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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

Capítulo extra largo.

LXVIII
 
–Hola, Cristina.
 
–La misma, ¿cómo estás?, no te molesto, ¿verdad?
 
–No, no, tranquila, estoy con Javier en su departamento…
 
–Oh, ¿seguro que no estoy molestando? –insistió la chica. 
 
–No lo haces, de verdad, dime, ¿tienes noticias de Nicolás y Alejandro?
 
–Sí, y tienen algo de agridulce, no te voy a mentir.
 
Hubo una pausa, que Ignacio aprovechó para encender el altavoz y así Javier pudiera escuchar la conversación.
 
–¿Bien?
 
–Alejandro despertó –dijo Cristina con evidente alegría.
 
–Lo… ¿lo dices en serio?
 
–¡Sí!, hablé esta tarde con su madre y me dio la noticia, no sabes cuan feliz estaba, estoy segura que hasta lloró cuando hablaba conmigo. 
 
–Ya lo creo, me alegra muchísimo saberlo –dijo Ignacio igualmente aliviado, pero consciente de que faltaba algo por decir–. ¿Y Nicolás?, ¿supiste algo de él?
 
–Todavía no despierta, lo siento. No tengo más información sobre su estado… ¿Ignacio?, ¿sigues ahí?
 
–Aquí estoy, es solo que… me deja sin palabras, ¿habrá sido tan grave la agresión? –dijo, tragando saliva y respirando profundo antes de continuar. 
 
–¿Te sientes bien? –preguntó Cristina, percibiendo un cambio de actitud en el bartender. 
 
–Él está bien, descuida, lo cierto es que no esperaba recibir una noticia así, ninguno de los dos –habló Javier, abrazando a su novio. 
 
–Tu eres Javier, ¿cierto? 
 
–Así es. Dime, ¿han ido al hospital para ver a los chicos? 
 
–No, se supone que iríamos hoy con Sebastián, Francisco y Erika, pero debido a su condición no están recibiendo visitas. Además, la mamá de Alejandro me dijo que lo mejor era no ir hasta que finalizaran los exámenes, tienen que asegurarse de que no tenga algún tipo de secuelas. En cuanto autoricen las visitas, nos avisarán para que vayamos a verlos, queremos ayudar en todo lo que esté a nuestro alcance. Ustedes son bienvenidos de acompañarnos cuando gusten. Por lo pronto, estaremos rezando por su recuperación. 
 
–Gracias, Cristina. Nosotros también estaremos rezando por ellos –dijo Javier–. No pensé que fuera una situación tan delicada, Ignacio ha sido quien me informó de todo y lo siento tanto. 
 
–Es horrible lo que sucedió y todos lo lamentamos –dijo la chica. 
 
–Cristina, gracias de nuevo por llamar, estamos en contacto para lo que necesites. Supongo que nos veremos mañana en el trabajo –dijo Ignacio. 
 
–Seguro que sí, allí podremos hablar con más tranquilidad –dijo, dando por finalizada la conversación–. Bueno, los dejo, que pasen una buena tarde.
 
–Igual tú, dale nuestros saludos a Sebastián y los demás. Nos vemos. 
 
–Lo haré, saludos para ustedes también. Adiós.
 
La llamada concluyó, dejando a la pareja en silencio por unos instantes. Abrazados el uno al otro, intentaban transmitirse la serenidad y el sosiego que, a todos, no solo a ellos, les hacía falta en aquellas horas de incertidumbre. Que Alejandro despertara les devolvía parte de las esperanzas, mientras que la otra parte permanecía en suspenso, tanto como el despertar de Nicolás.  
 
–¿Qué te dijo? –preguntó Sebastián.
 
–Esperará por noticias –dijo Cristina, dejando su teléfono–. Ignacio estaba afectado, por raro que parezca. Afortunadamente, Javier estaba con él.
 
–Suertudo, tener una pareja como ese chico, quién lo hubiera pensado –comentó Francisco, tendido sobre una de las poltronas.
 
–Nosotros también tendremos que esperar, ¿no es así? –intervino Erika, sentada en la otra poltrona frente a su novio. 
 
–Sí, es todo lo que podemos hacer por ahora. 
 
Cristina fue a sentarse junto a Sebastián en el amplio sofá, quien la rodeó con su brazo. 
 
–Siendo así, me voy a casa. Pueden avisarme la próxima vez que quieran ir al hospital, iré con ustedes –dijo Erika, recogiendo su cartera y su chaqueta.
 
–Gracias y perdona las molestias, ya ves que tomará un poco más de tiempo concretar una visita a los chicos –dijo Cristina. 
 
–No te preocupes, lo entiendo. 
 
–¿Te acompaño a la casa? –le ofreció Francisco. 
 
–No, aún no obscurece del todo. Gracias.
 
Erika ya se marchaba cuando la madre de Cristina, doña Sofía, entró a la sala donde los jóvenes estaban reunidos desde hacía unas horas.
 
–Todavía están aquí, niños, ¿no iban a salir para el hospital? –preguntó. 
 
–No, mamá, cambio de planes. Tendremos que dejarlo para otro momento. 
 
–Ya veo –dijo, dando un vistazo a los rostros decaídos, además de cansados–. ¿Qué les parece si preparo té?, y lo acompañamos con el kuchen de manzana que preparé.
 
–Perdone, señora, yo ya me iba –aclaró Erika. 
 
–No te vayas, ¿sí?, acompáñanos, aunque sea para tomar el té, yo puedo llevarte cuando terminemos –insistió Francisco.
 
–Quédate, Erika, tú eres la única que no ha probado los dulces que hace mi mamá, por favor, no te arrepentirás –le dijo Cristina, tomándole de las manos a modo de súplica, cosa que hizo ruborizar a la chica de cabellos oscuros. 
 
Tras pensárselo un momento, Erika acabó por aceptar la invitación, resignada y disimulando su sentir con el consuelo de que, al menos, podría comer al delicioso antes de regresar. 
 
… … … … …
 
El ambiente en el local se sentía triste y decaído. 
 
Lo acontecido con los chicos había repercutido en el ánimo del personal y, de una u otra forma, todos lo expresaban: las risas entre Sebastián y Francisco se apagaron, así como la sonrisa de Cristina; Ignacio volvía a ser el bartender silencioso y amargo de antes, mientras que Ariel apenas les hablaba como solía hacerlo. 
 
Cosa parecida ocurría en «la Dama Azul», donde la consternación alcanzó a Katerina y Javier, quienes, pese a no ser tan cercanos a la pareja, compartían la misma preocupación de Ignacio.
 
… … … … …
 
El miércoles, gracias a una nueva llamada de Olivia, Cristina y los demás pudieron efectuar una visita al hospital. Con el permiso de don Julio, que de forma extraordinaria los autorizó a salir, y con la invaluable ayuda de Javier y Katerina, quienes vinieron al local para reemplazarlos durante el turno, pudieron excusarse de sus funciones sin causar desajustes en el servicio. Ignacio fue el autor de la iniciativa, proponiendo que, en el momento que el peliblanco y él fueran de visita, los chicos los cubrirían durante la ausencia, devolviéndoles así el favor. El acuerdo fue unánime y tan pronto como el personal de «la Dama Azul» llegó al local, Cristina, Francisco y Sebastián salieron rumbo al hospital, sumándose Erika en el camino. 
 
Una vez en el lugar, presentaron sus respetos a los padres y les brindaron compañía durante el lapso previo a la entrada de las visitas; de los dos muchachos, solo Alejandro estaba en condiciones de recibir a sus amigos, mientras que Nicolás era visitado únicamente por Antonia y Mateo en tanto siguiera inconsciente y bajo observación constante de los médicos. Adolfo aún no se aparecía por el recinto. 
 
A las 11:00, les fue a todos anunciado que ya podían ingresar a la habitación del paciente, siendo Felipe el primero en ir. 
 
–Buenos días, hijo, ¿cómo amaneciste? –preguntó. 
 
–Hola, papá, buenos días. Me siento bien, parece que de a poco me acostumbro a dormir aquí –dijo, saludando al hombre con un beso–. ¿Cómo está?, ¿y mamá?, ¿están durmiendo bien?
 
–Más o menos, sabes que no podemos dormir a gusto sabiendo que tú estás aquí, pero como dices, también nos acostumbramos –dijo Felipe, soltando un suspiro resignado–. En fin, adivina qué, Alejandro. 
 
–¿Qué?, ¿qué adivine qué, papá?
 
–Tienes visitas, mira quien ha venido. 
 
Felipe indicó la puerta de la habitación, que se abrió de par en par, dando paso a unos muy emocionados Cristina y Sebastián. Luego, se retiró para darles privacidad.
 
–¡Alejandro!
 
–¡Alejandro!, ¡mi hermano!
 
–¡Cristina!, ¡Sebastián!, ¡qué alegría verlos! –exclamó Alejandro con los ojos brillantes de felicidad. 
 
–¿Cómo estás?, no sabes lo preocupados que estábamos, no sabes cuánto… –dijo la chica sin poder contener la emoción, abrazando a su amigo, que permanecía medio sentado en la cama.
 
–Siento mucho haberles causado tantos problemas, incluso ahora, debió ser complicado para ustedes venir hasta aquí, espero que el jefe no se haya molestado...
 
–Hermano, ¿qué cosas dices?, ¿cómo te preocupas por asuntos como esos?, lo importante ahora es tu recuperación, olvídate del local, que por lo demás está funcionando con total normalidad, nos hemos encargado de que así sea. Preocúpate solamente de recobrar tu salud, ¿sí? –dijo Sebastián, también abrazándolo con su habitual exceso de afecto.
 
–Ya, ya, lo haré, ¿te importaría darme un poco de espacio?, me estás aplastando. 
 
–¡Ja, ja, ja!, claro que sí, veo que no has perdido tu buen ánimo, me alegra –dijo el chico, desordenándole el cabello.
 
–Sí, aunque a ratos me vuelve el malestar y los dolores, sobre todo cuando pienso en Nicolás, ¿lo saben?
 
–Lo sabemos –dijo Cristina, adoptando un tono más serio–. Alejandro, perdona, siento que nada de lo que diga o haga te hará mejorar o aliviarte. 
 
–Habríamos querido tanto que los dos estuviesen despiertos para recibirnos, pero según lo que nos han dicho sus padres mientras esperábamos, no hay certeza del estado de Nicolás ni cuando despertará –dijo Sebastián, acercando una silla. Cristina se había sentado en la cama junto a Alejandro. 
 
–Mi mamá también me lo dijo, me trae noticias cada vez que viene. Entiendo que debo estar tranquilo, pero no puedo evitarlo, me preocupa él, ¿por qué no despierta?
 
–Parece que recibió un golpe en la cabeza y, por las demás heridas en su cuerpo, todo indica que se enfrentó fuertemente con quien quiera que los atacó. Es de admirar que haya luchado hasta el final por protegerte –dijo Cristina, tomándole de las manos. Esperaba transmitirle con ese contacto algo de calma, pese a lo que acababa de decirle, brindarle esperanzas y el recuerdo del pelinegro debía ser la motivación para continuar. 
 
–Ha sido muy valiente, Alejandro, y lo ha sido por ti. Cuando despierte, cúbrelo de besos y caricias, y cuando les den el alta, tómense unos días, sólo para los dos –sugirió Sebastián.
 
–¿Tomarnos unos días?, ¿te refieres a salir juntos? –preguntó con extrañeza.
 
–No necesariamente, me refería a que se ausentaran del trabajo hasta que se sintieran mejor –se explicó mejor Sebastián–. Por lo demás, no creo que estén en condiciones de viajar después de esta desagradable experiencia. 
 
–Es lo que estaba pensando, ni mis padres ni los de Nicolás permitirían algo así, ya han pasado mucho trabajo por nuestra causa –dijo Alejandro. Por alguna razón, el comentario de su amigo le sonaba familiar, pero no conseguía recordar por qué–. De todas formas, suena bien, hacer un viaje...
 
–Verdad que sí, cuando te recuperes, podríamos ir todos a la playa –dijo Cristina–. Estoy segura de que tus padres te darían permiso si saben que vas con nosotros, ¿no crees? 
 
–Sí, me gustaría, ha pasado un tiempo desde que... ¡argh!, ¡argh!
 
–¿Qué te pasa?, ¡Alejandro?, ¿qué tienes? –preguntó Sebastián. 
 
–Es... es mi cabeza –respondió éste, llevándose la mano a la sien y cerrando los ojos–. Ya recordé...
 
–¿A qué te refieres?, ¿qué recordaste? –dijo ella, acercándole al chico un vaso con agua–. Anda, bebe un poco. 
 
–Recordé... recordé que Nicolás ya me había dicho lo mismo la tarde previa al ataque, me dijo... que le hacía ilusión salir conmigo en un viaje. 
 
Alejandro bajó la vista y se cubrió el rostro con las manos, dejando escapar un débil sollozo.
 
–No, no, Alejandro, no llores –dijo Cristina, rodeándole con los brazos, a lo que Sebastián también se unió–. Ya verás como Nicolás despertará y podrán cumplir su sueño de viajar juntos. 
 
–Hermano, tranquilo, no pierdas la fe, Nicolás también está luchando por despertar y regresar a tu lado, confía en él.
 
–Intentaré... intentaré estar tranquilo... –dijo, enjugándose las lágrimas y bebiendo del vaso que Cristina le acercó, respiró profundo y aguardó antes de volver a hablar. 
 
–¿Te sientes mejor?
 
–Un poco, díganme, ¿han venido solo ustedes dos?
 
–No, Francisco y Erika también están aquí, en breve los harán pasar –respondió Sebastián–. Como te imaginarás, no podemos estar todos en la habitación. 
 
–Qué sorpresa, supuse que Fran estaría con ustedes, pero Erika... 
 
–Tampoco la esperábamos, aun así, agradecemos su gentileza –dijo Cristina, mirando a Sebastián–. Nos quedaremos sólo un rato más, para que ellos también puedan verte. Antes queremos decirte algo. 
 
–¿Qué quieren decirme?
 
–Alejandro, te queremos mucho y puedes contar con nosotros para lo que necesites –dijo la chica, volviendo a cogerle de las manos–. Piensa que, cuando salgas de aquí, nosotros estaremos esperando por ti y por Nicolás. 
 
–Así es, y hablo también por Francisco, si necesitas de nuestra ayuda para lo que sea, no dudes en decírnoslo. Somos tus hermanos y como tales, te cuidaremos –dijo Sebastián, otra vez desordenándole el cabello.
 
–Muchas... muchas gracias, a ustedes y a los chicos, son los mejores amigos que podría desear, los quiero y les prometo que, sin importar lo que suceda, me recuperaré. Lo prometo. 
 
… … … … …
 
Después de abandonar la habitación de su hijo, dejándolo en compañía de sus amigos, Felipe salió del recinto acompañado por Mateo para beber un café y fumar un cigarrillo. 
 
–No sé qué piense usted, don Mateo, pero tan pronto como mi hijo sea dado de alta, lo mantendremos bajo resguardo en casa. No estoy dispuesto a que se exponga a un nuevo ataque, porque eso es lo que fue, un ataque.
 
–Pienso igual que usted, don Felipe, nosotros haremos lo mismo con Nicolás, no consentiré que esto continúe si les atrae más problemas.
 
–¿Qué está sugiriendo?
 
–Si bien no estamos seguros de que el ataque haya sido planeado o fortuito, no creo prudente que ellos mantengan una relación en las actuales circunstancias.
 
–Es un poco drástico pensar en una medida así, pero tampoco voy a arriesgarme a que esto se repita y si tengo que apartar a Alejandro de Nicolás, que no se vean hasta haberse recuperado del todo, estoy dispuesto a hacerlo. ¿Qué cree usted?
 
–Resulta imperioso que los chicos se recuperen, antes que cualquier otra cosa, y si para ello es preciso que estén separados, no queda más remedio que hacerlo. 
 
Si bien, a ambos les dolía tener que afectar la relación de sus respectivos hijos, como padres la preocupación mayor era la salud y bienestar de sus muchachos. Simplemente no se podía ignorar el ataque que sufrieron.
 
… … … … …
 
Fue durante la espera junto a la madre de Alejandro, que Erika prestó atención a su teléfono, cuyas notificaciones no paraban de anunciar la llegada de mensajes. “Espera un momento, maldición, ¿acaso no puedes esperar?”, pensaba con irritación, abandonando la sala para mirar WhatsApp y confirmar sus sospechas.
 
«Hola. Espero no molestarte. ¿Podrías venir a mi casa? No me siento bien. Olvida eso. Me siento un poco solo. ¿Podrías venir a mi casa? ¿Hola? Ya no importa.»
 
No pudo menos que confundirse. “¿Qué le pasa ahora?, parece como si las ideas fueran y vinieran sin ninguna lógica, tan errático”. Se debatió sobre si llamar al rubio o responderle algo simplemente para que no se sintiera ignorado. No le desagradaba Lucas, sin embargo, no se fiaba por completo de él, pese a ser el ex de su amigo Tomás.
 
–Erika –interrumpió Francisco, sorprendiéndola–, te estaba buscando, ven, Cristina y Sebastián ya salieron de la habitación, nos dejarán ver a Alejandro.
 
–Sí, por supuesto...
 
–¿Pasó algo?, te fuiste tan de repente y ahora luces un poco distraída, ¿te sientes bien?
 
–Estoy bien, solo estaba leyendo unos mensajes, extraños la verdad, pero creo que se equivocaron de número.
 
–¿Mensajes extraños?, ¿qué es lo que decían?
 
–Alguien diciendo “hola” varias veces y luego pidiendo que lo olvidara, como si se diera cuenta de que se trataba de un número equivocado –explicó. 
 
–Ya entiendo, no respondiste, ¿verdad? 
 
–Claro que no, eso sí que habría sido extraño. 
 
Erika no dijo más al respecto y Francisco se conformó con la respuesta que ella le diera. Se dirigieron a la habitación de Alejandro, donde les esperaban Cristina y Sebastián para dejarles entrar. Pese al interés que demostraba por el estado de salud del chico, la mente de Erika estaba puesta en el rubio, sus mensajes y, además, en lo que escuchó decir a los hombres que estaban en las cercanías.
 
… … … … …
 
Las cosas marchaban en el local como si se tratara de un día normal. Javier y Katerina hacían las veces de camareros, mientras que Ignacio por poco y les hacía compañía, sin embargo, el jefe le ordenó que permaneciera en su puesto, le dijo que siempre podía llamar a alguien más, incluso sacar a Ariel de la cocina para traerlo al salón. Por lo demás, las cosas iban tan bien que los comensales apenas habrían notado la diferencia en el servicio.
 
–¿Seguro de que no querías ir con Cristina al hospital? –preguntó el peliblanco, acercándose a la barra. 
 
–Seguro, además, le dije que con este reemplazo nos permite a nosotros ir la próxima vez. Quiero que vayamos juntos, así que es un favor que le hacemos –respondió Ignacio. 
 
–Me doy cuenta, fuiste muy hábil para sugerir que viniéramos a ayudarles aquí. 
 
–Es una forma de tenerte cerca, ¿qué te parece?, ya no solo compartir nuestro tiempo en casa, sino también en el trabajo –dijo, cruzándose de brazos. 
 
–Me gusta, eres tan astuto con este tipo de ideas, ¿qué más tienes pensado? –preguntó, intentando alcanzar los labios del bartender, quien le atraía con esa actitud orgullosa. 
 
–Tendrás que aguardar –dijo con una sonrisa seductora–. Ahora vuelve al trabajo. 
 
–Dame un beso por lo menos. 
 
–Como si me doliera hacerlo. 
 
Acto seguido, Ignacio besó a Javier de esa manera que adoraba, que le provocaba, que le hacía desear más. El peliblanco llevó sus manos hasta las mejillas sonrojadas de su novio, acariciándolas con dulzura. 
 
–Al parecer te sentó de maravilla el reemplazo –observó Katerina, deleitada por la vista–. Creo que ya no querrás regresar conmigo a «la Dama Azul».
 
–Claro que sí, pero no te niego que trabajar en el mismo sitio que Ignacio es algo con lo que soñaba desde hace mucho –dijo, apenado frente a la chica. 
 
–Lo sé, me lo dijiste alguna vez, de verdad que eres afortunado, ojalá tuviera solo un poco de la suerte de ustedes –dijo, antes de irse con el pedido que acababa de retirar de la cocina. 
 
–Tal vez y cambie eso, antes de lo que crees –dijo Ariel, guiñándole el ojo. 
 
Katerina no hizo más que alejarse con una expresión desconfiada que sumió en la confusión a Ignacio, Javier y, especialmente, al ayudante. 
 
… … … … …
 
Eran las nuevas víctimas del maniaco encapuchado, él los había dejado en semejante estado de gravedad, sin poder despertar, sin churros ni chocolate, sin rosa y sin un regreso seguro a casa. Todo lo que quedaba era el cuerpo adolorido, la angustia de no saber que había sido del otro y el miedo a no poder despertar.
 
Con casi dos días de diferencia, Nicolás despertó.
 
Era de madrugada. Un ambiente extraño y silente provocaron que viera a su alrededor, tratando de entender la situación. ¿En dónde estaba?, ¿cuánto tiempo había transcurrido?, ¿y Alejandro?, ¿en dónde estaba él?, su último recuerdo era la imagen del chico cayendo tras el golpe propinado por el atacante. Un dolor punzante le detuvo de continuar forzando sus memorias y después de algunos instantes, volvió a perderse en extrañas visiones. 
 
… … … … …
 
Antonia y Mateo aguardaban afuera de la habitación en donde su primogénito descansaba. El médico estaba al interior en compañía de los enfermeros, revisando el estado de Nicolás antes de permitirles el ingreso a los padres. Al fin, el hombre vestido con su bata blanca salió al pasillo para hablarles del estado del pelinegro mayor. 
 
–Señor, señora, hemos revisado a su hijo y, afortunadamente, no tiene secuelas como resultado de los golpes que recibió. De todas formas, como ya os he dicho, este es un diagnóstico preliminar, Nicolás tendrá que permanecer aquí durante un tiempo y asegurarnos de que tenga una evolución satisfactoria, en base a lo cual podremos determinar si deberá someterse o no a nuevos exámenes. Si bien es cierto que ha recuperado la conciencia, podría resultar prematuro darle el alta, debemos mantenerle bajo observación constante hasta estar seguros de que no tenga algún otro tipo afección, y eso lo sabremos en los próximos días.
 
Los padres asintieron.
 
–Gracias, doctor. ¿Puedo ver a mi hijo? –preguntó Antonia.
 
–Sí, señora, podrá verlo en cuanto las enfermeras terminen con el procedimiento –indicó el médico. 
 
–¿Él está despierto? –preguntó Mateo. 
 
–Lo está, sin embargo, les pido que no lo hagan esforzarse. Su condición es de cuidado y ya ha sido bastante trabajo para nosotros conseguir que se calmara, pues parecía no entender lo que estaba ocurriendo, es lógico, pero se alteró bastante. 
 
–Entiendo, doctor, muchas gracias por su ayuda –dijo la mujer, asintiendo con la cabeza. 
 
–Bien, los dejo para que entren –dijo el médico, viendo como el resto de personal abandonaba la habitación y se alejaban por el corredor. El profesional estrechó la mano de los padres y se retiró junto a sus colegas.
 
–Creo que tu deberías entrar primero, querida –sugirió Mateo.
 
–¿Tu no quieres venir? –preguntó ella con extrañeza. 
 
–Ya oíste al doctor, si Nicolás nos ve a los dos, podría emocionarse más de la cuenta. Entra tú, Antonia, le dará mucha alegría verte. 
 
–Tienes razón, se llevará una gran sorpresa solo con verme.
 
–Sí, estoy seguro de que así será. Anda, tómate tu tiempo para estar con él, yo iré más tarde. 
 
La habitación estaba en completo silencio, salvo por las máquinas ubicadas a un costado de la cama en donde estaba Nicolás. Antonia ingresó y no pudo contener la emoción cuando, acercándose a su hijo, éste la reconoció con la mirada y, a través de sus ojos, pudo entender el mensaje que le transmitía: “Perdóname, mamá”. Llegando a su lado, la madre le acarició los negros cabellos a su hijo, logrando calmar la angustia y dolor que sentía. 
 
–Ma… mamá, perdóname, no… no fui… cuidadoso. No… no quise preocuparte, ni a ti… ni a papá –intentaba decir, al tiempo que sus ojos comenzaban a humedecerse. 
 
–Ya, ya, mi niño, no tienes que llorar más, todo está bien ahora. Has despertado. No sabes cuanto nos alegra a tu padre y a mí. Y a Alejandro, en cuanto se entere, sólo querrá levantarse para verte.
 
–Mamá, dónde… ¿dónde está?, Ale… jandro, dime… por favor.
 
–Calma, calma, no te esfuerces, aguarda un poco y te lo diré todo –dijo Antonia, sentándose en una de las sillas cercanas–. Alejandro está bien, despertó hace un par de días, de hecho, fueron solo horas después de llegar aquí. Tal parece que su condición no fue tan grave como la tuya, eso nos preocupó demasiado a todos, y Alejandro, no tienes idea de cuánto ha preguntado por ti desde que se despertó. 
 
–Cuándo… ¿cuándo podré verle? –dijo, intentando moverse, pero siendo sostenido de la mano por su madre. 
 
–Tranquilo, hijo, él está bien, sin embargo, tu acabas de despertar y tendrás que guardar reposo hasta que el médico lo determine, tu condición resultó ser más delicada que la de Alejandro, así que ten por seguro que habrá más exámenes que realizar en orden a confirmar que estás bien. Yo creo que pasarán algunos días hasta que puedan estar seguros y darte el alta. ¿Lo entiendes, hijo? Te pido que seas paciente. 
 
–Sí… sí, mamá, lo entiendo, es solo que… parece como si… como si hubiese transcurrido mucho tiempo… desde la última vez que nos vimos.
 
–Han pasado cuatro días desde entonces –dijo, acariciándole la mano dulcemente–, con tu padre y tu hermano hemos pasado las noches más angustiantes que te puedas imaginar. 
 
–Adolfo…, ¿cómo está?
 
–Está destrozado, tanto que dijo que no vendría a verte sino hasta que tu despertaras, no resistiría verte en el estado que estabas, ya sabes cómo es él, tiende a reaccionar mal frente a situaciones estresantes.
 
Nicolás se detuvo a pensar en su hermano y en los eventos recientes. Como la relación, tan afectuosa y cercana, se vio afectada desde que él comenzara a salir con Alejandro, como los celos tornaron a Adolfo en un chico distante que, pese a entender que no podía seguir así y hacía el esfuerzo por mejorar, quedaba en su interior una espina que mantenía vivas las tensiones. 
 
–¿Hijo?
 
–¿Eh?, ¿qué estabas diciendo?
 
–Acerca de tu hermano, no vendrá a verte hasta…
 
–Mamá, dile a Adolfo que… dile que quiero verle, por favor –pidió con el rostro entristecido, expresión que la mujer no pudo ignorar.
 
–Sí, sí, lo llamaré para avisarle, estoy segura de que vendrá corriendo si es necesario –se apresuró a responder Antonia.
 
–Y algo más, por favor, quiero que les avisen sin demora a Alejandro y a sus padres acerca de mi estado. Que ya he despertado. 
 
–Lo haré, mi niño, les hablaré en cuanto los vea. Se alegrarán tanto con la noticia, y Alejandro, sentirá que le vuelven al cuerpo las fuerzas que le faltaban para recuperarse. 
 
–Debió sentirse muy solo en los pasados días, ¿lo has visto?
 
–No, hijo, he hablado con doña Olivia y don Felipe nada más, y todo lo que sé del estado de Alejandro es a través de ellos. Han sido días difíciles.
 
–Y no es para menos…, Alejandro es su único hijo. Mamá, ¿te importaría ir personalmente a hablar con él?
 
–Claro que no, faltaba más, intentaré ir hoy mismo.
 
–Gracias, mamá. 
 
En la próxima media hora, Antonia y luego Mateo, acompañaron a su hijo y le brindaron todo el cariño que necesitaba en esos momentos, alimentando sus esperanzas, que en cuanto mejorara, podría verse con Alejandro otra vez y recuperar el tiempo perdido. Ya habría tiempo para explicar lo que estaba ocurriendo, con todo y detalles; por lo pronto, lo único que los chicos necesitaban era sentirse queridos y protegidos por su familia.   
 
… … … … …
 
Para cumplir con el encargo de su hijo, Antonia dejó la habitación para buscar a Olivia, que a esas horas debía ya estar en el hospital, aguardando para visitar a Alejandro. Para su fortuna, encontró a la mujer en la sala de espera leyendo una revista.
 
–Buen día, Olivia. 
 
–Buen día, Antonia, sí que vino temprano hoy, ¿no?, ¿hubo noticias sobre su hijo? –preguntó, levantándose de su asiento.
 
–¡Sí!, Nicolás despertó –respondió sin ocultar la emoción. 
 
–¡Qué alegría más grande! –dijo, abrazándola–. Dígame, ¿ha podido verlo?, ¿qué le ha dicho el médico?
 
–Acabo de verlo, mi marido está con él ahora. La verdad es que la condición de Nicolás sigue siendo delicada, así que continuará hospitalizado durante un tiempo. 
 
–Me imagino, Alejandro también tendrá que permanecer aquí, por lo menos hasta la próxima semana. Con todo, es un enorme respiro en toda esta tormenta que hemos vivido con nuestros muchachos, que Nicolás despertara y mi hijo estará muy feliz cuando se entere de la noticia. Como ve, aun no entro a verlo, así que fue una suerte encontrarme con usted primero. 
 
–No lo dudo y aprovechando este momento, hay algo de lo que quería hablarle.
 
–¿Sí?
 
–Nicolás me pidió un favor. 
 
–¿De qué se trata?
 
Alejandro estaba recostado en su cama, aguardando a que sus padres llegaran para visitarlo. Siempre venían a la misma hora y le alegraba mucho tenerlos así de cerca. No podía decir lo mismo de sus amigos, con quienes no tenía contacto de no ser por la visita del día anterior; era entendible que no pudieran venir todos los días, pues tenían que trabajar y solicitar un permiso para ausentarse resultaría muy complicado, incluso tratándose de un jefe como don Julio, tan exigente como comprensivo. Aun así, saber que estaban preocupados por él era reconfortante. 
 
La alegre y luminosa imagen de sus amigos fue desplazada por la de su querido Nicolás, la persona a quien más deseaba ver. Los días pasaban y pasaban, el pelinegro seguía sin despertar y él se consumía en la angustia. 
 
Olivia se presentó en la habitación de su hijo más tarde de lo habitual, pero con una expresión que la delataba: traía noticias. 
 
–¿Qué ocurre, mamá?, hoy te tardaste en venir, ¿ocurrió algo? –preguntó el chico, tras recibir un beso en la frente.
 
–Así es, hijo, recibí una información mientras esperaba para entrar –dijo Olivia. 
 
–¿Y?, ¿qué información es?
 
–No seré yo quien te responda eso –dijo, y volteándose hacia la puerta, habló en voz alta–: ¡Puede entrar!
 
La persona que ingresó despertó en el chico tanto curiosidad como preocupación. 
 
–Buenos días, Alejandro, ¿cómo estás? –dijo Antonia, acercándose para saludar.
 
–Señora Antonia, buenos días –respondió, inclinando la cabeza con el mayor respeto hacia la madre de su novio–. Me siento mucho mejor después de haber visto a mis amigos el día de ayer, gracias. Y usted, ¿cómo está?, no esperaba verla. 
 
–Estoy bien, gracias, y me alegra ver que tu condición ha mejorado –dijo, haciendo una pausa antes de continuar–. Bueno, seguro que debes estar preguntándote por la razón de mi visita, y es algo bastante sencillo, tengo noticias de mi hijo Nicolás. 
 
–Dígame, por favor, ¿qué pasa con él?, no me ponga más nervioso –dijo, deseoso de conocer lo que fuera que Antonia fuera a decirle, sumado a que la mujer no daba ningún atisbo que permitiera determinar si se trataba de algo positivo o negativo–. ¡Por favor!, ¡dígame lo que pasa! 
 
–Nicolás despertó –dijo Antonia, suavizando su expresión. 
 
–De… ¿de verdad?, ¿lo dice de verdad?, Nicolás…
 
–Por supuesto que es verdad, hoy me llamaron temprano para avisarme que Nicolás había despertado durante la madrugada y… pero Alejandro, muchacho, no llores… 
 
–Ya, ya, mi niño, calma y respira –se apresuró Olivia, rodeándolo con sus brazos, pues el chico se deshacía en sollozos ahogados, aferrándose a su madre mientras derramaba lágrimas emocionadas.
 
–Estoy tan feliz, mamá, tan feliz…, yo estaba tan preocupado… sólo pensaba en él… –balbuceaba, calmándose de a poco gracias a las caricias que recibía–. Señora, ¿cómo está Nicolás?, ¿ha podido verle?
 
–Él está bien, está consciente y los exámenes preliminares arrojan que no tiene ningún tipo de secuela, sin embargo, no podrán estar seguros sino hasta pasados unos días. Aparentemente tardó más en despertar por el golpe tan fuerte que recibió en la cabeza –explicó Antonia.
 
–Qué alivio –dijo, refregándose los ojos llorosos–. Y dígame, ¿cuándo podré verlo?, ¿cuándo?
 
–Tranquilo, hijo, tenemos que ser pacientes. Tú también tienes que descansar, recuperarte, y cuando tu salud haya mejorado lo suficiente, le pediremos al médico autorización para verlo, ¿de acuerdo?, eventualmente podrás ver a Nicolás. 
 
–Además, estoy segura de que mi hijo también pedirá verte cuando se sienta mejor –agregó Antonia.
 
–Sí, estoy seguro de que lo hará, lo que es yo, quisiera poder levantarme ya mismo de esta cama e ir con él. Lo extraño demasiado.
 
–Lo sé, cariño, lo sé, pero debes ser paciente. 
 
–Mamá, la próxima vez que hables con Cristina, ¿podrías avisarle que Nicolás despertó?, o enviarle un mensaje. Los chicos también están preocupados por él.
 
–¡Oh!, hablando de mensajes, puedes escribirles tú mismo, mira –Olivia buscó en su cartera y extrajo un aparato móvil que Alejandro reconoció de inmediato–. Hemos recuperado tu teléfono, querrás que te lo deje, ¿verdad?
 
–¡Sí!, ¡por supuesto!, gracias, ¿en dónde estaba? 
 
–Lo tenía la policía, lo recuperaron junto con todos tus documentos. Afortunadamente no se los robaron.
 
–Ya veo –dijo, recibiendo el teléfono de manos de su madre, mientras que en su fuero interno se confirmaban sus sospechas: el ataque que sufrieron no fue al azar. Era obra del maniaco. 
 
… … … … …
 
Durante el transcurso de la jornada habitual de trabajo, Cristina, quien estaba ocupada atendiendo las mesas, sintió timbrar su teléfono en el bolsillo. No pudo responder sino hasta que logró desocuparse de sus labores, yendo al baño y mirando el aparato, se llevó una tremenda sorpresa: la llamada era de Alejandro y pese a las dudas que le generó luego, contestó, encontrándose con la voz de su amigo al otro lado de la línea. 
 
–¡Cristina!, ¡qué alegría escucharte!
 
–¿Ale…?, ¡Alejandro!, ¿cómo estás?, ¿cómo le hiciste para recuperar tu teléfono?
 
–Mi mamá me lo entregó hoy, lo tenía la policía junto con todos mis objetos personales.
 
–¿No se los robaron?, resulta muy sospechoso, ¿no crees?
 
–Lo creo, estoy seguro de que todo esto no fue un ataque al azar. Con certeza te digo que ese fue el maniaco. 
 
–Así parece, nosotros también creemos que ha sido él. Por lo pronto se ha vuelto a esconder, ya que la policía no ha podido dar con su paradero, el muy escurridizo, en verdad les está dando muchos problemas. 
 
–O quizá nosotros logramos lastimarlo seriamente y ya no puede salir como si nada –dijo Alejandro, recordando vagamente lo que sucedió. 
 
–Es una posibilidad. 
 
–Como te dije, en ese momento nosotros solo intentábamos defendernos y tal vez, en la desesperación, logramos hacerle más que una simple herida. 
 
–…
 
–…
 
Un breve silencio se instaló entre el par de amigos.
 
–Bueno, no te llamaba para hablar de eso, sino para darte una buena noticia –retomó Alejandro, dando énfasis a la última frase–. Nicolás por fin despertó. 
 
–¿En serio?, ¡qué alegría!, ¡y qué alegría para ti y para los padres de Nicolás!, ¿cómo te enteraste? –exclamó Cristina. 
 
–Lo supe esta mañana, la señora Antonia, mi “suegra”, vino a verme junto con mi mamá para darme la noticia. Tanto ella como su esposo estaban muy felices y aliviados. Lo malo es que no podré verle sino hasta que terminen con todos los exámenes que deben practicarle, después de permanecer tantos días inconsciente, es lógico que comprueben su estado de salud antes de autorizar visitas.
 
–Claro, no pueden permitir que lo vean tan a la ligera.
 
–Así es, cuando los médicos estén seguros de que Nicolás está bien, podré verle otra vez, pero la verdad es que hoy, cuando me dijeron que él había despertado, te juro que habría ido corriendo a su habitación –dijo con emoción en su voz. 
 
–Ale, tú también tienes que cuidarte. 
 
–Lo sé, mi estado todavía es de cuidado y no puedo levantarme, mi mamá cree que no me darán el alta sino hasta la próxima semana. 
 
–Entiendo. Nosotros intentaremos ir a verte el fin de semana y aprovecharemos de preguntar por el estado de Nicolás. 
 
–Gracias, me hace feliz que ustedes vengan a verme, sé que por el trabajo no pueden estar conmigo tanto como quisieran, pero seré paciente y pondré todo de mi parte para recuperarme. 
 
–Sé que lo harás, Alejandro, eres un chico fuerte, y también Nicolás. Discúlpame, debo irme ya, antes de que noten mi ausencia –dijo Cristina, mirando su reloj. 
 
–¡Oh!, por supuesto, anda y dale a todos la noticia, por favor.
 
–Lo haré, todos se alegrarán muchísimo, especialmente Ignacio. Estoy segura de que querrá ir a visitarlos pronto. 
 
–Me gustaría mucho verlo. 
 
–Bien, me voy, gracias por llamarme. Que descanses, Alejandro. Adiós. 
 
–Adiós, Cristina. Saludos a todos. 
 
… … … … …
 
Pese al constante trabajo y la supervisión de don Julio, los chicos encontraron la ocasión para hablar y enterarse del estado de salud de la pareja gracias a Cristina. 
 
–¡Qué gran noticia! –exclamó Sebastián. 
 
–¡Sí que lo es!, Alejandro debe estar contentísimo, ¿sabes si ya ha visto a Nicolás? –preguntó Francisco a la chica.
 
–No todavía. Alejandro no está en condiciones de levantarse y Nicolás no puede recibir visitas con motivo de los exámenes que le están realizando, excepcionalmente se permite la entrada a los padres por razones obvias, con todo, Alejandro cree que la próxima semana ya estará mejor y podrá levantarse, pero, como él mismo me dijo, si pudiera levantarse para ir a ver a Nicolás, ya lo habría hecho.
 
Sebastián y Francisco rieron. 
 
–Estoy seguro de que sí, puedo imaginármelo –comentó Ignacio desde la barra. 
 
–No has ido al hospital para visitarlos, ¿verdad? –preguntó Ariel, asomándose a su ventanilla. 
 
–No he ido, pero tengo la intención de hacerlo cuando la salud de ellos mejore, además, Javier prometió acompañarme, y ya que lo mencionas, consideraré algún momento dentro de los próximos días para ir –respondió con expresión pensativa. 
 
–¡Oh!, irás en buena compañía, ¿eh? –hizo notar el ayudante, ganándose una de esas miradas fulminantes del bartender–. Vale, vale, no te molesto, pero dime, ¿cómo van las cosas entre ustedes?
 
–¿Te refieres a Javier y yo? 
 
–Claro, ¿a quién más?
 
–No es por ser curioso, pero también me gustaría conocer un poco más de su relación, ¿quisieras contarnos? –se atrevió a preguntar Francisco, sin embargo, la expresión de Ignacio lo hizo dudar. 
 
–Si no quieres decirnos, estás en tu derecho, lo entendemos –intervino Sebastián. 
 
–Las cosas han ido bien –comenzó a decir en voz baja–. Nos vemos con frecuencia y, de tanto en tanto, nos reunimos en el departamento de uno de los dos para cenar y pasar la noche. 
 
–¿O sea que no están viviendo juntos? –preguntó Cristina. 
 
–No, ¿por qué tendríamos?
 
–Con Ariel lo conversamos y él pensaba que ustedes vivían juntos, pero ya ves que no, ¿Ariel? 
 
El ayudante ya no estaba, había regresado a la cocina, tras oír el tenor de la conversación y bajo riesgo de otra mirada de Ignacio, pese a la intriga que le generaba conocer más acerca del bartender y su novio después de verlos interactuando en el local el día del reemplazo. 
 
–Dime, ¿tienen planes de ir a vivir juntos en algún momento? –retomó Cristina, siempre directa.
 
–Por mi parte, no, aunque Javier ya me hizo una propuesta que yo no esperaba. 
 
–¿Y de qué se trata?, anda, dinos, por favor –pidió Sebastián. 
 
–¿Te propuso matrimonio? –preguntó Francisco.
 
–¿Qué?, ¡no seas ridículo!, no es eso, me propuso ir a vivir con él –respondió Ignacio, exasperado.
 
–Javier sí que debe amarte para hacer una propuesta así, casi me siento celosa de ustedes –dijo Cristina, cruzándose de brazos.
 
–¿Qué estás sugiriendo? –preguntó Sebastián con sobresalto–. No sabía que ya tenías planes como esos en mente. 
 
–Te están presionando, Seba, aun estás a tiempo de cortar con ella y ser libre. 
 
–¡Fran!
 
Todos rieron, incluso Ignacio. En todo ese tiempo, era la primera vez que se sentía a gusto con sus compañeros de trabajo.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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