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En los acantilados por Athair

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Notas del capitulo:

Agradezco mucho los review de Happy y gen-sagitagemini.

A mi chico MrVanDeKamp2, le dedico el nuevo capitulo aunque su cuota de días en el sofá haya aumentado por como siempre, andar perdido por su ocupadisimo mundo.

Un saludo a los que me leen.

Aioros comenzó a toser incluso antes de abrir los ojos.

Sus vías respiratorias estaban llenas de polvo y tierra, impidiéndole respirar con normalidad.

En el ambiente también se respiraba un aroma húmedo, cargante.

Su cuerpo estaba tendido cual largo era en el suelo, completamente dolorido.

Abrió los ojos y parpadeó un par de veces.

Pero todo era oscuridad.

Estiró un poco los músculos antes de levantarse, cerciorándose de que estaba todo en orden.

Su cuerpo le indicó que había recibido algún que otro golpe, que iba a lucir bonitas moraduras durante algunos días, pero que por suerte, no tenía nada roto.

Fue cuando intentó levantarse cuando Aioros notó que un peso bastante considerable se lo impedía.

Al recordar lo sucedido, pensó durante unos segundos que una de aquellas piedras le había caído en la espalda, pero pronto fue sacado de su error.

El peso transmitía un agradable calor, y a pesar del polvo, la humedad y la tierra, también se distinguía un aroma especiado.

Cuando sintió una respiración trabajosa contra su cuello, supo, sin lugar a dudas, que el peso no era el de una piedra, sino el de una persona.

Elevó un poco su cosmos para estudiar la situación que había justo encima de él.

Efectivamente, detectó una persona, que obviamente le había protegido con su cuerpo. También pudo comprobar, que su cosmos chocaba con pequeñas formaciones rocosas.

Sí. Quien estuviese encima suyo después de protegerle había recibido el impacto de varias rocas.

No se movió.

Sabía que debía ser cuidadoso, tanto con las rocas, que podían provocar un nuevo derrumbamiento, como con la persona que le había salvado y que estaba, a todas luces, herido.

Gasto unos preciosos segundos en calmar su mente y estudiar su entorno desde el suelo, sin moverse de la posición que estaba.

El desprendimiento había formado una curva perfecta, atrapándoles por completo.

Con su cosmos a manera de iluminación, descubrió que el muro de piedras que les separaba de la salida era amplio y espeso, y que solo la suerte había querido que esas piedras no formasen un camino natural hacia el mar.

Que aquella especie de cúpula en la que estaba comenzase a inundarse no era algo que quisiera.

A pesar de que su cosmos no era suficiente para admirarlo todo, descubrió que del otro lado el desprendimiento había dejado libre la entrada natural a una cueva.

Su cosmos también le indicó que el polvo y la tierra aún no habían terminado de asentarse, y que el movimiento de las pequeñas partículas indicaba que por algún sitio, entraba una corriente de aire.

Al menos, la falta de oxigeno tampoco iba a ser una preocupación.

Luego, iluminar aquel lugar pasó a un segundo plano y concentró su cosmos en la otra persona.

La inconsciencia estaba asegurada y no tardó en descubrir que su cosmos le indicaba un golpe en la cabeza.

Descubrió pequeños rasguños en brazos y cuello, rasguños que no representaban un peligro vital, solo otros futuros moratones para su salvador.

La espalda se había llevado la peor parte, cortes profundos, algunos impactos de considerable fuerza, pero el destino había obrado otra vez un milagro y no había ningún hueso roto.

Era cierto que el experto en sanación era Aioria, pero Aioros no creía tener problemas para hacer unas primeras curas, algo pasajero hasta que pudiesen salir de ahí y atender de manera adecuada a su salvador.

Apagó su cosmos. Había aprendido a las malas que usar demasiado de su energía no era buena idea y aun tenía que quitar las piedras de encima de su salvador y buscar la manera de salir de allí.

No pensó en nada durante unos segundos hasta que se percató de algo a lo que, en ese momento, no debería haberle dado importancia.

El calor y la fuerza de los brazos que medio le rodeaban se le hacía familiar.

Demasiado familiar.

Asegurándose de no cambiar demasiado su postura, por la seguridad de su salvador, movió lo suficiente la cabeza para que sus ojos pudiesen mirar hacia abajo y a un lado.

Encendió su cosmos solo un poco en su mano derecha, convirtiendo ésta en una pequeña linterna.

El otro hombre llevaba su armadura puesta, es cierto que solo podía ver un poco del brazo, pero, por el color de la muñequera, la armadura era claramente de bronce, como mucho de plata aunque no lo creía.

Luego, unos milímetros más abajo, vio una especie de cola con escamas de color azulado o morado.

Parecían las plumas de un ave, y aunque en un principio le recordaron las plumas de la cola de un pavo real pronto se dio cuenta de que no.

Eran las plumas que adornaban la cola de un ave de fuego.

Las de un Phoenix.

-Ikki-murmuró para sí mismo al comprender que su salvador era el muchacho que le había ayudado al levantarse.

El hermano de Shun de Andrómeda.

Bien, ya iban dos veces que el caballero de bronce le ayudaba, aunque ahora, salvándole la vida.

El agradecimiento que le debía Aioros era enorme.

Y la curiosidad también.

¿Qué hacía Ikki del Phoenix allí?

¿Acaso estaba volviendo al Santuario y se había tropezado con su accidente de casualidad?

¿Acaso esa aldea era el lugar escogido por el muchacho para esconderse?

Los aldeanos no le habían dicho nada de la presencia de otro caballero, así que Aioros supuso que la primera opción era la más segura.

-Tienes que hacer algo-se dijo a si mismo reprendiéndose.

Hacia un buen tiempo que no usaba su muy escasa telequinesis, y sabía que por desgracia poco o nada podía hacer por llamar a su armadura.

La tensión se apoderó de su cuerpo durante unos segundos al pensar en la armadura de oro de Sagitario, ¿habría quedado enterrada entre aquel desprendimiento?

No es que fuese a dañarse demasiado, y Mu siempre podía repararla, pero eso no evitaba que se preocupase, esa armadura había sido su compañera durante años y también había vestido y salvado a Seiya en unas cuantas ocasiones.

-No-se dijo a sí mismo-Va a estar bien.

Deshaciéndose de pensamientos que de poco le servían en ese momento, Aioros volvió a concentrarse.

Poco a poco, puso a su mente en armonía con su cuerpo y luego a ambos los puso en armonía con su cosmos.

Un aura dorada empezó a envolverlo todo, iluminándolo, llenándolo de su propio poder.

Gracias a ese cosmos visualizó cada una de las piedras que apresaban el cuerpo de Ikki.

Sabia de sobra que la prisa y la impaciencia no serian buenas compañeras en estos momentos.

Comenzó a quitar las piedras una a una, elevándolas con cuidado con el poder de su mente, llevándolas a un lugar más seguro. Luego, se aseguraba de que retirar esas piedras no estaba causando ningún daño al caballero del Phoenix.

Lo que menos quería, era provocarle una hemorragia.

Una vez que todas las piedras fueron alejadas del cuerpo más joven, Aioros se concentró más, elevando un poco más su cosmos.

Con un cuidado inmenso, rodeó el cuerpo del Phoenix con su energía, elevándolo milímetro a milímetro.

Cuando sintió que su propio cuerpo se liberaba, se levantó con cuidado.

Aunque dolorido, su cuerpo reaccionó bien, permitiéndole permanecer de pie, midiendo sus propias fuerzas.

Luego, cogió a Ikki, que aún estaba en el aire, y le dio la vuelta.

Sus cabellos, cortos y de lo que parecía color azul, estaban empapados en sangre al igual que su rostro, irreconocible.

Con movimientos cautelosos, utilizo su fuerza y su cosmos para ir dejando al caballero de bronce poco a poco en el suelo, en una postura más cómoda tanto para curar las heridas como para que no sufriese más daño.

Aioros estaba cansado, los días de misión le habían dejado agotados, la exploración de la cueva, de ambos cuerpos y la tarea de retirar las piedras le habían dejado agotado, pero Ikki del Phoenix necesitaba que se mantuviese en pie y entero.

Y el arquero no pensaba fallarle.

Rompió su propia camiseta en finas tiras casi iguales, asegurándose primero de que estuviese lo suficientemente limpia para utilizarla como vendaje.

Luego, con un cuidado extremo, fue quitando del cuerpo de Ikki la armadura de bronce, pieza a pieza.

La armadura se montó sola segundos después, en su posición original, pero él no le dio importancia.

Con el mismo cuidado anterior, quitó la camiseta del más joven para poder utilizarla también como vendajes provisionales.

De manera casi quirúrgica fue aplicando su cosmos a manera de curación en cada una de las heridas del más joven, maldiciéndose a sí mismo por no ser su hermano pequeño y tener una técnica de curación propia.

Añadiendo además que sus conocimientos de anatomía humana estaban olvidados, se podía decir, sin vergüenza alguna, que Aioros estaba actuando más por instinto que por saber.

Vendó con mimo las heridas más graves, poniendo especial atención a la de la cabeza, que no dejaba de sangrar.

Luego, dio la vuelta al muchacho.

La espalda parecía haber sido atacada por un felino, no había ni un solo milímetro que no estuviese dañado.

La mala suerte quiso que las armaduras de bronce no contasen con una capa, de haberla tenido, la hubiese extendido a modo de sabana. No tenía bastante tela con la de las dos camisas, así que algunas de las heridas del chico iban a estar en contacto con la tierra.

-Si no te hubieses quitado la armadura de Sagitario tendrías tu capa-se reprendió mentalmente.

Pero no podía hacer nada más.

No ahora al menos.

Viendo que todo lo que podía hacerse ya estaba hecho apagó su cosmos, dejándolo todo nuevamente sumido en la oscuridad.

Sintió como sus piernas comenzaban a tambalearse y supo que estaba más agotado de lo que pensaba.

Aioros consiguió apartarse lo suficiente de Ikki antes de desmayarse nuevamente.

 


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