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R27 Week (2018) por 1827kratSN

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Cazar o ser cazado. Asesinar o ser asesinado. Ganar o perder y morir.

¿Y para qué? ¿Con qué fin? ¿Por qué una masacre tan grande?

Para ser el disfrute visual de aquellos que gozan de una vida llena de lujos y excesos en el Capitolio. Para ser sólo los animales sacrificados en nombre de una ley autoimpuesta que rige a todos los distritos. Para ser muestras de que aún deben ser castigados por una rebelión sucedida hace años incontables. Sumisión total basada en el miedo impuesto por el dueño de sus vidas. Eran esclavos de una sociedad estúpida.

«Felices Juegos del Hambre. Y que la suerte esté siempre de su lado.»

Ancianos llorosos que tuvieron que soportar años y años de festejos televisados debido a tributos asesinados. Niños que se sujetaban de las faldas de su madre porque estaban conscientes de que pronto llegaría su hora de participar en esas masacres cada vez más elaboradas. Los jóvenes que rotaban entre los 13 y 18 años parados frente a los elegidos para esa cosecha, aliviados y dolidos por ver a sus vecinos y amigos frente a ellos. Una chica robusta debido a sus pocos años ayudando en la panadería de la familia, quien apretaba los labios con resignación pues dejaría a su familia sin su segundo sustento; un chico en delgado y serio que miraba a lo lejos a su madre sollozante. Desfiles, entrevistas, maquillaje, pintura, galantería, actuación, risas y fiestas. Una máscara que encubría el dolor y la desesperanza.

Y después sólo quedaba ver cómo todos se mataban entre sí hasta que sólo uno quedaba con vida para ser declarado vencedor.

 

—No mires, Tsu-kun.

 

Pero a pesar de que su madre le cubrió los ojos, el pequeño castaño ya sabía que alguien iba a morir en manos de aquella águila mutada —digna creación del Capitolio—, que tiene en un su pico alargado tres hileras de dientes afilados como navajas. Odiaba los resúmenes de los juegos, pero no había nada más que ver en esa época.

Tenía miedo porque en la próxima cosecha su nombre ingresaría ocho veces para así tener pagos reflejados en comida que beneficiarían a sus dos hermanos menores, su hermana recién nacida, a su madre y padre. Pero aprendió a sonreír a pesar de todo, así que cuando todo terminaba, él sólo tranquiliza a su madre y agacha la cabeza para que su padre le despeinara los cabellos con fuerza en una vana forma para olvidar el dolor de lo observado y centrarse en un dolor físico más real.

En ese año sobrevivió la chica de su distrito, apenas dos años mayor que él, de negra cabellera y ojos ébano que perdieron el diminuto brillo que mostraba cuando vendía el pan de su familia, mismos que ahora sólo eran un cristal opaco. Tsuna la conocía, se llama Reborn, y la vio también cuando la ayudaban a trasladarse a la aldea de los vencedores pues ya jamás volvería a participar en los juegos del hambre. Reborn sería adinerada hasta su muerte, su madre y hermana jamás volverían a tener hambre, pero la chica no disfrutaba de estar viva; se volvió un fantasma tangible porque no hablaba, no sonreía, sólo camina automáticamente por las calles del distrito doce. Tsunayoshi sintió y aun siente pena por ella.

 

—¡Tsuna, mi comida!

—Ya voy —con agilidad removía el contenido de una de las ollas y después procedía a mover de lugar la otra—, un momento más para que el estofado esté tal y como le gusta, agente.

—Tú sí que eres un cocinero decente a pesar de que apenas y alcanzas las ollas —el hombre reía estruendosamente—, espero sinceramente que tu nombre jamás salga en la cosecha porque me muero sin tu comida.

—Gracias por el deseo —recitaba sin sentir realmente lo que decía porque bien sabía que, si Fuuta fuera elegido, él se ofrecería como reemplazo.

—Adoro a este niño.

 

Fue un día más, cuando su comedor estaba lleno de clientes, siendo estos los agentes en mayoría, cuando la vio llegar. Nevaba, el frío calaba los huesos a pesar del calor de las ollas a su alrededor, cuando la puerta se abrió y el viento casi apaga el fogón. En medio de ese clima horrible plagado por la tormenta de nieve estaba Reborn, usaba un abrigo demasiado abombado, guantes, bufanda, sombrero de lana, todo colocado de forma que sólo sus ojos muertos se veían. Caminó en silencio sin fijarse en cómo la miraban pues ya todos se rindieron en hacerle plática, se sentó en el espacio libre, se quitó lo que pudo y se quedó allí.

 

—¿Qué quieres que te sirva? —Tsuna la atendió con amabilidad, tal y como hacía su madre ahora agripada y a la cual estaba reemplazando en casi todo, aunque Fuuta lo ayudaba también.

—Dicen que tu comida revive muertos —la voz femenina estaba apagada, cansada, pero audible y autoritaria como solía ser en sus años buenos.

—Exageran —el castaño rió nervioso porque la mirada de Reborn le recordaba a los tributos especialistas en asesinato del distrito 2, pero siguió—. ¿Quieres estofado?

—Doble ración… porque estoy más muerta que la vaca a la que cercenaste para hacer esta comida.

 

Tsuna recordaba que Reborn fue siempre halagada por ser hermosa y exótica, no era raro pues formaba parte de esa familia con una extraña descendencia que heredaba el cabello y ojos negros como la noche; aún seguía siendo frecuentada, pero ella creaba una muralla de hierro que no se lograba perpetrar y hasta había rumores de que decidió jamás tener hijos. El castaño entendía —o al menos creía entender—, ese accionar pues la chica había pasado por mucho, asesinado a chicos como ella y a una niñita inexperta que suplicó piedad hasta el final.

Tenía miedo de que esa mirada fuera contagiosa, y a la vez sentía compasión también.

Esa tarde la vio comer despacio, disfrutando de cada sorbo, sin dejar de mirar su plato, a veces acomodando su cabello ahora corto y atado en una coleta maltrecha, tragando lento y suspirando a veces. Le sirvió otro plato y ella se lo acabó como cualquier persona que no ha comido en días; también le sirvió un té y un pan dulce, todo fue consumido sin prisas hasta que Reborn fue la única en su comedor. Tsuna se mantuvo a distancia, fingiendo limpiar hasta dos veces, acomodando platos, mirándola de refilón hasta que ella lo miró, agradeció, colocó una bolsita pequeña llena de monedas —demasiadas como para pagar tan sólo ese estofado, té y el dulce—, que Tsuna intentó devolver, pero no lo dejaron; se colocó toda su ropa de nuevo y se fue.

Dos días después la volvió a ver, la atendió igual. Una semana más pasó y la tuvo casi todos los días en su comedor, comiendo con gusto todo lo que preparaba, pagando bien, siendo silenciosa y retirándose sin prisa. Al final, de alguna forma se volvieron cercanos y platicaban de algo sin sentido en medio de la degustación, Reborn incluso llegaba pasada la hora normal del trabajo de Tsuna sólo para tener privacidad entre el cocinero y ella.

 

—Siempre atiende bien a Reborn, Tsu-kun —Nana un día decidió expresar sus pensamientos más escondidos.

—Siempre lo hago, mamá —declaró extrañado mientras seguía con la limpieza de la cocina.

—Tu haz hecho que ella vuelva a recuperar algo de brillo —sonreía con ternura—, así que sigue de esa forma para devolverle la vida que perdió en aquellos juegos… —miró a su hijo y le acarició la mejilla—. Su madre está agradecida contigo y yo estoy orgullosa de ti.

—Pero sólo cocino.

—A ella le hace bien tu comida y también tu compañía.

 

Reborn poco a poco se abrió cual flor en primavera, dejó de lado esa personalidad arisca, reservada y grosera, para mostrarse más dispuesta a tener una plática tranquila, pero sólo con Tsuna y la familia de éste. Reborn le contó al castaño sus pesares porque ya no sólo se veían en el comedor, sino que platicaban cuando Tsuna iba a comprar las cosas que necesitaría en el día. Tsuna empezó a sonreír aún más, a cocinar con más empeño y a intentar complacer en el más mínimo detalle a su nueva amiga. Todos notaron ese cambio y lo aceptaron como una señal de que algo bueno podría llegar a su distrito con el tiempo.

Tsuna no supo cómo, pero pasó; un día simplemente se dio cuenta de que se enamoró de esa alma rota, de tal forma que quiso recomponerla. Puso todo su empeño en cada comida, sonreía en cada plática, regalaba pan dulce para la familia, preguntaba por la salud de la azabache, y al final terminó siendo quien cocinaba y arreglaba la enorme casa de dos pisos destinada a los vencedores de los juegos y que en ese tiempo ocupaba Reborn. Conoció a Luce y Yuni, se volvió parte de esa familia, se sintió aceptado y adorado incluso.

Tsuna fue feliz al poder estar más cerca de aquella chica seria, taciturna y melancólica, para así cuidarla como era debido. Ofrecía un amor desinteresado, silente y puro.

Con seguridad se pudo decir que fueron los mejores dos años en la vida de Tsuna y en la de Reborn.

 

—En este año los juegos serán diferentes.

 

De nuevo aquella pesadilla reflejada en la presentadora que preparaba a la audiencia antes del discurso del presidente del Capitolio. Una mujer que mostraba su piel anaranjada como dictaba la rara moda de esa época, que tenía largas pestañas y sus colmillos alargados como si simulara ser un muto, intervenida quirúrgicamente para ser un nuevo espécimen de exhibición. La única diferencia entre ella y los tributos sería que esa mujer sí eligió ser alterada para ser motivo de diversión.

Tsuna odiaba esas fechas, las odió siempre, pero ahora las odiaba más porque eso significaba que Reborn tendría que ir al Capitolio y mostrarse como mentora de los tributos de ese año. Reborn tendría que intentar mantener viva a una niña que no sabría ni siquiera matar un cerdo, y si fallaba —como fue el caso del último año— volvería destrozada y de nuevo parecería un fantasma que Tsuna atesoraría y curaría con paciencia. Odiaba que cada cosecha significara el retroceso de Reborn ante los traumas de su pasado.

 

—Dos tributos serán aceptados —Tsuna se tensó, todos los demás hicieron lo mismo—, pero también dos vencedores de cada distrito participarán en los juegos.

—¡NO! —Tsuna gritó sin poder evitarlo y tanto la familia de Reborn como la propia lo miraron con pena—. No —repitió antes de girar hacia Reborn y boquear porque no sabía que más decir.

—Estos infelices —Reborn ni se inmutó por el escándalo protagonizado por Tsuna o la noticia del capitolio, sólo se quedó ahí, mirando—, juegan con nosotros por mero placer —afirmó antes de chasquear la lengua y ladear un poco su cabeza—. Ahora pondrán a matarse entre sí a alumnos y maestros.

—No puedes —Reborn era la única vencedora, Tsuna lo sabía—. No tú… No de nuevo.

—Si no sales en el sorteo —Reborn al fin miró a Tsuna, pero mostró su ceño fruncido—, no te ofrezcas como sacrificio.

—Yo…

—Júralo —amenazó siendo esa su mayor expresión de emoción humana en mucho tiempo.

—Si mi hermano sale en el sorteo, lo haré… —pero Tsuna también tenía sus promesas que cumplir—, pero si alguien más sale… no me ofreceré.

—Me vasta —el fino rostro de Reborn volvió a ser neutral tras esas palabras y ahí quedó el asunto.

 

Después de que terminara esa transmisión obligatoria, Tsuna vio a Reborn encaminarse a la casa del único vencedor vivo además de ella, un viejo demente pero que sabía muchos trucos que Reborn usó para su propia supervivencia. Se sentía tan impotente ya que lo único que pudo hacer en esas dos semanas posteriores —hasta antes de que los tributos novatos fueran sorteados en el distrito doce—, fue esforzarse más de lo normal en la comida de Reborn pues tenía que darle todo para que ganase peso y musculatura en el entrenamiento que los dos vencedores hacían cada mañana hasta casi el anochecer.

Cada uno daba lo mejor de sí.

Lo malo fue que el sorteo fue una declaratoria de muerte y tragedia. El nombre de Tsunayoshi y de una compañera de Reborn llamada Emy se irguieron como elegidos. Desastrosa despedida de las familias pues ambos desafortunados eran hijos mayores y sostén segundario del hogar, a más de eso, Luce y Yuni sufrían una segunda despedida de la tercera mujer en esa pequeña familia. Y aun así Reborn ni se inmutó y Tsuna no se quejó.

 

—Te enseñaré algunos trucos —Reborn miraba a Tsuna a tan solo media hora de haberse despedido de su familia y teniendo en su futuro una larga guerra que cursar—, soy tu mentora así que podrás sobrevivir.

—Sobreviviremos —sentenció tras tragar saliva—. Reborn, tú y yo…

—Cueste lo que cueste, yo haré que tú sobrevivas, Tsuna… —la azabache al fin soltó su cabello demostrando que lo había recortado todavía más para que no le estorbase en las peleas—, y lo único que te pediré será que cuides de mi madre y hermana.

—No… —la miraba con súplica, pero hasta él sabía que no había la posibilidad de que ambos salieran vivos de esa—. No quiero esto.

—Sólo uno puede vivir… y tú eres más joven que yo, además, estás más vivo y brillante que cualquiera en nuestro distrito. Yo soy un alma marchita que no beneficiará a nadie.

—Reborn —quiso decirle que era importante para él, pero la mirada de la azabache lo detuvo.

—Ahora cállate —era una chica de poca paciencia, no había caso discutir—, porque después tendremos que fingir. Debemos ser buenos actores y eso no será bonito.

 

Horas de prácticas rápidas con movimientos de combate que Tsuna intentó memorizar lo más nítido que pudo, charlas con su guía en ese infierno, miradas temerosas entre los novatos y resignadas por los profesionales, un itinerario denso que cumplir, máscaras que colocarse para destacar, habilidades explotadas por más insignificantes que pudieran ser. Y palabras que fueron la clave para un triunfo precoz.

 

—Un chico de quince años y tú, mi linda ex vencedora, con diecisiete…, es raro —el presentador tenía una peluca de cabellos rizados que asemejaba a un avestruz, de ojos color violáceo que jamás serían naturales; esa era la persona capaz de darles gloria o mandarlos al infierno—. Son muy jóvenes como para ser pareja.

—Este niño de aquí me ama —Reborn no podía más que ser burlesca, orgullosa, perfecta y serena, algo no muy ajeno a su verdadera naturaleza—, ese es un punto que puedo explotar.

—Fuertes declaraciones —reía el presentador con agudeza mientras cubría sus labios con tres de sus dedos y se abanicaba con la mano libre, el público imitaba a ese hombre, todo en una farsa bastante agradable—. Y tú, Tsuna, ¿qué dices ante eso?

—Que puedo ser un sacrificio si Reborn me lo pide —el castaño sonreía con vergüenza porque al parecer Reborn ya sabía de esos sentimientos que él trato de ocultar, mismos que fueron usados obligatoriamente para armar ese pequeño teatro—, pues la amo más que a mi propia vida.

—Te lo dije —esa risita siniestra que a cualquiera aterraría, a Tsuna le causaba algo de consuelo porque Reborn se estaba esforzando por hacerlo parecer el bueno de la historia.

—Es tan trágico que ambos estén participando en esto.

—A veces pienso que, en otra vida, en otro mundo —Tsuna sonreía con dulzura—, tal vez me hubiese tenido que esforzar el doble para poder enamorar a Reborn… y hubiese valido la pena por completo.

—Eres una dulzura, una pequeña y torpe dulzura —el presentador empezaba a indicar el fin de la entrevista con sutiles señales mientras fingía limpiarse las lágrimas—. No olvidemos que casi caes al entrar —más risas asquerosas—. ¿Puedo abrazarte, Tsuna? Tal vez sea la única oportunidad que tenga.

—Bueno —en realidad no se esperó eso, pero no le veía algo de malo.

—Ni se te ocurra —Reborn se interpuso entonces, tomando la mano del castaño y llevándoselo—. Este niño es mío… y lo será hasta que deje de respirar.

 

Tsuna pensó que todo eso fue una actuación, que Reborn jamás le correspondería, que su amor trágico era sólo una estrategia, o eso creyó sólo hasta que, al volver a casa, en el ascensor, aquella pelinegra —que aún le seguía superando en altura— lo abrazó posesivamente y con fuerza hasta el punto en que Tsuna casi se quedó sin aire, para al final juntar sus frentes y suspirar profundamente. Fue una muda declaración de que esos juegos serían memorables para todos porque se jugarían más que sus vidas.

En la soledad de su habitación Tsuna veía por su ventana aquellos aparatos voladores que transportaban los últimos artilugios —de los que poco entendía pues la tecnología era una ciencia demasiado complicada para aquellos que venían de simples distritos obreros—, para el nuevo escenario de los juegos. Era todo muy raro, pero digno de ver; aceptaba que gozaba de un lujo que poco le duraría. Al menos fue capaz de palpar toda esa tecnología que hasta ese punto sólo vio por televisión, y se benefició incluso del agua caliente y el extraño líquido que generaba burbujas en la bañera; lo que diera porque su familia pudiese disfrutar de ese simple lujo.

Se hallaba en ese cuarto con esas ventanas enormes y una pantalla hecha de lucecitas brillantes, casi transparentes, de donde brotaba una voz que le seguía preguntando qué deseaba comer o qué tan caliente le gustaría el agua para bañarse. El castaño se preguntaba si todo ahí estaba hecho de lo mismo que esos aviones, porque todo brillaba con extrañeza, algo que en su distrito no se veía. En medio de su ansiedad, y por curiosidad, tiró agua en una lámpara cercana en pro de averiguar qué pasaría después. Se escuchó algo de ruido y luego humo brotó del aparatejo, para después ver como ingresaban sirvientas silentes a su cuarto, mismas que limpiaban y se iban tan rápido como llegaron.

Toda esa tecnología lo asustaba, porque esa misma ciencia sería usada para crear los peores monstruos cazadores y asesinos que intentarían matarlos en la arena. No sabía cómo el Capitolio fue capaz de transformar simples animales inocentes en esas bestias, pero debía ser muy complicado y costoso. Siempre pensó que era un desperdicio usar el dinero para fabricar innumerables campos de asesinato y tortura en vez de ayudar a las habitantes de los distritos más pobres y que se morían de hambre. Cuestiones que callaba porque necesitaba conservar su vida para proteger a su familia. Actuaba como un perro amaestrado porque sólo de esa forma le darían una recompensa. Odiaba ser parte de ese sistema.

 

—Ya es hora.

 

La tan temida frase, los últimos pasos en esa momentánea paz, y el silencio debido a los nervios. Sus manos sudaban, su respiración estaba agitada, miraba a Emy a su lado y ella estaba peor que él. Todo fue horrible hasta que Reborn sujetó su mano y le dio valor para subirse a la plataforma que le correspondía, pero antes juntó sus frentes una vez más y se miraron una última vez como seres normales antes de volverse “asesinos”.

A Tsuna se le fue el aire cuando la plataforma subió y separó a los cuatro miembros de su distrito para organizarlos de forma aleatoria. La oscuridad cambió por luz, el aire estaba húmedo, el tubo que lo mantenía cautivo descendió, y ante él se detalló un paraje boscoso alrededor de un claro en donde estaban las provisiones que debían alcanzar. Dio una rápida mirada a todos sus adversarios, demasiados para su gusto, jóvenes, viejos, expertos, novatos, la mayoría con la misma mirada aterrada y con los puños apretados debido a la tensión. Se apiadó de los demás, pero se puso como meta sobrevivir no sólo por él sino por Reborn y las familias que dejaron atrás.

El plan era correr sin tomar nada de lo que se amontonó en una montañita sin forma, Tsuna lo sabía, Emy igual, pero sinceramente no quisieron escuchar porque en esa pequeña torre había comida, armas y sorpresas que seguramente los ayudaría a sobrevivir.

Fue su peor error.

Tsuna miró a Reborn e hizo una mueca que la azabache entendió, pero el tiempo no fue suficiente como para detener al muchacho que después de la señal dada para inicios de los juegos corrió a la par que la chica elegida junto a él. Sin embargo, olvidaron que eran inexpertos y presas fáciles. Los enemigos no perdieron tiempo y se lanzaron a esa lucha sin sentido, algunos siendo más rápidos y tomando las mejores armas. En medio de la confusión, Emy cayó muerta junto al castaño debido a una lanza que le atravesó el corazón.

 

—¡Te dije que corras, Tsuna idiota!

 

Caos y confusión. Tsuna no sabía qué hacer o hacia donde correr, en su campo de visión sólo estaba Emy, la sangre y el chico del distrito dos que corría en busca de una lanza nueva. Se perdió en su miedo hasta que Reborn se paró a su lado y lanzó algo dirigido a su espalda. Con una mirada Tsuna entendió que ella lo cubriría y que su misión cambió drásticamente, pudo correr hacia las provisiones y tomar tres mochilas y una bolsa de plástico antes de que su primer contrincante lo parase. Un alto hombre tenía intenciones de matarlo, eso hasta que cayó de rodillas después de que Reborn le cortara el cuello tras haberlo inmovilizado con su cuerpo en una llave asfixiante. Tsuna había olvidado que Reborn era una asesina experimentada pues en los pasados juegos no le tembló la mano como para matar a quien tuviese enfrente.

Escaparon ese día, además mataron a cinco oponentes, mejor dicho, Reborn y Leo mataron a cinco, Tsuna sólo llevó las provisiones. Corrió tan rápido como pudo internándose en medio del espeso bosque y siendo el guía para sus compañeros de distrito, lo hizo hasta el punto en que se quedó sin aire y fuerzas y se derrumbó dentro de una cueva que encontró en medio de su huida. Fue un terrible inicio, y aún quedaba más.

Tsuna recordaba haber matado vacas, cerdos, aves, ardillas, ratas incluso; todo lo que tuviera sabor decente para la comida que vendía, pero eso no lo preparó para ese día, el tercero en medio de los juegos. En realidad, nada lo haría. Entendió que debía dejar de lado su compasión y centrarse en adaptarse a esa guerra.

Reborn le dio un cuchillo, un hacha, un aparato que al presionar el botón lanzaba un rayo azulado y dejaba inconsciente a la persona que se le cruzara a menos de dos metros de distancia, y varias navajas pequeñas que guardó en las botas que llevaba. Lanzas, arco, carcaj, tridentes, espadas, y no sabía que más, se lo repartieron Leo y Reborn entre sí para poder defenderse. Tsuna jamás se sintió tan inútil como en ese momento.

 

—Esperen —jadeó al detener su caminata silente en medio de ese bosque.

—¿Que? —Leo habló con calma, evitando soltar sonido que los delatara pues era una estrategia básica en esos juegos.

—Sonará estúpido, pero tengo un mal presentimiento —Tsuna se jactaba de su intuición, en realidad su familia se jactaba de ello pues era algo que los ayudaba a crear recetas, predecir el clima y demás.

—No tenemos tiempo para…

—Espera —Reborn se agachó y pidió silencio absoluto—, todo quedó en silencio… —miró hacia los árboles y alrededores—. Nos están emboscando.

—Son animales —Tsuna jadeó porque ya decenas de veces vio las mutaciones genéticas del Capitolio, unas más mortíferas que otras—, y vuelan —tembló al mirar hacia arriba tras escuchar un silbido.

 

Tsuna entonces tomó los brazos de Reborn y Leo y echó a correr tan rápido como pudo mientras preparaba ese aparato eléctrico. Los tres sentían el aire más denso, escuchaban los silbidos cada vez más cerca como si el viento los persiguiera, y al final el primero de esos animales se lanzó en picada para intentar atrapar a alguno. Malditos fueran los genetistas de ese condenado juego.

Se lanzaron al lago que hallaron por casualidad, al menos los dos tributos experimentados lo hicieron porque Tsuna se detuvo, encendió su arma, la sacudió con fuerza y derribó a dos de esas extrañas aves que tenían patas con cuatro dedos en cada una. Después de eso, y con decenas de esas cosas dirigiéndose hacia él, se unió a sus compañeros en el agua. Tuvieron que esperar al menos dos horas antes de poder salir del agua. Tiritaban de frío, sus extremidades estaban entumecidas, pero seguían vivos y completos, cosa que otros dos no lograron porque dos cañones resonaron en medio de la nada simbolizando su muerte.  

 

—¡No vuelvas a hacer eso! —Tsuna se esperó el golpe de Reborn, pero no le importó.

—Tenemos comida —susurró al levantarse y mirar a sus acompañantes—. Derribé a dos de esas cosas y puedo usarlos como ingredientes.

—No sabemos si se comen —refunfuñó la azabache que empezaba a exprimir su ropa.

—Vi a estas aves en un video cuando nos preparábamos para esto—Tsuna tomó al ave que reposaba encima del suelo y la zarandeó para comprobar su peso—, un tributo lo comió y no pasó nada.

 

La prueba más dura para el castaño fue al sexto día en donde ya no escapaban, sino que empezaban a atacar pues, según vieron en el informe diario dado en medio de la noche, la mitad de los participantes ya estaban muertos debido a alguna cosa que seguramente el campo de batalla modificado por los mejores científicos del capitolio, hizo. No importaba, fuera como fuera ellos debían sobrevivir, y por eso Tsuna tomó el hacha y empezó a plantearse la idea de que tenía que usarla para matar a alguien.

 

—¡Esa es mía! —pero la chica no fue rival para Reborn.

—¡Leo detrás de ti! —y aun así no podía con todo.

—¡Agáchate! —Tsuna elevó su voz en esa ocasión, porque ya no sería más un tributo protegido.

 

Leo hizo caso a la orden dada por el muchachito que lo había mantenido con vida a él y a la azabache orgullosa gracias a la comida salida de bayas, agua, animales rastreros e ingredientes sacados de una maleta; confiaba en el niño que vio crecer y madurar en esos días. Apenas logró tirarse al suelo cuando un silbido pasó por encima de su cabeza y un hacha se incrustó en la cabeza del chico que amenazó con matarlo. Tsuna aún se mantenía en la pose de ataque, con su brazo estirado tras haber lanzado el hacha con precisión envidiable, temblando ligeramente por la adrenalina y miedo. El cuerpo del enemigo cayó estrepitosamente al suelo y los otros dos huyeron porque quedaron en desventaja de número.

Para Tsuna ese fue su primer asesinato, la primera muerte dada por su mano, y por eso tuvo que tomarse unos minutos para ahogar su culpa y elevar la cabeza con orgullo pues salvó a su aliado y a su pequeño equipo. Fue su primera víctima, la primera de otras cinco en los siguientes tres días. El pequeño niño que les preparaba la comida a todos en el distrito doce, se había convertido en el mejor tirador de cuchillos y hachas en sólo seis días y medio. Su truco estaba en pensar que iba a matar a un cerdo salvaje y que él tenía mucha, mucha, pero mucha hambre.

 

—Tsuna, no los mires a los ojos o te paralizarás debido a la culpa —fue la recomendación de Leo quien le golpeó ligeramente la cabeza en modo de felicitación en ese día más de lucha.

—Gracias por el consejo —se rascaba el brazo y trataba de no pensar en sus víctimas, cosa muy difícil cuando encima llevaba la sangre de “ese” alguien.

—Debiste dejar que te cuidara —Reborn se mantenía tan serena como siempre, pero en su mirada se notaba algo de tristeza y culpa—. No manches tu alma, no dejes que ellos te conviertan en algo que no eres.

—Y es por eso que he matado a esos chicos —Tsuna elevó su mirada para estar a la par de la chica a su lado—, porque no voy a morir de forma patética para darles diversión momentánea. He sobrevivido estos años a base de trabajo duro, soy adaptable, sé madurar cuando es requerido…, no soy un inútil que depende de otros para seguir respirando. Estoy conservando algo de la esencia con la que nací y crecí.

—Ja —Reborn sonrió por primera vez en esos juegos—, y yo que creí que lo hacías para protegerme.

—Bien sé que tú no necesitas protección —sonrió—, eres más fuerte que todos en este infierno.

—¿Te gusta esa parte de mí?

—Por si les importa, sigo aquí —Leo reía en burla pues el castaño captó la indirecta y se avergonzó—. Su amor adolescente hace que mi frío corazón se atrofie.

 

Las palabras de Reborn no fueron solamente lanzadas al viento por casualiadad, eran una verdad que el castaño no quiso revelar por voz propia. Tsuna se convirtió en asesino para poder sobrevivir y proteger a la mujer que le enseñó cuantos trucos de lucha pudo en tiempo record y en medio de sus descansos. Su maestra, su compañera, su amiga, su amor imposible, su razón para vivir en medio de ese infierno en la tierra. Su motivación era mantener a Reborn con vida y nada más.

No sólo mató personas, mató mutos, de los más variados que pensó hallar, desde perros cuyas lenguas eran serpientes, hasta águilas del tamaño de un humano, todos animales modificados que parecían querer robarse su alma y la de Reborn. Perdieron a Leo en el décimo día pues algo semejante a un gorila lo golpeó tan fuerte que le destrozó el cráneo. En esa ocasión Tsuna apenas y pudo sostener a Reborn por el brazo y así lanzarse a una cascada cercana para poder sobrevivir. Se lamentaron el no haber podido siquiera despedirse de su compañero, pero esa noche hicieron una pequeña fogata y quemaron una maderita que producía un aroma dulzón, todo en honor a Leo.

Algo bueno y permanente fueron los detalles dados por los patrocinadores que llegaron por sí solos pues nadie estaba actuando como su representante fuera de esos juegos. Eran el único distrito sin un vencedor vivo que los publicitara y aun así alguien se hizo cargo de que los regalos les llegasen cada dos noches. Pequeños cilindros metalizados caían del cielo cargados de comida, medicinas para curar sus heridas abiertas, incluso les llegó un par de armas y agua limpia, y en esa noche pesada no fue la excepción.

Ahora eran sólo dos, así que los regalos venían en número par. En esa noche fueron dos chocolates, un manjar de los dioses que sólo la gente adinerada era capaz de consumir. Reborn le contó alguna vez que mientras hicieran cosas que complacieran a los espectadores del Capitolio, las provisiones no les faltarían, eso estaba más que comprobado. En esa noche, por ejemplo, se acomodaron en medio de una colina de rocas lisas para compartirse trocitos de ese chocolate mientras se rodeaban con una sola manta y se pegaban tanto como les fuese posible; de pronto un segundo cilindro cayó frente a ellos, el contenido fue pedazos de carne seca que les proveyó de energía.

Cosas que a veces hacían porque les nacía hacerlo, pero que les generaban recompensas.

 

—Ya mismo.

 

Reborn se había acostumbrado a entrelazar su mano con la de Tsuna cuando la noche llegaba y ellos se colgaban en un árbol de armas robustas para mirar la pantalla holográfica que mostraba los resultados de ese día. Se quedaban en silencio, mirando, rezando porque los participantes disminuyeran y su calvario terminara. Se daban fuerzas mutuas al entrelazar los dedos para acariciarse la piel con los pulgares. Se sentaban cada vez más cerca y al final aguantaban la respiración cuando la luz se hacía en medio de ese cielo con estrellas tan brillantes que debían ser sólo otra creación efímera y vacía.

 

—Sólo diez —Tsuna cerraba sus ojos antes de sentir los brazos de Reborn rodearle los hombros en un abrazo cálido—, sólo diez.

—Mañana mataremos a los ocho —suspiraba al ser correspondida en el gesto.

—Y…, ¿después qué? —Nunca se respondían esa pregunta.  

 

A partir de ese punto decidieron atacar, dejar rastros para provocar un enfrentamiento, buscaban a sus enemigos, se dejaban ver pues acampaban en colinas despejadas, pero nadie se atrevió a darles frente. Estaba claro que todos estaban extendiendo su vida y evitando peleas frontales porque si estaban vivos hasta ese punto era porque eran sagaces o muy buenos asesinos. Pero la falta de muertes en más de tres días provocaría el aburrimiento de los televidentes, estaba claro que la paz para los tributos se acabaría cuando menos lo esperasen.

Tsuna tuvo pesadillas en la noche y en esa mañana fría sintió un escalofrío extraño y un dolor en su pecho. Ignoró sus malestares para poder seguir con su cacería, pero aun cuando Reborn y él caminaron por horas y descansaron un par más, su pecho se seguía agitando y eso sólo significaba una cosa: peligro. El clima se volvió pesado con el pasar de las horas, el calor aumentó, sus evidentes muestras por querer ser encontrados para iniciar una pelea frontal eran ignoradas por sus enemigos.

Las horas pasaban sin prisa. El capitolio se estaba aburriendo. Los organizadores ya planearían su estrategia.

 

—¿Escuchaste eso? —Reborn se detuvo de pronto y elevó su cuchillo para ponerse a la defensiva.

—Eso es… —Tsuna abrió los ojos pues el malestar alcanzó su punto máximo y se le cortó el aire—. ¡Reborn! ¡Debemos irnos ahora!

 

Un grito tenebroso salió del bosque justo antes de que reaccionaran, fue un pésimo aviso. Ningún ave brotó espantada, un aullido colosal se dio en otro lado, una explosión de otro sitio, disparos de otro, demasiados ruidos sincronizados que los desorientaron. Era una sucesión de trampas que nacían en todas las direcciones y trataban de exterminar a los tributos que seguían escondiéndose. La muerte los buscaba.

Tsuna no esperó más, no quiso saber qué prepararon los agentes para matarlos. Tomó la mano de Reborn y empezó a correr en dirección sur porque desde allí podía apreciar el bosque pues los árboles eran más altos. Era una estrategia básica de supervivencia: buscar el lugar más elevado para darte guía y salvar tu vida. Seguían escuchando alaridos, gritos, golpes, todo era un caos que no los dejaba razonar completamente bien. Pero la respuesta que ambos chiquillos tenían en mente era que el Capitolio estaba forzando a todos a correr en una sola dirección, matando a los más débiles, acabando el juego con rapidez.

La tierra se movió, Tsuna apenas pudo detenerse antes de que el suelo bajo sus pies vibrara con violencia hasta que de pronto algo surgió de entre la tierra. Una especie de tubo metálico brotó como si fuera una flor en primavera y Tsuna no hizo más que colocar a Reborn detrás de él para agacharse y cubrirse con un escudo redondeado que le habían quitado a una de sus presas. Algo los golpeó y los mandó lejos, rodaron, se golpearon y aturdieron, pero siguieron juntos, tomados de las manos para no separarse del otro. Cuando pudieron ver su alrededor notaron que un par de brazos metálicos ondeaban esferas brillantes destruyendo todo a su paso con disparos precisos.

 

—Corre.

 

Los querían matar de una vez, era obvio, y por eso no tuvieron más que dejar atrás todo el peso de sus armas y alimento, y correr. Reborn lideró el camino pues era más rápida y sus reacciones superaban en tiempo a las de su compañero; Tsuna intentaba centrarse en su intuición para que ésta le dijera si era buena idea seguir por un camino u otro, su pecho punzaba por el esfuerzo y por el mal presentimiento que no lo dejaba en paz.

Y entonces pasó. En medio de su huida seis cañonazos se dieron en anuncio de los muertos. Pero eso sólo fue el comienzo. Aún quedaban cuatro tributos, tres que asesinar y uno que coronar vencedor.

 

—La tierra —Reborn cayó tras tropezar con un tronco y sólo ahí se dio cuenta de lo que pasaba—. Está temblando, ¡todo está temblando!

—¡Debemos seguir! ¡Reborn! ¡Levántate!

 

Tsuna intentó levantar a Reborn, cargarla si era necesario, pero no pudo porque estaban en medio de un terremoto que derribó árboles por doquier en un intento por matarlos. Los temblores no se detuvieron jamás y por eso Tsuna se vio obligado a sujetarse de una rama frondosa, subir a Reborn con él y esperar el alud que vieron de refilón por el sector desde donde huyeron.

Si no tenían suerte, iban a ser enterrados vivos.

Ambos se sujetaron al árbol que tomaron como salvavidas y, tras darse una rápida mirada, unieron sus manos pues no querían separarse hasta que fuera extremadamente necesario. Gritaron cuando tuvieron que saltar a otro árbol que flotaba sobre el alud porque el lodo los quería alcanzar. Se resbalaron y levantaron como pudieron, siempre ayudándose mutuamente para seguir con vida. Jadearon, maldijeron, pidieron que todo se detuvieran de una maldita vez porque iban a morir, pero nada.

Un sonido estremecedor salió de algún lado de ese infierno de tierra, piedras, árboles y agua. El lodo se detuvo momentáneamente y Tsuna apenas pudo sujetar a Reborn antes de que ésta cayera del árbol donde estaban varados. Dos cañones más se encendieron y provocaron dos estallidos en el aire. Era hora del juicio final.

 

—Sólo quedamos… —Reborn jadeaba mientras cedía su otra mano al castaño que se esforzaba en no dejarla caer. Tsuna la intentaba subir al tronco que extrañamente era el único erguido entre ese mar de lodo y piedras.

—¡Nosotros! —Tsuna se sostenía del tronco central con su mano izquierda y sus piernas abrazaban a una rama para darse mejor soporte. Sostenía a la azabache sólo con su mano diestra, se estaba forzando al máximo en ese intento por subir a Reborn con él.

—¡Para! —pero ella entendía lo que el Capitolio planeaba y… les iba a facilitar el asunto.

—No —Tsuna sabía lo que Reborn le iba a pedir y por eso se negó de inmediato.

—Sólo uno puede sobrevivir, Tsuna —lo miró con pena porque Tsuna era el que menos merecía sufrir ese calvario.

—Serás tú, Reborn —se negaba a dejarla caer, no quería, no lo iba a hacer.

—¡Suéltame, Tsuna! ¡Es una orden! —entonces dejó a su mano izquierda caer y sólo su derecha se quedó enganchada a la de Tsuna.

—No —sus ojos ardieron en señal de que lloraría pronto—. No te dejaré.

—¡Carajo! —la voz de Reborn se agudizó más de lo normal mientras se tiraba del cabello con desesperación— ¡Te di una orden! —miró al castaño— ¡Dije que me sueltes, niño idiota!

—¡No!

—¡Dijiste que me querías! —contratacó de pronto—. Entonces déjame morir porque yo en serio no quiero seguir en un mundo tan asqueroso como este.

—Me niego —sus fuerzas menguaban pues la adrenalina desapareció de su cuerpo. Sólo la sostenía de una mano, pero eso no podía durar por siempre.

—Tsuna, déjame caer —hablaba con convicción.

—Está muy alto.

—Ese es el punto… pues debo morir —la azabache entonces elevó su mano libre y empezó a golpear con fuerza a la que la sujetaba—. ¡Déjame caer de una maldita vez!

—No. No. No. ¡No!

—¡No me digas que prefieres morir tú! —gritaba desesperada, arañando la mano del castaño, golpeándolo, intentando zafarse para caer al vacío que se cernía debajo de ella— ¡No lo digas, idiota!

—Me niego a dejarte ir.

—¡Tsuna! —lo miró unos segundos antes de hurgar en uno de sus bolsillos y sacar una navaja.

—¡No lo hagas, Reborn! —suplicó entre lágrimas porque su mano empezó a sudar, pronto su agarre se aflojaría y la mano de Reborn resbalaría.

—Eres un niño tonto —colocó la hoja de su arma en aquella mano que la sujetaba—, y eso me gustaba.

—¡No! —sollozó antes de sentir la sangre brotar de un corte ligero en su piel.

—Hiciste que me enamorara de ti —Reborn sonrió de lado antes de preparar su navaja para el golpe final—, y este es el precio.

—No me dejes —suplicó mirando directamente al iris ébano de la azabache a la que sostenía con las pocas fuerzas que le quedaban.

—De ser otro caso, yo te hubiera asesinado, Tsuna —rio con ganas—, pero… tú hiciste un milagro conmigo.

—No.

—Yo no podría verte morir, me volvería loca, mi juicio se iría al carajo… ¡¿Acaso no entiendes que no soportaría vivir en otro infierno?! ¡No podré aguantar ver morir a más personas! ¡No quiero verte morir!

—Reborn…

—Cuida de mi familia… por favor… y cuídate tú también.

 

Reborn tomó fuerzas y gritó antes de incrustar la navaja en la muñeca de Tsuna, misma que perdió fuerza y la soltó. Fue tan simple. Se dejó caer al vacío, permitiendo que sus cortos cabellos bailaran en el aire, fijando su mirada en el iris chocolate de ese castaño, completamente satisfecha por lo sucedido. Eran cuarenta metros que la separaban del descanso eterno, sólo unos segundos y al fin podría dormir por siempre.

Pero Tsuna no la dejó.

El castaño saltó sin pensarlo dos veces, sin importarle la muerte venidera que también le daría la bienvenida. Se esforzó hasta alcanzar la mano de la azabache que frunció el ceño, incrédula por tamaña estupidez. Pero dos segundos después sólo pudieron sonreírse mutuamente pues cedieron al suicidio por voluntad propia.

No se fijaron en el par de aeroplanos —de esos que se llevaban los cuerpos de los tributos muertos—, que se acercaban a ellos con rapidez. No se dieron cuenta que la tierra debajo de ellos se removía una vez más. No hicieron más que entrelazar sus dedos en muestra de que compartían un sentimiento igualitario y fuerte. No se dieron cuenta que ese simple acto de amor desinteresado iniciaría una guerra por la libertad de todos los distritos, misma que les cedería una vida pacífica, larga y próspera.

En ese año hubo dos vencedores de una misma villa. En ese año por primera vez el amor desarmó al Capitolio. En ese año los juegos no salieron como el presidente quería.

 

 

Notas finales:

Esto —obviamente—, está basado en los Juegos del hambre. Una idea corta y rara originada tras haberme leído mucho sobre sci-fi hasta el punto en que casi entro en una crisis de ansiedad y terminé con dolor de cabeza :’v…. lo que uno hace por cumplir con las exigencias de las weeks.

Debo confesar que sólo he leído los libros, pero en algún rato libre me pondré a ver en línea estas películas que seguramente están muy interesantes.

Sin más que decir, Krat se despide~

Besos y abrazos~


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