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Posesión por Mon18Zu

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Notas del capitulo:

En territorio Black existen ciertos alfas con cierto poder. Sin embargo no son Señores aunque poseen riquezas.

Estos alfas deben seguir un conjunto de normas, cuales aseguran su paz con la mansión Black. Aun así, existen sitios bajos entre el vulgo donde se llevan a cabo el entretenimiento de pelea con niños betas, la mayoría huérfanos. 

En territorio Black, los betas no tienes derechos ni siquiera obligaciones. No obstante, se les permite vivir.

-¿Una historia?- Cuestionó Sirius acompañado de aquella curvada y gruesa ceja desaseada. Sus cadenas tintineaban al tomar asiento y se agitaron estrepitosamente al levantar la pierna derecha por sobre la izquierda y reposarla en la rodilla de modo que tomara una posición horizontal. Draco clavó su mirada en esas largas piernas un momento, bajo el ajustado pantalón negro. Casi creyó oír chirriar la tela, mas fue una mera imaginación.
-Una historia- Reiteró. Los sueltos rizos sobre su cabeza valsaron ligeramente al inclinarse un poco hacia él.- Una historia como la suya.- El alfa depósito su mirada en los despejados ojos del doncel, cuales aguardaban una reacción. Sin embargo, el hombre mantuvo su expresión. Estiró un brazo y tomó un pequeño fruto del resto. Lo arrojó entre sus labios abiertos y tragó.
-No sé a dónde quiere llegar- Confesó de improviso. La confusión se mostró en el rostro del efebo.
Draco bajó la mirada un segundo y observó sus manos entrelazadas, en la cercanía de las orillas curvilíneas de la base cristalizada.
-¿Quisiera poseer una doncella, señor Sirius?- El hombre paralizó su brazo, cual separaba del montón el alimento del platillo. Levantó la vista y descubrió esos cándidos luceros opacado por una audacia infantil. El semblante del alfa se arrugó apenas y a Draco le satisfago aquella muestra de permuta.
-Soy el único hijo Malfoy, señor Sirius. Mi padre me ha educado como su sucesor y mi madre como el doncel que nací. Puedo dar cachorros, alfas y omegas, pero sigo siendo un varón y la ley Malfoy no hace tal distinción. Quiere una doncella, puede comenzar por contarme la historia.- Las rubias cejas del mozo se distorsionaron un palmo. Él le contempló varios segundos, sin desobedecer los mandatos de su padre, mientras deslizaba la lengua en el interior de su boca, chocando con las delgadas mejillas ocasionalmente.
-No se equivoque, joven Malfoy, me es difícil creer lo que ha mencionado. No estoy al tanto de las leyes establecidas en territorio Malfoy. Si quiere negociar, póngame al día.- Draco frunció el ceño, desconcertado por el camino que tomaba la conversación. Echó un vistazo a la amplia sala que compartían. El par de portones persistían cerrados y la luz blanquecina le acariciaba los brazos desnudos.
-Soy el sucesor de mi padre, señor Black. Cuando contraiga matrimonio con Regulus Black será una mera unión matrimonial. Mi padre me concederá un plazo de tiempo permitido, en el cual me encargaré de cumplir mi papel como esposa. Sin embargo, cuando el pazo haya concluido y yo cuente con un heredero, sólo uno del montón, del cual el resto llevaran el apellido de su padre, Black, podré administrar el poder con que antes contaba Lucius Malfoy y él se convertirá en mi consejero, así como Bastian Malfoy, mi abuelo, lo fue para él al contraer matrimonio con mi madre. Soy un caso aislado, señor Black, no dependeré políticamente de mi marido y la mansión Malfoy contará con mi sucesor. Dirigiré desde la mansión Black, lo que no representa ningún inconveniente.- Concluyó, alzando la ceja derecha. Al instante se dio cuenta de la posición que había tomado su cuerpo ya que los despliegues del atuendo a la altura del pecho caían al aire por encima de la mesilla.
-¿Acaso se ha olvidado de Harry Potter?- Los luceros del doncel soltaron un brillo acuoso ante aquella insinuación. Se recuperó, irguiendo la espalda. El hombre relamió sus encías, acaparando los restos de acidez entre sus dientes.
-No- Respondió, compaginando su posición sobre el asiento- Pero soy consciente de las probabilidades que tiene de poseerme y de que si lo hace, yo perderé el derecho a heredar todo lo que mi padre podría entregarme de no ser así. En tal caso, seré la señora Potter. Los Potter pueden igualarse con los Malfoy, gobiernan el dominio sur de estos lares, eso sé solamente, aunque desconozco sus leyes o costumbres. Podría Harry Potter estar ahora mismo reunido con mis padres.- Aseguró- Sin embargo, confíe en mi palabra. Puedo entregarle lo que anhela, si me pertenece. ¿Es eso lo que quiere?
El muchacho buscó nuevamente la expresión del alfa.
-Aunque fuera así, no puedo poseer una doncella mientras la ley de mi padre persista. Sólo un Malfoy puede desestimarla.
-Lo hará si se la entrega un Malfoy entretanto se cumplan las normas para la posesión misma de un omega. Por lo que, mientras aún no se haya consumado mi matrimonio con mi marido usted podrá seguir hablando.
Sirius descendió la vista y apartó los gruesos rizos oscuros delante de su rostro con la gran palma de la mano derecha sin sutileza.
Aquel acto despertó el interés del doncel. Estiró ligeramente el cuello y agitó las aletas de sus narices, aspirando el aire que circundaba.
-Sabe usted bien para ser un doncel, joven Malfoy.- Inclinó la cabeza con precipitación y sus rizos volvieron a la posición original, ocultando parte de su rostro.
-Ya se lo dije, fue educado de ambas maneras.- Respondió. Deslizó la rosada y delgada lengua fuera de sus labios y enjugó la piel en un intento de atrapar el aroma que había llegado a su piel, impregnándose.
-No obstante, usted desconocía que soy un Black, antes de su reunión con Regulus, pase a llamarme señor Black, ¿A que se debe eso?-.
Las fosas nasales del mozo exhalaron con rapidez el aire y sus mejillas tomaron un color asalmonado suave.
-Creía que se trataba de un hombre Black de los hombres del señor Black.- Objeto, avergonzado. Cerró sus dedos en puños y acopló el músculo al paladar.
-Aun así, me nombra Señor, aunque no lo soy. No poseo tierras ni servidumbre ni siquiera una esposa.- Draco le contempló un momento antes de contestar aquella intriga, haciendo indagaciones. No obstante, no entendía por qué proseguía haciendo preguntas.
-Todos son señores, señor Sirius. Mi madre me hace llamar a todo hombre que entra por nuestras puertas señor. No me mal entienda, no en el sentido político. Así como a mi tío Bernard, quien no tuve el placer de conocer, le llamaría Señor Malfoy tanto por ser un Señor como porque no se me permite referirme a él como tío. Parece que esos modales no se aparecían en territorio Black.
El señor Sirius permaneció en silencio. Al doncel le pareció haberle disgustado, por lo que aguardó a que tomara la iniciativa.
-Tiene razón. Llamar Señor a alguien que no lo es puede acarrear muchos inconvenientes con la familia Black.
-¿Va a referirme los hechos?- Cuestionó, disipando las dudas, puesto que aquella divulgación le atribuía la intuición de admitir por su parte el ofrecimiento establecido a cambio del relato predicho.
-Podré intentarlo. Únicamente cuento con su palabra, ¿podrá usted cumplirla, independientemente del alfa que llegue a poseerle?- Le cuestionó, entrecerrando los párpados.
-Podré hacerlo y no cuenta nada más con ello.- Apalabró sin molestia alguna, llevándose las manos a la parte posterior del cráneo y enredando los dedos entre la melena rubia alisada. Desprendió con delicadeza, ayudándose de las largas uñas traslúcidas, el brillante prendedor que guardaba el resto del prolongado cabello suyo.
Los mechones de cabello, antes torcidos de manera que se hubieran retenido detrás de la forma de su corte varonil, cayeron sobre sus hombros en bucles indefinidos.
Levantó la mirada y estiró la mano que cerraba en un par de dedos el costoso objeto, cortesía de su abuela materna, Liliana. Sirius plantó la antemano y Draco desatendió el broche.
-Quería deshacerme de eso- Confesó. El alfa retuvo la prenda en la empuñadura que formaban sus anchos nudillos y se abstuvo de soltar palabra unos minutos, cuales Draco empleó en endulzar su gusto con el sedoso durazno azafranado, dándole la oportunidad de comenzar.


….


-La señora Black no había quedado encinta en aquel entonces, después de siete años de matrimonio. Adolf Black dejó de interesarse en su propia esposa pocos meses a posteriori de la unión y tuvo un pequeño varón con una doncella que vivía en la mansión, una que pertenecía a su padre, no a él y que seguía siendo virgen. Cuando el cachorro nació y resultó ser un sano varón alfa, la Señora Black se disgustó. No estaba contenta, ya que ella no había sido la mujer en tener aquel varón y cuyo propósito era. Así que recurrió a las leyes de la familia, argumentando que, si bien es cierto, ese cachorro no debía llevar el apellido de su padre puesto que no se engendró de una doncella suya. Y no sólo eso, pues no toleraba que aquel niño no nato compartiera las mismas habitaciones que ella y su marido.
Ya sabrá que para tener hijas doncellas se requieren a las vírgenes en propiedad del señor, dado que la esposa sólo engendra los verdaderos herederos. O al menos, de eso modo se maneja en territorio Black.
La utilidad de estas hijas en cada generación varía a menudo. Se les destina a matrimonios con diversos fines, tratándose así como un seguro de estabilidad política y familiar. Nunca ningún señor Black a prescindido de poseer por poco una docena de omegas a disposición de resolver el más mínimo conflicto con otro Señor que circunde sus tierras, entregándolas en matrimonio.
De modo que a un año de nacer, Adolf Black cedió, obligado por su padre y su esposa, a uno de los hombres Black el cachorro, quien contaba con la plena confianza del Señor y que además, tenía órdenes estrictas de devolver al niño a la mansión Black en cuanto éste haya entrado en su primer celo.
Por obviedad, tratando de prevenir el esparcimiento de la sangre de la familia entre la gente común. Por ello mismo y...porque tenía planes para él.


….


Veinticuatro años atrás.

 


Las botas del niño chapotearon en el charco de agua sucia bajo las suelas negras.
La lluvia de la noche anterior había dejado múltiples depósitos de agua en las grietas de las destartaladas calles de piedra. La débil luz blanquecina del día acapotaba las techos de las casas y la fría brisa le arremolinaba los cortos mechones rizados de su cabellera negra. Un horrible olor a podredumbre invadía el aire y aterrizaba en sus pequeñas narices.
Continuó andando por el sinuoso camino, canalizando las pisadas del resto de viandantes y yendo en dirección a la juerga que procedía por delante. Cargaba entre sus dedos con una pequeña moneda de metal tosca, cual acariciaba con el pulgar continuamente.
Los hombres que pasaron a su costado ignoraron al niño mientras éste giraba y atravesaba en medio de la entrebarrera que le separa del tumulto con rapidez, cual al final del callejón el espacio se abría en un amplio patio de cemento, rodeado de paredes de ladrillo. El aroma se intensificó cuando mucho, asentado en las húmedas piedras que pisaba.
Se detuvo detrás de un par de hombres con delgadas camisas amarillentas, hombro con hombro, la piel seca y pegajosa, blanca, y unos pantalones raídos obscuros. Gordos y flacos traseros le daban la bienvenida.
Sin embargo, antes de intentar cruzar la marea de espectadores, un brazo se enredó toscamente sobre el suyo y le izó en el aire con violencia. No tuvo oportunidad de atisbar al hombre ya que la pieza metálica abandonó sus dedillos y rodeó por la superficie desigual.
-Ven aquí, mocoso. Eres el siguiente.- Pronunció el repulsivo adulto, cuyos dientes disparejos le conferían aquella apariencia.
Sirius se revolvió entre aquel brazo opresivo, sus cortas piernas bailaron con furia, de modo que el alfa tiró de su cuerpo hacia un costado y tomó sus extremidades sobre su barriga. Sus rizos cayeron al aire.
Varios rostros pasaron delante del suyo mientras protestaba y el hombre se encaminaba entre la multitud, cuyos miembros le abrieron paso.
-¡Sueltame!, !Soy un espectador!- Chilló Sirius, golpeando con sus pequeños puños los brazos que le sujetaban. Los demás hombres se regocijaron ante tal declaración.
-Hoy pelean los mocosos como tú- Señaló, ignorando sus pataletas.
La bulla se extendió con prontitud cuando fue depositado con brusquedad sobre sus pies en una rasposa cobertura astillada. Gimió y sus rodillas temblaron.
Sirius removió sus botas, saliendo de su estupor, y éstas desprendieron el material marrón que pisaba con facilidad, arañando la superficie. Levantó la mirada y vio como aquellas personas le contemplaban, muchas de las cuales mostraban unas cuantas monedas de plata en las palmas de las manos u acariciaban el metal de éstas con sus sucios dedos. Arrugó el entrecejo y fijó su vista en el muchacho que atravesaba la tarima en dirección a él.
Instintivamente, ajustó la chaqueta negra que cubría su torso y repasó otra vez la expresión del sujeto, percatandose en el lamentable atuendo del joven. Pantalones bombachos que no cubrían esos endebles tobillos y un par de zapatos pardos y ajados, sin embargo, sin agujeros.
El titubeo invadía su expresión, sus azulados ojos danzaban alrededor de Sirius. Aún de ello, al llegar a su altura, no dudó en levantar el puño izquierdo y enterrarlo bajo la cuenca derecha de su oponente, quien no quería lastimarle.
Sirius retrocedió, trastabillando. Sus rizos se agitaron ante la fuerza del golpe.
-¡Yo no soy un participante!- Rugió con furia, integrándose en su sitio. Los observadores rieron a carcajadas. Él les echó un vistazo conciso y constató que los hombres expulsaran montones de saliva de entre sus ásperos labios agrietados. Una repugnante porción del fluido descendió hasta posarse sobre su costado derecho de la imberbe mandíbula.
Con una mueca de asco, retiró el gargajo de su piel apoyado de la antemano derecha y destinó un corto miramiento tras sus espaldas, donde su raptor le mantenía vigilado, los gordos y expuestos brazos lechosos cruzados sobre el flácido pecho. Entreabrió los labios, asqueado. Continuaba percibiendo las extrañas punzadas en el segmento magullado de su propia carne que lo obligaba a tensar la piel alrededor del ojo.
Volvió su mirada al otro niño, cual poco más alto que él, ya le tenia entre sus puños. Sus nudillos volvieron a golpearle, esta vez sobre su sien izquierda. Mas el impacto no fue demasiado para Sirius, quien no pretendía consentir aquel acto de necedad. Colocó las palmas de ambas extremidades en contacto con su desnudo y demacrado pecho, a pesar del frío ambiente, consumido por las marcas violáceas, y empujó con la bravura de sus codos.
El muchacho tropezó al instante, sus delgados y huesudos tobillos golpearon contra la cubierta y comenzaron a sangrar, expulsando el escarlata liquido por pequeños piquetes en gotas diminutas. Su flaco trasero se encontronó encima del tablado con sorna.
Sirius hizo acto de volverse, dándole la espalda a su contrincante.
-Vuelve y acaba con él.- Recitó el hombre ante la desafiante mirada del chiquillo. Los luceros negros de Sirius brillaron con fulgor.
-Quiero irme, no debo estar aquí, mi padre…- Un forzudo peso provocó que Sirius interrumpiera sus palabras. Su espalda se curvó y sus hombros se tensaron. Posicionó sus delgadas piernas con firmeza, doblando las rodillas. A sus botas se ensañaron cientos de astillas de madera, rompiendo el cuero del calzado. Aquello le hizo enfadar.
El bullicio dio inicio nuevamente, pero el niño bajo el cuerpo del agresor ignoró las palabrerías que profanaban el ambiente. Sin embargo, porque las extremidades del muchacho sobre sus hombros se habían encarnizado con su rostro. Cerró los párpados y apretó dolorosamente la mandíbula. Su piel adquirió un tono rojizo que contrastó con la palidez natural mientras sentía como sus costillas se oprimían.
De un momento a otro, el peso del sujeto venció sus cortas extremidades y cayó sobre la tarima, donde punzantes dolores atravesaron la piel de su rostro y manos descubiertas. Creyó haber gritado mientras el calor se extendía por el cuello.
El muchacho tiró de su chaqueta y zarandeó el inerte cuerpecillo del niño. Miró aquel rostro herido y sólo pensó en continuar atacando. Alzó ambos puños amoratados y sangrantes y prosiguió con el deterioro de los mismos, ciñéndose sobre aquella delicada piel lechosa.
Sirius colocó ambas manos por delante, asustado, entretanto pensaba que aquella posición sobre sus muslos no era de su completo agrado. Los duros nudillos del muchacho golpearon sus palmas abiertas una y otra vez y sus propios nudillos terminaron haciéndole el daño esperado al chocar continuamente contra sus mejillas. Al darse cuenta de ello y de que el peso sobre de él comenzaba a asfixiarle, un deliberado calor recorrió su cuerpo como una llamarada ardiente. Sus ojos se encendieron de cólera y se lanzó sobre el oponente con los puños por delante, inclinando el torso. Su rostro se crispó ante el frenesí e impactó su pequeño puño debajo de las narices del tenaz, quien abandonó la posición sobre de él. Los labios ajenos se rompieron y dieron paso a la sangre. Sirius se incorporó con rapidez y se arrojó nuevamente hacia el agresor, quien aún no terminaba de ponerse en pie. Al colocarse delante suyo a un par de pasos, afanó el brazo sobre el delgado hombro del muchacho y levantó el empuñado velozmente.
Una delirante molestia de hueso se palpó en sus nudillos. El oponente cayó de espaldas y su cuerpo se agitó. Sus labios abiertos derramaban la sangre que se pegaba a su piel. Se inclinó hacia el frente y se colocó arriba de aquella esquelética consistencia, desde donde abordó una tanda de abrumadores puñetazos sobre su rostro y cabeza. Fuera de sentirse exhausto, se sentía vigorizante.
Una obsesa sonrisa adornó su crispante semblante moteado de manchas rojizas.
En medio de su exaltación, no se percató de que el silencio se había cimentado entre la muchedumbre. Empero, las rodillas puestas en aquel piso le aguijonaban la tela del pantalón y le penetraban la piel de modo muy lacerante. Aun así, eso a Sirius no le molestó demasiado.
El mancebo gimoteó y removió sus huesudas manos como respuesta al dolor.
Los nudillos de Sirius se mancharon del tibio líquido cuando retomó a tirar el codo derecho hacia atrás, desperdigado la sangre en los tablones. Sin embargo, un brazo se enredó al suyo y le despertó del furor.
Giró el cuello hacia atrás y alzó la mirada, los rizos se sacudieron en su cabeza. Suspiró sin pensarlo, haciendo contacto visual con aquellos ojos amielados de su padre, muy próximos a los suyos. Las comisuras alrededor de sus labios y sobre sus pómulos se plegaron, haciendo temblar el pequeño cuerpo de Sirius, quien suavizó el agarre para con su oponente cuyo rostro estaba anegado en lágrimas y de cuyo morro emanaba chorros de sangre y de entre sus labios salían lastimeros gimoteos. Sus extremidades temblaban, indóciles.


….

 

Su hombro golpeó contra la atablillada pared de madera, un gimoteo escapó de entre sus labios. Cerró los párpados con fuerza y tensó los músculos alrededor de sus cuencas. Sus piernas temblaron, exhaustas. Extendió el brazo derecho y colocó la antemano sobre la helada superficie, al costado donde su cabeza reposaba. Sin embargo, el hombre le tomó de aquella extremidad, enredando los tibios y robustos dedos con fuerza alrededor de su piel. Tiró de ella y la posicionó detrás suyo, en contacto con la rojiza y huesuda espalda suya, mientras apresaba el hombro del muchacho y jalaba su cuerpo hacia él, hacia atrás. El canapé chirrió.
Cailín gimió, las rodillas le dolieron al torcerse, sus piernas se abrieron y sintió la calidez de aquellos vastos muslos bajo sus glúteos. El flácido miembro que colgaba entre sus demacradas piernas dio un salto.
-Por favor…- Susurró con voz queda, los ojos cerrándose. El alfa acercó su mentón a la nuca del joven.
-No he acabado contigo- Le dijo acompañado de una gruesa voz y arremetiendo contra su trasero con brusquedad. Colocó una amplia y caliente palma sobre la mejilla del muchacho, tanteando con sus dedos los pliegues de su piel. Deslizó la extremidad hacia atrás y agarró una buena porción de su cabello, húmedo por el sudor. El alfa adelantó los salivados labios morados a su oreja derecha y susurró.
-Si tan sólo fuera un lindo omega.- Cailín sintió el fluido caer en su cuello descubierto y forzó una sonrisa.- Ellos se lubrican a sí mismo.- Empujó con mayor fuerza.
El enflaquecido cuerpo de Cailín se agitó, la cabellera rebotó sobre su cabeza y el macho torció de nueva cuenta su muñeca, haciendo que sus largos dedos se estiraran hacia la barriga del hombre, a unos palmos.
Cailín sollozó, apretujándose los delgadillos labios blanquecinos, lo que provocó que la piel se agrietara y rompiera, amelasandose con su saliva. Su frente perlada de sudor.
El camastro crujió, el hombre volvió a moverse.
…..
Cailín acomodó la rasgada camisa sobre el hombro derecho con cautela, incapaz de moverse de sobre el colchón, las rodillas dobladas, los chamorros bajo sus muslos y la espalda torcida. Tímidamente, acarició con las llemas de sus delgados dedos su sien izquierda y arregló un poco el mechón de cabello castaño que corría por su mejilla. Luego, arrebujó la antemano bajo sus cuencas, deshaciéndose de los restos de lágrimas en sus pómulos.
Un viejo y torcido candil iluminaba un trozo de la pequeña habitación, únicamente compuesta por el canapé debajo del estrujado colchón de paja, y un destartalado buró de un solo cajoncillo encima de la cual se hallaba el candil.
Del otro lado de la puerta de madera cerrada, destellos de luces amarillas cruzaban las rendijas.
Cailín se puso en pie con dificultad, al costado del camastro, los músculos de sus extremidades tensados. Al moverse, el abatido pene holgó entre sus piernas, golpeándole los muslos.
El tibio ambiente que había depositado aquel alfa en la habitación se palpaba en el aire. Se inclinó sobre su espalda y tomó los desgastados pantalones bombachos tumbados en los tablones de madera que componían la inestable superficie debajo de sus desnudos pies. El suelo crujió.
Se colocó los bombachos, separando la pegajosa piel unida entre sus par de nalgas al pasar la fría tela por sus piernas. El elástico se ajustó debidamente a su cintura mientras rebuscaba los zapatos, cuales le venían chicos. El cabello se desprendió de su sitio al agachar la mollera.
En el camino, tuvo que hincarse con la intención de recoger el par de monedas metálicas que dejó rodar aquel alfa, una de las cuales se había colado entre los pies del camastro. Las metió en sus bolsillos antes de incorporarse nuevamente. Luego se dirigió hacia la tosca puerta por delante, parpadeando. Trató de ignorar el rozante dolor de la irritada y rojiza piel contra la pendra.
Empujó de la superficie tronconada con la fuerza de los huesudos codos y la extenuante luz de los candiles que iluminaban el pasillo le segó un momento. Colocó una mano delante de su rostro arrebujado, los dedos extendidos, mientras giraba hacia la derecha por el pasadizo, observando las largas sombras que se formaban a raíz de las llamaradas de aceite en las superficies.
El sonido de una puerta chueca de las habitaciones que enfilaban el extenuado y angosto pasillo azotó brevemente en los márgenes del marco y se mantuvo entreabierta por detrás de Cailín, quien no se detuvo. Las paredes no acallaban las voces de los residentes y algunos canapés habitados se agitaban el compás del movimiento del sexo.
Al final del camino, rodeó las viejas y rectas escaleras que llevaban a la segunda planta y atravesó por la parte trasera de éstas. El polvo se removió a su paso y un par de telarañas se acoplaron a su cabellera. Extendió un brazo hacia el picaporte de la bien tallada salida trasera. Empujó hacia afuera y salió al exterior, donde el frío azotaba su delgado cuerpo. Sus brazos temblaron ligeramente, las estrellas tintineaban en la bóveda celeste y la oscuridad aplastaba con todo su peso las sucias calles semivacías, de modo que apenas podía ver, a excepción de un par de candiles que colgaban de los costados de una rectangular ventana con marco de madera sobre la pared del establecimiento.
Se volvió hacia la derecha, recorriendo la pared del prostíbulo, y se detuvo a unos pasos del muchacho que esperaba por él.
Entre las sombras, Sirius se adelantó unos pasos. La chaqueta de piel negra y los rizos ondeando al viento. La piel pálida contrastaba con la tuene luminosidad.
Las botas de éste hicieron eco entre las piedras que componían la dispar superficie que pisaban.
-¿Y bien?- Preguntó. Cailín alzó el pulgar derecho y rascó el tronco de su nariz. Se cruzó de brazos. Por su parte, su compañero cubrió sus fosas nasales y arrugó la piel.- Hueles demasiado a otro alfa.- Comentó, dejando caer aquel brazo.
-Tengo algo para ti.- Respondió, levantando el mentón e ignorando por completo aquel último comentario. Cailín observó el rostro de Sirius otra vez. La mandíbula comenzaba a ensancharse, las largas pestañas oscuras peinaban los grandes ojos negros.- Tienes la edad suficiente para que te permitan reunirte con el Alfa Crabbe.- Le dijo, metiendo la mano izquierda en uno de sus bolsillos. Sirius atendió desde su posición cómo extraía una delgada y finamente redondeada moneda dorada, sujetándola entre los dedos sucios, cuyas cortas uñas amarillas enterraban tierra negra.
-¿Que es eso?- Cuestionó, un tanto desconcertado. Movió ambos brazos a sus costados, creyendo que aquello no podía ser oro, y ocultó las puntas de sus dedos en los bolsillos delanteros del pantalón.
-Una invitación. Un espectador me la entregó en mi última pelea, hace tres meses. Dijo que tenía madera de buen aguante.-Se encogió de hombros- Pero yo ya no peleo.
Discretamente, echó un rápido vistazo a la casa. Extendió la mano derecha y Cailín le entregó la pieza. La sopesó de inmediato.
-Tienes trece años y siempre has querido ser un alfa de pelea. Sólo tienes que encontrar a un hombre de Crabbe y él te llevará con su jefe.- Continuó, observando como el muchacho contemplaba el objeto, sus gruesos dedos impunes de marcas y cicatrices, a comparación de las suyas propias.
Un hombre de traje negro que pasaba muy cerca pisó accidentalmente un agujero de agua sucia, que llevaba semanas allí, puesto que no había llovido últimamente. Ambos escucharon el chapoteo de su calzado y la tanda de maldiciones consecuentes, mas no miraron. El sujeto se alejó a paso rápido.
-¿Cómo lo encuentro?- Cailín volvió a alzar ambos hombros, devolviéndole la mirada a los ojos. Se cruzó de brazos, sin darle importancia al leve dolor muscular en los antebrazos.
-Hazlo y encontrarás a Crabbe.-Confirmó- Tal vez te ofrezca un contrato. Lo haría yo mismo pero no soy un alfa. Además, no puedes rechazar una de éstas. Cuando haya recuperado su ficha, no se preocuparán por mí. Así que yo te hago un favor y tú me haces uno reuniéndote con ese pez gordo.- Señaló la moneda a la vista con el mentón.- He escuchado que los peleadores de Crabbe tienen sus propias doncellas.- Mostró un gran sonrisa, lo que hizo que los delgados pómulos del Beta se surcaran.
-Me vacilas.- Cailín no respondió a ello. Sirius metió la ficha dorada en los bolsillos de su chaqueta, así que el muchacho mayor se dio media vuelta.
-¿Por qué dejaste la pelea?- Le preguntó antes de dar siquiera un paso. No se volvió, quizá sorprendido por la interpelación.- Ganabas mucho más en ello que en esto.- Cailín frunció la frente, aunque Sirius no lo percibió. Salió del estupor y giró el cuello al responder. Contempló un segundo el fino cutis de su amigo, pensado que ya no lo volvería a ver.
-Mi hermano fue acogido por una familia.- Dijo- Ya no tengo de que preocuparme por él.- Sirius dio un asentimiento de cabeza, se volvió hacia atrás y antes de echar a correr por la oscura y apedreada calle, le dedicó una amable sonrisa a Cailín.
Sus botas retumbaron aún a lo lejos. Cailín comenzó a caminar hacia la puertecilla, por la que había salido en principio, y tomó del pequeño pomo antes de ingresar y cerrar tras de sí, rascando la punta de la torcida nariz.


……


Draco desplegó sus párpados lentamente, adormilado. A unos palmos, los cerró por completo y se quedó dormido nuevamente.
Severus continuó rozando con las llemas de sus dedos la amplia frente del doncel, aquella cabeza que heredó de él mismo. Rozó con sus dedos esos anchos huesos frontales y acarició con el pulgar el entrecejo del mozo, pasible.
El extendido cabello rubio había sido recogido y sólo unos mechones colgaban por las sienes, sumisos a la intervención.
Severus contempló los delgados labios rosados y sellados de Draco. Sonrió un poco.
Draco volvió a abrir los párpados, sus pestañas bailaron ligeramente.
Contempló a su madre, sentada en el borde de la cama adoselada. Aún vestía el traje sable de esta misma mañana. La melena debidamente alineada a su cabeza y los grandes ojos negros puestos sobre él.
Draco se percató de sus extremidades adormecidas y el peso de las gruesas mantas encima de su delgado pecho. Llegó a sus oídos el suave chasquido de la madera al quemarse en la chimenea de la habitación, cual iluminaba el rostro de su madre.
El doncel sonrió. Ella susurró con voz suave.
-Alguien ha venido a verte.- Le dijo. Draco inclinó un poco la cabeza, la suave almohada bajo su melena.
-¿Harry Potter?- Le preguntó, la voz ligeramente ronca. Ella no respondió. Pasó sus pequeños dedos en un roce sobre su mejilla derecha, haciéndole clausurar sus bellos ojos plateados. Era consciente de que la noche se hallaba muy entrada.
La caricia continuó un poco más, hasta que ella volvió a susurrarle dócilmente.
-No te duermas, Draco.- El doncel sonrió en respuesta un instante. Su sonrisa se apagó al recordar la posición de sus brazos, fuera de las mantas y a sus costados, antepalma boca arriba. Intentó mover sus dedos y se dio cuenta de que estaba a un segundo de caer dormido. Aun así, desplegó ambos párpados y observó su habitación en penumbras, salvo por las débiles llamas de la chimenea, y le devolvió la mirada a esos grandes ojos sables que esperaban por él.

Notas finales:

Perdón por la ligera tardanza. El cargador de mi iPad dejo de servir y ésta se descargó, ahí es donde escribo los capítulos. 

Por nada abandonaría este finc.


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