Natural por Ojou_Sama_F

Skoll llegó al comedor, con su traje impecable y perfecto, que más bien parecía una túnica blanca de chica; Oren, iba tras él, pues era quien lo había vestido. El albino se había tardado más de la cuenta en el baño y seguramente, lo regañarían, pero trataba de ser fuerte, diciéndose a sí mismo que ya estaba acostumbrado.
 
-Buenos días… – la voz del ojirrojo apenas se escuchó al saludar.
 
-Llegas tarde – la voz de Bartod, su padre, sonó fría, era una clara amonestación y una amenaza; iba a pagar por haber osado hacerlos esperar.
 
-Disculpen… – dijo el menor mientras tomaba asiento en su lugar, a la izquierda de su padre y, frente a su madre.
 
-La ceremonia para el Dios del bosque es después de medio día y, aún no has empezado tu purificación – soltó el hombre con barba, apretando los cubiertos en su mano.
 
Didik, la madre de Skoll, mantenía su mirada baja. Desde que su primogénita había desaparecido, no se atrevía a ver a su esposo a la cara, parecía sentirse culpable y jamás hablaba en su presencia; de no ser porque compartían habitación, seguramente, serían como dos extraños en ese palacete. Pero era igual con su hijo, quien, no recordaba jamás haber recibido un cariño de su propia madre y, al contrario, solo hubo rechazo, aunque de una manera más disimulada.
 
-Iré en cuanto termine de desayunar – mencionó el peliblanco con debilidad – como siempre…
 
-Sabes que no debemos hacer esperar a nuestra deidad, o la desgracia caerá sobre esta familia de nuevo, ¿acaso eres un idiota? Te lo he repetido miles de veces y no pareces entenderlo…
 
Mientras el líder de la familia hablaba, Miley se acercó con temor a la mesa y dejó el plato de comida del menor frente a él; pero el ojirrojo no se atrevió a tocar sus alimentos, mientras su padre hablaba, no debía hacer otra cosa más que escucharlo.
 
-Si fueras más maduro, consciente y responsable como lo era Seren, ¡las cosas serían distintas! – para todos, era bien sabido que el líder de la familia, no quería a su hijo y se lo demostraba constantemente – pero eres tan inútil, que no entiendes cosas tan sencillas como esa.
 
La mandíbula del ojirrojo tembló y se mordió el labio para ahogar un sollozo, a pesar de todo, le dolían las palabras de su progenitor; él sabía sus responsabilidades, se las habían dicho muchas veces y otras tantas, se las habían grabado con sangre.
 
-Debes saber comportarte… – siguió el peliazul, mirando con desprecio al menor.
 
Bartod no soportaba ver a su propio hijo, dadas las características albinas que tenía, se sentía decepcionado desde su nacimiento, por eso, jamás le habían tenido consideraciones; Skoll era tan diferente a toda la familia y, para todos, sus rasgos eran de personas enfermas y débiles, que jamás serían de utilidad y muchas veces, su propio padre deseó que muriera, para que no fuera la vergüenza de su clan. Lamentablemente para ese hombre orgulloso, ahora tenía que depender del peliblanco, porque no tenía más hijos, y eso era lo que más rabia le daba.
 
-Sabes a la perfección, que debes hacer las cosas a las horas precisas, de otra manera, el favor de nuestro Dios, también llegará tarde y ¡todo será tu culpa!
 
-¡Ya basta! – el ojirrojo golpeó la mesa y se puso de pie sin levantar la mirada, pues estaba vidriosa por culpa de las lágrimas que amenazaban con caer, a causa del miedo y el desespero – ¡¿hablas de favor?! Tu Dios no ha hecho nada para ayudarnos, a pesar de que, desde hace tres años le suplicas para que Seren regrese, especialmente en su cumpleaños – recriminó, pues siempre le acusaban cuando sabía que no era su culpa –  ¡¿cuántas veces lo has visto o has presenciado un milagro de su parte?! ¡Jamás, desde que te hiciste sumo sacerdote! Cuidar un bosque inútil ¡es todo lo que esta familia hace!
 
Bartod se puso de pie y, con su enorme mano, golpeó a su hijo en la cara, consiguiendo que el menor cayera al piso, junto con su silla, debido a la fuerza del impacto. Los sirvientes que había en el comedor se sorprendieron, pero ninguno se movió; ya estaban acostumbrados a ver esas reacciones y, sabían que si intentaban interponerse, el peliblanco lo pasaría peor.
 
-¡Nunca pongas en duda a tu Dios! – gruñó el peliazul mientras lo señalaba acusadoramente – ¡ahora ve a prepararte!
 
Skoll sentía que sus lágrimas se agolpaban en sus ojos; normalmente no protestaba, pues sabía que recibiría un castigo por ello, pero estaba cansado de ese trato y, después de tres años, había perdido toda esperanza, por eso, ese día, no pudo contenerse. Se puso de pie con rapidez, miró a sus padres con reproche y desilusión, saliendo después del comedor con paso rápido, dirigiéndose al templo mientras sus lágrimas bañaban su rostro; debía empezar la purificación, de lo contrario, su padre lo sancionaría una vez más.
 
 
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