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Lo que oculta un ángel por Fullbuster

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Notas del capitulo:

Historia con derechos de autor.

Actualizaciones: los lunes.

Portada editada por Heisabeth

Prólogo.

 

¿Cuántas veces hemos asistido a una fiesta buscando una noche de lujuria desenfrenada? Aquel día la encontré, pero jamás imaginé el desenlace que podría tener una única noche de pasión, nunca esperé encontrar a esa persona por la que daría todo, más cuando empezó siendo un simple desconocido. Nunca esperé que mi vida se convirtiera en un infierno en vida, en dudas, sospechas… ¿Conocemos realmente a las personas con las que convivimos? ¿Y a las personas que llegamos a amar? Ésta es mi historia, relatada hoy, día cinco, del cálido mes de septiembre. Acompañadme para descubrir el gran enigma de lo que un ángel es capaz de ocultar… puede que no tenga otra oportunidad de contar mi historia.

 

Capítulo 1: Noche desenfrenada.

Era una noche cerrada, la luna apenas aparecía un par de segundos cuando las corrientes de aire movían las densas nubes en aquella oscuridad. Las hogueras que algunos chicos habían encendido en la playa eran las únicas luces que se veían pero, a pesar de ello, me había alejado de todo el bullicio. Había ido a la fiesta por una única razón, quería pasar un buen rato, quería encontrar a una persona con la que disfrutar sin tener que dar explicaciones y lo encontré.

Era un chico rubio de inocente sonrisa, el cual estaba sentado en la soledad de la inmensa playa mientras observaba el romper de las olas en la escollera. Me senté a su lado y apenas cruzamos algunas frases sin sentido sobre el tiempo que hacía. Ambos sonreímos por la conversación tan absurda que acabábamos de tener, lo que me obligó a mirarle en el preciso momento en que la luna hacía una de sus apariciones. La tonalidad azulada de la luz lunar hizo que me diese cuenta de la intensidad de la mirada de aquel chico de preciosos ojos azules como el agua más limpia que jamás hubiera podido ver aquí en Miami.

Ni siquiera recuerdo cómo acabé entre aquella vegetación besando con pasión a ese chico solitario. Su espalda se golpeó contra una de las palmeras y le retuve entre ella y mi cuerpo sin soltar sus labios ni un segundo, tampoco él parecía querer soltarme ya que sus manos rodearon mi cuello con sutileza evitando que me alejase de él.

Siempre me había considerado un poco tímido para algunas cosas… supongo que el alcohol me ayudaba a desinhibirme de todas esas preocupaciones, porque en lo único que podía pensar era en disfrutar del momento que tenía frente a mí. Aquel chico olía a un perfume poco común, lo supe en cuanto metí la nariz en su cuello para besarle, me embriagué con él. Era una mezcla de jazmín con algún componente que no terminé de captar, tenía un olor excitante, e incluso me atrevería a decir que afrodisíaco, conseguía enervar mis sentidos y me obligaba a permanecer allí.

Succioné con algo de fuerza su cuello, quería dejarle la marca de que aquella noche había sido mío, pero escucharle gemir por primera vez a pesar de que intentaba silenciar el sonido debido a la vergüenza, me hizo excitarme aún más. Conduje mis manos hacia su cintura para apresarle y atraer su cuerpo hacia el mío.

Su piel era suave, demasiado, y sus manos muy delicadas. Intuí que no trabajaba en nada que requiriese un esfuerzo físico muy intenso. Las mías por contra, siempre tenían algún callo por el ejercicio físico pero las suyas eran increíblemente suaves, eso me gustaba y sobre todo cuando me provocaba leves escalofríos al rozar mi nuca con sus yemas o cuando se deleitaban con el lóbulo de mi oreja.

- Ah – escuché que se quejaba aquel chico de mirada inocente.

Me detuve un segundo mirándole para ver cómo se había raspado en la cintura con la corteza de la palmera. Bajé mis manos para levantarle levemente la camiseta y ver la herida. Me disculpé mientras buscaba con la mirada un sitio mejor y menos peligroso para seguir con lo nuestro.

- Tengo el coche en la parte de atrás del parking – me comentó con una dulce sonrisa.

Me quedé unos segundos paralizado, observando con anhelo aquellos ojos del color del zafiro iluminados por la tenue luz de la luna.

Nunca me había encontrado con un chico como aquél, tan atrayente, seductor, melancólico. Tenía algo que me atraía y no me permitía separarme, tenía algo en su mirada, en sus ojos, en sus labios.

Al ver mi escasa reacción, tomó mi mano guiándome hacia la parte trasera del parking escondida entre más vegetación, entre frondosos árboles que ocultaban a los amantes de la noche de los posibles cotillas. El joven me indicó cuál era su coche, un viejo y destartalado Austin Victoria que tenía una tabla de surf atada al techo.

- ¿Surfeas? – le pregunté sonriéndole.

- Cuando hay buenas olas – me dijo sonriendo mientras empezaba a quitarme la camiseta.

Desde luego aquel chico sabía lo que quería y pese a mi esfuerzo por conocer algo de él, no había forma para que me contase algo suyo. Tampoco fue algo a lo que le diera gran importancia, muchos veníamos aquí buscando un poco de sexo sin compromiso, sin preguntas, donde tu pasado y tu presente se quedase en lo más recóndito de tu ser, dando igual quién fueras o lo que fueras en la vida real, aquí sólo éramos dos personas disfrutando del momento y este joven lo tenía muy claro.

Su lengua se apresuró a lamer con delicadeza mi labio inferior como si me pidiera permiso para que abriera mi boca, como si de una forma educada intentase decirme sus intenciones de jugar con mi lengua, como si intentase provocarme y dejase la vergüenza atrás. Éste era nuestro momento.

Más decidido que antes, bajé mis manos desde su cintura, acariciando cada centímetro de su piel, hasta llegar a su trasero. Lo cogí con fuerza sacando un leve jadeo de sorpresa y excitación por su parte, y lo impulsé hacia arriba para sentarle encima del capó de su coche mientras colaba mi lengua en su húmeda cavidad buscando aquella juguetona lengua.

Vi cómo el chico cerraba los ojos dejándose llevar por mi entusiasmo y mi excitación, dejando que aplastase su cuerpo con el mío contra aquel frío metal del vehículo mientras absorbía cada gemido y jadeo que trataba de lanzar al aire.

Aquel joven acabó colocando sus manos entre nuestros cuerpos tratando de llegar a la hebilla de mi cinturón. Escuché el ruido metálico al empezar a soltarse debido a sus ágiles dedos que recorrían toda la correa de cuero desabrochándola con rapidez y desesperación sin poder dejar de besarme.

No pude haber encontrado a un chico mejor para esta noche, su físico era perfecto, sus ganas por tener sexo parecían insaciables y sus rápidos y frenéticos movimientos me dejaban intuir lo hiperactivo que podía llegar a ser, lo necesitado que estaba por esta noche de desenfreno.

Separó sus labios de los míos y tomando algo de aire mientras me sonreía y se escurría hacia abajo, entre el capó del vehículo y mi cuerpo, para bajar los pies al suelo. Me quedé estático viendo cómo me pedía que siguiera con las manos apoyadas en el capó mientras él bajaba mis pantalones y me tocaba con suavidad por encima de la ropa interior.

Aguanté el primer gemido, no pensaba darle el gusto de escucharme tan rápido cuando él había estado todo este tiempo tratando de silenciarse. Me moví intentando agacharme para obligarle a subir de nuevo, pero él cogió mis muñecas y colocó nuevamente mis manos en el capó.

- Pórtate bien y no me hagas enfadar – me dijo sonriendo e hizo que sonriera al instante yo también

- De acuerdo, tú mandas.

El joven soltó mis muñecas colocando una mano en mi trasero y la otra bajando levemente la ropa interior hasta dejar libre mi miembro. Lo miró unos segundos haciendo que me ruborizase y ni siquiera tuvo reparos en tomarlo en su mano y masajearlo con suavidad. Sus dedos se deslizaron por toda la longitud con una delicadeza y lentitud tortuosa, a ese chico le gustaba jugar conmigo y su sonrisa lo demostraba. Agaché mi mirada y observé aquellos largos y bronceados dedos moverse con absoluta calma haciendo que me volviese loco, consiguiendo que mi excitación y mi frenesí fuera en aumento. Un movimiento rápido sacaba un gemido de mi garganta antes de volver a silenciarlo con tres o cuatro movimientos lentos. Variaba el ritmo de tal forma que mi cuerpo temblaba de la emoción y del placer retenido.

Dejé escapar un suspiro cuando sentí su lengua jugar con mi extremidad, saboreando desde la punta hasta su finalización. Mientras tanto, mi mente sólo deseaba sentir su boca, pero él parecía negarse ya que la paseaba a su antojo y a su ritmo. Me estremecí cuando finalmente accedió a introducírselo mientras sus labios presionaban los extremos de mi miembro dándome placer. Cerré los ojos y apreté los dientes tratando de contener mi excitación. Tras la excitante tortura de aquel chico, por fin obtenía mi merecida recompensa.

Apreté los puños con fuerza al sentir cómo jugaba con su lengua, cómo succionaba mi miembro y cómo variaba la velocidad buscando darle el mayor placer posible. Tuve que frenarle antes de que se me ocurriera terminar allí mismo y es que no quería acabar así, quería llegar hasta el final con él.

Le volví a sentar en el capó del coche, no sin antes deshacerle de sus pantalones y su ropa interior. Intenté darle el mismo placer que él me había ofrecido a mí, succionando su miembro, pero no esperé jamás que también en eso tomase la iniciativa, agarrando mi cabello oscuro y moviéndome la cabeza para incrementar la velocidad indicándome cómo le gustaba a él.

- ¿Tienes un preservativo? – me preguntó el chico sonriendo.

- En el bolsillo de atrás del pantalón – le respondí y sonrió aún más.

- Vale, el mío está más cerca, está en mi cartera, en el bolsillo del pantalón.

Miré al suelo buscando su pantalón, saqué la cartera y de dentro de ella encontré el preservativo, aunque por un segundo, mis ojos se desviaron a la documentación del chico, Tyler Davis. Sonreí al ver la sonrisa que tenía en su documentación pero al ver cómo el joven se impacientaba, dejé las cosas en su sitio y volví a mi tarea.

Observé a Tyler humedecerse los dedos, introduciéndoselos con posterioridad sin pudor alguno frente a mí, lubricándose él mismo y, en cuanto acabé de ponerme el preservativo, yo mismo le ayudé. Siempre había sido muy cuidadoso con mis compañeros de juegos y es que lo que más me gustaba era escuchar los gemidos y los jadeos que podía ofrecerles, ese placer que andaban buscando cuando decidían acostarse conmigo.

Mientras yo introducía mis dedos en él, Tyler masajeaba su miembro dándose placer él mismo hasta que finalmente, al percatarme que estaba listo, entré en él con cuidado escuchando al principio un leve sonido de dolor y esas gesticulaciones con su rostro que me indicaban que no era precisamente placentero. El dolor pasaría pronto pero yo no me detuve, entré muy despacio en él hasta que conseguí estar completamente dentro, fue entonces cuando me moví con mucha lentitud hacia atrás tratando de dilatarle todo lo que pude para ofrecerle placer cuanto antes.

Tomé sus piernas colocándolas por encima de mis hombros dejando su espalda reposando sobre el capó del vehículo y me moví dentro y fuera de él, cada vez un poco más deprisa. Tyler ya estaba gritando de placer cuando yo sentí algo entre la maleza y aunque me detuve un segundo preocupado, supuse que sería alguna otra pareja o posiblemente algún mirón que anduviese por los alrededores, por esta zona solía haber alguno que aprovechaba la velada oscuridad y la excitación de las parejas para complacerse a ellos mismos.

Volví a mi principal deseo, hacer disfrutar a aquel chico y que no le fuera tan fácil olvidarse de mí, me encantaba ser el amante perfecto o al menos… me gustaba creer que ellos podían llegar a pensar de esa forma. Eyaculé dentro de él aunque llevaba el preservativo puesto, aún así, preferí permanecer un rato más dentro de él mientras mis manos acariciaban su miembro hasta que conseguí que él también llegase. Sabía de antemano que poca gente se preocupaba por su pareja, al menos en noches como ésta donde sólo buscabas autocomplacerte, pero a mí jamás me gustaba dejar las cosas a medias. Tyler, con amabilidad y la respiración entrecortada, me lo agradeció y acabamos los dos acostados bajo una de las palmeras tras unos arbustos fuera de la vista del parking. Estaba tan cansado que, en cuanto Tyler recostó su cabeza sobre mi pecho, caí rendido.

Era una cálida noche en la que soplaba una leve brisa que conseguía adormecer a cualquiera, se estaba demasiado a gusto y tras el cansancio de una buena noche de sexo, cualquier lugar me parecía idóneo para descansar un poco antes de volver a casa.

Algo vibró cerca de mi oído, ese molesto y constante ruido no dejaba de molestarme y no me quedó más remedio que abrir los ojos con pesadez y cansancio comprobando que el chico con el que estuve durante la noche ya se había marchado recogiendo sus cosas. Miré los alrededores del suelo hasta que encontré mis pantalones y dentro del bolsillo… mi móvil sonando con insistencia. Asi que contesté pese a mi voz aún somnolienta.

- Detective Adam Perks – contesté mientras miraba mi reloj.

Aún no era la hora de entrar a trabajar, tan sólo eran las seis de la mañana y mis ojos se cerraban solos, pero... Miami nunca dormía y menos para mí. Siempre había casos pendientes de cerrar o nuevos casos que nos entraban, en Miami mi trabajo jamás faltaba, no había ni un día tranquilo.

- Detective… Debería venir a ver esto – me comentó uno de mis compañeros al otro lado del teléfono - Estamos en South Beach.

Me sorprendí al escuchar aquello. Miré hacia atrás entre las palmeras y miré la blanca arena de South Beach, todo el mundo sabía que para encontrar diversión… esta playa por la noche se convertía en el mejor lugar de la ciudad. Sonreí sin poder evitarlo. ¿Quién habría pensado que un respetado detective estaría tan cerca del escenario de un crimen? Seguramente nadie, y menos sabiendo las fiestas que se montaban en esta playa.

Me vestí y traté de estar respetable, aunque no iba con mi uniforme. Compré un café en uno de los puestos ambulantes de la playa y caminé hacia la misma, donde empezaba a amanecer. Si no hubiese estado allí por un crimen, me habría encantado relajarme viendo aquel cielo anaranjado tan apacible.

- ¿Qué tenemos? – les pregunté a mis compañeros.

- Varón joven, entre unos veinte y treinta años aproximadamente. De Complexión atlética y seguramente un surfista ya que suelen venir bastante por la zona. El forense ha confirmado que lo asesinaron en tierra y luego lanzaron su cadáver al agua. Unos chicos que venían a hacer surf lo encontraron esta mañana.

- ¿Les habéis interrogado?

- Sí, te dejaré su declaración en la oficina para que le eches un vistazo. Son aquellos chicos de allí – me comentó señalándome a unos chicos que miraban desde la lejanía.

De chicos tenían bastante poco, pero mi compañero solía tener términos de ese estilo, me había acostumbrado a escucharlos e incluso a veces, hasta a mí se me escapaba alguno. Demasiados años con él pasaban factura. Miré a la lejanía y le comenté a mi compañero que volvía enseguida, quería hablar con aquellos chicos. Mientras yo caminaba por la densa arena, mis compañeros terminaban de proceder con el cadáver para su traslado al laboratorio del forense. En unas horas, cuando acabase de examinarlo, nos informaría.

Cuando ya estuve lo bastante cerca, pude discernir las tablas de surf que tenían a su lado, era de esperar ya que poca gente madrugaba tanto para venir a la playa como los surfistas.

- Buenos días, chicos. ¿Sois vosotros los que habéis encontrado el cuerpo? – pregunté.

- Sí – comentó – estaba debajo del muelle, pensamos que alguna ola había arrastrado a algún surfista y se había golpeado, así que fuimos a ayudarle, pero no encontramos su tabla. Lo sacamos a la orilla y tratamos de reanimarle.

- ¿Lo conocíais?

- Yo no – dijo uno de los dos chicos – pero aquel chico de allí creo que sí.

Me señaló a un chico rubio que estaba sentado frente a la inmensidad de agua mientras miraba las olas. Era el chico con el que acababa de tener relaciones. Su tabla de surf estaba a su lado y su mirada parecía perdida y desorientada.

- ¿Le conocéis?

- Es Tyler Davis – me comentó el otro chico – creo que hace un tiempo mantuvo algún tipo de relación sentimental con el chico que hemos encontrado.

- Sí, pero lo dejaron hace un mes más o menos – volvió a comentar el primer chico.

- ¿Sabéis por qué lo dejaron? – pregunté.

- Lo dejó él – comentó mirando hacia donde mis compañeros levantaban el cadáver – era Bryan Colleti. Su padre es un empresario italiano bastante conocido en la zona, lleva algo de la industria textil.

- ¿No os comentó por qué lo dejaron?

- No, pero estuvo bastante extraño después de aquella ruptura, ni siquiera se acercaba a él aunque habían sido grandes amigos. No pensé que fueran a romper como lo hicieron – me explicó de nuevo el primer chico.

- Se le veía quizá un poco… asustado. Supusimos que eran temas de pareja, quizá le propuso vivir juntos y Tyler no es de esos que se comprometen, ¿sabe?

- Ya, me hago una idea. Muchas gracias por vuestra ayuda, mi compañero volverá luego a tomaros declaración.

Volví hacia mi compañero que venía informándome sobre el cadáver pero yo estaba más atento a aquel chico rubio con el que había pasado la noche que en lo que me estaban contando.

- ¿Puedes ocuparte del testimonio de aquel chico? – le dije

- ¿No puedes hacerlo tú?

- Preferiría que no – le comenté sonriendo – Presuntamente tuvo una relación con la víctima. Quizá podría tener algún motivo, no sé.

- Presuntamente… no creo que la victima haya sido el único que tenía algo con ese chico – comentó mi compañero sonriendo mientras me miraba de arriba abajo.

- No tengo un buen día... así que no empieces con tus suposiciones.

- Me pareció extraño que hubieses llegado tan rápido a la escena de un crimen. Ve a casa, dúchate y te veo en la oficina, no te doy más de media hora. Yo le tomaré testimonio a ese chico.

- Vale, gracias.

Mi casa estaba al otro lado del puente, en Edgewater, aproximadamente a unos quince minutos de South Beach. Me gustaba ir a esa playa porque siempre había fiestas del tipo que buscaba, y además estaba tan cerca de mi apartamento que era todo un lujo, aunque a pesar de las ventajas nunca llevaba a mis ligues a casa, era mejor que se quedase en un momento de pasión y lujuria en plena playa.

Nunca había sido una persona dispuesta a gastarme dinero en un hogar, prefería alquilarlo y, cuando me mudé de mi ciudad natal, en el condado de Minnesota, para ir a Miami por temas de trabajo, decidí que éste era un buen barrio, sobre todo por la cercanía a la comisaría, que está en la 400 de NW 2nd Ave. Miami, prácticamente a diez minutos de mi casa en coche.

Extrañamente, cuando llegué, había aparcamientos libres casi en la puerta de mi apartamento, así que lo aparqué y cogí el ascensor para subir a mi piso. Tras varios minutos, llegué a mi planta, la décima, y aunque no era el edificio más alto de la zona, las vistas eran impresionantes.

Abrí la puerta accediendo al amplio salón y miré la cristalera unos segundos observando cómo el sol despuntaba, observando la costa y el movimiento que empezaba a concurrir en la blanca arena. Sonreí y me marché hacia la habitación. Era el apartamento perfecto, por la gran cristalera de mi dormitorio se veía la playa y por la pequeña ventana del lateral, un pequeño parque. Siempre me había gustado la zona verde, en Minnesota era lo más habitual, ver ese color como los pastos, ese color vivo que dejaban las largas lluvias de los nublosos días.

Cogí una de las toallas metiéndome en el baño y me duché lo más rápido que pude. El agua siempre me había gustado mucho, me relajaba, los fines de semana si disponía de tiempo me gustaba quedarme dentro del agua no menos de una hora, dejando que me empapase bien, pensando en mis cosas, era agradable, pero hoy tenía prisa, debía volver al trabajo junto a mi compañero.

Salí con la toalla anudada a mi cintura y busqué el uniforme en el armario. Como siempre, estaba allí en perfecta revista, ni una arruga, ni una mínima mancha, perfecto como debía de estar. Me arreglé y salí de casa conduciendo en dirección a la oficina.

Mis compañeros me saludaron al entrar y la secretaria como siempre me guiñó el ojo, supongo que lo hacía desde que llegué a esta comisaría. No había hecho más que sentarme en el escritorio, cuando mi compañero apareció por allí, sentándose en la mesa mirándome atentamente.

- ¿Mejor después de la ducha? – preguntó con cierto toque de humor.

- Sí. Cuéntame. ¿Qué ha dicho ese chico?

- Poca cosa. Fue a surfear por la mañana temprano y fue el primero en ver el cuerpo. Nadó hasta él creyendo que se había golpeado contra algún poste del muelle y lo sacó a la arena. Se le notaba un poco afligido. Le pregunté qué relación tenían y me contó que eran amigos.

- ¿No te dijo nada de su relación?

- Le pregunté por ella y comentó que había finalizado hacía unas semanas. Se sorprendió cuando le vio en el agua muerto, no le había vuelto a ver desde que rompieron... o eso me contó.

- ¿Cuántos van ya?

- Tres desaparecidos y un fallecido, todos jóvenes de entre los veinte y los treinta. ¿Sabes lo más gracioso? El chico estaba en el archivo de desaparecidos, sus padres habían denunciado la desaparición hace dos semanas ya que no recibían noticias de él.

- El responsable está cambiando su patrón.

- Eso parece. Hay que encontrarlo antes de que empiecen a aparecer el resto de desaparecidos – le comenté.

- ¿Sabes que es lo más curioso? Todos surfeaban, estaban en el mismo grupo de amigos…

En aquel momento pensé en el chico rubio con el que me había acostado esa misma noche, recordé la tabla de surf en su coche, el momento en la playa en que estaba reposando a su lado mientras miraba las olas, en que conocía a esa persona. Quizá él podría ser el siguiente en desaparecer, eso me preocupó.

- ¿Estás seguro de eso? ¿Todos surfistas? ¿Hay alguna relación más entre ellos?

Mi compañero alzó los hombros en señal de dudas, se levantó de la mesa cogiendo un donut de la caja de al lado y se marchó a su mesa. Yo me quedé allí sentado y saqué los documentos. Era todo tan extraño… desde hace un mes que iban llegando casos de desaparecidos, y ahora un fallecido. Era inusual. Y por si fuera poco, resulta que todos los desaparecidos estaban relacionados de alguna manera con esa playa.

- Agente Perks. A mi oficina – escuché al jefe.

Cerré la carpeta que contenía el archivo, lo dejé encima de mi mesa y fui hacia su oficina junto a mi compañero, a quien también acababa de llamar. Tan pronto estuvimos dentro, el jefe nos ofreció asiento mientras cerraba todas las persianas de la oficina y, mientras tanto, mis ojos se fijaron en el archivo que había delante de mí.

- Tengo algo especial para ustedes – comentó.

- ¿El caso de la playa? – pregunté al abrir el archivo y reconocer el cuerpo.

- Hay sospechosos y creemos que esos surfistas esconden algo. Uno de vosotros se infiltrará en su grupo y les investigará, aunque hay uno en concreto que me preocupa bastante.

El jefe lanzó otro archivo y, aunque mi compañero movió la mano para cogerlo, fui yo quien al final abrí la carpeta encontrándome con el rostro del chico rubio con el que había tenido mi excitante noche.

- Tyler Davis – susurré y el jefe me miró extrañado.

- ¿Lo conoces?

- No mucho, digamos que he coincidido con él.

- ¿Sabe que eres policía?

- No, no hablamos sobre trabajos – le comenté.

- Podrías ser nuestro agente secreto entonces. Tienes ya un contacto con el objetivo.

- Señor… este chico… bueno…–  me quedé pensando unos segundos – no creo que sea capaz de algo así.

- Agente Perks… eso lo dirá la investigación, como usted ha mencionado, apenas le conoce y se le puede situar en el escenario del crimen, además… llegó a Miami hace un mes, justo cuando empezaron las desapariciones, y por no decir que mantenía una relación con el difunto. Investíguele. A partir de este momento estará de incógnito.

- Sí, señor.

Salí del despacho con carpeta en mano y con un semblante algo descompuesto. ¿Podía ser ese chico responsable de tales crímenes? Por lo que había visto la noche anterior, no me cabía en la cabeza, intentaba imaginármelo pero no me era posible, sin embargo… otra parte de mí decía todo lo contrario, dándole la razón a mi superior, no le conocía, sólo había sido sexo, ni más ni menos.

Mi compañero me miró extrañado, él sabía o podía imaginarse lo que viví la noche de antes con ese chico que ahora era un posible sospechoso de asesinato. Me senté en mi mesa seguido por mi compañero que cogía la silla de al lado sentándose a mi lado observando cómo miraba con atención el informe. La verdad es que todo era un poco sospechoso, los desaparecidos coincidían con la llegada de ese chico.

- ¿Estarás bien con este caso? – preguntó mi compañero.

- Sí, claro. Soy un profesional – le sonreí – no dejaré que me afecte lo de anoche, además… está muy claro, es un posible sospechoso, tengo que centrarme en eso. Investigaré todo lo que pueda y te mandaré los informes con lo que descubra. De hecho, voy a ponerme ahora mismo con ello.

- De acuerdo. ¿Quieres un micrófono? – me preguntó.

- No, destacaría demasiado. Iré yo solo, si necesito ayuda te haré una llamada perdida.

Me marché al parking tras cambiarme de ropa a la de diario y, desde el coche, llamé a un viejo amigo que trabajaba en una tienda de surf para que me hiciera el favor de fingir durante un tiempo que yo era su empleado. Yo había surfeado en mis ratos libres, era un hobby aunque no se me daba del todo bien, quizá aquel chico era mejor que yo, al menos me serviría como una excusa para acercarme a él, y es que era lo único que conocía de su vida, que le gustaba surfear.

“En aquel momento aún no podía saber el alcance que tendrían todas y cada una de las decisiones que tomé en aquel caso”

La playa estaba llena de curiosos que se habían acercado tras correr el rumor del difunto. A veces la gente podía ser muy morbosa pese al miedo que se pudiera infundir de aquel secuestrador que seguía suelto, ahora ya convertido en asesino con el último suceso.

Observé la tabla de surf, hacía tanto tiempo que no practicaba que ya ni siquiera sabía si me acordaría, seguramente haría más el ridículo que otra cosa, pero era la única opción que se me ocurría en este momento para acercarme al sospechoso. Debía estar surfeando casi seguro en algún lugar de esta playa.

Entré al agua con la tabla de surf dispuesto a coger una buena ola y, ya de paso, aprovechar y preguntar a esos surfistas por mi chico misterioso de anoche, Tyler Davis. Al menos conocía su nombre y eso ya era un gran paso.

El agua estaba en calma y no creí que aparecieran grandes olas para surfear, pero aquí estaba. Remé desde la tabla buscando el horizonte hasta que llegué a un grupo de surfistas que esperaban alguna buena ola estando sentados en sus tablas y que conversaban animadamente sobre el acontecimiento de hoy. Crucé con ellos apenas unas palabras sobre surf, las olas de hoy y cómo pintaba el tema, luego aproveché para preguntar por Tyler Davis y todos se sorprendieron aunque alguno sonrió.

- El rubito – comentó uno de ellos con una sonrisa algo pervertida – debe de estar en la zona norte. Siempre suele ir a esa playa cuando ésta está tan en calma.

Me quedé en silencio unos segundos escuchando a esos chicos hablar sobre Tyler y su falta de carisma con la gente. Todos coincidían en una cosa, era un chico reservado, serio y con mucho miedo a los compromisos. Empezaba a entender por qué lo nuestro sólo fue algo pasajero de una noche. Quizá ese carácter me llamaba más la atención.

Yo tampoco era alguien a quien le gustasen demasiado los compromisos. Mis padres estuvieron casados durante más de veinte años, me hicieron pensar que el amor era para toda la vida pero no era cierto, el día que se divorciaron me di cuenta de que todo era una gran farsa. Quizá unir mi vida a alguien no entraba en mis planes, no después de haber visto lo mal que lo pasaron mis padres con aquel divorcio, además que ahora parecían estar mejor individualmente.

La playa que me habían dicho no estaba a mucha distancia de aquí, podía llegar fácilmente andando en cinco minutos y algo menos en coche. Tampoco creo que hubiera mucho problema para buscar aparcamiento, al menos no a estas horas. Agradeciendo la información a los chicos, tomé la primera ola que vi y salí del agua. Era una ola ridícula así que apenas pude ponerme en pie en la tabla, al menos me sirvió para practicar un poco después de tanto tiempo, me alegré al ver que aún era capaz de ponerme en pie, fue un alivio.

Fui corriendo hacia la arena para secarme con la toalla que había traído y me marché dirección al parking abriendo el coche y enganchando de nuevo la tabla a la baca. Coloqué la toalla en el asiento, me senté y fui conduciendo hasta la playa contigua, allí aparqué y volví a desenganchar la tabla.

La arena de esta playa era extremadamente fina y blanca, todo un gusto para los pies descalzos. Apenas había gente y tampoco muchas olas, mis ojos no captaban surfistas ni bañistas, una playa casi desierta. Era extraño encontrarse una playa así en un lugar como Miami, pero ahí estaba.

Caminé descalzo hacia la orilla viendo el mar en completa calma, era imposible que ese chico viniera aquí a surfear, ya que si en la otra playa no había olas, en esta todavía menos. Ya estaba llegando al agua cuando vi al joven en una de las dunas sentado con la tabla de surf en un lateral con su mirada perdida en el horizonte.

Ese chico era misterioso y algo solitario. En mi cabeza sólo veía las pruebas del caso y es que ese chico estaba metido en el centro de todo. ¿Podía ser él? Sentía curiosidad por ese extraño joven al que apenas conocía y que parecía estar en mitad de todo el caso. Me acerqué a él con la tabla de surf y me quedé a su espalda observándole.

- Qué decepción. Creí que aquí habría mejores olas que en la playa vecina – comenté.

- ¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó algo enfadado.

- He venido a surfear, pero he elegido un mal día para ello.

- Ya lo creo. Deja de seguirme – dijo marchándose.

- No te estoy siguiendo.

- Pues lo parece. Fue sólo una noche, ¿vale? No necesito relaciones ni nada serio si es por lo que has venido buscándome.

- No te buscaba. Fue una coincidencia encontrarte aquí.

- Sabías que hacía surf, de hecho es lo único que sabías de mí.

- Es posible, pero eso no quiere decir que te esté buscando.

Tyler se extrañó al escuchar aquello porque tenía toda la pinta de que no era una simple coincidencia. Sabía que lo de la otra noche sólo había sido sexo sin compromiso y que apareciera allí frente a él no era parte del acuerdo, así que algo tenía que inventarme para que no sospechase.

- Trabajo en una tienda de surf. Está cruzando el puente y me han pedido que pruebe la tabla, porque aquí donde la ves, tampoco es mía – comenté sonriendo.

- Oh – exclamó Tyler como si se sintiera idiota por haber pensado mal – pues no creo que hoy sea un buen día para probar la tabla.

Ambos miramos el mar, estaba completamente en calma y sin ni una ola que pudiera ayudar a mi excusa, pero al menos había conseguido entablar conversación con él.

- Sí, he elegido un mal día. ¿Te apetecería tomar algo conmigo? Por no desaprovechar mí viaje hasta aquí.

- No, lo siento – dijo muy convencido cogiendo su tabla – tengo que irme.

- Ya, claro... ya nos veremos por ahí.

- Si, ya nos veremos – comentó sin mucho ánimo.

Desde luego ese chico me esquivaba. Tenían razón los otros chicos cuando dijeron que era reservado, por un momento, me pregunté cómo había conseguido el difunto llegar hasta ese chico para iniciar una relación. Le vi marcharse hacia su destartalado Austin Victoria. Jamás me habría imaginado volver a ver un coche de ese estilo, tan antiguo, lo más probable es que fuera de su padre.

Yo no era un gran entendido en coches, aunque mi padre sí lo era. Algo se me había quedado de sus enseñanzas, por eso reconocí aquel coche tan extraño. Aún podía recordar que tenía una maqueta de ese vehículo en su estantería de la oficina.

Llamé por teléfono a mi compañero y le pedí los datos del vehículo además de que investigase al chico. Me comentó que en unas horas me pasaría los datos con todo lo que hubiera encontrado al respecto. Al menos necesitaba saber dónde encontrar a ese chico y al resto de surfistas.

Pasé el resto del día en la tienda de surf junto a mi viejo amigo, él no podía dejar de sonreír desde que le había contado lo mal que se me daba el surf. Yo siempre había sido un hombre de interior y, hasta que no me vine a vivir cerca de la playa, jamás había practicado un deporte de agua. Mis primeras experiencias con el surf fueron un desastre, creí que sería como esquiar sólo que sobre una ola. ¡Qué lejos estaba de la realidad!

Ayudé a mi “nuevo jefe” a ordenar la tienda y estuve al tanto de todas las conversaciones que los surfistas solían tener cuando venían aquí. Generalmente hablaban sobre el producto, pero hoy, el surfista que había aparecido muerto en la playa tenía más impacto y se escuchaban los rumores por todas las tiendas de la zona.

El teléfono vibró en mi bolsillo y me camuflé en el almacén alejándome del ajetreo de la tienda para contestar. Era mi compañero.

- ¿Qué has averiguado? – pregunté.

- De ese chico… no mucho. Está limpio, sin antecedentes. Nacido en el condado de Oregón, en un pequeño pueblo cerca de la costa.

- ¿Pone dónde vive en su ficha?

- No, extrañamente esa parte está restringida, he intentado acceder a la información pero me remite al Ministerio. ¿Quieres que llame para preguntar?

- No, necesitarías una orden y tomaría mucho tiempo. Creo que puedo conseguir esa información por mis propios medios.

- Al menos sí puedo decirte dónde trabaja.

- Y eso no creo que lo hayas sacado de su ficha – le sonreí.

- Le seguí. Trabaja en un bar de la zona, te mando la dirección.

Mi compañero colgó enseguida y, al momento, recibí un mensaje con la dirección del bar donde supuestamente trabajaba ese chico misterioso, sin embargo… había dos cosas que me intrigaban. Primero, Oregon no era precisamente un condado muy fanático por el surf y, segundo… esa ficha clasificada. ¿Por qué se iba a clasificar información? Quizá era hijo de algún alto cargo o de algún general, en Oregon había una importante base militar, era posible que por ello tuvieran que reservar esa información. Ese chico cada vez me causaba más intrigas, más dudas y no parecían tener una resolución fácil. ¿Quién era ese chico y qué hacía en Miami? Estaba muy lejos de su hogar.

Volví a casa tras finalizar mi jornada laboral para tomar una ducha relajante antes de seguir con la investigación de aquellos surfistas. La casa seguía estando igual de solitaria que siempre, cerré la puerta tras de mí y escuché el leve eco de mis pasos sobre el parqué cuando caminaba hacia la cocina.

Abrí la nevera buscando la botella de agua de cristal y tomé un largo trago de la misma antes de guardarla nuevamente. Estaba sediento. Anduve por el pasillo hasta llegar al cuarto de baño y abrí el grifo del agua caliente mientras me desvestía y esperaba a que el agua alcanzase la temperatura que deseaba.

Entré en la ducha y traté de relajarme sintiendo el agua caer sobre mi cuerpo. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de aquel chico venía a mi mente y eso jamás me había ocurrido con nadie. También el caso me venía a la cabeza y el cuerpo de aquel chico tirado en la playa.

Entonces decidí ir por la noche al bar donde trabajaba Tyler. Quería acercarme a él y tratar de entender un poco más qué estaba ocurriendo, una parte de mí necesitaba confirmar que ese chico no estaba involucrado en todo esto, aunque el principal sospechoso siempre fuera la pareja o las ex-parejas. Quisiera o no… ese chico estaba en el centro de la investigación, era el principal sospechoso.

Salí del baño con la toalla enrollada a la cintura y busqué algo que ponerme en el armario del dormitorio. Tras arreglarme con unos vaqueros, una camisa y una americana, me puse algo del perfume que me regaló mi hermano pequeño por mi cumpleaños y salí de casa apagando las luces.

El bar estaba a unos siete minutos de mi casa, a mitad de camino entre Edgewater y Overtown. No me sorprendería nada si Tyler viviera en Overtown, aquí en Miami, la desigualdad entre riqueza y pobreza estaba a la orden del día. Las viviendas siempre habían estado en una gran burbuja inmobiliaria pero los salarios no eran muy elevados. Prácticamente la mitad de mi sueldo iba destinado a la casa y agradecía no tener niños que mantener. Miami era caro.

Yo patrullaba por Overtown, una de las zonas más pobres de aquí. Estaba acostumbrado a ver a la gente dormir en la calle o en sus coches. A veces conseguíamos ayudar a alguien a resguardarse en el algún centro cuando hacía mal tiempo, pero por lo que más nos solían avisar en la comisaría era por peleas de drogas y vandalismo o prostitución, y estos siempre acababan en asesinato. Por algo yo estaba en homicidios. De sueño americano poco tenía la ciudad de Miami.

Llegué al bar y entré dispuesto a ir hacia la barra para pedir alguna bebida. El local estaba hasta arriba de gente y la música estaba alta, no habría conseguido escuchar nada aunque me hubieran gritado al oído. Tuve que hacerme hueco entre la gente hasta alcanzar la barra, allí vi a aquel rubio de la otra noche acercando su oído hacia un cliente para escuchar la demanda, posteriormente fue a buscar una botella y pasó a servir la consumición que le había pedido.

Observé cómo le pagaban al momento, entonces posó sus ojos en mí tras acabar con aquel cliente. Sonrió incrédulo por verme allí y se acercó.

- ¿Tú otra vez? ¿Seguro que no me estás siguiendo? – preguntó.

- Segurísimo. He quedado con unos amigos aquí para irnos de fiesta – le dije al oído y él sonrió – pero me alegro de encontrarte. No sabía que trabajases aquí.

- Desde hace un par de meses. No es un gran trabajo, pero me ayuda a pagar las facturas, es lo único que puedo decir. ¿Qué te sirvo?

- Una cerveza.

- ¿Eso va en serio? – preguntó desconcertado – venga ya, nadie me pide cerveza – comentó sonriendo.

- ¿Por qué no? ¿Tú no bebes cerveza?

- Yo sí, pero éste es un bar justo al lado de South Beach, aquí viene gente con dinero, no piden cervezas.

- Será entonces porque no soy un ricachón de Miami, nací en el norte.

- Cerveza entonces – comentó trayéndome un botellín y, sonriendo, se marchó a atender a otros clientes.

Observé cómo le pedían vino, cubatas e incluso a veces, algún cóctel que preparaba su compañero, los cuales él servía. Sí que parecía un local de moda y donde la gente de South Beach venía a pasar la noche. Muchas mujeres iban, para mi gusto, con excesivo maquillaje. Por otro lado, los hombres vestían elegantes trajes y trataban de ligar con ellas. Sonreí y vi de nuevo a Tyler sirviendo bebidas al otro lado de la barra mientras me tomaba mi cerveza.

En ese momento no podía quitarme de la cabeza la boca de aquel chico rubio, cómo había acercado aquellos sugerentes labios, que la otra noche devoraba con pasión, a mí oído y me gritaba para que pudiera escucharle. Algo en su voz, en sus labios… había hecho que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo, era un chico reservado y, a la vez, atrayente.

El único problema era que, por mucho que le vigilase en el bar, no podía hablar con él. Entre la música a todo volumen y lo ocupado que estaba, no había forma de retenerle más de un minuto para que hablase conmigo. Tendría que buscar la forma de que me acompañase a algún lugar cuando acabase su jornada, claro que eso sería complicado. Ya me había dejado muy claro que lo nuestro fue algo de una noche.

Pensé en la forma de acercarme a ese chico que no quería saber nada más de mí pese a su forma educada de comportarse. Podía haberme mandado ya al infierno veinte veces y no lo había hecho, eso tenía que significar algo. Quizá aún tuviera una posibilidad. Recordé mis primeros pasos por el cuerpo de policía cuando un compañero me explicó que para ganarse la confianza de la gente era bueno el contacto físico por leve que fuera. Un simple roce en su hombro, agarrar su brazo… eso ya daba un ligero toque de confianza.

Vi que se acercaba de nuevo para atender a algún cliente de mi zona y aproveché para beberme lo que me quedaba de cerveza de un tirón agarrando su muñeca cuando pasó por mi lado. Se detuvo en seco y pude observar un leve rubor en sus mejillas. Le dije que me trajera otra, pero no pareció escucharme, así que se acercó recostándose levemente y colocó su oreja más cerca de mis labios.

Su extraño y excitante aroma a jazmín volvió a invadirme por completo, como la última noche, pero pese a mi estado emocional en aquel momento, conseguí pedirle la cerveza. No tardó en traérmela y mi objetivo de tener un leve acercamiento con él no había funcionado del todo como esperaba.

Esperé toda la noche allí, y hasta jugué con unos hombres de negocios al billar, ese juego sí me gustaba y además se me daba bien. Tenía que matar el tiempo hasta que acabase de trabajar. Las mujeres no se fijaban mucho en mí, quizá porque creían que no tenía mucho dinero al venir vestido de esta manera informal y por beber cerveza. La verdad es que no estaban muy desencaminadas pero para mí era un alivio, podía centrarme en lo que había ido a hacer, descubrir si aquel chico tenía algo que ver con el asesinato o no.

Para ser su ex-novio el cadáver de la playa y haber mantenido una relación sentimental con él, no parecía estar muy afectado por su muerte, eso era sospechoso hasta cierto punto... aunque claro… como detective de homicidios ya había visto a tantas personas afrontar los sucesos de tantas maneras distintas, que su tranquilidad no era una prueba fiable. Podía estar tratando de olvidarlo o de pensar en otra cosa para no derrumbarse, vi personas que lo hacían de esa forma para seguir adelante en su vida.

Aproveché para ir al cuarto de baño y llamar a mi compañero mientras el local se vaciaba lentamente. Estaba de camino a casa, podía escuchar el tráfico, seguramente iba con el manos libres conduciendo y es que él vivía a las afueras, en un pequeño pueblo. Odiaba la ciudad y, pese a que le costaba más llegar al trabajo y debía madrugar, prefería su casa con jardín de las afueras y ver jugar a sus hijas sin peligro alguno.

- ¿Cómo lo llevas? – me preguntó.

- No muy bien. Ya no sé qué más hacer para que me preste atención.

- Hazte la víctima, eso funciona a veces. ¿Crees que es un chico con empatía?

- Es posible, educado al menos, no me ha echado de aquí de forma antipática ni nada por el estilo.

- Entonces prueba la empatía, que se compadezca de ti y tu mala suerte – comentó sonriendo.

- De acuerdo, lo intentaré.

- Te dejo, ya estoy llegando a casa y mis hijas deben estar durmiendo. No quiero despertarlas.

- De acuerdo, mañana nos vemos.

Tras descargar mi vejiga, salí del aseo para terminar la partida que había dejado a medias. El local no tardó ni veinte minutos en vaciarse por completo. Vi entonces a ese chico rubio ya con su ropa de calle, despidiéndose y a punto de marcharse a casa y fue en ese preciso momento cuando se fijo en mi.

- ¿Aún por aquí? – preguntó.

Por suerte, la música había cesado y podíamos hablar con normalidad. Se acercó hacia la mesa de billar y miró una de las bolas rojas que había cerca de un agujero de la esquina.

- Si, te esperaba.

- Ya te dije que no me interesa, sólo fue algo de una vez – comentó muy directo.

- Cómo duele escuchar una segunda negativa esta noche.

- Te han dejado tirado tus amigos, ¿eh?

- ¿Tanto se nota? Primero ellos me abandonan por un par de chicas que han conocido y ahora tú no quieres ni siquiera jugar una partida conmigo al billar, menuda noche llevo.

- Está bien… creo que puedo jugar una partida contigo, aunque te advierto que no será muy divertido, no sé jugar al billar.

- Vaya, no puedo creérmelo, si somos almas gemelas – le dije sonriendo – Tú sabes surfear genial y a mí se me da fatal, tú no tienes ni idea de jugar al billar y yo puedo enseñarte – le guiñé un ojo y sonrió.


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