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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa D: 

Dos actualizaciones en una semana? Ok, es raro, pero its free así que hay que aprovechar. 

Espero que les guste
Un abrazo.

Capítulo 36

 

  —Steiss va a cabrearse... —Una voz lejana me puso en alerta, justo cuando estaba a punto de quedarme dormido. Llevaba por lo menos dos horas en la misma posición. Me habían lanzado en una habitación que, por el frío de su suelo y murallas, supuse correspondía una especie de calabozo. No había oído nada hasta entonces...hasta esa voz.

  —¿Por qué? —oí pasos que se acercaban, pero no me moví ni hice nada para que esas personas que hablaban se dieran cuenta de que estaba despierto. Seguía con las manos atadas y la venda que me cubría el rostro apenas me dejaba respirar. La habían sujetado con demasiada fuerza y parte de la elástica tela me aplastaba la nariz.

  —No habíamos visto un infectado que pudiera controlarse desde el escuadrón cero. Joder, hará rodar cabezas cuando se dé cuenta que matamos al único que...

  —No está muerto, idiota... —le interrumpió el otro—. Lo tiene el grupo C. Seguramente ya lo habrán encerrado —me mordí los labios y apreté la garganta para ahogar un sollozo de alivio. Debían estar hablando de Ethan.

  —¿Eh?

  —¿Acaso no sabías de todas las balas que los ceros pueden soportar? He oído de infectados que han resistido a las peores palizas y han salido vivos de ellas. Nadie le disparó en la cabeza a éste, por lo que estará bien para cuando llegue Steiss —sonreí, fue inevitable. Definitivamente hablaban de Ethan. Tenía que decirle a Aiden—. Eh, mira. El chico despertó —La venda me fue quitada de pronto y una luz suave me dio sobre el rostro. Tardé algunos segundos en enfocar la vista para ver siluetas claras—. Hola, cabrón —Un hombre estaba frente a mí, tenía un ojo hinchado y en sus labios aún había rastros de sangre coagulada. Lo reconocí de inmediato, era el hombre contra el que me había lanzado en mi ataque de furia cuando vi que le dispararon a Ethan.

  —Yo... —intenté decir algo, pero un golpe en la cara me hizo callar antes de si quiera pensar la frase completa en mi cabeza. Un dolor punzante subió por mi mejilla hasta el centro de mi frente.

  —¿Has oído hablar del ojo por ojo? —recibí otro golpe, en la nariz. El otro hombre que estaba ahí rio un poco. Me dio otro puñetazo... y otro. Intenté cubrirme con las manos, pero él rápidamente las sujetó para seguir golpeándome. Me tiró al suelo y, cuando me pateó en las costillas repetidas veces, sentí como si el aire se quedara atascado en mis pulmones—. Destrozas nuestra iglesia... —Su bota me golpeó cerca de la mandíbula y el impacto me dejó aturdido—. Y crees que ahora puedes venir a destrozarnos a nosotros... —Mis labios empezaron a sangrar. No podía respirar.

  —Eh, Bill. Ya basta.

  —Deja que mate a este hijo de puta... —le vi sacar un cuchillo—. Lo haré rápido.

  —¡No, carajo! —El otro hombre agarró su mano en el aire y ambos forcejearon para que soltara el arma—. ¡No podemos matar a nadie si Steiss no está presente! ¡Lo sabes, maldición! —le empujó y mi agresor cayó al suelo y soltó el cuchillo. Mi mundo empezó a dar vueltas y la vista se me hizo borrosa. Necesitaba concentrar mi atención para no desmayarme. Me centré en Bill, que estaba en el piso, y me lanzó una mirada furiosa que me congeló los músculos e hizo que mi rostro doliera aún más.

Se levantó.

  —Te salvaste de esta, hijo de puta. Pero cuando llegue Steiss le pediré que al primero al que matemos sea a ti... —me sonrió y un miedo que me hizo un nudo en la garganta corrió por todo mi cuerpo en forma de un escalofrío—. Ahora levántate... —tiró de mi ropa y tuve que hacer un sobresfuerzo para mantenerme en pie. Me temblaban las rodillas—. Vamos a llevarte con el resto —sabía que ya no tenía la venda, pero seguía sin ver nada. Seguramente mis ojos se habían hinchado por los golpes—. ¡Vamos, camina! —El tipo me empujó y yo estuve a punto de caer al suelo, pero las manos del otro hombre me detuvieron justo a tiempo.

  —¿Cómo quieres que camine si lo dejaste así? —Con un cuchillo, cortó las cuerdas que me ataban las muñecas y pasó su mano bajo mi brazo. La dureza de su hombro me hizo sentir en tierra firme otra vez—. Vamos, hombre. No es tanto lo que debes andar —me animó y fue sólo gracias a él que me logré mover de nuevo. Mis piernas estaban acalambradas y mi cuerpo tendía a doblarse sobre sí mismo por culpa del profundo dolor que las patadas habían dejado en mis costillas. Los golpes en mi rostro comenzaron a doler más intensamente; ardían, me aguijoneaban bajo el músculo y palpitaban sobre mi piel. Intenté abrir los ojos y concentrarme en otra cosa. Pude dilucidar luces, pequeños resplandores dentro de un sitio muy oscuro y, por cada paso que daba, me convencía aún más de que estábamos dentro de unos calabozos.

«¿Cuánto tiempo trabajó esta gente para construir algo así?», me pregunté.

En ese momento, pensé en la isla ParaísoEllos también habían logrado construir casas, cementerios y cárceles. Ellos también habían logrado algo parecido a La Hermandadhabían logrado edificar una sociedad con jerarquías, con poderes, con un mandato, al igual que ellos. Pero esta comunidad, esta sociedad que los hombres de aquí habían creado, me pareció mucho más salvaje, más letal, mucho más terrible. Supe entonces que «comunidad» no era necesariamente sinónimo de algo bueno.

A lo largo de la historia, civilizaciones aterradoras y despiadadas habían logrado estar en la cima del mundo. Entendí entonces que Paraíso no era más que un caso extraño de gente racional que podía crear algo sin necesidad de construirlo sobre la sangre y huesos de otra gente. Quizás era así porque estaban en una isla, y esa isla era una especie de espejismo en medio de un desierto, un espejismo dentro de una burbuja.

Cómo extrañaba esa burbuja ahora...

  —Aquí... —El chirrido de una reja resonó tan fuerte en mis oídos que pensé me haría estallar la cabeza. Oí murmullos de asombro que dolieron aún más, y el hombro que me había mantenido firme me soltó para dejarme caer al suelo. El frío del piso le dio alivio a mi rostro por algunos segundos.

  —¡Reed! —Unas manos corrieron a socorrerme—. ¡Dios, Reed! —En la penumbra apenas iluminada por luces parpadeantes pegadas a las murallas, logré reconocer la silueta de Terence y el largo manto rojo que cubría su cabeza. Tenía que tocarlo—. ¡Malditos hijos de puta! —gritó y yo alcancé un mechón de cabello que se sintió húmedo entre mis dedos.

Más rostros familiares se mostraron a mi alrededor.

  —Aiden... —gemí. El dolor había vuelto como mil agujas que se clavaron en mi cuerpo, al mismo tiempo—. Aiden... —repetí. Él se me acercó, despacio. Su pierna cojeaba, pero estaba vendada. Se agachó a mi lado y le hizo un gesto a Terence para que se apartara un poco.

  —Joder, ¿qué demonios te hicieron, Reed? —sentí sus manos que me tocaron, como si me inspeccionaran, y recordé la primera vez que lo hizo, el día en que desperté en la isla—. Esos cabrones... ¡Está sangrando! Necesitamos algo para pararlo.

  —Aiden... —gimoteé.

  —Tranquilo... —respondió con voz fría, como muerta, sin tono, sin emoción ni energía que me indicara su estado.

Necesitaba decírselo.

  —Aiden...

  —Te pondrás bien.

  —E-Está vivo... —balbuceé y sus manos se detuvieron sobre mi rostro. Las sentí temblar—. Ethan está vivo.

  —¿C-Cómo...cómo lo...? —Su voz estuvo a una palabra de quebrarse.

  —Se lo oí decir a esos tipos que me trajeron... —intenté sonreír y el sólo movimiento de elevar las mejillas hizo que el dolor fuera casi insoportable. ¿Cuánto me había golpeado ese hombre?—. Está bien, uno de ellos lo dijo...

  —J-Joder... —Aiden me abrazó repentinamente y levantó de golpe mi cabeza del suelo para asfixiarla contra su pecho. Dolió, dolió como mil agujas más, pero me contuve. Él estaba feliz, yo también y todos en esa celda soltaron exclamaciones de alegría y celebración—. Joder, joder, joder... —sollozó. Sus manos temblaron y su corazón latió con fuerza contra mi mejilla. Su voz ya había cambiado y había vuelto a sonar como antes; viva. Supe en ese momento que lo que llenaba a este hombre era Ethan, nada más—. Gracias, Reed.

  —No hice nada —gemí.

  —Está bien, cuidado... —Terence intervino y me apartó de Aiden—. Cuidado.

  —Sí, sí... lo siento —Aiden secó unas prematuras lágrimas que se habían formado en la comisura de sus ojos y me dejó en brazos de Terence—. Unos tipos de este lugar me quitaron la bala de la pierna y me vendaron. Veré si alguien puede ayudarnos con eso... —cojeó hasta la reja—. ¡Eh, mi amigo está sangrando y...!

  —¡Jódete! —Una voz ronca le respondió desde fuera e hizo eco en todo el calabozo.

  —Déjame otra vez contra el piso... —me quejé mientras Terence intentaba levantarme—. Está frío ahí.

  —Sí, bien... —me soltó con cuidado, suavemente, como si yo fuera una especie de vidrio a punto de quebrarse en pedazos—. Sólo voy a... —movió mi cabeza un poco para dejar un trozo de tela entre mi boca y el suelo—. Bien... —Sus dedos, que temblaban al igual que su voz, acariciaron mi cabello—. Cabrones —gruñó—. Hijos de puta.

Me pregunté si algún día llegaría a llenar de vida a Terence.

  —¿¡Está vivo el chico!? —gritó otra voz, más cerca de nosotros, pero no lo suficiente.

  —¡Sí! —le respondió Terence—. ¡Pero necesita atención! ¡Su cara está sangrando!

  —¡Estará bien, no sean maricones!

  —¿Con quién hablas, Terence? —gemí y tuve que acomodar mejor el rostro contra el suelo. Bendito y frío piso que lograba aliviarme.

  —Con Cuervo. Él y sus hombres están en el calabozo del lado.

Quise reírme, lo intenté, y en vez de eso sólo un quejido extraño salió de mis labios hinchados.

  —Hazle caso. Voy a estar bien —balbuceé.

  —Estarás bien cuando le reviente la cara al maldito que te hizo esto.

  —No. No puedes... —Un fuerte estruendo me hizo saltar, en un susto que duró algunos segundos más en mi cara y se tradujo en un frío que me recorrió los ojos y la frente—. ¿Qué está pasando?

  —No sé... —Terence se levantó—. Eh, Aiden, ¿qué está...?

  —¡Sujétenlo, con cuidado! —El eco de los pasos acelerados que se oyeron en el pasillo pusieron mis sentidos en alerta y dispararon mi adrenalina. Intenté levantarme. Algo estaba pasando y yo debía estar en pie para correr, para dejar que mi instinto actuara, para saber a qué atenerme y a qué debíamos enfrentarnos ahora. La quietud nunca era buena en estos días, menos cuando se estaba en territorio enemigo—. Las cadenas, cuidado con las cadenas... —me esforcé en llevar todas las fuerzas a mis manos para apoyarme en el suelo y elevarme algunos centímetros. Unos brazos me ayudaron a levantarme cuando estaba a punto de rendirme y dejarme caer otra vez.

  —Siempre puedes pedir ayuda... —se burló.

  —Gracias, Oliver... —reconocí su voz a pesar de que no le veía bien, aunque no por mucho tiempo. Las luces del pasillo se encendieron de una sola vez, iluminando todo el lugar.

  —Para eso estamos aquí —me sonrió y ambos caminamos hasta la reja.

Aiden inspiró aire forzosamente, como si de pronto la garganta se le hubiese cerrado de golpe. Frente a nosotros desfiló casi una docena de hombres armados que, entre gritos y órdenes que se daban los unos a los otros, entraron. Sus pasos, al unísono, como si vinieran formados, me dieron un poco de miedo. Ellos custodiaban algo y tardé varios segundos en dilucidar que lo que iba al centro de su formación era Ethan.

  —Ethan... —Aiden dijo su nombre, pero su voz escapó como un hilillo tenso que iba a romperse en cualquier momento. Apenas lo susurró, muy bajo, como si de verdad la tarea de hablar se le hiciera difícil. Y no era para menos. Incluso yo quise decir palabras que quedaron prisioneras en mi garganta en cuanto le vi más de cerca. Era Ethan y estaba vivo, sí, aunque no lo parecía. Las venas rojizas seguían remarcadas sobre su piel como estigmas que no se quitarían fácilmente, sus pupilas, más oscuras que nunca; vacías y dilatadas, miraban en dirección a un punto fijo sobre el piso, como si él no estuviese realmente ahí, como si tan sólo fuese un cuerpo que cuatro hombres levantaban por los hombros. Arrastraba los pies y el sonido que sus botas emitían al hacerlo me erizó la piel. No, ellos no lo habían curado como a Aiden, seguramente ni siquiera lo pensaron. El que esta gente alabara a los muertos no significaba que arriesgarían sus vidas por salvar a un infectado, menos sí, según ellos, las personas como Ethan podían soportar mucho más que cinco balas. Pero no, Ethan parecía estar muriendo desangrado y pude notar que la sangre de la que estaba cubierto se concentraba en sus hombros y en su abdomen. Seguramente ahí le habían disparado—. Ethan...

  —Aiden volvió a llamarle y entonces Ethan miró hacia nuestro calabozo y repentinamente se abalanzó sobre él. Di un salto hacia atrás cuando estiró sus manos encadenadas e intentó meterlas entre los barrotes, quizás en un intento por alcanzar a alguno de nosotros.

Aiden soltó un sollozo.

  —¡Las cadenas! —ordenó uno de ellos y tres hombres tiraron de las gruesas y largas cadenas que sujetaban las muñecas de Ethan y lo alejaron del calabozo. El moreno intentó decir algo, una terrible mezcla entre un balbuceo y un grito desgarrador, que me dio escalofríos. Supe en ese momento que ese sonido no era completamente humano; era más irreal, más grueso, más aterrador—. ¡Abran la reja! —Los hombres obedecieron y, a punta de forcejeos y tirones, lograron que Ethan entrara al calabozo que estaba frente al nuestro. Lo trataban como si él fuese una especie de animal salvaje que debían encerrar.

Y, me duele decirlo, pero tenían razón. Porque fue dentro de ese calabozo donde vi todo el salvajismo y donde se desató el verdadero horror; cuando los hombres intentaron salir y cerrar la reja por fuera, Ethan se abalanzó sobre ellos y mató a uno al golpear su cabeza contra los barrotes varias veces. Solté un grito causado por el pánico que me produjo esa escena, y por el terror que oí en las voces de esas personas. Él estaba descontrolado. Parecía estar muy cerca del límite.

  —¡Ethan! —Aiden se aferró a los barrotes para gritar e intentó meter su cabeza entre ellos, como si quisiese atravesarlos—. ¡Ethan, no! —gritó más fuerte, cuando vio que el moreno se abalanzó sobre el cuerpo del hombre que había matado—. ¡No, no, no ,no!

  —¡Hazlo ahora! —gritó alguien y uno de los que aún se encontraba dentro del calabozo, forcejeó con Ethan para que soltara al hombre muerto y así inyectarle algo. El moreno soltó un alarido de dolor, que me erizó la piel de sólo escucharlo, golpeó al sujeto y luego cayó al suelo. No sé qué tenía esa jeringa, pero hizo que Ethan se quedara quieto.

No hubo más revuelta, no hubo más órdenes. Un pesado silencio se formó en el lugar y lo único que se escuchó fueron las respiraciones temblorosas y agitadas de todo el mundo, formadas por el miedo, la adrenalina y la angustia del momento.

  —¿¡Qué le hicieron!? —gritó Aiden, mientras golpeaba los barrotes—. ¿¡Qué demonios!? —Una puerta metálica se abrió e hizo mucho ruido. Todos los hombres de La Hermandad que estaban ahí miraron, al mismo tiempo, hacia el mismo punto.

  —Sí, ¿qué demonios está pasando aquí? —Una voz intervino, tranquila y calmada. Esa era la voz de alguien cuyos ojos no habían tenido que presenciar la violenta escena que todos acabábamos de ver. Los hombres de La Hermandad parecieron salir de su estado de shock y se formaron en una sola fila, como soldados.

  —¡Steiss! —Uno de ellos se adelantó al mismo tiempo que unos pasos rítmicos y firmes hicieron eco en todo el lugar—. Steiss, han pasado muchas cosas.

Una figura alta nos dio la espalda; él veía hacia el calabozo, donde un débil Ethan apenas lograba moverse en el piso.

  —¿Qué han hecho? ¿Qué carajos pasó aquí? —Él, que estaba encapuchado, entró al calabozo sin atender a todos los gritos de advertencia que el resto de los hombres soltaron al verle dar el primer paso—. Joder. ¿Qué hizo éste para que tuvieran que inyectarle tranquilizantes? —se agachó junto a Ethan e intenté verle la cara. Él se oía demasiado joven como para ser un líder, aunque el tono seguro de su voz y su postura corporal eran los de uno. Un líder que con su sola presencia había hecho que todos esos hombres, nerviosos y asustados, se formaran en una perfecta fila recta—. ¿Cuántas balas le metieron?

  —Cinco. Y es un cero que estaba con el grupo que entró a la ciudad y destruyó la iglesia.

  —¿Qué? —La voz de ese hombre se suavizó un poco cuando soltó algo parecido a una risa—. ¿Los hombres que nos atacaron están aquí? ¿Y traían a un cero con ellos? —tomó la cabeza de Ethan entre sus manos y la levantó con cuidado, para observarle mejor.

Ya había oído la palabra "cero" para referirse a los infectados. ¿Así llamaban aquí a las personas como Ethan?

  —A-Aiden... —balbuceó Ethan, apenas. Su voz se escuchó desecha y temblorosa. Intentó tocar el rostro de ese hombre, pero su mano cayó al suelo antes de lograrlo.

  —¿Aiden? —El hombre se quitó la capucha de su chaqueta y entonces pude ver sus rasgos. Ahogué un grito de sorpresa y entendí por qué Ethan le había llamado de esa forma. Ese hombre tenía un notable parecido físico con mi amigo; su cabello, que le caía hasta la mitad del cuello, era castaño como el de Aiden, y el perfil de sus rostros era prácticamente iguales. No dudé en que sus ojos serían del mismo color también. Incluso ambos parecían tener edades semejantes. Este hombre no debía pasar los veinticinco años, incluso me pareció que tenía menos que eso—. ¿Hay más? —Sus ojos, efectivamente verdes, sólo que más oscuros que los de Aiden, se posaron sobre nosotros—. ¡O-Oh! —soltó un grito de asombro cuando nos vio—. ¡Joder! ¿Qué pasa con esas caras de mierda? —dejó a Ethan y caminó hasta nuestro calabozo. Sus manos tomaron los barrotes y los estrujó con fuerza, como si estuviese conteniendo la ira. Estaba molesto, tenía que estarlo, nosotros habíamos volado su iglesia por los aires, pero sólo sus manos demostraron ese enojo—. No puedo creer que hayan sido tan idiotas como para volver aquí... —se burló—. ¿Quién de ustedes es el líder?

Miré a Ethan que estaba inconsciente en el piso.

  —Soy... —Aiden iba a hablar.

  —Soy yo —gruñó la voz de Cuervo, desde el calabozo del lado. El hombre sonrió aún con la mirada clavada sobre nosotros.

  —Sáquenlo, vamos a conversar... —y dio dos pequeños golpecitos sobre los barrotes. Acercó su rostro al de Aiden y terminé de comprobar el parecido que ambos compartían—. Espero que tu líder sea bueno hablando... —le susurró—. Le daré sólo una oportunidad para arreglar esto. Si no, observa cómo lo destripo frente a ustedes.

La puerta del calabozo del lado se abrió.

  —Aquí estoy... —dijo Cuervo y estiró ambas manos esposadas por sobre su cabeza. Steiss, el aparente líder de La Hermandadgiró con una sonrisa a verlo, pero esa sonrisa y ciertamente todas las intenciones y palabras que tenía pensadas, se deshicieron en cuanto lo hizo. Algo transformó su rostro y la mirada, firme y segura de un líder, cambió a la de cualquier débil ser humano que ha visto algo lo suficientemente sorprendente como para estremecerse. Sus ojos oscuros se abrieron, sorprendidos, y parecieron tomar brillo de repente. Entreabrió los labios y masculló:

  —¿¡C-C-Cuervo!? —La voz le tembló.

 

Notas finales:

Ya adivinaron QUIÉN es Steiss? 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Impresiones del nuevo personaje? Pueden dejarlo todo, en un lindo -o no tan lindo- review.

Nos leemos


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