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Minis tú y yo por 1827kratSN

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Notas del capitulo:

 

Este two shot era la idea original del día 2: Café de la R27Week2019…, pero me pareció algo densa y al final terminé por hacer otro fic. Sin embargo, para no desperdiciar la idea, se los dejo aquí.

 

 

 

Estaba cansada, de verdad que lo estaba, pues todo en su maldita vida estaba convirtiéndose en algo monótono y sin chiste. Lo peor era que lo tenía todo. Y si bien, su propio orgullo y avaricia no le permitía decir que cambiaría lo que tenía por conseguir, aunque se aun poquito de felicidad y algo que le despertara las ganas de seguir con su día a día, podía estar pensando en sacrificar una porción de su fortuna con tal de que ese “algo” llegara.

Estaba siendo muy dramática.

Tal vez solo estaba hormonal.

Como fuera, no podía simplemente seguir como estaba, y fue por eso que decidió salir por ahí. Empezó a tomar unas horas extra para alejarse de la empresa y divertirse. Frecuentaba algunos bares o lugares para bailar un rato. Era joven y tenía dinero, así que fue fácil simplemente perderse entre compañías temporales, bebidas caras, pasatiempos estúpidos —como comprarse la joya más bonita simplemente para que adornara su mesa y ya—. Estaba llenando su vacío existencial con cosas vanas, pero al menos así dejó de pensar en su tan malsana soledad.

 

—¿Qué tengo de malo? —susurró en medio de su café matutino, aquel que bebía en medio de una cafetería muy bonita cerca de la empresa.

—Que eres egocéntrica, demasiado hermosa, arrogante, exitosa, adinerada, caprichosa…

—Buenos días —rodó los ojos antes de mirar a su amiga, la mejor, y la más sincera—, Lal.

—Que te gustan los hombres de una sola noche a quienes muchas veces dejas tirados antes de que hagas algo, que tienes estándares demasiado altos —la mujer de cabello azulado se sentó frente a la azabache.

—¿Qué más? —frunció el ceño levemente y jugó con su patilla espiral derecha.

—Nadie es perfecto y por eso nadie te gusta —chistó— y lo terminas desechando cuando ya no te sirve —revisó el menú que se trajo ella misma antes de sentarse junto a su amiga.

—Era sarcasmo.

—Pero como has estado fastidiando con lo sola que te sientes, pues debo sincerarme, Reborn —acomodó su azulino cabello detrás de su oreja y soltó un bufido—. Se me olvidaba decir que solo atraes tipos guapos cabeza huecas que te ven como una “sugar mommy”, así que eres un verdadero desastre.

—Gracias, Lal —ironizó.

—Alguien tenía que decírtelo.

—Ya cállate —elevó su mano para llamar a la mesera.

—Eres muy superficial —miró a la azabache que se hallaba furiosa y cruzando los brazos—, por eso no te das cuenta que solo imbéciles te siguen.

—No tengo la culpa de exigir a alguien que esté a la altura de alguien como yo —bufó mientras cruzaba sus piernas destacadas por las medias de nylon negras que combinaban con su minifalda—. O acaso me ves saliendo con alguien de aspecto desastroso, siendo que yo trato de ser impecable siempre.

—Yo digo —se cruzó de brazos—, que simplemente deberías darte la oportunidad de vestirte como una persona normal y salir a dar una vuelta en el parque o al centro comercial.

—Estoy vistiendo normal —se señaló.

—Sí claro —suspiró—. Muy, muy normal.

 

A Reborn le gustaban los zapatos de tacón alto, las blusas de botones que envainaba por dentro de la minifalda siempre oscura, con chaquetas de diseñador, un collar con una joya destacable en el centro, los labios pintados de rojo y un maquillaje sencillo pero que destacaba muy bien sus facciones, su cabello alisado perfectamente cada mañana para que cayera por sus hombros suavemente, el perfume dulce. Todo en conjunto siempre era algo que destellaba glamur y dinero, siempre, incluso cuando Reborn estaba “descansando” o en casa se hallaba vestida de esa forma, pareciendo siempre una estrella de cine.

 

—Y ¿qué quieres? —tamborileó en la mesa—. ¿Qué me ponga zapatillas y un suéter largo?

—No, no —rodó los ojos al terminar de pedir un café y una porción de pastel que se le antojó—, cómo crees… —ironizó—, porque jamás obligaría a mi amiga a que se vistiera como pordiosera.

—Mejor ni lo menciones.

—Si sigues así, entonces resígnate a seguir sola.

—Debe haber alguien que me ame como soy.

—Uy —sonrió burlona—, ahí sí lo veo difícil. Porque alguien que finja quererte, sí, pero alguien que te ame de verdad…

—Idiota —frunció los labios antes de tomar su taza de café para beberla, haciendo resonar su nueva pulsera de oro.

—Soy tu amiga, no tu terapeuta —sonrió de lado—. Si yo no te digo lo que no quieres escuchar, ¿quién lo hará?

 

En parte Lal tenía razón, porque ella era la única que le diría las verdades sin temerle a su estatus o a su carácter un tantito vengativo. Pero, por otro lado, aquellas palabras dichas le trajeron solo más pensamientos negativos. Tal vez por eso, y cuidando de que ni siquiera Lal se enterase, salió un sábado por la mañana con lo que consideró lo más sencillo en su closet a pasearse por el centro comercial. Dejó todas las joyas en casa, usaba pantalón suelto y una blusa blanca sencilla, nada vistoso, y hasta cambió de tono de labial a uno rosado muy bajito.

¿El resultado?

Un montón de idiotas babosos que quisieron hablarle, quienes le ofrecían ir por un café o por algo más y que no se vestían mejor que un entrenador de gimnasio, pero sin el cuerpo. Aunque también se topó con un par de hombres de buena apariencia pero que andaban ya con alguien a su lado. Ese día se cansó y simplemente fue al cine, reservó los dos asientos junto a ella para que nadie se le acercara mucho, y aun así discutió con una tipa maquillada exageradamente y que quería sentarse en el asiento libre porque sí.

Ah sí, no volvería ir al cine jamás.

Y no volvería a comportarse como una idiota otra vez.

 

—Tienes que estar bromeando —Lal soltó el informe que iba a cederle a Reborn—. Debes estar bromeando.

—No —suspiró mientras miraba por la ventana de su despacho—, no lo estoy.

—¡Estás idiota! ¿O solo estás borracha?

—Lal, no exageres.

—¿Cómo quieres que no exagere, Reborn? —quería ahorcarla—. ¡Estás queriendo conseguirte un esposo trofeo!

—Estoy harta de los idiotas —bufó antes de acercarse a su escritorio—. Así que, si voy a tener que soportar a otro ser humano, al menos que sea de mi gusto.

—Por favor —bufó—. Estás mejor sola, y si quieres casarte para tener hijos, pues para eso existe la inseminación artificial.

—No es eso —rodó los ojos—. Es solo que ha llegado el momento de casarme, eso me dará algo de porte y estatus.

—Ya tienes porte y estatus, no necesitas a un hombre y no lo has necesitado nunca —la miró con los ojos entrecerrados—. Hay algo más, ¿verdad?

—No.

—Dime —suspiró—, ¿qué es? —las invadió un pesado e incómodo silencio que se extendió hasta que Lal perdió la paciencia—. Reborn, suelta la sopa ¡ya!

—Hasta tú tienes al idiota de Colonello —habló seriamente, mirando a Lal directo a los ojos.

—¿Solo por eso?

—Obvio no —apretó los labios—, y no creas que envidio tu relación con ese estúpido.

—Deja a mi idiota fuera de esto.

—Hablo de… —suspiró porque diría eso solo una vez para que Lal se calmara—. Me siento sola —cerró los ojos por unos instantes—. Y jamás lo volverás a escuchar, ¿está claro?

—Ay, no —empujó la silla—, llegó tu etapa de crisis.

—¿Qué etapa?

—Yo creí que tú no pasarías por eso.

—¿De qué hablas, Lal?

—¿Cuántos años tienes?

—La misma edad que tú.

—Cierto —frunció el ceño—, olvidé que fuimos juntas a la universidad. Bueno, el punto es que —la señaló con el dedo—, estamos en las tres décadas, y se supone que nos viene una crisis existencial dura de superar… ¡Pero! Se suponía que tú no ibas a pasar por eso. Por favor, eres tú, Reborn.

—Sabes que no voy a cambiar de idea, ¿no?

—Lo sé —frunció el ceño—. Pero no te voy a ayudar en esto.

—Lal, se suponía que tú…

—¡No! —golpeó la mesa—. Si vas a hacer semejante estupidez, no te ayudaré. No esta vez —dejó los informes en la mesa—. Revisa eso y llámame para lo que necesites, excepto para que te ayude a buscar un esposo trofeo.

—Lal.

—No puedo creerlo —bufó antes de abrir la puerta.

—Espera —la persiguió—. ¡Lal! ¡No me dejes hablando sola!

 

Fue entonces que lo vio, cuando su amiga todavía seguía murmurando cosas y agitaba sus manos en reclamo. Un muchachito de castaños cabellos algo alborotados, con la mirada chocolate, quien estaba algo alterado al ver a Lal de malhumor y quien con una leve reverencia le cedió la chaqueta a su amiga. Reborn estaba segura de que jamás había visto una sonrisa más sincera y dulce como la que dio ese chico cuando Lal le agradeció la espera y le dio algunas órdenes que Reborn no logró entender.

 

—Sí, Mirch-sama —la voz grave, pero no exageradamente grave, la forma en que anotó algo rápidamente en una libreta que cargaba junto con algunos papeles.

—Y haz que me llegue un café cargado a mi oficina cuando lleguemos.

—Lo pediré para dentro de veinte minutos, de modo que siga caliente cuando lleguemos —sonrió una vez más.

—Nos vemos, Reborn —Lal agitó su mano sin mirar atrás.

—Sí —murmuró y se fijó en el muchacho, quien le sonrió con amabilidad antes de darle una reverencia y caminar detrás de Lal.

 

No había visto a nadie siendo así de amable con su jefa y menos con Lal, porque esa amabilidad era natural y palpable, nada de fingir. Se extrañó, porque jamás vio al chico, o a su amiga tolerando a una persona desconocida que estuviera detrás de ella como una sombra porque se fastidiaba con facilidad, pero suponía que Lal ya se llenó de mucho trabajo y empezaba a estresarse.

Pobre chico, porque Lal era… difícil. No le apostaba más de un mes al pobre.

 

—Oye, Sawada —Lal agitó su mano—, ¿qué me recomiendas para almorzar?

—Algo casero —el castaño soltó una risita.

—¿Es un ofrecimiento, Tsunayoshi? —soltó Lal en burla antes de sonreír de lado.

—Es un recordatorio —contestó Tsuna verificando algo en su tableta—. Tiene una cita para almorzar con Colonello-san.

—Eres eficiente, niño —presionó el botón del ascensor—. Creo que te daré el puesto.

—Estaré encantado de ser su asistente personal, Mirch-sama.

—Dime Lal —sonrió antes de entrar en el ascensor—. No me gusta mi apellido.

—Está bien, Lal-sama —rio bajito.

—No te rías.

—Oh, perdón.

—Entiende que tenemos que dar un toque muy profesional.

—Sí —se mantuvo erguido, en silencio.

—No, esto es incómodo —frunció los labios—, habla un poco mientras no nos vean los demás.

—Lo entiendo —soportó su risa—. ¿Qué clase de flores le gustarían para el arreglo de la cena de mañana?

—¿Qué cena?

—Con los directivos de la empresa asociada.

—Ah… esa cena —suspiró—. Rosas negras, a ver si captan la indirecta de que quiero que se mueran.

—Buen consejo —el castaño se acostumbró muy rápido al carácter de su jefa hasta el punto en que podía seguirle el juego—, pero no creería que sea del agrado de todos, aunque las rosas negras dan prestigio. Yo recomiendo algo de tonos amarillo, y si son claveles podría decirles que les expresa desdén, a la vez que se verían bien como un adorno extra en un arreglo.

—Hazlo, hazlo —agitó su mano con desinterés—, tú debes saber de esas cosas.

 

 

Cambios…

 

                      

Reborn se sorprendió al visitar a su amiga en la oficina de ésta, porque todo lucía menos tenso y seco que la última vez que fue allí. Había que recalcar que desde la recepcionista se mostraba más sonriente y amable, las secretarias de cada sección la saludaron con respeto —pero menos tensas que la última vez—, había un florero bonito adornando el escritorio de la secretaria de Lal, y un adorno hecho de cartulina y papel brillante en forma de un gatito también. Detalles que observó, pero que no mencionó. Sin embargo, algo sí tenía que recalcarle a su amiga.

Resultaba que Lal tenía un portarretrato donde se recalcaba a ella y al idiota de Colonello sonriendo a la cámara, y no era cualquier portarretratos, era uno de color rosa pastel con una flor amarilla en una esquina. ¡Por dios! Eso no era cosa de Lal, aunque creía que de Colonello tampoco; por eso le hizo burla, hasta pelearon y todo. Al final fue la propia Lal la que le dijo que fue su asistente personal —Sawada, lo llamó—, quien colocó el adorno para darle un poco más de calidez a la oficina.

Reborn dedujo que todo lo demás en esa empresa también fue cosa del chico castaño, cosa que —según Lal— hizo que sus empleados levantaran más su ánimo, mejoraran en eficiencia, y hasta disminuyeran su estrés, así que la jefa no dio contra a las pequeñas acciones del castaño.

 

—Por lo que veo, sí durará.

—No te mentiré, Reborn —Lal sonrió de lado—, el niño tiene alma de ángel. Mientras Tsuna esté presente, todos los demás se llenan de energía.

—Así que lo vas a conservar.

—Obviamente.

 

Inicialmente, Reborn no entendió la fascinación que tenían todos por el jovenzuelo castaño que se desempeñaba como la sombra de Lal, por eso fue a curiosear en algunas ocasiones, incluso dejando de lado su muy elaborado plan para hallar a su futuro esposo trofeo —que no era más que salir a los lugares más exclusivos o a donde concurrían los caza fortunas con bonita cara, eso por ahora—. Pero después de unas visitas entendió porque todos ahí adoraban al nuevo empleado, unos más que otros, pero al final de cuentas todos caían rendidos de uno u otro grado.

 

—Buenos días, Argento-sama —le reverenciaba con pulcritud, bajaba la mirada como un cachorrito, pero le sonreía con una calidez que pocos tenían.

—Has cumplido casi dos meses ya —añadió como el inicio de una plática, la primera que sostenía con el castaño a solas—. Pensé que no llegarías a tanto.

—¿Eh? —miró por un momento a la mujer sentada en la silla cercana al escritorio de su jefa— ¿Por qué no lo haría? —pero después siguió preparando el café de la visitante, con las mismas especificaciones de siempre.

—Lal es algo… ruda y perfeccionista —Reborn se tomó un momento para cerrar los ojos y disfrutar del aroma que poco a poco tomaba la preparación de su tan amado café amargo—. Pocos son los que tratan con ella tan directamente como lo haces tú.

—Lal-sama es una mujer asombrosa —sonrió—, trabajar con ella es agotador pero satisfactorio también. He aprendido mucho cuando la acompaño a sus reuniones.

—Tengo una duda —tomó la taza ofrecida por el chico con cuidado, admirando las manos de aquel castaño, de piel suave y con las venas un poquito marcadas—. ¿Por qué eres el asistente?

—No entiendo la pregunta —elevó una ceja y ladeó sutilmente la cabeza.

—Es un cargo destinado más a mujeres, algo de escritorio y sin méritos vistosos. Un hombre común no se relegaría a estar bajo el mando de una mujer.

—Es como si yo dijera que usted y Lal-sama no deberían liderar estas empresas —rio bajito—, es un estereotipo en el que ustedes no calzan, y yo no calzo en el mío.

—¿Por qué aceptaste este trabajo?

—Vi la oportunidad y la tomé —sonrió antes de girarse hacia la puerta y acercarse, como si hubiese previsto que su jefa llegaba y la esperó para darle la bienvenida y extenderle un café.

—Puedes retirarte, Sawada —Lal tomó su taza y pasó de largo—, tengo asuntos que tratar con Reborn en privado.

 

Ese chico era un enigma fascinante, Lal la apoyó en esa conclusión, pero poco después dejaron el tema de lado y se centraron en lo suyo. Negocios, bromas, burlas, y regaños. Así había sido siempre su amistad, desde que eran unas adolescentes idiotas con sueños demasiado grandes, y con zapatos heredados demasiado magnos que debían llenar como sea. Muy a su manera eran el consuelo y el apoyo de la otra, siempre sinceras y ayudándose en lo que fuese posible.

Por eso Lal se negaba a participar en esa locura.

Reborn no dejó su idea de conseguirse un marido trofeo, algo solo para generar envidia de las socias o de las esposas de los inversionistas. Necesitaba algo con lo que sentirse cómoda y poderosa, aunque fuese solo una máscara falsa para ocultar su propia desdicha y soledad.

Y, sin embargo, cuando llegó el momento, cinco meses después, Lal solo se calló y a regañadientes aceptó el nuevo noviazgo de su amiga. Incluso llegó a intentar entablar una relación amistosa con el modelo pelirrojo y de ojos verdes que su amiga se consiguió para ser su nueva posesión de ensueño, pero esa joya hermosa por fuera no tenía nada interesante por dentro. Era hueco y sin chiste.

 

—No puedo creer que esté haciendo esto —Lal refunfuñaba.

—No te preocupes-kora —sonreía el rubio a su lado—, pronto se decepcionará y todo volverá a la normalidad.

—Eso espero.

—Oye, por cierto —el rubio dio un rápido vistazo—, ¿dónde se metió tu asistente?

—Lo que me faltaba —murmuró Lal, buscando al castaño en la fiesta—, este niño... se me perdió.

 

Reborn admitía que era cansado fingir que el modelo que engatusó, le gustaba. Y si bien el chico parecía verdaderamente interesado en ella, no le generaba nada más que sentirlo como buena inversión, cosa que le caía bien por el momento, porque así podía separarse de él y no sentir celos si otras damas se acercaban a su “novio” actual. Reborn simplemente seguía con su vida, charlando con sus socios, demostrando su belleza envuelta en el vestido entallado y de espalda abierta, sonriendo como niña buena que está en la mejor etapa de su vida.

 

—Lo sé, mamá —se escuchó desde una de las esquinas del salón, cerca de un balcón—, por favor. Volveré lo más pronto que pueda, no te preocupes —la risita era inconfundible, pertenecía a ese castaño y Reborn se acercó—. Yo también te quiero —colgó antes de suspirar.

—Así que eres el niño de mamá —se burló, pero solo recibió una risita baja y una leve reverencia.

—Espero esté divirtiéndose esta noche, Argento-sama.

 

Se quedó conversando con el chico acerca de la madre de éste, riéndose del cariño con que hablaba Sawada, disfrutando de verlo suspirar ante la noche despejada que brillaba con sus estrellas bien dispuestas. Era un adulto muy peculiar que llamó su atención, tal vez por eso terminó bailando con aquel castaño durante un rato en medio de la fiesta, compartió un vino, visitó el bufet, y después volvió a lo suyo, dejando que el chico se reuniera con su jefa y poco después se fuera con sigilo sin ser notado por casi nadie.

Reconoció entonces esa habilidad del niño por adaptarse a su nuevo empleo, de lo bien que se desenvolvía con los socios, y cómo les hacía plática para entretenerlos cuando Lal se ausentaba momentáneamente. Esa gentileza con cada cercano, y la contagiosa vitalidad que impregnaba en la empresa de Lal cuando él sonreía a todos los empleados y ofrecía chocolates a sus más cercanos a media tarde de cada viernes. Incluso los empleados de limpieza solían estar platicando con el chiquillo quien reía muy seguido.

 

—Captó tu atención, ¿verdad? —Lal no era idiota, se dio cuenta desde el primer momento.

—¿De qué hablas? —fingió demencia mientras cerraba sus ojos para disfrutar del café que el castaño preparaba especialmente para ella.

—No te lo permitiré —siseó con sus dientes apretados—. No ese niño, ¿entendiste? —su amenaza se vio acompañada por un golpe con el pie—. Es mi empleado y no te lo llevarás.

—Me voy a casar en dos meses —Reborn aprovechó la oportunidad de sinceridad como para lanzar la bomba—. Eres mi dama de honor.

—No —soltó la pluma con la que iba a firmar—. ¡No lo haré, Reborn!

—Eres mi mejor amiga.

—Por eso no participaré en ese chiste sin gracia —se cruzó de brazos—. Solo seré tu estúpida dama de honor cuando te cases por amor.

—Lal, ya hablamos de esto.

—Entonces estoy invitada a participar de esta mentira que costará mucho.

 

Reborn no se rindió, no desistió, porque ya estaba decidido. Su novio estaba con ella solo por interés, y ella solo quería un trofeo al que exhibir ante la sociedad. Sus planes estaban trazados, su vida planificada, y su fortuna asegurada en cada negocio e inversión que hacía. Era el orgullo de sus difuntos padres, el amor imposible de muchos estúpidos, la envidia de todas las mujeres de su clase social y de las demás, era una Argento que imponía respeto…, pero a la que le faltaba algo importante, algo que le quitara aquella amargura que ahogaba con vino en las noches.

Necesitaba algo de lo que tenía el castaño.

Le faltaba esa sonrisa que la recibía cuando llegaba de visita a donde Lal, la sonrisa que le mostraba Tsuna cuando Lal la iba a visitar a ella. Necesitaba esa sonrisa que lograba hacerla sonreír sinceramente, al igual que todos los que rodeaban a ese hombre de complexión delgada, entallado en un traje fino de colores claros, de ojos brillantes, y de acciones dulces.

Necesitaba de esa dulzura.

Porque Tsunayoshi tenía gestos muy lindos, amables, condescendientes, gestos que proporcionaba por naturaleza. Porque era un ángel, como solía decir Lal. Necesitaba de detalles como en aquella ocasión cuando se encontraron en medio del receso de una reunión y el castaño le consiguió un jugo de naranja recién exprimida de quién sabe dónde, solo porque ella tuvo un pequeño antojo. O cuando, después de una junta, la cubrió con la sombrilla hasta que subiera a su auto, incluso si él se mojaba en el proceso.

Necesitaba de esa mirada risueña.

Mentiría si dijera que no aumentó el número de sus visitas a su amiga, solo para ver a ese chiquillo que según sabía no superaba los veintiséis años. También sería descarado no decir que empezó a platicar con el chico en sus esperas hasta que Lal volviera de las juntas, o que un par de veces le insinuó el aprovechar el tiempo y salir a beber un trago por ahí. Era gracioso que Tsunayoshi declinara sus ofertas con una expresión algo confundida mientras decía «¿Le agendo una cita con Lal-sama? Puedo arreglar su itinerario y obviamente yo sería como su chaperón». Inocente gesto que Reborn no sabía si era natural o solo el acto de una persona que sabía mentir muy bien.

 

—Reconsidéralo —faltaba un solo mes para su boda—. Reborn, hazlo, reconsidéralo.

—No, Lal —ya lo había aplazado un mes por capricho de su amiga—. Ya está todo listo.

—Bien, entonces —se dio media vuelta—, es la última vez que te lo diré.

—No cambiaré de opinión.

—Sí, sí —Lal negó antes de abrir la puerta—. Muévete o te dejo.

—Prefiero que nos lleve tu asistente —sonrió de lado—. Al menos así alguien me deseará felicidad en mi matrimonio, no como tú.

—Ja —se burló mientras buscaba con la mirada a su asistente—. ¿Y ahora dónde se metió? —suspiró para no enfadarse.

—¿No está? —Reborn se colocó su bléiser y se paró junto a Lal—. Pues no —sonrió—. Tal vez se cansó de tenerte como jefa.

—No seas tonta.

—¿Alguien vio al niño? —Reborn miró a su secretaria y a sus trabajadoras en los cubículos cercanos, pero todas negaron.

—Lo vimos salir poco después de que empezara su reunión —habló una de ellas—, se fue apurado, y no dijo a dónde. Y dejó sus cosas aquí —señaló las carpetas y la Tablet que el chico siempre cargaba.

 

Lal lo iba a llamar, incluso marcó el número de Tsuna, pero poco después el suave tintineo del ascensor captó sus miradas. Del cubículo salió el castaño al que buscaban, con la corbata aflojada y el primer botón de la camisa abierto, quien respiraba con agitación y traía parte del traje manchado por una leve capa de humedad. Pero lo que más les asombró fue verlo llegar con una cajita medio mojada, cubierta con el chaleco que el chico usaba antes, y la que se veía un poco maltratada.

Obviamente Lal lo regañó porque tenían que salir a una reunión y Sawada parecía haber dado un maratón bajo la lluvia que empezó a caer desde hace rato, incluso cuando viajaban en el auto hacia la empresa de los Argento. El castaño solo se encogió de hombros, consciente de su falta, esperando que el enfado de su jefa se detuviera para darse a explicar. Y cuando eso pasó, hasta Lal se sintió mal por haber levantado su voz hacia el adulto con corazón de pollo que tenía por asistente.

 

—No podía dejarlos ahí —sostuvo la caja con un poco de fuerza antes de reverenciar a Lal—. Mil disculpas. No volverá a pasar.

—Pudiste avisar —bajó el tono de su voz.

—No tenía mucho tiempo —el castaño se limpió el agua que caía de sus cabellos—, la caja no aguantaría tanto estando bajo el agua.

—¿Y cuántos son? —Lal miró la caja.

—Son cinco.

 

El castaño quitó el chaleco con el que medio protegió la cajita antes de abrir las solapas para mostrar a los cachorritos que estaban acurrucados y temblando un poquito. Eran pequeñas bolitas de color negro, blanco y marrón, con manchas y colitas pequeñas, un poco sucios, pero sin dejar de verse adorables. Tsuna había visto la extraña caja cuando pasaba con el auto, y al estar lloviendo, no se esperó más que dejar a su jefa en la reunión como para correr devuelta a donde vio el paquete, sin saber que encontraría a perritos y no gatitos como se imaginó al inicio.

Lal no dijo nada más que una leve autorización para que los empleados de su amiga se acercaran para mirar a esas pequeñas cositas que se salvaron del agua y apenas estaban humedecidas con algunas gotitas. Fue un revuelo porque nadie se podía resistir a un pequeño cachorro que les lamía la cara con esa lengua babosa y húmeda a la vez que gimoteaba en busca de calor o comida, mismas que movían sus colitas con maestría para ganarse el corazón de todos.

 

—¿Puedo quedarme con uno? —comentó una de las chicas—. A mi sobrino le encantará.

—Me ayudaría mucho si lo adopta —sonrió Tsuna—, sería a uno menos al que tendría que buscarle hogar.

—En ese caso, yo también me quedaré con uno —sonrió otro de los presentes—. Será un regalo agradable para mi esposa y mis hijos.

—Son lindos —Lal tomó a uno blanco entre sus brazos.

—Pues al parecer atraen a los niños —comentó Reborn quien levantaba a uno de los pequeños peludos con sus manos.

—A los niños les encanta —sonrió Tsuna.

—Pues entonces creo que no —Reborn hizo una mueca antes de dejar a la cachorra en manos de otra empleada quien parecía encantada con la bolita—. No quiero nada que atraiga a los niños.

—¿No le gustan los niños, Argento-sama? —el castaño la miró sorprendido y Reborn hizo una muy imperceptible mueca, porque supo que había hecho un comentario erróneo.

—No tienes idea, Tsuna —Lal salvó a su amiga, atrayendo la atención del chico—. Pero dime, ¿por qué mencionaste cinco cachorritos, si hay seis en realidad? —miró a su empleado.

—Eso —sonrió Tsuna mientras le ponían atención—, es porque pienso llevarle uno a mi hijo.

 

 


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