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Paraiso Robado. por Seiken

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La desesperación de Albafica no hacía más que aumentar, especialmente con lo cerca que estuvo de rescatar a su omega, de recuperarle por fin.

 

—Mi querido niño, debes ser fuerte, pues tienes el consuelo de que tu omega te ama con locura e intentó llegar a tí.

 

Albafica negó eso, como podía estar contento, tener un poco de paz, si no pudo salvar a su omega, regresarlo a sus brazos, temiendo que destruyeran su vínculo, que de alguna forma Aspros pudiera lograr que su cangrejo le olvidará.

 

—¿Qué ocurre si el alfa incorrecto ama mucho más al omega? ¿Si jamás se atrevería a levantar una sola mano en su contra? ¿Si los caprichos de los dioses te han apartado de tu amor?

 

Afrodita jadeo al verle, era su hijo, vistiendo su armadura, su casco que cubría su rostro, sus ojos rojos fijos en ella, con un odio casi absoluto, sus dientes apretados, a causa de la furia que sentía, su odio contra su madre.

 

—Aspros ama al cangrejo, sus sentimientos son genuinos y lo único que desea, es evitar que tu mates con el veneno de la diosa Athena, a su amado, a sus hijos, que pueden ser tuyos, o de él, o de ambos.

 

Albafica no sabía de quién se trataba ese guerrero de una estatura gigantesca, de más de dos metros de alto, casi llegando a los dos metros y medio, que como todos los dioses era un titán con sus estaturas imposibles.

 

—Mi corazón está roto por culpa tuya madre, tu, tú qué se supone que deberías ayudarme a obtener lo que deseaba, me has dado la espalda, te has puesto en mi contra, pero vengo aquí, para solicitarte que no lo hagas, que no le des las aguas del olvido a mi enemigo, no me arrebatas a mi amado señor.

 

Ese título, ese título crispaba sus nervios, haciéndole odiar a ese omega, pero ella era una buena madre y una diosa piadosa, por lo cual, uso sus aguas del olvido para reparar el daño provocado por el amor desesperado de su hijo, que apartó a ese omega del hijo favorito de Zeus.

 

—¿Tú amado señor? ¿Esa fea criatura te domina? ¿Por eso lo alejaste de su alfa?

 

Eros respiraba hondo, le había pedido ayuda a Hefesto y él, le ayudaría a recuperar a su amado, porque temía el daño que Minos le haría a su señor, su amado señor en las garras de aquella criatura despreciable, aunque, al principio, pensó que géminis era aquel destinado a recibir el cariño de su omega elegido, por eso le había elegido de su propio omega, enamorando su corazón de otros compañeros.

 

—Pero como esa criatura te domina mi querido hijo, es que le he liberado de tus recuerdos, para recuperar el lazo que tú trataste de romper, y que esa fea criatura te permitiría destruir, pero los dos sabemos que Zeus no lo permitiría, así que, al hacerle olvidar su pasado, es que le he demostrado piedad.

 

Eros al escuchar esa respuesta lo supo, su madre lo había traicionado de nuevo, alejándolo de su omega elegido, tal vez hasta restaurando el lazo que le unía a Minos, el que había enloquecido sin su omega, quien le haría daño a su amado señor.

 

—Ya no existe más tu amado señor, el ya es libre de ti, así que, solo déjale ir, deja que duerma en los brazos de su alfa, no destruyas el lazo que los une.

 

Eros respondió atacando a Afrodita, que guardaría el secreto de que su amado hijo fue quien provocó el dolor de su rosa, quien estaba preparado para defenderle, lanzando varias rosas en su contra, haciendo que el dios retrocediera, pues el veneno era tan poderoso que aún ellos perderían la vida de tocarlo.

 

—Otro ángel… supongo que tú mandaste el recado de mi madre, tú le diste las aguas del olvido, tú eres la herramienta para que ella pueda vengarse de mi amado señor y de su madre, la justa Europa.

 

Al escuchar ese nombre, ella se cubrió de mariposas, brillando de color azul, usando su cosmos como fuego, dispuesta a quemar a esa mujer hasta las cenizas.

 

—Por esa razón mi querida madre, por tu traicionera naturaleza, es que nadie se ha quedado a tu lado, sin importar tu belleza, mi padre no te amaba, y ahora el padre de mi amado señor ya tampoco, no eres una mariposa, eres una polilla…

 

Eros enfoco su vista entonces en Albafica, sonriendo, ladeando la cabeza con delicadeza, relamiendo sus labios, señalando al mensajero, quien de forma indirecta había dañado a su amor.

 

—Y tu rosa venenosa, pagaras por lo que has hecho, porque yo soy amor, yo soy pasión, y yo puedo despertarla en cualquiera…

 

Albafica supuso que esa criatura prendida en llamas, con ojos rojos como la sangre y una armadura negra, como hecha de plumas, sería un enemigo que temer, sin embargo, no supuso que sería tan cruel, tan violento, cuando se creía traicionado.

 

—Aun tu cangrejo, tu amado cangrejo que se enamorara de Aspros y tal vez, su amor desquiciado junto al que yo despertaré en él, logren destruir el vínculo que ustedes dos comparten.

 

Eros comenzó a reírse al verle enfurecer, al verle comprender lo que el sentía en ese momento, al saberse olvidado y el amor, ese sentimiento que tanto trabajo le costó construir, despertar de nuevo enfocado en alguien que no se lo merecía.

 

—Como ustedes han destruido el amor que tanto trabajo me costó construir, como me arrebataron lo que más he amado en este mundo.

 

Albafica lo atacó, sin importarle su veneno, elevando su cosmos y utilizando sus rosas, atacando a Eros, que esquivo las flores con sus alas, para después, marcharse de aquel templo, a una velocidad imposible de seguir.

 

—¡Maldito seas!

 

Grito desesperado, pero antes de poder llegar a él, Eros se había marchado.

 

*****

 

—Antes de que te diga lo que está pasando, necesito que tú me expliques, lo que tú piensas que está ocurriendo…

 

Radamanthys aún vestía su túnica, la que decía era demasiado reveladora, ya no tenía puestas las cadenas, pero aún estaban en su habitación, que se cerraría en el momento en que su omega quisiera escapar, si no había funcionado su regalo, pero todo indicaba que si lo hizo, que ya sólo era un emperador demasiado joven para gobernar.

 

Radamanthys llevó sus manos a sus rodillas, aún sentado en el suelo, como si la cama fuera a devorarle de tan siquiera tocarla, sin atreverse a observar a Minos, que le veía con una expresión sería, su cabello cubriendo sus ojos, pero el menor veía su ansiedad, podía sentirla.

 

—Me has derrocado, para tener la corona de Creta y ser el emperador…

 

Radamanthys no se atrevía a levantar la voz, pero aún así, empezó a responder la pregunta de su hermano, que cruzando sus brazos delante de su pecho, le veía fijamente, escuchando cada una de sus palabras.

 

—Pero no quise creer que tú, mi querido hermano, pudiera hacerme algo como esto.

 

No quería creerlo, pero aún así lo hizo, solo se dejó engañar y manipular, como un tonto, creyendo en una lealtad o un afecto, que probablemente no estaba allí, pero aún así, de todas formas, quería creer que había otra razón para ese acto de traición, algo que le ayudará a disculparlo.

 

—Nuestro padre le dijo a sus consejeros que debía desterrarte de Creta apenas fuera emperador, que debía mandarte lejos de nuestro hogar y yo no lo acepte.

 

Así que Asterión, no conforme con apartarlo todo ese tiempo de su omega, de condenar su paraíso, le dijo a su hermano que le lanzará lejos de Creta, que lo desterrara, como si fuera una peste o una plaga, su padre que el asesino, para que no pudiera envenenar a su querido hermano en su contra, su padre, que aprobaba la unión de esa criatura con su omega, quien lo convirtió en el hombre que era en esos momentos, la única razón por la que supuso, debía estarle agradecido.

 

—Como podría traicionar, atacar a mi propio hermano, a mi propia sangre…

 

Radamanthys susurro eso último, observándolo fijamente, preguntándose porque el si pudo hacerlo, sin comprender la desesperación que sentía, su amor condenado por el que se dijo su padre, aún por el mismo Minos que no estaba seguro de la pureza de su amor, que en un principio no entendió que el pecado no era amar a su omega como los dioses les ordenaban hacerlo, sino, tratar de separar a una pareja creada por los dioses, alejarlo de su omega.

 

—Tal vez sabía que tú me traicionarias, como habían estado diciendo esos viejos alfas, y como las noticias indicaban que harías…

 

Minos arqueo una ceja, quitándose la armadura, sobresaltando a Radamanthys, que de nuevo desvió la mirada, enfocándose en algo, pero no viendo nada en específico, tal vez, recordando lo que había sucedido tantos siglos atrás.

 

—Durante meses estuve escuchando noticias, como ibas sumiendote en la desesperación y algunos dicen, que hasta la locura, acudiendo a los altares de Poseidón, como sacrificaste a ese toro blanco para tener el poder…

 

Minos pensaba que su hermano ignoraba todos sus esfuerzos para recuperar su paraíso, pero no, el sabía que había realizado ofrendas a Poseidón, que había reunido soldados, entonces, porque no quiso atacarlo, desterrarlo como el hizo con Sarpedon.

 

—Lo que dicen de tu esposa es aún peor, es casi tan malo como lo que decían de nuestra madre y no entiendo, la clase de persona que podría idear algo tan ruin, aún de ella…

 

El había ideado esa historia del Minotauro, de la locura de su esposa, una historia que la destruyo, que pudo apartarla de su lado, pero, no sirvió de nada, porque su omega no estaba con él, después de eso se sumió en su desesperación e intento compartirla con sus tributos, brindarles tanto dolor como el que sentía él, probó cada placer, cada acto de lujuria o depravación, buscando compartir su sufrimiento y tal vez, olvidar que su omega no estaba a su lado, sino con alguien más, siempre otro más.

 

Radamanthys le veía en silencio, como sintiendo su cambio de ánimo y se agachó enfrente suyo, casi compartiendo el mismo lugar, notando el miedo en su omega, no a él, sino a algo más, por lo que tenía que saber a qué le temía.

 

—¿Tú crees todo eso? ¿Qué solamente soy un depravado y un libertino? ¿Qué soy una deshonra?

 

Radamanthys abrió los ojos y jadeó al escuchar eso, sorprendido, para negar poco después esas preguntas, con un movimiento de la cabeza, no creía todas las historias que decían de su hermano, no pensaba que hubiera acudido a Poseidón y que este le diera su ayuda, tampoco que fuera un demente, ni que estuviera edificando una estructura fastuosa no muy lejos de su hogar, un laberinto de piedra blanca.

 

—No, no eres nada de eso, tu deberías ser el emperador, en realidad, yo quería abdicar al trono, pero con esas noticias recorriendo las calles de Creta, con todos esos chismes, tu llegarías debilitado al poder…

 

La respuesta de Radamanthys formó un nudo en la garganta de Minos, pensando que de no haber actuado como lo hizo, su hermano le daría el trono y tal vez, de haberle dicho de su amor desesperado por él, no lo habría abandona, le habría aceptado a su lado, como su alfa.

 

—Tu eres un buen emperador…

 

Susurro ahora él, porque su hermano había sido un buen emperador, justo como Asterión dijo que sería, llamando ahora la atención de Radamanthys, cuando acarició su mejilla con sus nudillos, con una expresión que no se atrevía a describir, pero llamó la atención de su hermano, quien le veía sorprendido.

 

—Pero tú serías mejor, mucho mejor que yo, duro, pero justo, un alfa que seguirán sin pensarlo dos veces, has demostrado tu lealtad a la ciudad, a los dioses y a la familia, aunque eso último nuestro padre no podía verlo, y no se la razón de ello.

 

Minos tampoco lo entendía, si era tan buen estudiante, si realizaba todos los honores a los dioses, si era un hombre justo, porque condenar su amor por su omega, que no le odiaba, ni le temía, qué tal vez podría llegar a amarlo, con esa inocencia que necesitaba a su lado.

 

—Aun recuerdo cuando me salvaste de Gracchus, lo mataste por mi, porque se que no era un traidor, aunque tú lo dijiste, pero, evitaste que ese bastardo me dañara, tu cumpliste tu promesa de antaño y por ello siempre te estaré agradecido…

 

Radamanthys sostuvo su mano, pero no para apartarla, sino para mantenerla a su lado, contra su mejilla, el pegandose a esta, como buscando su calor, su compañía, haciendole estremecer, un estremecimiento que su omega no pudo ignorar, suspirando con tristeza.

 

Radamanthys le dió la espalda entonces, recargándose en la cama, con una expresión dolida, pero no existía esa decepción y ese dolor tan grande como el que podía ver en el presente, ese resentimiento, que solo aumentaba con el paso de los años.

 

—Y aún así, realizaste un golpe de estado, para tener el trono, cuando yo te lo habría dado sin dudarlo un instante, te mereces este puesto, más que yo, además es una carga muy pesada para mí, esos ancianos quieren que haga su voluntad, cada orden mía es cuestionada y jamás he sido un hombre paciente, prefiero pelear por mi mismo, o siguiendo órdenes de alguien con la cabeza fría, como tú.

 

Esas palabras las dijo molesto, en especial cuando hablaba de los viejos consejeros que deseaban ordenarle a un omega joven que hacer, qué tal vez pensaban en la forma de tomar a su hermano, no lo sabía, pero pensaba que no lo dejarían gobernar, no escucharían sus órdenes sin dudar de ellas, pero obedecían sin hacer preguntas, cada uno de sus mandatos.

 

—No lo soñé entonces… tú siempre me has querido mucho, mi pequeño hermano.

 

Minos entonces hizo un movimiento osado, sentándose detrás de Radamanthys, para abrazarlo por los hombros, suspirando al sentirle a su lado, sin que su hermano quisiera negarse a él, apartarse, mucho menos tensar sus músculos.

 

—¿Porque estoy vestido así? ¿Porque estaba encadenado? ¿Es para el alfa que has seleccionado para mí?

 

Radamanthys volteo a verle, entre sus brazos, girando apenas, viendo sus ojos y su rostro tan cerca del suyo, que no pudo evitar sonrojarse, aún así estaba asustado, pensando que de un momento a otro, el alfa elegido por Minos para él, se le sería presentado y esa sería la última traición que sufriría en sus manos.

 

—Por eso visto esta túnica, para que pueda poseerme con facilidad, es eso… Minos…

 

Radamanthys no deseaba a ningún alfa que no fuera su elegido, que no fuera aquel destinado para él, por eso le oraba a la diosa del amor, para poder tener el afecto de ese alfa, ser correspondido, aunque pensaba que era un pecado terrible.

 

—Pero, tú me prometiste que nunca permitirías que un alfa me domara en contra de mi voluntad, que jamás me dejarías sufrir eso, así que te lo pido, te lo imploró mi emperador… no me entregues a él, por favor, no me entregues a un alfa que no sea mi elegido.

 

Esta vez Radamanthys le recordaba su promesa, sosteniendose de su ropa, como si pudiera olvidarla, como si pudiera entregarle su omega a cualquier otro, que no fuera él, su alfa destinado.

 

—Nunca te podría entregar a nadie más, mi pequeño hermano, jamás dejaría que algún alfa tocará uno solo de tus cabellos, si no es tu elegido.

 

Y ya lo había demostrado demasiadas veces, con ese senador, con esa ave de rapiña, al pelear con su padre por su paraíso, por qué lo que le había dicho antes era cierto, era capaz de declararle la guerra a los dioses, sólo, por tener a su omega a su lado, como en ese momento, aunque pensara que se atrevería a dárselo a alguien más, un acto, en contra de su propia cordura.

 

—¿Entonces porque estoy vestido así, porque estaba encadenado a esa cama, con esas cosas en mi rostro?

 

Cómo responder esa pregunta, no había ninguna forma en la cual pudiera explicar esas cadenas, ese antifaz, la forma en que despertó, después de olvidarlo todo, pero tal vez, debería empezar por decirle la verdad, al menos, lo que el consideraba su verdad.

 

—Un alfa enloquecido te ha puesto esas cosas para poder estar contigo, y tú lo permitiste, pero yo lo evite, yo evite que te dañara…

 

Eso era cierto de alguna forma, Radamanthys permitió que le pusiera esas cadenas, y el había perdido la razón, en ese momento aún deseaba castigarlo, hacerle sufrir por su rechazo, imaginando toda clase de tormentos, para compartir su dolor de la única forma en que sabía hacerlo.

 

—¿Porque haría algo como esto?

 

Radamanthys como si pudiera leer sus pensamientos, se dió cuenta que Minos había sido quien le puso esas cadenas, esa ropa y ese antifaz en su rostro, pero en vez de asustarse, sintió lástima, porque Minos no se daba cuenta, pero estaba temblando de forma ligera, unas lágrimas resbalaban de sus ojos, podía ver, que tan arrepentido estaba de lo que hubiera hecho.

 

—Porque es un hombre cruel, que solo ha conocido el dolor y la soledad, y pensaba que sólo así podrías aceptarle, porque tú le odias, le desprecias tanto, lo aborreces tanto, pero… pero yo te he salvado, yo te protegeré de él, jamás volverá a acercarse a ti, tu hermano siempre estará aquí, para cuidarte, para mantenerte a salvo.

 

En ese momento Minos comenzó a temblar, apretando los dientes, los ojos, dejando que todo el dolor de todas esas vidas se hiciera presente, sus celos, su desesperación, sintiendo los brazos de su hermano rodeándolo, con ternura, con genuino afecto, como no lo había hecho en tantos siglos, de la misma forma en que lo acarició en su escritorio, pero aquí, no le tenía miedo, no controlaba sus movimientos, como si de un perro rabioso se tratara.

 

—¿Ese alfa sufría mucho por mi culpa?

 

Radamanthys comprendía que ese alfa era él, y sentía un dolor terrible por eso, acariciando su cabello, buscando consolarlo, comprendiendo que le amaba, que lo quería mucho más de lo que un hermano debe querer a otro, pero no solo eran eso, también eran una pareja elegida por los dioses, el era su omega, lo amaba con locura y su desprecio le orillo a eso.

 

—Si, tanto… sufría tanto que no creyó tener paz nunca más, hasta que pudiste perdonarle, porque tú puedes perdonarlo, puedes amarlo y brindarle su paraíso.

 

Minos estaba desesperado, lo sabía y tal vez podría asustar a Radamanthys, pero aún así, no tenía nada más que perder, por lo que sosteniendo sus muñecas lo acerco a su cuerpo, pegándole a él.

 

—Solo brindarle una oportunidad, para demostrar su amor, su afecto y su cariño por ti, por su pequeño hermano, que también es su omega.

 

La mirada de Radamanthys fue de absoluta sorpresa, pero no había desagrado en ella, por el contrario, Minos pensaba ver en ella reflejada la felicidad, una alegría absoluta.

 

—¿Me reconoces? ¿Tú me reconociste?

 

Radamanthys limpio sus lágrimas en ese momento, besando su frente, despejando su rostro de su cabello blanco, ahora el mostrándose nervioso, asustado, de ser rechazado por su alfa, que le veía en silencio, llevando sus manos a su espalda, pensando que tal vez, de no creer que su amor era impuro en aquellos momentos, de decirle a su omega, que le amaba desde su primer celo, no habrían tenido que sufrir, no habría pasado tanto tiempo lejos de su amado.

 

—¿No me odias por eso? ¿Por desearte a mi lado como un omega desea a un alfa? ¿Por corromper nuestro cariño en algo enfermo?

 

Las mismas preguntas que él hubiera hecho de ser correspondido en aquellos momentos, los mismos temores, pero después de tantos siglos, sabía que no eran fundados, esos temores no debían existir, porque su omega, el joven de Creta, si le amaba.

 

—¿Porque pensarías eso?

 

Aunque también, deseaba comprender mejor de donde venían esos temores, porque pensaría que no lo aceptaría a su lado, que le despreciaría, cuando había soñado con ese momento por tantas vidas que ya no podía pensar en nada más que eso, aún así, aguardo por escuchar su respuesta, pensando que no podría perdonarse si se parecía a esa que le dió Radamanthys, el día de su castigo.

 

—Porque nuestro padre siempre nos mantenía separados, y tú te casaste con ella, con tu esposa, también reías de sus burlas constantes, nunca me buscaste, pensé que tú me despreciabas, que sabías de mis sentimientos por ti, pero no los compartías… yo nunca he sido el más deseable de los omegas…

 

Así que en ese momento Radamanthys le decía la verdad, si pensó que era su omega, pero que él no lo amaba, que no lo quería a su lado y eso sería un pecado, que tendría que cargar por el resto de sus días.

 

—No quería asustarte y que huyeras lejos de mi, a donde no podría alcanzarte, por eso deseaba el trono, para poder unirme con mi omega, contigo, mi dulce hermano.

 

Era el momento de Minos de hablarle con la verdad, de decirle lo que deseaba conseguir al ursurpar su puesto, porque no se acercó a él, y de saber que su omega también lo había sentido, que le deseaba a su lado, habrían ignorado a su padre, para estar juntos.

 

—Tuve un poco de esperanza cuando mataste a Gracchus, pero después la perdí…

 

El día que su padre los encontró juntos, cuando el solo cuido de su hermano, de saber de su deseo, le habría tomado para el, aunque su pensamiento era absurdo, extraño, porque si era su omega, si era su compañero, el también debía desearle a su lado.

 

—Radamanthys, Radamanthys, no sabes cuánto tiempo espere por estar a tu lado, por recibir tu cariño, por tenerte para mí.

 

Minos se pegó a su cuerpo, abrazándolo con cariño, con deseo absoluto, besando el rostro de su hermano, su frente, sus labios, sus mejillas, separándose para ver cómo su omega se sonrojaba, tragando un poco de saliva.

 

—Aun quedan dos días de tu celo, por favor, compartelos conmigo, con tu alfa, con tu compañero que tanto te ama.

 

Le suplico, recibiendo un beso de su omega en sus labios, para asentir después con una hermosa sonrisa, acariciando su mejilla.

 

—Y después, después me dirás qué es todo esto del Inframundo, porque vistes de esa forma tan extraña… que está pasando.

 

Le pidió, permitiéndole que lo cargara en sus brazos, para regresarlo a su cama, en donde aún estaban las cadenas, olvidadas, pues, ya no eran necesarias.

 

—Si, si mi omega, mi segundo al mando, mi compañero… mi pequeño hermano, mi Radamanthys… mi dulce Radamanthys…


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