Amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás.
Gabriel Marciel
La batalla de Asgard culminó y los santos dorados lograron la victoria frente al dios Loki; Athena venció a Hades y la paz había sido restaurada en el mundo, con la humanidad a salvo nuevamente. Athena solicitó a los dioses del Olimpo tener a su lado a sus valientes guerreros nuevamente, pues habían demostrado ser dignos de protegerla a ella y a la humanidad; fue por esa razón que los olímpicos se congregarían para debatir sobre el futuro de los caballeros dorados. Todos los dioses estaban más que interesados en asistir a la importante reunión y discutir el asunto seriamente; empero, Zeus era el único que no parecía tener la mente en dicho acontecimiento. El motivo de su desinterés radicaba en que su amante, Ganimedes, desapareció inesperadamente; el dios emprendió una tortuosa búsqueda por todo el Olimpo, incluso se atrevió a preguntar a la Moiras si había algún designio desafortunado en la vida de Ganimedes que explicara su desaparición, a lo cual las mujeres se negaron a responder. El mayor de los dioses se había vuelto aún más irritable e impaciente, además de taciturno y osco, pues no tenía consuelo ante tal hecho. Sin embargo, Zeus no había tenido una actitud muy devota hacia su amante tiempo antes de que el mismo desapareciera, pues sus romances adúlteros no cesaron, ni siquiera disminuyeron en cantidad, y eso era algo que al joven copero le dolía. Aun así, nadie en el Olimpo tenía rastros del amante de Zeus, el joven parecía haberse esfumado en un suspiro y la incertidumbre desesperaba a Zeus.
ZEUS POV
Para nosotros, los dioses, el tiempo es eterno y creemos tenerlo todo en la palma de nuestra mano, y sin embargo llega ese día en el cual el destino nos demuestra que hasta un dios puede tener crueles jugadas del destino; desde que Ganimedes estuvo conmigo en el Olimpo, di como un hecho que permanecería siempre a mi lado sin importar qué ocurriera, mas la realidad me golpeó con dureza al saber que se ha marchado. Los últimos tiempos me ha reprochado que no le prestaba suficiente atención y que no se sentía feliz con mi trato, sin embargo no creo haberle fallado en algún momento, pues siempre fue para mí el joven más hermoso, mi adorado consorte, a quien puedo decir que amo. ¿Acaso no fue suficiente para él?, ¿en qué he fallado para que decida abandonarme tan repentinamente? Una profunda tristeza ha embargado mi corazón desde que no lo tengo a mi lado, los banquetes son tediosos y aburridos sin su presencia, y el silencio se vuelve tremendamente abrumador al no escuchar su risa. Como si no fuera suficiente, me espera una de esos largos y complicados juicios; la causa de reunión ha sido, nuevamente, los guerreros de Athena.
Asisto a la congregación con desgano, no saber qué pudo ocurrirle a Ganimedes me quita las ganas de cumplir con estas insignificantes diligencias; escucho lo que mi esposa Hera nos comunica: que gracias a la acción de los caballeros dorados el pueblo de Asgard ha sido salvado del manipulador dios nórdico Loki, y Athena solicita que sus guerreros vuelvan a la vida. Siento que la misma historia se repite una y otra vez, aunque fue Hades quien en realidad le devolvió la vida a algunos de esos jóvenes para su ridículamente ambicioso plan de castigar a la humanidad, fracasando estrepitosamente, como lo predije. Mientras escucho a los demás dioses discutir sobre si le devolverán la vida a esos guerreros o no, me tomo unos largos minutos para observar sus cuerpos sin vida y reconocerlos; realmente nunca me había tomado la molestia de conocer sus rostros y asociarlos con la constelación por la cual cada uno estaba regido, y eso por esa anterior ignorancia que un rostro en particular me cautiva y deslumbra. Un joven que parece ser un gemelo de mi amado Ganimedes; su mismo cabello de color aguamarina y aspecto tan suave como la bruma del océano, la misma tez nívea como porcelana, y las mismas delicadas facciones. Como si las coincidencias no fuesen suficientes, el bello joven está regido por la constelación de acuario, aquella que mi amado encarna.
El juicio continúa y los dioses inician una acalorada discusión, la decisión se vuelve reñida, pues algunos fundamentan que los guerreros de Athena no deben volver a la vida por haber desafiado a los dioses, otros argumentan que han sabido cumplir su deber y han hecho lo correcto, han protegido a Athena y han velado por la humanidad; abstraído en contemplar al arconte de acuario no me percato de que todas las miradas están sobre mí, esperando mi decisión, la cual será la definitiva. Maldigo el momento en que acepté tomar parte de esta reunión, pues por primera vez siento que mi juicio no será imparcial; ¿es tanto mi deseo de volver a tener a Ganimedes entre mis brazos que soy capaz de utilizar a un humano como su reemplazo? No sería un reemplazo en verdad, el joven es Ganimedes, con otro nombre y en otro rol, pero su esencia es la misma, puedo sentirlo; la tentación y el anhelo de recuperar a mi amante vencen mi razón, y respondo afirmativamente a la petición de Athena de tener a sus santos con ella nuevamente.
Una vez concluido el juicio, varios dioses se muestran sorprendidos por mi decisión, y a pesar de sus molestas preguntas mantengo la calma y doy respuestas diplomáticas pero evasivas al respecto, ya que no quiero que sospechen cuales eran mis verdaderas intenciones. Soy plenamente consciente de que estoy manipulando los hechos a mi antojo, que estoy dejándome llevar por el impetuoso y ferviente deseo de tener nuevamente a Ganimedes junto a mí, pero sé que una vez que ese joven despierte y se reencuentre conmigo deseará permanecer a mi lado, como lo quiso Ganimedes en otros tiempos. Una vez solo, en mi recámara, sonrío ante mi pequeña fechoría, deseando que llegue el momento en que mi amado despierte para conquistarlo; sé que no es correcto buscar un sustituto, aunque yo no lo veo como tal, pues prefiero pensarlo como otro Ganimedes, uno al que no necesitaré raptar para traerlo al Olimpo, uno que caminará junto a mí y llegará a mi morada voluntariamente, uno que se entregue a mí para siempre.