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Paraiso Robado. por Seiken

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Cid sabía que lo estaba traicionando, pero, ya no podía seguir esperando por él, era injusto y aún así deseaba ser libre de ese círculo de dolor, de esperanzas traicionadas.

 

Debía aceptar que aunque no lo deseaba, ese dios menor era su alfa, no aquel destinado por los dioses, pero si aquel que se quedaría a su lado, que protegería a su serpiente, cuyo nombre sería Ouficus, ya lo tenía decidido.

 

A cambio él sería su omega, su amado compañero, pero, qué más daba, a su arquero no le interesaba lo suficiente para que fuera por él, aunque realmente le llamo esos días, gritó su nombre, sin ser escuchado.

 

No quería un alfa, no deseaba compañía de ningún tipo y aún así, de recibir el afecto de Sisyphus podría sentirse feliz, dichoso, lo habría seguido al fin del mundo.

 

Pero eso era el omega en él, los dioses utilizando su amor y su deseo por su alfa, para detenerlo de realizar su mayor proeza.

 

El estaba tan cansado de seguir encerrado en ese círculo de perpetua esclavitud, que deseaba hacer lo que fuera por su libertad.

 

Aunque fuera entregarse a un espectro que no amaba, quien le vestía como a un omega, con túnicas ligeras que dejaban parte de su cuerpo al descubierto, con joyas adornando su cabeza.

 

Eso cuando no estaba entrenando, ya que le había dicho que podía seguir afilando su espada, volverse mucho más fuerte y eso haría, por el resto de sus días se dedicaría a entrenar, olvidándose de sus sueños del pasado.

 

Cid estaba embarazado, algo que no era humano se lo había dicho, y no estaba preocupado por ello, únicamente porque naciera, para que cumpliera su promesa.

 

Y suponía que tendría que tener miedo por la seguridad de su patriarca, preguntarse si estaba bien o ese alfa le había hecho daño, pero, no tenía la fuerza para pensar en eso, ni en Manigoldo en las manos de Aspros, lo mucho que sufría su amigo, su más cercano amigo.

 

Unicamente tenía fuerza para seguir entrenando, para mantenerse en pie y seguir viviendo, dar a luz, para después, ser libre de su condena.

 

Una acción que pensaba le serviría a todos los omegas de ese mundo, a todos esos desdichados que vivían sometidos o esperando que se cumpliera su sueño de la niñez.

 

Como el suyo, aquel que tuvo por tanto tiempo que no sabía que aún existía, cuando era un niño y creyó cada una de las palabras que le dijeron acerca del alfa indicado, de lo mucho que le amaría, de lo mucho que lo desearía, de cómo actuaría cuando lo descubriera por fin.

 

Un sueño absurdo que no tenía sentido alguno, no tenía nada que ver con la realidad, porque su amado no lo quería, no lo reconocía, su amor, su deseo y su prioridad era Athena, no él, nunca había sido él.

 

Sisyphus no lo amaba lo suficiente para buscarlo, no lo respetaba lo suficiente para intentar dar con él, en su mente, sólo existía su diosa Athena, y no estaba mal, lo respetaba, pero en su corazón, eso le dolía demasiado.

 

—¿Porque Sisyphus?

 

Ni él mismo entendía que estaba preguntando, porque no lo amaba, porque no lo busco, porque no le interesaba, pero lo único importante era que él deseaba estar a lado de su alfa, aún en ese momento, después de sus juramentos, Cid de capricornio, seguía amando a Sisyphus.

 

—No seas patético, no supliques atención…

 

Se regañó a sí mismo, colocando sus manos en su rostro, respirando hondo, antes de iniciar su entrenamiento, tratando de ignorar su dolor y su amor no correspondido.

 

—Solo debes afilar tu espada, eso es todo… tu espada…

 

*****

 

Sisyphus llevó una mano a su pecho, sintiendo el dolor recorrer todo su cuerpo, como una corriente eléctrica, como aceros ardiendo, respirando hondo…

 

—¡Sisyphus!

 

Grito Sasha colocando sus manos en sus hombros, cuando llevo una de sus rodillas al suelo, respirando hondo, a causa del dolor de su lazo empezando a romperse en pedazos.

 

—¿Qué te ocurre?

 

Sisyphus trato de controlarse, pero ya no le era posible lograrlo, no podía ignorar el dolor ni los gritos de su omega por más tiempo, tenía que buscarlo, ir por él, escuchar a su padre…

 

—Es mi omega, es mi compañero… me necesita y tengo que ir por él.

 

Una fuerza de luz inquebrantable despertó en la pequeña Sasha de nuevo, una fuerza llamada Athena, que no dejaría que Sisyphus le abandonará, para ir detrás de un omega, una de las creaciones de la esposa de su padre.

 

—¡Yo te necesito! ¡No me dejes!

 

Sisyphus escuchó las palabras de la pequeña Sasha, comprendiendo que estaba sola, que le necesitaba a su lado, para que pudiera protegerla, pero al mismo tiempo tenía que recordar la orden de su padre, Zeus le había dicho que salvará a su omega, sus instintos también se lo pedían.

 

—Es verdad… sin mi podrían matarle…

 

Pero sin el su omega estaba en peligro, estaba sufriendo y necesitaba su ayuda, pero Sasha también, si tan solo hubiera un lugar seguro donde custodiarla, pero no existía.

 

—Lemuria…

 

Susurro, en Lemuria ella estaría a salvo con sus guerreros fieles a la diosa Athena, que le protegerían al mismo tiempo que el buscaba a su omega, lo rescataba.

 

—Debemos ir a Lemuria…

 

Sisyphus sonrió, sin notar la expresión de dolor indecible de su diosa, que estaba furiosa, apretando los puños con fuerza, sintiéndose traicionada, abandonada por su único soldado leal..

 

—Allí estaremos a salvo.

 

Y pronto, Cid también lo estaría, pues podría ir por el, regresarlo a su hogar, tal vez al santuario, o al menos, apartarlo de aquel sufrimiento intolerable.

 

—Los tres…

 

Esas dos palabras hicieron enfurecer a la diosa Athena, que volvió a dormirse, aún sosteniendose de los hombros de Sisyphus.

 

—¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando?

 

Sisyphus pensaba que había tenido una especie de iluminación, debido a la diosa que custodiaba, pero en realidad, ese cambio de actitud, esa liberación, era obra de Hera, al ser liberada.

 

—Necesitamos ir a Lemuria, allí estaremos a salvo y yo podré ir por Cid, mi omega me necesita.

 

Sasha asintió, pues ella era una niña inocente y deseaba que sus caballeros fueran felices, estuvieran seguros, eso era lo más importante.

 

—¡Pero perderás tiempo!

 

Sasha temía por el bien de sus soldados, algo que Athena no hacía, ella los veía como sus juguetes, a Sisyphus como su consorte, aunque nunca pudiera tenerle, deseaba su compañía, pero eso no lo sabía la dulce niña que deseaba proteger a sus soldados.

 

—No puedo llevarte, pero no puedo seguir dándole la espalda a Cid… espero lo comprendas.

 

Claro que lo hacía, no dejaría que sus guerreros sufrieran, ella era una buena niña.

 

—Si, si lo entiendo.

 

*****

 

—¿Ya podemos irnos?

 

Aquiles deseaba apresurarse todo lo que pudieran, estar entre cuatro paredes lo antes posible, no en medio de la nada rodeado por alfas de extraña apariencia.

 

—Seguramente para este momento la vieja arpía ya despertó y necesitas hablar con ella.

 

Tempestad lo sabía, que ya debían apresurarse, pues, el tiempo apremiaba y debían convencer a Hefesto, a su madre, que no era buena idea permitir que Zeus despertara.

 

—Antes de que haga alguna tontería.

 

Albafica con los dos niños a su lado deseaba actuar cuanto antes, Itia se preguntaba porque se decían hermanos, cuando no tenían nada en común, aún sus rostros eran muy diferentes.

 

—¿En realidad son hermanos o esta es una treta para hacernos traicionar al padre de los dioses?

 

Eso era irrelevante para ese momento, pero Tempestad supuso que debían ser claros, eran hermanos, pero no por parte de su sangre sino por haber sido criados por el mismo ser.

 

—No compartimos la sangre pero sí fuimos creados por el mismo guerrero, el nos recogió y nos cuidó, nos entrenó, por amor y por honor, nada más voy a decirles.

 

Aquiles tenía rasgos delicados, una expresión casi demente adornando su rostro, ojos amarillos que contrastaban con su cabello corto de color blanco platinado, Tempestad tenía rasgos delicados, pero unas extrañas marcas debajo de su rostro, como de cansancio, y ojos de color violeta con tintes azules, que estremecían a Albafica.

 

—Pense que solo te importaba el poder conocer a tu omega, y eso, solo lo puede conceder la diosa Hera… a menos que desees pasar otros cientos de años solo como un perro.

 

Itia dió un paso en la dirección de Aquiles, que solo sonrio burlon, esperando un ataque o cualquier clase de golpe, notando que tan alto era ese alfa, maldiciendo en silencio, pero no sé dejaría amedrentar.

 

—¿Un perro dices?

 

Itia se acercó un poco más al omega, aspirando dos veces, cerca de su cuello, sin ser atacado por ese salvaje, porque Tempestad se lo había ordenado, quien para ese momento estaba rascando su oído con la punta de su dedo, sin prestarles demasiada atención.

 

—Tal vez sea un perro, como dices, pero tú no eres muy diferente a mí, porque tú aroma me indica que pronto iniciará tu celo, y no vaya a ser que termines acudiendo a mi puerta, para pedirme ayuda.

 

Las pupilas de Aquiles se hicieron un punto, pero eso no podía verlo, porque su cabello cubría parte de sus ojos, pero su sonrisa si estaba presente, antes de reírse en voz alta, una risa escandalosa, llena de sadismo.

 

—¡Eres tan patético! ¡Un animal que se rige por su instinto!

 

Detuvo su risa tan rápido como empezó, dándole la espalda, deteniéndose junto a Tempestad que le veía fijamente, pero Itia estaba seguro que ese gigante no era un alfa, pero no sabía si se trataba de un omega o un beta.

 

—¡Alfas, los alfas no son más que patéticas criaturas que existen para atormentar a los hijos de la diosa Hera, y el único alfa bueno, es el muerto!

 

Suponía que con eso habían terminado los saludos, las presentaciones y debían marcharse, buscar ayuda antes de que sucediera lo peor.

 

*****

 

Manigoldo escucho los pasos de Aspros acercase a su puerta, pero no ingresó, en vez de eso, la cerró con llave, dejándole encerrado en esa habitación, seguro de que no volvería a intentar escapar.

 

Sintiendo una extraña energía acercarse a él, una criatura por llamarlo de alguna forma, con cosmos ardiente, que casi podía ver, debido a su conexión con el Inframundo, el Yomotsu y otros planos.

 

Qué le había visto en el Yomotsu, siguiéndolo a donde lo llevaron, esperando poder hablarle, pues reconocía ese cosmos, de cuando casi logró nacer en el vientre del nacido bajo la estrella del escorpión, cuando Athena destruyó al pequeño ser gestándose en ese cuerpo humano.

 

Tifón era un dios antiguo, una creación de la misma naturaleza, de la propia tierra para realizar una limpieza de los dioses que solo peleaban entre ellos, siendo Zeus el peor de ellos.

 

Manigoldo le observaba en silencio, como en ocasiones veía a los fuegos fatuos, tal vez, siendo el único que podía verle de no estar solo en ese cuarto, sin saber qué era esa criatura, ni que estaba haciendo en esa habitación.

 

“Soy Tifón, hijo de la tierra, último de mi clase, enemigo de Zeus”

 

El extraño cosmos tomo una figura humana, la de un titán de color rojo, su rostro era una mancha de fuego, su cabello, sus piernas y brazos, era una llamarada, viento, nubes, una criatura con tentáculos moviendose a sus espaldas, como látigos, o serpientes.

 

“Necesito un cuerpo que me dé a luz, una madre”

 

Manigoldo sabía que estaba embarazado, que esperaba un niño de Albafica, o dos, como deliraba Aspros en su locura, mirándole fijamente, con lo que esperaba fuera una expresión neutra.

 

—No mataré a mi hijo, a la semilla de Albafica…

 

La criatura se arremolino, rodeándolo, pegando su rostro al de Manigoldo, sintiendo las dos vidas creciendo en su interior.

 

“Tienes dos semillas en tu cuerpo, de dos árboles diferentes, yo solo quiero uno, el más fuerte de los dos, a cambio, mi cosmos hará que sobrevivan al parto, pues, el veneno se encuentra presente en ellos y tú no tienes la fuerza para resistirlo”

 

Manigoldo llevó sus manos a su vientre, dos hijos, uno de Aspros, el otro de Albafica, los que perderían la vida, o se llevarían la suya, muriendo en el proceso.

 

“Pero para sobrevivir, haré que tu cuerpo resista el veneno, te daré la inmunidad que tanto has soñado, a cambio yo quiero nacer, eso es todo”

 

La respuesta era obvia para esa criatura, pero para el era muy difícil, traicionar a los dioses, entregar a uno de sus hijos, a cambio de una cura, de que uno viviera, era demasiado para él, en especial, si al que entregaba era al de su rosa.

 

“Te estoy ofreciendo algo que deseas a cambio de vida, seguiré siendo tu hijo, y después de eso, tendrás más retoños, el celo ya no será necesario para amarle, pero debes tomar una decisión”

 

Manigoldo aún así no respondía, llevando sus manos a su vientre, preguntándose porque él, porque no alguien más y como si leyera sus dudas, la criatura acarició su mejilla.

 

“Tendré las características de mis padres, mi cosmos, el veneno y el lazo con el Yomotsu, son invaluables”

 

La criatura supuso que la respuesta de Manigoldo sería positiva, pero de no serlo, existía otro que podía darle a luz, un omega del Inframundo, el único hijo de Hefesto, sangre de su sangre, carne de su carne, pero, era muy peligroso para el elegir un cuerpo custodiado por el más obediente de los hijos de Zeus.

 

“Kardia era mi primera opción, después fuiste tú y si no eres tú, será el espectro, así que elige bien”

 

*****

 

Cid terminó su entrenamiento respirando hondo, sosteniendose de sus rodillas, de lo cansado que estaba, cubierto de sudor, sintiendo como su cosmos regresaba lentamente, pero estaba debilitado, señal de que en realidad esperaba un hijo, a la serpiente.

 

Ouficus la pareja de Tifón, dos monstruos que destruirían ese mundo, y el ayudaría a que eso pasará, se dijo en silencio, sosteniendo un paño de color blanco, con el que se limpio el sudor de su frente, preguntándose en ese momento que haría, notando también que solo Oneiros estaba en ese templo, nadie más, ni sus hermanos, ni sus sirvientes.

 

—¿Un omega embarazado es un omega feliz?

 

Preguntaron a sus espaldas e inmediatamente atacó al intruso, cortando ligeramente la chistera del espectro vestido de traje.

 

—¿Quien eres tu?

 

Youma se quitó el sombrero para saludar con burla a Cid, con un movimiento teatral, flotando en el aire, con una expresión extraña, observandolo como si fuera un objeto, igual que Shion lo hizo aquella vez.

 

—Un amigo, alguien que te ofrece una salida de este templo, a cambio del bebé que crece en tu vientre, una vida por otra.

 

Cid usando parte del cosmos de su futuro hijo, volvió a atacar a Youma, cortando su sombrero a la mitad, hiriendo al espectro que retrocedió con los dientes apretados.

 

—Este niño está bajo mi protección y por nada del mundo lo entregaré a un espectro, ni a nadie más, el nacerá para cumplir con su destino.

 

Youma apretó los dientes, mostrando su furia, elevando su cosmos, para atacar a Cid, que simplemente se mantuvo firme, viendo cómo Oneiros atacaba al espectro, un dios menor contra ese infeliz, empujándolo contra una de las paredes, deteniéndolo en ese sitio.

 

—Largate, aléjate de mi omega o yo te destruiré maldito bastardo…

 

Youma se controló, soltándose de las manos de Oneiros, comprendiendo que le habían traicionado, no le darían a la serpiente, así que tendría que robarla, supuso.

 

—Está bien, está bien, no tienes porque ponerte así Oneiros…

 

Le dijo alejándose, para después desaparecer en ese instante, dejándoles a solas, el dios menor volteando en dirección de Cid, para acercarse a él y tratar de acariciar su mejilla, deteniéndose cuando pensó que lo rechazaría, pero no lo hizo, permitiéndole tocarlo.

 

—Conmigo siempre estarás seguro…

 

Cid trato de asentir, mirándole fijamente, con una expresión distante, pues, aunque este dios trataba de actuar como si fuera un buen compañero, de todas formas le había secuestrado, le había apartado de su santuario y le había dado un collar a Aspros, robado de otro omega, para que pudiera lastimar a Manigoldo, su buen amigo.

 

—¿De dónde obtuviste el collar que le diste a Aspros?

 

Oneiros abrió los ojos, desviando la mirada, recordando que lo había tomado de un muchacho que lo vendía en Rodorio, una criatura triste, a la que le pago bien, pues Eros insistió en que una pieza como esa debía ser recompensada.

 

—Lo compre a un niño que lo vendía, le pague bien por él, suficiente oro para toda una vida…

 

Una vida, como la que había arruinado, la de Manigoldo y la suya, pero, él deseaba ser libre, deseaba liberar a sus hermanos, sólo así el dolor finalizaría.

 

—¿Manigoldo está bien?

 

Tenía que saberlo, escuchar que había pasado con Manigoldo, para convencerse que estaba haciendo lo correcto, que aunque su hermano de armas estaba enamorado de la idea de tener un alfa, al final, sólo conocían el dolor.

 

—Con Aspros, pero el ama a ese cangrejo, Eros se hizo cargo de eso, no se porqué, pero si sé que está a salvo…

 

A salvo con alguien que le violaría, que le daba miedo, que le hacía daño, o en peligro con quien amaba, cuyo veneno lo mataría.

 

—Tengo hambre, alimenta a tu omega.

 

Oneiros asintió, guiando a Cid al comedor, un salón tan grande que podría ser aquel de una gran fiesta como en la época del mito, con la opulencia que sólo los dioses tenían derecho a disfrutar.

 

*****

 

—¡Me ha traicionado, me ha arrebatado sus memorias de nuevo!

 

Hefesto detestaba los gritos, los cambios de ánimo y Eros les sufría tanto como los sufría Afrodita, cuando estaba separado de su hijo, de su amado señor, como el dios alado le llamaba.

 

—¡Pero yo le haré pagar a ese bastardo!

 

Hefesto detuvo su trabajo escuchando la locura que Eros estaba pronunciando, quien estaba actuando justo como lo hiciera su esposa, solo en nombre, porque jamás habían compartido su lecho.

 

—¡Haré que su omega se enamore de su secuestrador, de Aspros, tan perdidamente que su lazo se rompa!

 

Hefesto de pronto le dió un golpe con el dorso de su mano, para que se calmara, esperando que esa actitud nunca la hubiera visto su hijo, pues la encontraba demasiado desagradable, deshonrosa, y no creía que un hijo suyo pudiera encontrarla agradable.

 

—¿Eso de que te servirá para recuperar a mi hijo?

 

Eros comenzaba a calmarse, llevando sus manos a su cabeza, llorando de pronto, de rodillas, seguro de que todo había sido culpa suya, por no llevárselo a tiempo.

 

—Fue mi culpa, todo esto ha sido mi culpa, por no llevármelo a tiempo, por pensar que tenía tiempo, por desear humillar a Minos…

 

Hefesto le dió la espalda, regresando a su trabajo, para la guerra que se avecinaba, escuchando el llanto de Eros, al saber que tanto le había fallado a su señor.

 

—Lamentarte no servirá de nada, no lo traerá de regreso, así que ignora esa estupidez de enamorar a ese omega de ese alfa y tráeme a mi hijo.

 

Era una orden que no repetiría, que Eros realizaría con gusto, pues consideraba que era su deber proteger a su amado señor, a quien llamó en algún momento su alma, su Psique, pues fue el único capaz de despertar amor en esa criatura violenta, vanidosa, que se parecía tanto a sus dos padres, que no cabía duda que también era hijo de la guerra violenta.

 

—No tenemos tiempo para eso.

 

Nacido de la guerra y la lujuria, pero amable únicamente con su hijo, con su amado señor, su alma, que ya le había olvidado dos veces por culpa de su esposa, la primera cuando se perdió en el Inframundo, la segunda está traición.

 

—No te puedes permitir perder la cabeza, actuar como Afrodita lo hace, eso te llevará al arrepentimiento.

 

Lo sabía bien, pues le había visto cuando ella fue a suplicarle un poco de afecto, de atención, su amor, que ya no le pertenecía.

 

—Tienes razón, he cometido tantas injusticias y he perdido tanto tiempo…

 

*****

 

—¿Estás despierto?

 

Manigoldo estaba sentado en la cama, recargado contra la cabecera, abrazando sus rodillas, cuando Aspros ingreso, esperando que ya hubiera despertado.

 

—Eres muy bueno para señalar lo obvio Aspros…

 

No tenía porque ser dócil o amable, que Aspros no comprendiera lo que le estaba haciendo, pues creía que podía perdonarle por sus acciones, no quería decir que tuviera que ser bueno con él.

 

—Sé que estás enojado conejito, pero tienes que comprender que mi prioridad es ayudarte, salvarte del veneno, proteger a mis gemelos.

 

Gemelos, al menos en eso tenía razón, tendría dos hijos, pero no serían gemelos, no sabía que serían, pero uno de ellos tenía la sangre de su rosa, por lo que no se arriesgaría a perderlos.

 

—Y a ti, que eres aquello que más amo en este mundo, la razón por la cual quise ser patriarca, para poder estar a tu lado, ser feliz contigo.

 

Manigoldo tenía demasiadas marcas nuevas, moretones, cortadas, creía que tenía un dedo fracturado, porque lo tuvo que colocar de nuevo en su sitio, y aún así, Aspros actuaba como si fuera un niño pequeño que debía ser protegido del peligro.

 

—Y sé que si me das una oportunidad, podremos ser felices, podremos amarnos sin barreras o cadenas, sólo nosotros, nuestros hijos, un paraíso en toda la extensión de la palabra.

 

Aspros comenzó a recorrer su mejilla con delicadeza, para besar sus labios, siendo rechazado por Manigoldo inmediatamente, quien lo empujó con fuerza, pero su captor sujetó sus muñecas, para que no se apartará de su lado.

 

—No… no quiero hacerlo…

 

Trato de decirle, pero Aspros ingreso su lengua en el interior de la boca de Manigoldo, gimiendo al sentir su sabor, acercándose a su cuerpo, acariciando su cintura, para sentarlo sobre sus piernas.

 

—Conejito… eres tan dulce…

 

Manigoldo empezó a retorcerse, tratando de liberarse, gimiendo en su boca en la imaginación de Aspros, quejándose en la realidad de cualquier otro que pudiera verlos, pues no lo deseaba.

 

—Y te deseo tanto…


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