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Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas. por kenni love

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Notas del capitulo:

Lo prometido es deuda así que aquí les traigo el capítulo tres de este fanfic. Gracias por leerlo y por comentar, en serio no saben lo mucho que me animan sus comentarios, y más cuando la historia es una basura xD Espero no defraudarlos en un futuro. 

 

Severus se sentía observado. Cuando iba a clases, cuando salía de la mazmorra de Slytherin, cuando estaba en la biblioteca, cuando caminaba por los pasillos, incluso cuando iba al baño. Había una presencia, una esencia, que lo molestaba y no dejaba de perseguirlo. Y había comenzado a sentirla desde que el mal nacido de Potter le había dicho eso. Sólo habían pasado cuatro años desde que Severus confirmó sus sospechas sobre el licántropo Lupin, y todo se había puesto de cabeza. Odiaba a Potter más que nunca, lo aborrecía, lo detestaba, tenía unas ganas inmensas de hacerlo sufrir a conciencia. Y ese deseo había aumentado después de haber terminado en lleno de porquería la mañana. Severus quería venganza, oh vaya que sí. Había estado esperando cinco años para que Potter pagara por todo lo que le había hecho. Su venganza sería tan cruel que James Potter lamentaría el día en que había sido concebido.

Severus detuvo su caminar al sentir que alguien lo seguía. El pasillo estaba desierto, pero sus sentidos eran inigualables. Ladeó un poco la cabeza, atento a cualquier sonido, cualquier movimiento. Y antes de que pudiera hacer algo, el brazo de alguien se posó sobre sus hombros, pegándolo al cuerpo del desconocido.

−¿Qué onda, Snape? ¿Por qué tan solo como siempre? – El calor de Potter inundó a Severus, más de lo que este hubiera deseado. Un olor fuerte a canela mezclado con cinismo, arrogancia y narcisismo azotó contra la nariz de Severus, al mismo tiempo que su pulso incrementaba. Haciendo uso de toda su fuerza, Severus empujó a Potter, separándolo de él y dejando un extraño aroma en toda su ropa. Nunca había sentido esa cercanía, el poder de sus brazos, lo aplastante que era su presencia. Severus había sido invadido, marcado, maldito.

−¡Aléjate de mí, Potter! –gritó asustado, con el corazón a punto de salir de su pecho y la mente hecha un caos. Su vista comenzaba a volverse borrosa, todo daba vueltas; su mano se movió instintivamente hacia donde guardaba la varita, pero nunca llegó. Otra mano más fuerte la había detenido. Severus no lograba procesar qué era lo que estaba ocurriendo. Le era imposible enfocar la mirada, su mano ardía, su pecho subía y bajaba, agitado por la rabia que lo invadía.

−Tranquilo, Snape. Sólo quiero hablar. – Severus se soltó del agarre de Potter y lo miró con odio. Una vez más, Potter se burlaba de él y lo humillaba para su propia diversión. No había tenido suficiente con las atrocidades que había dicho tres días atrás. Esas palabras nefastas y asquerosas que se repetían una y otra y otra vez sin descanso, que martillaban su cerebro, que lo volvían loco cada vez que las recordaba; porque Potter, ese ser repugnante y arrogante, no podía ser esa persona a la que Severus se había abierto, se había sincerado y había dejado, por primera vez en su vida, ver su lado débil, sensible y lujurioso. Potter lo había planeado todo, ahora se mofaba de Severus y de cada palabra que había escrito en esas cartas, las cuales le habían servido como una vía de escape, un desahogo, un lugar en el que finalmente podía demostrar su verdadero ser. ¡Pero que vejación! Severus se sentía como un imbécil, como un niño pequeño con el que sólo habían jugado y al que usaban para divertirse.

–¡Eres un cerdo! – gritó rabioso. Potter hizo el amago de acercase a Severus, y este, sin pensarlo dos veces, lo alejó con un puñetazo en el rostro. Potter trastabilló. Una descarga eléctrica recorrió por completo el brazo de Severus, causándole una sensación jamás experimentada con anterioridad. Observó la mueca de dolor en el rostro de su enemigo y tuvo el impulso de volver a repetir lo que había hecho: golpear a Potter y que ese sentimiento lo invadiera de nuevo. Era adictivo, hermoso, nada podía compararse con el gozo que lo llenaba, con las ganas de partirle la cara de imbécil que tenía Potter.

–Vaya, Quejicus, ahora si te luciste como todo un muggle. – Potter sonreía, una sonrisa llena de petulancia y arrogancia; una sonrisa que hizo que todo el ego de Severus se fuera por los suelos, que se sintiera sucio, asqueroso, pero que una vil cucaracha. Había vuelto a caer en otro de los juegos de Potter.

 

 

 

El pasillo número 13, en el estante 6, había una gran variedad de libros sobre criaturas mágicas. La mayoría abarcaba temas sobre cómo tratar con los que eran peligrosos, o cómo reconocer a los indeseados. Sin embargo, ni un solo libro de todo el estante enseñaba a cómo convertirse en un animago. Lily había estado buscando por tres días seguidos información sobre los animagos y no había encontrado nada que no supiera ya. Las palabras de su amigo seguían sonando fuertes y claras dentro de su mente, y la expresión decidida de Severus era lo que la seguía motivando a seguir con su investigación. Aunque, claro, no podía evitar seguir escéptica ante la idea de que James Potter, Sirius Black y Peter Pettigrew fueran animagos, y mucho menos de que Remus Lupin se transformara en lobo durante cada luna llena. Había un sinfín de razones para no creer en lo que Severus le había asegurado con tanto ahínco. En primer lugar, ¿cómo demonios habían logrado transformarse en animales?, ¿de qué libros habían aprendido?, ¿cuándo?, ¿por qué?, ¿qué clase de magia habían empleado para conseguir ese objetivo? Y, claro, ser animago no registrado era ilegal, ¡ilegal! Potter y Black podían hacer todo tipo de travesuras o bromas, pero hasta ellos tenían sus límites. Si eran descubiertos no terminarían castigados por la profesora McGonagall, ¡terminarían en la cárcel!, ¡en Azkaban! Lily estaba segura que incluso ese par de niñatos sabían lo que eso significaba. Aunque lo peor de todo no era la acusación de un delito mayor; lo peor era el hecho de que, supuestamente, Remus era un hombre lobo. Lily ni siquiera podía imaginarlo.

–¡Lily! – Como por puro reflejo, la mencionada desvió la mirada de los libros que sólo le causaban dolor de cabeza, y frunció el ceño ante la voz que la había llamado. Vaya, lo que me faltaba. Potter se acercaba a ella con ese andar de arrogancia infinita y esa mano que nunca terminaba de desacomodarle el cabello. Se detuvo enfrente de ella con una ligera sonrisa en sus labios. – Vaya, qué raro encontrarte por aquí.

–¿Qué quieres, Potter? – Lily observó cómo los ojos de James se posaban en los libros que Lily sostenía entre sus brazos, los cuales todos eran sobre criaturas mágicas. Aunque James no le dio importancia a ese pequeño detalle, Lily no pudo evitar ponerse nerviosa. No supo por qué su corazón se agitó asustado, no estaba haciendo nada malo. Sólo se limitaba a leer un poco, por simple interés, no porque dudara o creyera en las patrañas que su amigo le había dicho.

–Quería saludarte. – James se recargó en el estante, se cruzó de brazos y observó a Lily con una mirada que causó un ligero cosquillo dentro de la chica. Los ojos cafés de James la observaron fijamente, serenos y profundos, atravesaron su muralla y llegaron hasta su alma. Lily se vio obligada a bajar la vista, incapaz de soportar esa intensidad.

–Siempre que me “saludas” es para hablar sobre Severus. ¿Cuándo vas a dejarlo en paz? – Lily no podía creer que el chico que estaba frente a ella, luciendo tan calmado y maduro, era el mismo que había dicho todas esas barbaridades en un estado claramente fuera de lo normal.

–No sabía que te ponía celosa que sólo te hablara para preguntarte por Snape. – Un calor inmenso golpeó el rostro de Lily, dejándolo igual de rojo que su cabello. Sin poder evitarlo, comenzó a tartamudear incoherencias, con la finalidad de dejar en claro que lo único que sentía era desagrado hacia él. – Lo que digas, Lily. Aunque tienes razón. Vine para hablar de Snape. – El rubor se bajó de las mejillas de Lily, su pulso se tranquilizó. Era incapaz de comprender la obsesión que James Potter tenía por su amigo, y sin contar su actitud, la cual era cada vez más descabellada.

–Mira, Potter. Lo mejor que puedes hacer es concentrarte en tus clases y olvidar de una vez por todos a Severus. Ya no lo molestes, ya tiene bastante problemas como para que le des más. Busca a otra persona. – Lily dio media vuelta y comenzó a caminar. La mirada de Potter seguía en ella, Lily podía sentirla. Era un tanto perturbadora.

–Te ha hablado sobre las cartas, ¿no? – Lily se detuvo de golpe. – Lily, te juro que nunca me había sentido así. Estoy… desesperado. Tienes que ayudarme. – La mencionada se giró lentamente. Potter se había acercado un poco a ella. Esa expresión altanera y petulante había desaparecido de su rostro. Ahora se veía débil, desprotegido, vulnerable. Lily no quería, sabía que no debía  de confiar en él; estaba segura que ese chico sólo lastimaría a su amigo, justo como siempre lo había hecho. Pero había algo en él, algo detrás de esos anteojos que la hicieron caer. Como si un animal acorralado implorara por su ayuda. Lily receló, mas se atrevió a preguntar sobre su problema. Potter bajó la mirada, algo que Lily nunca le había visto hacer, y le pidió que se vieran en el invernadero después de su entrenamiento de quidditch. Antes de irse y dejarla completamente atónita, en cuanto Lily aceptó su propuesta a regañadientes, la sonrisa arrogante y el brillo gamberro volvieron a aparecer en Potter, como si la conversación anterior nunca hubiera existido. Lily lo observó alejarse, con ese andar tan característicos suyo, no muy segura de lo que estaba haciendo y en qué lío se había metido.

 

 

 

 

Sirius amaba el quidditch. Podía pasar todo su maldito día montado en una escoba, persiguiendo una pelota, y jamás tendría suficiente. Amaba la sensación de libertad que lo invadía, como su mente se vaciaba de todo pensamiento y sus problemas se iban volando con el aire. Amaba caer en picada y levantar el vuelo a pocos centímetros del suelo. Amaba sentir como su mano se cerraba alrededor del bate, y como ésta giraba al momento de golpear el balón. Amaba sentir la fuerza que salía de su brazo y ver lo lejos que había mandado la pelota. El quidditch para Sirius no sólo era un deporte, era un desestresante, era poder olvidarse de quién era, de su nombre, su familia, toda la mierda que cargaba en sus hombros y no lo dejaba en paz; era no saber si estaba vivo o muerto, porque, joder, no había nada en el mundo que pudiera igualársele. A menos, claro, que se llamara Remus Lupin.

Sirius observaba desde arriba como sus compañeros de equipo planeaban diferentes jugadas y las ponían en práctica. Por el momento no se encontraba lo suficientemente concentrado, lo cual afectaba el entrenamiento, en palabras de su capitán.  Sirius había insistido que estaba bien, pero nadie le creyó mucho y lo mandaron a que se relajara un poco. Por eso Sirius miraba, molesto, al resto del equipo mientras hacía todo lo posible por no pensar en Remus y la confesión más estúpida escrita jamás en la historia de la magia.

Como siempre, Sirius había sacado conclusiones erróneas y había pensado que Remus se sentía disgustado de los sentimientos que tenía por él. Pero, al parecer, el malestar de Remus se debía a otra cosa (la cual Sirius no tenía ni idea de qué era), Lupin no había captado la indirecta del beso, y al momento de tratar de suavizar la situación, Sirius terminó confesándose; lo cual, según él, ya había hecho, aunque el jodido de su amigo no había tenido ni puta idea. Sirius nunca, NUNCA, en su vida se había sentido así de nervioso, las palabras Jamás se habían trabado antes de salir y no había conocido hasta ese momento lo que era decir incoherencias.  De alguna u otra forma terminó diciéndole a Remus que estaba estúpida y locamente enamorad de él, y que no esperaba obtener una respuesta al respecto, y que quería que siguieran siendo amigos, aunque besarlo de nuevo no estaría nada mal. Remus se quedó como idiota sin decir nada durante bastante tiempo hasta que llegó Peter y les recordó que la próxima clase estaba a punto de comenzar. Sirius faltó al resto de sus clases y llegó al entrenamiento. Se sentía incapaz de ver a Remus hasta que se hubiera superado del shock, y se planteó muy seriamente la idea de que dormir con las mandrágoras era mejor que estar en la habitación de los chicos.

–Canuto. – James se situó  a su lado. Su rostro estaba rojo por el esfuerzo y lucía agitado. – ¿Qué pasó, hermano, estás bien?

–We, mátame. – James se rió y se secó el sudor. Empujo con ligereza a Sirius y, divertido, pregunto:

–¿Entonces sí voy a hacer padrino de bodas? – Sirius trató de no reírse, pero con James era  imposible. Agradeció infinitamente poder tenerlo a su lado.

–Tenías razón, a Remus nunca se le ocurrió que lo besé porque estoy enamorado de él. Claro, como me encanta besar a mis amigos y lo hago todo el tiempo, fue super normal para él.

–No quiero decirlo, pero te dije que le aclararas las cosas. ¿Ya se los dijiste? –Sirius le contó con lujo de detalle todo lo sucedido. Al terminar, ambos chicos se quedaron en silencio observando el panorama frente a ellos.

–Por lo menos tú no se lo dijiste todo drogado y con Lily presente.

–Vaya, valemos mierda, we. –Los dos chicos se miraron al mismo tiempo y estallaron en carcajadas. El capitán, al ver el relajo que se tenían, los regañó y castigó, mandándolos a hacer ejercicios extra de velocidad.

Al final, Sirius se incorporó al entrenamiento, aunque sólo fueron un par de minutos antes de que este acabara. El equipo se dirigió a los vestidores, estaban agotados y sudorosos. Algunos sólo se cambiaron, y otros, como James y Sirius, fueron a las regaderas para refrescarse.

–Oye. – James recargó sus brazos en la pequeña pared que dividía los cubículos y trató de enfocar a Sirius sin mucho éxito. – Recuerda que hoy vamos a la casa de los gritos para terminar el mapa.

–¿Qué?¿Cuándo se decidió eso?

–Hoy, cuando faltaste a clase. –Sirius hizo para atrás su cabellera y observó a James con el ceño fruncido.

–A veces te detesto, Potter. – El mencionado sonrió y siguió en lo suyo. Sirius había creído que su día no podía ser más patético, pero se había equivocado. Ahora, por culpa del miope de su amigo, tendría que estar en la misma habitación que Remus cuando aún no se recuperaba de la vergüenza por la que había pasado. Sin embargo, un deseo inmenso de ver a Remus lo invadía por dentro. Quería saber cómo actuaría ahora que ya sabía la verdad, ahora que Sirius podía decir que le quería, que le gustaba, que podía hacer bromas sobre el tema, que podía mirarlo a la cara y comentar sobre lo mucho que le gustaban sus ojos, sus labios, su enorme nariz y esas ligeras pecas que la rodeaban, su cuerpo larguirucho y delgado, sus manos grandes y gráciles, su amabilidad, su gentileza, su humildad, su bondad y esa fuerza enorme de la cual Remus no tenía ni idea que poseía, pero que Sirius no podía dejar de admirar. Sin poder evitarlo, una sonrisa se formó en su rostro. La idea de ir a la casa de los gritos ya no le parecía tan mala; es más, era una excelente idea. Quería ver a Remus y quería verla ahora. Ya no se sentía avergonzado, se sentía un tonto por haberse avergonzado. Vale, su confesión había sido un asco, ¿y qué? Algún defecto tenía que tener.

–¿Nos vamos saliendo de aquí? –preguntó mientras cerraba el grifo y sus ganas de ver a Remus aumentaban a mil por hora.

–Voy a ir a hablar con Lily. Si quieres puedes adelantarte. – Sirius no quería esperar. Se lo hizo saber a James y salió de las regaderas ansioso por sacar sus cuatro patas y correr hasta donde estaba Remus.

 

 

 

James llegó al invernadero con el corazón latiéndole como loco. Seguía sin creer que Lily hubiera aceptado su petición. Jamás le había pasado algo así, no importaba lo que hiciera, lo que implorara, Lily simplemente lo ignoraba; porque Lily no caía tan fácil como otras chicas, porque él no le agradaba, porque Lily no quería que su amigo sufriera, porque Lily era lista, sincera y la persona más hermosa que James había conocido en su vida. Por eso la necesitaba. Necesitaba de sus amables palabras, sus sabios consejos, de que alguien que conociera a Snape lo escuchara. Porque Lily no juzgaba, y eso lo tenía más que claro.

Pasaron un par de minutos. James estaba recargado en una de las paredes, con la mente hecha un caos. ¿Y si Lily no iba?, ¿y si se le había olvidado?, ¿y si…? Un sonido  lo alertó. Acostumbrado a estar siempre pendiente por si alguien les pillaba en alguna travesura, James agudizó el oído y unos pasos suaves se hicieron presentes. Sin duda alguna se trataba de Lily.

–Hola, Evans. – James sabía que a Lily no le gustaba que la llamaran por su nombre, y siempre lo hacía para molestarla un poco. Sin embargo, no quería hacerla enojar, no cuando había accedido a escucharlo. Lily entró al invernadero con una expresión que dejaba más que claro que no tenía ni la más mínima idea de por qué había ido.

–¿No pudiste haber escogido algún otro lugar? Si nos encuentran aquí estaremos en problemas.

–No te preocupes. Puedes decir que me viste haciendo algo malo y que me descubriste. Creerán todo lo que digas, prefecta. – Lily hizo un puchero.

–A diferencia tuya, Potter, no soy buena mintiendo. – James sonrió. Era la primera vez que estaba tan cerca de Lily, en una habitación juntos, solos. Nunca lo había notado, pero la chica tenía ligeras pecas, todas acumuladas en un solo punto en cada mejilla, y sus ojos verdes eran un poco más claros a la luz del sol, y sus pestañas eran enormes, largas y rizadas, como si las hubiera puesto así con algún hechizo. James había anhelado durante años con tener un momento así, con poder reír, platicar, verse fijamente el uno al otro y dejar que las palabras fluyeran sin tener que decirlas. Y ahora que la tenía ahí, frente a él, con esos ojos verdes y esas pestañas anormales, no pensaba en otra cosa más que en Severus Snape y cómo acercarse a él sin terminar en la enfermería.

Agobiada por la intensa mirada de James y el repentino silencio que se había formado, Lily desvió la mirada y molesta dijo:

–Ve directo al grano, Potter. Tengo cosas que hacer.

–Gracias por haber venido. – Lily no respondió.

James llevó a Lily a un pequeño espacio, cerca de unas plantas venenosas (sabía que lo eran puesto que en una ocasión, estando drogados, Sirius agarró una y terminó con Madam Pomfrey por tres días), en dónde él y sus amigos solían sentarse. Lily lo seguía recelosa.

–¿Vienes mucho por aquí?

–Más de lo que te imaginas.

–No puedo creer que Remus sea su amigo. Son una mala influencia para él.

–Pero si fue Remus quien encontró este lugar. – Lily entrecerró los ojos, incrédula a lo que había escuchado. James aún lo recordaba. Fue en segundo año, en una de esas noches en las que se prefiere merodear por el castillo que dormir. Remus se separó del grupo por unos minutos y regresó corriendo, diciendo que había encontrado algo en el invernadero. A partir de ese momento, cerca de esas plantas venenosas que le sacaron pústulas a Sirius en TODO el cuerpo, ese pequeño espacio fue declarado patrimonio de Los Merodeadores.

James se sentó e invitó a Lily con la mirada a que hiciera lo mismo. Esta dudó un poco pero al final accedió. La luz que se filtraba por las ventanas le iluminaba de lleno. James observó cómo el polvo se hacía visible ante ella. Escuchó cómo el silencio entraba por sus oídos y ahí se quedaba, quieto, listo para desvanecerse en cualquier momento. Las palabras salieron después de varios minutos.

Al finalizar su relato, Lily no dijo nada. James no omitió detalle alguno. Plasmó todo lo que había pasado, todo lo que había sentido, todo lo que sentía y todo lo que quería hacer. Tampoco esperaba tener una respuesta inmediata. Estaba seguro de que había cosas que Lily hubiera deseado que omitiera, él mismo hubiera deseado no haberlas tenido que decir, y menos frente a ella.

–Potter. – La voz de Lily fue baja, casi un susurro. Los ojos verdes la observaban con miles de preguntas que no podía responder. – Severus te odia. Nada de lo que hagas cambiara eso. Tú te lo ganaste. – James ya sabía eso, oh vaya que lo tenía muy presente. Pero hasta la fiera más indomable se volvía mansa.

–Sólo quiero conocer su verdadero ser. No el que todos conocemos, sino el que escribía esas cartas. – Lily se encogió de hombros.

–Ni siquiera yo conozco ese lado suyo. – James sintió cómo algo caía sobre sus hombros. Nunca se había sentido así. Era como si tratara de agarrar algo que se resbalaba una y otra y otra vez de sus manos. Mas no se iba a dar por vencido con facilidad. La palabra derrota no existía en el vocabulario de los Potter.

–Potter, lamento no haber sido lo que esperabas. No conozco al Severus de las cartas. Sólo te puedo decir algo: no lo molestes, no le hagas nada. Ignóralo y se calmará. Él ahora está más susceptible por lo que pasó hace poco. – Lily calló de repente. Su ceño se frunció y apretó los labios. Algo no andaba bien, como si hubiera dicho algo indebido. James recordó la pila de libros sobre criaturas mágicas que Lily había consultado esa mañana. Había estado en lo cierto: Snape le había dicho sobre ellos.

–¿Qué pasó hace poco? – Lily lo miró. Sus ojos verdes lucían nerviosos, asustados por decir algo que la delatara. – Oh, ya. Lo del bosque. – Lily era una buena persona, una chica con principios y valores. Sólo quería estar segura de lo que le habían dicho, James no dudaba de que no revelaría su secreto. – ¿Decías?

–Sólo eso. Déjalo en paz por un rato y no actúes como un idiota. – Lily se incorporó con brusquedad. Se limpió la túnica y se retiró sin decir nada más.

A pesar de que no le había dicho mucho, Lily había sido de gran ayuda para James. Era la primera vez que hablaba sobre sus problemas con alguien que no fuera Sirius, Remus o Peter. Se sentía refrescante y, sin saber por qué, una pequeña flama de esperanza amenazaba con encenderse en su pecho. Lily le había dicho que no actuara como un idiota, ¿pero qué clase de persona sería si no hiciera tal cosa?


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