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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas. por kenni love

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Notas del capitulo:

¡HAN PASADO 84 AÑOS! Bueno, espero aún recuerden está historia xD La verdad ya no quería continuarla y tenía planeado dejarla en el olvido. Pero no pude hacerlo (soy débil) Así que aquí la tienen, voy a publicar mensualmente (lo más probable es que publique a fin de mes). Les quiero agradecer a los que leen está historia y comentan, espero este capitulo y los que vienen sean de su agrado, prometo mejorar :) Gracias por todo.

Los ojos negros que lo observaban estaban impregnados de miedo y temor. La boca del monstruo estaba abierta, lista para atacar y matar. La bestia era capaz de sentir el pavor que inundaba a la persona de ojos negros, la cual había empezado a implorar por su vida cuando vio como el animal se acercaba cada vez más, lentamente, jadeante y hambriento. Los ojos negros comenzaron a llorar, seguros de que no volverían a observar la luz del sol, y la luz de la luna sería lo último que verían. El hocico babeante se abrió, y el monstruo atacó con un rugido ensordecedor.

Remus se despertó abruptamente. Hacía frío, pero él estaba empapado en sudor. Su corazón latía como loco y su pulso azotaba contra sus oídos. La habitación estaba muy obscura, puesto que era una noche nublada. Los ronquidos de sus amigos lo tranquilizaron un poco. Sin embargo, aún podía sentir el miedo de la persona de los ojos negros, aún escuchaba los jadeos de la bestia, aún veía los colmillos acercarse a su víctima. El sueño había sido tan real, tan horrible, tan parecido a lo que él estuvo a punto de hacerle a Snape. Remus era el monstruo de su pesadilla.

 

 

 

 

El castillo estaba en silencio, los pasillos se encontraban desolados y los alumnos de Hogwarts apenas se despertaban para asistir a clases. Sin embargo, el aula de Transformaciones estaba ocupado por cuatro estudiantes madrugadores, ansiosos de que la clase comenzara. Peter movía las piernas impaciente por escuchar a la primera víctima de su nueva travesura; James, al igual que Sirius, estaba desparramado en su silla, con una expresión que dejaba claro que madrugar no era lo suyo; y Remus leía tranquilamente un libro viejo y desgastado. No fue hasta después de varios minutos que la primera explosión se escuchó y la víctima apareció en la puerta, causando un gran placer en los chicos. Uno a uno fueron llegando estudiantes llenos de polvo, agua o una extraña sustancia que nadie quería preguntar qué era. Algunos afortunados lograban salvarse del bombardeo y otros, como Severus Snape, terminaban llenos de las tres cosas. James observó, sin disimuló, como Severus entraba al salón con una expresión asesina en el rostro, se sentaba en su pupitre, ensuciándolo todo, y sacaba su varita para tratar de limpiarse un poco. James hizo el amago de levantarse, pero se detuvo en el acto. ¿Qué iba a hacer?, ¿estuvo a punto de pararse para ira donde Severus?, ¿para saludarlo sin agredirlo y que todos se preguntaran si el fin del mundo estaba a punto de ocurrir? James tenía muchas ganas de sentarse junto a Snape y repetir la escena del beso, mas no podía acercarse a él de manera amigable y mucho menos besarlo enfrente de todos. James no había pensado, hasta ese momento, lo precavido que tendría que comenzar a actuar. No podía hacerse “amigo” de Snape si siempre lo había tratado como una cucaracha, y no podía dejar de molestarlo porque levantaría sospechas. Tenía que encontrar un balance para lograr sus objetivos, lo cual implicaba un desgaste físico y mental. Todavía no empezaba y ya se había cansado.

La risa mal contenida de Sirius lo sacó de sus pensamientos y lo devolvió al aula llena de estudiantes sucios. Sirius le hizo señas para que viera a la entrada, y se topó con el rostro furioso de Lily. Sus rizos estaban mojados y pegados a su cara, la cual brillaba de un rojo intenso.

– ¡POTTER! –gritó mientras se acercaba enfurecida al lugar del mencionado. James sonrió de lado y la miró como si no comprendiera la razón de su enojo.

–¿Pasa algo, Evans? – Lily llegó salpicando agua y rabia.

–¿Qué si pasa algo? ¿Qué demonios hicieron? –preguntó mirándolo a él y a Sirius. Este último, un poco más descarado, se rio fuerte y claro.

–Vamos, Evans. ¿Acaso nos viste lanzando esas bombas? Hemos estado en el salón, esperando a que nuestros cerebros se llenen de conocimiento.

–No sabía que tenías cerebro, Black. – James se rio por lo bajo y se dio cuenta como Remus ocultó su risa detrás del libro que leía. Sirius sonrió de una manera que James conocía a la perfección. Los ojos de su amigo brillaron listos con una respuesta digna de un Black.

–Sabes, mojada te ves mejor. Por lo menos luces peinada. – La expresión de Lily fue increíble: sus ojos se abrieron incrédulos, su cara se llenó de vergüenza  y observó a Sirius ofendida.

–Eres un cínico, Black. ¿Qué acaso tu madre no te enseñó a respetar a las mujeres?

–No dije nada que no fuera verdad. – El rostro de Lily se infló de rabia y estuvo a punto de reclamar cuando un ruido proveniente de la puerta la hizo callar. Remus, quien se encontraba sentado enfrente de Sirius, recargado en la pared y con la mirada fija en la entrada, miró a James con los ojos abiertos y sorprendidos, y este supo de inmediato que algo no estaba bien.

Los tacones de las botas de la bruja resonaron por toda el aula. Lily se escabulló a su lugar en un santiamén, aguantándose las ganas de gritarle a McGonagall que los culpables de que se encontrara llena de porquerías eran Potter y Black; sin embargo, James intercambió una mirada con Sirius, el cual hacía todo lo posible por no estallar en carcajadas. Al pasar a su lado, el olor putrefacto que desprendía la profesora azotó la nariz de James, ocasionando un extraño placer dentro de él. Y, al igual que Sirius, tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no reírse.

McGonagall llegó a su escritorio. Estaba cubierta de la cosa asquerosa que contenían algunas de las bombas. Su rostro lucía tranquilo, sereno; pero sus ojos eran cuchillos afilados con rabia. Apuñaló a James y a Sirius con la mirada, y habló con una voz extrañamente baja:

–Debido al accidente del pasillo, todos estás castigados, a menos que… – James ya sabía lo que seguía, Sirius también. Así que, sin necesidad de mirarse el uno al otro, ambos se levantaron y se declararon culpables con una enorme sonrisa en el rostro. Como era de esperarse, terminaron castigados con una redacción de tres mil palabras de por qué no se debía de usar la magia para fines no educativos. Ninguno de los chicos se quejó, aunque James no pudo evitar sentirse agobiado con otro castigo. Aún no terminaba con la tortura de limpiar letrinas, y ahora tendría que quemarse el cerebro escribiendo palabras sin sentido. Vaya manera de empezar el día.

La clase de transformaciones terminó después de una hora de tortura por parte de McGonagall. Los alumnos huyeron del salón para poder tomar un poco de aire fresco, ya que la pestilencia que había inundado el aula se había vuelto insoportable. James salió con paso lento, atento a los movimientos de Snape, ansioso de salir corriendo detrás de él y agobiarlo sin descanso. James no estaba seguro de qué demonios iba a hacer para acercarse a Severus y que este no le lanzara un Avada Kedavra en el intento. Y, muy a su pesar, se merecía el trato que el otro chico le daba. Aunque James no se arrepentía de todo lo que le había hecho. Tampoco se sentía culpable o planeaba disculparse con Snape. Seguía pensando que Severus era un amargado antisocial que sólo buscaba su propio beneficio y se merecía todo lo malo que le pasaba en la vida. Mas ahora que sabía que el remitente anónimo era Severus Snape, una enorme curiosidad lo había invadido. ¿Era Snape en realidad como la persona que escribía en las cartas? ¿Había estado mintiendo para agradar? ¿Qué tan profundo se encontraban esos pensamientos que a James tanto le gustaban? Siempre que James descubría algo que le fascinaba, le era imposible dejarlo; como cuando descubrió que era bueno con la escoba y con el quidditch, o la primera vez que “rompió las reglas” con Sirius, o la sensación de transformarse en animal y sentir la luz de la luna sobre su pelaje. Nunca tendría suficiente de todas esas cosas, y Severus Snape, de alguna u otra manera, se había vuelto parte de ellas.

 

 

 

 

 

Remus estaba sentado en una de las mesas del fondo de la biblioteca. Leía una novela muggle que Lily le había prestado un par de semanas atrás y, aunque la historia era bastante interesante, le era imposible concentrarse. Los ojos negros que había visto en su pesadilla no dejaban de aparecer en su mente. Aún podía sentir el miedo que se había apoderado de la pobre persona que iba a hace a atacada por el monstruo. Y lo peor de todo era que eso sí había pasado, Remus no sólo estuvo a punto de matar a Snape en su sueño, sino también en la vida real. Su cabeza había estado tan ocupada en Viktorique y la extraña actitud de Sirius, que su acto salvaje fue bloqueado momentáneamente; y ahora que todo se había “solucionado”, volvía a emerger de lo más profundo de su ser. Sin embargo, saber y cerciorarse de que era una bestia y un monstruo no era lo único que lo mantenía distraído.

El día anterior, Sirius lo había besado. Remus no estaba muy seguro de cómo interpretar esa acción, pero al ver que la actitud de Sirius volvía a ser la misma de siempre, no le dio mucha importancia; o trato de no dársela. Ninguno de los dos había sacado el tema a relucir, y tampoco Remus quería halar sobre ello. Trataba de evitar recordar todas las sensaciones que Sirius había causado en él, quería olvidar sus labios, sus manos, su respiración pesada, su olor a madera, su sabor a tabaco, sus ojos grises que atravesaron su alma. Lo que menos deseaba Remus era hacerse una idea equivocada. Sabía a la perfección que Sirius amaba invadir el espacio personal de los demás, y que un simple beso no significaba nada para él, ya que lo había hecho infinidad de veces con una infinidad de chicas. A todas las tomaba  con sus enormes manos y las miraba con esos ojos profundos y demandantes, tal como lo había hecho con Remus. “No se trata de nada especial, es algo normal en Sirius”, se repetía una y otra y otra vez. Además, ¿cómo iba a ser posible que Sirius lo quisiera de esa manera cuando era un monstruo despreciable? Sin contar que ambos eran hombres y mejores amigos.

El arrastrar de una silla sacó a Remus de sus pensamientos y lo devolvió a la biblioteca. Bajó el libro que intentaba leer, y se encontró con un chico sentado en su misma mesa.

–Hola, Remus. – La amplia sonrisa y los ojos amales de Mason lo tomaron por sorpresa. Ya tenía un par de días que no lo había visto, y la última vez que hablaron, Sirius se encargó de interrumpir su conversación. Remus respondió con otra sonrisa, bajando la mirada y tratando de evitar recordar su última plática.

–Hola, Mason. Vaya, es la segunda vez que nos encontramos en la biblioteca. ¿Vienes muy seguido?

–Más o menos. Supongo que es algo que tenemos en común. Siempre que vengo estas en la biblioteca, sentado, justo aquí, leyendo un libro. – Mason se recargó en la mesa, acercándose un poco más a Remus. – Me gusta verte leer, tu rostro sereno es muy lindo. Aunque hoy pareces distraído. Has estado leyendo la misma página por diez minutos. ¿Hay algo que te preocupe?  – Remus no pudo evitar asombrarse ante lo que había escuchado. Nunca antes había notado la presencia de Mano. Y fue hasta que él lo ayudó a no caerse que reparó en su persona.

–No, no te preocupes. Sólo estaba pensando. – Remus se mordió la lengua. Unas ganas inmensas de contarle todo por lo que estaba pasando o asaltaron sin previo aviso. Necesitaba desahogarse con alguien, decirle que su vida era un desastre, que era un monstruo, un asesino, un rompecorazones, y un desviado porque, probablemente, sentía más que simple amistad por una de las únicas personas que lo aceptaban con todos sus defectos y que, últimamente, había comenzado a actuar más raro de lo normal, causando confusiones en su mente y triste corazón. Remus se sentía desesperado, inquieto, nervioso, con ganas de explotar. Y, para empeorar la situación, no podía contarle nada a nadie. Obviamente no iría con Sirius a decirle sobre el problema que le estaba causando; y si le decía a James que se veía a si mismo como una bestia asesina, su amigo no dudaría en asegurarle que estaba equivocado y que él jamás le haría algo malo a alguien. Si iba con Peter, este terminaría contándoselo todo a James y sería cuento de nunca acabar. Tampoco podía ir con Lily y decirle que era un hombre lobo y que se sentía culpable por haber casi matado a su único mejor amigo, y que se le volteaba la varita por el niñato de Sirius Black. Remus estaba acorralado, sin salida. Siempre tenía que cargar con sus penas él solo, nadie podría comprenderlo del todo. Nadie más que él sabía lo horrible que era esa sensación de no poder controlar una bestia capaz de matar a gente inocente. Nadie más que él tenía ese dolor en el pecho, esas punzadas en su cabeza que lo atormentaban cada vez que pensaba en Sirius y ese maldito beso con sabor a gloria.

–Bueno, si necesitas hablar sobre algo con alguien, puedes contar conmigo. – Los ojos color avellana de Mason brillaron. Eran realmente hermosos y sinceros. Remus nunca había tenido otros amigos aparte de esos tres chicos que cambiaron su vida y aceptaron su defecto sin criticarlo o temerle. No tenía planeado ni deseaba ampliar su repertorio de amistada hasta que conoció a Lily. Supuso que tal vez podría tener una amiga. Una amiga a la cual nunca podría decirle la verdad, una amiga que no lo aceptaría con tanta facilidad como los otros tres lo habían hecho. Remus odiaba tener que mentirle, y ahora que alguien tan amable como Mason le ofrecía su amistad, no podía más que despreciarse a si mismo por la mentira que tenía que seguir manteniendo.

Remus respondió con una sonrisa, incapaz de hablar por el nudo que se iba formando en su garganta; recordando una vez más la clase de monstruo que era.

 

 

 

 

Sirius desperdició toda su hora libre buscando a Remus. Después de la clase de pociones, el chico se había escabullido tan rápido como sólo un merodeador sabía hacer. Y antes de que pudiera ir a buscarlo, James malditodesgraciadoseas Potter lo obligó a perseguir la mugrosa túnica de Snape con el pretexto de querer molestarlo un poco, cuando era evidente que lo único que deseaba era cogérselo ante todo el puto colegio. Sirius trataba de no pensar en la idea de que su jodido mejor amigo estaba tan miope que se había prendado de la persona más desagradable de toda Gran Bretaña. Sólo con el hecho de ver a Snape a la cara, el estómago se le revolvía y le daba un asco sorprendente; así que no lograba comprender a James y a su atracción sexual, la cual debía de estar realmente jodida. Sin embargo, el chico era su mejor amigo y lo aceptaba con todo y sus gustos de mierda.

Después de veinte minutos de observar la entrada a la sala común de Slytherin, y ver como se le mojaban los calzoncillos a James al ver que salía Quejicus de la mazmorra, Sirius no pudo soportar más y dejó a su retardado amigo y se dirigió a la torre de Gryffindor. Una gran frustración  lo embargó al ver que Remus no estaba ahí. Necesitaba a Remus, quería verlo, quería tocarlo, oír su voz, su risa, oler su suave perfume olor Remus, lo quería a él en ese instante, en ese momento. Durante las clases era prácticamente imposible hablarle ya que era un completo ñoño y prefería prestar atención al profesor que a Sirius. Y, cuando las clases terminaban, Remus buscaba un pretexto para no estar con él. La ausencia de Remus nunca había sido tan notoria, aunque se podría decir que Sirius no se dio cuenta de ello hasta que aceptó los sentimientos que tenía por su amigo. A partir de ese día, la dosis de Remus en su día nunca era suficiente; y mucho menos después de haber probado esos labios que, ¡joder!, nunca pensó que anhelaría tanto. Nunca antes había sentido tanto por un beso, ni siquiera estaba seguro de cómo había sobrevivido con sólo haber tenido uno. Necesitaba más, al igual que necesitaba saber en dónde demonios se había metido su amigo.

Sirius se dirigía a la biblioteca, seguro de que ahí estaría Remus, sentado detrás de una enorme pila de libros, cuando lo vio de pie, recargado en la pared y con la mirada perdida.

–¡Remus! – Sirius no pudo evitar que una sonrisa enorme apareciera en su rostro. Su pecho exhaló tranquilidad y un suspiro interno lo tomó por sorpresa. Si se hubiera tratado de otra persona, Sirius se hubiera censurado y mofado de su actitud, pero la persona que le hacía temblar las piernas era Remus, así que estaba bien. – ¿Qué pedo?, ¿qué haces aquí? – A diferencia de Sirius, Remus no lucía muy feliz de verlo. Sus labios estaban fruncidos y evitaba mirarlo a la cara. Sirius nunca había sido del tipo comprensivo, y siempre se apresuraba a sacar conclusiones erróneas. Dentro de su mente, le era un tanto difícil entender por qué demonios la actitud de Remus cambiaba tan bruscamente. El día anterior se habían besado, habían planeado la travesura para la mañana siguiente, habían bromeado y reído y había sido el mejor día de su jodida existencia. Y ahora, unas cuantas horas después, Remus hacía todo lo posible por evadirlo y tenía esa expresión de sufrimiento que Sirius detestaba tanto. Lo peor era que Remus nunca decía lo que le pasaba, asegurando que todo estaba bien y que no había nada de qué preocuparse. Y eso a Sirius le jodía, le jodía bastante.

–Ya es tarde, Sirius. Hay que regresar a clases.

–Lunático, no estás bien. Dime qué te pasa. – Remus bajó la mirada, como si estuviera avergonzado.

–No es nada, ya vámonos. – Sirius hizo uso de toda su resistencia para no preguntarle nada más a Remus. Caminaron en silencio. Sirius estaba seguro de que si estuviera en su forma de perro, su cola no dejaría de agitarse a causa de las ansias por estallar en preguntas y obligar a Remus a decirle qué mierda le estaba pasando. Aunque, tal vez, no era necesaria la cola para darse cuenta de ello.

–Sirius, estoy bien, ¿vale? Puedo sentir tu ansiedad desde aquí. – El mencionado detuvo su marcha y tomó a Remus del hombro para que hiciera lo mismo.

–No, no lo estas. Tienes esa maldita expresión que me caga, como si tu vida fuera miserable y quisieras suicidarte.

–Vale, ¿y qué tiene de malo si mi vida es miserable? – Sirius observó a Remus. Nunca nadie iba a ser igual que él, nunca nadie podría llenar su lugar, nunca nadie haría que su corazón se estrujara de dolor al darse cuenta que el amor que le tenía le estaba causando sufrimiento; nunca, en la vida de mierda que le quedaba, iba a ser capaz de amar a alguien como lo amaba a él.

–Remus, sé que no es fácil que uno de tus mejores amigos esté enamorado de ti. Lo comprendo, incluso yo me habría sentido así. Pero si no te sientes cómodo con esta situación, no volveré a sacar el tema de nuevo y asunto olvidado, ¿te parece? – La expresión de Remus se había endurecido, era indescifrable, como si la hubiera tallado en piedra; es más, todo él parecía hecho de piedra, estaba inmóvil y no respiraba. – ¿Remus? Lunático, ¿qué pasa? – Sirius lo tomó de los hombros y lo zarandeó con fuerza, preocupado por su amigo. – ¡Lupin!

–Si… Sirius. – La voz de Remus salió un tono más alto de lo normal, y sus ojos trataron de enfocar al mencionado. – ¿Quién está enamorado de quién? – El corazón de Sirius se detuvo y un escalofrío lo invadió por completo. Una expresión de terror surcó su rostro al darse cuenta que la había cagado. 


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