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Problemas de clase por 1827kratSN

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Notas del capitulo:

Holi~

Bueno... aquí está su actualización, yo iré a contestar los reviews XD

 

 

 

 

Tsunayoshi había escapado dejado mal herido a uno de sus custodios, al mismo que no le haría falta un brazo, y al otro dejándolo inconsciente con un grave golpe en la cabeza. Claramente Kyoya estaba furioso porque a más del celo, torturas y personalidades, no le había sacado nada a ese castaño, y lo que progresó solo se refería a experimentos que él aplicó, pero sin ser tan cruel como los ancianos. Cosas como la época de hibernación también se le ocurrió, sólo funcionó con un clase A que tenía características de un oso, dormía casi todo el día durante el invierno que aún estaba latente. Pero ahora su mayor frustración era que el castaño que se escapó. El invierno ya empezaba a acabar, faltaba poco y por eso el suelo aún estaba lleno de nieve. Kyoya tenía malditas pistas evidentes que podían derretirse en cualquier momento, pero eso no le hacía fácil el trabajo

Frunció su ceño y alistó sus armas, les gritó a todos que eso lo resolvería solo, porque no quería más incompetentes dándole doble labor. Solamente él se salió del campamento y se internó en la zona de aquella pequeña ciudad de la que estaban liberando de criminalidad. Hibari bufaba molesto y gruñía bajito pues su lobo interno estaba indignado, cuando atrapara a ese muchacho le iba a dar una lección. Había tratado a Tsunayoshi como a una persona, se forzó a ser razonablemente comprensivo en esas etapas que el mocoso tenía, la más fastidiosa era la perezosa o la melancólica que se asomó poco después de las otras. Ese mocoso no se iba a salir con la suya, no señor, mucho menos le iba a dejar ir por allí con la puerta abierta para que destajara a cualquiera. Tenía que pararlo como sea

 

 

Sangre…

 

 

Un hombre de edad media ya había caído presa de las fauces del castaño, era la primera pista visible que no fueran huellas en la nieve. Kyoya chasqueaba su lengua al ver el vientre abierto y el olor agrio envolviendo el ambiente, parecía como si fuera un maldito juego ya que las entrañas formaban un caminito hacia la siguiente presa. ¿En qué pensaba ese castaño? ¿era hambre lo que tenía o simplemente el lado sádico se abrió? ¿era un maldito juego? Percibió entonces un aroma fino, conocido y que despertó memorias en su mente. Un aroma dulzón, como a flores entre tanta mugre, al principio solo le pareció estúpido percibir eso entre tanta sangre, dudó en que su mente estuviera sana y desechó la idea. A pocos pasos de nuevo aquel aroma le impacto de frente, leve, pero estaba allí y era el mismo que tenía Tsuna después del baño con agua caliente que le otorgó hace fechas, pero también el que captó aquella vez que lo siguió hasta donde estaba la hembra en celo. Una sonrisa entonces se asomó por pocos segundos, ya entendió de donde provenía ese comportamiento

Sus pasos lo adentraron en un conjunto de casas, el aroma era como un hilillo que podía seguir y era Tsuna el que inevitablemente lo dejó. Poco después, Hibari encontró otro cuerpo, era una mujer a la que unas cajas cubrían, pero el charco de sangre evidenciaba que tal vez no sería agradable de ver la apariencia de la misma. El azabache entonces se tranquilizó un poco, sentía que de cierta forma ese leve aroma lo tranquilizaba porque su presa estaba cerca. Buscó a Tsuna siguiendo las huellas de sangre, una gota, a veces un charco o un pedazo de piel, llevaba ya varios minutos siguiendo aquello en conjunto con ese olor y se había hundido entre los edificios que se encontraban en el centro de la ciudad. Uno de sus superiores se comunicaba por la radio, una amenaza y una reprimenda por haber salido sin autorización. Todos estaban en alerta por la pérdida de una herramienta, pero Kyoya les rectificaba, juraba que iba a encontrar a castaño por sí solo

Kyoya ignoró los múltiples cuerpos que en el camino se encontró, seguía simplemente el rastro. Mandó al demonio a un vagabundo que se había quedado en la zona restringida, le rompió la nariz y lo dejó atrás, poco le importaba la vida de un imbécil que no sabía seguir las órdenes y reglas. No tardó mucho más en encontrarlo, pues se habían salido de nuevo a la zona en donde solo había casas y pequeñas localidades comerciales. Usando su olfato podía predecir por donde rayos preferiría ir Tsuna, evitando obstáculos y lugares con presas a disposición. Más o menos descubrió las preferencias de ese castaño en esos largos meses, a Tsuna le gustaban los aromas dulzones, por eso, si un perfume o simplemente una tienda tenía esta característica, Kyoya iba directamente hacia allí. Contó cuatro cuerpos, asesinados de un solo ataque, destajados o simplemente decapitados, Hibari pensaba que esa gente tal vez ni siquiera se dio cuenta de cuándo o por qué murió

Siempre le pareció estúpido dejar que los clase A se murieran de hambre antes de las misiones. Era como tentar al destino solo por diversión, un solo error y el primer cadáver sería el del carcelero. Un clase A sin comida, era como cualquier depredador que sería capaz de hasta consumir carroña para sobrevivir. Ese día especial, cuando despertaban en su segundo día de trabajo, Tsuna se le había lanzado encima tras haberse quitado el bozal y le mordió el hombro, por eso Kyoya lo mató de hambre el día entero a pesar de que ya le dieron la ración respectiva para el enemigo. Tsuna debía tener mucha hambre en ese punto, lo notó porque los cadáveres al menos tenían arrancada una parte de su cuerpo y siendo sincero, le divertía ponerle como castigo la privación de alimento. De esa forma la parte interesante del castaño salía a la luz, la parte animal y sin piedad alguna… para rematar, estaba lo otro, pero aún estaba por verificar aquello. No pasaría nada si fingía no haber notado la singularidad que el aire le traía directamente a la nariz, analizaría qué respuesta le daba ese muchacho sin delatar que ya sabía lo que pasaba

Hibari siguió a Tsuna hasta casi abandonar el sistema de seguridad, donde un jardín repleto de flores estaba junto a un edificio en construcción. Se detuvo justo en la entrada porque el aroma agridulce le llegó con fuerza, sangre fresca y en abundancia. Escuchó gritos que poco a poco se apagaban y frunció su ceño, ¿no podía matarlos con menos escándalo? Era fastidioso escuchar como una persona patética rogaba por piedad. Con anterioridad, el castaño demostró que, a pesar del hambre, podía detenerse tras saciarse comiendo la mayor cantidad de cuerpos que capturara en su primer ataque, pero ahora no parecía seguir el patrón. La parte pensante no había brotado desde hace una semana… si es que volvió en ese momento, tal vez… era imposible que estuviera en el modo inteligente, porque cuando estaba así, evitaba las muertes por hambre y solo se dedicaba a vengarse… pero los que estaban en ese edifico eran extraños para Tsuna, entonces ¿por qué demonios hacía eso?

Kyoya apenas pisó aquel lugar rodeado por una lona de color verdoso y halló un charco rojo. Una escena demasiado nauseabunda, grotesca para cualquier persona normal, pero era normal para un soldado especializado en tratar con criaturas letales. Los miembros de cada persona estaban esparcidos por diferentes lugares, la sangre manchaba muchas zonas, las salpicaduras se formaban debido a la fuerza con que el asesino incrustaba garras y uñas antes de zarandear al cuerpo. Alguien aun gemía de dolor y pedía ayuda, aun así, Kyoya solo lo ignoró, pues a simple vista ese hombre no tenía esperanzas de vivir. Se asqueó cuando vio las vísceras de alguien formar un caminito que ingresaba al edificio, el intestino colgaba de la puerta y se perdía de vista en la ventilación que intentaron colocar antes del ataque. Había rasguños por las paredes, escalones y estructura metálica que aún no estaba completa. Escuchó un grito agónico, un grito de pánico y un gruñido largo, ya era suficiente, debía ponerse serio

Subió aprisa usando el ascensor que en el piso 6 se detuvo abruptamente, ya sabía que no podía ser así de fácil. Kyoya apenas tuvo tiempo para saltar de ese improvisado aparato antes de que ese cayera irremediablemente, y vio ahí una sonrisa que pocas veces vio. Tsuna se relamía los labios quitando la roja sustancia que inundaba su quijada, labios y parte de su nariz, soltaba la mano de algún desafortunado, que hasta ese momento estaba balanceando como un juguete y quedaba libre. Kyoya quiso insultarle, reclamarle, pero no lo hizo, la falta de brillo en esos ojos le daba la señal de que ese muchacho estaba en su peor momento. No había humanidad en ese mocoso y lo peor de todo, fue saber que no era actitud nacida de Tsuna. ¡malditos fueran esos viejos!

El castaño tenía incrustado un par de dardos en el cuello, distintivos artilugios porque tenían un adorno en un extremo, una pequeña incrustación de color naranja como para identificar que pertenecía a la armada de resguardo y al final de cada uno, un cascabel que resonaba. Entonces, ¿quién? Obviamente los ancianos, pero ¿cuál de todos? Quien fuera, estaba enfermo hasta la punta de los cabellos. Esa situación era la misma que la de los acontecimientos anteriores registrados en muchos documentos y hasta documentales que eran distribuidos a la sociedad. Esos desastres y matanzas eran las ocasiones en donde los clase A podían crearse una mala fama innegable, porque los muertos eran tantos que las familias afectadas distribuían la noticia sin ayuda extra. Esos hechos sangrientos desencadenaban en el odio que todos los “normales” deberían cultivar en contra de los enemigos. Kyoya entendió algo que hasta ese punto no se le vino a la cabeza. Los ancianos se aseguraban que todos los miembros de la sociedad detestaran a los clase A, era un requerimiento para que lo que ellos hicieran estuvieran en el rango “aceptable y justo”. Torturas, matanzas, experimentos, todo estaba bien visto si la sociedad despreciaba a los clase A, nadie les daría contra

 

 

—te dejaste manipular — gruñó insatisfecho — solo yo puedo hacer eso Tsunayoshi

—duele — sonreía con descaro, mostrando sus colmillos en esplendor, siseando como una serpiente lista para atacar — duele — lanzaba un gemido adolorido y saltaba en contra del carcelero que fue su custodio por meses. La ira, el resentimiento, la venganza le envolvía entonces, su mente no funcionaba bien

—¿puedes pensar Tsunayoshi? — esquivó el primer y segundo ataque, rodó por el piso y jadeó cuando aquellas garras se incrustaron justo a dos centímetros de su cara — creo que si… un poquito al menos

—Kyo — sonreía mientras empezaba a usar sus brazos para darse potencia en saltos zigzagueantes, intentando incrustar sus garras en el cuerpo ajeno — Kyo — repetía sin descanso mientras gruñía e intentaba morderlo

—fue el custodio, ¿el novato? — su arma eléctrica cayó a unos pasos y rodó hasta alcanzarla, justo antes de sentir las garras rasgándole el pantalón y el escozor en su pierna izquierda — el ancianito que te cuidó cuando niño — se burló, intentando charlar con Tsuna, pero no había caso, el otro no le daba respuesta

—duele — un largo rugido se dio antes de que Tsuna tacleara a Hibari hasta mandarlo casi al final del piso — duele — fue entonces que Kyoya lo pateó en el estómago con la suficiente fuerza como para levantarlo un poco. Lo agarró de los hombros y su pierna impulsó al castaño hacia atrás

—sea lo que sea… te hace sufrir y perderte al mismo tiempo — corrió en dirección del castaño con el táser listo y la descarga le llegó en el cuello. El cuerpo de Tsuna se convulsionaba y lanzaba un grito de dolor mientras Kyoya le quitaba los dardos y se los guardaba en el bolsillo

 

 

La evidencia estaba clara, los malditos ancianos provocaban esos incidentes llenos de muerte y destrucción. Seguramente un soldado fue usado para llevar aquello a cabo. Estaban entrenados para seguir las órdenes sin rechistar, era cuestión de darle los dardos a alguien, mandarlo a colocarlos al clase A con la única condición de que se hiciera cuando el carcelero no estuviera. Era solo dos agujas, dos inyecciones, dos lo que sea que hicieran estallar el instinto del enemigo para que el desastre que pudieran proclamar se concretase. Kyoya entonces luchó con habilidad, con fuerza, sin importarle las heridas que le hiciera a Tsuna. Desquitó su rabia, frustración con el enemigo, el mismo que empezó a ceder con el pasar de los minutos. Cada golpe se volvía menos certero, cada gruñido bajaba de tono y al final las piernas del castaño cedieron y lo hicieron caer. El desastre terminaba cuando Kyoya incrustaba un sedante el ese cuerpo menudo, se limpiaba la sangre de su labio y vendaba la pierna sangrante.

Los refuerzos llegaron de inmediato, ayudándolo a calmar la hiperactividad moderada del castaño que no cedía tan fácil al sedante, seguramente lo que los ancianos le inyectaron duraría un rato más. Tsuna había sido ya privado de la movilidad de sus pies y el bozal impedía las mordeduras, pero antes de que los soldados y los carceleros de más alto rango lograran ponerle la camisa de fuerza, el castaño se escapó. Tsuna no se cansaba de tanto saltar de piso en piso y recorrer las estructuras metálicas, todo a pesar de aun tener bien puestas sus cadenas en los tobillos. Tsuna jadeaba y dejaba su saliva caer sin problema, parecía desorientado en cierto punto y Kyoya dedujo que lo que sea que le inyectaron, perdió su efecto.

Hibari entonces colaboró con la captura, era más fácil con un castaño que empezaba a temblar y a pesar de eso le costó un corte en el brazo por parte de esas garras antes de aprisionarlo. Los soldados encadenaron al castaño, lo patearon un poco, se divirtieron a costillas de un clase A sin energías y cuando se cansaron lo devolvieron al escuadrón correspondiente. El castaño entonces durmió el resto del camino hacia el departamento correspondiente. Lo primero que hizo Kyoya al llegar a su hogar, fue meter a Tsuna en la tina, le quitó la camisa de fuerza y en vez de eso solo lo esposó. El azabache lo limpió usando la manguera con agua helada para quitarle toda esa asquerosa sangre de encima. Cuando el castaño quiso morderlo, Hibari lo golpeó a puño cerrado y metió la cabeza en el agua hasta que ese cuerpo empezaba a convulsionar por la falta de aire. Un castigo por haberse salido de control sin SU autorización

 

 

—¿cómo te atreves a escapar? – pero solo recibía gruñidos de parte del ahora atado, aseado y secado Tsunayoshi. Las manos del mismo solo estaban sujetas por gruesas esposas y separadas por cadenas de hierro, las que encontró por allí. Ya le había dado una dosis de tranquilizantes, así que Kyoya no se preocupaba por ponerle la camisa de fuerza o las ataduras de los pies, en ese momento le estorbaba aquello. Tsuna estaba suficientemente dopado para aguantar un rato sin usar esas habilidades de ataque

—enemigo – gruñía bajito, sacudiendo su cabeza como para quitarse algo – ene… mi… go – decía mientras se restregaba las mejillas con la primera tela que vio. Al parecer le molestaba mucho el agua que le recorría el rostro aun, pues el cabello escurría

—soy tu dueño – le refutó mientras lo agarraba del cuello y lo empotraba contra la pared – estás siendo de nuevo un animal que me esquiva – le regañó, pero el otro solo intentaba liberarse con desesperación – tu celo ya pasó hace meses, ¡compórtate como un ser normal! — introdujo ese tema porque le interesaba

—dulce… dulce… presa – gruñía cosas si sentido y cuando se liberó, intentó morder. Hibari estaba furioso, muchas cosas pasaron y solo buscaba con quién desquitarse. Arrojó a Tsuna al suelo con violencia y terminó posicionándose encima de este

—agh… gah… gao – sílabas inentendibles, sin secuencia, sin sentido, eso soltaba el castaño mientras luchaba, hasta que logró darse vuelta. Su mejilla se posó en el suelo y reptó por el piso intentando huir del carcelero

—¡quieto, herbívoro inútil! – Hibari lo persiguió enseguida, hasta que terminó dejándolo debajo de su cuerpo en totalidad. Le agarró un brazo y lo dobló hacia atrás para inmovilizarlo, usando el dolor como base

—gao… ga — era un animal, gruñendo, posicionado contra el suelo, sus brazos aprisionados en su espalda y siendo sometido

—quieto Tsunayoshi – le susurró en la oreja mientras con su mano libre le jalaba los cabellos elevándole el rostro – ¿oíste?

—no quiero – mostraba sus dientes insatisfecho y gemía de dolor por la presión – nooo

—¿volvió tu parte humana? – le gruñó mientras su enfado iba disminuyendo, su adrenalina bajaba y el cansancio de ese maldito día le llegaba

—maldito momento – gruñó cerrando sus ojos y haciendo muecas mientras el dolor en su cabello le despejaba la mente totalmente – maldita sea

—¿qué te pasa? — sonrió, jugaría un rato a ser el “ignorante”

—nada que le importe – dejaba su aire salir con fuerza, trataba de controlar su genio y su estado mientras sentía como el otro le soltaba el brazo de a poco

—lo mismo que esa vez – sonrió de medio lado al percibir el fino aroma que despedía Tsuna, uno que distinguió en algunos clase A y en el propio Tsunayoshi una sola vez – ¿quieres ser sometido como Skull?… ¿es lo mismo?

—púdrete – soltó de inmediato, indignado por esas palabras – púdrase… y púdrase toda su raza… bola de cabrones

—Qué boca más sucia – en un acto impulsivo hizo que esa mejilla del castaño se posara en el suelo. Tsuna se removía, intentaba alejarse y hasta pataleaba, pero el azabache no dejaba que se moviera demasiado. Lo mantuvo quieto, sometido, hasta que dejó de forcejear. Tsuna aun gruñía, protestaba en su lenguaje animal y Kyoya estaba disfrutando de aquello porque entendía esa etapa. Le mordió con fuerza en el cuello cuando el castaño menos se lo esperaba y recibió un tono bajito – te gusta ser lastimado – se mofó mientras lo veía arquearse levemente

—ah – suspiró profundo y se golpeó la frente con el piso por la estupidez que acababa de hacer – maldición – gruñó porque supuso que el otro descubrió su estado

—hum… ¿qué ruidito fue ese? – sonrió mientras lamía la reciente herida que le hizo y lo obligaba a quedarse quieto mientras lo hacía. Su lobo interno aullaba como un cántico de victoria, el orgullo le saltaba y se sentía satisfecho – ¿te gusta acaso?

—gya… ¡no! – se quejaba, pero sentía una nueva mordida y soltaba un leve gruñido bajito en respuesta – si sabe lo que pasa… ¡sólo quítese de encima! – le gruñó cuando se cansó de estar gimiendo bajito por cada agresión, ¡maldita fuera su naturaleza!

—¿las mordidas te excitan acaso? — nunca en su puta vida siquiera se planteó un maltrato de ese tipo… pero, humillar al mocoso que le trajo tantas molestias sería divertido, ¿por qué no hacerlo?

—¡jódase! – se quejaba removiéndose con insistencia. Volvía a sentir el calor extenderse por su maldito cuerpo – jódase usted y jódase todo el maldito que quiere saber más de mi maldita naturaleza

—así que experimentaron contigo hoy – le restó importancia a aquello y se separó levemente, liberando el cuerpo que quería escapar de él – ¿qué te hicieron?

—no diré una maldita palabra – con agilidad usó sus rodillas para desplazarse. Sus brazos estaban esposados en su espalda, no tenía nada más que sus piernas para huir de aquel momento, de aquel instante

—¿qué te hicieron? – sonrió divertido por ese vano intento de escape. Agarró al muchacho, tiró de él, forcejeó hasta de nuevo dejarlo debajo de él. Sin piedad le mordió la espalda, los hombros, el cuello, lo obligó a que se apoyara en sus rodillas, que el pecho se estampara contra el suelo y siguió en aquella diversión insana – habla — por cada cosa recibía un gruñido suave, un gemido o un suspiro. Se reía del castaño

—no – se quejaba tratando de no perderse en esa época. El celo le llegó de pronto, tal vez era la época, tal vez fue el aroma en el aire que se esparcía trayendo consigo la fragancia tentadora de alguna hembra en los edificios adjuntos – no diré — tal vez era esa cosa que le inyectaron

—¿qué te pusieron? – sabía que eso no era normal, pero mentiría si dijera que no le gustaba. Domar ese muchacho altanero, someterlo, escucharlo gemir bajo sus agresiones era un estimulante para su propio lado animal – dilo

—suélteme

—dilo – sus manos viajaron hasta el vientre ajeno en una ruda caricia. Obligó a Tsuna a pegar la mejilla al suelo, le lamió la oreja y lo mordió levemente mientras gruñía suave – o estimularé tu naturaleza masoquista de una forma mucho más fuerte

—si lo digo… ¿me dejará en paz? – se quejó mientras respiraba agitadamente, maldecía su propia excitación. Quería escaparse a una esquina. Quería golpearse la frente para que las ganas de escaparse, matar a una buena presa para ofrecerla de regalo y buscar compañía, no le ganara – fue un estimulante, un acelerador o como quiera llamarle… ha resultado en mi desate animal — soltó todo eso con la voz más baja de lo normal, maldiciendo su accionar. Nunca quiso humillarse, pero la necesidad de paz le ganaba

—¿y el celo que experimentas?

—consecuencia segundaria creo… no es la primera maldita vez que me hacen eso… pero es de las pocas veces que les funciona – confesó con desagrado sintiendo esas manos apartarse de su cuerpo y ese aliento desplazarse por su espalda – ahora sólo… déjeme en la jaula

—claro que no — su lado enfermo entonces salió a flote, ¿qué podría perder? Mejor dicho, ¿qué podría ganar? Esos clase A buscaban pareja, si lo sometía, entonces su mayor riesgo era tener a una mascotita bien portada

—usted me lo…

—yo no dije nada Tsunayoshi

—¡me da asco! – gruñó intentando separarse, pero el otro solo lo aprisionó más. Tsuna se sintió estúpido por haber caído en ese puto juego, si Reborn se enteraba de eso, seguro le arrancaba la garganta para que aprendiera — ¡no se atreva! ¡aléjese! — forcejeó con desespero, pero el otro también lo manipulaba. Kyoya terminó por dejar al castaño con las caderas levantadas, sonriendo al tenerlo en sumisión forzada. Tsuna, sintiéndose dominado, soltó un suspiro de placer y un gruñido por la humillación, pues veía cada mano del carcelero a cada lado de su cabeza. Estaba en una prisión que le estaba causando ansiedad y sus fuerzas no valían para nada

—pues tus caderas dicen otra cosa – sonrió cuando sintió aquel trasero moverse rozándose contra su intimidad. Eso era tan divertido que su lobo aullaba y hasta podía escucharlo en su cabeza

—maldición… maldición – decía apretando sus dientes, pero en algún punto dejó de forcejear. Su instinto le ganó la partida cuando percibió el poderoso aroma ajeno, cuando su calentura le nublaba la vista y aflojaba sus músculos.  

—pensé que querías ser el dominante de esa chica… explícate – exigió deslizando sus manos en una caricia ruda por el pecho ajeno, sintiendo como Tsuna se tensaba y temblaba ante cualquier roce por mínimo que fuera

—ah... ah… eso no funciona así – susurró mientras trataba de morderse la maldita lengua y reprimir los jadeos, pero su cadera… esa no la podía detener y pedía a gritos contacto con el ajeno – mgh… agh – lo peor era que el otro le cedía el placer del roce. Se pegaba, lo lamía y mordía, aruñaba y pellizcaba

—¿entonces?

—no diré… nada — se le quebró la voz, quería ronronear al sentir al otro respirarle cerca de la oreja

—veamos qué te puedo sacar entones – Hibari empezó entonces con su pequeña venganza. La rabia, el estrés, el cansancio, todo se iba uniendo, deformando, supliendo, todo por el simple placer personal

—no se atreva – gruñó, pero su animal interno chillaba pidiendo ser satisfecho con ese placer carnal tan bajo. Instintivamente disfrutaba de la rudeza, de envolverse con el aroma de un dominante, pero su lado pensante era otra cosa. Tsuna repudiaba su propio cuerpo por no tener límite, por no tener decencia… en ese punto, preferiría que su lado animal le quitara la conciencia… pero a la vez no se dejaba, porque… no sabía por qué

—sabes que serás el de abajo ahora

—CIERRE LA PUTA… agh – se estremeció con aquella única acción que le haría perder el sentido. Una cosa era que su cuerpo buscara tentar al ajeno… otra muy diferente era lograr que el ajeno, el desconocido, el imbécil que lo dominaba, le respondiera mostrando las reacciones físicas de la excitación – joder… agh… mgh – trataba de callarse mientras sentía el miembro ajeno endurecer y rozarse con constancia contra su trasero. Trataba de mantener la calma, pero era inútil. Sería vano, sería una pérdida de tiempo negarse, porque su cuerpo era honesto y estaba listo

—aquí… la puta eres tú – sonrió al descender su mano por el pecho ajeno, ignorando los pezones, el ombligo y llegando hasta el miembro ajeno. Kyoya pudo sentirlo listo, admiró la espalda arquearse con placer, el leve ronroneo que salía de la garganta ajena por los estímulos – pides que te marque, que te tome… ¿no eras macho?

—idiota – soltaba con dificultad mientras con sus últimas fuerzas trataba de alejarse, pero el otro no lo dejó

 

 

Kyoya se vio encendido por el simple y lujurioso roce que el trasero de aquel cuerpo pequeño y letal le daba. Era humano, era un hombre y tenía necesidades como cualquier otro, por eso reaccionaba ante ese estímulo. El aroma de Tsuna empezaba a ser dulce, más tentador que antes, lo había notado desde que lo cargó hacia el departamento y por esa simple razón no dejó que nadie más se acercara. Dejarse llevar por el instinto era como deshonrar sus principios, pero esto era venganza por la estresante convivencia con ese castaño. Hibari se dejaría llevar hasta ver que el otro perdiera la batalla y lo viera denigrado a estar bajo su cuerpo, gimiendo y reaccionando a su toque. Quería escuchar a Tsuna gemir, perderse, pedir por más… porque a pesar de que fuera un chico, se lo podía ultrajar y sentiría el mismo placer que si fuera con una mujer… tal vez hasta más

Las palabras se terminaron, la dulzura parcial también. Tsuna emitía solo ronroneos mientras la ropa se le era arrancada sin importar nada. El cabello mojado escondía un leve aroma dulzón, que Hibari adoró percibir mientras tiraba de esos cabellos con fuerza hasta lograr que el otro se contorsionara en una dolorosa curva que solo lograba hacer que la excitación de ambos se elevara. Hibari gruñó mientras le daba vuelta al castaño, le abría las piernas y admiraba la prueba de que el otro disfrutaba el doble que él. Ese cuerpo menudo, delgado, frágil se estremecía ante una simple lamida en el vientre y un ascenso en mordidas sin cuidado por la piel. Los pezones erectos pedían atención mientras se movían de forma errónea ante la respiración de su dueño. Tsuna gemía, lanzaba ronroneos en tono bajo y jadeaba desesperado. Kyoya no estaba pensando mucho, además estaba seguro de una cosa… quería saber qué tanto podía amaestrarlo. Le soltó las esposas en cierto punto, logrando que así el castaño empezaba a removerse incómodo y tratando de huir nuevamente, pero esas rodillas temblorosas no lo llevaron lejos

Hibari lo agarró de nuevo, dándole vuelta hasta dejarlo a cuatro patas, sin darle placer al mocoso y solo obteniendo el suyo. Vio y escuchó esas garras incrustarse en el suelo para dejar una marca mientras Tsuna empezaba a lanzar gemidos con los labios separados, pues ya no se mordía ni reprimía, ya le ganó el placer. Kyoya entonces deslizó su mano al sexo ajeno, lo estrujó entre sus dedos, recibiendo un largo suspiro satisfecho como respuesta y sonrió con prepotencia… él había superado al salvaje y ahora lo tenía a merced. Le dio vuelta solo para ver esas mejillas rojas, esa mirada brillante y un poco perdida, la erección palpitante. Tsuna abría las piernas y dejaba reposar sus manos a cada lado de la cabeza, pedía algo en susurros mientras movía sus caderas como tentando a su pareja. Hibari no hizo nada, no sabía ni qué sentir en ese momento. El calor, el orgullo inflándose, la diversión del momento y al final solo estaba eso… el acto

Tsuna no se quedaba quieto, pedía, ronroneaba, tentaba y al no ser respondido se denigraba más y más. Elevándose un poco, restregaba su mejilla con la del carcelero, se acercaba y con sus garras tiraba de la ropa aun colocada del otro. Sintió una bofetada dura, la ignoraba y solo volvía a intentar obtener el placer del coito hasta que el otro cedió. Hibari sentía esa necesidad extraña de ser un poquito considerado, estaba tratando con un humano después de todo, en pequeña porción, pero humano… tal vez esos enormes ojos achocolatados le gustaban, sólo por eso se acercó y cedió un beso. Uno rudo, sin consideración, repasado la boca ajena con su lengua, sintiendo un leve rechazo inicial y un juego en correspondencia poco después.

No había caricias, había roces. No había besos, había pelea de dominio. No había dulzura… había resentimiento y hasta un poco de odio mutuo… no había amor, había lujuria y nada más. El clase A estaba suelto, libre para arañar el piso, para moverse en esa desnudez que frotaba contra el suelo duro y frío. Hibari sintió esas garras en su espalda y dolía, además que esos colmillos brillaban a pesar de que estaban en pleno ritual. Se rozaban insistentemente, Tsuna le arrancó las prendas inútiles pues al parecer le molestaba no sentir el calor ajeno en contacto directo. No faltó mucho para que las prendas de ambos fueran nulas y los roces fueran un estimulante sexual inimaginable. Hibari notaba entonces que el más pequeño estaba más caliente y húmedo en aquel lugar, era extraño, pero poco le importó, porque de todas formas iba a herir esa parte

 

 

—para tu seguridad y la mía – dijo atándole las manos al castaño y pidiéndolo en cuatro patas

—ah… ah… mgh… ah… ya no – sollozaba levemente mientras empujaba sus caderas contra la virilidad dura del carcelero – ya…

—aun no te preparo — susurró quedito. Aún tenía un poquito de raciocinio, quería jugar un rato más

—no importa – gruñó bajito, como un ronroneo – hágalo… ahora… hágalo – exigía perdido en el deseo mientras rasgaba el suelo

—eres una bestia – susurró antes de agarrar la carne, la piel, incrustar las uñas en esos glúteos bien formados – un ser irracional

—ya – suplicaba entre sollozos cuando sentía la punta entrar en su cuerpo. La virilidad palpitante, dura, cálida, poderosa, se metía en sus entrañas y dolía – AAAHH – emitía su gemido con ganas, con placer mientras sentía el escozor en su trasero

—agh – se incrustó totalmente entonces – agh – ¿tan cálido es el interior ajeno? Apretado, placentero… ¿delicioso? – maldición – susurró antes del primer movimiento de su cadera

—AAAH… GAOOOH – complacido por el primer movimiento, esperaba el siguiente y el siguiente. Movía sus caderas al contrario de la embestida y sucumbía al placer – GAA

—cállate – susurró sosteniéndolo de las caderas para empezar con sus embestidas – cállate – exigió porque esos gemidos eran tan asquerosos que le hacían rabiar y solo querer dañarlo – cállate – metió sus dedos en la boca ajena para acallarlo. Lo mordió en el hombro con fuerza y desde ese punto solo supo que quería complacer sus bajas pasiones usando ese cuerpo que temblaba en cada embestida. Ese era Hibari

 

 

Continuará…

 

Notas finales:

Bueno, no sé qué pensaba con este castigo. Tampoco sé que sentimiento me proporciona esto... solo sé que no puedo ser tan cruel jajajaja, pero seguiré intentando XD

Muchas gracias por leer esta historia 

Muchos besos~


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