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Paraiso Robado. por Seiken

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Shion vestía su ropajes del patriarca, de color oscuro, el casco rojo, aquellos heredados por el dios patrón del Olimpo, podía ver los restos de la celda donde se encontraba esa deidad, a sus espaldas se encontraba el más joven, que sonreía de oreja a oreja, una expresión siniestra, ansiosa. 

 

A sus espaldas se encontraban Dohko, Itia, Aspros, que estaba seguro al despertar a Zeus, recuperaria a su conejito, lo haría suyo por fin, destruyendo a la sirena, o al menos, de eso logró convencerlo Shion, el viejo, que sabía como manipular a sus semejantes.

 

Convertirlos en marionetas sin alma ni voluntad, con unas simples palabras y no usando su cosmos, como lo hacía Minos, quien estaba distraído por culpa de un omega, un ser que le hacía inferior, que le hacía someterse a sus caprichos. 

 

-El momento de liberar a Zeus, de despertarlo para que nos guíe a la gloria. 

 

Aspros había recuperado el templo de Zeus, la urna donde aguardaba con su gran poder, para que sus hijos le abrieran las puertas, escuchando como los relámpagos, el cielo se cubría con estos, haciendo que los animales comenzaran a huir debido al temor, al poder. 

 

-¡Ha llegado! 

 

Dohko no había dejado de pensar en las palabras de Shion, como esa vida era el pináculo de su misión, que les daría lo que más deseaban en ese mundo, pero, aun así, se preguntaba, qué ganaba él sirviendo a su anciano amigo, que decía su omega nunca le corresponderia. 

 

-Los omegas conocerán su lugar, Zeus se los enseñara y nosotros, como sus hijos, seremos poderosos como ninguno. 

 

Pero Shion odiaba a los omegas, por él no habría ni uno solo en el santuario, los veía como una distracción, como una carga, algo que debía ser destruido y en algunas ocasiones se lo dijo, los omegas no debían existir, solamente los alfas, los betas. 

 

-Manigoldo cumplira el destino de los suyos, no volverá a acercarse a mi rosa… 

 

Fue suficiente para que Dohko lo entendiera, Shion odiaba a Manigoldo, tanto que deseaba destruirlo, apartarlo de una forma permanente de Albafica y deseaba, una vez que tuviera a su rosa, destruirle con sus propias manos, las manos de su alfa, para ver el dolor de su enemigo. 

 

-Al fin Manigoldo tendrá su merecido… 

 

Eso era pronunciado por el más joven de ellos, que observaba expectante el cuerpo del mayor, de su versión más sabia, que lo conocía todo y que al despertar a Zeus, sin la presencia de Minos, podrían destruir a los omegas, antes de que él convenciera a su padre de dejarles vivir, de entregarlos como un pago justo a sus hijos. 

 

-No lo harás… 

 

Pronunció inmediatamente después de tomar una de sus cimitarras, encajandola en el torso de Shion, el joven, que apenas pudo moverse, apenas pudo respirar, llevando sus manos a su torso, sin comprender que estaba ocurriendo. 

 

-No destruirás a mi omega… 

 

Shion volteo en su dirección, sin comprender lo que estaba haciendo su fiel amigo, observando como el más viejo de ellos trastabillaba, sintiendo el cambio en la misma estructura de la creación. 

 

-¿Destruir a tu omega? 

 

Aspros pregunto, confundido, nadie había dicho nada de destruir a los omegas, de castigar a Manigoldo, por lo cual, enfocándose en Shion, vio que Dohko había encajado su espada en su costado. 

 

-¡Maldito traidor! ¡Me das la espalda por un omega! ¡A mi! ¡A tu único amigo! 

 

Respondió Shion el viejo, atacando a Dohko, lanzandolo lejos de su versión más joven, que se arrancó la cimitarra de su torso, cayendo de rodillas, pensando que eso era todo, que no pudieron derrotarlos, sin embargo, ya habían llamado la atención de Aspros, que había escuchado suficiente para desear destruir a sus enemigos. 

 

-No lastimaran a mi conejito. 

 

Aspros atacó de nuevo a Shion, pero no el viejo, el joven, sosteniéndolo de los hombros con una mirada casi enloquecida, no por nada era el santo más poderoso del santuario, aquel elegido para ser el patriarca del santuario, quien, sosteniendo el cuerpo de Shion, elevandolo por el cuello, encajó su mano derecha en su pecho, a la altura del corazón. 

 

-!Nadie me lo arrebatara¡

 

Shion vio cómo levantaban del cuello, encajando un puño en su pecho, a la altura del corazón, sin poder hacer nada, observando como el cosmos de Aspros se elevaba y comenzaba a incendiar desde dentro su cuerpo, sintiendo el terrible dolor que debió sufrir, llevando unas manos a su pecho, para empezar a desvanecerse, como si nunca hubiera existido, gritando su furia. 

 

-¡No! ¡Qué has hecho! 

 

Para de pronto, como si nunca hubiera existido, borrarse de la faz del planeta, de la misma existencia, y cualquiera hubiera pensado que esa pesadilla se terminaria, que nada de eso pasaría, pues, el enemigo fue destruido, no obstante, de entre las sombras, alguien más comenzó a moverse, alguien preparado para ese momento, que recordaba todo eso, que dejo que pasara, que hizo posible cada una de los terribles acontecimientos. 

 

-Al fin deja de estorbar… 

 

Aspros bañado de sangre del traidor que deseaba destruir a su conejito con una mirada sorprendida, pudo verse a sí mismo caminando con su armadura, la que era blanca, el color del cielo, de las armaduras de Zeus. 

 

-Asesinó a nuestro conejito, nuestro conejito embarazado… 

 

Pronunció, con una mente mucho más clara, pero aún estaba obsesionado de su conejito, aun era víctima de la flecha dorada, del hermoso Manigoldo que perdería la vida debido al veneno de la rosa, como siempre supo que sucedería y aunque en otras vidas, él había muerto, en esa él sobrevivió el último intento por su amado de huir, para ver como Albafica con su endemoniada sangre, mataba a su amado. 

 

-Y Shion le ayudo, le ayudó a asesinar a mi conejito, a matar a mi hijo, destruyó nuestro paraíso, todo para qué, para que él pudiera suicidarse al yacer con la sirena. 

 

Su hijo, el otro, la abominación era hijo de Albafica, ese que Eros mantuvo con vida, dejando atrás los restos de su sangre, como si no valiera nada, robando al hijo de Minos, cuando tuvieron que destruir al omega demente, que se atrevió a rebelarse contra Zeus mismo, dejar ir a su esclavo favorito, el pelirrojo que mandó secuestrar. 

 

-Debemos liberar a nuestro padre queridos hermanos, nosotros somos alfa, somos sus hijos y debemos cumplir nuestras órdenes.

 

Los presentes no respondieron, había visto la destrucción de Shion sin comprender lo que pasaba, sin creer lo que sus ojos le decían, pero, no era momento de dudas, era momento de acciones. 

 

-Pero antes de eso… 

 

Aspros, el que vestía como el patriarca del santuario, uno oscuro, con ropa negra, se acercó a su versión más joven, ofreciéndole una pulsera, un regalo de Zeus, que al ponersela, lo uniria con él, convirtiéndolos en un ente mucho más poderoso, mucho más sabio, aún víctima de la flecha dorada pero comprendiendo que nunca más podría volver a ver a Manigoldo, pero en esa vida, su hermoso conejito aun estaba vivo.

 

-Pontela, asi pensaras con más claridad, sabrás lo que yo se, salvaremos a nuestro conejito y el será nuestro, después de todo, solamente nosotros nos preocupamos por él. 

 

Y aunque le odiara, aunque no lo amara, él salvaría su vida, él lo mantendria alejado de la muerte, porque era su amado, su conejito, que perdería la vida en las ramas del veneno, victima del canto de la sirena. 

 

-Solamente nosotros lo amamos lo suficiente para recibir su odio, a cambio de nuestro amor, de nuestra protección, de nuestro cuidado. 

 

Aspros se puso la pulsera sintiendo cómo su cuerpo se unía al de ese otro que había visto, quien le compartió sus memorias, para revivir su vida con Manigoldo, como su vientre iba creciendo de tamaño y como trato de matarlo al sentir el cosmos de Albafica, un golpe bajo, traicionandolo, pero, no pudo y lo siguió, para ver como la rosa asesinaba a su amado, como su hijo perdía la vida en las manos de Eros, y como este se llevaba al que deseaba mantener con vida. 

 

-Todo este tiempo tuve razón…

 

Albafica mataría a Manigoldo si no hacía algo para evitarlo, y que los dioses lo maldijeran, eso no sucedería. 

 

-La sirena matara a mi conejito. 

 

Así que el mataría a la sirena. 

 

*****

 

Defteros se detuvo enfrente de las cascadas en los cinco picos, la entrada al Inframundo, le había pedido a su patriarca, a su maestro, que le dejara buscar aquello que le llamaba desde el Inframundo, tratando de pensar con claridad, pensando, si deseaba ingresar a ese mundo o lo mejor era no hacerlo, retirarse. 

 

-¿Que debo hacer? 

 

Se preguntó, sentándose frente a las cascadas para meditar su siguiente movimiento, era la estrella de la desgracia, le traería mala fortuna a su omega, pero al mismo tiempo, deseaba verle, al menos una vez. 

 

-¿Y tú deseas que yo vaya a ti? 

 

Esa pregunta era la más difícil de responder, si debía ingresar al interior del Inframundo, o no, así que antes de cometer una locura, meditaria sus acciones, no deseaba ser la clase de alfa de la que se trataba su hermano. 

 

-O es por eso que te ocultas en ese sitio… 

 

*****

 

Aquiles no dejaba de atacar, sin detenerse, sin darle piedad al viejo grifo de cabello desordenado, de barba descuidada, quien trataba de esquivar sus técnicas, sin atacar a su propia sangre. 

 

Manigoldo veía como su templo era destrozado y comenzaba a perder la paciencia, incendiando a los dos guerreros, que a su vez, sintieron como las rosas se encajaban en sus cuerpos. 

 

Deteniendo la batalla cuando los fuegos fatuos hicieron una barrera de pólvora a punto de estallar, al mismo tiempo que Tifón, sostenía los brazos de su amado con sus manos, viendo como el hombre despiadado no seguía con esa batalla. 

 

-Al fin que ni me quería quedar a vivir aquí… 

 

Pronunció Manigoldo, caminando hacia ellos, invocando el Yomotsu, para que esa discusión no pudiera escucharla nadie más que ellos, sintiendo la preocupación de Albafica que colocó una mano en su hombro. 

 

-¿Que demonios esta pasando aqui? 

 

Minos guardó silencio, esperando a escuchar la respuesta de Aquiles, quien se soltó de las manos de Tifón, que en el Yomotsu tenía una capa de llamas cubriéndolo, como si fuera una tormenta, nubes juntándose sobre su cabeza, en lo que podría considerarse el cielo de aquella dimensión de muerte. 

 

-¡Asesino a mi omega!

 

Minos al escuchar esas palabras retrocedió un paso, negando esas palabras con un movimiento de su cabeza, sin poder creerlas, él no había lastimado a su omega, porque lo haría si llevaba más de mil años esforzándose por estar con él, por tener a su heredero, recuperar su paraíso.

 

-No es verdad… 

 

Minos respondió sin comprender porque Aquiles decía algo semejante, había acudido a una misión, había robado a un niño de los brazos de sus padres, a quienes mató, para conseguir la cura para la mente rota de su omega, siguiendo las órdenes de Zeus, todo para estar con ellos, para que su orgullo creciera con su omega a su lado, no una sombra de él. 

 

-Yo no lo mate, no lo haria… jamas… 

 

Aquiles enfureció al escuchar esa mentira que casi podía creer, elevando su cosmos para atacar a Minos de nuevo, quien esta ocasión espero su golpe, para sostenerlo de las muñecas, notando que su hijo era casi como una gota de agua en la lluvia, una copia de su omega, con su cabello, su nariz, sus labios, su barbilla, su estatura, todo él era idéntico a Radamanthys. 

 

-Te pareces tanto a él… tus ojos, tu voz… todo tu es idéntico a él… 

 

Estaba maravillado de tan solo verlo, aunque sabía que deseaba destruirlo, posiblemente por las mentiras que su enemigo le había contado sobre él, haciéndole pensar que él había lastimado a su omega, cuando eso era imposible, no imposible porque ya lo habia dañado, pero no lo mataría, no lo apartaría de su lado, era todo por lo cual existía. 

 

-Eres idéntico a mi querido y dulce Radamanthys… mi… 

 

No debía decir hermano, porque sabía que no cualquiera podría comprender esas palabras, mucho menos su hijo, que intentaba matarlo, frente a la mirada sorprendida de su acompañante, un muchacho pelirrojo, que se le hizo familiar, tal vez… si, era idéntico al omega a sus espaldas, al caminante del Yomotsu. 

 

-Mi omega… 

 

Aquiles logró soltarse, golpeando el rostro de Minos, sacando su arco, dispuesto a vengar a su omega, a dispararle a su padre, pero de pronto, un sonido los distrajo, el batir de unas alas, observando cómo llegaban ellos, a quienes su padre odiaba tanto, puesto que su mirada se transformó por una completamente diferente. 

 

-Tarde o temprano darías la cara Minos y será un placer absoluto destruirte, apartarte por fin de mi omega. 

 

Minos apretó los dientes, pensando que estaba solo, que no existía una oportunidad de vencer a Eros, a dos de ellos, y que sus planes se destruirían, no podría vengar a su amor, ni reconstruir su paraíso. 

 

-No es tu omega, ladrón de nidos, ni él es tu hijo, él es mi hijo, Radamanthys es mi omega. 

 

Sin embargo, Albafica avanzó unos pasos, elevando su cosmos, sabía que Minos era importante para su futuro, que debían verse en el laberinto del minotauro y sabía que Eros no salvó a su omega, que él volvió loco a Aspros. 

 

-Minos está bajo nuestra protección, lo necesitamos con vida y tu me debes, por permitir que mi segundo hijo muriera, por no intervenir en el asesinato de mi omega, ni en el mio, por enamorar a géminis de mi omega. 

 

Eros, el viejo, el que tenía la cicatriz de la daga dorada observó fijamente a la rosa, pensando que era un malagradecido, porque despues de cuidar a su hijo, al unico que tenía su sangre, pensaba que lo mejor era proteger a Minos, un acto de traicion que no podria tolerar. 

 

-Tifón apartalo. 

 

Manigoldo al verlo supo que él era el dios que había enloquecido a su amigo, que no podía perdonarle, así que sin pensarlo siquiera inició su ataque, incendiando al dios del rostro marcado con su fuego demoníaco, pidiéndole cosmos prestado a su hijo, a Tifón, el mismo que no respondió como el dios del amor deseaba que lo hiciera, no deseaba pelear con su alfa. 

 

-No quiero lastimarlo… 

 

No quería lastimar a ninguno de los dos, no deseaba pelear con ellos, así que esperaba que Eros lo comprendiera, quién le observó furioso, sintiéndose traicionado, para atacar a Minos, sintiendo su cuerpo arder debido al fuego demoniaco. 

 

-¡Eres un traidor! 

 

Grito, golpeando a Minos, o eso trato, porque las rosas se encajaron en su brazo, durmiendolo ligeramente, haciendo que el alfa que tanto odiaba pudiera retroceder, esquivar su flechas. 

 

-¡Aquiles, utiliza la nube de flechas! 

 

Aquiles asintió, disparando al cielo, tantas veces y a una velocidad tan rápida, que de existir el sol en esa dimensión este se habría cubierto, observando cómo los proyectiles empezaban a caer. 

 

-¡Aquiles no hagas eso! 

 

Esta vez fue Tifón, que le suplicaba a su amado que dejara de disparar, notando lo que su omega no, que la nube de flechas, que se veía como un enjambre de langostas, caeria sobre Minos, pero también sobre sus padres, por lo cual, usando sus llamas cubrió sus cuerpo con una esfera que incendió cada uno de los proyectiles. 

 

-¡Mátalos! 

 

Ordenó el más joven, al que le habían solicitado destruir al cangrejo, para que no diera a luz a Tifón, a cambio del omega que deseaba, esperando que Aquiles obedeciera, pero no lo hizo, dudando unos instantes en que debía hacer. 

 

-¿Quieres destruirme? 

 

Esa fue la pregunta de Tifón, que esperaba escuchar una respuesta de Aquiles, quien negó eso con un movimiento de su cabeza, bajando su arco, no deseaba matarlo, no quería dañar a nadie más que no fuera su alfa. 

 

-¿Tú también vas a traicionarme? 

 

Aquiles no supo qué responder, no quería traicionar a su padre, pero no deseaba matar a dos personas inocentes, a un omega y un alfa que se veía se amaban, mucho menos, destruir a su alfa, que le miraba esperanzado. 

 

-Amo a Tifón, no puedes hacerle daño, él es tu hijo también… 

 

Eros, el más viejo respiró hondo, los amaba a los dos, pero los necesitaba para destruir a su enemigo, los quería a su lado para recuperar el amor de su omega, a su Radamanthys, su amado señor y de nada le servían, si no deseaban obedecer sus órdenes. 

 

-No quiero dañarlos, por supuesto, pero… deben matar a Minos. 

 

*****

 

Unos minutos antes Radamanthys estaba sentado en esa cama de sábanas blancas, a su lado estaba Minos, que se limitaba a sostener su mano, a besar su dorso de vez en cuando, los dos sentían una paz difícil de describir, especialmente por el segundo juez de las almas. 

 

-Este lugar es hermoso… 

 

Era hermoso, era tan tranquilo, tan parecido a su jardín, el sitio donde se escondía cuando deseaba estar solo, que no dudaba ni un solo instante que ese era un regalo de Minos para él, una muestra de su amor. 

 

-Es como… 

 

Antes de que pudiera terminar lo que deseaba decir, sintió un cosmos familiar elevarse, seguido de otro que reconocía completamente, pero no era posible, porque Minos estaba su lado, quien tambien lo sintio. 

 

-¿Qué es eso? 

 

Era en el Yomotsu, el que estaba conectado con el Inframundo, como si fueron el mismo lugar, la misma dimensión, doblada, torcida, pero conectada al mundo que habitaban, cuyos cambios podrían sentir. 

 

-Es el Yomotsu… 

 

Especialmente ellos, porque se trataban de los jueces de las almas y su dios Hades les daba la facultad de caminar en esas tierras a su antojo, de ingresar en ese sitio, de sentir cuando un cosmos poderoso se elevaba en ese lugar, el cosmos de un ser vivo, cuando solo debía existir muerte en esas desoladas tierras perdidas. 

 

-Es tu cosmos… 

 

Radamanthys no lo pensó demasiado, colocandose su armadura, su surplice y empezar a dirigirse hacia allá, pensando que ese otro cosmos, el que le era tan familiar estaba angustiado, estaba al borde de la locura, debía acudir. 

 

-¡Radamanthys! 

 

Minos lo siguió, algo estaba pasando, algo grande y debían saber que era eso, porque esos cosmos se elevaban en la entrada al Inframundo, sintiendo de pronto el cosmos de su enemigo, dos de ellos, elevándose junto a los demás. 

 

-¡Radamanthys!

 

*****

 

Albafica se colocó enfrente de Minos, así que Manigoldo lo hizo tambien, haria lo que su alfa le pidiera, o lo que su alfa pensara que era lo mejor, porque el no tenía la información suficiente para saber quién debía vivir, quien no. 

 

-¿Estás seguro que deseas destruir a tu padre? 

 

El había cambiado demasiado en esos pocos días, ya no le importaba lo que pasará con los demás, sin embargo, no deseaba que un muchacho tan joven se arrepintiera de sus acciones porque se apresuró a tomar decisiones erradas. 

 

-Eros no es lo que tu piensas… 

 

Los dos dioses le miraron, preguntándose qué sabía de ellos, sus acciones las hizo por amor, por su señor, para mantenerlo a su lado, para que no se lo arrebataran después de lograr borrar su deseo, su necesidad por su alfa y si se equivocó, lo sentía, pero no actos únicamente eran para proteger a su amado. 

 

-¡Callate! 

 

De nuevo quiso disparar la flecha, una, dos veces, destruir a Minos con el regalo que le diera su abuelo, sonriendo, observando el dolor del alfa que no podía creer que su propio hijo quisiera destruirlo, preguntandose la razón de ello. 

 

-¡Muere! 

 

Sin embargo, de pronto, unas alas negras detuvieron las dos flechas antes de que pudieran impactar contra el viejo grifo, e intentó disparar una tercera ocasión, pero lo detuvieron. 

 

-¡No! 

 

Una mano vestida con una armadura con ligeros toques morados, sostuvo su muñeca, levantandolo del brazo, evitando que disparara en contra de su enemigo, que vengará la muerte de su omega. 

 

-¡No lo harás! 

 

Aquiles quiso luchar contra quien evitaba que continuará con su venganza, pero se detuvo, cuando vio sus ojos, su cabello, sus cejas, reconociendolo inmediatamente, justo como los dos Eros lo hacían. 

 

-Mi señor… 

 

Radamanthys lo sostenía de la muñeca y Aquiles pudo ver por primera vez en su vida, que tan ciertas eran las palabras de Eros cuando le decía que su omega era un guerrero poderoso, un demonio en el campo de batalla, sublime, mortal. 

 

-Madre… 

 

*****

 

Hola, espero que les guste el capitulo, ahora si, ya se encontraron Aquiles y su omega, su madre, Radamanthys, cual creen que sea la reacción del confundido juez al ver a Aquiles, después de salvar la vida de Minos viejo. Al fin Shion a muerto, pero, tenemos otro peor en su lugar, el tiburón que ha regresado por su conejito. Muchas gracias por sus comentarios, lecturas y estrellas, son de lo mejor. SeikenNJ


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