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En los días en que no vio a Tsuna, cuando su cuerpo estaba más consciente de la lejanía entre ambos, tuvo continuos ataques de tos y pétalos de varios tamaños que expulsó con dolor. Eso no estaba bien, no lo estaría nunca, no mientras él estuviera consciente de que sus oportunidades eran nulas.

Cada mañana se repetía sobre sus probabilidades inexistentes en referencia a ese amor y se convencía de que la cirugía era necesaria, pero también admitía que le dolía el haberse enamorado sinceramente y su única opción fuera el desechar uno de los sentimientos más puros que lo embargó en su vida.

 

—Deja de pensar en estupideces —se recriminó tras haber terminado con su café y se dedicaba a ver por la ventana—. Tal vez no merezcas nada bueno

 

Haru dejó de molestarlo durante esos días de ausencia pediátrica, pero después volvió a insistir en aquello a lo que denominaba “la lucha final”, sin embargo, él no se iba a prestar para tamaña estupidez. ¿Lo malo? Haru sabía como hacer desastres silentes, tal vez por eso se encontró con Tsuna en la cafetería y como por arte de magia Haru y Kyoko –sus siempre fieles acompañantes respectivas—, se desvanecieron con la más estúpida de las disculpas.

 

—¿Una cirugía? —Tsuna miraba la puerta que acababa de cerrarse— Pero Kyoko-chan no… —miró a Reborn en busca de una repuesta

—¿Quieres más té? —quería evitarse el lio de dar explicaciones o mentirle al ingenuo castaño, cambiar de tema fue una buena estrategia

—¡Ah! —era tan expresivo a veces, tanto que leer sus pensamientos era fácil— Olvidé algo

—¿Cómo qué?

—Pedirle a Kyoko-chan que me acompañara al supermercado —soltó un suspiro resignado y se apoyó en el espaldar de su asiento— y hoy no la puedo ver hasta el final de su turno, mismo que termina después del mío

—¿Por qué no vas solo? —Reborn evitaba mirarlo demasiado, hablarle con familiaridad, marcaba una distancia que menguaba cada vez que se perdía en sus propias divagaciones sobre el futuro que se estaba trazando.

—No quiero… ir solo —el castaño apretó los labios—. Es que… es “ese” supermercado.

—Oh —rodó los ojos evitando mirar al deprimido castaño. No iba a caer.

—Supongo que no estoy listo —emitió una sonrisa forzada mientras bebía el último sorbo de té en su taza.

—Ve a otro —sí, Reborn estaba luchando con la vocecita en su cabeza que le decía «Lucha esta vez», era raro que el tono de voz fuera el de Haru

—Lo haría —jugó con la taza entre sus manos—, pero en ese lugar… había cierto café que… me gusta

—No pareces alguien de tomar café —miro el té que consumía el castaño

—Lo hago, siempre lo mezclo con leche en las mañanas —sonrió infantilmente—. Me da energías para despertar por completo

—Compra de otra marca —a veces él mismo no podía entender como aquellas expresiones tan sencillas lo cautivaron tanto como para generarse esa enfermedad mortal.

—No… —habló con un tono de voz elevado, demostrando que ese simple detalle lo afectaba demasiado y por eso se tomó unos segundos antes de continuar—, bueno, es que no quiero hacerlo

—¿Por qué? —sabía que si seguía con eso se iba a arrepentir, pero… ¡joder! ¿Tan embelesado estaba con aquel niño?

—Soy de aquellas personas que no pierden costumbres porque éstas engloban recuerdos buenos y malos… Ese café sólo me trae buenos recuerdos —aquella sonrisa risueña, las mejillas rosadas y un poquito abombadas, la bata llena de figuritas y…

—Te acompaño —sí, había caído

—¿En serio? —sus ojos brillantes y sinceros— Pero… oh, no quiero quitarte tu tiempo —amabilidad y empatía—. Le pediré a Kyoko-chan que me acompañe otro día

—No hay problema, no tengo nada más que hacer —y ahora resultaba que usaba frases sacadas de películas cursis de antaño

—Te lo agradezco mucho, Reborn

                                  

Se recriminaba por estar emocionado con la sola idea de caminar junto al castaño. Suspiraba en sus descansos porque eso pintaba mal; lo único bueno era que, de alguna forma, las tantas pláticas con Tsuna calmaban sus síntomas y le generaban tranquilidad.

¿Cómo pudo volverse tan patético? Se decía, pero después corregía la última palabra y la cambiaba por “humano”.

Como supuso, el castaño le sonrió cuando se encontraron en la puerta del hospital, y tras un saludo casi común caminaron uno junto al otro. Reborn se dio cuenta de que dos mujeres los veían de lejos, pero para no dañarse la noche las ignoró y siguió mirando de refilón al pequeño castaño a su lado.

Platicaron sobre las noches heladas, sobre la nieve y del pequeño viaje de Tsuna.

Reborn se enteró que el padre de Tsuna era rubio, algo infantil, sobreprotector y un tanto dramático. Se burló, claro está, porque no podía imaginare a un adulto así. Tsunayoshi describió a su madre como un ángel de hermosa sonrisa, amable, soñadora, un tanto despistada, pero sobre todo una gran mujer. Reborn agradecía que su pequeño castaño heredara todo de aquella desconocida, algún día tal vez debería agradecérselo en persona.

 

—¿A qué le temes?

—Al pasado —respondió cuando cruzaron la puerta de aquel lugar y Tsuna tomó la canasta correspondiente.

—No tienes por qué —Reborn se arregló el cabello y jugó con su patilla derecha—. No estás solo —añadió y en respuesta una suave risita le fue dedicada.

—Gracias por el apoyo

 

Compraron en silencio, caminaron por algunos pasillos aparte del que correspondía al café en grano. Tsuna ofreció un pequeño frasco de jalea para que el azabache lo probara, y al mismo tiempo lo cedió como regalo. Reborn pudo haberse negado debido a su poca tolerancia a las cosas dulces, pero no lo hizo, no cuando eso significaba un único gesto amable y desinteresado por parte de la persona de la cual estaba enamorado y quien no le correspondía.

Le sonrió sutilmente, recibió una sonrisa adornada por un sonrojo. Eso era suficiente.

Llegaron a las cajas y Reborn podría casi, casi, afirmar que el castaño rogaba por no encontrarse con el sujeto del incidente de hace meses, pero al parecer se equivocó. Volvía a juzgarlo precitadamente y se sorprendía por lo complejo que era aquel pediatra.

Cuando Tsuna ubicó al dichoso cajero y, a pesar de que la fila era la más extensa, pidió colocarse en esa caja. Reborn no dijo nada, sólo esperó con paciencia, intrigado por lo que pasaría; dejó de lado sus hipótesis y admiró el cómo las manos de Tsuna se aferraban a la pequeña canasta con fuerza.

 

—Buenas noches —fue el saludo del castaño quien le sonrió al cajero quien abrió la boca, se paralizó y casi cae de su silla—. Aquí está mi tarjeta.

—U… usted —le tomó al menos dos minutos pronunciar aquello—, yo… usted y su salud —cualquiera se reiría de esa actitud, pero Reborn estaba más que serio y Tsuna más que pacífico

—¿Ahora sí registrará mi compra? —fueron las palabras un tanto venenosas que el castaño soltó. Reborn rió dando a notar su presencia.

—Oh, también usted —parecía que no podía procesar demasiado bien la situación y decía lo que se le venía a la mente.

—Deja de tartamudear muchacho, y pasa las cosas por el sensor —exigió el azabache

—Pe-perdón —avergonzado, con los demonios rodeándole, manos temblorosas que a veces dejaban caer los objetos, pero hizo su trabajo—. Mil perdones a usted —pronunció con claridad cuando sus ojos conectaron con los chocolates de Tsuna

—No te disculpes —después de un rato fue el castaño quien habló—. Fue un error que ya no se puede remediar.

—Perdóneme —fue el pedido casi ahogado del cajero quien ya empezaba a derramar sus primeras lágrimas.

—Fue en parte mi culpa —Tsuna apretó los labios—. Tal vez debí haber abierto mi abrigo en primer lugar.

—No, no —ya casi a punto de llanto desenfrenado, el chico se sujetó de su propia silla—. Yo fui un idiota y… causé aquello.

—Yo no estaba bien en esos días —sonrió Tsuna—, hice un escándalo y supongo que te perjudiqué también; así que estamos a mano.

—No sé ni cómo pedir perdón ahora mismo. —su voz agudizada por el llanto contenido, los labios siendo mordidos para no sollozar.

—Ni yo sé cómo aceptar tus disculpas —el castaño hablaba con sinceridad—, así que dejémoslo así.

—No podría.

—Yo perdí a mi hijo y nada puedo hacer, pero tú puedes volverte una mejor persona —le sonrió en amplitud a pesar de que él mismo sentía su pecho estrujarse ante los recuerdos—, así que aprovecha la oportunidad

—Lo siento tanto —al fin sollozó, refregando sus ojos mientras Tsuna firmaba el recibo y lo devolvía—. Perdón, perdón… lo lamento ta-tanto.

—Tranquilo —extendió su mano y palmó la cabeza del cajero—. No te guardo rencor, pero tampoco puedo decir que te perdono. Son las consecuencias de tus actos, nada más que eso, y debes aprender a vivir con la culpa.

—Vamos, Tsuna… deja al muchacho respirar y meditar —Reborn al fin decidió interrumpir aquello, no quería ver más de esa penosa situación.

—Sí —sonrió sutilmente mientras tomaba sus cosas y la tarjeta—. Hasta luego, chico… Me verás seguido porque adoro el café de aquí.

 

Reborn no sabía si Tsuna quiso vengarse, reclamar, desahogarse, o alguna cosa. No entendió ese accionar. No entendió por qué al salir de ahí el castaño soltó un suspiro aliviado. No quiso saber el porqué de todo eso… sólo guardó silencio y ofreció un pañuelo cuando percibió las lágrimas de Tsuna al ya estar bastante lejos del lugar. Su acompañante era un enigma de cristal, el cual se podía trizar ante un duro golpe, pero podía ser fuerte bajo ciertas circunstancias.

Le acarició los cabellos mientras caminaban, deslizó su mano por la espalda del chico que sujetaba fuertemente su bolsa de compras, lo acercó más a su cuerpo y soltó un suspiro porque al final terminó abrazándolo cuidadosamente. No dijeron nada y sólo el vaho de sus respiraciones se notaba en medio de una desolada calle. Raro, extraño, algo que nadie entendería. Ni ellos mismos lo hacían. 

 

—Te acompaño a tu casa.

—No es necesario.

—No te dejaré así en medio de una calle.

—Gra-gracias, eres un buen amigo, Reborn.

 

Era idiota, Reborn lo sabía. Se había enamorado del espejismo de una brillante estrella.

Lo conoció destrozado, lo volvió a ver ya un poco recuperado, se maravilló con la magia que representaba su reconstrucción, se fascinó por las facetas que mostraba y se embelesó con la sonrisa que Tsuna dedicaba a medio mundo. Pero más que eso, se enamoró de la posibilidad de ser quien curara la herida, quien tuviera la posibilidad de ver a esa persona en su forma original, de sentirse amado por tan grandioso doncel cuya generosidad se desbordaba en cada paciente.

 

—Nos vemos —fue su escueta despedida.

—Descansa bien —sonrió Tsuna agitando su mano antes de ingresar al edificio departamental.

—Cuídate —Reborn suspiró cerrando los ojos cuando estuvo solo.

 

Pero no se alejó, se quedó mirando a esa puerta de cristal y al guardia que resguardaba la entrada. Suspiró una vez más, recordando las lágrimas de Tsuna, la sonrisa, los detalles de ese chiquillo ingenuo y magullado; rememoró las palabras, el deseo de decirle que mandaran todo al demonio y que él lo cuidaría por el resto de su maldita, monótona, sin chiste, gris vida. Joder. Sólo quería esas sonrisas para sí. No le importaba ser egoísta, lo deseaba.

Y estaba mal querer algo imposible.

«Amigo» esa palabra resonó en su cabeza cuando dio el primer paso para alejarse. Su pecho dolió y de pronto se le fue el aire. Ardió su garganta y empezó a toser. Maldita la hora en que su propia consciencia le jugaba una mala broma. Se aferró a un poste cercano, tosió cuando pudo e incluso se inclinó para soportar los estragos de aquel malestar infernal. Casi no podía respirar y sus mejillas se acaloraban, incluso sintió un par de lágrimas surgir debido al esfuerzo.

 

—¡Reborn! —oh, no, muy mal momento— ¿Qué tienes? —el castaño palmeó la espalda del azabache que no paraba de toser— Tranquilo, deja que la tos surja, no la evites.

 

Reborn quiso maldecir, pero en vez de eso sintió arcadas a la vez que esas temblorosas manos sujetaban su cabello y lo alejaban de su rostro para evitar que todo se ensuciara y el desastre fuera mayor. De su boca surgió la maldita evidencia que hasta ese punto logró ocultar, no lo hizo sola sino acompañada de un par de gotas rojizas. Un pétalo de considerable tamaño, enrojecido y notable a pesar de la escasa luz del poste.

¡Estúpida enfermedad!

Reborn se quedó con la cabeza gacha, sin saber cómo demonios justificar aquello, sintiendo como las manos del castaño se deslizaban en sus mejillas y lo ayudaban a erguirse. Cuando pudo respirar de nuevo, vio la expresión más preocupante de su vida: el pánico. Tsuna hacía una mueca extraña mientras lo miraba de frente y con sus dedos limpiaba el rastro rojizo de sus labios. Era obvio que se dio cuenta.

 

—¿E-estás bien?

—Sí —no alejó esas manos, no dejó de diferenciar la preocupación en esa mirada.

—¿Quieres subir a mi departamento por un poco de agua?

—Pregunta lo que quieres saber —cerró los ojos y frunció el ceño por la estúpida que era la situación.

—Es un asunto personal, no podría meterme en eso —y ahí estaba una luz más que cautivaba el corazón de Reborn.

—Hanahaki, sabes lo que es.

—Lo sé —apretó los labios, pero no apartó su mirada de aquella negra bruma que podía tragarse hasta el más fuerte ser—, y sé que se puede curar.

—La cirugía.

—No siempre —sonrió sutilmente, tal vez tratando de reconfortar al azabache— con algo de amor también se puede.

—Fantasías —vociferó sin muchas ganas.

—Realidades —rectificó con la mayor seriedad—. Mi madre curó a mi padre —sonrió.

—No lo puedo creer —bufó

—¿Puedo ayudar?

—No —soltó el aire y carraspeó verificando que ya no tendría otro ataque como ese.

—Quiero ayudar —dijo con seriedad sujetando instintivamente el brazo del más alto— pues no quiero que algo malo te pase, Reborn.

—Me haré la cirugía —sus palabras cada vez sonaban menos certeras.

—¿Y perder los sentimientos más puros que le dedicaste a esa persona?

—Hablas como Haru

—Hablo como mi madre —sonrió con comprensión pues en su vida ya trató con centenares de pacientes, todos con diferente carácter, unos más difíciles que otros—, nada más que eso

—Supongo que en mi destino estaba conocer a alguien como tú.

—¿Gracias? —indagó algo confundido por las palabras ajenas— Pero ese no es el asunto aquí… ¿Me vas a dejar ayudarte o no?

—No.

—Insistiré.

—¿Y cómo planeas ayudarme, Tsunayoshi? —sentía mucha curiosidad por la respuesta a esa pregunta.

—Si me confías el nombre de esa persona, veré que hacer.

 

Reborn negó por la irónica situación. Suspiró y despeinó al castaño antes de acomodarse el abrigo y erguirse. Se despidió del castaño tras recibir aquella jalea que era su regalo y que Tsuna había olvidado de darle. Maldijo el frasco mentalmente pues por esa cosa fue que el muchachito regresó tan de repente y los sucesos se dieron de esa forma abrupta. Agitó su mano en despedida y se alejó del causante de sus males.

No tenía intenciones de decirle la verdad, pero ahora que lo pensaba, tampoco tenía demasiadas ganas de soltar a tan bello ser.

¿Qué tan loco debería estar para luchar por un imposible? Mucho, pero Tsunayoshi lo valía. O eso esperaba.

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

¡Krat ha vuelto, bbs!

Unas semanas del asco, el estrés por los cielos, rogando porque la inspiración regrese ya que tengo algo de tiempo libre, mandando al demonio sus preciadas horas de sueño… pero aquí estoy jajajajjaa

Lo bueno es que de poco en poco he escrito este capítulo durante esta semana y otro capítulo de “Mi rojo cielo” que subiré mañana, por los demás pues hay que esperar.

Sin más que decir.

Krat les manda besos, abrazos, flores y pastelitos~

¡Hasta la próxima!

 


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