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Paraiso Robado. por Seiken

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Kardia al ver la sonrisa burlona de Aspros, que estuvo a punto de matar a Albafica que se encontraba cubierto de su sangre y a Manigoldo a sus espaldas, aterrado, llorando sin saber qué más hacer más que apretar el suelo debajo de sus manos, sintió que su odio simplemente aumentaba, como un volcan en erupcion. 

 

Esa imagen en el cangrejo era antinatural, el siempre peleaba, nunca se daba por vencido y aun así, se encontraba en ese sitio con las manos en el suelo, llorando, sin saber que mas hacer, como defender a su amado.

 

Que de la misma forma trataba de defender a su cangrejo, aunque bien sabía que no tenía el cosmos suficiente para hacerlo y Aspros, únicamente estaba jugando con ellos, con sus dos amigos que no sabían qué hacer. 

 

-¡Debi cortartelo la primera vez que viste demasiado tiempo a Manigoldo! 

 

Y eso haría, especialmente, al ver que Yato, Tenma y Yuzuriha estaban inconscientes en ese sitio, al mismo tiempo que Regulus avanzaba con un paso lento, sangrando del costado profusamente. 

 

-¡Eres un maldito monstruo! 

 

Le grito furioso, atacando a Aspros de nuevo, sosteniendo sus manos, peleando con el para ver quien era el primero en caer, porque los dos iniciaron su ofensiva al mismo tiempo, soltando rayos de energía cósmica que destruian las piedras a su alrededor, las que empezaron a flotar. 

 

-No me hagas reir Kardia, no eres más que un omega roto que nunca podrás darle descendencia a Degel… 

 

En el pasado le habrian dolido demasiado esas palabras, las habria encontrado monstruosas, porque pensaba que eran ciertas, pero después de hablar con su diosa, de conocer a Camus, sabía, comprendía que el que estaba roto era Aspros, el estaba en un error, él era el monstruo que debían detener y de no poder tener hijos, de todas formas, su alfa lo amaba como era, lo adoraba, tanto así que sus diarios hicieron que alguien más lo amara, diarios que deseaba leer el mismo, quería verse con los ojos con que lo veía Degel. 

 

-¡Yo no soy el que está roto! 

 

Fue su respuesta, golpeando con su cabeza la frente de Aspros, antes de sentir como este torcia uno de sus brazos, como si quisiera romperlo, pero se detuvo, cuando el soltando su mano, cortó el costado de su enemigo con su uña, que usaba como si fuera una navaja, viendo como escurría sangre roja, que le reconfortaba. 

 

-¡Tu lo eres! ¡Tu que eres un monstruo! 

 

Fueron sus palabras, esquivando la Explosión de Galaxias, que destruyó varios templos del santuario, todo lo que estaba a su paso, en un radio de varios metros, dejando un cráter en su lugar. 

 

-¡Tú que rompiste a Manigoldo! 

 

Eso era una mentira, se dijo Aspros, que elevando su cosmos mucho más, empezó a sentir como la centella quemaba su piel, sus músculos, era demasiado poderosa para que un mortal, un humano común resistiera ese poder, pero aun así, a pesar del dolor que sintió, nada más le importaba. 

 

-¡Tu mereces una muerte dolorosa y yo te la daré! 

 

*****

 

La serpiente llegó justo a tiempo para ver como Hefesto, que caminaba detrás de su madre tomaba una de las espadas que se había creado, un arma poderosa, fabricada con los restos de estrellas moribundas y de pronto, sin mostrar piedad o cualquier clase de sentimiento, la encajaba en la espalda de la diosa Hera. 

 

-Los vínculos tienen que desaparecer querida madre… mis creaciones deben ser libres de cualquier clase de daño. 

 

En ese momento Sage quiso atacarlo, pero su fuego demoníaco fue desviado por el dios de la creación mecánica, que dejó caer el cuerpo de su madre en el suelo, seguro de que pronto perdería la vida. 

 

-Cuando tu dejes de existir, querida madre… mis hijos vivirán libres de sus ataduras y los alfas dejaran de existir, cuando la centella deje de tener un recipiente, serán libres, por fin serán libres. 

 

Hasgard, el gigante de cabello blanco apenas evitó que Sage fuera asesinado con su propia técnica, de tan poderoso que era el dios Hefesto, que había buscado la destrucción de Zeus, no porque deseara que su madre viviera, reinará el Olimpo, sino porque deseaba liberar a los omegas de sus alfas, como él se liberó de su obsesión con la bella Afrodita una vez que fue destruida por el viejo grifo. 

 

El estupido alfa que acudió a su lado para pedirle piedad, para que fuera destruido y creyó cada una de sus mentiras, pensando que él deseaba ayudarlo, que él tenía planeado el reinado de la diosa Hera, cuando el suyo podría dar inicio. 

 

-¡Madre! 

 

Grito la espada que al verle limpiando la hoja de oro como si aquello que le manchara fuera tierra, corrió en su contra, para cortar su rostro con su arma, implantada en su mano, detrás de él su alfa, empezó a disparar varias flechas, que Hefesto con ayuda de sus creaciones mecánicas, esta vez un escudo, desvio las flechas con una sonrisa que desfiguraba su rostro de por sí deforme. 

 

-¿No quieres ser libre de tu maldición? 

 

La serpiente se quedó inmóvil, observando la respuesta de su omega, el que le daría a luz, dándose cuenta de que a sus espaldas, su alfa, había recibido más de una de las flechas que había disparado, sintiendo una en su corazón, como esta se clavaba en su cuerpo, a la altura de su corazón. 

 

-¿Porque? 

 

Hera sostenía su costado del cual sangraba demasiado, siendo sostenida por Cid, que veía como la diosa de los matrimonios empezaba a desangrarse y su hijo, Hefesto, se sentía orgulloso de esa herida, como si hubiera hecho lo mejor para todos. 

 

-¿Porque? 

 

Hefesto le pregunto escuchando los estallidos, los enfrentamientos, viendo como el santuario temblaba y pequeñas piedras iban desprendiéndose del techo, porque dos dioses estaban enfrentándose entre ellos. 

 

-Porque tú entregaste a cada uno de mis hijos, me hiciste crearlos para los hijos de Zeus, cada uno era magnífico y tu solo les utilizabas como objetos, como monedas, como algo con que comprar a los alfas que deseaban poseerlos, haciendo que se creyera que esa unión era dulce, era gloriosa, pero no lo es y yo los liberaré de este sufrimiento. 

 

Era una lástima que los hijos de Zeus, las pequeñas centellas, serían destruidas en el proceso, pues ellos dependian de su lazo, porque eran tan débiles como el dios del Olimpo y sus compañeros se trataban de su cordura. 

 

-Lastima que los alfas serán destruidos, pero, qué más da. 

 

Sin embargo Cid negó eso, sin darse cuenta de que su alfa había sufrido varias heridas, no quería perderlo y eso le hacía sentirse tan desesperado como sabía que Manigoldo lo hacía al pensar que su compañero sería apartado de su lado, como Kardia se sentiría de morir Degel, no quería vivir sin su arquero, que siempre le había respetado, que lo había seguido en silencio, que le había regalado su amor, aunque no se lo dijera. 

 

-No te lo permitiré. 

 

No era que se lo fuera a permitir, Cid no tenía el poder para eso, pensó la serpiente, que vio como Hefesto se acercaba con un paso lento a su madre, a la madre de los omegas, que parecía, no fue quien los creo, pero si quien los protegía, quien buscaba la forma de pagarles su error, al intentar usarlos como una herramienta, cuando eran sus hijos, sus preciados hijos, que la amaban, porque ella les había dado a sus compañeros. 

 

-¿Acaso crees que puedes detenerme? 

 

Le pregunto burlón, elevando uno de sus puños, para intentar golpear a su omega, que protegeria a la diosa de los matrimonios, sin embargo, de pronto, sintió como alguien lo atacaba por la espalda. 

 

-No tocaras a mi omega… 

 

Era Ouficus, quien jamás conoció a Cid, nunca lo había visto con vida, ni siquiera lo recordaba, porque en esa guerra, muchos omegas habían sido asesinados, habían sufrido demasiado, pero Tifón quería reparar el daño realizado a sus padres, a él no le interesaba hasta ese momento en que los veía morir enfrente de sus ojos. 

 

-Ni a su alfa… 

 

Que sabía no era el suyo, él era el hijo de un dios, el dios del sueño que al ver que sucedía, se abalanzó en contra de Hefesto, protegiendo a Cid como se lo había prometido, al mismo tiempo que él veía como podía curar a la diosa de los matrimonios y al arquero, al compañero de su omega. 

 

-¿Tu eres? 

 

No tenía que decirlo, él era la serpiente, era su hijo, así que asintió, buscando la forma de curar a Hera, antes de que la diosa Athena pisara ese templo, pues no sabía que sucedería una vez que su padre hubiera muerto, si ella estaria aun a su lado, o en su contra. 

 

-Soy la serpiente, tu me diste a luz… 

 

*****

 

Eros había decidido que su versión más joven era quien tenía el derecho de asesinar al joven grifo, que estaba encadenado, medio muerto, así que lo liberó de su prisión, esperando por el momento en el que comprendiera que la única forma de poseer a su señor era esa, hacerle olvidar, para reconstruirlo de nuevo. 

 

Para que su amado señor fuera su amado compañero, su omega, uno obediente y sumiso, dócil, porque se trataba de un dios, el era una deidad, su amado un humano, no era correcto que él fuera el sirviente. 

 

Y se tardó demasiado tiempo en darse cuenta, algunos años antes de que Aquiles alcanzara la edad que su amado tenía la primera vez que lo vio, cuando se dio cuenta que no era un pequeño grifo, sino un dragón de escamas blancas. 

 

Era idéntico a su amado señor, pero obediente, sumiso, como le gustaría que Radamanthys fuera, de tener la posibilidad de moldearlo a su antojo, después de ser traicionado por él, cuando eligió a su alfa, únicamente porque una piedra cambio de forma cuando la toco. 

 

-Yo les prometí sangre y fuego… 

 

Pronunció su yo más joven, el guerrero que quería destruir a Minos, al mismo tiempo que él sentía un cosmos familiar acercarse a ese sitio, dos energías, una la de Aquiles, la otra la de su amado señor, no su amado señor, la de su amado compañero, su Radamanthys, que seguramente trataba de salvar la vida de su alfa. 

 

-Vendrán con nosotros… 

 

Susurro, pensando que podía quedarse con Radamanthys, y con su hijo, que no tenía porque destruirlo, ese pequeño demente lo amaba, lo adoraba como su padre, él haría lo que le dijera. 

 

-Aquiles… has hecho un buen trabajo. 

 

Un trabajo tan bueno, que hizo que su amado señor acudiera a su llamado, para estar a su lado, para ser suyo y él estaría encantado con tenerlos a los dos, a su dragón dorado y a su dragón blanco. 

 

-Eres un buen niño. 

 

Y estaba seguro, que podía mantenerlos a su lado, si lograba manipular a su joven yo, para que le dejara educarlos para ellos, para su placer. 

 

-Mi amado… por fin vienes a mi. 

 

*****

 

El cuerpo de Aspros iba dañandose conforme elevaba su cosmos, pues no estaba preparado para usarlo, pero aun así, no dejaba de atacar, ganando terreno en ese combate, empezando a dañar a Kardia, quebrando su armadura, pero no sin recibir daño, sangrando de cortadas profundas, de su cuerpo que iba perdiendo sangre, perdiendo fuerza, pero no dejaría que la sirena destruyera a Manigoldo. 

 

-¡Ya basta! 

 

Grito Manigoldo, cuando vio que Aspros lanzaba al suelo a Kardia, quien parecía haber sido derrotado, cuando su armadura se quebró y su corazón parecía sobrecalentarse, pues, aun con el cosmos de un dios, su cuerpo no era lo suficiente fuerte para soportar ese daño inhumano que estaba sufriendo. 

 

-¡Kardia! 

 

Aspros volteo para verlo en el suelo, derrotado, pensando que era hermoso, que cuidar de él valía la pena, mantenerlo a salvo valía la pena, valía la destrucción de todo el mundo, del santuario y de todo lo demás, de todo lo que alguna vez existió. 

 

-No temas Manigoldo, pronto estaremos juntos… 

 

Albafica lo atacó de nuevo, con una rosa en su mano, clavandola en su pecho, era una rosa piraña, pero no era lo suficiente fuerte sin su veneno, se daba cuenta, sintiendo como Aspros lo sostenía del cuello y lo apretaba, tratando de quebrar su cuello, de un solo movimiento, pero no pudo, algo detuvo su cosmos, su venganza. 

 

-Detente.

 

Un cosmos de fuego, de un muchacho alto, que era muy parecido a Manigoldo, aquel que Eros protegió cuando mató a su pequeño hijo, al fruto de su amor, de su cangrejo, que lo esperaba en el suelo, para iniciar su vida. 

 

-No matarás a mis padres… no lastimaras a mi omega. 

 

Aspros esta vez dejó caer a Albafica, que veía con vergüenza a Manigoldo, que parecía estar completamente fuera de sí, de rodillas, cubierto de tierra, su rostro mojado por las lágrimas, haciéndole ver que tan inútil era, su fallas como alfa. 

 

-Ni a mi alfa. 

 

Aspros no le tenía miedo y sabía que Tifón apenas era un niño, un muchacho, no podía pelear con él, no podía detenerlo ni vencerle, así que, no tenía una sola oportunidad para ganarle. 

 

-Tu eres aquel por el que mataron a mi pequeño y aunque pienso protegerte como si fueras mi hijo, no tengo decoro para matarte en este momento, cuando te consideras a ti mismo como mi enemigo. 

 

*****

 

Asmita sintió el aterrador cosmos de Aspros y después, uno parecido al de Kardia, pensando que la guerra había iniciado, que aún no tenían a la victoria de su lado, si es que Athena decidia protegerlos. 

 

-La guerra ha iniciado… 

 

Sylphide asintió, era obvio que había iniciado una guerra, que no había nada que hacer, escuchando como Kagaho seguía a su alfa, pero él se quedaba en compañía de Minos, pensando que tal vez, lo mejor era destruirlo, para liberar a su señor de sus cadenas. 

 

-No eres más que un monstruo, aunque mi señor crea que eres diferente… 

 

Pronunció, sintiendo el cosmos de Asmita elevarse al mismo tiempo que una explosión derribaba una de las paredes de esa sala de curación, viendo una armadura dorada, vistiendo a un hombre pequeño, a un joven de cabello castaño. 

 

-Es su alfa, lo ama por eso… 

 

A su lado se encontraba otro soldado, uno viejo, con cabello blanco, que había prometido al joven soldado ayudarle a recuperar a su amado compañero, a su omega, al pequeño basilisco que le veía fijamente, con horror. 

 

-Como tu me amaras a mi, pequeño basilisco. 

 

Era Dohko, quien vistiendo su armadura sonrió, abriendo los brazos, esperando que su espectro fuera a su lado, quien retrocedió aterrado, no deseaba estar con él, no lo deseaba, no quería ser un esclavo. 

 

-Alejate de mi… 

 

Asmita cuando intentó elevar su cosmos, para apartar a Dohko del pequeño basilisco, sintió un poderoso golpe en el estomago, asi como su cuerpo era separado de su alma, en el momento en que Hakurei lo llevaba al Yomotsu, para darle la oportunidad al joven santo de libra de recuperar a su omega. 

 

-No mi pequeño, no puedo dejarte ir… lo sabes. 


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