Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

[Reviews - 407]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

«Sobrevivir: Seguir vivo después de la muerte de una persona o después de un hecho o de un momento determinados, especialmente si son peligrosos.»


ADVERTENCIA: Violación, tortura física y psicológica, contenido sensible. 

PONGAN LA PLAYLIST MÁS SAD QUE TENGAN.

Capítulo 75

 

Me miraba, con los ojos eternos y un cigarrillo sin encender atrapado entre sus labios curvados en una sonrisa. Ethan sostenía a la pequeña Cass con un brazo y a Ian con el otro; los niños estaban más grandes, más risueños y se reían de su padre mientras le jalaban del cabello, sin dañarlo realmente.

Sonreí ante la imagen más hermosa que podía presenciar y, por un momento, fui feliz de verla.

Pero toda esa felicidad se esfumó cuando abrí los ojos y desperté.

Estaba otra vez en la cubierta del Desire, abandonado y a la deriva. El frío me entumecía los labios, congelaba mis articulaciones y la oscuridad de la noche me llenaba escalofríos, auténtico pánico y angustia. Cerré los ojos para no ver lo que estaba frente a mí.

Quería volver a dormir. Quería soñar otra vez.

No soportaba la realidad que tenía delante.

   —¿Cómo lo llevas tú, Cuervo…? —pregunté y entonces, ante su silencio, abrí los ojos y no le vi a mi lado como le había visto durante los últimos días. Miré más allá de la penumbra que tenía delante, hacia la única puerta que alcanzaba a ver. Y recordé que Shark se lo había llevado.

Unos hombres lo habían violado y, después de eso, Shark se lo había llevado a rastras.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que eso ocurrió?

¿Cuervo… él…él estaba bien, ¿no?

¿Seguía con vida?

Me mordí los labios e intenté controlar lo que simplemente no podía contener: el llanto comenzó a acumularse en mi pecho, subió lentamente hasta mi garganta, donde pareció quedarse atascado, y me asfixió. Llevé la boca hacia mi hombro, para cubrirla, y comencé a llorar.

No podía soportarlo.

Existían muchas cosas a las que ya me había acostumbrado; la violencia, un disparo, una guerra y, tal vez, había logrado incluso acostumbrarme a la muerte.

Pero nunca me acostumbraré a la incertidumbre. Es un sentimiento venenoso y tóxico que te consume por dentro. La incertidumbre lleva al miedo y el miedo siempre lleva al dolor.

Y ahora mismo no sabía qué estaba pasando.

Intenté moverme, para buscar una posición lo suficiente cómoda como para pensar en algo. Pero todo dolía; desde los meñiques de mis pies hasta la coronilla de mi cabeza; el cuello, mis piernas, mis manos, las falanges de mis dedos, todo… absolutamente todo estaba dañado.

Tenía que salir de aquí. Tenía que ir por Cuervo. Teníamos que hacer algo.

¿Dónde estaban los demás?

Reed dio el aviso, ¿no? Él había logrado volver a La Resistencia, ¿no?

Ellos vendrían por nosotros, ¿no?

¿Lo harían?

¿Yo lo haría?

«Claro que sí.» pensé, y sacudí la cabeza para alejar esas ideas lúgubres. Claro que Reed había sobrevivido al escape y claro que había dado aviso.

Claro que ellos vendrían. Sólo debía resistir hasta que lo hicieran.

No podía rendirme ahora. 

Respiré profundo y sacudí las manos, para luchar contra las esposas que me mantenían atado. Debía generar roces, esas cosas debían estar oxidadas y, tarde o temprano, la fricción las rompería. Inhalé de nuevo, debía oxigenar la sangre que comencé a sentir correr por mis venas otra vez; desesperada y frenética, furiosa y viva. Estaba vivo, seguía vivo.

No iba a desaparecer así tan fácilmente. No. Todavía tenía que volver a verlos.

A Ethan y a esos niños.

   —Vamos, joder… —mascullé, mientras forzaba las cadenas todavía más. Intenté ponerme de pie y equilibrarme con mis tobillos atados—. Tiene que haber una forma… —susurré, buscando algo, lo que fuera, algo que me ayudara a quitarme los grilletes o a cortarlos, daba igual.

Cualquier solución era viable ahora mismo.

   —¡Eh, eh! ¿¡Qué diablos crees que haces!? —me quedé helado al oír una voz. Me senté nuevamente, y miré hacia todos lados en su búsqueda: un hombre se acercaba a mí con un arma en la mano, mientras me apuntaba directamente. Un vigía, cómo no. Ellos no iban a dejarme solo en ningún momento—. ¿Qué tratabas de hacer, maldito imbécil? —preguntó.

Guardé silencio, pegué mi espalda al mástil que estaba tras de mí y me moví rápido: lo había visto en una película una vez, la actriz era mucho más delgada y ágil que yo, pero ella definitivamente no estaba siendo apuntada con un arma real al momento de hacerlo. Metí mis caderas y muslos por el espacio que formaban mis manos atadas tras mi espalda y me contorsioné de una manera que había olvidado un humano era capaz. Logré pasar todo el cuerpo por el área entre mis brazos para lograr posicionarlos al frente. Justo a tiempo, rodé por el piso en el mismo instante en que ese hombre me lanzaba una patada y me levanté nuevamente.

Ni siquiera lo pensé y me arrojé contra sus rodillas con todas mis fuerzas.

El sujeto cayó al suelo.

Era ahora o nunca.

Me abalancé sobre él como pude, arrastrándome sobre su espalda hasta alcanzarle la cabeza y atrapé su cuello entre mis brazos y tiré con fuerza. Iba a matarlo, quería matarlo, era la única forma de ganar una chance de librarme. El metal de las esposas que ataban mis muñecas estaba contra su garganta y le oí ahogarse, gemir, jadear e intentar buscar el aire en alguna parte. Disparó sin apuntarme y la bala ni siquiera me rozó, así que tiré más fuerte, con las últimas reservas de energías que guardaba. Contuve la respiración mientras lo asfixiaba.

Volvería a respirar sólo cuando él dejara de hacerlo.

Tosió y se sacudió violentamente, pero yo no estaba dispuesto a soltarlo. No hoy. No podía.

Debía sacar a Cuervo de donde sea que estuviera.

Y debía volver a verlos, aunque fuese una vez más.

El sujeto dejó de moverse.

Me dejé caer sobre él y me quedé ahí por algunos segundos, intentando calmar mi respiración, rearmarme y pensar en qué haría ahora. Tenía que quitarme las esposas de alguna forma y tomar el arma de ese hombre para largarme de este lugar. Me dolían los músculos, me dolía forzar la vista mientras intentaba mirar a mi alrededor. Estiré las manos aún atadas y busqué el arma. La tenía bien sujeta en su mano derecha. Se la quité.

Me levanté, a medias y sólo para sentarme otra vez, y encogí las piernas para obtener un mejor ángulo. El arma estaba cargada, podía dispararles a las esposas que ataban mis tobillos. Cerré un ojo, intenté enfocar la vista y lo abrí otra vez mientras calmaba el temblor en mis muñecas. Si fallaba el tiro podría volarme un pie.

Tenía que volver completo a casa.

   —Vamos, Aiden —me animé a mí mismo. La técnica de hablar solo podía ser útil a veces—. No seas cobarde —inspiré y exhalé varias veces antes de decidirme a disparar.

Entonces, cuando mis manos dejaron de temblar, accioné el gatillo.

El estruendo de una bala se oyó en toda la cubierta, pero yo no acababa de disparar cuando un proyectil rozó muy cerca de mi cabeza y se incrustó en el metal del mástil que estaba tras mi espalda. Solté el arma, por miedo a que se disparara sola, pero volví a tomarla en mis manos ante un miedo más grande.

   —¿Qué tratabas de hacer? —preguntó otra vez, otra voz. La reconocí. Apunté hacia la oscuridad y la seguí.

   —¿Dónde estás? —pregunté.

Él rió y su risa se oyó por todas partes. Era aterradora.

Otro disparo pasó cerca de mí.

   —¡Joder! —exclamé.

   —¿Lo mataste? —preguntó, entre risas—. Creí que los hombres de Cobra serían más fuertes…mira que perder contra un pobre diablo atado y magullado.

   —Cuervo… —quise saber, sin bajar el arma que apuntaba en cualquier dirección en la que oyera su voz—. ¿¡Dónde lo tienes!?

   —¿Quién te asegura que él sigue entre nosotros? —rió.

Disparé, al aire.

   —¡No me jodas, Shark! —grité, furioso, dispuesto a disparar una segunda vez y una tercera y una cuarta, hasta que se me acabaran las balas o hasta que lograra darle—. ¡Dime qué le…! —callé, al ser azotado por un golpe brusco y seco que me desestabilizó y me arrojó contra el suelo violentamente. Una mano me estrujó el cuello, mientras un puñetazo me sacudió la mandíbula. Reconocí a Micah, uno de los hombres que había atacado a Cuervo antes, sobre mí, a punto de encestarme otro golpe. Fue una trampa. Shark sólo me estaba distrayendo.

Su mano volvió a caer sobre mí, dura y breve, y con un sólo toque la hundió en mi sien.

Todo se volvió negro.

 

 

 

Desperté en otro tiempo, en otro lugar y bajo circunstancias muy distintas a las que recordaba; ahora estaba más adolorido que antes, desnudo y mejor atado que la última vez. Distinguí, de alguna forma, que me habían cambiado las esposas y que éstas se sentían más estrechas, más cortas y presionaban más contra mis antebrazos, raspando la piel de mis muñecas. Ya no tenía ventaja, ya no había posibilidades de ganar.

Si tuve una oportunidad o no de librarme y escapar, se había esfumado.

¿Dónde estaba?

Miré hacia todas partes y no vi mar ni estrellas. Estaba en una especie de subsuelo al interior del barco. No se parecía en nada al Desire por dentro y apestaba a muerte, a auténtica, ácida, putrefacta y picante muerte. El hedor, casi palpable, parecía hundirse en la piel y en la lengua hasta las arcadas.

Entonces recordé que en este lugar había un sitio donde al líder le gustaba conservar infectados, coleccionar zombies y almacenar muerte. 

Miré al frente y los noté; Shark, Micah y algunos de sus hombres estaban sentados en sillas y me veían directamente, con sus rostros iluminados tan sólo por la luz de algunas antorchas pequeñas que colgaban de las paredes. Sonreían, por alguna razón que no logré comprender hasta que vi por encima de sus cabezas. Entonces lo vi.

   —¿¡Q-Qué están…!? —chillé e intenté levantarme, pero caí al suelo inmediatamente. Mis tobillos también estaban atados—. ¡Bájenlo de ahí! —Lo primero que miré fueron sus pies descalzos y rotos, que se retorcían mientras intentaban alcanzar el piso que estaba muy lejos de él. Flotaba en el aire, colgaba. Esos hijos de puta le habían colgado del cuello a una viga en el techo—. ¡C-Cuervo! —grité y, en cuanto me logré mover, dos de los hombres de Shark corrieron a detenerme. Cuervo mantenía las manos en su garganta, intentando separar la cuerda que le asfixiaba con sus dedos, y desesperado por atrapar el aire en bocanadas exageradas. Su rostro enrojecía y él apenas respiraba e inhalaba en chillidos, toses y arcadas—. ¡V-Van a matarlo! —intentó mirarme, pero su ojo estaba casi blanco—. ¡P-Por favor! —grité.

El arma de Shark apuntó en mi dirección. No me importó.

   —Tú mataste a un hombre de la misma forma hace un rato… —dijo—. Él mató a Steiss de la misma manera. ¿No está bien que pague por ambos?

   —¡No! —contesté, con dos armas más contra mi cabeza—. ¡No tiene que pagar por los dos! ¡No…!

   —Tú mataste a uno de mis hombres, Aiden.

   —¡Lo siento! —me disculpé. Cuervo intentó toser un poco más, arqueando y crispando su cuerpo de manera violenta, pero de su garganta sólo logré oír un soplido, apenas un silbido que escapó de su boca—. ¡Perdóname, Shark! —rogué, con las rodillas en el suelo y las manos apoyadas en el piso, sin mirarlo—. ¡Haré lo que sea! ¡Pero bájalo, por favor!

Miré el rostro de Cuervo y me pareció verlo casi azul.  

   —¿Lo que sea? —rió Shark.

   —¡Lo que sea!    —chillé—. P-Pero… ¡Por favor! —supliqué—. ¡Bájalo!

Entonces Shark se levantó de su silla, la tomó y la ubicó bajo los pies de Cuervo. El cazador tocó, apenas con las puntas de los dedos, pudiendo respirar de nuevo.

Exhalé todo el aire que había contenido en mi garganta y lo solté en un suspiro forzoso, ahogado y tembloroso que hizo a mis rodillas y manos tiritar. Cerré los ojos y respiré profundo otra vez, aliviado. Oí que bajaban a Cuervo, pero no los abrí. Necesitaba recomponerme.

Soltó un gemido e intentó vomitar. Abrí los ojos. Las palmas y rodillas de Cuervo golpetearon contra el suelo cuando lo empujaron para hacerle caer. Dos hombres se le abalanzaron mientras él intentó arrastrarse para escapar, e incluso estiró sus manos en mi dirección para intentar alcanzarme. Ahogó un grito sordo cuando ellos comenzaron a desvestirle y a desgarrarle la ropa arañada y sucia, mientras se burlaban de él.

Forcejeé con las esposas que ataban mis muñecas frente a mí. Shark caminó hasta mí y rodeó la terrible escena que estaba a punto de presenciar. Me agarró de la barbilla y la presionó con fuerza. La oí sonar y me quejé.  

   —Entonces, tendrás que hacer el honor —dijo.

Cuando oyó esas palabras, Cuervo, apenas recuperándose de la asfixia, me lanzó una mirada llena de pánico que me heló la sangre, porque sólo entonces lo entendí.

   —No, no, no, no… —balbuceé, mientras me revolvía desesperadamente, sin importarme si ellos me apuntaban o no. Necesitaba zafarme de alguna forma—. No, no. ¡Esperen un segundo! —grité, cuando lo acercaron a mí—. ¡No! —Cuervo no podía defenderse y yo no podía moverme—. ¡No, maldición!

Shark me dio un puñetazo que me dejó aturdido.

   —¿Puedes calmarte? —preguntó, entre risas—. Pareces una colegiala que está a punto de perder la virginidad… —me miró descaradamente entre las piernas y dijo—: Vamos, alguien hágale entrar en calor.

Contuve una arcada cuando vi la mano de uno de esos hombres a punto de tocarme.

   —¡No! —chillé.

   —¡Quédate quieto, cabrón! —Shark me jaló hacia atrás, me aplastó el pecho con una de sus rodillas y el rostro con la palma de la mano, hasta hundir sus uñas en mis mejillas y obligarme a adoptar la posición que él quería; recostado, con sus manos sujetándome y sin poder ver lo que el otro sujeto estaba a punto de hacer. No necesitaba verlo, lo sentí. Había comenzado a masturbarme.  

Cerré los ojos y me mordí los labios, que temblaban como el resto de mi cuerpo. Se sentía horrible.

   —¡D-Deténganse! ¡Por favor! —rogué cuando mi miembro empezó a despertar. Yo no lo quería, cómo iba a hacerlo. Lo único que sentía era asco por unas manos que no me pertenecían, pero no podía evitar la reacción al contacto y eso me hizo sentir terrible. Asqueroso. Sucio. Repugnante.

Shark quitó la mano de mi rostro, la movió a mi cuello y clavó sus grandes y ensangrentados dedos sobre mi horquilla esternal, dificultándome la respiración hasta que comencé a ahogarme. Me tenía sometido.  

Entonces él sonrió y dijo:

   —Vamos, móntenlo ahí.

Cuervo negó con la cabeza e intentó resistirse. Lo patearon en el suelo durante algunos segundos y le amarraron las manos. Entonces lo sujetaron entre dos y lo acercaron a mí. Apreté mis piernas desnudas y junté mis rodillas, en un intento desesperado por evitar lo que parecía inevitable, y ambas manos de Shark comenzaron a estrangularme cuando quise resistirme. Perdí el aire repentinamente, el calor llegó a mi cabeza y mis oídos pitaron.

Entonces dejé de luchar.

   —Lo siento… —mascullé, al aire, y mi voz se oyó como una especie de aullido moribundo por culpa de la asfixia. Sentí a Cuervo sobre mí; sus piernas intentaban resistirse y temblaban encima de mi piel. Lo empujaron y me cayó encima de golpe.

Ahogué un grito de dolor cuando sentí que entraba en él.

Shark me soltó el cuello y me obligó a sentarme. Uno de sus hombres, que mantenía las manos de Cuervo atadas por sobre su cabeza, le obligó a abrazarme involuntariamente cuando me forzó a meter el cuello entre el espacio que sus brazos formaban. Su rostro estaba frente al mío, casi rozándome y, por un momento, hicimos contacto visual. Su mirada era vacía, pérdida, drogada, ida.

No había nada allí dentro.

   —¡Vamos, joder! ¡Muévete! —le ordenó Shark, pero Cuervo no reaccionó. Recibí un golpe en la espalda y me mordí el interior de los pómulos para no gritar. Entonces el ojo de Cuervo se abrió más, como si acabara de despertar. Me vio fijamente por un sólo segundo y luego volteó la mirada hacia otra parte.

Me estremecí cuando comenzó a moverse sobre mí.

   —Eso es… mueve esas caderas de zorra que tienes.

Sollocé en voz baja e intenté recobrar el aire. A pesar de que Shark ya me había soltado, seguía sintiendo aquel nudo en la garganta que me obstruía el oxígeno que tanto necesité en ese momento. No tardé en sentir el contacto caliente de las lágrimas dentro de mis ojos cuando ellos le obligaron, mientras cada uno le sujetaba por un hombro, a aumentar el ritmo. Él no lo quería. Yo tampoco. Él estaba roto, sangraba todavía por una paliza que no había visto y apenas respiraba. Él no necesitaba esto, él necesitaba un médico. Yo podía ayudarle, yo debí haberme esforzado más en ayudarle, en desatarme antes de que alguien me descubriera, en ser más rápido. Yo debí haber evitado esta situación.

Cuervo gimió en voz baja. Le dolía.

   —Lo siento… —jadeé, mientras buscaba su hombro para apoyarme en él, entonces sus uñas se clavaron en mi nuca y él me atrajo hacia sí. Sus embestidas sobre mí aumentaron su intensidad. Sentía su interior; caliente y húmedo, resbalar sobre mi miembro. Esto no estaba bien. No quería, no. No quería destruirlo más de lo que ya estaba—. Lo siento, Cuervo… —supliqué—. Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento —repetí, desesperadamente. Lo sentía, de verdad que sí—. Perdóname —gimoteé.

Él sollozó y jadeó sobre mi oído. Apretó los labios contra mi hombro y soltó un grito desgarrado, y de pura frustración, que se ahogó contra mi piel. Sabía lo que se sentía, lo entendía, claro que sí. Me sentía igual justo ahora, de la misma forma en la que me sentí hace cinco años. Y sabía que él también. Joder, él no era de piedra. Él era humano. Nadie se merecía esto.

Me mordió y sus hombros se sacudieron de arriba abajo. No lo soporté más y empecé a llorar.

   —¡Muchachos, muchachos! —Shark metió un pie bajo mi trasero desnudo, lo que me obligó a levantar las caderas en un respingo. En ese momento, Cuervo soltó otro grito y arqueó la espalda—. ¡Esto no es un puto funeral! ¡Vamos, amigo! —nos rodeó y agarró a Cuervo por el cabello y se lo jaló hacia atrás—. Si haces que el chico se corra en menos de cinco minutos, puede que acceda a darte un vaso con agua —le dijo.

Hipeé en un intento de controlar el llanto.

   —¡Qué mal servicio! —Shark le dio una bofetada—. ¡Míralo! ¡Chilla como una magdalena! ¿Qué clase de puta hace llorar al otro mientras se la follan?

   —¡Basta! —grité. Shark me agarró del pescuezo con la otra mano. Estaba acuclillado a un costado nuestro, y nos observaba como un asqueroso mientras sus hombres nos obligaban a hacerlo.

   —¿Qué dices, muchacho? —me preguntó, mientras hundía sus dedos en mi cuello otra vez—. ¿Crees que este hombre necesite agua? Lo veo bastante deshidratado —se rió—. Está perdiendo agua justo ahora. Vamos, anda. Fóllale más duro.

No contesté.

   —¿¡Qué es lo que no entiendes!? —bramó—. ¡Estoy diciendo que te lo cojas más fuerte! —clavó su mano en mi espalda y me empujó hacia adelante. Intenté recobrar un equilibrio inexistente e intenté reposicionarme con las manos atadas. El movimiento brusco hizo que nos separáramos. Un hombre me sujetó por los hombros y Shark aprovechó el momento para acercarse a Cuervo—. Desátalo —ordenó y el tipo que me sujetaba metió unas llaves en los grilletes que me mantenían preso. Tardé varios segundos en sentir que mis manos y pies estaban libres.

Cuervo seguía en el suelo; sangraba por la frente y entre las piernas, temblaba y se mantenía encogido, con las rodillas contra su pecho y el cabello empapado en sudor que hacía que mechones se le metieran dolorosamente en la carne abierta de la herida en su ojo.

Shark le obligó a voltearse y a apoyar manos y rodillas en el suelo. Entonces le puso un arma en la cabeza.

   —Vamos —me sonrió, su sonrisa era terrible y despiadada—. Fóllalo como Dios manda o le volaré los sesos aquí mismo, frente a ti. Será tu culpa.

No pude moverme ni mucho menos contestar. Trepidaba de pies a cabeza, célula a célula.

   —¡Fóllalo! —gritó y disparó al aire—. ¡Agárrale de las malditas caderas y dale una cogida que nunca olvidará! —El hombre que estaba tras de mí me empujó, para moverme—. ¿No me crees capaz de matarlo? —desafió él. Quise contestar que sí, que lo creía capaz de eso y mucho más, pero que yo no era capaz de reaccionar ni hablar—. ¿Le disparo? —preguntó—. ¿Es eso? —empujó la boca del arma contra la sien de Cuervo y casi pude oír el chasquido del gatillo—. ¡Voy a matarlo! —bramó, furioso.

Moví, torpemente, mis manos para alcanzar su cintura.

   —Eso es… —susurró Shark, moviendo peligrosamente el arma de la sien al cuello de Cuervo—. Ahora, cógelo.

Sentí el estrés presionar en la parte posterior de mi cabeza y el frío comenzó a invadir cada sección de mi cuerpo. Se sentía justo como una crisis de pánico. Levanté las caderas de Cuervo, le sujeté con cuidado, cerré los ojos con fuerza para no verme haciendo algo tan horrible como eso y entré en él, lo más suave que pude. Lo intenté, de verdad.

   —¡Más fuerte! —gritó Shark y presionó todavía más el arma contra su cuello—. ¡Una puta advertencia más y disparo! —empujé otra vez y la espalda de Cuervo se dobló de una manera antinatural como respuesta a mi arremetida. Conocía ese movimiento, sabía que lo causaba el dolor. Joder, le dolía y yo no podía hacer nada para evitarlo. Es más, demonios. Yo era la causa—. ¡Agárrale del cabello, vamos! —ordenó. Deslicé una mano por su espalda hasta alcanzar su pelo y lo sostuve dentro de mi puño. Lo jalé hacia atrás y él se enderezó a medias, arrodillándose para seguir la dirección del tirón que le di, y que le obligó a sentarse sobre mí, mientras me daba la espalda. Mi otra mano cruzó su pecho, para abrazarle. ¿Qué más podía hacer? Sabía cómo se sentía que te desgarraran de esta forma—. ¡Quiero oírlos disfrutar!

   —Perdón —rogué, otra vez. No sabía cuántas veces lo había pedido. No iba a cansarme de hacerlo nunca, jamás, en toda mi vida—. No sé qué más hacer —lloré contra su oído. Le oí sollozar también.

   —Acábalo ya, por favor… —Una de sus manos buscó mi rostro a tientas, con desesperación. Arrastró sus uñas por mi mejilla y gimió en mitad del llanto. Dejé de jalarle el cabello y, en lugar de eso, simplemente enredé mis dedos en él. Cuando Ethan hacía eso, me hacía sentir relajado y, en el fondo, desde lo más profundo de mis entrañas, deseé que él estuviera tranquilo, aunque fuera por un sólo momento—. A-Aiden… —lloró.

   —Cuervo… —hundí la cabeza en su hombro y le abracé con más fuerza, lo sujeté más firmemente y aumenté el ritmo de mis embestidas. Quería acabar luego con esto, sea lo que sea que estos bastardos quisieran, quería que terminara. No soportaba estar un segundo más en su interior. Dolía, ardía, me hacía sentir sucio y miserable. Me estaba convirtiendo en lo que más odiaba, joder. Me estaba transformando en un monstruo, sin quererlo. Y, en ese momento, mientras los primeros estremecimientos que anunciaban un orgasmo no deseado me llenaban el cuerpo, mientras los inevitables gemidos comenzaron a llenar la habitación, sin que realmente quisiera sacarlos de mi boca, me sentí el ser más asqueroso de esta tierra, otra vez. Sólo que esta vez era distinto. Esta vez era peor—. Yo…

   —No lo digas —gimió y volteó su rostro hacia mí hasta tocar el mío. Sus mejillas estaban húmedas y, por un momento, me sentí bien de no ser el único cobarde que lloraba, me sentí bien de compartir el mismo dolor—. No es así.

Quise apartarme cuando sentí que iba a correrme. Le solté, pero el brazo de Shark me obligó a mantener mi posición.

   —¡No! —chillé—. ¿¡Están locos!? —forcejeé. Ese cabrón me agarró del pelo y empujó mi cabeza hasta hundirla nuevamente en la espalda de Cuervo, mientras su otra mano presionaba contra mis caderas, para que no me separara de él—. ¡No hagan esto! —rogué, intentando contener la eyaculación—. ¡N-No! ¡Cuervo! ¡No! —grité, para que él se alejara. Pero también le tenían sujeto.

   —¡Llénalo y acaba con esto! —me gritó Shark sobre el oído, entre risas. Cerré los ojos, y me sentí como un maldito inútil, como un animal al que obligan a procrear, como un jodido experimento para saciar quien sabe cuántas depravaciones de los malditos bastardos que nos rodeaban, celebraban y se reían de nosotros. Era asqueroso, lo sabía y él también. Intenté evitarlo. No pude.

Esos malditos hijos de puta no nos separaron hasta asegurarse que me había corrido dentro suyo.

Cuando nos permitieron apartarnos y nos soltaron, me dejé caer al suelo y me llevé las manos a la cabeza cuando ellos empezaron a patearnos y a apalearnos. Soporté cada golpe sin quejarme y lo agradecí, porque cada bota incrustada en mis costillas, cada puñetazo, cada golpe me hizo sentir menos culpable, menos repugnante, menos ingrato, menos traidor. Lo había traicionado, lo había herido. Ahora Cuervo estaba a mi lado, al borde de la inconsciencia y sangrando, y en parte era mi culpa, porque yo lo había causado.

Pensé en que, si hubiera tenido la suficiente determinación para evitar que él escapara borracho de La Resistencia, nada de esto habría pasado.

Pensé en que, quizás, todavía estaríamos celebrando. Él todavía estaría ahí, tranquilo, con su gente, con sus hombres y con el cabrón de Scorpion al que, por alguna razón, justo ahora odiaba menos que antes, tal vez porque hoy me había acercado un poco a lo que él era, a lo que él me hizo y que ahora yo le hacía a otra persona.

Me pregunté si acaso alguna vez ese bastardo sintió algo como lo que yo sentía ahora. Me pregunté si alguna vez deseó no haberlo hecho, si acaso deseó no haber estado ahí. Me pregunté si alguna vez él dañó a quien no quería dañar. Me pregunté si alguna vez le tocó lidiar con un hombre roto, tirado en el suelo, que intentaba controlar el temblor en su cuerpo y se abrazaba a sí mismo para espantar el dolor.

«¿Alguna vez lo viviste, Scorpion?»

Sentí el impacto de mi cabeza cuando se sacudió contra el suelo. Quedé aturdido, en un estado que oscilaba entre vigilia e inconsciencia. Dejé de oír las risas a mi alrededor y éstas se hicieron más lejanas, más lentas y apenas perceptibles por mis oídos que solo eran capaces de oír el ruido sordo. Cuervo cayó a mi lado, con los ojos hacia atrás, desmayado.

   —¡Aquí tienen su agua, hijos de puta! —Un grito rompió el ruido blanco que pitaba en mis oídos y, enseguida, el frío congeló todos mis sentidos. Era agua, ellos nos habían lanzado agua encima. Cuervo despertó e inhaló profundamente como si acabaran de devolverlo a la vida, y me miró directamente a los ojos.

   —Acábalos, Aiden… —susurró, mientras lo levantaban.

   —¡Cuélguenlo en la proa! —ordenó Shark a sus hombres—. ¡Ya es tiempo de acabar con este bastardo!

   —C-Cuervo… —sollocé, con los dientes apretados—. ¡N-No!

   —¡Sobrevive! —gritó, mientras dos de ellos lo sacaban a rastras. ¿Cómo tenía fuerzas para hacerlo?—. Sobrevive hasta verlos muertos.

   —¡Cierra la boca! —Uno de los hombres le golpeó en la nuca. Cuervo cayó inconsciente.

   —No, no, no. ¡No! —chillé, todavía en el suelo, mientras me sujetaba el estómago, porque de pronto sentí que éste iba a salirse de su lugar—. ¿¡Dónde lo llevan!?

Shark hundió sus rodillas en mi ingle y levantó mi cabeza para jalarme del cabello hacia él.

   —¿No lo oíste? —susurró, con una sonrisa en el rostro. Junté toda la saliva y sangre que pude y la acumulé dentro de mi boca para escupirle en la cara. Él no reaccionó—. Vamos a colgarle —dijo, levantando su puño por encima de mí—. Y tal vez te colguemos a ti también —soltó su mano y la estrelló contra mi cara.

No puedo recordar nada más.

 

 

Notas finales:

Ok... ok... sé que en algún momento mencioné que habría un affeire entre Aiden y Cuervo y no sé en qué momento descarté esa idea y lo convertí en esto, algo mucho más terrible para ambos, pero fue algo que preparé desde hace muuucho tiempo. 

¿Recuerdan que les dije que habría algo en particular que haría definitivamente cambiar a Scorpion? Bueno, ese algo comienza aquí. 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Amenazas? Son libre de putearme o llorar en un review. Yo sufrí bastante escribiendo este capítulo. 

Qué tengan una linda semana


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).