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Locura por mi todo por 1827kratSN

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Tsuna suponía que aquella rutina que recién se instauró en su hogar tenía una razón de ser, un motivo, un justificante, y lo estaba buscando para volverlo suyo también… Porque sólo debía ser curiosidad o ese deseo por ayudar a que esa rutina se mantuviera, la razón por la que estaba ahí, mirando. Le era imposible no espiar desde la ventana, escondido entre la cortina, fingiendo que aún estaba dormido y que no escuchaba el jadeo que soltaba Kyoya cada cierto tiempo en medio de los movimientos acompasados de lo que parecía una danza lenta y sincronizada.

En un inicio le pareció curioso aquel uniforme blanco, pulcro, con adornos mínimos en la camisa siendo sólo varias líneas horizontales constatadas por botones y algunas costuras. Si mal no recordaba, eso que Hibari usaba se asemejaba a lo que llamaba qipao. Los zapatos blancos, planos, que suponía eran adecuados para la práctica, era todo lo que Kyoya usaba. Lo demás era sólo una suave melodía dada por el celular cercano al alfa, quien usaba el patio como su espacio personal en las mañanas cuando el sol apenas y acababa de aparecer. El contraste del cabello ébano, esos ojos azules, la piel clara y el blanco uniforme era simplemente hermoso. Era como ver una pintura creada solamente con escalas de grises debido a la tinta china.

Las rodillas de Kyoya se flexionaban a veces juntas, a veces separadas. Esas piernas lentamente tomaban posiciones, alargando de ellas para mantenerse equilibrado con la otra. Esas manos firmes en una posición como de un rezo, se movían con firmeza en los contantes balanceos de esos brazos. La fuerza que imprimía en cada movimiento se denotaba por lo tenso de esos músculos y por la tela que se pegaba a esa piel. Eran minutos en donde una coreografía definida se repetía con sincronía para después volver a empezar pero con un bastón largo que era usado como arma de defensa —o esa sensación tenía—, en otras ocasiones aquella danza era más como una forma de ataque porque se usaba una brillante espada —que Tsuna jamás había visto en casa, pero que suponía estaba escondida en cuarto del alfa—, y en la mayoría de veces se usaba un abanico de color azul oscuro que Kyoya movía con tal habilidad que seguramente las mejores bailarinas envidiarían.

 

—No puedo creerlo.

 

Lo vio hacer esas rutinas día tras día, sin desconcentrarse o inmutarse cuando un ave revoloteaba cerca o cuando Hibird trinaba una canción en vez del celular del alfa. Lo vio equilibrarse con un solo pie, tomar poses difíciles mientras agitaba el abanico, vara o espada, y memorizó esos movimientos. Pero sus ojos no se centraban solamente en aquella danza, sino en los dedos largos que se movían con soltura, la ropa que en algunas poses denotaba el perfil de Hibari, el sudor que resbalaba por las sienes o los cabellos mojados que se pegaban a la piel de ese rostro, y a veces, cuando su propia consciencia lo traicionaba, se fijaba en la tela que se pegaba a la piel húmeda de aquel alfa que se quitaba la parte superior cuando ya no resistía el calor que generaba su rutina.

Tenía vergüenza, pero siguió mirando.

Ya lo había visto en traje de baño, un par de veces también lo captó al salir de la ducha sin vestirse totalmente, lo vio probarse ropa sin cerrar completamente su compartimento del vestidor, por eso no entendía qué era diferente ahora. Porque sentía la boca seca, su piel de gallina, e inconscientemente cruzaba sus piernas y las apretaba o se mordía el labio. No entendía lo que pasaba con él, y se preocupó por eso la primera semana…, pero dejó de importarle en las siguientes. Porque mal o bien, el tener la oportunidad de ver aquel espectáculo dado por ese imponente alfa azabache, era maravilloso. Sentía que estaba apreciando una obra de arte personificada en un solo ser viviente.

 

—¿Quiere algo especial para desayunar?

 

Y después sólo fingía demencia, porque no sabía cómo enfrentar a quien espiaba cada mañana. Evitaba mirarlo después de que Hibari se hubiese duchado y bajase con una recién despierta Aiko quien solía coordinarse con la rutina del alfa. Sonreía mientras hacía el desayuno, canturreaba algo o encendía la radio. Cortaba con prisa las verduras e intentaba no hacer un desastre con los huevos a preparar. Se volvía una gelatina llena de culpa. Porque no debería espiar a Hibari en las mañanas, ni repasar con sus ojos ese cuerpo desnudo, ni siquiera debería permitir que su lado omega le susurrara cosas a su consciencia. Era un desastre.

 

—Come, herbívoro.

—¿Qué?

—Sólo me estás mirando —Kyoya señaló el tazón de arroz del castaño con sus palillos— y tu comida se está enfriando.

—Ah —rio nerviosamente porque lo habían descubriendo en sus fantasías—, perdón.

—¿Por qué estás tan distraído?

—Por na-nada.

 

No iba a poder pronunciar que adoraba el aroma a cerezos y madera seca que se acentuaba después de que Hibari hiciese ejercicio en las mañanas, no admitiría que se sentía ansioso al estar rodeado de ese fuerte manto de feromonas, y mucho menos iba a decir que sus ojos últimamente se centraban en el mínimo rastro de esa piel que mostraba la clavícula del alfa. No podía seguir así, tenía que detenerse…, pero aun así sabía que a la mañana siguiente otra vez estaría espiando a Kyoya.

 

—Tsuna, Adelheid me pidió permiso para llevarse a Aiko la siguiente semana.

—¿Por qué?

—Dijo que… brindará clases de maternidad —hizo una mueca porque esa especie de mentira era ridícula— y que Aiko será su modelo.

—¿Maternidad?

—Enma la ayudará —aun no entendía por qué su amiga intentaba alejar lo más posible a ese pelirrojo de la ciudad con excusas de ese tipo—, así que no creo que haya problema.

—¿Cuántos días?

—Tres, pero vendrá por Aiko muy temprano y la devolverá a medio día.

—Está bien.

 

Kyoya no estaba seguro de por qué Adel empezó a llevarse a Enma y a Mayu lejos cuando podía, usando programas improvisados en los que antes jamás hubiese participado porque no eran de su estilo, pero debía ser importante como para que aquella mujer se esmerase tanto y tan seguido. Aunque tenía una sospecha, esperaba confirmarla. No por nada los Suzuki estaban rumorando que un evento de magnitudes relevantes estaba a punto de suceder. Sólo esperaba que Adelheid se dejase ayudar si era necesario.

 

 

Desnivel…

 

 

Fuuta anhelaba, ¡no! Se marcó como meta estudiar psicología en una universidad cercana. Por eso seguía ahí, insistiendo una y otra vez, pero siempre siendo rechazado porque era un omega desechado y sin marca.

No entendía por qué le ponían tantas trabas a su meta, pero no podía luchar solo contra el sistema, y por eso volvía a trabajar cada mañana, porque no podía darse por vencido, aunque las miradas siguiesen sobre él. No le importaba, podía bien ignorarlas y seguir con su vida…, pero a veces costaba y mucho, razón por la cual estaba consumiendo supresores muy fuertes que lo ayudaban a pasar como un beta siempre y cuando un alfa no le pusiera demasiada atención, porque si bien suprimía su aroma, no podía eliminar sus facciones finas que lo caracterizaban como omega.

 

—Si te vuelve a incomodar, puedes decirme.

—No es nada —sonreía mientras se acomodaba el mandil y colocaba las tazas y platos en el lavabo.

—Mi deber como jefe es velar por la seguridad y bienestar de mis empleados —sonrió el rubio cenizo, un beta amable que siempre transmitía amabilidad a través de sus ojos azules.

—En serio, no es nada. Ese alfa sólo intentaba saber mi casta, pero al final desistió.

—¿Le dijiste que eras un beta? —arqueó una ceja—. Y seguro dudó.

—Basil-san —jugó con sus dedos—, de verdad no debe preocuparse por los detalles.

—Me preocupa —se acercó hasta Fuuta para palmearle levemente la cabeza—, porque ocultar tu aroma no debe ser tan fácil. Podrías estar ingiriendo cosas que no son adecuadas para tu cuerpo.

—Mi medicamento fue recetado por un profesional —sonrió negando suavemente por la sutil pregunta escondida en esas palabras—, sé las dosis y las consecuencias.

—Fuuta —suspiró—, no ocultes tu casta… Siéntete orgulloso de ella.

—Tengo miedo de ella —confesó cerrando sus ojos—, la desprecio también.

—Eso no es bueno.

—Ser omega sólo me ha dado problemas —bufó—. Ya no quiero serlo, porque por culpa de esto —se señaló entero— no puedo estudiar, salir por las noches, sentirme seguro, ni siquiera puedo conseguir empleo fácilmente como los betas como usted harían.

—Y por eso tengo esta cafetería —Basil rio bajito—, para ayudar a quienes lo necesitan.

—De no ser por usted —Fuuta le reverencio sutilmente—, no sabría qué hacer con mi vida.

—Yo creo que no todo es malo en esta vida —le empujó sutilmente para que le ayudase a lavar los platos—. No toda la gente es mala con los omegas, y no todas las puertas se cierran sólo por nuestras castas mal llamadas inferiores. Siempre hay una luz al final del pasillo.

—Espero que sea la luz del centro de una facultad —rio—, en la que me acepten.

—Sigue intentando —sonrió—, tal vez en algún momento te cederán un cupo.

 

Su jefe era una persona amable, sus compañeros eran también muy atentos, todos se llevaba bien, la paga era buena, los horarios flexibles, tenía incluso planeado sus días de descanso acumulados para su etapa de celo. Todo estaba bien. No se quejaba de su lugar de labor, pero no podía dejar de pensar en todas las metas que se planteó desde niño, de los sueños que trazó junto a I-pin, porque dejarlos ir sería como abandonar una parte importante de su vida. Iba a seguir luchando como lo estaba haciendo Haru, estaba seguro que su jefe y su familia lo ayudarían y le facilitarían un poco las cosas. No debía perder la fe.  

 

 

Protección…

 

 

No era normal, o tal vez sí lo era. No quería pensar en eso. Sólo quería disfrutarlo.

Aquel beso que le robaba el aliento, aquellos dedos que se paseaban por sobre la tela de su cintura, aquel cuerpo que aprisionaba el suyo contra el mueble de la cocina. Sentía sus piernas temblar, su cuerpo caliente, su mirada borrosa por el cúmulo de suaves lágrimas, y el roce dado por el alfa que intentaba someterlo, aunque no fuera intencional.

 

—Hibari… san —murmuró cuando esos labios se alejaron de los suyos.

—Sólo un poco más…, por favor —sonaba a súplica.

—¿Me besa un poco más? —y correspondió.

 

Tsuna sintió la presión de esos dedos en la piel de su cintura y jadeó por el cosquilleo que sentía en su abdomen; elevó sus brazos para aferrarse a ese cuello y dejó que esas manos viajaran por sus piernas en una caricia necesitada. Sintió el leve forcejeo dado por el alfa, intentó entender esas acciones, y al final se dejó llevar hasta ser levantado lo suficiente como para que lograse sentarse justo alado del lavabo de la cocina. Separó sus piernas por inercia al sentirse mal ubicado, y no protestó cuando el cuerpo de aquel azabache se coló entre estas.

Le gustaba.

Dejó que Hibari se deslizara al igual que esos dedos que acariciaron desde la parte posterior de sus rodillas hasta el inicio de sus muslos. Disfrutó de ese ascenso lento mientras intentaba recuperar el aliento robado por el beso francés que hizo derretir su cordura. Se sostuvo con sus palmas sobre la baldosa fría, y posó parte de su espalda en contra de la pared. Ni siquiera le importaba lo incómoda de esa posición porque de esa forma podía ver claramente esos ojos azules cegados por el deseo.

Deseo por él.

Desde hace días que llevaba intentando un acercamiento evidente, primero con besos como siempre, después con caricias y roces cuando estaban juntos, ahora dormía casi todos los días en la misma cama que el alfa y se acurrucaba entre esos brazos cálidos. Pero en esa mañana fue aún más directo. Porque se despertó ya caliente debido a un sueño húmedo donde aquel alfa protagonizaba una serie de escenas que despertaron su libido. Y por eso fue fácil seducir al alfa, porque ya desde esa mañana no podía controlar sus feromonas que intencionalmente estaban dedicadas para Kyoya.

 

—Di mi nombre —le suplicó en medio de sus memorias torcidas—, por favor.

—¿Por qué? —jadeó antes de soltar un leve gruñido.

—Lo necesito —casi gimió desesperado por revivir ese sueño, aunque sea en una mínima parte.

—Tsunayoshi —susurró cerca del oído del castaño.

—Sí —no pudo evitar temblar por ese susurro e intencionalmente apretó la cintura del alfa con sus piernas—. ¿Me besa? —elevó su rostro y separó los labios antes de soltar un suave gemido.

 

Un maldito sueño, sólo uno, pero sabía que el origen de ese sueño fueron las mañanas donde podía espiar a Hibari entrenando. No estaba seguro si fue aquella especie de uniforme completamente blanco que cubría el cuerpo del alfa, o el sudor que hacía que la tela se transparentara, tal vez era la imagen de los músculos entonados ante los movimientos de esa danza lenta que Hibari practicaba al son del trinar de las aves en la mañana, o si fue el conjunto de todo eso. Pero… sucumbió. Apenas y pudo esperar a que Adelheid se llevase a Aiko y que Kyoya terminase con su rutina de ejercicio, pero después… simplemente se lanzó encima de su alfa.

Apenas si podía seguir con el beso que Kyoya dominaba, se aferraba a esa espalda con un solo brazo y con su otro se sostenía del lavabo para no caer. Se estremecía ante el toque de esos dedos por debajo de su camiseta, por los jadeos entre sus labios, y el leve gruñido soltado a la par que uno de sus gemidos cuando la cadera de Kyoya se removía contra su parte prohibida. Estaba tan excitado que incluso sentía su trasero mojado y su pene ya erecto y aprisionado por el pijama que aún no se había cambiado.

El que Kyoya no usara la parte superior de ese uniforme sólo lo volvía más difícil, porque Tsuna podía rasgar esa piel con sus uñas, sentir el rastro del sudor debido al ejercicio, hasta podía olfatearlo tan fácilmente que el aroma a cerezos lo estaba mareando. Y le gustaba. Por eso empezó a mover su cadera a ritmo del desenfrenado vaivén que daban las manos de Hibari en su espalda, lo hizo para rozarse contra la pelvis de aquel hombre que exudaba dominio y poderío.

 

—Ah —soltó su aire a la vez que se arqueaba porque logró que las feromonas de Hibari brotaran sin control—, Hi-Hibari… san —jadeaba estremeciéndose porque casi podía saborear el deseo ajeno.

—Un… poco… más —Kyoya no podía parar, no quería hacerlo.

 

El azabache notó claramente el estado de Tsuna desde esa mañana y trató de ignorarlo; quiso fingir que no percibió aquellas feromonas que lo estaban seduciendo, así como fingió no saber que Tsuna lo miraba desde la ventana del segundo piso cada mañana. No quiso aceptarlo… y por eso estaba ahí. Dejando que su lado alfa tomase el control mientras sus labios rozaban con esa suave piel y descendían con gusto para dejar besos mariposa y suaves lamidas en ese cuello, en el hombro mal cubierto por ese pijama suelto, por encima de esa tela que lamió a veces y mordió en las zonas correctas.

 

—Ah… no…. Espere.

 

Pero no esperó, repasó con su lengua la suave montañita que adornaba ese pecho que se removía sin ritmo por la respiración descontrolada de Tsuna. Realizó un vaivén suave, tratando de estimular lo mejor que podía aquella areola delicada escondida debajo de la tela, y la mordió con cuidado hasta que escuchó un sonido agudo y bonito brotar de esos labios. Sentía las manos del castaño sobre sus hombros intentando alejarlo, pero lo ignoró y sólo cambió su objetivo hacia el otro pezón endurecido que sólo podía imaginar en medio de sus sueños más pecaminosos.

 

—Hi… Hibari —murmuró en medio de sus jadeos—, no muerda —sollozó quedito porque el placer que eso le producía era extraño.

—Sólo… un poco.

 

Kyoya no quería parar, no iba a hacerlo, no después de haber soportado durante días el evidente coqueteo de aquel… niño. Quería disfrutarlo un rato, ya después culparía a sus propios lados animales, pero por el momento sólo deseaba saborear esa piel. Y por eso descubrió ese abdomen y lo repasó con su lengua con suma lentitud. Escuchaba al castaño jadear, gemir, murmurar, pero él sólo podía sentir ese picor en la punta de su nariz mientras ascendía por aquel abdomen, mordiendo suavemente esa piel, usando sus dedos para subir esa tela que le impedía disfrutar de esa fruta prohibida.

Pero no era suficiente.

Se alejó un momento para apreciar el resultado de sus atenciones, fijando su mirada en esos ojos color chocolate que brillaban debido a las lagrimitas acumuladas y el movimiento de esas pestañas. Vio esos labios separados que dejaban escapar jadeos, de esas mejillas coloradas y el temblor de ese cuerpo que se pegaba a la pared de la cocina. Ni la mejor de sus fantasías asemejaba al placer que sintió cuando su nombre de pila fue pronunciado por esos labios sonrojados debido al beso que compartieron.

 

—Kyoya —no pudo evitarlo, quiso decirlo—. Kyoya… me… siento raro.

 

Tal vez fue su imaginación, pero Tsuna juró presenciar cómo las pupilas de Hibari se contrajeron por unos segundos. Pero poco pudo analizar cuando los dedos de aquel alfa se introdujeron por debajo del pantalón de su pijama. Se estremeció, sintió un tirón en su vientre bajo y después sólo apreció el choque de la respiración del alfa contra su piel. Quiso decir algo, pero en cuanto esos dedos descendieron lo suficiente como para rodear la base de su miembro, sólo pudo soltar un gemido largo y agudo.

Abrió sus piernas un poco más.

Se cubrió el rostro con sus manos, intentó no gemir, intentó no mirar, pero no pudo evitar abrir sus ojos para apreciar como su ropa interior era removida hasta que vio su propia intimidad rebotar suavemente junto a la mejilla de quien lo olfateaba con vehemencia. Quiso suplicar y ronronear, pero sólo pudo aguantar el aire cuando esos labios besaron la punta de su pene erecto y humedecido por un suave líquido que reconocía como algo parecido a su semen.

Quiso decir que no, pero eso sería mentir.

Se arqueó suavemente y pegó sus hombros contra la pared en una pose de sumisión. Sus manos soportaron su peso sobre las baldosas y sus labios se separaron sin dejar salir ningún sonido claro. Sintió la lengua suave y tibia de aquel azabache repasar su miembro con tal lentitud que sintió desmayarse por un segundo. Se concebía tan bien que simplemente se dejó hacer. Dejó que esos labios rozaran su sensible piel, que esos dedos se enredaran con el bello que cubría esa zona, y tembló cuando su prepucio fue removido en descenso por esa húmeda lengua que sería su perdición.

Sus lágrimas brotaron rápidamente, sus gemidos de igual forma.

Observó por curiosidad y fue en el momento justo cuando vio a su pene desaparecer poco a poco dentro de esa boca. Su aliento se escapó y su cuerpo entero tembló lleno de placer porque todo en él estaba sensible. Sollozó suavemente cuando sintió aquella prisión sobre toda su intimidad, tembló al sentir la ligera libertad antes de una prolongada succión en su punta, y finalmente gimió el nombre de aquel alfa en súplica porque repitiera todo eso nuevamente. Flexionó sus piernas hasta posar sus pies en el filo de ese mesón, se abrió para darle facilidad al alfa para que lo saboreara, y se dio el lujo de gemir sin pudor mientras esa boca que antes le robó el aliento, ahora le succionaba cada rastro de cordura hasta llevarlo a un estado de ensoñación.

No podía dejar de gemir.

No podía pensar siquiera.

No pudo identificar el momento en que debió empujar a Hibari. Sólo soltó un largo jadeo a la par que su cuerpo entero tembló sin control. Su vientre se contrajo, sintió un tirón por su parte baja y un delicioso escalofrío subir por su columna hasta que su mente se quedó en blanco y sus dedos estuvieron blancos por sujetar fuertemente lo que tuviera cerca. Eyaculó, llegó al orgasmo, alcanzó el cielo, y lo agradeció. Porque jamás se había sentido tan bien o tan unido con su lado omega como en ese momento en donde ambos festejaban aquel momento glorioso.

Jadeos.

Suspiros.

Gruñidos.

Tsuna apenas si podía ver algo entre las lucecitas que vio en medio de su orgasmo, pero le puso atención al suave movimiento de aquel azabache que se separó de él hasta erguirse con orgullo. Se fijó en esa lengua que relamió suavemente esos labios, apreció esa mirada cargada de deseo y escuchó un suave gruñido cuando Kyoya lo miró. Tragó en seco, se quedó quieto, asumió sumisión total ante el alfa que estaba frente a él.

 

—Más.

—Kyoya.

—Un poco… más.

 

Lo vio acercarse a su rostro para lamerle la quijada, se estremeció por el beso dado en su mejilla y por esas manos que intentaban quitarle el pantalón para seguir. Escuchó a su lado omega rogarle porque continuase. Elevó su temblorosa mano hasta acariciar la mejilla del alfa y alejar ese rostro para que se mirasen de frente. Respiró profundo antes de sentir un beso y una mordida en su labio. Sentía todo su cuerpo gritar porque se entregara por completo a esa persona.

Pero había un problema.

Empujó suavemente el hombro de Kyoya mientras que su mano libre se deslizó hasta esos labios. Repasó esa piel hasta que Hibari atrapó uno de sus dedos… y lo comprobó. Hibari había cedido a su lado alfa y esos colmillos extendidos, notorios y amenazantes lo evidenciaban. En medio de su letargo por el orgasmo y el placer, cuando no debería siquiera pensar bien, Tsuna recordó que aún no era tiempo, que debía esperar un poco más… porque aún no podía ser marcado o todo se iría al caño.

 

—Kyoya —murmuró acercándose a esos labios.

—Más.

—Te quiero a ti… —suspiró cuando su labio inferior fue mordido—, pero no a tu lado alfa —lo miró fijamente antes de empujarlo por los hombros.

—Ah —soltó un jadeo largo antes de repasar sus dientes con su lengua—. Yo… —se vio reflejado en esos ojos y tomó consciencia.

—Aún no estoy listo —susurró.

—Lo sé —Kyoya se alejó lentamente mientras trataba de no escuchar a su alfa—. Y lo siento.

—Pero… —lo sujetó por los brazos, sintiendo el calor de esa piel—, yo… puedo… —«seguir».

—Necesito… un supresor —y entonces fue él quien empujó al omega.

 

Kyoya lo sabía. Si se daba el lujo de seguir, podría cometer una locura. Por eso besó una vez más al castaño, disfrutando del roce de sus lenguas, le acarició suavemente las piernas y se obligó a retroceder hasta alejarse de ese cuerpo al que quería morder, lamer, tomar y volver suyo. Pero no podía. No ahora, ni después. No mientras… hubiera peligro todavía.

Respiró profundo por la boca antes de darse vuelta, obligarse a dar un paso… y huir.

Sus instintos aún estaban a flor de piel, su juicio se nublaba, sentía la pesadez en sus pasos y un leve mareo, pero por sobre todo sentía dolor. Apretó los dientes mientras subía las escaleras con las manos temblándole y sus dientes crujiendo por el movimiento al apretar su mandíbula.

No había usado supresores durante días, pero en ese momento los necesitaba con urgencia. Y había un detalle más. Su cuerpo rechazaba el medicamento vía oral, por eso… ahora sólo tenía dosis inyectables en los aplicadores que estaban más accesibles en el cajón inferior de su cómoda. Pésima señal, evidencia que no quiso tomar en cuenta antes.

Una dosis adecuada para él, no tan fuerte como las de emergencia —que aún mantenía ocultas y repuestas—, pero más concentradas que las de esas pastillas o cápsulas. Entre jadeos Kyoya logró sostener el aplicador e incrustárselo en el brazo izquierdo, intentando hallar una zona con arterias o venas evidentes para que el efecto fuera más rápido, pretendiendo recordar las indicaciones de Adelheid a la vez que respiraba tan profundo como podía.

Estaba de nuevo mitigando sus deseos… y tratando de no repetirse las consecuencias.

 

—No más —Kyoya cerró los ojos antes de sentarse en el suelo—. No más —jadeó antes de lanzar el aplicador a un lado—. No más.

 

Se odiaba. Se depreciaba. Porque estaba faltando a su promesa, a su propia meta en la que contemplaba un amor devoto a Liliana y sólo a ella. La culpa lo estaba matando poco a poco, pero la olvidaba cada vez que se perdía en esos ojos chocolates llenos de vida o cuando olfateaba ese perfume a manzanas que desprendía aquel castaño. Pero cuando estaba solo o cuidando de su pequeña hija, todos sus remordimientos volvían, porque esos mechones violetas le traían hermosos recuerdos de su juventud rebelde y decidida.

Ya no sabía qué hacer.

No sabía qué era lo que estaba pasando consigo mismo. Porque amó a Liliana con tal fuerza que fue capaz de ir incluso contra el consejo de alfas, pero estaba enamorado de Tsuna hasta el punto de cometer la locura de inyectarse cantidades irrazonables de supresores a pesar de estar en el borde entre su vida hasta ese momento y una muerte anunciada. Tenía una hija que proteger, necesitaba alargar su tiempo en ese mundo lo más que pudiera para quedarse con Aiko…, y aun así estaba matándose lentamente para cumplir con la promesa que le hizo a su esposo, a su ahora, a su todo.

Estaba cometiendo una locura.

Lo peor era que… no sentía arrepentimiento.

Pero dolía.

 

—¿Puedo pasar?

 

Sólo con escuchar esa voz sus líos mentales se desvanecían y se concentraba en él, solo en él. Aceptaba cualquier cosa que le dijera, porque su alfa quería complacer al omega, tal y como estaba destinado a hacer cuando se hallaba a la pareja con quien se deseaba formar un lazo, un hogar y un futuro. Porque era su instinto y sus deseos humanos entremezclados con aquella voz melodiosa que reflejaba preocupación al verlo en el suelo. Y por eso lo dejaba acercarse, lo escuchaba atentamente, observaba cada mueca y sutil movimiento de esos labios. Cuán enamorado estaba de ese niño que no sabía nada de la vida en la clase social alfista. Quería protegerlo de ese asqueroso mundo, a él y a Aiko.

 

—Cuando usted parece… enloquecer… —jugaba con sus dedos—, me asusto… un poco.

—¿Le temes a tu celo? —suspiró.

—Un poco —Tsuna agachó su mirada—, porque me controla y no tengo noción de lo que hago.

—¿Le temes a mi celo? —quiso besarlo y acariciarlo, pero no era correcto, no después de lo sucedido en la cocina.

—No —se alteró y buscó un justificante—, sólo… creo que me asusta un poquito… por lo de la vez pasada…, pero creo que puedo…

—A mí —se apretó el brazo y después bajó su manga para ocultar el pequeño piquete de la aguja—, me aterra mi propio celo.

—No puede…

—Tal vez —quería decirlo en voz alta—, tal vez mi temor sea diez veces mayor que el que tú sientes por tu propio celo, Tsunayoshi.

—¿Por eso… se detiene siempre? —instintivamente se tocó la piel cercana a su clavícula, donde sentía rastros de una mordida.

—Sí —cerró sus ojos—, porque me asusta entrar en celo cuando estoy contigo.

—¿Por qué?

—Porque pierdo la razón y sólo quiero seguir olfateando tu perfume, saborear tu piel y escuchar tu voz. Porque no pienso en si te sientes bien y sólo quiero saciar mis deseos por ti —Kyoya lo miró detenidamente, tratando de hallar temor… y lo encontró—. Porque temo hacerte daño, forzarte a algo que no quieres… y aprovecharme de mi casta dominante.

—Yo creo —susurró—, que usted no me haría daño.

—No sé qué pasaría si entro en celo y pierdo el control estando a tu lado… y no quiero averiguarlo.

—Por eso los supresores, ¿verdad?

—Sí —sujetó el aplicador antes de guardarlo en su bolsillo—, es por eso.

—Pero…

—No me importa —suspiró antes de rascar su mejilla—. No me importa ni un poco.

—La próxima vez —Tsuna gateó para acercarse a Hibari y mirarlo a los ojos—, la próxima vez yo… intentaré… seguir —su voz temblorosa reflejó su vergüenza y miedo—. Yo… le corresponderé… hasta el final.

—No —no se apartó, dejó que ese rostro se acercara al suyo—. No lo hagas…, por favor.

 

Se dejó besar y se sintió dichoso por ese simple contacto. Sentía que todo valía la pena si podía deleitarse con el sabor de esos labios. Pero también sabía que no era correcto y que debería tener otras prioridades. Hibari Kyoya estaba asustado de lo que podría hacer, de lo que podría pensar. Sin embargo, no había sido así de feliz desde hace mucho tiempo.

 

 

Provecho…

 

 

Estaba al borde de un ataque de ira tal que sería capaz de romperle la nariz a la mujer beta que se estaba riendo de su situación. Sí, tenía problemas con su conducta violenta. Pero este momento era importante, por eso, y sólo por eso, sujetó los filos de esa mesa y los apretó tan fuerte que incluso sus manos se tornaron blancas y la madera crujió un poco. Debía aguantar… debía hacerlo… porque tenía una muy buena razón.

 

—Señorita, ¡¿está bien?!

 

El camarero se preocupó al escuchar a la castaña toser sin control, jadear y golpear la mesa. La abanicó con uno de los trapos que usó para limpiar la otra mesa, le golpeó la espalda suavemente hasta que la castaña al fin dejó de toser y respiró dificultosamente. Incluso corrió por un vaso de agua para la señorita que se había atorado con un batido de chocolate y lo había escupido hacia al frente manchando a su acompañante de cabellos platinados.

 

—Sí… estoy bien —contestó antes de carraspear—. Gracias.

 

Todo fue un pequeño caos que terminó cuando Haru pidió perdón a todos por haber interrumpido su comida, para después sentarse y mirar al alfa a quien ofreció una servilleta para que se terminase de limpiar la cara. Pero no fue su culpa. La noticia salida sin tacto, la pregunta y todo lo demás, le causó un shock tal que olvidó que no podía respirar y tragar al mismo tiempo. Por eso de todo eso.

 

—Maldita mujer —bramó mientras se quitaba el batido de su mejilla—, eres asquerosa.

—No quise —se defendió, pero en seguida negó con su cabeza y cerró los ojos—. ¡Es que tú…!

—Sólo te hice una propuesta.

—Muy indecente a mi parecer —apretó los labios.

—No es nada indecente —protestó golpeando la mesa con las servilletas sucias—, porque no conlleva a nada más que un pacto bien elaborado.

—¡No entiendo lo que me dices, Gokudera-kun!

—¡Tú!

 

Ya le perdió el miedo a ese alfa idiota que se daba aires de galante y presumido, lo hizo después de las muchas salidas que tuvieron en conjunto con la señora Lavina para pasear por los centros comerciales, teatros, museos, acuarios o parques de diversiones. La madre de Gokudera le caía muy bien, era dulce, amorosa y talentosa en cuanto a tocar el piano, por eso aceptó esas invitaciones numerosas hasta el punto en que llegó a entablar cierta cercanía con ese alfa por medio de Lavina.

Pero llegar a “ese” punto era una cosa muy diferente.

 

—¡Explícame bien si quieres que te entienda! ¡Y no seas grosero!

—Bien… pero no aquí —frunció su ceño antes de girarse hacia la mujer que seguía riéndose—. Ey, mujer beta inferior —le gruñó—, si no quieres perder todo lo que te importa… ¡te vas a callar ahora mismo!

—¡No amenaces a la gente! —Haru le lanzó la cajita vacía que antes contuvo papitas fritas.

—¡No me digas qué hacer, mujer!

—Tú no me levantes la voz —le apuntó con su dedo índice.

 

Sí, cuando la señora Lavina no estaba junto a ellos, siempre terminaban peleando a ese nivel, como si fueran un par de niños que discutían a qué jugar en su hora libre. Pero jamás pasaban de las palabras, porque de cierta forma el uno respetaba al otro por sus acciones o su determinación.

Gokudera la guio fuera del restaurante familiar, de la gente en general y se internó una calle comercial que no estaba siendo concurrida debido a que era hora de oficina y de escuela. Eran pocas las personas que caminaban por allí, y por eso fue un lugar adecuado para que Gokudera explicara el motivo de aquella propuesta.

 

—Mi viejo me está presionando y amenazando con encerrar de nuevo a mi madre —fumaba un cigarrillo como siempre, y Haru trataba de mantener su distancia para que el humo no le llegase—. Es muy pesado cuando se le mete una idea a la cabeza.

—¿No puedes llevarte a tu madre lejos de él?

—Está enlazada con ese desgraciado —frunció el ceño—, por eso no la puedo alejar… o ella terminaría sufriendo y entrando en depresión debido a la dependencia que tiene con mi padre.

—Eso es horrible.

—No quiero que mi madre sufra de nuevo —suspiró antes de dar su última calada—, y aunque no la pueda apartar totalmente de mi viejo —gruñó bajito antes de arrojar la colilla— puedo al menos liberarla de la prisión que es su mansión.

—Pero ¿por qué yo?

—Se ha estado rumorando que yo he estado saliendo con alguien —miró a la castaña— y ese alguien eres tú, la mocosa que hace tiempo estuvo en una lista diamante.

—¡Me siento ofendida! —se quejó antes de sujetarse el pecho. Tenía sentimientos opuestos porque quería ayudar a Lavina, pero no soportaba a ese idiota.

—Te estoy proponiendo una salvación para ambos.

—A mí no me salas de nada.

—Quieres estudiar, ¿no? —el de cabellos platinados rodó los ojos antes de centrarse en la calle— Y yo te puedo facilitar las cosas.

—Pero no quiero casarme contigo —bufó—. Ni siquiera nos llevamos bien.

—Sólo será una fachada para callar a mi viejo —hizo una mueca, porque la idea tampoco le gustaba—. Tal y como lo hizo Hibari con tu amigo de los cabellos raros.

—Oh —la castaña lo pensó un momento—, así que sólo quieres fingir y ya.

—Sin contacto, sin compartir lecho o cualquier acercamiento emocional —estableció los términos de una buena vez—, sin marca, sin trato diario… Sólo te haré firmar un papel y te cederé una parte de mi dinero como para que hagas lo que se te venga en gana.

—Pero… ¿tu padre aceptará eso?

—Le importa que yo aparezca como un alfa establecido y nada más, lo demás le tiene sin cuidado —chistó—, para eso tiene a mi hermana mayor.

—¿Tienes una hermana? —jadeó asombrada.

—Bianchi, alfa, está casada con una omega de la que no recuerdo el nombre. Pero ese no es el punto —se rascó la nuca—. Es más, es innecesario que la conozcas o sepas algo de ella, ya que no la verás jamás… a menos que sea estrictamente necesario.

—No quiero vivir una mentira.

—Pero quieres cumplir tu sueño —miró a la castaña y sonrió con prepotencia—, y sin un alfa eso será imposible.

—No quiero ser usada.

—No te queda de otra —volvió a mirar el camino—. O aceptas, o sigues viviendo como una omega inservible y sin futuro.

—¡Eres muy cruel!

—La vida es cruel, por si no te has dado cuenta, mujer idiota.

 

Cuántas veces todo fue en su contra. Cuántas veces escuchó que por ser omega estaba limitada a necesitar de un alfa. ¿Por qué tenía que pasarle eso por algo que no podía controlar? Era cruel, todo era cruel. Y dolía el aceptarlo, pero más dolía el saber que la oferta que le estaban haciendo solucionaría todo en su vida y a la vez ayudaría a que la vida de Lavina, la mujer más dulce del mundo después de sus padres, fuera mejor.

Podía rechazar la oferta, pero se quedaría sin nada.

Podría aceptar la oferta, pero tendría que venderse de cierta forma.

Era malo de todas formas.

 

—Quiero hablarlo con mis padres primero.

—Sólo debes darme un sí o un no, mujer.

—¡Debo pensarlo bien! —apretó su bolso—. Porque vivir un matrimonio falso va a ser difícil, Tsuna me lo dijo… Y si bien quiero ayudar a tu madre, también quiero pensar en mis exigencias.

—Maldición —Gokudera echó su cabeza hacia atrás antes de suspirar—. Bien, piénsalas, anótalas y luego llámame para pactar una reunión.

—Bien.

—Bien —el alfa se estiró—, pero no demores, mujer.

—Al menos llámame por mi nombre, para irme acostumbrando.

—Si me dices que sí, te llamaré por tu nombre.

 

Haru estaba segura de que terminaría aceptando, no por ella, sino por Lavina. Porque sabía que aquella mujer sufrió mucho en manos del padre de Hayato y no quería verla llorar de nuevo. Pero necesitaba un tiempo para reflexionar y prepararse, porque sabía que entrar a la clase alta —aunque fuese por medio de un matrimonio falso—, le costaría mucho y sería horrible.

Debería hablar con sus amigos para que la ayudasen a decidir, y empezaría por Lambo, porque él era más calmado y a veces tenía buenas formas de subirle el ánimo. Sí. Lo llamaría apenas terminase de hablar con sus padres.

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

 

Como vi que se alteran mucho si es que no hay notas finales, pues vine a decirles «Holis bbs ;v»

XDDDDD


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