La habitación parecía una cueva, literalmente, pues tenía las cortinas cerradas y la oscuridad rodeaba la estancia. Peter tuvo que tantear los bolsillos de su pantalón para encontrar su varita.

- ¡Lumos! - exclamó. - Este cuarto es una tumba. ¡Por Merlín! ¿Quién demonios vive así?

- ¡Yo vivo así! - replicaron a sus espaldas. Peter se tensó. - ¿¡Quién es el crítico que se ha referido a mi habitación como una tumba!?

"Diablos" pensó Peter.

- He sido yo, mi señor. - dijo en alto.

Y Bartemius soltó una fría carcajada.

- Debería cuidar esa lengua, muchacho. - Peter se dio la vuelta y diviso una robusta, dominante y arrogante figura a cinco pasos de él. - ¿Crees que ser sincero es totalmente bueno?

- No sé si totalmente bueno, pero mi mente y mi boca están en paz consigo mismas.

Una sonrisa brillante se extendió en el rostro del hombre y Peter deseo verlo con claridad.

- Que muchacho tan extraño. - murmuro para sí. - Aun no entiendo que haces aquí. Le he repetido mil veces a Rodolphus que no contrate ni hombres ni mujeres de la vida alegre para mí. No los necesito

Peter amplio los ojos.

Estaba totalmente equivocado.

- Yo no soy...- El hombre le corto con una mano.

- Me da igual lo que seas. ¡Lárgate! - y paso por su lado con una agilidad deslumbrante que le hizo estremecer de pies a cabeza. Llegó hasta las cortinas y las entreabrió unos centímetros y la luz de la luna ilumino su mirada. Y Peter jadeó. Durante diez años habia soñado con aquellos ojos amarillos de arrogante fuego, pero no podían ser los mismos. En estos fulgían una tremenda amargura y tristeza que exploto en su pecho e hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas.

…l no podía ser su Barty.

O tal vez si...

Si era él no se iba a quedar para descubrirlo mucho tiempo.

Tenía que pensar.

- Soy su nuevo criado, mi señor. - dijo rápidamente. - Si no necesita nada me retiro.

Y Bartemius solo vio una llama de pelo castaño rojizo huir de su habitación con una velocidad nunca vista. Y de golpe le vino la imagen del ser más hermoso y magnifico que hubo visto jamás:

Peter

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