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Paraiso Robado. por Seiken

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Paraíso Robado.

Resumen:

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***14***

Valentine al ver que su amado había destruido uno de sus grilletes se relamió los labios, su preciado señor sabía que ocurriría, tenía que castigarlo por eso y en vez de parecer preocupado, al menos un poco arrepentido, simplemente sonrió.

— Podría jurar que usted lo hace apropósito, mi señor, sabe que ha destruido uno de sus grilletes.

Radamanthys seguía recorriendo el cuerpo de su alfa con su mano libre, con una apariencia picara que le decía claramente que lo reprendiera, algo que hizo, recostándolo de espaldas, colocando su cadera en sus piernas, para poco después darle una nalgada.

— Sólo rompí un grillete.

Escuchando el gemido de su omega, después de otro cuando la palma de su mano de nuevo se impactó contra su piel, dejando algunas marcas rojizas en sus nalgas firmes, tan suaves como un durazno, las que iban tomando un color por demás agradable.

— Pero no puedo darte la mitad de un castigo, mi señor, aunque para usted esto es sin duda un premio, supongo que siempre las destruye por gusto, para recibir más de estas recompensas.

Radamanthys asintió, realmente le gustaba sentir el suave azote de las manos de su alfa, su hermano tenía razón, el ansiaba el castigo y el fuego, el ardiente sabor de los besos del látigo, pero sólo si su compañero era quien aplicaba ese deleite sobre su cuerpo, ya que si le pedía detenerse lo haría sin hacer preguntas, obedeciendo sus órdenes.

— Cuantas vidas llevamos juntos mi alfa, cuanto tiempo te ha llevado para que comprendas que me gusta el dolor y a mí, para decirte lo que realmente siento por ti.

Valentine detuvo sus nalgadas de pronto, acariciando esta vez la piel de su amado dragón, quien simplemente se dejaba tocar, mimar, como era su costumbre, aun con uno de sus brazos encadenado a los barrotes de su cama.

El espectro de menor tamaño acostó de nuevo a Radamanthys en su cama, reacomodando el grillete, amarrándolo con fuerza para que no pudiera romperlo esta vez, riéndose entre dientes cuando la abusada piel de su señor rozo contra las sabanas, provocando un sonoro gemido de sus labios.

— Yo recuerdo que adivine su secreto desde nuestro primer celo, mi señor, pero es este el dichoso día en que por fin me ha declarado su amor.

Ahora era su turno de amar a su señor como lo deseaba, con delicadeza y gentileza, con ternura, como sabía que su señor amaba que lo hiciera, sin comprender la razón por la cual su omega seguía buscando sentir dolor durante sus celos, que le hacía actuar de aquella forma.

Recordando el primer día en que pudo verle, cuando era tan solo un chiquillo ataviado como un omega, con ropas delicadas que acentuaban su figura, con telas preciosas como ninguna, pero que señalaban al muchacho como uno de los regalos de la diosa Hera, como un mero objeto en busca de un amo.

Cuando el pequeño rubio salió en busca de la diosa Afrodita, implorándole por amor, por afecto sincero y no solamente un alfa que quisiera comandarlo, siendo testigo de su dolor, de su miedo, así como de la forma en que intento defenderse de aquel senador que buscaba jóvenes omegas para su diversión, sometiéndolos a todos hasta que sus ojos no eran más que un poso de oscuridad perpetua, sin sentimientos, su mente quebrada, su fortaleza destruida por completo, un acto que no permitió que fuera realizado con ese pequeño, con su amado omega.

— Ese mocoso Bennu, me hizo recordar lo que pensaba se sentía el amor cuando era tan solo un muchacho, antes de portar la surplice.

Valentine sonrió, pensando que debía agradecerle a Bennu su intervención a su favor, sin siquiera mencionarlo, sus ojos fijos en Radamanthys, quien esperaba sentir su afecto y sus caricias.

Sin darse cuenta de que el cosmos de su amado alfa se elevaba, fundiéndose con el suyo, su collar amarillo con pequeñas nubes rosadas revolviéndose en el fondo, como si se tratase de una tormenta, pero sin tomar forma alguna, como si solo fueran manchas, sin ningún patrón, como se suponía, debía tenerlo.

— De esa forma me di cuenta que te amo y que, aunque yo soy un espectro, aun puedo amar, yo te amo mi alfa.

Esta vez lo dijo mucho más tranquilo sintiendo las manos de su amo recorriendo su torso, las que a causa de su celo de pronto sentía un poco más grandes, pero eso siempre ocurría, sus sentidos siempre se nublaban en aquella época del año, llevando sus piernas a sus caderas, besando su cuello con delicadeza, con demasiado cuidado, siempre como si se tratase de una criatura frágil, no como si fuera débil sino algo demasiado precioso para lastimarlo con algún movimiento brusco.

— Y yo consagro mi vida para usted, para su protección.

Radamanthys jadeo al sentir su lengua sobre una de sus mordidas, de la cual unos pequeños hilos de sangre brotaban, estremeciéndose cuando las manos de su alfa las sintió en su entrepierna, besando su pecho, los pezones abusados por las pinzas que uso con su amado señor.

Besando su entrepierna entonces, colocando dos o tres besos en su sexo, lamiéndolo a lo largo escuchando de nuevo los gemidos de su amado señor, quien se retorció en su cama, gimiendo su placer, sin silenciar ni una sola de sus exclamaciones.

Valentine al escucharle comenzó a sentirse orgulloso, la lujuria incrementando en su psique, la vanidad de ser el amo de aquella hermosa criatura apoderarse de sus sentidos, como lo deseaba y como su amado dragón se le entregaba gustoso, gimiendo en su oído, relamiéndose los labios cuando arqueo su espalda.

Empujando sus caderas contra su boca, sosteniéndose de las cadenas, sintiendo los dedos de su arpía surcar sus nalgas abusadas, abriéndolo un poco para que dos dedos se frotaran contra su intimidad, delineando su humedad, la que palpitaba dispuesta por sentirle, ansiosa, clamando por su sexo, por sus dedos, el celo aun no terminaba y Radamanthys quería que su arpía se llevara cualquier clase de dolor o arrepentimiento con su cuerpo.

Valentine introdujo dos dedos en su entrada, roja y mojada, escuchando el gemido de su señor, sintiendo como sus piernas se apretaban alrededor de sus hombros, gimiendo con más fuerza.

Ignorando el cambio en su expresión, en su cosmos, el que era como aquel que sintió en un principio, el que lo envolvió de tal forma que perdió cualquier clase de pensamiento coherente, solo deseaba ser poseído por ese hermoso alfa, que ingreso otro dedo en su cuerpo, para después introducir un cuarto y un quinto, abriéndolo para él, sonriendo al verle disfrutar de sus caricias, rendirse ante él como cada vida y cada celo ocurrían desde que se vieron en el templo de afrodita.

Radamanthys se limitaba a gemir sintiendo sus labios rodeando su sexo, sus dedos moviéndose en su cuerpo, pero necesitaba más, quería algo más grande y más poderoso, quería ser penetrado, sentir el sexo de su alfa de nuevo.

— ¿Quieres que te reclame?

Le preguntaron de pronto, la voz de su alfa distorsionada por el deseo, algo más grave de lo habitual, pero siempre era así, su alfa perdía toda su compostura a su lado y el cualquier control de sus sentidos, sus dedos recorriendo sus caderas, sintiendo como se iban formando moretones en donde las caricias de su amado habían sido mucho más bruscas de lo habitual, pero eso era parte de su deleite, su deseo por sentir dolor.

— Hazlo…

Valentine abrió sus piernas un poco más y de un solo movimiento se apodero de su señor, gimiendo cuando su sexo ingreso en su cuerpo, en su estreches, en esa criatura caliente, viva, poderosa que se rendía ante su deseo.

— ¡Sí!

Casi grito de nuevo, sintiendo los movimientos de Valentine ir aumentando de ritmo, dejando una marca que permanecería demasiado tiempo en él, jadeando y gimiendo en su oído, acompañando a su placer, sus gritos de pasión, convirtiéndose en unos animales en celo, olvidándose del mundo alrededor suyo, fundiéndose en sus brazos.

— Puede liberarse, pero solo sus grilletes, mi señor.

Valentine de pronto le dejo soltarse, orden que recibió con gusto quebrando los grilletes con un movimiento delicado para poder aferrarse a la espalda de su amado, moviendo sus caderas para que pudiera llegar mucho más profundo, su semilla funcionando como lubricante, escuchando su éxtasis, recibiendo las marcas de sus uñas que se aferraban a su espalda, dejando huellas que sabía durarían varios días en desaparecer.

— Se cuánto le gusta tocarme.

Le susurro, mordiendo su cuello de nuevo, embistiéndole con mayor potencia, jadeando, gritando, disfrutando de su placer, que tan maravilloso era que le hizo ver puntos luminosos cuando le alcanzo su orgasmo, el segundo de aquella noche, recibiendo la semilla caliente de su alfa en su cuerpo, llenándolo con ella.

— Cuanto disfruta de nuestras caricias.

Radamanthys asintió, pero aún no tenía suficiente y creía que su alfa tampoco, así que sin quitarse el antifaz, recorriendo el cuerpo desnudo de su amo, giro su cuerpo para poder cabalgarlo, recargándose en su pecho, arqueando la espalda para que la presión fuera mayor.

Todo ese tiempo bajo la mirada de su alfa, quien se aferró a su cintura para poder sentarse en la cama con su señor sobre sus piernas, quien impúdico subía y bajaba sobre su erección, su erótica expresión compitiendo con la belleza masculina de su cuerpo, que sentado en sus piernas buscaba el placer que su alfa le brindaba, que solamente él podía darle.

Haciendo que de nuevo se jurara que destruiría a cualquiera que intentara arrebatarle a semejante criatura de sus brazos, gimiendo una última vez, inundando a su señor con su semilla, la que comenzó a escurrir de entre sus piernas cuando se recostó a su lado, jadeando tratando de recuperar su respiración, jugando con las gotas de su semen, haciendo pequeños dibujos en su piel, aun con su antifaz puesto.

El que le quito con delicadeza, para poder admirar sus ojos amarillos, sintiendo como se acurrucaba sobre su pecho, los grilletes aun colgando de sus muñecas, los que le quito con cuidado, descubriendo moretones que con el tiempo solo tomarían un color mucho más oscuro.

— Espero no haber sido tan brusco contigo mi señor, no deseo lastimarlo.

Radamanthys negó aquello con un movimiento de la cabeza, cerrando los ojos, suspirando al mismo tiempo que Valentine acariciaba su cabello, enredando sus dedos en las hebras doradas.

— Nunca me dañarías mi amado alfa, yo sé que tú me amas, y ahora, tú sabes que yo también te amo.

Valentine asintió, besando su cabeza, ayudándole a levantarse escuchando un gemido más de su señor, quien se sonrojo al sentir que la semilla de su amado escurría entre sus piernas, dibujando sinuosos caminos hacia sus tobillos.

— Porque me está diciendo esto ahora.

Quiso saberlo de pronto, esperando que no fuera porque le deseaba mandar lejos del inframundo o suplicar por su vida, pedirle piedad a Minos, rompiendo de nuevo su promesa.

— Debes saberlo, no quiero que pienses que no te amo, que solo te utilizo para mi propio placer, porque eso no es verdad.

Valentine asintió, ayudándole a su alfa a caminar en dirección de su tina, la que en esta ocasión tenía agua caliente, jabonosa, con perfumes delicados que solo él conocía, porque nadie más podía acercársele sin sufrir las consecuencias de su estupidez.

— Sí no quieres marcharte sin mí, debemos partir juntos.

Pronuncio de pronto, permitiéndole sumergirlo en el agua caliente, recostándose sobre su pecho al mismo tiempo que el agua cristalina se derramaba en ese piso de madera oscura, sus ojos cerrados, permitiendo que la paz que sentía junto a su alfa lo reconfortara.

— Sé que muchas ocasiones yo mismo te he lastimado, pero aquellos momentos yo sabía que regresarías a mí, que nos volveríamos a encontrar y no tenía por qué preocuparme de que mi alfa se marchara de mi lado.

Valentine comenzó a brindarle ayuda a su señor, limpiando su cuerpo de cualquier rastro de su pasión, recibiendo de vez en cuando gemidos apagados, sintiendo como su amado dragón se relajaba cada vez más en sus brazos.

— Pero ahora ya no lo sé, no sé si volveré a verte si permito que te aparten de mi lado, así que si no puedo protegerte mandándote lejos, yo me marchare contigo, le daré la espalda a mi dios Hades, pero te mantendré conmigo.

Radamanthys se enorgullecía de no mostrar sus sentimientos, pero esta ocasión lo ameritaba, porque tal vez, ya no tendría la oportunidad para decirle aquello que deseaba, como amaba a su alfa, que le miraba con extrañeza.

— Y cuando seamos libres del Inframundo, cuando logremos darle la espalda a este destino, te entregare mi corazón y mi lealtad, peleare para ti, me consagrare a ti, como mi nuevo señor… si logro mantenerte con vida.

***15***

Sisyphus apenas podía entender lo que había visto, como Albafica por acto divino de uno de los dioses del Olimpo escapaba de su custodia y la apariencia de ese anciano tan extraño, el que era un lemuriano, uno que estaba enamorado de Albafica.

Su diosa seguía a su lado, sin hacer nada, pero era una niña pequeña, una diosa atrapada en el cuerpo de un mortal, a quien debía proteger, sin embargo, con cada paso que daba, su cordura se le iba escapando.

Sasha debía estar segura, pero que podría hacer para protegerla y buscar a su omega, era imposible hacerlo, así que debía elegir entre su deber o su amor, optando por su deber, como cada una de sus vidas lo había hecho.

*****

Ignorando sus instintos y los designios de los dioses, en especial aquellos que le había mostrado el dios patrono del Olimpo, quien deseaba evitar que un suceso sin precedentes ocurriera.

Pero fue ignorado, sin embargo, en alguno de los techos de Rodorio, un muchacho, un joven alfa despertó para observar con extrañeza un duelo, Dohko y Asmita peleaban contra dos omegas, dos espectros.

Regulus supuso que su deber le dictaba interponerse en aquel combate, para que los espectros fueran abatidos, pero, esa era la única oportunidad que tenía para buscar a Cid, a la espada.

Porque Dohko, en un acto que consideraba una atrocidad, le había atacado, golpeado por la espalda, para que pudieran lastimar a Cid, pero eso no pasaría, no dejaría a su querido amigo en las manos de una criatura monstruosa que deseaba violarlo en su celo, eso jamás.

Así que, utilizando su cosmos, tratando de no llamar la atención de los presentes, inicio su escapatoria, agradeciéndole a la fiebre del celo que nublaba el buen juicio de aquellos alfas, deseando que algo le llevara a donde estaba Cid.

Cualquier clase de señal, ya fuera dada por Zeus o por Cronos, quien fuera que le diera su ayuda, sin importarle la guerra que se avecinaba, obtendría su agradecimiento eterno, porque su amigo no se merecía ese destino, su adorado Cid no debía sufrir en las manos de un dios enloquecido.

*****

De pronto, cuando Sisyphus llevaba media hora alejándose de su vínculo, cargando a Sasha entre sus brazos vio una señal inédita, dos águilas, las que volaban majestuosas en su dirección.

Dos animales de un tamaño inconcebible, poderosas e iracundas, las que de pronto, como si se tratase de una liebre le atacaron, usando sus garras, gritando furiosas, logrando que se detuviera, para proteger a su diosa en brazos.

Pero los ataques de aquellas águilas no se detuvieron, debía matarlas, pero al mismo tiempo tenía que proteger a su diosa, que no era más que una niña y esas águilas, como sacadas de una pesadilla, eran por mucho más grandes, por mucho más fuertes, que cualquiera que hubiera visto antes.

Logrando que se preguntara, que estaba pasando, porque lo atacaban, Sasha parecía asustada, aferrándose a su cuerpo con fuerza, sin entender que era lo que pasaba, porque trataban de lastimarlos.

Sisyphus elevo su cosmos y comenzó una carrera para perder a esas criaturas, imaginándose, o tal vez recordando, algún fragmento de su pasado, cuando corría buscando el rastro de su omega, a quien un espectro, uno de sus enemigos había emboscado, para llevárselo consigo, su celo próximo, seguro que deseaba poseerlo una vez que comenzara la fiebre.

Sin embargo, de pronto, aquella imagen, ese momentáneo recuerdo hizo que perdiera el sentido de hacia donde debía dirigirse, cometiendo un grave error, uno que bien podía cobrarse las vidas de ambos, porque al frente, había un acantilado que, en su alucinación, en sus recuerdos, sumido en ellos, no podía ver.

El que no descubrió hasta que Sasha grito desesperada, aferrándose a su cuerpo, usando momentáneamente su cosmos, el que brillo con la fuerza de su diosa, tal vez, ya había despertado y ella deseaba proteger a su campeón, así como a ella misma, de lo que podía ser una muerte segura de permanecer sumido en aquella alucinación.

*****

Regulus se detuvo en seco, tratando de pedirle a cualquier deidad que le dijera a donde debía dirigirse, observando de pronto una imagen que se suponía, un alfa nunca debía ver, un pavorreal de plumaje azul, una criatura que no debería estar presente en aquellos caminos.

Cuyos ojos brillaron, sumiéndolo en un trance, justo como el que sufría Sisyphus, pero inducido por la diosa matrona del Olimpo, la que había encomendado a su hijo, evitar que la espada fuera poseída por el dios del sueño.

Pero su hijo, de momento, no estaba dispuesto a obedecerle, porque pensaba que aquel nacimiento debía ocurrir, era un mal menor, para un bien común, un pequeño sacrificio, que lograría una libertad absoluta en un futuro, no muy distante, para un dios de su antigüedad.

—Regulus, pequeño hijo de mi esposo.

Pronuncio una mujer vestida de plumas, una gigante de belleza inaudita, con una expresión dura, ojos de color turquesa, el poder manando de su cuerpo, una criatura, que solamente podía estar en su imaginación, porque Regulus, bien sabía que no se encontraba en ese plano, no podía estarlo.

—¿Quién eres tú?

Pregunto apretando los dientes, convocando su cosmos, seguro de que debía buscar a Cid, protegerlo de aquel espectro que le había capturado, evitar que lo violaran durante su celo, comprendiendo la pesadilla de todos los omegas, ser usados como un objeto para el placer de un alfa o como una cosa que diera a luz a sus retoños.

—¿Qué eres tú?

Repitió, caminando en su dirección, furioso, dispuesto a pelear con la matrona del Olimpo si acaso decidía hacerle perder mucho más tiempo, si no estaba allí para ayudarle a dar con Cid, su querido amigo, quien estaba en celo y sería violado, al que le poseerían en contra de su voluntad, como bien dijo que Aspros haría con Manigoldo, de permitírselo.

—Hera por supuesto, la madre de todos los omegas, quien hizo los regalos de su existencia para ustedes, los vástagos de mi esposo, como una ofrenda de paz.

Aquella mujer pronuncio, su voz era la de una mujer delicada pero enérgica, una persona creada para mandar, pero no al ordenarles que hacer, sino al dejarles saber cuáles eran sus deseos y tú, de alguna forma, la recompensarías, solo para no recibir el azote de su desprecio, que podía verse, era demasiado peligroso.

—¿Dónde está Cid?

Repitió el joven omega, tratando de atacarla, sin importarle un comino que se viera como la diosa de los nacimientos, lo único que le importaba era salvar a Cid, nada más que eso, logrando que aquella mujer lo alejara con un poco de su fuerza psíquica.

—Tan furioso, como todo hijo de mi esposo, pero haces preguntas que son importantes, pequeño león, porque es a él, a quien deseo encomendarte.

Le advirtió, levantando un dedo, esperando que Regulus decidiera escucharla, y eso hizo, deteniéndose de pronto, relamiendo sus labios al ver que, en efecto, deseaban proteger a su amigo, a su adoración, quien, sin embargo, no era su omega, pero, aun así, no deseaba que sufriera, seguía amándolo.

—Porque, aunque no es tu omega, yo sé que tú te preocupas por él, tu, lo amas con el amor puro de un muchacho.

Así era, él amaba a Cid con toda su alma, con el mero núcleo de su ser, de una forma que su tío no hacía, ese hombre estúpido que rechazaba un tesoro como lo era la espada, el amor que le daría, el cuidado y la devoción, todo lo que cualquier alfa deseaba en un omega, todos, menos su tío, a quien comenzaba a despreciar con el fuego mismo de su cosmos.

—¡No perdamos más tiempo y dime en donde puedo encontrarlo!

Le exigió, elevando su cosmos, dando un paso en su dirección, pero ella no se inmuto, aún seguía mirándole con ternura, como si sus palabras le parecieran hermosas, dignas de ser escuchadas.

—¿No te importa que no sea tu omega?

Pregunto, esperando que Regulus comprendiera la verdad, que no era su alfa, que otro omega, uno especial, uno perfecto para él en todos los sentidos aguardaba el momento de encontrarlo, aunque el mismo no lo supiera.

—¿Qué jamás corresponda a tu afecto?

No lo haría como Regulus lo deseaba, no de la forma en que un omega amaba a su alfa, pero aun así, creía que eso no le importaba, quien solamente asintió, todo eso lo sabía, siempre lo supo, pero no le importaba.

—¡No!

Grito, como si creyera que la diosa no lo escucharía, pero ella asintió, viendo confirmadas sus sospechas, este pequeño león realmente amaba a ese omega y trataría de defenderlo del peligro, aunque no fuera correspondido.

—¡No me interesa eso!

No le interesaba nada más que proteger a Cid, a su amado amigo, su adoración y su admiración, quien debía estar asustado, encerrado en una horrible celda, con una criatura repugnante tratando de lastimarlo, pero no lo permitiría, su admirado Cid, no pasaría por eso.

—En ese caso, hare que veas su localización, pero tienes poco tiempo para dar con él, sin embargo, si ha llegado a pasar lo que no debía ocurrir, tendrás que evitar que nazca, la serpiente no puede abrir los ojos, porque si lo hace, la tempestad le seguirá.

Regulus asintió, pero estaba seguro que podría defender a Cid, evitar que lo mancillaran, ahora que sabía en donde debía buscarle, seguro de que su amado omega le correspondería alguna vez, no con el ardor con que amaba a Sisyphus, pero sí que llegaría a quererle, al menos un poco.

—¡Dime donde se encuentra!

*****

—¡Te di, una orden, mocoso ingrato!

Pronunciaron de pronto, un anciano de apariencia poderosa, con ojos blancos, cabello y barba del mismo color, centellas recorriendo su cuerpo, manando de sus manos.

—La que has desobedecido, como en cada una de tus vidas.

Le recordó, furioso por eso, seguro que debía escucharlo, sin importar lo que hiciera, porque ya estaba cansado de aquella actitud, de ser traicionado por su hijo, el que permitiría que la gran serpiente naciera, la que era precedida por la tormenta, su enemigo de antaño.

—Por culpa tuya nacieron los omegas y esa perra se ha robado a mis hijos, pero, aun así, tu no cuidas de tu espada, del regalo que arranque de las manos de Hefesto para dártelo a ti.

De su primer regalo su esposa obtuvo la forma para seducir a sus propios hijos, orillándolo a cometer una traición en contra suya, pero le había perdonado, le había dado la fuerza para poseer su regalo, y a su compañero un amor que nunca se terminaría, sin importar las traiciones, sin importar el descuido, como Hera debió serlo, de ser una buena esposa.

—¿De las manos de Hefesto?

Pregunto Sisyphus, recordando que en efecto, según sus extraños y locos sueños, Hefesto había creado esa espada, él era el artífice de su amado compañero, pero siempre creyó que se trataba de un regalo hecho a la medida, no una entidad creada de alguna forma, de tal manera, que era aquello que deseaba en un compañero.

—La espada es su hijo, sería su hijo, pero yo lo vi y supe que te traería la felicidad que mi maldita esposa te robo.

Zeus aun recordaba aquellos momentos terribles, su corazón acongojado por el dolor de su favorito, el segundo era Minos, aunque este fuera el más obediente de los dos, tratando de compensar su perdida con un regalo eterno, que le haría compañía en su campaña por defender a la guerra justa, aunque, esa noción era equivocada, no existía ninguna guerra que fuera justa.

—Pero ignoras mi regalo, ignoras mis ordenes, como si creyeras que tienes el poder para eso.

Pronuncio, sosteniéndolo de pronto del cuello, como si quisiera ahorcarlo, decepcionado por su constante rechazo, sus ojos blancos fijos en los suyos, su ceño fruncido, dándole una imagen realmente aterradora.

—Solamente Minos me obedece, él es un buen hijo, el escucha mis mandatos.

Finalizo, dejándolo caer de pronto, dándole la espalda, esperando que esta vez, su querido hijo se decidiera a obedecerle.

—¿Minos?

El segundo juez era su hermano, un espectro sádico, famoso por su crueldad, quien sin duda alguna compartía muchos rasgos de su padre, el color del cabello y de ojos, su sádica locura, su lujuria, pero esta solo estaba enfocada en una criatura.

—El recuperara su regalo de las garras del fuego sin rostro, como se lo he ordenado, pero tú, tu a pesar de mis deseos, sigues ignorando el deber que te di, esa espada dará a luz a una criatura de pesadilla de ser fecundada por un dios.

Sisyphus asintió, había desobedecido a su padre, al descuidar a su espada, aunque pensaba que actuaba siguiendo sus designios, creyendo que tenía el poder para cuestionar a los dioses.

—Tu deber es darle hijos humanos, que obedezcan mis ordenes, evitar que la serpiente nazca de ese cuerpo creado en un principio por la forja de Hefesto, con el mismo material con el cual se hicieron las armaduras, con el que forjaron mis centellas y a su hermano.

El fruto de la violación de su omega sería una serpiente, como aquella que escucho en sus salvajes sueños.

—Esta será la última vez que te lo ordeno querido hijo, detén ese nacimiento maldito, o yo mismo bajare a darte una lección cuando por fin, sea liberado de mi encierro.

Su deber era proteger a su espada, era un acto divino, un acto de justicia, no de traición a sus creadores.

—Esa perra no me robara más de mis hijos, y no me derrotara, esa sucia vaca que piensa que puede controlarme.

Pronuncio de pronto, comprendiendo muy bien, que su esposa con cada nueva generación, se robaba a otro de sus hijos, creando un ejército que podría considerarse invencible.

—Mi deber es proteger a Sasha, mi deber es proteger a mi diosa, a Athena.

Trato de recordarse, pero Zeus esta vez lo golpeo, furioso por su necedad, levantándolo del cabello para que pudieran estar a la misma altura.

—Mi querida hija tiende a ser muy posesiva, justo como yo, pero ella está segura, pero si lo deseas, puedes llevarla a Lemuria, en ese sitio hay guerreros poderosos que evitaran que sufra cualquier daño.

Le aconsejo, los habitantes de ese pueblo eran creyentes suyos, de allí que las reglas de los lemurianos sometieran a los omegas a la esclavitud, porque bien sabían que se trataban de artilugios de su esposa para robarse a sus hijos, aunque ellos mismos no lo supieran, aunque ellos fueran inocentes y sus propios hijos desearan el amor, el cariño sincero de sus compañeros, una forma de escapar de sus designios una vez que estallara la guerra.

—Tienes tres días, querido hijo, evita ese nacimiento, o yo te daré la espalda, como tú me la has dado a mí.

***14***

Manigoldo estaba encerrado en una celda, que parecía ser su recamara, la que compartiría con su alfa, su mirada estaba fija en un espejo, observándose sin poder reconocerse, preguntándose en donde se encontraba su alfa, que pensaría de verle en aquel estado y si estaría muy enojado por haberle traicionado, por no poder evitar que Aspros le poseyera.

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Mil gracias por sus comentarios, pero ahora, como estoy próxima a cumplir los doscientos comentarios en amor yaoi, si, doscientos, quiero hacer otro capítulo especial de conmemoración, ya saben, todas las parejas pueden ganar, así que, de quien desean que sea el capítulo que le siga a los doscientos comentarios.

Espero sus votos, hasta la próxima semana, muchas, muchas gracias.


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