Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Brecha por malugr

[Reviews - 191]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Ajaaa,aqui sigo!!

 ¿Que tal pasaron semana santa? 

 Les traigo una actualizacion, creo que les va a gustar, bueno al menos eso espero.

 Mi intencion era exponer todo en este capitulo, pero siento que iba a ser demasiado largo asi que les dejo esto por ahora y nos leemos pronto pronto con el resto jajaja, prometo esforzarme para que "pronto" sea lo antes posible - Esta semana que viene-

 Ya saben, dejen sus comentarios, dudas inquietudes ¿Les sorprendio el capitulo? ¿Resolvio algunas dudas? ¿les provoco otras? jajajajajaa soy curiosa asi que ya saben que esperare ansiosa leerl@s.

 Como siempre gracias por estar presentes y por el apoyo constante. Esta historia es de ustedes!! <3

Saludos!

Los abismos siempre me aterraron. Vi seguido a los incautos asomarse a la punta con la conciencia semidormida, danzando con la muerte ingenuamente; les vi caer de forma estrepitosa y llevo siempre conmigo el recuerdo del sonido que hace una vida cuando se destruye, cuando estalla en pedazos contra el fondo. Ese hilo de lamento que arrastra el viento consigo desde las profundidades. Me parece que desde siempre susurran mi nombre… esos a quienes vi caer, por mi culpa… he vivido toda mi vida alejándome del risco, y siempre que comienzo a tambalearme me sujeto de alguien más, me aferro de su cuello como un parasito vampiro y cuando me encuentro a salvo les suelto… débiles, caen… caen hasta lo más profundo por mi culpa. Creer en mí les condena. No imagino algo más trágico.

 El mundo no es un lugar para los buenos supongo, sobretodo porque no existe nadie perfectamente puro.  Todos somos una mancha oscura, con algunos destellos brillantes, Algunos más iluminados que otros, pero siempre con un negro centro guardando lo peor de cada uno.

  Los rastros que van dejando las almas nobles son como sangre  a mar abierto, atrayendo a la hambrienta maldad, con fauces desmesuradamente abiertas, dispuesta a arrancarle pedazo a pedazo cada ápice de su luz. El mundo nos arranca lo mejor que tenemos y nos deforma hasta volvernos depredadores del mismo charco en el que fuimos mutilados. Nos vuelve otra piedra en el barranco.

 Toda una vida lejos del borde, sin importar las consecuencias. Pero ahora estaba ahí.

 El vértigo me hacía temblar las rodillas mientras contemplaba dos minúsculas partículas de luz hundidas en lo más profundo del precipicio. Un mar de cadáveres le rodeaban, pues él no era el único a quien yo había aventado a ese lugar de olvido y desespero. 

 Las luces eran lo que quedaba en su mirada. El brillo que no supe ver. La inocencia quebrada por el odio de quienes debieron amarlo pero resultaron sádicos enemigos… Convirtieron caricias en tortura y le negaron todo y yo… yo le abandone…

 Pobre niño de los ojos grises. Confinado al lugar al que yo más temía. Solo, olvidado… mientras me llamabas a gritos, mientras me esperabas…

 ¿Es tu voz la que llevo años escuchando, la que arrastraba el viento, la que susurraba mi nombre? El desespero de aquel quejido me asustaba tanto, tanto. Pensé que solo era odio… Pero tal vez…

 La verdad me va acercando a ti y puedo verte. Aun había ilusión dentro de ti cuando te hube abandonado y ahora me asomo al risco dominado por un valor que no se de dónde me nace.

 ¿Es que acaso quiero rescatarte?

 ¿Esa tenue luz que aun brilla en tus ojos puede ser salvada?

 Llevas tantos años ahí abajo sufriendo solo… ¿Cómo es que ha sobrevivido? Parece un castigo divino digno de una tragedia griega. Condenada a vivir entre tanto odio sin poder extinguirse. El atisbo de esperanza dentro de ti se retuerce y agoniza pero no puede morir, tal como Prometeo encadenado a su roca… pendiendo eternamente de un hilo que no termina de romperse.

 

 …

 

 Frente a aquella imborrable casa me detuve sin dejar de apretar el volante ¿Me atrevería a entrar?

 Miraba hacia abajo y me preguntaba: si me atrevo a descender por las piedras de este abismo, si me arriesgo a llegar hasta a ti ¿Podrías tu dejar el odio de tantos años a un lado? ¿Podría yo hacerlo también?

 Aquella casa de hermosas flores parecía no haber envejecido. El balcón seguía intacto y el jardín aun olía a aquellas noches de aferrarnos uno contra el otro. Parecía más pequeña de lo que la recordaba y aun así, mientras apagaba el motor del auto y caminaba hasta la reja, sentía la enormidad de su significado. Lo que este lugar representaba para ambos, quizás nunca lo entendamos por completo.

 Introduje las manos entre las barras y saque el seguro.

 Me descubrí de nuevo avanzando sobre ese césped y me iba tragando la sensación de estarme hundiendo.

 Sujete la perilla y fui abriendo la puerta despacio.

 

 Todo estaba insanamente oscuro, menos las llamas violentas en la chimenea y la luz envuelta en dolor y rabia de sus ojos grises.

 En el fondo de nuestro abismo me sumí por completo cerrando la puerta a mi espalda … ¿volveria a ver la luz? ¿Saldríamos ambos de las tinieblas? ¿Sobreviviría solo uno, alguno, ninguno?

 Era hora de averiguarlo.

 

 …

 Su saco y su corbata se arrugaban en el suelo.

 Sebastian estaba  sentado en aquel viejo sillón al fondo del salón. Sus ojos fatigados me vieron con impresión mientras iba retirando las manos de su demacrado rostro iluminado por el resplandor del fuego que ardía junto a él.

 Lucia tan aturdido y a la vez tan cansado, derrotado, golpeado… la vida no le habia dado tregua y ahora el dolor acumulado le abría la piel para escapar.

 Sebastián rio dolorosamente. 

-          Ya he visto esto antes…

 Me miraba como si no estuviese ahí, como restándole importancia a mi presencia, como si yo solo fuese un espejismo.

-          No es la primera vez que desde este sillón te veo entrar… aunque ahora luces mayor…

-          Es porque ahora soy real.

 Su espalda se fue contra el respaldar, abandonado al peso de su cuerpo.

-          Una real pesadilla…

  Mientras di un par de pasos pude ver el rastro que las lágrimas habían dejado en su piel.

-          Te deje ir… te dije que te largaras, que jamás volvería a buscarte, que eras libre de mi y aun así haces esto. Supongo que viendo lo jodido que estoy aprovecharas para acabarme por completo… Aunque no tenias que preocuparte, puedo hacer eso por mí mismo…

 Sebastian movió el rostro hacia el comedor y en la mesa reconocí la marca de aquel cuchillo que hacia tantos años clavo junto a mí… eso y un arma con un silenciador adaptado al cañón. No pude evitar crisparme.

-          No vine a tal cosa…

-          ¿entonces a desahogarte? Supongo que aún no es suficiente para ti… ¿Quieres pasar el resto de la noche escupiendo el asco que me tienes? Creo que puedo concederte eso. – Su cuerpo temblaba, sus ojos se humedecían. – Puedo escucharlo, de todas formas estoy acostumbrado ¿sabes? me lo repetía a diario, cada instante… con los años fui dejando todo a un lado… pero debí saber que no se puede escapar de algo así.

-          Sebastian…

 Murmure su nombre y cerró los ojos con labios temblorosos como quien se prepara para ser decapitado.

-          …Sebastián solo quiero la verdad.

 Tomo aire y apretó los puños.

-          ¿Fuiste con él no es cierto? Reconocí el sonido de su auto…

-          Así es.

-          Debí apagar mi celular.

-          Te había encontrado igual.

-          ¿Lo crees? ¿Aun crees saber algo de mí?

-          Se que lo que creí saber no es cierto… y ahora quiero la verdad.

 Se llevó las manos a los ojos y respiro agitado, el nudo en mi estómago se apretaba con cada quejido que salía de su pecho tembloroso.

-          ¿Qué pretendes…?

-          Pagare por ella.

-          ¿Eso qué significa?

 Me miraba agotado.

-          Luego de que me lo digas, dejare que hagas tu voluntad. – mi voz tembló, aunque jamás habia dicho algo tan en serio. - cruzare esa puerta y no volveré nunca, me ahorcare de una viga… - quise llorar viendo la agonía en su rostro. – me pondré de rodillas sebastian, si así lo pides, y dejare que dispares esa arma dentro de mi boca… Lo que pase conmigo será tu decisión… solo te imploro que me digas que paso. De todas formas no poder vivir un día más sin saberlo. Me ha atormentado por años, necesito que se acabe ya… y tú también.

Hizo una pausa meditando sombríamente

-          ¿Viniste hasta aquí a morir a cambio de una historia de terror?

-          Solo quiero…

-           Quieres que termine la historia que escuchaste de parte de mi “padre” quieres el resto de las piezas… Vienes a escuchar la triste historia del pobre sebastian… pero él no sabe la verdad ciel, no es una historia triste, es una historia horrible… perversa… jure llevármela a la tumba, jure jamás decirle una palabra y cargar con ella hasta que muriese porque ni el ni nadie debía ser arrastrado por algo así… nadie merecía vivir con ello…

-          ¡¿Y porque yo sí?!  – grite conmocionado – fui testigo Sebastian… y lo arrastro desde entonces… ahora debes decirme el resto ¡No puedes negármelo!

-          …

 Volvió a apoyar su espalda contra el sofá y sonrió moribundo con ojos hinchados.

-           Ella estaría muy molesta ¿Sabes? Si supiera que fue descubierta… si supiese que yo dije algo… me habría mojado con agua helada y azotado hasta desprenderme la piel de los huesos… Le gustaba hacer eso. Usaba varas delgadas… era muy doloroso. Aun los siento, lo golpes.

-          …

Enmudecí con la mirada fija en él. No diría nada más… solo había venido a escuchar, a escuchar las sombrías memorias recluidas en su interior y luego de un par de minutos Sebastian comenzó un relato negro como el averno. Ahora no me miraba. Solo veía a través del tiempo, hasta que estuvo frente a su pasado, no, hasta que estuvo mucho más atrás… justo en el comienzo.

-          Ella era una princesa. Hermosa de pies a cabeza. Su rostro era perfecto, su cabello, su sonrisa. Fue siempre una joven rica, mis abuelos decidieron su vida desde que nació, los instrumentos que tocaría, las cosas que estudiaría, las melodías que danzaría e incluso el hombre con quien contraería matrimonio. Era la hija única de una familia con tanto dinero que podría haber caminado con una alfombra de billetes bajo sus pies toda su vida sin jamás tocar el suelo, lo tenía todo y creció sabiéndolo, creció segura de que todo el mundo le pertenecía y que todo lo que quisiera le debía ser concedido sin chistar, ya fuese por su dinero, su poder o su belleza lo que fuese que deseara debía sucumbir y volverse suyo. Era la actitud de una poderosa y ambiciosa mujer condenada al éxito y a la gloria; así la veía mi abuelo que desde que la sostuvo por primera vez se negó a tener más hijos, decreto que ella sería la dueña de su imperio, su aprendiz, su legado y mientras más ella crecía más orgulloso se sentía de la frialdad con la que su primogénita barajeaba al mundo y sacaba las mejores cartas para sí misma… calculaba cada paso y acertaba, muchos dirían que era codiciosa, cruel e insensible, pero para su padre nada de eso era un defecto, era un magnifico reflejo perfeccionado de si mismo. Pero lo que mi abuelo no tuvo en cuenta era lo fácil que una fuerza aplicada puede invertirse y volverse en tu contra y por eso cuando su adoración se plantó con amenazadores ojos verdes rechazando su matrimonio ya concertado, asegurando que se había enamorado de otro hombre, el infierno se desato. 

 

Él era una rata para mi abuelo… mi padre solo era un vulgar inversionista con un poco de dinero en su bolsillo, pero sin ningún nombre, sin importancia o reconocimiento en el elitista mundo del que ellos provenían. No había forma… Su hija no podía llevar el apellido de un hijo de perra como ese, un don nadie poco más afortunado que cualquier asalariado. El palacio de aquella majestuosa familia se convirtió en el ojo del huracán y rey y princesa se maldijeron una y mil veces desafiándose sin descanso… Entonces con 17 años, la que debió ser reina y señora del mundo, descendió de su pedestal llena de soberbia y orgullo, escupió sobre el hombre que la había engendrado y camino lejos de su vida de lujos, de la mano del joven cuyos ojos grises la habían obsesionado.

 

 Ella lo amaba intensamente y el la veía como a afrodita misma, bajada del olimpo solo para él, concediéndole su majestuosa belleza, regalándole el milagro de amanecer junto a ella y el amor no es amor si no va cargado de devoción… y este era un amor demasiado pesado como para soportarlo. Mi padre se acurrucaba en su juvenil pecho y seducido por sus caricias escuchaba las peticiones de mi madre como si fuesen las palabras más sagradas jamás pronunciadas. Mi madre lo amaba tan profundamente que había renunciado a su imperio por el… pero eso no significaba que no construiría otro. Iba a ser la mujer rica y poderosa para la cual había nacido, no lo obtendría de su padre, pero haría que su amado le diera el destino que merecía.

 

 Ella iba a convertir a su dulce amor en un hombre poderoso, lo iba a empujar hasta el éxito y entonces volvería para plantarse frente a su padre… Le restregaría en el rostro su gloria y le vería retorcerse de rabia por haberla despreciado, por negarle su fortuna, por haberle dicho que “estaba muerta para el” Ella iba a volverlo trizas… y mientras mi padre la veía con dulzura, ella sonreía tiernamente para el imaginando el sufrimiento de su padre… regocijándose al pensar en su anhelada venganza.

 

 Y así comenzó a estructurar sus planes… susurrando en los oídos de mi padre las cosas que debía hacer… “solo quiero tu bienestar” “hazlo por mi” “hazlo por ambos” La melodiosa voz de mi madre se armonizaba como un canto de sirena y el adormilado la escuchaba y obedecía ciegamente…

 

 Las horas de trabajo se multiplicaron y con ellas el dinero. Los meses fueron pasando y el éxito le sobrevino a aquel inversionista cualquiera que solo tenía un par de trajes y un origen humilde. Michaelis era un apellido que comenzaba a conocerse, comenzaba a resonar y su eco se extendía. Apuestas certeras, inversiones correctas… la fortuna parecía amarlo y sobre su hombro la frágil mano de mi madre reposaba dulcemente… Era un hombre con mucha suerte, aunque no todos lo percibían así… Mi abuela paterna la odiaba, la veia poner sus manos sobre su hijo y notaba los hilos que extendía sobre el para dominarlo, notaba como su dulce chico honesto se volvía más frio y codicioso. Ella lo estaba convirtiendo en la punta de su lanza, el ejecutor de sus planes avaros. Michelis la amaba, a su tierna madre, pero algo tan insignificante como el amor maternal no iba a entorpecer los planes que mi madre había orquestado para su futuro y el de ahora su esposo… Así que el veneno fue fluyendo y despacio pero potente se coló por las venas de mi padre y la princesa como de costumbre obtuvo lo que quería. Una hermosa casa, en una zona propia de familias acaudalas, lejos de estas paredes Ciel,  lejos de esta “pocilga” y de “esa maldita arpía” que era como ella le llamaba cuando mi padre no estaba para escucharla…

 

 Antes de que un año pasara otra mudanza se sobrevino, una casa aún más grande le fue otorgada a la princesa como recompensa por su amor y apoyo… Mi padre la besaba tiernamente y ponía las llaves en sus blancas manos, las interminables horas de trabajo, la fatiga y el dolor bien valían una caricia de mi madre y su aprobación era todo lo que el necesitaba para despertar cada mañana. Carros nuevos, vestidos caros, perfumes exquisitos… Mi madre estaba recuperando todo, todo poco a poco y sonreía frente al espejo satisfecha. Era imparable, nada salía de su control y ahora con 20 años estaba aún más convencida de que el mundo le pertenecía… pero algo se le escapo… porque si había algo que escapaba a su control y era el hecho de que por más calculadora que fuese, si estaba enamorada, y por eso cuando su amado le susurro la única petición que había hecho a lo largo de aquellos años, ella no pudo negarse.

 

 “Dame un hijo”

 

 El susurraba la petición contra su mejilla mientras la amaba con frenesí en esas madrugadas y ella que siempre supo cómo dominar la mente de su esposo, se iba quedando cada vez más sin escusas y recursos… No podía sacar la idea de su mente, se dio cuenta de que lo único que le quedaba era complacerlo…

 

 Mi madre estuvo pronto embaraza. Y mi padre dormía delirando de alegría sobre su vientre, escuchando como el fruto de su amor se manifestaba dentro de ella. Pero habia muchas cosas que él no notaba, cosas que no sabía, pues mientras él estaba a su alrededor ella sonreía ampliamente acariciando su estómago y besando dulcemente a su esposo, pero cuando el atravesaba el umbral de la puerta para irse al trabajo y la servidumbre de su nueva mansión no estaba cerca, la princesa se desnudaba frente al espejo y veía con asco como su cuerpo se deformaba. Era repulsiva la forma en que su vientre se inflaba cada vez más y temblaba de rabia a saber que no podía hacer nada para detenerlo y eso era algo a lo que no estaba acostumbrada.

 

 Las voces de su propio ego comenzaron a hablarle cada vez con más frecuencia.

 

 Los meses pasaron, mientras cada mañana se subía a la balanza y maldecía haber accedido a tal cosa y de rodillas frente al retrete vomitaba cada comida ardiendo de rabia. Veía a su esposo mientras dormía en silencio y se dio cuenta de que había comenzado a culparlo… lo amaba, pero odiaba lo que le había hecho.

 

 ¿Por qué? ¿Es que acaso no te basto? ¿Qué tiene este niño que yo no? Las voces seguían y seguían…

 

 Siete meses pasaron y finalmente la mala nutrición, de la que él no estaba al tanto, hicieron colapsar a su princesa a mitad de escaleras y mi padre vio con pánico como sus amores se desplomaban frente a él; condujo como un loco al hospital esa tarde, con su amada que gritaba de dolor y espanto mientras la sangre emanaba de entre sus piernas. El temía por la vida de ambos, ella por dentro solo guardaba maldiciones contra aquello que se revolvía en su interior luchando por no morir…

 

 “No sabemos cómo, pero ambos están a salvo. Si hubiese llegado unos minutos después, el niño habría muerto”

 

 Mi padre lloro de felicidad al escuchar las palabras del médico que había atendido el parto quirúrgico que salvo la vida de su hijo y su esposa y aunque el pequeño permaneció en una incubadora, estaba fuera de peligro. Al menos por ese tiempo lo estuve…

 

 Odiaba la forma en que su amado se iba de su lado cada vez que yo lloraba… odiaba como mis tonterías le robaban la atención de su marido… odiaba tener que sonreír mientras el miraba con ternura como me amamantaba…

 

 ¿Por qué? ¿Por qué le miras así? ¿Por qué no me ves a mí?... Te está robando tu lugar princesa… Las voces se pronunciaban implacablemente.

 

    Princesa se encerraba en su habitación y mientras la servidumbre comentaba lo dulce         que era al no querer separarse nunca de su hijo, ella se sentaba junto a la cuna y lo miraba con ojos fríos mientras cosas horribles desfilaban por su cabeza.

 

 Pero nada más eso tenía, porque ella no podía tocarme, al menos en ese tiempo… el amor de mi padre me mantenía a salvo de su creciente rencor. Pero nada es infranqueable, e incluso dentro de ese refugio, ella encontró espacio para su desahogo y mientras los años pasaban mi madre se volvía más exigente, mi padre se comprometía mas con los negocios y en su ausencia mi llanto era inaudible… Si cierro los ojos aun puedo sentir la sensación de cuando su mano apretaba mi boca y mi nariz quitándome el aire y no se detenía hasta que yo para de llorar o me desmayaba. Debía tener unos 4 años, y fue cuando aprendí la primera de sus lecciones… jamás debía ir en contra de mi madre. Lo que sea que le causara disgusto me llevaría a un castigo y estos cada vez eran más fuertes… cada vez me daban más miedo. Cuando mi padre estaba en casa sus ojos parecían llenarse de ternura, pero aun así sabía cuál era mi lugar…

 

 “Lo que sea que yo haga es un secreto… lo sabes ¿no? Mi amor” eso me susurraba por las noches cuando entraba para arroparme “No obligaras a mami a disciplinarte cierto?” y yo asentía en silencio y entendí que lo que yo debía hacer era callar, si era bueno entonces no habría castigo… yo solo era un niño queriendo agradar a su madre… En ese entonces no entendía que nunca habría forma de que ella me quisiera, eso solo era una fantasía infantil y las cosas que ella decía “cariñosamente” solo eran su torcida forma de convertir a su hijo en su mayor encubridor. Yo era el único que había visto la verdad, por eso debía silenciarme.

 

 Mi madre había encarcelado al niño. Y era casi perfecto… solo algo le estorbaba.

 

 Un fin de semana al mes mi padre me traía aquí. Junto con mi abuela.

Algo parecido a una sonrisa nostálgica se asomó en el rostro sombrío de Sebastian.

 

-          Ella era muy dulce. Me esperaba siempre en la puerta, recogía mi mochila y me hacía entrar. Recuerdo que podía un taburete justo ahí en medio de la cocina y me sentaba mientras ella horneaba un bizcocho del sabor que yo pidiera. En casa tenia cocineros de los mejores, pero nunca probé nada igual a lo que ella me hacía; recuerdo también que hurgaba en los libros de cocina y arrancaba la página de lo que me pareciera más apetitoso según la foto y la guardaba en el cajón de mis calcetines hasta que llegaba el día de venir a verla y le mostraba emocionado sabiendo que ella lo prepararía para mí. Eran mis mejores momentos… esos y aquellos en los que mi padre escapaba algun día del trabajo y a escondidas de mi madre se quedaba con nosotros. Mientras mi abuela leía sentada en este sillón, papa y yo nos recostábamos juntos en la alfombra, con una taza de chocolate a escuchar divertidos sintiendo el calor de la chimenea. Pero no duro mucho mas, pues a medida que yo crecía el adiestramiento de mi madre me calaba más profundo y un día mientras me interrogaba acerca de lo que había hecho con “esa anciana maldita” deliberadamente confesé que mi padre había estado con nosotros y que no habia sido la primera vez que le mentía. No puedo describir la rabia con la que tiro de mi cabello y me alzo con ojos llenos de veneno.

 

“¡¿COMO SE ATREVEN?! Tu y esa maldita arpía no me lo van a robar ¡ENTIENDELO!”

 

 Solo recuerdo el esfuerzo que debía hacer para no llorar ese dia… el pánico era sobrecogedor, pero si lloraba o decía algo solo lo empeoraría.

 

 Todo se desmorono y por primera vez en su vida miro a mi padre con desdén y enojo cuando hubo regresado a casa y le exigió una disculpa… le exigió que jamás volviese a verla, ni a llevarme con ella… Y ese fue quizás el único error que había cometido hasta entonces, pues en su rostro enfurecido mi padre no reconoció a su amada y entonces paso lo impensable… Él se negó. Por primera vez en su vida, mi padre le dijo no.

 

 Tanto fue el shock que ella se encerró en un cuarto sola y no salió en tres días.

 

 Mi padre tocaba a su puerta pero ella no respondía, nadie lograba hacerla salir. Finalmente lo hizo, pero ni siquiera quería verla a los ojos. El aura que emanaba, aun con su rostro dulce, era infame… Densa y llena de odio, yo podía sentirla… solo yo la conocía.

 

 Mi madre se dio cuenta de que estaba perdiendo los papeles y eso era algo que no podía permitirse… Entonces a escondidas comenzamos a salir algunas tardes rumbo a un consultorio. Yo debía tener 6 años y me sentaba en silencio a esperarla en el pasillo y ella entraba por un par de horas a hablar con un hombre que me miraba extrañamente cada vez que tenía la oportunidad. Era como si quisiera hablarme, pero yo tenía instrucciones claras…

 

 “Tu no debes abrir la boca, ¿Entiendes? Nadie debe saber que venimos aquí, y con nadie aquí debes hablar”

 

 Recuerdo que mi madre volvió a ser tan dulce como siempre con mi padre y su habilidad de disimular su frustración o enojo de nuevo se volvió impecable, las consultas de “mediano desahogo” le permitían aclarar sus ideas. Yo sabía que odiaba que yo fuese con mi abuela, pero no tenía forma de evitarlo, mi padre no dejo de llevarme y ella no se arriesgó a confrontarlo de nuevo.

 

 Pero al final el tiempo es lo que es, y cada cosa tiene su momento… cuando yo cumplí 9 mi abuela enfermo. Fueron los únicos instantes de mi vida en los que me permití llorar frente a otros sin consuelo y me aferraba a la manta que le cubría suplicando que no se fuera, pero el final era inminente y ella lo sabía, permaneció en su cama, iba a morir en su hogar y entonces hizo a mi padre una petición que él no esperaba.

 

 “Trae a tu mujer aquí, hay algo que debo decirle”

 

 Mi madre no podía negarse a aquello, así que fingiendo sentir la enfermedad de su suegra se presentó ante ella, dando a entender a mi padre que por fin ambas harían las paces.

 

 Recuerdo que mi abuela pidió a mi padre que las dejase solas y el obedeció. Yo fingía dormir junto a ella. Tenía los ojos cerrados y estaba volteado en dirección contraía a ambas, no pude ver sus rostros, pero las palabras de mi abuela las recuerdo claramente.

 

 “Te maldigo víbora… te maldigo desde hoy y para siempre… Ten la certeza de que aunque yo muera desde el más allá estaré viendo cómo te destruyes. Sé que no poder hacer más por proteger a quienes amo de ti, pero con este último aliento te maldigo, para que sufras el doble de lo que sufran ellos… para que sufras tu propia existencia como una condena, de aquí hasta el fin de los tiempos.”

 

 Lo siguiente que escuche fue la puerta abrirse y cerrarse, mi madre se habia ido sin decir una palabra y nunca supe el rostro que hizo, pero una cosa fue cierta, nunca jamás se atrevio a pisar nuevamente esta casa, ni siquiera cuando quiso perseguirme a mi o a mi padre, nunca jamás volvió si quiera a acercarse.

 

 “mi dulce niño no temas… aun cuando me vaya seguiré aquí… aquí siempre te protegeré”

 

 Este se convirtió en mi único lugar seguro. Esa maldición cargada de odio fue su mayor regalo para mí. Nadie podría entenderlo nunca supongo, pero para mí tenia muchísimo sentido, después de todo ¿Qué había hecho el amor por mí? Nada, finalmente el odio era el sentimiento que yo más conocía, era lógico que fuese quien me protegiese. El odio de mi abuela por mi madre construyo mi refugio. Y vaya que iba a necesitar uno, porque lo que estaba por ocurrir era el principio del fin.

 

 Yo no me había movido de mi sitio desde que había llegado, ahora que Sebastián hacia una pausa mis pies se movieron solos. sabía que el verdadero horror estaba por venir.

 Me acomode en el sillón frente al suyo con la alfombra entre nosotros y el crujir de la madrera en la chimenea como fondo.

 El me miro por un instante e hizo una mueca extraña, como respondiendo a mi rostro que aunque trataba de lucir sereno no podía evitar reflejar lo que en mi interior sentía. Yo no dije nada y el volvió a perderse.

-          ¿Recuerdas que al principio mi padre no tenía casi nada y como luego tan rápidamente consiguió tantas cosas? Nunca lo habría hecho sin mi madre, pues ella habia crecido viendo a mi abuelo multiplicar dinero con sus audaces negocios e inversiones y le fue fácil educar a mi padre para hacer lo mismo, pero hay una cosa que ella no tuvo en cuenta… Mi abuelo habia nacido en una familia multimillonaria, el dinero le habia servido de soporte siempre e incluso si su fortuna desaparecia seguirá teniendo todos los millones que habia heredado de sus padres y seria como si nada hubiese pasado, podía reponerse de cualquier perdida y resurgir una y otra vez… Pero mi padre no tenía eso y como si de un maleficio se tratase, su suerte se evaporo y las inversiones enormes y arriesgadas que le habían llenado de dinero en un periodo relativamente breve, ahora le estaban arruinando con el doble de velocidad. Para cuando yo cumplí once años la casa enorme, la servidumbre y la vida de lujo se fueron en picada… todo había desaparecido… incluyendo la sonrisa de mi padre, que luego de perder cada libra, dólar y euro que tenía, vender sus coches y perder su mansión y reputación, ahora se hundía en un cuartucho de la pequeña casa a la que nos habíamos tenido que mudar en un barrio cercano a este, quizás incluso más humilde.

 

Los abrazos y sonrisas murieron junto con el ánimo de mi padre que lloraba en el regazo de mi madre como un niño pequeño y ella solo podía mirar al vacío perpleja… todo lo que había construido se volvió añicos y ahora la punta de su lanza se había quebrado por completo. Mi padre comido por las deudas nos dejó sin nada y la depresión se colgó de su cuello como un yunque hasta hundirlo en lo más profundo. Pero ella lo amaba, lo amaba más de lo que podía comprender, más de lo que había imaginado y aunque deseaba odiarle por fracasar, aunque sabía que solo era un lastre y que por el estaba ahora acabada, no pudo dejarle… siguió cada día mirando al vacío mientras acariciaba el cabello de su desquebrajado gran amor… Sabía que el había sido su mayor error pero aun así no pudo dejar de amarle…

 

Lo poco que quedo de aquella fortuna permanecía en una cuenta, ahora era lo único que quedaba y la princesa guardo sus lujosas prendas con mucho cuidado en aquellos asquerosos y viejos armarios, pues bien sabía que nunca volvería a comprar ropa cara, ni perfumes exquisitos, ni joyas valiosas… sus sueños de grandeza agonizaban ahora junto con su marido.

 

 Yo prácticamente no existía para ellos, iba y venía de mi prestigioso colegio y caminaba la enorme distancia, tomando autobuses, contando cada moneda y pasando una vez a la semana por el mercadillo para hacer el mercado. A esas alturas era yo el único que parecía estar vivo. Y así siguió todo hasta que una mañana los gritos de mi madre me despertaron de golpe.

 

 Mi padre se había ahorcado.

 

 Ella estaba de rodillas en el suelo, abrazando sus pies suspendidos. Yo desde la puerta veía su rostro morado, sus ojos brotados y la lengua hinchada que se salía de su boca. Tenía 12 años entonces.

 

 Recuerdo en su entierro estar de pie frente a la tumba, rígido y petrificado… pero no por su muerte. Varios pasos tras de mí, los implacables ojos de mi madre se clavaban en mi nuca. Ahora estaba solo y toda su atención sobre mí.

 

 Ahora, estaba completamente a la merced de mi madre… Y era aterrador. Solo era un niño… nada más que un chiquillo… pero para mí la edad de la inocencia simplemente no existió y me estremecía con piernas temblorosas mientras la tierra cubría su ataúd porque de algun modo supe que mi destino era sufrir, mi destino era pagarle a mi madre por haber destruido su vida... Me lo habia dicho ella misma, antes de que las autoridades a las que había alertado llegaran a casa. Mientras mi padre colgaba muerto del techo tras nosotros ella sostuvo mi rostro y me miro con la cara cubierta en llanto, dolor y desprecio…

 

 “Siempre fuiste un gasto innecesario Sebastian ¿lo sabes no? Por darte más y más cosas tu padre se endeudo… Quise evitarlo pero el siguió pidiéndome un hijo… - Ella lloraba amargamente con una mirada enfermiza y delirante mientras apretaba con más fuerza mi cara. – dame un hijo, dame hijo, dame un hijo, él lo repetía y no pude salvarlo Sebastian, no pude salvarlo de ti… Tú pusiste esa soga en su cuello… Desde el día en que naciste lo supe, tu viniste a este mundo a causar dolor; Me lo causaste entonces y aun no te detienes…”

 

 Yo solo temblaba viendo el odio y el desquiciamiento en su rosto…

 

 “lo siento, lo siento, lo siento”

 

 Lo repetí hasta que me dolieron los labios… pero claro que no era suficiente.

 

 “Debes pagar ¿Entiendes? Por arruinarnos… por arruinarme… debes pagar”

 

 “entiendo… entiendo…”

 

 Y lo dije convencido porque ella tenía razón. Para mi ella siempre tenía razón, su palabra era ley… Si ella decía que yo debía pagar, pues eso era lo que debía hacer…

 

 Silenciosamente acepte mi realidad.

 

 Me acongoje entre respiraciones entre cortadas… ¿Qué es lo que habían hecho contigo?

 Su rostro pálido ni era ni por asomo el templo de serenidad que siempre habia sido. Una maraña de horribles sensaciones acalambraba su expresión como lo haría el vivido dolor que se antepone a la muerte.

 La inquietud sobe mis hombros me aplastaba…

-          ¿Qué fue lo que te hizo Sebastian…?

 Con ojos cerrados evoco su pasado trayéndolo ante mí con cada dolorosa palabra. Las lágrimas aperladas cayeron desmesuradas…

 Una pausa de minutos comprimió el aire que respirábamos con cada vez más dificultad.

 Sus labios temblaban.

-          Cuando dormía te descubrí un par de veces pasando los dedos sobre ellas… las largas cicatrices en mi espalda. Supongo que siempre te preguntaste que eran y por quien estaban ahí…

 Apreté la mandíbula dolorosamente. Todo el horror del mundo se concentró en mis ojos abiertos de espanto…

-          Durante varios meses viví en mi carne la magnitud de su pena y amargura. Ella pasaba horas en el suelo de esa habitación, lugar donde su amor se había segado a si mismo… lloraba desconsolada y gritaba enfurecida maldiciendo su partida. Cuando la voz se le quebraba y el odio la sobrepasaba, se levantaba lista para arremeter contra el culpable. Largas varas delgadas, cables… cualquier cosa era útil, cualquier cosa servía, lo importante era reventar la carne de mi espalda hasta que sus brazos cansados se rendían.  Solo así, agotada, era que podía conciliar el sueño. Yo era el conducto por donde drenaba su odio.

 Se detuvo ahogado unos instantes.

-          Recuerdo que pensaba que era el infierno en la tierra, que dolía demasiado, que era insoportable… y recuerdo lo mucho que extrañe todo aquello… hubiese dado cualquier cosa por que las cosas continuara así. Pero no, no tuve esa suerte.

-          Un par de días luego de mi cumpleaños número 13, mi madre arremetió como nunca en mi contra. Sentía que iba a morir con cada golpe que acertaba mientras me revolvía en el charco de mi propia sangre, que la cubría incluso a ella, salpicándola con cada azote. Ella lo odiaba, cuando yo gritaba y lloraba, pero ese día el dolor era tal que no pude morder mi lengua, arrojaba los berridos angustiantes propios de un animal siendo asesinado.

 

Hubiese podido seguir hasta matarme, pero la fatiga la hizo desplomarse y jadeaba cansada contemplando su obra. Si la suerte se hubiese puedo a mi favor la habría dejado continuar un poco más y mi muerte pondría fin a todo. Pero no, en vez de eso la mire moribundo, con ojos suplicantes de piedad, anhelando ayuda pues en mi delirio parecí olvidar el monstruo que ella era y por ese instante solo fui un niño buscando consuelo en su madre… Me arrastre sobre mi estómago, deslizándome por el ensangrentado suelo y apoye mi cabeza en su regazo.

 

 Llore de dolor impensable y aunque era inconcebible que mi madre me dejase acercarme a ella, esa vez lo hizo y tan desmoronado y aturdido yo estaba que no me di cuenta que aquello no era ni por asomo algo bueno.

 

 Solo dios sabes el tiempo que transcurrió en aquella escena, pero en dado punto nuestros ojos se encontraron y la piel se me erizo porque no entendía que pasaba. Mi madre no me miraba como siempre. Me veía con un rostro salpicado de locura, pero no estaba, el odio con el que me veía siempre, parecía haberse despejado.

 

 ¿Por qué? Pregunte para mis adentros mil veces, ella continuaba viéndome con la misma expresión que no reconocí y mientras acariciaba mi cabello llegue a pensar que quizás había muerto y esta era alguna fracción de mi paso hacia el mas allá. Pero la realidad era mucho menos poética. Entonces lo entendí.

 

 Mi madre no me estaba viendo a mí.

 

 Sebastian abrió los ojos y los clavo al fondo, sobre una pequeña repisa que no creo que haber notado nunca. Yo seguí su mirada y presa de la confusión le mire de nuevo sin entender… Era una fotografía ¿Suya?

-          ¿Alguna vez te fijaste en esa foto?

 ¿Suya? Pregunte en mi cabeza de nuevo.

 Parecía algo vieja… Detalle los ojos grises, el cabello negro, la piel pálida, la mandíbula prominente. Salvo algunos rasgos prácticamente imperceptibles, el hombre en la fotografía era el mismo que estaba sentado frente a mí.

Casi el mismo… porque comprendí lleno de angustia que no lo era.

-          Yo siempre fui idéntico a él.

 Era la foto de su padre y sebastian fácilmente pudo haber sido su gemelo.

-          No es cierto…

 Murmure aterrado con los sollozos subiendo desde el pecho por mi garganta…

-          Esa tarde madre sostuvo mi rostro entre sus manos. Se había percatado de algo que el odio no la había dejado ver antes. Lo que quedaba de mi padre en este mundo vivía en mí y por poco que fuese, aunque solo se tratase de apariencia y la semejanza de nuestros rostros, debía ser suficiente… suficiente para mitigar el dolor que su ausencia le causaba… ella debía conformarse… conmigo. Había encontrado un reemplazo, un sustituto.

 Las náuseas me revolvieron las entrañas, desplomando hasta mi presión sanguínea.

 Enterró su mirada quemándome el rostro.

-          El primer beso que recuerdo recibir de mi madre, me lo dio en la boca ese día, mientras deslizaba su lengua contra la mía y susurraba el nombre de mi padre.

 

 Sebastian michelis y Ciel phanthomhive solo guardaron silencio, concentrados en mantener sus destrozados corazones latiendo… al unísono, igualmente desquebrajados.  


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).