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Polos opuestos por gorgobina

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos!

Lamento la espera, pero aquí tenéis el capítulo 13. ¡Espero que lo disfrutéis! Además, me ha quedado bastante largo ^^.

CAPÍTULO 13: Noche de tormenta.

-      Ey, chicos. Ahora que ya han acabado los exámenes podríamos salir de fiesta a celebrarlo.

Se había reunido todo el grupito, excepto Saga y Camus, a la salida del instituto, y quién había propuesto la fabulosa idea no había sido otro que Aioros.

-      Mira que es raro que tú propongas algo así, Don Perfecto. – le contestó Kanon con una sonrisa burlona, claramente para picarle.

El sagitariano le sacó la lengua a su amigo, y luego observó a todos los demás. El capricorniano, desde lo ocurrido con su cuñado, no solía hablar mucho, llevaba varios días callado y medio triste, y Aioria más de lo mismo. Claramente, a los dos los consumían los remordimientos.

-      Por mí bien, ya sabéis que me encanta salir de fiesta. – respondió Milo, sin más.

Se volvió a crear otro silencio extraño en el ambiente. Entre que ya faltaban dos del grupo, y que algunos no hablaban…

-      Bueno… ¿Pues quedamos este sábado por la noche? – propuso Aldebarán, tratando de animar el ambiente.

-      Sí… ¿no? – dijo el gemelo menor, aunque algo dubitativo visto el ánimo general.

-      Vamos tíos, vosotros dos. – dijo el taurino, refiriéndose a Aioria y Shura - ¿Qué demonios os pasa? Lleváis todo el día como almas en pena, y los exámenes ya han terminado, se supone que deberíamos estar celebrándolo.

Aldebarán los cogió a los dos de los hombros y los zarandeó un poco para que reaccionaran, como si de dos muñecos se tratasen para él.

-      No sé qué les ocurre, llevan todo el día así… - dijo Aioros, preocupado, que acarició los cabellos de su novio con cariño – Y tampoco me quieren decir qué les pasa.

-      No es nada. – contestó el capricorniano, al fin, aunque algo serio y frío – Si queréis salir de fiesta éste sábado, por mí está bien.

-      Lo mismo digo. – se limitó a responder el leonino.

-      Pues…Kanon, ¿avisas a tu hermano? – le dijo Aldebarán.

-      Claro. Tú Milo deberías de avisar a Camus. – respondió Kanon.

-      ¿Estás seguro de eso? – preguntó el escorpiano, enarcando una ceja y mirándole con una sonrisilla pícara – Creo que de eso ya se encargará Saga con creces.

-      Es verdad. – respondió el geminiano, correspondiendo a esa sonrisilla.

No era misterio ya para el grupo que últimamente, Saga y Camus no paraban de quedar a solas, y había comenzado a surgir una complicidad entre ellos que no había pasado nada desapercibida.

Y es que, muchas veces, los dos se quedaban después de las clases en la biblioteca para leer juntos. Por supuesto, ese día no era la excepción, así que hálleles en ese mismo momento en la biblioteca, que, al haber terminado los exámenes, estaba totalmente vacía, y podían disfrutar de ella completamente a solas.

Los dos se habían apartado en un rincón de la gran sala, que estaba escondido entre las estanterías, y donde había varios sillones para sentarse a leer. Solía ser su recoveco habitual de lectura, pues allí no molestaban a nadie ni eran molestados.

Camus estaba sentado en el sillón, leyendo en voz alta, mientras que Saga se encontraba a su lado, postrado de rodillas en el suelo, con los brazos descansando encima de las piernas del acuariano, y observándole embelesado y deleitado con esa dulce voz y esa forma mágica de leer.

-      “Elizabeth estaba asombrada pero no dijo ni una palabra. Después de un silencio de varios minutos se acercó a ella y muy agitado declaró.” – estaba leyendo Camus, que se dispuso a recitar a continuación la parte de diálogo – “He luchado en vano. Ya no puedo más. Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga que la admiro y la amo apasionadamente.” – siguió narrando el francés con emoción y entusiasmo, a la vez que el geminiano no podía más que maravillarse aún más – “El estupor de Elizabeth fue inexpresable. Enrojeció, se quedó mirándole fijamente, indecisa y muda.”

El acuariano colocó el marcapáginas y a continuación cerró el libro. Luego observó con una tierna sonrisa a Saga y ligeramente enrojecido. El geminiano había cogido la costumbre de adoptar esa postura en vez de sentarse a su lado en otro sillón. Al principio le pareció extraño, incluso incómodo, pero el gemelo simplemente alegó que sólo observándole más de cerca podía apreciar su magnífica manera de narrar, cosa que le embelesaba. Con el tiempo, acabó acostumbrándose y dejó de resultarle extraño.

-      Creo que es suficiente por hoy. – dijo Camus, de forma dulce – Así que dejaré con la intriga.

-      ¿En serio? – refunfuñó Saga, como si en plena rabieta infantil estuviere - ¡Pero si acabábamos de llegar a la mejor parte!

-      Lo sé, pero… Hoy estoy cansado, y tengo algo de hambre. – alegó Camus, algo avergonzado y desviando su mirada.  

-      Está bien… - respondió Saga, resignándose, y se levantó para dejar hacer a Camus lo mismo.

-      ¿No te cansa estar de rodillas en el suelo? – preguntó el acuariano, extrañado.

-      No, si eso solo me permite poder contemplar con más nitidez tu belleza.

Camus enrojeció ante tal comentario, pero no dijo nada más, no fue capaz. Saga siempre le desconcertaba con aquellas declaraciones tan directas y sinceras. ¿Cómo era capaz de hacerlas? Él, por más que lo intentara, no conseguía expresar sus sentimientos más profundos, ni siquiera con un simple amigo.

Los dos se marcharon de la biblioteca, y en la salida del instituto, Saga, muy caballerosamente, se ofreció a acompañar a Camus hasta casa, a pesar de la insistencia de éste por convencerle de que no hacía falta y que le sabía mal.

-      Bueno, dado que ya es viernes, no sé si tendré el placer de verte este fin de semana. – comentó Saga, apenado – Así que me despediré como conviene por ahora. Hasta el lunes, Camus. – añadió, besando gentilmente la mano del acuariano, a la vez que le hacía sonrojar.

-      Qu-Quien sabe. – respondió Camus, terriblemente sonrojado – Quizá los demás quieran quedar este finde.

El francés, muy en el fondo, se moría por quedar con Saga en el fin de semana, pero tampoco encontraba el valor para pedírselo pues sonaría muy a cita, o al menos, eso pensaba.

-      O quizá yo podría, con mis más humildes intenciones, pedirte quedar conmigo. – sugirió Saga, de forma galante – Sin embargo, prefiero no atosigarte y que pienses que puedo ser fatigoso, así que, de momento, esperaré ansioso el lunes.

Camus le observó atentamente, con los pómulos sonrojados y un nudo en la garganta. ¿Qué podía hacer? No, al contrario. Sabía lo que tenía que hacer. Quería hacerlo. Pero sus nervios y su timidez le impedían pedirle quedar a Saga.

El geminiano observó atentamente al acuariano. Su expresión nerviosa y sonrojada le parecía simplemente exquisita. Se acercó a él con una tierna sonrisa, y sin quitarle un ojo de encima. Camus retrocedió instintivamente, a causa de sus nervios, pero luego volvió a acercarse, aunque no compredía qué quería hacer el gemelo.

-      ¿En qué piensas? – le preguntó Saga, mirándole embelesado, y a la vez que le retiraba de forma delicada las lentes para observar esos profundos ojos marinos.

-      ¿P-Por qué lo dices? – cuestionó el francés, con los nervios a flor de piel por la proximidad de Saga. En cuanto las manos de él habían rozado sus mejillas, miles de escalofríos le habían recorrido de pies a cabeza.

-      Comienzo a conocerte, Camus. Y he aprendido a mirar a través de ti. – respondió el geminiano, mirándole con esos ojos tan profundos que, a la vez que le intimidaban, también sentía como si le atrajeran hacia él. Eran esas esmeraldas enigmáticas las que últimamente veía a todas horas, en sus pensamientos, y en sus sueños, pues le acompañaban cada noche…

Saga trató de contener su respiración, pues en el fondo, los sentimientos que albergaban en su interior cuando estaba junto al acuariano, eran tan intensos que le resultaba muy difícil controlarlos, pero se permitió acariciarle la mejilla y tocar esa nívea e inmaculada piel.

El francés, por acto reflejo, le cogió la mano y se la acarició, cosa que sorprendió gratamente a Saga.

Sorpresivamente, la puerta de la casa se abrió y los dos se separaron automáticamente, algo sonrojados.

-      Oh, mon petit Camus. Êtes-vous déjà à la maison? (Oh, mi pequeño Camus. ¿Ya estás en casa?) – le preguntó su madre, una preciosa mujer de unos cuarenta años, alta, delgada, de piel blanca, con rasgos muy refinados, rubia con el cabello corto y lacio, ojazos azules, acento francés, y que tenía por bello nombre Sophie.

-      Oh… Oui, maman. (Oh… Sí, mamá.) – respondió, tratando de que los nervios no se le notaran en la voz.

Su madre se acercó a ellos, pues al parecer había salido para tirar la basura ya que llevaba la bolsa en las manos.

-      Camus, est-il un ami de l’école? (Camus, ¿es un amigo de la escuela?) – le preguntó su madre, sorprendida.

-      Oui. (Sí.)

-      Perdona, un placer conocerte. – le dijo Sophie a Saga, estrechándole la mano.

-      Mon plaisir, madame. (El placer es mío, señora.) – contestó Saga.

Tanto Camus como su madre quedaron muy sorprendidos con la perfecta pronunciación de Saga, pero lo más importante, con que supiera hablar francés.

-      Quelle surprise! Tu sais parler français! (¡Qué sorpresa! ¡Sabes hablar francés!) – exclamó Sophie, eufórica.

-      Oui. (Sí.) – respondió Saga, observando de reojo y muy satisfecho el rostro sorprendido de Camus – Permettez moi, madame. Et feter autor. (Permítame, señora. Ya tiro yo esto a la vuelta.) – añadió el geminiano, quitándole la bolsa de las manos.

-      Oh, merci beaucoup. (Oh, muchas gracias.) – dijo Sophie, y luego quedó pensativa para añadir a continuación – Voulez-vous rester à manger? (¿Te gustaría quedarte a comer?)

-      Merci beaucoup pour l’offre, mais déjà en attente pour moi à la maison pour manger. (Muchas gracias por el ofrecimiento, pero ya me esperan en casa para comer.)

-      Oh… - profirió Sophie, apenada – Eh bien, une autre vente de la journée, vous êtes invités. (Bueno, pues otro día vente, estás invitado.)

-      Merci. (Gracias.) – respondió Saga, inclinándose en gesto caballeroso.

Finalmente, Sophie volvió a introducirse en la casa para dejarlos despedirse. El gemelo volvió su mirada hacia Camus, que le observaba más que estupefacto.

-      Una señora muy agradable, tu madre. – opinó Saga – Y sencillamente preciosa y elegante. Se ven de lejos los buenos genes. – añadió el geminiano, acariciando con dulzura la barbilla de Camus.

-      Gracias… - respondió el acuariano, desviando su mirada hacia el suelo, sonrojado – No me dijiste que supieras hablar francés.

-      No me gusta mostrar todo de mí de buenas a primeras. A veces, es mejor ir descubriendo las cosas, ¿no crees? – preguntó, con una sonrisa de oreja a oreja.

-      Sí…

-      Nuevamente, me despido. Hasta la próxima, mon chéri Camus. (mi querido Camus.) – dijo Saga, y se fue con un gesto de mano como adiós.

-      C’est trés magnifique… (Es tan maravilloso…) – susurró Camus, dejando que el viento se llevara sus palabras, y acto seguido entró en la casa.

Enseguida, su madre se asomó desde la cocina para verle entrar, y caminó hacia él con una sonrisa en los labios.

-      Camus! Vous ne me dites pas que vous aviez un ami si gentil, et à moins qu’il pourriez parler français! (¡Camus! ¡No me dijiste que tuvieras un amigo tan agradable, y menos que supiera hablar francés!)

-      Il est quelque chose que je viens de découvrir que je aussi. (Es algo que acabo de descubrir yo también…)

Inmediatamente, el francés subió a su habitación y se encerró en ella tras sus pasos. Apoyó la espalda contra la puerta, y luego llevó una mano a su pecho. Latía, tan fuerte y de manera apresurada, que dolía.

-      Qu’avez-vous fait avec moi, Saga? (¿Qué has hecho conmigo, Saga?) – se preguntó Camus, con las mejillas sonrojadas y respirando de forma profunda, como si le faltara el aire -  Vous aurez-moi fou pour vous (Vas a conseguir que me vuelva loco por ti.) – añadió, y volvió a susurrar – L’enfer, qu’est que je dis? Si je suis déjà… (Diablos, ¿qué digo? Si ya lo estoy…)

Minutos más tarde, en otra parte de la ciudad…

-      Ya he llegado a casa. – pronunció Saga, alto y claro, a la vez que cerraba la puerta de entrada de su casa.

-      Sí que has tardado hoy. – le dijo Kanon, que justo venía del comedor en ese mismo momento. Observó a su hermano durante unos segundos, y luego entornó los ojos a la vez que una sonrisilla se dibujaba en sus labios - ¿Ha pasado algo con Camus?

-      He conocido a su madre. – respondió el gemelo mayor, mientras colocaba su abrigo en el perchero de la entrada – Por cierto, una mujer muy agradable, pero nada más de eso, como esperabas.

-      Jo. – profirió Kanon, que quería salseo. Acto seguido, observó atentamente a su gemelo – No te reconozco, Saga. ¿Qué demonios te ha pasado?

-      Quizá en el fondo este es mi yo auténtico y tan solo necesitaba a alguien que me ayudara a buscarlo. ¿No te has parado a pensarlo? – preguntó el gemelo mayor con una sonrisa, a la vez que pasaba por al lado de su hermano para ir al comedor.

-      Saga al fin llegas. – le dijo su madre, que estaba sentada en el sofá, por lo que el recién llegado se le acercó para darle un beso en la mejilla. Megara, mujer de unos cuarenta y tantos también. Era muy alta y delgada, fruto de su trabajo como modelo. De piel morena y rasgos muy helénicos, tenía el cabello larguísimo, rizado y entre azulado y violeta, además de unos profundos ojos castaños.

-      Hola mamá, siento el retraso. He acompañado a un amigo hasta su casa.

-      No pasa nada, cariño. Te he dejado la comida en la cocina.

-      Vale.

El geminiano se dirigió hacia la cocina, seguido por su hermano gemelo.

-      ¿Qué quieres, Kanon? – le preguntó, entre risas – Que hayamos enterrado un poco el hacha de guerra y nos llevemos algo mejor últimamente no te da derecho a seguirme a todos lados ahora.

-      Tú di lo que quieras, solo vengo a informarte de algo que creo que te va a gustar mucho. – respondió el menor, que se apoyó en el marco de la puerta de brazos cruzados, mientras observaba a su hermano calentarse la comida en el microondas.

-      Entonces dímelo, querido hermano. No me dejes en vilo. – rogó Saga, añadiéndole un toque dramático a sus palabras.

-      Los del grupo han decidido salir mañana por la noche de fiesta para celebrar el final de los exámenes.

Al mayor, parecieron iluminársele los orbes de los ojos, y miró a su hermano con un brillo especial.

-      ¿Está Camus invitado también?

-      Eso dependerá de lo que tú decidas. Los del grupo han decidido que le informes tú.

El geminiano quedó pasmado, y enseguida sacó su teléfono móvil del bolsillo y empezó a teclear como un poseso en él. Kanon sonrió y se marchó de la cocina para dejarle a solas.

~~

 

Querido Camus, mi hermano acaba de informarme de que el grupo ha decidido salir de fiesta mañana por la noche, con la excusa de celebrar el fin de los exámenes. ¿Puedo tentarte con la oferta de venir también? A mí, especialmente, me haría mucha ilusión.

 

Camus leyó anonadado el mensaje de Saga, y enseguida notó cómo sus mejillas se sonrojaban. Pasó unos cuantos segundos meditando, y a la vez imaginando en su cabeza la noche del día siguiente junto a aquél bello heleno y, cuando volvió a la realidad, tecleó en su móvil para responderle.

Por supuesto, estaré encantado. A mí también me hace mucha ilusión.

~~

 

-      Sencillamente, los odio. ¿Qué problema tienen con llegar siempre tarde?

-      Es justo en punto la hora a la que habíamos acordado quedar. Por dos minutos que lleguen tarde no va a pasar nada, relájate. – le pidió Aioros a su novio, que estaba algo gruñón.

-      Qué ironía que precisamente tú, el Don Perfecto, diga esto. – respondió el capricorniano, medio riendo.

-      He aprendido a tomarme la vida con más calma.

Aioria estaba junto a la parejita, de brazos cruzados y tratando de no mirarles, aunque a ratos, inconscientemente, su mirada se dirigía al español, que solía observarle de forma seria.

-      ¡Hola! – exclamó Milo, detrás de los tres, por lo que los pegó un susto de muerte. Venía junto a Shaina, los dos cogidos de la mano y muy elegantes.

-      ¡Por dios, Milo, qué susto! – exclamó Aioria, mosqueado.

-      Qué bien, he conseguido asustaros. – celebró el escorpiano, con una sonrisilla traviesa de oreja a oreja.

Pero para elegancia, la que rezumaban la pareja que se acercaba hacia ellos a paso acompasado y charlando entre ellos. Eran Saga y Camus, cómo no. El heleno se había vestido con uno de sus trajes, y el francés, con camisa y pantalones entallados.

-      Sentimos el retraso. – se disculpó Camus.

-      Nuestro metro iba con retraso. – añadió Saga.

-      No os preocupéis, ni siquiera han llegado todos todavía. – dijo Aioros.

Aunque, con suerte, al poco tiempo llegaron Kanon y Aldebarán, que eran los que faltaban. Todo el grupo al completo, se dirigieron a la discoteca e hicieron cola para entrar. Después de una tortuosa media hora de espera, consiguieron adentrarse en el local.

La música estaba excesivamente alta, la gente se agrupaba en el centro para bailar y mover las caderas al ritmo del compás, otros se sentaban en los reservados, o en el segundo piso, en mesas y sillas. Guapas bailarinas danzaban sobre las plataformas, y barmans guapos y musculados agitaban las cocteleras con brío. Los rayos de luz se movían de un lado a otro de la sala, iluminando de color a su paso…

-      No es un lugar que yo acostumbraría a frecuentar… Pero una celebración es una celebración. – comentó Camus, que observaba todo con ojo crítico.

-      ¡Vamos Camus, no seas aguafiesta! ¡Una fiesta es una fiesta! – exclamó Milo, que estaba alucinado con la ambientación.

Saga observó al acuariano de reojo y esbozó una sonrisa. Acto seguido, le colocó una mano a Camus en la espalda, pillándole por sorpresa y haciéndole sonrojar.

-      No te separes de mí. – le pidió el geminiano, susurrándole al oído al francés, provocándole escalofríos.

Todo el grupo se acercaron a la barra y pidieron bebidas. Estuvieron un rato charlando y bebiendo para entrar a tono, y Aioros fue el primero en animarse y en pedirle a Shura que salieran a bailar.

-      ¡Vamos Shuri, quiero bailar! – le rogó el sagitariano.

-      No me apetece, Aioros…

-      ¡Venga, no me seas cascarrabias y anímate! – insistió el castaño, que tiró a su novio del brazo y le sacó a la fuerza a bailar, entre la multitud.

-      Tanta gente rodeándonos es agobiante… - gruñó el español.

-      ¿Pero qué esperabas encontrarte en una discoteca? ¡Es una celebración, Shuri, no te pongas así!

El capricorniano observó a su novio, acto seguido suspiró, y, aunque a desgana, comenzó a bailar con él. Los dos movieron sus cuerpos al ritmo de la música y se fueron acercando cada vez más. Aioros rodeó el cuello de su novio con los brazos y le miró fijamente mientras continuaban bailoteando.

-      ¿Qué te ocurre, Shura? – le preguntó el heleno, mirándole con soslayo.

-      ¿P-Por qué lo preguntas? – cuestionó el español, mirándole tremendamente sorprendido. De repente, se le había erizado todo el vello del cuerpo.

-      No sé… Te veo raro últimamente. – respondió Aioros, al cual se le reflejaba la preocupación en el rostro – Sé que te pasa algo y no quieres contármelo, te conozco lo suficiente para darme cuenta de eso.

-      No me ocurre nada, no hace falta que estés preocupado. – respondió el capricorniano, desviando su mirada pues era incapaz de decirle eso mirándole a los ojos.

-      Ey. – dijo el sagitariano, cogiendo de la barbilla a Shura y obligándole a mirarle – Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad? Sea lo que sea, quiero saberlo. Porque…te quiero mucho, cariño, y no quiero que estés mal.

El capricorniano miró a su novio apenado y con los ojos brillosos. No, aquello no podía ser verdad… Aioros era demasiado bueno para él, y él lo único que había hecho había sido comportarse como un idiota y ponerle los cuernos con, nada más, y nada menos que su propio hermano. ¿Cómo podría perdonarse a él mismo ese acto algún día? Nunca podría.

En un impulso desesperado, llevado por el dolor y, a la vez, el amor que sentía por el sagitariano, le besó fervientemente los labios, a la vez que le sujetaba las mejillas entre sus manos. Aioros se sonrojó por la intensidad del beso, y se aferró fuertemente a la cintura del español. Los dos continuaron besándose, como si no consiguieron escuchar ni la música ni el bullicio, como si nada a su alrededor existiera, y solo estuvieran ellos dos, besándose tan apasionadamente, como nunca lo habían hecho.

-      Uau, vaya beso. – admitió el sagitariano, muy impresionado.

El español frunció los labios y volvió a mirar fijamente a su novio. Le amaba, lo sabía, siempre lo había sabido. Y sin embargo se había dejado llevar por un impulso, por sus malditos deseos carnales. Nunca se perdonaría aquello, como tampoco se perdonaría ocultárselo a Aioros. Él merecía saberlo, y solo en él debía restar la potestad de qué hacer de ahora en adelante con la relación.

-      Aioros… - le nombró, algo acongojado.

-      Espera un momento, cariño. – le pidió el sagitariano, a la vez que sacaba su móvil del bolsillo – Me están llamando, voy a alejarme un momento para cogerlo. ¿Por qué no vas a la barra con los demás y pides algo más? Enseguida vuelvo.

-      Pero… - trató de decir el español, sin embargo, el castaño ya se dirigía a toda prisa hacia la salida.

Suspiró, resignado, y con la cabeza gacha se dirigió hacia la barra, donde estaban casi todos los demás. Saga y Camus se habían arrinconado a charlar, mientras tomaban unos daiquiris frutales, Aldebarán y Kanon reían a carcajadas tomando unas birras y seleccionando a las lindas mujeres que bailaban a su alrededor, seguramente planeando el siguiente movimiento para ligar con alguna de ellas, y Milo y Shaina se encontraban en la pista dándolo todo. Aioria, por su parte, estaba apartado de los demás, tomando un San Francisco mientras pensaba en sus cosas.

El español decidió sentarse a su lado, y pedirse algo para tomar, pues necesitaba hablar seriamente con el leonino, los dos a solas.

-      Por favor, un whisky con hielo. – le pidió al camarero.

-      Enseguida, joven.

Aioria giró su cabeza para mirar al español, mientras sostenía su bebida en la mano.

-      Necesito hablar contigo, Aioria. Esta conversación no se puede demorar más tiempo.

-      Adelante, te escucho. – respondió el castaño, al que se le escuchaba muy apagado.

-      Durante estos días, y a pesar de que te dije que olvidarás lo que ocurrió, no he podido dejar de pensar en ello.

-      Yo tampoco. – admitió el heleno, agachando su cabeza con tristeza.

-      ¿Cómo te sientes al respecto? – preguntó Shura, a quién acababan de traerle su bebida, por lo que le pegó un trago.

-      Me siento como una mierda. – admitió Aioria, que miró a Shura, y éste pudo avispar en sus ojos cierto brillo que indicaba que estaba reprimiendo sus lágrimas – Soy basura. Ahora sé que nunca debimos hacer aquello. Pero mi maldita impulsividad, mi deseo por ti…todo me llevó a dejarme llevar y me empeñé en que te quería… Hasta que pasó, y pude experimentar cómo se sentía el darme cuenta de lo que acababa de hacer. Pensé en mi hermano. Me imaginé lo duro que sería para él si se enterara de esto, y… No puedo. Fue y sigue siendo demasiado para mí. Es mirarle a la cara cada mañana desde aquél día, ver sus buenas palabras hacia mí, su cariño… Me siento sucio. – masculló, con rabia – Soy de la peor calaña, la escoria más horrible que pueda haber. He traicionado a mi hermano, y nunca voy a merecer su perdón. Él siempre me ha cuidado, me ha protegido, y me ha consolado cuando lo necesitaba. ¿Pero qué va a pasar cuando se dé cuenta de que de quién tiene que protegerse es de mí?

-      Puedo entender cómo te sientes. – respondió Shura, a quién le desgarraba por dentro el dolor – El dolor que siento yo no se queda muy atrás del tuyo. ¿Sientes…remordimientos por no contárselo?

-      ¿Qué si los siento? – preguntó el castaño, mirándole de forma incrédula - ¡Claro que los siento, maldita sea! Y todavía sigo preguntándome qué es mejor para él: el contárselo todo, ya que merece saber la verdad, o el no contarle nada para protegerle del dolor, pero que viva engañado toda su vida.

-      Es el mismo dilema en el que me encuentro yo y es ahí hasta donde quería llegar. – contestó el capricorniano – No sé qué hacer, Aioria.

-      ¿Quieres a mi hermano?

-      Por supuesto. – respondió el español, sin dudar ni un segundo – Le quiero más que a mi vida. ¿Sabes? En el fondo me río mucho de mí mismo por lo que pasó. Nunca tuve la necesidad de ponerle los cuernos a tu hermano. Con todos mis respetos, Aioria, el único al que amo es a él, y cada maldita mañana aún sigo preguntándome por qué hice aquello con lo mucho que le quiero.

-      Supongo que te pudieron los impulsos carnales. – respondió Aioria, tomando otro sorbo de su bebida – A las personas, a veces, nos ciega la lujúria. Por decirlo de una manera menos refinada, cuando uno está excitado, tan solo piensa en follar y no en nada más. Es difícil, en momentos así, pensar con la cabeza.

-      Tienes razón, Aioria. – el español suspiró.

-      Pero… A todo esto, la única conclusión que se me ocurre es esta, Shura. Si de verdad quieres a mi hermano tanto como dices, debes decirle lo que ha pasado. Sufrirá, hasta límites insospechados, y nos odiará para toda la vida, pero al menos no vivirá engañado. Cuando quieres a alguien, no puedes ser capaz de engañarle de esa forma. Sería tratarle como un tonto.

-      Lo sé, yo también había llegado a esa conclusión, pero supongo que necesitaba oírselo decir a alguien más. ¿Estás seguro de esto, entonces?

-      Sí. – asintió el leonino – Yo también amo a mi hermano, y no quiero hacerle esto. Debe…saber la verdad, aunque a partir del minuto cero en que se lo digas no vaya a querer mirarme a la cara.

-      Está bien. – respondió Shura, algo nervioso. Cogió su vaso de whisky y se lo bebió de un trago. Luego miró hacia la entrada de la discoteca, y observó cómo Aioros ya estaba entrando por ella, asi que lanzó un largo suspiro y se levantó de su asiento – Bueno, pues allá voy.

Aioria le sonrió, apenado, y acto seguido observó cómo Shura se dirigía hacia su hermano. Observó muy atento, pues quería ver cómo se desarrollaban las cosas, pero alguien que le cogió del brazo con vehemencia le distrajo.

Era Saori, que había enrollado el brazo con el suyo.

-      ¡Sa-Saori! – exclamó el castaño, incrédulo y sorprendido - ¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo es que…?

-      Bueno… Lo siento, no pude evitar escucharos ayer hablar de que hoy veníais a esta discoteca.

-      O-Oye, no estarás tramando algo… - dijo Aioria, que no las tenía todas consigo – Me prometiste que no ibas a hacer más cosas raras.

-      Lo sé, tranquilo. ¿Te lo prometí, no? Tan solo he venido para pasar un rato con un amigo.

-      ¿U-Un amigo? – cuestionó el heleno, extrañado, y echó una ojeada alrededor de Saori.

-      ¿Qué estás buscando por ahí? – preguntó la virginiana.

-      P-Pues a tu amigo… No le veo.

-      ¡¿Eres tonto?! ¡Me estaba refiriendo a ti! – exclamó Saori, un poco mosqueada.

-      ¡¿En serio has venido hasta aquí solo para estar conmigo un rato?!

-      Bueno… - dijo la japonesa, que se sentó en la banqueta donde anteriormente había estado sentado Shura, al lado de Aioria – Tú eres mi único amigo realmente y…he supuesto que no estaría mal que nos diviertaramos un rato fuera del instituto – añadió, ligeramente sonrojada.

El leonino siguió observándola más que incrédulo. ¿Estaría siendo sincera con él? Lo cierto es que no parecía estar mintiendo… Sin quererlo, sus orbes se desviaron hacia la apariencia de la virginiana. Realmente, se había vestido muy guapa para ir a la discoteca. Llevaba un vestido liso y de tirantes que le llegaba hasta las rodillas, de color blanco y de satén, conjuntado con unas sandalias de tacón plateadas, y encima del vestido llevaba una torera de seda azul celeste, tan fina que prácticamente era transparente.

¿De verdad se había puesto tan guapa para venir a verle a la discoteca?

La japonesa esbozó una sonrisa y bebió un sorbo del Cosmopolitan  que acababa de pedirse, más hecho del cuál Aioria ni se había inmutado por haber estado mirándola.

-      De nuevo te pillo embelesado mirándome, vaquero. – dijo Saori, que le miraba fijamente, pero con una sonrisa dibujada en sus labios.

-      Yo… Disculpa. – respondió el leonino, avergonzado al darse cuenta de que realmente había sido así.

-      ¿Realmente eres gay? – cuestionó la japonesa, con la copa en sus labios rosados.

-      P-Pues claro, ¡no digas tonterías! – exclamó el leonino, que acababa de sonrojarse, y también cogió su bebida para darle un buen sorbo que se llevó gran parte de ella – Tan solo me estaba preguntando por qué te habías puesto tan guapa si tú única idea era venir hasta aquí para pasar un rato conmigo, que tan solo soy tu amigo.

Saori le miró sorprendida. ¿Realmente se había puesto tan guapa? Ni siquiera ella lo había notado, tan solo se había vestido cómo le había parecido conveniente, pues las intenciones que la habían llevado hasta allí esa noche no requerían que fuera demasiado arreglada.

-      Si te soy sincera… No he pensado mucho en cómo me arreglaba… Pero gracias por el cumplido, aún así. – respondió, levemente sonrojada.

Aioria le miró de reojo, también con los pómulos teñidos de rojo. Aquella situación comenzaba a ser incómoda. ¿Desde cuándo tenía que sentirse así con Saori? Nunca había habido incomodidades, los dos solo estaban aliados por sus intereses comunes, nada más.

-      Bueno… ¿Y cómo va con Shura? – preguntó la virginiana – Quiero decir, ya me contaste lo que ocurrió en tu casa y eso, pero… ¿Alguna novedad?

-      Shura se lo va a contar todo a Aioros. Es más, en estos momentos ya está en ello.

-      ¡¿Qué?! – gritó la japonesa, haciendo sobresaltar a la persona que tenía al otro lado – Ehm… Disculpe.

-      Los dos lo hemos hablado, y no está bien mentir a Aioros como si fuera un tonto. Tiene derecho a saber la verdad, y debe ser él quién decida, no nosotros.

-      Pero entonces… Renúncias a Shura.

-      Sí, pase lo que pase. – respondió el heleno, muy serio – No quiero saber nada más de esta historia, no es buena para nadie.

La japonesa miró muy fijamente a su amigo. Se sentía extraña, de alguna forma, sentía que estaba haciendo lo correcto, aunque en otros tiempos le habría animado a que luchara por Shura, que no se riendiera tan pronto, pero ahora simplemente se sentía incapaz de hacerlo.

-      ¿Y crees que tu hermano perdonará a Shura?

-      No lo creo, lo más probable es que corten. – respondió el castaño.

Saori se encontraba más asombrada por momentos. Se giró para mirar hacia la multitud, y enseguida su vista viajó rápidamente hacia un chico alto y de cabellos verdes que se dirigía hacia la salida.

Había divisado a Aioros desde que estaba en la barra junto a Aioria, y ahora se dirigía hacia él con el corazón en un puño. Podría acertar a decir que nunca antes, en ningún otro momento de su vida, se había encontrado tan nervioso.

En su fuero interno lo sabía. Aquella sería la última vez que hablaría con Aioros, la última vez que podría mirarle a los ojos, la última vez en la que estar en su presencia, y el beso que habían compartido minutos atrás, había sido el último. Desde el momento en que le contara todo, el sagitariano se alejaría de él para no volver, y él le dejaría hacerlo, asumiendo las consecuencias de sus actos, y castigándose cada día por ellos.

Apretó los puños, con fuerza, pues veía a Aioros acercarse cada vez más a él. El sagitariano todavía no le había visto, pero él llevaba observándole caminar todo el rato. El momento había llegado. Era ahora o nunca, y ya no podía echarse atrás. Si quedaba algo que aún podía hacer por el bien de Aioros, era ser sincero y honesto con él.

-      Ey. – Shura paró a tiempo al sagitariano, colocándole una mano en el estómago, pues el castaño caminaba a toda velocidad y como no iba prestando mucha atención, iba a pasar por su lado sin darse cuenta de que estaba ahí.

-      Oh, perdona Shuri. Iba distraído pensando en mis cosas, y como pensaba que aún seguías en la barra… - contestó el sagitariano, con una sonrisa.

El español observó aquella sonrisa con una mirada amarga.

-      Sonríe, mi amor. – pensó el capricorniano – Nunca dejes de hacerlo, muéstrale al mundo tu sonrisa y tu valentía, aunque vengan tiempos difíciles… Quiero que conserves esa preciosa sonrisa el resto de tu vida.

-      ¿Qué ocurre, mi amor? ¿A qué viene esa cara? – preguntó el castaño, algo alarmado.

-      Tenemos que hablar.

-      ¿Sobre qué?

El español los condujo hacia una esquina de la sala, para que pudieran hablar con más tranquilidad.

-      Vas a odiarme después de esto, pero tengo que contártelo. – dijo Shura.

-      ¿Por qué? Me estás asustando, cariño. ¿Por qué iba a odiarte yo? – cuestionó el sagitariano, que comenzaba a ponserse muy nervioso.

-      Por favor, escúchame hasta el final y lo comprenderás. He hecho algo horrible, y necesitas saberlo. Quiero que lo sepas, porque a pesar de todo te quiero, mucho, y siempre ha sido así, y no puedo dejar que estés engañado para siempre. Es porque te quiero, que necesito ser sincero contigo.

-      Pero amor, yo también te quiero, sea lo que sea no puede ser tan grave… - respondió el castaño, acongojado, que cogió a su novio por los brazos.

-      Sí, sí puede ser tan grave. – asintió Shura, a la vez que las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Luego miró fijamente a su novio, suspiró, y se preparó para soltar la bomba, aquello que marcaría el fin de su relación con la única persona a la que de verdad había amado en su vida – Me he acostado con tu hermano.

Aioros le miró, sorprendido, y lentamente retiró sus manos de los brazos del español, dejándolos simplemente caer. ¿Cómo? ¿Había oído bien…? ¿Su hermano…con Shura? No lograba asimilarlo, y la cabeza comenzaba a darle vueltas. ¿Realmente no era todo aquello un sueño?

-      Y-Y-Yo… - trató de pronunciar, pero las palabras no salían de su boca.

-      Soy un imbécil. – explicó Shura – Ni siquiera sé por qué lo hice, créeme. La única explicación que le encuentro es que me dejé llevar por un puro deseo carnal y nada más. Al único que llevo amando todo este tiempo es a ti. – añadió el capricorniano, con las lágrimas resbalando por sus mejillas – Pero aún así no puedo perdonarme a mí mismo por lo que hice, y ni mucho menos busco tu perdón, tan solo no quiero engañarte. Tú mereces saberlo, y eres tú quién tiene que decidir qué hacer con este pobre desgraciado.

El sagitariano tenía la cabeza gacha, orientada hacia el suelo, los ojos cerrados, y los puños fuertemente apretados. La noticia le había chocado tanto como si le hubieran pegado un fuerte bofetón en la cara. Quizá todavía más. Como si le hubieran atravesado el corazón con una daga.

De repente, levantó la vista y miró con todo el odio que era capaz de acumular al sujeto que tenía delante. El Aioros inocente por el que le tomaban todos había desaparecido, y su tierna sonrisa que siempre permanecía impasible en sus labios, había sido borrada de ellos.

-      ¿Y qué me dices de mi hermano? – preguntó, con toda la frialdad de lo que fue capaz.

-      Él… Me dijo que llevaba enamorado de mí desde hacía tiempo...

El heleno comenzó a respirar fuertemente por la nariz, a la vez que sus puños se iban apretando cada vez más.

-      Muy bien, agradezco que al menos hayas tenido la decencia de decírmelo y no engañarme como a un idiota. – dijo Aioros, tajantemente - Pero creo que eres consciente de lo que va a pasar a partir de ahora, ¿no?

Shura tan solo asintió, muy asustado por el semblante del sagitariano, y tragando saliva. Aioros se alejó de él, pegándole un fuerte empujón con el hombro al pasar, y Shura tan solo dejó que el resto de lágrimas brotara de sus ojos. Apoyó sus puños en la pared, pegándole un fuerte golpe, y dejó salir con sus lágrimas todo el dolor que ahora le estaba desgarrando el alma.

-      ¿Y qué harás a partir de ahora? – le preguntó Saori al leonino, muy apenada por él – Tu hermano va a odiarte.

-      Soy consciente de ello, pero… ¿Debo asumir las consecuencias de mis actos, no?

La japonesa entornó los ojos, con tristeza. Realmente lo sentía terriblemente por Aioria, algo le impulsaba a querer consolarle. Se acercó a él y le dio un fuerte abrazo, que fue completamente sincero.

-      De verdad que lo siento, Aioria.

El heleno contempló a su amiga con mucha sorpresa. ¿Realmente estaba preocupada por él? Parecía que, al fin y al cabo, había conseguido que Saori empatizara un poco más con los demás y no fuera una mujer completamente vacía de sentimientos.

Notó como una gran fuerza le cogía por la parte trasera de la camisa, tanta que, de no ser porque Saori se había apartado a tiempo, se hubiera caído de bruces contra el suelo.

Cuando vio que era su propio hermano, que ésta vez le cogía por la parte delantera de la camisa para acercarle a él, se le heló la sangre.

-      ¡A-Aioros! – exclamó Saori, muy sorprendida.

-      ¡Eres un…degenerado! – masculló el sagitariano, con toda la rabia del mundo - ¡¿Cómo has podido hacerme esto?!

-      Lo siento, Aioros… - susurró el leonino, en un hillo de voz.

-      ¡Dime! – gritó el castaño mayor, zarandeándole violentamente - ¡Nunca te he hecho nada! ¡Es más, lo he dado todo por ti! ¡Y así me lo pagas, tirándote a mi novio!

El sagitariano alzó el puño, dominado absolutamente por la ira, pero Saori enseguida se interpuso entre los dos, para muy asombro de Aioros.

-      ¡Aioros, no lo hagas, por favor! – gritó con todas sus fuerzas - ¡Es tu hermano, recapacita!

-      No, Saori, déjale hacerlo. – le ordenó el leonino – Apártate o podrías salir lastimada.

Aioros apretó con más fuerza el agarre con el que sostenía a su hermano, y le miró fijamente a los ojos, con odio.

-      Lárgate de mi vista. – masculló el sagitariano, soltándole con brusquedad – Tú ya no eres mi hermano.

Acto seguido, el castaño mayor se alejó de ellos y Saori se le quedó mirando, incrédula. Luego se giró para observar a Aioria, el cual se había echado a llorar irremediablemente.

La japonesa le miró, con congojo. Quería consolarle, pues él era su amigo, pero aún le quedaba algo por hacer, el verdadero motivo por el cuál había acudido a la discoteca aquella noche, a pesar de que había disfrutado mucho de la compañía de Aioria.

Se alejó unos pasos, tratando de no mirar hacia atrás, y meneó con su cabeza a la vez que cerraba fuertemente sus puños.

-      Baja de la nube, Saori. ¿Qué te está pasando? – se preguntó – Tú no eres así. No seas tan débil como para dejarte llevar por algo tan rídiculo como sentimientos. Has venido aquí con un objetivo, y ahora se te acaba de brindar una magnífica oportunidad para cumplirlo que podría ser la última. Es ahora o nunca.

Muy a su pesar, se adentró en la multitud abandonando a Aioria, que lloraba desconsoladamente en la barra.

Y en otra parte de la sala…

Por supuesto, a causa del gentío, ninguno de los restantes miembros del grupo se había enterado de lo que acababa de ocurrir entre el trío, además de que, básicamente, cada parejita se encontraba en un lugar distinto del local a su bola.

Kanon y Aldebarán no habían desistido en su empeño de conquistar a algunas damas, y es más, se habían tomado tan en serio su objetivo que incluso habían decidido competir. El que lograra conquistar antes a una mujer y consiguiera robarle un beso, debía invitar al otro a la siguiente birra.

-      No vas a conseguir ganarme, Alde. – le dijo Kanon, con una sonrisilla en los labios, mientras los dos caminaban a paso apresurado hacia el centro de la sala.

-      ¿Cómo estás tan seguro?

-      A las chicas les pierden los chicos malos, no van a poder resistírseme. En cambio, tus modales de caballero andante ya están un poco desfasados.

-      Eso ya lo veremos, mi querido amigo. No hables tan pronto.

-      Que empiece el juego. – proclamó el geminiano, con una gran sonrisa pícara en sus labios.

Los dos tomaron caminos separados a partir de ahí, aunque no demasiado alejados pues necesitaban poder observar al otro para comprobar quién de los dos ganaba.

El gemelo fichó a una guapa pelirroja de ojos verdes, que vestía un minúsculo vestido negro y taconazos, y que bailaba junto a un grupito de amigas. Se aclaró la garganta, y se acercó a ella, empujándola un poco.

-      ¿Eh? – se preguntó la pelirroja, extrañada, y en cuanto vio al heleno, le miró con cierto desdén - ¿Se puede saber qué haces, inútil?

-      Perdona nena, parece que algún idiota me ha empujado sin querer. – respondió Kanon, de forma pícara, y señaló hacia la multitud. Luego, observó a la pelirroja de arriba abajo y silbó – Madre mía nena, en mi vida había visto chica más increíble. ¿Te apetece que salgamos a bailar?

La chica se sonrojó, pues en el fondo, el chico era muy apuesto y estaba muy bueno, además de que ese cierto toque y aspecto de chico malo, con la cazadora de cuero negra, le hacían irresistible.

Echó una ojeada a sus amigas, que parecieron incitarle con la mirada a que saliera a bailar, así que volvió a mirar al heleno.

-      Está bien, pero solo un baile.

El gemelo sonrió, y enseguida se alejaron para empezar a bailar a solas. Mientras, Aldebarán, había optado por acercarse a una chica que bailaba sola, seguramente porque esperaba a alguna amiga. La joven en cuestión era bastante alta y bien proporcionada, de cabello castaño oscuro, lacio, muy largo y con flequillo recto, además de unos preciosos ojos verdes cristalinos.

-      Perdona. – le dijo el taurino, posando una mano en su hombro de forma delicada.

-      Oh, dígame. – respondió la joven, sorprendida.

-      Es que llevo un rato observándote y…no he podido evitar dejarme embaucar por tu radiante belleza.

-      Oh, yo…esto…gracias. – respondió la chica, sonrojada, y llevando una mano a sus labios.

-      ¿Me concederías el honor de tener un baile conmigo? – preguntó el brasileño, inclinándose levemente en gesto caballeroso.

-      C-Claro…

Los dos salieron también a bailar, y discretamente, se acercon hacia donde estaban Kanon y su ligue. Los dos amigos se lanzaron una miradita, y decidieron ir a por todas. El gemelo trató de pegar más su cuerpo al de la pelirroja mientras bailaban, aunque ésta, algo avergonzada e incómoda con tanta cercanía fue distanciándose poco a poco.

En cambio, Aldebarán, fue muy gentil con la castaña y bailaban a paso calmado y romántico.

-      Tienes unos ojos preciosos… - le dijo el taurino, tomándose la libertad de coger a la chica por la barbilla.

-      Muchas gracias… - respondió, sonrojada. Aquél chico que parecía ser tan galán, no había parado de hacerle cumplidos y poco a poco la estaba conquistando.

-      ¿Me permitirías besarte?

-      ¿C-Cómo? – preguntó la joven, sin poder creérselo.

Aldebarán volvió a cogerla delicadamente de la barbilla, y se inclinó hacia ella para besarla en los labios de forma dulce. Kanon vio la escena y masculló en voz baja, había perdido.

Después de un buen rato bailando, y de despedirse de sus ligues, los dos amigos volvieron a la barra.

-      Ser un caballero con las damas nunca falla. – dijo Aldebarán, muy orgulloso de su hazaña.

El geminiano chistó con la lengua, y acto seguido miró al barman.

-      ¡Socio, ponnos dos birras más!

Mientras, en otra parte…

Camus y Saga tampoco se habían enterado de todo lo ocurrido. Prácticamente, habían pasado toda la noche sentados en la barra, tomando sus daiquiris frutales y charlando sobre sus gustos y aficiones en común.

El acuariano se encontraba en pleno conflicto interno, pues comenzaba a descubrir que le gustaba mucho Saga, pero en el fondo sentía miedo de lanzarse tan pronto, ya que no le quedaba claro si era solo un capricho más para el griego o algo más serio.

Después de un buen rato, y habiéndoles subido un poco la bebida, sobre todo a Camus que no estaba acostumbrado a beber, se habían ido a uno de los reservados, que estaban tapados por cortinas y vigilados por guardias, por lo que habían tenido que pagar más, pero el geminiano ya se había ocupado de eso.

Se habían sentado los dos en el sofá, a pesar de que tenían la cama al lado, y es que como les había subido un poco la bebida, no se encontraban del todo bien y por eso habían preferido entrar ahí para descansar.

-      Hmm… No me encuentro del todo bien, esos daiquiris pegaban fuerte. – comentó el geminiano, pasando una mano por su rostro.

-      Dímelo a mí que no bebo nunca. – añadió el acuariano, que se pegó a Saga en el sofá y apoyó su cabeza en el hombro de él, a la vez que se cogía a su brazo.

El gemelo le miró sonrojado, y su corazón comenzó a acelerarse, pero trató de ignorar como pudo el hecho de que tenía a un bombón pegado a él.

-      C-Creo que no deberíamos tardar en irnos a casa… - dijo Saga.

-      Hmm… Espérate un poco más, aún es pronto… - refunfuñó el francés, que se sentía muy a gusto al lado del heleno.

-      Pero Camus, esto…

El acuariano se le aferró más fuerte, y no pudo hacer más que ponerse todavía más nervioso. Era difícil resistir la tentación, y menos con una cama al lado.

Camus abrió los ojos, y miró con las mejillas sonrojadas a su acompañante. Estaba seguro, se había enamorado de Saga de forma irremediable y deseaba estar con él más que nada en el mundo. Además, no sabía si sería por los efectos del alcohol, pero le estaba entrando un deseo irrefrenable hacia el geminiano.

Se levantó del sofá, y cogió la mano de Saga para guiarle hasta la cama con él.

-      ¿Q-Qué haces, Camus?

-      Ven. – dijo el francés, que le atrapó ésta vez por la cintura y le pegó a su cuerpo. Los lanzó a los dos a la cama, y Camus se puso encima de Saga.

El heleno no podía creer lo que estaba sucediendo. ¡¿Qué estaba haciendo Camus?! Así le sería muy difícil resistirse a la tentación.

-      C-Camus, has bebido bastante, no hagas nada de lo que puedas arrepentirte…

-      No voy a arrepentirme de esto. – dijo el francés con una sonrisilla, que se inclinó directo hacia el cuello del geminiano y comenzó a besarlo muy sensualmente.

Saga comenzó a gemir levemente ante las caricias de Camus, pero en su conciencia sabía que aquello no estaba bien y no quiso aprovecharse de la situación. Apartó a Camus un poco, y le miró directamente a los ojos.

-      Para Camus, esto no está bien. Y no quiero que pienses que me aprovecho de ti.

-      Está bien, Saga. No te preocupes.

El francés volvió a inclinarse hacia él, ésta vez directo a los labios, pues ansiaba besar a Saga al fin, pero cuando estaba a punto de rozar sus labios, el heleno interpuso un dedo entre ellos.

-      No, Camus. Lo siento, pero… Debes saber que mis sentimientos por ti son sinceros. – le explicó el geminiano, muy serio, cosa que sorprendió al francés – Estoy realmente enamorado de ti, así que quiero hacer las cosas bien. No pienso hacer nada, ni besarte hasta que no estemos saliendo.

El acuariano se apartó lentamente, bastante sorprendido. ¿Saga estaba realmente enamorado de él? No podía creerlo.

-      Ven, será mejor que nos marchemos. – le dijo Saga, que se había levantado y le tendía la mano para salir.

Y en otra zona del local…

Aioros se había alejado hacia la zona de los lavabos, sin darse siquiera cuenta de que había sido seguido por Saori a través de todo el local. Simplemente quería estar solo, pues, después de lo ocurrido, no tenía fuerzas para nada.

Los baños estaban completamente vacíos, así que se apoyó contra la pared, y se dejó caer lentamente hasta que acabó sentado en el suelo, que, por suerte, estaba limpio. Apretó sus puños con fuerza, y dejó que las lágrimas comenzaran a brotar de sus ojos y a rodar por las mejillas. Estaba realmente destrozado, la ira y la tristeza le consumían por dentro. Todavía no podía creerse que su hermano y su novio le hubieran traicionado de aquella forma. ¿Qué había hecho él para merecer aquello? Si por lo que él creía, siempre había sido bueno con ellos y lo había dado todo. ¿Realmente había hecho algo mal y por eso merecía aquella crueldad?

-      ¿Aioros…?

La voz femenina le alertó, y enseguida vio a Saori asomarse por la puerta del baño. Se limpio fugazmente las lágrimas de sus mejillas y desvió la mirada hacia otro lado.

-      ¿Qué haces aquí, Saori? No deberías estar en el baño de los chicos… - respondió el sagitariano, de forma apagada.

-      Lo siento, es que… No podía dejarte solo en un momento así, y además está vacío.

-      Muchas gracias por preocuparte. – respondió el heleno, con una sonrisa amarga.

La japonesa se acercó hasta él, haciendo repiquetear sus tacones en el silencio del baño, y también se sentó en el suelo, a su lado.

-      No… No te sientes ahí, Saori, podrías estropear ese vestido tan bonito.

-      No me importa.

La virginiana observó en silencio a su acompañante. Tanto tiempo enamorada de él…y, sin embargo ahora, se sentía extraña. Ya se había encontrado antes con el dilema de si acudir en su ayuda o en la de su hermano.

-      Ya está bien, Saori. Mente fría. – pensó – Deja ya esos estúpidos pensamientos. ¿Desde cuándo has sentido empatía hacia los demás? Los únicos sentimientos que debes permitirte son los que sientes hacia tu senpai, nada más. Así que vas a seguir en marcha el plan que habías trazado para esta noche, y vas a cumplir con éxito tu misión. Solo debes pensar en el senpai…

Volvió a mirar al sagitariano, que mantenía su cabeza gacha, con la mirada hacia el suelo, claramente con el ánimo por los suelos y destrozado. Discretamente, rebuscó algo en su bolso y sacó un pequeño frasco que le ofreció a su senpai.

-      Ten Aioros, tómate esto. Te sentirás mejor. – le pidió.

-      ¿No será alcohol? – preguntó Aioros, entre risas, pues necesitaba al menos sonreír un poco – Porque si es así no quiero emborracharme. Eso sería peor.

-      No, tranquilo, no es alcohol. Tan solo son vitaminas, te ayudarán a sentirte mejor.

-      Vale, muchas gracias.

El sagitariano aceptó el frasco y se bebió de un trago todo su contenido, bajo la atenta mirada de Saori, que le observaba de forma fría y calculada, luchando porque nuevos sentimientos extraños no aparecieran en ella. Iba a seguir con su propósito hasta el final.

El castaño le devolvió el frasco, y al momento comenzó a tambalearse un poco.

-      ¿Q-Qué me ocurre Saori? – preguntó – M-Me siento algo aturdido, y…mareado.

-      Es normal, son los efectos de la droga. – respondió la virginiana, con una sonrisilla en los labios.

-      ¡¿Q-Qué…?!

Saori cogió al sagitariano por la barbilla y acercó mucho sus rostros.

-      Nunca debes fiarte de una mujer tan perversa como yo, mi querido senpai. Por querer ser tan bueno con todo el mundo, luego te pasan estas cosas, y ese es tu mayor defecto. Creer y confiar todavía en la gente.

El heleno cerraba fuertemente los ojos y trataba de luchar contra aquél aturdimiento, pero la droga poco a poco se iba apoderando de él e iba consumiendo más sus fuerzas y su raciocinio.

-      ¿Sabes que es lo mejor? Que la droga te va a dejar tan confuso, aturdido y débil, que, a parte de no poder resistírteme, mañana tampoco recordarás claramente esta noche, solo trozos muy confusos, por lo que tendrás que creer lo que yo te cuente.

-      Hgn… - profirió Aioros, tratando de resistir, pero se le agotaban las fuerzas.

-      Mi senpai... Después de esta noche, al fin podremos estar juntos.

Saori al fin se lanzó, y besó a Aioros en los labios, de forma dulce y apasionada a la vez, saboreando al fin aquellos labios que durante tanto tiempo había ansiado. Aunque se sorprendió al darse cuenta de que no eran como los había imaginado, y que además no producían en ella ninguna sensación fuera de lo común.

Trató de no darle importancia a ese hecho, y siguió con su labor. Le desabrochó a Aioros la camisa, y dejó al descubierto aquél tentador torso moreno. Se lanzó a su cuello, y lo besuqueó de forma muy sensual a la vez que le acariciaba el pecho.

-      ¿Era esto lo que tanto ansiabas, Saori? – le preguntó el sagitariano, que, a pesar de estar sin fuerzas, todavía mantenía la consciencia.

La japonesa se apartó de su cuello para mirarle a los ojos.

-      No sabes cuánto he sufrido durante todo este tiempo. – dijo la virginiana, con rabia – Lo di todo por ti. Trataba de conquistarte de todas las maneras posibles, pero tú nunca cedías. Y por más que me empeñaba y me esforzaba no conseguía nada a cambio, claramente estaba en la friendzone. Pero fíjate si te quería que aún así no quise rendirme y me decidí a seguir adelante. Y es por todo eso, que al final me he visto obligada a llegar aquí.

-      ¿Me querías, en pasado? - preguntó el heleno, extrañado.

Saori le miró, sorprendida, pero frunció el ceño y no dijo nada más. Tan solo continuó saboreando el torso del sagitariano, y luego le abrió los pantalones para sacar el miembro de debajo de la ropa interior y comenzar a masturbarle. El heleno comenzaba a marearse mucho, y estaba empezando a perder todo el poco raciocinio que le quedara, sin embargo, no podía evitar gemir ante las carícias de la virginiana.

Más tarde, la japonesa se colocó encima de él y se introdujo el miembro del sagitariano. Comenzó con un vaivén suave que luego se convirtió en uno más rápido, a la vez que gemía y llevaba las manos de Aioros a sus pechos para que se los tocara.

Después, la virginiana abrió los ojos, hallándose en el punto más álgido de placer en el acto, y miró a Aioros. Pero no era al sagitariano a quién estaba viendo, sino a Aioria.

-      No puede ser… - susurró.

Su mente le estaba jugando malas pasadas. Tenía a Aioros delante, y, sin embargo, se estaba imaginando al castaño menor. Le cogió la cara, mientras contemplaba muy sorprendida el rostro de su acompañante, el cual su propia mente configuraba para imaginarse que era Aioria.

Le entraron escalofríos, a la vez que se sonrojaba, y una oleada de placer la hizo moverse más rápido y acabar teniendo el orgasmo. Cuando terminó, y se apartó y contempló de nuevo a su acompañante. Volvía a ser Aioros, que tan solo estaba tirado en el suelo, a punto de perder la consciencia.

En un momento volvió a arreglarse y a colocarse bien sus ropas, al igual que vistió al sagitariano, y, como pudo, lo levantó y lo hizo caminar hacia la salida del baño. En la barra, divisó a Kanon y Aldebarán, que aún estaban tomando esas birras, y se dirigió hacia allí.

-      Perdonad, chicos… - dijo la japonesa, cuando llegó junto a ellos.

Los dos hombretones se giraron hacia ella, y cuando vieron que llevaba a Aioros apoyado en ella, y que prácticamente estaba desmayado, no dudaron en levantarse para cogerlos ellos.

-      Gracias, apenas soportaba su peso ya.

-      No te preocupes, ¿p-pero qué ha pasado? – preguntó Kanon, que no daba crédito a que el sagitariano estuviera completamente K.O.

-      Creo que ha bebido demasiado y se ha quedado frito.

-      Madre mía, ya la ha estado liando… - dijo Aldebarán, entre risas – Si es que este Aioros… Desde que sale con Shura que se ha desmadrado mucho. Pero no te preocupes, nosotros nos encargaremos de él.

-      Sí, muchas gracias por traérnoslo.

-      No hay de qué. – dijo la japonesa, que acto seguido se despidió de ellos y se marchó.

Aldebarán y Kanon cruzaron una mirada entre ellos.

-      Oye, ¿tú sabes dónde está Shura? – preguntó el taurino.

-      Ni idea tío, se perdió como hace siglos.

-      Y de Aioria tampoco se sabe nada…¿no?

-      Qué va.

-      Pues nada, nos tocará llevarlo a nuestras casas.

-      Ya me ocupo yo de él, si quieres. – se ofreció Kanon – Tiene confianza con Saga, así que supongo que le gustará encontrarse una cara conocida cuando despierte.

-      Está bien.

De mientras, Saori, se había dirigido desesperadamente hacia la salida, ya que quería ver cómo estaba Aioria, pero el leonino ya no se encontraba en el sitio de la barra donde se había hallado antes.

Al salir, suspiró aliviada al comprobar que estaba sentado en un banco apartado, aunque ocultaba su rostro entre sus manos por lo que podía intuir que debía estar llorando.

-      Aioria… - le susurró, una vez que se sentó a su lado en el banco, y le acarició la espalda.

El leonino la miró, con los ojos repletos de lágrimas, y luego se lanzó a su pecho para buscar cobijo en él mientras lloraba. Saori, congojada, le estrechó entre sus brazos.

-      Lo lamento… Debería haberme quedado contigo para apoyarte.

-      No hay nada que lamentar. – respondió Aioria, que se separó para poder limpiarse las lágrimas – Es normal, ¿no? Amas a Aioros, y querías consolarle.

-      Sí…claro. – contestó Saori, dubitativa. Si Aioria supiera realmente para qué se había ido con el sagitariano…

El heleno observó que la virginiana estaba temblando ligeramente, pues apenas llevaba el fino vestido de tirantes con la torera, y en la calle hacia frío. Se sacó la americana que llevaba puesta, y se la colocó encima de los hombros a Saori.

-      ¿Qué haces? Vas a morirte de frío.

-      No importa, prefiero que no lo hagas tú. – respondió Aioria, que acto seguido se levantó y le tendió la mano a Saori – Anda, vámonos a casa.

-      Está bien… - respondió la virginiana, aceptando su mano.

En su fuero interno, sabía que estaba hecha un lío. Era un mar de emociones que no sabía bien cómo controlar. Y es que había cumplido su objetivo aquella noche, sí, ¿pero realmente era lo que quería? Había conseguido hacerlo con Aioros, pues su gran objetivo para poder quedarse para siempre con el sagitariano había sido, ni más ni menos, que quedarse embarazada de él. Sin embargo, no había sido fiel ni sincera consigo misma, y no había querido escuchar a su corazón, le que decía a gritos que, en el fondo, estaba enamorada de Aioria. 

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer y nos vemos en el próximo capítulo <3!


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