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Paraiso Robado. por Seiken

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Manigoldo empezó a luchar con Aspros por liberarse, sin embargo, no tenía suficiente fuerza para ello, mucho menos cuando el santo de géminis empezó a utilizar su cosmos para mantenerlo quieto, acariciando su cintura, ingresando una de sus manos poco después dentro de su ropa, buscando su humedad. 

 

-¡Maldito bastardo! 

 

Le maldijo, porque no iba a suplicarle piedad, pero no lo escuchaban, besando sus labios perdido en su propia mente, acostandolo entonces en la cama, cuando pudo ingresar dos dedos dentro de su cuerpo, sintiendo como respuesta una mordida, pensando que era debido a la emoción que Manigoldo sentía al ser acariciado por su alfa, sin embargo, era un intento infructuoso por liberarse de quien fuera su amigo antes de su locura. 

 

-Eres tan ardiente Manigoldo… 

 

Aspros no entendía lo que le decía, ni cómo trataba de soltarse, lo único que deseaba era poseerlo y eso haria, sin importar sus deseos, su lucha por soltarse, sus maldiciones, estas caían en oídos sordos. 

 

-¡Maldito bastardo! ¡Detente! 

 

Manigoldo invoco todo su cosmos en su puño cerrado, para golpearle en el rostro, apartandolo apenas unos centímetros de él e inmediatamente tratar de convocar sus fuegos fatuos, pero de pronto se vio encerrado en una esfera que abarcaba pocas habitaciones, Aspros usando su cosmos los había transportado a la otra dimensión, de donde no lo dejaría salir hasta que se comportara. 

 

-¡Apártate! 

 

Era un grito desesperado, que fue silenciado por unos labios en su boca, unas manos en su cintura, haciéndole ver que no podía salir de la otra dimensión, ni siquiera usando el Yomotsu y que en ese lugar no había almas tampoco, no podía usarlas como pólvora. 

 

-No lo haré conejito… 

 

Aspros sostuvo la ropa de Manigoldo y empezó a tirar de ella hasta que la destrozó, con un sonido que únicamente lo exito, haciendole sonreir, relamiendo sus labios con una expresión de completa lujuria que helo la sangre del cangrejo, que hasta ese momento no se imaginaba ninguna clase de encuentro sexual fuera de un celo. 

 

-Esta es después de todo, nuestra noche de bodas. 

 

Ni siquiera su hermano podía destruir sus barreras, o ingresar en su dimensión sin su permiso, de eso estaba completamente seguro, su hermoso cangrejo no podría salir, no lo dejaría hacerlo, porque de salir volvería a buscar la muerte en los brazos del veneno y eso nunca lo permitiría. 

 

-Y podremos disfrutarla sin interrupciones.

 

La barrera rodeaba casi todo el templo principal, las albercas, y los jardines, en ese sitio amanecería y anocheceria, sería un hermoso lugar en donde su omega le haría compañia, tal vez cuando nacieran sus gemelos comprendería cuánto le amaba en realidad. 

 

-Sólo tu y yo mi conejito. 

 

Manigoldo golpeó entonces la nariz de Aspros con la palma de su mano y pudo hacerlo, haciendo que sangrara, volteandose en la cama para comenzar a correr tan rapido como podia, usando su cosmos, pero Aspros, con la sangre en su rostro lo sostuvo del tobillo, escuchando sus maldiciones, cuando empezó a tirar de él, para llevarlo a su cama.

 

-No te marcharas. 

 

Desgarrando más de la ropa de su conejito, que al soltarse continuó su carrera, horrorizado al no poder abrir una puerta hacia el yomotsu y no sentir alma alguna que pudiera usar como pólvora, para destruir a sus enemigos. 

 

-Por favor conejito, no hagas esto más difícil para nosotros. 

 

Manigoldo llegó hasta donde se encontraba la alberca, notando como solo la mitad de esta parecía formar parte de su mundo, la otra mitad, estaba fuera de su vista, como cubierta de una capa de estrellas y líneas rectas, la llamada otra dimensión. 

 

-¿Donde estamos maldito infeliz? 

 

Aspros ya había dejado de sangrar, era un santo dorado y estos curaban demasiado rápido, viendo como Manigoldo ingresaba en el agua e intentaba tocar la dimensión que podía abrir con su poderoso cosmos, sintiendo una pared de granito, algo tangible, no una dimensión sin fin, un vacío absoluto. 

 

-En el santuario, en nuestro hogar, las habitaciones del patriarca, donde yo te mantendré seguro del peligro, donde yo te protegere y darás a luz a nuestros primeros hijos, nuestros gemelos… 

 

Manigoldo volteo, pensando en que la muerte sería una forma de huir de Aspros, pero no podía matarse, no podía dejar solo a su rosa, su dulce alfa que no soportaría su muerte, que se culparia por ello. 

 

-Tal vez en ese momento comprendas lo mucho que te amo y la equivocación que has cometido al imaginarte como el omega de la muerte, del veneno. 

 

Manigoldo trato de retroceder algunos pasos, sin saber que hacer, sintiendo el espeluznante cosmos de Aspros, observando su locura, su lujuria, comprendiendo que en esa dimensión, ni siquiera Asmita podía socorrerlo, si acaso lo deseara. 

 

-Eres un maldito, eres un maldito enfermo y puedes tratar de romperme, pero yo sé la verdad, los dos la sabemos, mi alfa es Albafica, mi compañero es la rosa de Athena, tu no eres más que un animal. 

 

Aspros respondió como lo hacía con él, sin importarle en realidad su bienestar, únicamente su deseo, golpeando su rostro, lanzandolo al centro de la alberca, en donde sujeto su cabello para sumergirlo en el agua, ahogandolo con esta, manteniendo su cosmos elevado, observando cómo peleaba contra él con una expresión distante, elevandolo para que respirara de nuevo y bajandolo para que volviera a sufrir ese castigo, hasta que dejó de pelear, sosteniéndose de la muñeca de su secuestrador, pero, soltandose junto a tiempo, cuando lo saco del agua sin remordimiento, acercandolo al orilla. 

 

-No me obligues a lastimarte conejito, ya no me hagas perder la paciencia, no deseo pelear contigo, no quiero perder a nuestros pequeños. 

 

Manigoldo tosía en la superficie fría de mármol, escupiendo agua, apenas recuperando el aliento, sintiendo como Aspros arrancaba su ropa de su cuerpo al igual que lo haría un cazador con un conejo, tratando de huir, cuando el santo de géminis le sostuvo de la cadera y empezó a lamerlo, su intimidad, sin importarle sus deseos, ni que aun estuviera mareado, que sintiera que su pecho ardía a causa de la falta de oxígeno. 

 

-No, no lo hagas. 

 

No gemía, aunque Aspros trataba de esforzarse por brindarle placer, algo imposible, porque no le deseaba, porque le había golpeado y sabía que estaba en peligro, porque apenas unos instantes atrás intentó ahogarlo, asi que no gemia, por que eso no tenia nada que ver con el placer para el cangrejo, que encajo sus dedos en el mármol e intentó patear el rostro de Aspros, para alejarlo de su cuerpo. 

 

-¡Te dije que te detengas! 

 

Sin embargo, Aspros aprovechó ese movimiento para recostarlo de espaldas, abriendo sus piernas de par en par y acomodarse entre ellas, relamiendo sus labios, admirando la tenacidad de su conejito, su belleza, su sonrojo que confundió como aquel derivado del deseo y no de la furia. 

 

-Tienes razón conejito, tendremos todo el tiempo del mundo para brindarnos caricias, pero ahora, los dos necesitamos esto. 

 

Manigoldo al ver que Aspros estaba excitado, que su hombría ya clamaba por encajarse en su cuerpo, negó aquello con un movimiento de la cabeza e intentó empujarlo, pero cuando sus manos chocaron contra el pecho de géminis, que había perdido por completo la razón, este sosteniéndolo de la cintura, lo penetro de un solo movimiento, arqueando la espalda con un repulsivo sonido gutural. 

 

-Eso es, siente a tu alfa… 

 

Manigoldo aun trataba de apartarlo, pero Aspros, cegado en su locura, sostuvo sus muñecas para llevarlas a sus hombros, así podría sostenerse mucho mejor y continuó empujando en su cuerpo, con un ritmo acelerado que no le dejaba respirar, el empujaba sus hombros, tratando de liberarse, pero era inútil, el santo de géminis con su cosmos encendido y el con su cosmos casi desaparecido, era como si una mosca quisiera liberarse de una araña. 

 

-No… no… 

 

Aspros beso sus labios ingresando su lengua en su boca, gimiendo, sosteniendo la cabeza de Manigoldo que intentó apartarse, sus manos en sus muñecas, sus piernas tratando de empujarlo con sus talones. 

 

-¡Basta! 

 

Grito, pero Aspros no atendía a sus súplicas, a sus deseos, empujando sin descanso dentro de su cuerpo, vaciándose en su interior, dejándolo ir cuando sintió que había dejado de luchar, no sabía cuantas horas después, no obstante, sí que estaba atardeciendo y unas cuantas gotas de lluvia empezaron a caer sobre sus cuerpos. 

 

-Conejito, debemos regresar a nuestras habitaciones. 

 

Aspros lo cargó en sus brazos hasta depositarlo en su cama, besando sus labios, para acariciar su cuerpo con sus manos, primero sus pectorales, su cintura y sus piernas, acostandolo de lado, porque aun no tenia suficiente de su calor. 

 

-Listo para la segunda ronda. 

 

Susurro en su oído, lamiendo su oreja, despertandolo de su ensoñación y de nuevo trató de liberarse, pero no pudo, su hombría volvió a clavarse en su cuerpo, como un cuchillo, matándolo lentamente, sosteniendo su muslo izquierdo, su mano, lamiendo su palma cuando intentó empujar su rostro, todo ese tiempo moviéndose sin descanso, sin darle tregua, mucho menos importarle sus deseos. 

 

-¡No! ¡Déjame!

 

Pero como cada ocasión que trato de hacerle entender que no lo deseaba, que no lo queria a su lado, Aspros siguió con su empeño, sacándole gemidos de dolor, de la más completa desesperación, que gracias a la flecha del dios del amor, no podía distinguir, para el era un apasionado encuentro entre dos amantes. 

 

-¡Fica! ¡Albafica! ¡Ayudame! 

 

Grito, pero en esta ocasión lo único que escuchó fue su nombre, Aspros, un grito que le hizo sonreír, besando su cuello y hombro, sus labios, incrementando su excitación, ese dia, Manigoldo no tendría descanso, esa tortura no tendría fin, no hasta perdió el sentido, no sabía cuánto tiempo después de ser capturado por el monstruo enamorado en su cama. 

 

-Te amo, conejito, te amo. 

 

Quien seguía atrapado en su alucinación, inmerso en su propio mundo, sin entender que Manigoldo había dejado de luchar, de maldecirlo, sus ojos fijos en la nada, encerrado en esa prisión, sin sus fuegos fatuos, sin su cosmos, sin escapatoria. 

 

-Te amo tanto. 

 

Pero, lo único que evitó que perdiera la razón fue una imagen, una sonrisa y unos ojos azules, un alfa, su alfa, que lo necesitaba, que sabía que de alguna manera lo buscaría hasta dar con él, que le salvaría, de eso dependía su cordura. 

 

-Te amo. 

 

Susurro una última vez Aspros, saliendo de su cuerpo al darse cuenta que Manigoldo estaba inconsciente, cubierto de marcas de su amor, de su semen, parecia que habia sido muy efusivo, pero esa era su noche de bodas, era lo normal, como era normal ver sangre en las sábanas, esa primera noche. 

 

-Después de todo, si fuiste un buen omega, conejito, todo lo demás solo fueron mentiras. 

 

No quería creer que había compartido su lecho con Albafica y en su estado enloquecido, así sería, mucho menos deseaba pensar en esa ropa de niño, así que simplemente lo olvidaría, lo que no podia olvidar era que ya habia poseido ese cuerpo, que esperaba a sus gemelos, que esa era su noche de bodas, que su conejito era suyo. 

 

-Lo siento, parece que fui demasiado animoso mi conejito, pero esto es lo que tu provocas en mi. 

 

Aspros se levantó de la cama y fue a bañarse, dejando solo a Manigoldo, cubierto de su semen, con algunas gotas de sangre en la cama, cubierto de mordidas, de moretones, perdido en sus recuerdos, refugiándose en ellos, en su dulce Albafica. 

 

-Te dejare dormir un poco, pero por la mañana te ayudare a darte una ducha y comeremos juntos. 

 

Aspros beso su mejilla entonces, apartándose con una sonrisa satisfecha.

 

*****

 

Llevaban horas en absoluto silencio, el homúnculo creación de Hefesto no contaba, porque al solo dar un paso el sonido que realizaba era molesto, vapor, metal y mecanismos desconocidos, que pronto comenzó a escucharse como un zumbido molesto, como un ruido de fondo, dejando de importarles. 

 

Hera había decidido acompañarlos, abandonando su templo, dejando que Hefesto siguiera con su trabajo, la diosa deseaba mostrarles algo, algo importante, un cosmos que sintió apenas dio un paso en esa dimensión, en ese tiempo, porque hasta ese momento, solo era como una sombra, energía cósmica que se movía sin sentido aparente. 

 

Ella era transportada por un caballo mecánico, un regalo de su hijo, que estaba molesto con ella porque entregó a su primogénito en los brazos del juez de las almas, no el favorito de su esposo, pero si el que se le parecía más, en apariencia física, en mentalidad, en intelecto, Minos era casi una copia de su padre. 

 

Pero creía que a diferencia de su padre, que no amaba a nadie suficiente y que solo estaba empecinado en romper a su copero, al pobre príncipe Ganimedes encarnado en Camus, nada más llamaba su atención por demasiado tiempo, el juez únicamente poseía una obsesión que nublaba su juicio y tal vez, podría llegar a tener algún entendimiento con él a cambio de lo que más deseaba.

 

Sin embargo, eso no importaba en ese momento en que se movían a un paso lento, demasiado angustiante, porque temía lo que pasaría una vez que se topara con la tempestad, con Tifón, encarnado en un mortal, con un cuerpo que podía usar su cosmos, que había sobrevivido lo suficiente como para llegar a ese mundo, probablemente con ayuda de alguno de los dioses del tiempo. 

 

-¿Como podemos derrotar a Zeus? 

 

El silencio comenzaba a destruir su paciencia, al mismo tiempo que trataba de pensar en una forma para destruir al dios regente del olimpo, sin encontrar nada, sin ver cómo era posible que eso sucediera, solo una criatura de pesadilla fue capaz de hacerlo, pero en ese momento, Zeus fue liberado por los otros dioses. 

 

-¿Quién podría hacerlo? 

 

Preguntaron de nuevo, Kardia no se molestaba en pensar en esos problemas, Degel siempre sabía qué hacer, sin embargo, al escuchar sus dudas, al ver como ni siquiera él comprendía cómo podrían destruir a Zeus, tuvo que detenerse, observando a Camus, que se detuvo en silencio, llevando una mano a su brazo, después de sus pesadillas, temía que no pudiera proteger a su omega, a sus dos hijos. 

 

-Tifón, solo el puede destruir a Zeus, fue creado para eso y lo hubiera logrado si nosotros, si los dioses no nos hubiéramos confundido, si no lo hubiéramos liberado, al menos, los dioses que aún le son leales. 

 

Degel creía saber quienes eran los dioses que aun eran leales a Zeus, uno de ellos debía ser Athena, asi que guardo silencio, porque eso significaba que la diosa de la sabiduría no se preocupaba por ellos, no amaba a la humanidad, solo estaba sirviendo las órdenes de su padre, que había creado toda clase de castigos en contra de los humanos.

 

-Athena es leal a Zeus. 

 

Athena y muchos otros, pero ella y su hijo ya no lo eran, tal vez Hades tampoco lo fuera, su desprecio por la diosa de la sabiduría era conocido en todo el mundo, Poseidón le temía a su hermano, Afrodita le servía, Ares también, todos, menos ella, Hefesto, y con suerte el dios del Inframundo, pero no tenía demasiadas esperanzas en ello. 

 

-Todos lo son, menos ella y su hijo. 

 

Escucharon decir a unos extraños, un gigante de cabello rojo, un albino de una mirada inquietante, un hombre de cabello negro como el carbón y detrás de ellos podían ver caras conocidas, se encontraban Regulus y el niño Yato, al menos Kardia le reconocía, pero detrás de ellos, había un sujeto quebrado, con una llama encendida que le hizo pensar en la venganza, un extraño de cabello celeste, con la mitad de su rostro destrozado.

 

-Así que diosa Hera… 

 

Tempestad dio un solo paso en dirección de la diosa, con una mirada seria, tranquila como el ojo de un huracán, como una tormenta antes de ser liberada sobre los mortales, una mirada que pronto se convirtió en una expresión aterradora, cuando Hera bajo de su autómata. 

 

-¿Cómo serán las cosas? 

 

Hera estaba por demás sorprendida, sin entender muy bien la clase de omega que pudo darle a luz, con que clase de cosmos le dio vida, sólo que aquí estaba, su enemigo, su aliado, no lo sabía bien, lo único que deseaba era que su esposo fuera destruido. 

 

-Tifón… 

 

Susurro horrorizada, haciendo que Dégel, Camus y Kardia se prepararan para una guerra de mil días o de mil años, el autómata sonrío, porque ya le había visto, no en cuerpo, pero si en cosmos. 

 

-El único que existe, diosa Hera. 

 

Aquiles inmediatamente apuntó con sus flechas a Itia, que intentó elevar su cosmos para atacar a su hermano, no de sangre, pero sí porque fueron criados por el mismo ser, un padre amable, que les había enviado con una misión. 

 

-Yo no haría eso hasta que la diosa responda la pregunta que le ha hecho mi hermano. 

 

Itia retrocedió unos pocos centímetros, pero no mostró miedo, escuchando lo que Hera tenía que decirles, esperando que no quisiera traicionar al padre de los omegas, al dios Zeus, porque Tifón era una criatura que no debía existir, un monstruo que destruiría el olimpo, con todo lo divino en su interior. 

 

-Zeus es un peligro para todos mis hijos, nunca debimos dejarlo libre, Tifón, pero tu eres igual, no eres mejor que mi esposo. 

 

Tifón se encogió de hombros, probablemente no era mejor que Zeus, pero no estaba dispuesto a ser encerrado de nuevo, esta ocasión sabía que hacer, matar a los dioses y después, ir por Zeus, pero esperaba que Hera comprendiera que era mejor que le dejaran libre, que le dejaran matar a su esposo. 

 

-Tu sabes que tan malo es Zeus, cuanto odia a los humanos, porque nos hemos separado de sus normas, porque hemos encontrado nuestra propia grandeza, tu has sentido el dolor de su dominio, asi que deberias escucharnos, convencerlos de darle la espalda al águila que surca los cielos buscando presas. 

 

Camus desvió la mirada, asintiendo, sabía bien que Zeus odiaba a la humanidad, acaso no había suficientes mitos, suficientes historias, Prometeo, Pandora, cada humano que pudo encontrarse en su camino sufrió el peor de los males, el mismo era torturado vida tras vida, el regente del Olimpo no debía sobrevivir. 

 

-Tifón tiene razón. 

 

Pronunció, recordando algunas de sus pesadillas, esperando que lo escucharan, notando como el soldado del rostro destrozado daba un solo paso en dirección de la diosa, llevando una rosa a sus labios, logrando que Degel y Kardia jadearon debido a la sorpresa. 

 

-¿Albafica? 

 

Kardia dio un paso, mirándole de pies a cabeza, estaba malherido, sin su armadura, con su rostro destruido, no podía ser él, sin embargo, el color de su ojo, su cabello y esa rosa, eran suficientes para delatarlo, así como la mitad de su belleza, que les observó con una expresión perturbada. 

 

-La oscuridad ha caído en el santuario, Shion nos ha traicionado… 

 

Camus negó eso, no habían sido traicionados por Shion, él únicamente había obedecido órdenes, órdenes que su yo más viejo seguía sin miramientos, la razón por la cual estaba en ese sitio, en ese momento supuso. 

 

-Shion es un soldado leal, el más leal de todos, aunque esté obsesionado de tu belleza. 

 

Itia era el único que comenzaba a desesperarse, con la flecha del omega apuntando a su rostro, esa mirada enloquecida en ese hermoso rostro, sin saber muy bien que hacer, como reaccionar en ese momento. 

 

-Responde de una buena vez, que harás diosa de los matrimonio, madre de los omegas, que harás, servirás a tu esposo como es tu deber o protegerás a tus niños… sólo date prisa y responde mi pregunta. 


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