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El último partido por Fullbuster

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El sol caía lentamente dando paso a la penumbra de la noche. Madara observaba desde el lateral del campo aquel cielo completamente despejado que permitía ver el mayor número de estrellas que jamás había visto en su vida. Aquella isla puede que fuera algo solitaria, aburrida y sin mucha actividad pero también era un paraíso. No negaba que la vida allí era dura, que apenas tenían los servicios básicos e imprescindibles pero la gente era feliz y tenían unos paisajes increíbles.


Pese a la ausencia de nubes, la brisa se estaba levantando con sutiliza, seguramente esa noche habría un viento endemoniado, quizá por ese mismo motivo no había nubes, auguraban la fuerte ventisca que se avecinaba. Madara guardó las manos en sus bolsillos encontrándose con la carta que aún debía entregar. Ni siquiera la sacó del bolsillo. Miró hacia su sobrino que mantenía la vista perdida en el jugador con el número tres en su camiseta.


- Juega bien ¿No crees? – le preguntó.


- Sí, siempre jugó muy bien. Tenía talento natural para el lacrosse.


- ¿Le conocías?


- Deidara.


- ¿Deidara qué?


- Ni idea, era sólo Deidara. Venía de un orfanato. Llegó a la universidad con una beca y nos hicimos grandes amigos. Soñaba con ser médico y jugaba a lacrosse para que no le quitasen la beca y poder acabar los estudios. Era bueno – dijo Itachi – fue compañero mío de cuarto en la universidad durante unos años – Itachi sonrió sorprendiendo a su tío – lo más curioso es que el número tres era mí número de camiseta en la universidad.


- ¿Qué está haciendo en este pueblo perdido de la mano de Dios si era tan talentoso?


- No lo sé – dijo Itachi extrañamente serio, algo que le hizo sospechar a su tío que su sobrino sabía más de lo que le estaba contando – también me sorprendí esta mañana cuando le vi.


Madara no quiso profundizar en aquel tema al ver la mirada perdida y triste de su sobrino. Estaba claro que algo había ocurrido entre esos dos chicos, algo que le estaba causando un gran dolor a Itachi y que parecía reusarse a liberar. El sonido agudo del silbato de Fugaku le hizo devolver la mirada al campo, observando como los jugadores se quitaban los cascos para irse a cambiarse. El entrenamiento había finalizado. Madara prestó atención a todos los chicos hasta que sus ojos se cruzaron con los únicos dos rubios que estaban allí, sabía que el número tres no podía ser, se llamaba Deidara, así que eso le dejaba únicamente al número cinco, el capitán del equipo. Se acercó hacia su hermano para preguntarle si era el hijo de la persona a la que estaba buscando y cuando se lo confirmó, caminó hacia el muchacho.


- Perdona ¿Naruto Namikaze? – preguntó Madara.


- Sí, soy yo.


- Verás, soy el nuevo policía y me han mandado a entregar esta notificación para Minato Namikaze. Esta mañana estuve por la casa pero nadie abrió la puerta.


- Oh. De acuerdo. Puedes dármela a mí y se la daré a mi padre.


- Debo notificarla en persona – comentó apartando la carta de la mano de Naruto.


- De acuerdo. Pues si puedes esperar unos segundos a que me duche, te llevo a casa y hablas con él en persona.


- Claro.


Fugaku se acercó a su hermano mayor en cuanto vio a Naruto marcharse con el resto de sus compañeros hacia los vestuarios. Madara no podía apartar los ojos de ninguno de aquellos chicos que sonreían, para él las personas nunca habían sido ningún secreto. Había sido policía desde los dieciocho años, conocía como funcionaba la gente, era bueno en su trabajo.


- ¿Qué esconden? – preguntó Madara a su hermano, quién sonrió cerrando los ojos.


- Sólo cosas de la vida.


- No han tenido vidas fáciles.


- Nunca se te escapa ni una – sonrió Fugaku tocando el hombro de su hermano para marcharse.


Madara sonrió, su hermano pequeño también sabía más cosas de esos chicos, sabía mucho más de lo que contaba. Era su entrenador y él mejor que nadie sabía que decidió retirarse hace muchos años de aquel deporte, si había vuelto por este equipo, es porque había visto algo, quizá que le necesitaban.


Esperó en silencio a que aquel chico rubio apareciera y le siguió hasta su casa. Las destartaladas maderas que formaban los peldaños volvieron a crujir bajo el peso de ambos, pero Naruto no detuvo su caminar hasta llegar a la puerta y meter la llave en la cerradura.


- Ten cuidado con la primera madera, está rota y no quiero que tropieces.


- De acuerdo – comentó Madara.


- Papá – gritó el chico – ya he vuelto del entrenamiento. Traigo visita para ti.


Madara dudó si seguir entrando hacia el pasillo. Era cierto que la primera madera estaba rota pero Naruto con una sonrisa le dijo que la arreglaría en cuanto pudiera. Ni siquiera le pasó por la cabeza a Madara que hablase en serio, conocía demasiado bien a los chicos como él, fingían las sonrisas para seguir adelante, para no preocupar a nadie, pero no podía engañarle a él. Ver cómo estaba esa casa era prueba suficiente de que tenía problemas económicos y problemas graves.


- No te quedes ahí, vamos entra.


- Con permiso – susurró Madara entrando en la habitación.


Siguió a Naruto esperando encontrar a la persona que había ido a buscar. Al cruzar el umbral de la puerta del salón, se encontró con aquel hombre rubio que miraba por la ventana la ventisca que se acababa de levantar y movía los árboles con fuerza. Toda la casa crujía debido a la falta de mantenimiento. Madara pensó en el miedo que se debía pasar en aquella casa, pensando que un aire como aquel podría romperla en pedazos por lo destrozada y débil que se encontraba, pero aún aguantaba. Se acercó al hombre mientras Naruto comentaba que prepararía un poco de té.


- ¿Minato Namikaze? – preguntó Madara cuando Naruto se perdió por la puerta de la cocina.


El hombre se giró ligeramente devolviendo la cortina a su lugar. Madara estaba convencido que aquel era el hombre que no le había abierto la puerta pero al girarse, descubrió el motivo por el que no lo había hecho. Minato movía su silla de ruedas hacia él aunque no avanzó prácticamente nada, tan sólo se acercó un poco al fuego de la chimenea. Entendía tras ver la madera rota de la entrada, que le sería complicado llegar a la puerta con esa silla de ruedas.


- Yo… he venido a entregarle una notificación – comentó sacando la carta del bolsillo para tendérselo.


Minato en completo silencio miró la carta dudando si debía cogerla. Finalmente lo hizo, alzó su mano hacia la notificación y la cogió con suavidad. Madara no dejó de mirar ni un segundo aquella mano que temblaba.


- Gracias – fue la única respuesta que consiguió escuchar de aquella voz tan varonil y a la vez… tan sumamente atrayente.


- ¿Quiere quedarse a cenar? – preguntó Naruto desde la puerta de la cocina mirando a Madara, obligándole a quitar por primera vez sus ojos de Minato para mirarle.


- No, muchas gracias. Aún tengo algunas cosas que hacer. Ya me retiro, espero que paséis una buena noche.


- Igualmente – comentó Naruto.


Madara se marchó de allí aunque se le había grabado a fuego aquella escena. No paraba de darle vueltas en qué había podido ocurrir en esa familia. Al salir, vio a un niño pequeño que salía corriendo del pasillo en busca de Minato. Fue la primera y única vez que consiguió ver una sonrisa en aquel hombre, justo cuando cogía al chiquillo. Sabía que sobraba allí y su misión ya estaba hecha, así que salió de la casa.


Esa noche cenó en casa de su hermano, quería estar con él acompañándole antes de que a la mañana siguiente fuera a su sesión de quimioterapia. La mesa estaba en silencio, Mikoto preocupada por su esposo, Fugaku comía en silencio manteniendo un tenso silencio evitando así el tema polémico en la mesa, Sasuke cabreado con su hermano y con su padre por no haberle cubierto en la discusión del campo, por haber dejado que le echase y luego estaba Itachi, ese chico que parecía tener la cabeza en otro lado muy lejos de esa isla, de ese pueblo y de esa mesa.


Una vez los hijos de Fugaku se marcharon a la cama, Madara aprovechó para preguntarle por Minato, pero no consiguió averiguar mucho de él excepto que había tenido un accidente hacía unos años atrás. Por algún motivo que no conseguía llegar a comprender… ese hombre de extraño cabello rubio le causaba una gran preocupación, sentía ganas de conocerle, de saber más cosas sobre él, quería descubrir todo lo que aquella mirada perdida de intensos ojos azules escondían tras ellos. Sin embargo… de Fugaku no sacaría nada y lo sabía. No tuvo más remedio que marcharse a su hotel a descansar. Mañana sería otro aburrido día de trabajo en aquel pueblo perdido de la mano de Dios donde nada interesante sucedía.


El sol despuntaba alto cuando Sasuke consiguió abrir los ojos. Miró el despertador de la mesilla de al lado comprobando que era prácticamente la hora de comer. No entendía cómo había dormido tanto, él jamás había sido perezoso. Elevó su mano hacia el cabello y lo acarició revolviéndolo con sutileza mientras suspiraba. Aún tenía en la cabeza la forma en que Naruto le había echado del campo. Un soberano crío le había expulsado y dejado en ridículo frente a todos y eso era algo que él no iba a permitir, no volvería a poner un solo pie en ese campo.


Decidió que debía levantarse pero cuando lo hizo y bajó a la cocina, se encontró a su madre sentada en una de las sillas observando una antigua fotografía de cuando se casó con Fugaku. Eso también era muy extraño. Se acercó hasta su madre colocando la mano en el hombro de la mujer sintiendo como ella correspondía aquel gesto poniendo su mano encima de la de su hijo. Aquello asustó a Sasuke.


- ¿Dónde está papá? – preguntó aterrado.


- En su cuarto – intentó tranquilizarle su madre – las sesiones de quimioterapia no son fáciles, Sasuke. Déjale descansar ¿Vale?


- Pero… ¿Está bien?


- Todo lo bien que se puede estar después de una de esas sesiones. Tardará unos días en recuperarse.


- ¿Puedo verle?


- Creo que es mejor que le dejes descansar un rato. No querrá verte en estas condiciones. Es duro.


- Por favor – suplicó Sasuke.


- De acuerdo, pero no mucho rato.


- Gracias.


Mikoto sonrió unos segundos soltando la mano de su hijo, dejándole marchar hacia la habitación de su padre. Sabía que Sasuke tenía un carácter fuerte y regio, había salido a su padre, ambos eran demasiado parecidos y hasta acabaron dedicándose a la misma profesión, pero pese a sus discusiones y el choque de sus caracteres, Mikoto siempre tuvo presente el gran afecta y cariño que se procesaban. Sasuke siempre sería el ojito derecho de su esposo, su niño pequeño, uno de sus grandes orgullos.


Sasuke entró por la habitación con sigilo y precaución. Estaba preocupado por su padre y no podía ocultar ese sentimiento. Discutían de continuo y su padre siempre salía victorioso de todos y cada uno de sus enfrentamientos verbales, pero aun así, amaba a su padre, había sido su ídolo, la persona a quién más admiraba y de quién siguió los pasos hacia su futuro.


- ¿Papá? – preguntó en susurró entrando a la habitación.


- Pasa, Sasuke – escuchó una débil voz proveniente de la cama.


Sasuke terminó de entrar y cerró la puerta tras él. Su padre se encontraba tumbado en la cama, tapado con las mantas y con un libro en las manos. Sasuke ni siquiera creía que su padre estuviera leyendo, tenía el semblante serio y el rostro pálido. Se acercó a la cama y se recostó a su lado sobre las mantas mirando el libro que leía. No lo conocía en absoluto.


- ¿Qué lees? – le preguntó.


- Una novela histórica – le respondió su padre – Habla de la historia de Japón. Oye Sasuke… tengo algo que pedirte.


- Dime.


- Necesito que entrenes durante unos días a esos chicos.


Aquello pilló desprevenido a Sasuke y quería dar un “no” rotundo, pero algo en el rostro de su padre le impedía desobedecer aquello, negarse a aquella petición.


- No puedo papá, pide otra cosa.


- Quiero que les entrenes. La quimioterapia me dejará mal unos días, no puedo salir de la cama sin tener unas terribles náuseas. Por favor, te lo pido como un favor personal. Esos chicos te necesitan, están a dos derrotas de ser eliminados, si pierden dos partidos se acabó su sueño de llegar a primera división.


- No puedo hacerlo papá. Yo tengo un equipo en primera división, no puedo aliarme con el enemigo. Además Naruto y todos los miembros de su equipo me odian.


- Por favor, Sasuke. Sólo tienes que darles un voto de confianza y ganártelos.


- ¿Ganármelos? Viste muy bien lo que ocurrió ayer. Naruto me echó del campo, no quiere verme allí.


- Discúlpate con él y te dejará volver al campo. Es un buen chico.


- No pienso disculparme por decir la verdad y sabes perfectamente que tenía razón.


- Sí, tienes razón en decir que ese equipo es un desastre, pero te equivocas en algo Sasuke. Es un equipo que necesita ayuda y que tienen sus propias vidas, sus trabajos, esto lo hacen por vocación. Ten paciencia, no pueden abandonar sus trabajos sólo por jugar. No viven del juego.


- Un Uchiha jamás se disculpa. Tú me enseñaste eso.


- Y quizá me equivocaba. Vamos Sasuke, serás mejor persona de lo que yo lo fui alguna vez. Habla con ellos y entrénales. Será sólo una temporada.


- De acuerdo. Les entrenaré – aceptó al final a regañadientes.


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