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Paraiso Robado. por Seiken

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Paraíso Robado.

Resumen:

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***5***

Sage era un joven amable y educado, pero también se preguntaba cuál era la razón detrás de las reglas de Lemuria sobre sus hermanos, porque debían obedecer a los alfas y que hacía que ellos fueran superiores, así como se preguntaba si era verdad lo que decían acerca de la diosa Hera, que los visitaba en sueños para darles consejos.

Como muchos otros esperaba que su primer encuentro con su alfa ocurriera de una forma mágica, que de pronto se reconocieran y hubiera chispas, de tal forma que sabría que se trataba de su amado en cuanto posara sus ojos en él, o este lo hiciera.

Decían que se trataba de un omega poderoso, uno como no había nacido otro igual en Lemuria, que tenía casi la misma fuerza que su hermano mayor, un alfa, así que debían estar pendientes en el momento de encontrarle un compañero adecuado, para que sus dotes no se desperdiciaran con cualquiera.

Eran apenas unos niños, su hermano vestía con las ropas tradicionales, el con un vestuario un poco más modesto, pero que al mismo tiempo ceñía su cintura, haciéndolo ver mucho más delicado que su hermano mayor.

Los omegas tampoco recogían su cabello, ni lo cortaban, este debía crecer tan largo como su madre Hera lo deseara y solo para su alfa podía ser arreglado, la primera noche que lo hiciera, sería para su compañero de vida, no para cualquier otro.

A Sage se le había enseñado a ser un buen omega en todo el sentido de la palabra y aceptaba el tener que entregarse a su compañero elegido, a su alfa, en cualquier momento, en cualquier lugar que lo encontrara, a rendirse a él, a seguir las reglas de Lemuria.

Su educación era tan estricta y él era un omega creyente de la diosa Hera, tan devoto, seguro que se trataba de una bendición aquel don de nacimiento, que únicamente estaba dispuesto a entregarse a su alfa, no lo haría con nadie más.

Por eso, cuando el patriarca que los acogió y les enseño todo lo que sabían dijo que se trataba de su omega, él no lo acepto, no lo sentía en su cuerpo, mucho menos en su cosmos, ese anciano, por respetable, poderoso y sabio que fuera, no se trataba de su compañero elegido por la diosa Hera.

Sólo se trataba de uno de los enloquecidos hijos de Zeus, un hombre al que no se entregaría, solo su alfa tenía el derecho de tocarle, nadie más que él, sin embargo, como todo buen hijo del patrón del olimpo, decidió ignorar sus deseos, tratar de seducirle, mostrarle regalos, contarle algo de su pasado.

Logrando que Sage solamente sintiera miedo, terror de ser sometido por el anciano patriarca, quien ya se había entregado a el mismo su mano, sin consultarlo con su persona, tal vez, preguntándole a su hermano mayor si podía permitirle realizar su deber.

Menospreciando el amor y confianza que se tenían, porque a pesar de todo, Hakurei jamás le abandonaría a su suerte, era su hermano mayor, su deber era protegerlo hasta que conociera a su alfa.

El que no era Itia, no lo reconocía, no era su compañero, sin embargo, cada día que le visitaba en StarHill, su temor por ser sometido se incrementaba, seguro que ese alfa que conoció como un buen hombre, trataría de lastimarlo.

Sage era un pequeño, apenas un adolescente cuando llego su primer celo y con este los intentos del patriarca por seducirle, sin importarle su visible temor, su desagrado por el anciano sobreviviente de la guerra pasada.

Dos celos después, fue cuando vio a un gigante de apariencia amable salir del pueblo y lo siguió sin importarle las reglas o los deseos de sus mayores, de todas formas, ya los estaba desobedeciendo al rechazar a su Patriarca.

Cuya última propuesta había incluido un costoso vestuario hecho en Lemuria, sedas preciosas y joyas que adornarían su cabello, resaltando su belleza, regalos que no deseaba, los que llegaron junto a una carta en donde le encomendaban aceptar al patriarca, ser su compañero.

La que rechazo junto a su vestuario, incendiando ambos con sus fuegos demoniacos, escuchando los susurros de otros omegas, pero una mayor cantidad de alfas, los que decían que era uno de aquellos omegas que habían perdido la razón, por el simple hecho de no aceptar al que sabía no era su alfa.

En cambio, aquella noche que salió en compañía de un gigante de apariencia amable, no muy atractivo ni tampoco muy poderoso, se sintió en paz, encontrando su actitud agradable, su vergüenza demasiado graciosa, era como si con solo respirar el otro muchacho no supiera que hacer o decir, aunque no vestía su armadura en ese momento.

La comida era sencilla, pero la disfruto en su compañía, el té también, pero suponía que no habría sido lo mismo de ser obligado a comer algo en compañía de Itia, en ese momento, ni siquiera hubiera deseado probar un solo bocado.

—¿Te gusta esto?

Pregunto el joven aspirante a santo de bronce, observándole de reojo, sus mejillas rojas y sus ojos fijos en su bebida, logrando que Sage quisiera tocarlo, recorriendo su mejilla con la punta de su dedo.

—¿Por qué estas tan rojo?

El joven alfa se alejó, tragando un poco de saliva, desviando la mirada, esperando que su nerviosismo no fuera tan notorio, pero Sage era un santo dorado, era poderoso y tan hermoso como una mañana de primavera, quien bebía de su té, probando su comida, como si en realidad fuera un manjar.

—¡Esto es delicioso!

Le dijo, sirviéndose un poco más, riendo un poco al ver que su compañero cada vez estaba mucho más nervioso, quien le veía como si no comprendiera lo hermoso que era o lo que significaba que un santo dorado estuviera disfrutando de su comida.

—Ya veo porque abandonas el santuario por esta comida y este té, pero solo podre perdonarte si me invitas a comer esto cada vez que puedas, estoy cansado de comer lo de siempre, eso no sabe a nada, además, porque debo estar delgado siempre.

El joven alfa arqueo una ceja, observándolo fijamente, sin comprender que era lo que quería decir Sage con eso, quien recogiendo su cabello con un lienzo que guardaba en su ropa, dejando al descubierto su cuello, un acto que muchos lemurianos consideraban indecente y provocador, le sonrió mostrando sus dientes.

—¿A qué te refieres?

Sage respiro hondo, suponía que un alfa de Grecia no comprendía muchas de las reglas de Lemuria, como él no lo hacía, llevando sus brazos a su cabeza, recostándose en el suelo, respirando hondo.

—Un omega debe permanecer hermoso para su alfa, debe ser dulce y servicial, obediente también, en realidad, hacer lo que estoy haciendo en este momento contigo, es considerado inmoral, pero no es justo, soy un santo dorado, confían en mi buen juicio para defender la paz, pero no confían en mi cuando estoy en compañía de cualquiera que no sea mi alfa, no es justo, nada justo.

El alfa se recostó a su lado, pensando que aquello era absurdo, era como si se tratasen de un esclavo, Sage ya era bonito, tal vez era dulce, aunque no lo sabía muy bien, pero lo que no entendía era porque debía ser obediente, tampoco la razón por la cual un santo dorado debía ser protegido de sus propios deseos, ellos protegían a la justicia, estaban entrenados para eso y era injusto, que tuviera que servirle a su alfa y que su vida se dedicara a atender a su compañero de vida.

—Eso es absurdo, tú ya eres bonito y no es como si tuvieras que obedecer a tu alfa, no eres un esclavo, aunque suena como si lo fueras, no está bien eso.

Sage le observo de reojo, sonriendo de pronto cuando el joven alfa se dio cuenta de lo que había dicho, sonrojándose mucho más de ser posible, una actitud rara, ya que le habían dicho que la mayor parte de los alfas no podrían controlar sus instintos, pero este gigante, porque media por mucho más que él, no parecía peligroso.

—No quise insultarte, no te enojes conmigo.

Sage se dio media vuelta, llevando una mano a su cadera, recargándose en su codo, sonriendo de medio lado al verle cambiar su postura, para mirarlo fijamente, no con deseo, ni miedo, solo con genuina curiosidad.

—Lo sé, pero ya debo irme de aquí, si no, mi hermano y el patriarca se molestarán conmigo, un omega no debe salir solo de su casa, en este caso, el santuario.

El joven alfa sin comprender la razón le sostuvo de la muñeca cuando trato de marcharse, notando el collar de color perla que colgaba de su cuello, percibiendo que estaba inmaculado, no se sorprendía por eso, sino porque Sage aun carecía de un compañero, al ser la clase de persona de la que se trataba el omega, era hermoso, amable y poderoso, nadie podría ignorar una pareja como el, mucho menos su alfa, uno que seguramente tenía la mejor de las suertes.

—¿Volveré a verte?

Sage asintió, no sabía cuándo ni cómo, pero en realidad deseaba verlo de nuevo y de pronto, dándole un beso en la mejilla, se marchó usando sus fuegos demoniacos, esperando escuchar las preguntas incesantes de su hermano y del patriarca.

—Sí, yo te buscare.

*****

Itia ingreso en el templo de la diosa del amor con su preciada carga en sus brazos, depositándola en una de las camas, de aquella estructura con múltiples habitaciones, respirando hondo, para después sentarse en el sillón blanco con adornos de oro.

La flecha estaba en sus manos, pero esperaba no tener que utilizarla con su cangrejito, su anciano compañero que pronto debería ser su omega, una hermosa criatura que aun dejaba crecer su cabello, que mantenía su perla inmaculada, esperando por su alfa, por él.

—Sage.

El sueño en el que estaba sometido su omega se trataba de una de las maldiciones del dios del sueño, podía romperse por sus hijos y esperaba que lo hicieran, cuando, después de reparar el daño en su cuerpo causado por la edad, Oneiros cumpliera su promesa.

Su nuevo amo, además de la flecha, le había dado un poco de las espumas con las cuales Afrodita, su madre, se bañaba, las que le mantenían hermosa y casta, a pesar de ser una mujer promiscua que se enamoraba de la belleza masculina.

Con un poco de aquella espuma, él pudo rejuvenecer de una forma permanente, como lo haría su hermoso Sage, su omega, quien portaba ropas finas de color blanco, la ropa sencilla de un patriarca, pero solo un alfa tenía el derecho de vestir aquellas prendas, no un omega, sin importar que tan poderoso fuera.

Las espumas de la vida eterna, el segundo regalo de Eros, porque el tercero era su omega, las tenía en un frasco que colgaba de su cinto, el que tomó de pronto, este vial brillaba de color azul, era un recipiente parecido a un tempano de hielo girando perpetuamente, el que abrió con delicadeza, escuchando el sonido del mar, de las olas estrellándose contra la orilla, al mismo tiempo que un poco de vaho se dispersó del frasco junto aquel sonido, que brillaba con intensidad, de color azul.

Itia respiro hondo, recordando la belleza de su amado que yacía casi muerto en esa cama, volteo el frasco con lentitud, dejando que muy lentamente las espumas de la vida eterna, con las que se bañaba afrodita, cayeran en el cuerpo del anciano maestro, bañando su rostro, su frente, con agua que al tocar la piel del patriarca iba desvaneciéndose, hasta que apenas unas gotas permanecieron en el frasco, que cerro para volver a colocarlo en su cinto.

El antiguo patriarca retrocedió unos pasos, esperando ver el cambio que también ocurrió con él, y como en su caso, el día que recibió la juventud nuevamente, el hermoso Sage fue recuperándose, su piel volviéndose cálida, tersa, rejuveneciendo con rapidez, como si el paso del tiempo no solo se detuviera, sino que regresara, reparando las heridas de su cuerpo maltrecho y marchito.

Hasta que la belleza de Sage regreso, su juventud, la clase de perfección que tuvo en el pasado, cuando apenas tenía diecisiete años, tal vez unos dieciséis, la edad que poseía cuando el acepto las mentiras del Inframundo en forma de mariposas, para por fin, después de tantos siglos, poseer a su omega.

—Al fin has regresado.

Pronuncio, recorriendo su mejilla con delicadeza, esperando que Oneiros mantuviera su promesa, que despertara a su omega y sólo para que no se olvidara de su juramento, le daría una visita a ese dios del Inframundo.

—Lo único que me falta es hacer que despiertes.

Itia era un hombre dichoso en ese momento, que veía sus sueños materializarse.

***6***

Albafica sentía la mirada de Sisyphus en cada uno de sus movimientos, estaba seguro que tarde o temprano trataría de alejarse, buscar a su cangrejo y estaba en lo correcto, porque no estaba dispuesto a darle la espalda.

Ni abandonarlo a su suerte, tuviera el permiso de Sasha o no, aunque su diosa Athena hubiera despertado no le obedecería esta vez, no cuando su amado cangrejo tenía miedo, estaba débil y sólo en un santuario que no protegía a los omegas.

Se preguntaba qué hubiera pasado con él de tratarse de un omega y no un alfa, si en ese momento Shion creía que podría obligarlo a regresar, entregarse a él, como si tuviera el derecho divino a ello, de ser un omega su unión hubiera sido anunciada desde mucho tiempo atrás y como ha Manigoldo, tratarían de obligarlo a tomar la decisión correcta.

Sólo por ser un alfa, aunque no estaba del todo seguro, porque de serlo comprendería que nunca le amaría y en ese momento buscaría a su otra mitad, no estaría enfrascado en poseerle.

Albafica odiaba su belleza, su apariencia delicada, aun su cabello, creyendo con firmeza que tendría mucha más suerte de ser un soldado poco agraciado, si su rostro estuviera marcado con cicatrices, las que no le importarían a su cangrejo que le amaba por lo que era, no por cómo se veía.

De pronto comenzó a recordar su pasado, corriendo a lado de Sisyphus que cargaba a Sasha entre sus brazos, cuando Manigoldo sufría su siguiente celo y él había levantado la pared de pétalos de rosa alrededor de su templo.

*****

Su cangrejo era un pésimo cocinero, creía que aun el agua podía quemarse en sus manos y su celo parecía ser molesto, aunque su aroma era tan dulce que sabía podía morir feliz al percibirlo al menos una sola ocasión.

Albafica comenzaba a preparar un poco de té, que según le contaba su omega, el que le dio a luz, cuando aún estaba vivo, le ayudaba con las molestias que sufría e intentaba aliviar a su compañero de la única forma en que podía lograrlo.

Comprendiendo que no podía tocarlo, aunque Manigoldo le pareciera realmente hermoso, aunque estuviera recostado en su cama, cubierto con una de sus sabanas, hecho un ovillo, sus mejillas sonrojadas, sus ojos cerrados, sudando, suponía que excitado.

— Albachan…

Albafica sirvió el té en un vaso de barro que compro especialmente para su omega, llevándoselo, esperando que le gustara su sabor, aunque sabía que se trataba de una bebida amarga.

— Quédate conmigo…

Susurro, sosteniéndolo de la muñeca, sonriendo cuando limpio su frente de unas cuantas gotas de sudor, para después recorrer su cabello húmedo, suponiendo que necesitaba un baño, tal vez eso le ayudaría a superar las molestias.

— Eso se siente bien.

Casi ronroneo, relajándose un poco, sintiendo como Albafica se recostaba a su lado, usando las sabanas como una barrera física que separaba su cuerpo de su omega, todo ese tiempo recorriendo su cabeza casi como si se tratase de un cachorrito.

—Tan bien…

*****

A Manigoldo le gustaba dormir hasta tarde, darse largos baños en tinas y en especial, que le trataran con cariño, se dijo Albafica, seguro que Aspros no lo trataría como su cangrejo necesitaba que lo hicieran.

Tal vez aún estaba firme en su memoria aquellos momentos de desesperación que sufrió en esa horrible aldea, porque siempre trataba de estar acompañado, aunque ni el mismo se diera cuenta de eso.

Le gustaba dormir a su lado, o en su habitación, visitar a su maestro para molestarlo con preguntas ingenuas que distaban de serlo y cuando no podía verlos a ambos, se divertía con sus hermanos omegas, contándoles como algunas veces confundían sus papeles, obteniendo panes de higo, flores, varios artículos que los aldeanos le regalaban al hermoso omega.

Sólo una pareja, dos ancianas, comprendía su secreto, eso lo supo cuando ambos entraron a la panadería, Manigoldo deseaba comer unos bollos, pero no tenían demasiado dinero, estaba seguro que en este lugar también le regalarían a su hermoso alfa unos panes pensando que se trataba de un omega.

*****

No obstante, una mujer delicada, de cabello blanco les observo fijamente, sabía que se trataban de dos santos dorados y que probablemente no aceptarían ningún regalo, sin embargo, antes de que pudieran preguntar por el precio de los bollos que comía Manigoldo, unos rellenos de mermelada de higo, demasiado dulces para su paladar, ella tomo casi media docena.

Albafica estaba a punto de rechazarlo, pero la mujer mayor entrego los bollos en sus manos antes de que pudiera decir que no era necesario que les regalaran cualquier cosa, notando como sonreía al ver a Manigoldo, para después posar su mirada en un cuadro, este tenía la imagen de dos mujeres, una un poco más grande que la otra, ambas vestidas de blanco.

— Para tu omega.

Manigoldo para ese momento ya tenía un trozo de pan en su boca y miraba a la frágil mujer con extrañeza, quien sonrió de forma delicada, con el ayer en su mirada, para después explicarles que su omega era como su cangrejo, que no se trataba de una delicada criatura, que pocos omegas lo eran en realidad, riéndose cuando vio que su compañero estaba sonrojado.

— Yo guardare su secreto, si no quieren que nadie lo sepa.

*****

Albafica se detuvo, sintiendo la absoluta necesidad de regresar por dónde venían, observando como de pronto un estallido de cosmos destruía parte de ese valle, ese debía ser Shion, podía sentir su cosmos a lo lejos.

Sisyphus al ver que se detenía, que Shion enfurecía al no poder encontrarlo, dejo de cargar a Sasha, para sostener su hombro, esta vez Albafica no le dijo que no lo tocara, que era venenoso, ya no le importaba matarlo.

—Te juro que regresaremos por él.

Albafica respondió con un manotazo con suficiente fuerza para entumir su mano, apretando los dientes, para continuar con su camino, necesitaba de su veneno para rescatar a su amado cangrejo, no de Aspros, sino del mismo Shion.

Sin responderle al arquero continuo con su camino, recordando otra ocasión en la cual fueron a una taberna lejana, era su primera cita, una que siempre atesoraría en su memoria, porque se trataba de la primera misión que ambos compartieron, aun eran jóvenes y todavía no compartían su lecho.

*****

Pero deseaban beber juntos, tal vez compartir su vínculo sin que los molestaran, sin que nadie del santuario comprendiera su verdad, porque Manigoldo seguía temeroso de que su maestro quisiera escuchar las palabras de Aspros, que les diera la bendición que su cangrejo temía más que nada.

Estaban sentados en una mesa redonda, en una parte de la taberna que casi no tenía iluminación, cuando de pronto su omega que se había sentido incomodo durante varias horas pero trato de ocultarlo, tal vez pensando que aquella cita se cancelaria, comenzó su celo.

Albafica no comprendió que se trataba del celo hasta que dos alfa sentados en la barra, sintieron el aroma de su cangrejo, el que indicaba que se trataba de un omega fértil y dentro de poco observaron en su dirección, suponiendo que se trataba del omega.

— Ya viste a ese omega, es realmente dulce.

Manigoldo se sonrojo inmediatamente, pero Albafica se mantuvo serio, bebiendo de la cerveza sin prestarles atención, seguro que aquellas palabras eran pronunciadas en su contra.

— Porque no te pierdes niño y nos dejas conversar con tu amigo.

Su padre en ocasiones recibía lo que esos brutos pensaban que era un cumplido y generalmente trataba de disuadirlos con gentileza, pero él no quería que arruinaran su primera cita con su omega, quien al ver que se referían a su compañero se levantó de pronto, golpeando al que casi toca su cabello.

— ¡Piérdete o te rompo todos los dientes!

Manigoldo era muy fuerte para ser tan delgado y Albafica sabía que le gustaba demasiado golpear a sus enemigos, muchas veces vio que Sage lo reprendía por eso, pero esta vez sólo sonrió, suponiendo que su cangrejo desearía mantener su fachada de alfa posesivo, pero a él no le molestaba que pensaran era un dulce omega.

— Yo escucharía a Manigoldo, es un compañero celoso y no deja que nadie me moleste, me prometió nunca dejar que nadie me tocara un solo cabello.

Manigoldo se sorprendió al escuchar esas palabras, sonriendo de medio lado a los borrachines, quienes mejor se retiraron, uno de ellos levantando sus dientes del suelo, comprendiendo el mensaje, al notar que una vez que pensaban que Albafica estaba tomado, los otros trataban de no mirarlo siquiera.

— A veces molestaban a mi omega.

Le explico regresando a su bebida, escuchando como Manigoldo pedía otros tarros, rascándose la nariz cuando se dio cuenta que le observaba, recargándose en la mesa, esta vez siendo el quien comenzaba a admirarlo, logrando que se sonrojara.

— Eres hermoso…

Susurro, llevando su mano a su mejilla, recorriéndola a unos cuantos milímetros de distancia, logrando que Albafica frunciera el ceño, esa palabra nunca le había gustado, le consideraba un insulto más que un cumplido.

— No me gusta esa palabra, me hace sentir incómodo.

Siempre había asociado ese cumplido con dolor, con la maldición de su signo, el que aún seguía presente cuando estaban en la mesa, sentados juntos, pero había un abismo de distancia entre ellos.

— Pero eres muy hermoso, tan hermoso como la diosa Afrodita y creo que igual de fuerte, pero no sólo por el veneno.

Eso sorprendió al joven de cabello celeste, al que le sirvieron un plato abundante con carne con papas, acompañado por un postre que no había solicitado, a Manigoldo le dieron lo mismo que a su compañero, pero no el pastelillo de manzana.

— ¿A qué te refieres?

Pregunto Albafica pinchando una de las papas, acercando su postre a Manigoldo cuando vio que no le habían regalado uno a él, suponía que su belleza le ganaba algunos regalos, como pasaba con su omega, quien tan bien era hermoso como el, pero no le importaba que lo llamaran de aquella forma, a él sí.

— Nunca pude recuperar nuestro collar, aunque realmente lo intentaba, te pegue realmente fuerte, o lo que yo pensaba podría lastimarte, pero resististe, tu veneno es poderoso, pero tu cosmos cuando entrenas o peleas en serio, es brillante… sólo que nunca lo usas.

Ese era sin duda un cumplido, que le hizo sonreír, aunque ya lo hacía al ser acompañado por su omega, quien lo creía poderoso, mirándolo fijamente devorando sus papas y su carne, con una gran sonrisa, él comía como se suponía debía hacerlo una persona educada, pero con Manigoldo, deseaba liberarse, comer con la misma delicia que su omega.

— No había una razón para eso, hasta ahora que te tengo conmigo.

Ahora era el turno de Manigoldo de sonrojarse, comiendo el pastel que en un principio era para Albafica, manchándose con él la punta de la nariz, haciendo que su rosa comenzara a reírse de pronto, limpiándolo con un pañuelo.

— Mi padre me contaba historias de cómo sería mi Alfa y yo creo que tiene razón, así debe ser un alfa, y yo espero ser eso para ti, mi lindo cangrejo.

*****

Y esa clase de alfa no permitiría que su omega fuera lastimado por nadie, ni siquiera él tenía el derecho de levantar una sola mano en contra de su amado cangrejo, quien estaba asustado, su vida corriendo peligro, pero no por Aspros, que era la clase de bruto que lastimaba a un omega creyendo que así le amaría, sino porque Shion deseaba poseerle y para eso necesitaba alejarlo de su cangrejo y no había nada más permanente que la muerte.

— Albafica.

La rosa siguió su camino, debía esperar un poco más, al menos hasta que su veneno regresara, eso mismo que odiaba era lo único que podría proteger a su omega y darle la oportunidad para regresar por su cangrejo.

— Juro que regresare por ti, mi cangrejo.

Sisyphus al escucharlo pensó que de pronto le daría la espalda, pero siguió su camino, la resolución grabada en su rostro, dándose cuenta que no le importaba que ocurría con el mundo entero, lo único que deseaba era regresar por su omega.

— Tu eres un mal alfa Sisyphus, eres un monstruo que le da la espalda a su corazón, pero yo no soy así y juro que regresare por mi cangrejo, aunque tenga que darle la espalda a los dioses.

Eso lo dijo de tal forma que Sasha no pudo escucharlo, solamente Sisyphus, quien se preguntaba si Albafica estaba cometiendo un error, o por el contrario, era él quien lo hacía, al no buscar desesperado por su omega.

—¿Aun a nuestra diosa?

***7***
Degel hizo una señal a Kardia para que regresara a su lado, y este, aunque obedecer a un alfa estaba en contra de todos sus principios, lo hizo, Luciano era un peligro para él, para su alfa, pero, aun así, lo que pronunciaba no tenía sentido alguno, o por el contrario, el extraño pelirrojo tenía información que ellos carecían.

—¿De qué diablos hablas?

**********

Hola, juro solemnemente que esta historia no será abandonada, me gusta demasiado para eso, e intentare actualizar más seguido, espero que les siga gustando.

Apropósito, para el capítulo numero 55 habrá otro especial de media temporada… por decirlo de alguna manera, así que de que pareja les gustaría leer un capitulo completo, ya saben que estoy abierta a sugerencias.

Mil gracias.

Sé que les encantara.


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