Capítulo III: Instintos.
No tenía que haber sido de esa forma. Eso lo sabía. No tenía por qué habérselo permitido. De eso era consciente. No debían agradarle sus caricias… sin embargo, lo hacían.
La dualidad de sus emociones lo abrumaba, pero el deseo que incrementaba con cada rose lo calmaba. Sentía que lo deseaba, lo odiaba. A él y a sus instintos los detestaba, pero, inconscientemente, lo añoraba.
La poca consciencia que poseía lo hacía sentir como una basura. Usado, maldito y desechado. Sin embargo, sus instintos lo obligaban a seguir y, su poca conciencia, tampoco quería ir en contra de ellos.
Cerró los ojos, tratando de olvidar lo que estaba haciendo, pero los besos que eran dados, con sumo cuidado sobre su cuerpo, no se lo permitieron. Cada toque parecía quemarlo, cada caricia le incitaba a finalizar su encuentro, a pesar de que su cerebro no dejaba de mostrarle imágenes de aquellos rostros que le atormentaban.
Pudo haberse negado cuando Steven pareció estar confundido, negándose a tocarlo, probablemente arrepintiéndose porque su cuerpo aún recordaba las caricias de un amante olvidado.
Pero no estaba dispuesto a permitírselo. Sus instintos lo deseaban. Su cuerpo lo añoraba.
—Steve… —estiró una de sus manos hasta posarla sobre la mejilla del mencionado, notando que estaba caliente, como confirmación infalible del rubor que empezaba a cubrir su rostro, reflejando el deseo y vergüenza que a él también le embargaban.
El aludido lo miró a los ojos, tratando de negarse a sus instintos, pero, después de que Anthony entrecerrara sus parpados y sonriera, su cuerpo fue obligado, inconscientemente, a hincarse nuevamente sobre la pequeña figura que reposaba sobre la cama, silenciando definitivamente cualquier deseo que no fuera dominado por sus instintos más bajos.
Se unieron nuevamente en un beso, húmedo e intenso, que migró lentamente por su barbilla, bajando por su cuello, hasta llegar a su pecho. Deleitándose con las pequeñas sensaciones que el simple rose de su aliento le generaban, y sin poder resistirlo y queriendo profundizarlas más, tiró de su cabeza hacia abajo, apretándola contra su cuerpo, tratando de aumentar el leve contacto. Movimiento al cual Steven no se negó.
Cerró los ojos, mordiendo su labio inferior, mientras su piel se erizaba lentamente como resultado de las caricias que le brindaba, con su boca y lengua, mientras su mano bajaba, acariciando, hasta perderse entre sus muslos, pero sin llegar a tocar en los lugares que su cuerpo ansiaba.
Era una lenta y excitante tortura, a la cual su cuerpo respondía naturalmente, exigiéndole más. Llevado por ese deseo, tomó a Steven por la cadera, subiendo la suya, hasta frotar sus empalmes, que solo eran cubiertos por la delgada tela que aún cubría sus genitales. Escuchó un gemido, como resultado de esta acción, que lo incitó a hacerlo de nuevo, pero, las manos que subían lentamente por sus piernas, se detuvieron justo en la parte donde se unían con su pelvis y, aumentando la fuerza del agarre, lo levantó sin ninguna dificultad, logrando que la fricción aumentara de forma proporcional a las descargas de placer que recorrían su cuerpo.
—Ste… —se aferró con sus uñas al cuerpo contrario, tratando de ahogar un gemido, sin importarle sacarle sangre. Y a Steven tampoco parecía importarle. Pero él necesitaba hablarle.
Subió sus dedos temblorosos por la amplia espalda hasta alcanzar algunos cabellos rubios, intentando llamar su atención. Al no conseguirlo, intentó llamarlo nuevamente, pero el temblor que nacía en sus piernas, y se expandía por el resto de cuerpo, se lo impidió. Jaló suavemente su cabello, tratando de comunicarse silenciosamente cuando sus ojos se encontraron y, sus orbes, parecieron brillar cuando comprendió su orden silenciosa. Volvió a besarlo, sin importarle retirar los dedos que aún aprisionaban su cabello, levantando levemente el cuerpo de Tony hasta poder despojarlo de su ropa interior y, posteriormente, hizo lo mismo con la propia, dejándolas olvidadas en el piso de la habitación.
Tony tiró de él hacia abajo, uniéndolos en un nuevo beso y, sin darle tiempo de pensar en su siguiente acción, rodeo su cintura con sus piernas, moviendo su cadera, incitándolo a terminar con lo que sus cuerpos estaban deseando. Ya no quería esperar más; su cuerpo estaba preparado para recibirlo, como si llevara esperándolo una eternidad.
Y agradeció que Steven no se hubiese hecho de rogar e inmediatamente le complació.
Cerró los ojos cuando sintió los labios de Steven sobre su cuello y, aunque sus instintos le gritaban que hiciera su rostro aún lado, brindándole total libertad al contrario, la pequeña presión en su parte baja lo despertó de su ensoñación y un dolor profundo cortó el hilo de su respiración. Y muy tarde fue completamente consciente de que las cosas jamás debieron haber terminado de esa forma. Su cuerpo no tenía memorias de carias o besos.
Él le gustaba y lo deseaba. Pero Steven jamás debió ser el primero.
Cerró los ojos, sin poder hacer absolutamente nada más que quedarse debajo del cuerpo al que ahora el suyo se unía físicamente, soportando el dolor que le generaba cada pequeño avance que daba la extensión de Steven dentro de su cavidad. Sabía que debía hacer todo lo posible por detenerlo, pero no podía hacerlo. No quería, y eso lo hacía sentir miserable.
Una caricia sobre sus labios le hizo apretar más fuerte sus parpados, mientras algunas lágrimas se escapaban por estos.
—Tony…
Otro beso sobre sus labios y no pudo evitar responderle, aferrándose al cuerpo de Steven, obligándolo a seguir con su movimiento, ahogando un gemido sobre sus labios cuando fue llenado completamente.
A pesar del dolor que inicia en sus entrañas y se expandía lentamente hasta invadir todo su cuerpo, no le importaba seguir en esa posición.
Abrió los ojos finalmente cuando una serie de pequeños besos migraron por todo su rostro, centrándose especialmente en la zona que cubría sus ojos.
El mencionado le sonrió, y su rostro se sosegó, mientras se observaban, a pesar de dolor que invadía su parte baja.
—Steve… tus ojos… siempre me han gustado tus ojos
Steven lo besó nuevamente y, después de un suave movimiento de parte de Tony, inició un lento vaivén, logrando que este se olvidara momentáneamente de sus pensamientos y se relajara, dejando de infringir fuerza en el agarre que mantenía sobre el cuerpo que cubría al suyo. Y, aunque el dolor disminuía lentamente, no sentía nada de lo que se suponía esa situación debía provocarle. Sin embargo, un movimiento repentino, y con un poco más de fuerza, que desligó casi completamente sus cuerpos y después los unió profundamente, le arrancó un fuerte gemido, producto de una descarga de placer intensa, que hizo que nuevamente se aferrará a los brazos de Steven, antes de que todos su miembros cayeran lánguidamente sobre la cama.
Escuchó decir algo a Steven, pero sus sentidos estaban tan aturdidos, que, a pesar de tenerlo a escasos centímetros de su oído, no le comprendió. Y los nuevos movimientos, que fueron igualmente intensos y profundos, embotaron aún más sus sentidos hasta sentir que casi perdía el conocimiento. Solo se dejaba arrastrar por las corrientes de placer que aumentaban paulatinamente en intensidad, provocando que su cuerpo se arqueara en busca de más contacto, arrancándole un conjunto de sonidos indecorosos que ni siquiera se preocupaba en evitar emitir y se mezclaban con los profundos que eran casi completamente ahogados sobre la piel de su hombro.
Otro profundo movimiento, y las sensaciones se intensificaron cuando sus piernas fueron guiadas nuevamente hasta rodear la cadera contraria. Eran tan intensas que parecían arañarle el vientre mientras se abrían paso por sus entrañas, generándole pequeños espasmos que le impedían tener los ojos abiertos, a pesar de que quería mirarlo, así como en ese momento lo hacia él.
Una estocada, y tuvo que cerrar los ojos, mientras escuchaba un pequeño zumbido que le daba la sensación de haber perdido todos los demás sentidos. Se aferró aún más al cuerpo de Steven cuando aumento la fuerza y ritmo de su apasionante vaivén. Su cuerpo y cerebro parecían solo ser sensibles y perceptivos a lo que el otro cuerpo hacia y provocaba en su interior.
Otra estocada, seguida de sus gemidos, y el zumbido pareció detenerse momentáneamente y su mente quedo completamente en blanco, mientras una sensación de hormigueo se extendía lentamente por sus piernas hasta encontrarse con la presión que, con cada vaivén, parecía acumularse en su pelvis, hasta que un movimiento profundo la liberó completamente, dando origen a una mezcla de sensaciones placenteras que se propagaban por todo su ser, contrayendo y relajando, al mismo tiempo, todos los músculos que formaban su cuerpo. Y Steven también fue consciente de esa explosión de sensaciones, que lo arrastraron completamente.
Pero un dolor en la muñeca derecha le hizo levantar levemente los parpados, observando como el rostro de Steven se serenaba paulatinamente mientras sus labios abandonaban la piel de su muñeca. Sin embargo, el dolor que le había provocado fue fácilmente olvidado cuando Steven se movió nuevamente, provocando que todo a su alrededor se tornara de color blanco.
Y lo sintió.
Todas las sensaciones parecieron multiplicadas en intensidad. Y su cuerpo se contrajo placenteramente, mientras Steven dejaba salir su placer frenéticamente, descargándolo dentro de su cuerpo, mientras el suyo salía a su encuentro.
Sin embargo, para su cuerpo no fue suficiente. El calor que nacía en sus entrañas, y recorría lentamente su organismo, parecía avivarse a pesar de la unión física que mantenían sus cuerpos.
Sus instintos le pedían más y su cuerpo, guiado por sus deseos, propició un segundo encuentro.
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Lo miró, atreves de la nubla que cubría sus ojos, mientras el placer y su unión se esfumaban lentamente, haciéndolo sentir de forma miserable. No lo comprendía, pero observar su rostro le provocaba unos deseos inmensurables de llorar. Quiso creer que era por la culpa de lo que había hecho, sin embargo no se sentía incorrecto, se sentía completo, pero sabía que estaba mal. Sin ánimos de querer seguir observándolo, giró el rostro, mientras su unión física terminaba finalmente.
Lo escuchó suspirar muy cerca de su cuello, y la nubla de placer desapareció completamente. En ese momento fue consciente de las consecuencias que le acarrearía lo que había hecho. Su consciencia volvió a atacarlo implacablemente. Y, sin poder evitarlo, empezaron a salir de sus ojos las lágrimas que, hasta ese momento, se había rehusado a mostrar.
Steven se irguió, observándole. Intentó tocarle la mejilla, pero alejó lo más que pudo su rostro de aquel indeseable contacto.
—Anthony…
Cuando finalmente su unión se rompió, se movió con un poco de dificultad, dándole la espalda a Steven, cubriéndose totalmente con la sabana, sintiéndose asqueado por lo que acaban de consumar. Se cubrió la boca, tratando de retener todos los sonidos que amenazaban con acompañar su llanto., no queriendo mostrarse débil ante él.
Se sentía maldito y miserable.
Steven estiró su mano, tratando de alcanzar el hombro contrario, pero el ligero temblor, que se extendió por aquel cuerpo, se lo impidió. Lastimado y sin saber qué hacer, se dejó caer a su lado, cubriéndose el rostro con su brazo derecho. Sabía que para él eso no estaba permitido, pero no había podido controlar racionalmente sus acciones, dejándose llevar por su instinto, permitiendo que la situación llegara a término. Había sido su error. Él era el adulto de los dos. Y por su error Anthony ahora verdaderamente lo detestaba.
—Yo… Lo siento… —su voz rompió el silencio en el que se había sumido la habitación. No se arrepentía de lo que había sucedió, pero sí de la razón por la que lo que habían hecho. Se recriminaba el hecho de no haber salido de la habitación cuando fue momentáneamente consciente.
Sabía que Steven trataba de reconfortarlo, pero nada que hiciera o dijera a partir de ese momento, cambiaria lo que habían hecho. Absolutamente nada que dijera lo haría sentir menos miserable. Sin embargo, a pesar de que deseaba que nunca hubiese sucedido, lo odió porque también se arrepentía de haberlo tocado. Lo detestó porque sabía que, inconscientemente, lo había obligado y, seguramente, si no estuviera en su condición, jamás lo hubiese tocado. Era una mezcla de sentimientos que le parecían extremadamente ridículas, pero no podía dejar de sentirlas y, aunque no lo deseara, dolerle.
—Anthony…
Antes de que finalizara su discurso de disculpas, se envolvió con la sabana y, a pesar del dolor en su cadera, se dirigió al baño cojeando, tratando de mantener la poca dignidad que aún le quedaba. Cuando finalmente entró, cerró la puerta de madera sin observarlo, dejando que su cuerpo se deslizara hasta caer en el frio piso de mármol.
Levantó su mano derecha, queriendo recordar la argolla que antes poseía, pero nuevamente no obtuvo ningún resultado. Solo aquel vacio que le hacía sentir miserable.
Basura. Usado, maldito y desechado.
Eran las palabras que se repetían en su cabeza mientras escuchaba algunos golpes en la puerta, que eran acompañados de algunos ruegos para que abriera. Pero decidió ignorarlos, mientras observaba como sus lágrimas se perdían lentamente en el piso de mármol.
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Sabía que Anthony sentía asco. Había sido consciente de ello cuando intentó tocarlo. Había visto como lentamente esa emoción se reflejaba en sus ojos, dejando de lado la pasión que en sus dos uniones los caracterizaba. Le había dolido, y se había odiado por no arrepentirse, a pesar de decir lo que creyó él deseaba oír. Pero sus falsas palabras no habían resuelto absolutamente nada.
Él todavía lo odiaba.
Y, a pesar de ser consciente de ello, se negaba a dejarlo. Había permanecido tres horas sentado en el piso, esperanzado en que sus ruegos fueran escuchados y Anthony abriera la puerta. Pero escuchar el llanto detrás de esta, lo hizo desistir de su plan inicial.
Posó la mano sobre la madera de la puerta y, decidido, se levantó dispuesto a hacerse responsable de sus errores, aunque Anthony lo odiara por ello.
Decidió dejar que se calmara, por lo cual había hablado con Margaret para que lo cambiara de habitación. Y, a pesar de su estupefacción, lo complació.
Pero, a pesar de la decisión que había tomado, no pudo evitar preocuparse cuando no lo vio en el comedor. Y, sin ser consciente de sus actos, sus pasos lo condujeron hasta la habitación que antes compartían.
Cuando estuvo frente a la puerta, llevado por el ruido en el interior, movió suavemente el pomo, observando por la pequeña abertura el lugar silenciosamente. Las sabanas, de la que antes era su cama, estaban en el piso y Anthony estaba sentado sobre su cama, con el rostro entre sus rodillas, vistiendo una pijama roja con bordados dorados, y los pequeños quejidos que emitía, le indicaban que lloraba.
Dejándose llevar por los deseos de reconfortarlo, abrió la puerta, dispuesto a entrar, pero unos pasos al otro lado del pasillo lo hicieron desistir de su propósito, escondiéndose en la habitación que quedaba al frente cuando reconoció la voz de la persona.
Desde su escondite pudo observar a Margaret entrando a la habitación, llevando consigo una pequeña charola de plata. Cuando la puerta nuevamente se cerró, se acercó, pero no pudo escuchar nada de lo que las dos personas que se encontraban en la habitación comentaban, por lo cual decidió marcharse. Por lo menos, por ese día.
Los días siguientes, hizo la misma rutina. Se levanta y arreglaba, esperando encontrar a Anthony en el comedor. Siempre obteniendo el mismo resultado que lo llevaba a estar de pie, por algunos minutos, frente a la puerta de su habitación, esperando verlo. Pero, en el lapso de su vigilia, jamás sucedía, teniendo que marcharse con todas las sensaciones de dolor y desasosiego que le embargaban, esperando que el día terminara finalmente para poder volver a intentarlo.
Después de dos días, lo encontró finalmente en el pasillo que daba al jardín.
Su simple olor había sido suficiente para reconocerlo. Al sentirlo, inhaló inconscientemente, aliviándose al reconocer el aroma que en esos días había añorado, percatándose de que su olor ya no era tan fuerte, seguramente porque lo estaban medicando. Pero era suficiente para guiarlo, y él respondió a su llamado.
Lo encontró observando por una ventana, concentrado en el paisaje que quedaba a algunos metros. Se veía un poco más delgado, ojeroso y pálido, pero a sus ojos seguía siendo perfecto.
Llevado por la emoción, dio un paso hacia él, deseando tocarlo, pero Anthony dio un paso hacia atrás, estirando, inconscientemente, la tela de su chaqueta, mientras trataba de acompasar su respiración.
Le dolió verlo en ese estado y, deseando no incomodarlo, se alejó dos pasos.
—Yo…
Necesitaba zanjar el tema que tenían pendiente, pero Anthony no parecía querer escucharlo, ya que, al escuchar su voz, intentó pasar a su lado, tratando de alejarse lo más que pudiera de él. Pero no se lo permitió. Sus deseos, por primera vez, se impusieron a la voluntad de los demás. Sin pensarlo, Steven lo tomó por la muñeca, reteniéndolo, pero sin lastimarlo, luchando internamente por no acercarlo completamente a su cuerpo.
—¡No…! —jaló el brazo, intentando soltarse, pero la mano de Steven se negaba a dejarle. Lo miró a los ojos, y después a su muñeca, antes de observarlo de forma irascible.
—Lo siento... —finalmente lo soltó. No soportaba la mirada de desprecio que le dirigía—. Yo…
—No es necesario… —dijo, interrumpiéndole, sin atreverse a mirarlo—… que te disculpes siempre que nos encontremos. Ya lo hiciste una vez y fue suficiente —apretó la tela de su chaqueta, y se dispuso a seguir su camino. No creyéndose capaz de seguir en su presencia sin quebrarse.
—Voy a hacerme responsable —Tony se detuvo, pero sin atreverse a encararle—. Sé que… no… sientes nada por mí, pero es mi deber hacerlo. Si estás dispuesto a aceptarme, me haré responsable
Anthony se giró, observándolo con extrañeza por lo que acababa de decir. Pero Steven no cambia su actitud decidida.
—¿Hacerte responsable? —repitió lentamente, a pesar de que esa simple frase le había causado una gran molestia, decidió fingir que le causaba gracia—. Hablas enserio… —Steven asintió, pero antes de que pudiera seguir explicándose, Tony prosiguió—. No sé a que conclusión llegaste, pero no me interesa —dijo, fingiendo una tranquilidad que realmente no sentía—. Solo quiero que te quede algo completamente claro; no soy un objeto para que tengas que hacerte cargo de mí. Casarte conmigo no es una obligación o una buena obra para sumarla a tu, seguramente, perfecto récor —se obligó a mirarlo a los ojos, no quería que sus palabras dejaran algún ápice de duda—. No necesito de ti. Esto jamás debió pasar. Fue un incidente, Rogers y como tal va a pasar al olvido —uso el tono más serio que encontró, negándose a mostrarle el estado en que se encontraba, ignorando las ganas que sentía de gritarle que se había aprovechado de la situación, pero no lo hizo porque eso sería victimizarse.
—Eres joven —dijo, tratando de ignorar el sentimiento de desolación que le provocaban las palabras del contrario. Para él no había sido un simple incidente. Ya tampoco podía considerarlo como un error, porque no se arrepentía. Pero no sabía cómo demostrarle lo que realmente sentía y quería—. Sé que lo… sucedió no fue correcto, solo tienes dieciséis, por esa razón debo hacerme responsable. Pero no quiero hacerlo por esa razón. Aunque te parezca estúpido, creo que…
Tony rió, interrumpiéndolo.
—¿Me ofrecerás un anillo acompañado de flores? —mencionó con ironía, sabiendo que había logrado su cometido; hacer sentir mal a Steven—. Claro que me parece estúpida tu propuesta. Solo porque te acuestes con alguien no tienes el deber de casarte con esa persona; eres un anticuado, Rogers. Deja de lado tus pensamientos retrógrados. Deja de actuar como si casándote conmigo me hicieras un favor. Eres igual a todos los de tu tipo —dijo, sin importarle ocultar la molestia que sentía, pero, casi inmediatamente, sonrió, acercándose a Steven—. Si te preocupa que alguien más se entere de que te acostaste con alguien que legalmente aún no puede consentir… No te preocupes, odio victimizarme. No se lo diré a absolutamente nadie. Este… —fingió una expresión de hastió—… desagradable incidente jamás se volverá a repetir
—No es… —miró al piso. Anthony debía creerlo un idiota. Siempre parecía burlarse.
—Olvídalo, Rogers —dijo finalmente, alejándose—. Cuando mi tía te pregunte, le dirás que tuvimos un pequeño inconveniente, sin repercusiones, por mi estado
—No es así —Tony intentó replicar, pero el tono que uso se lo impidió. No comprendía porqué le agradaba mucho cuando Steven tomaba una actitud desafiante—. No me importa si alguien se entera o no —se acercó a Tony, dando los pasos que este daba para alejarse, no queriendo hacer algo de lo que pudiera arrepentiré después, si seguía muy cerca de él—. Se perfectamente que es un delito, incluso que, si decido seguir en el ejercito, arruinaría completamente mi carrera, pero nada de eso me importa. Esto no lo hago por esa razón. Si deseas victimizarte, puedes hacerlo, pero tienes que estar completamente seguro de algo, Anthony, no retractaré mi propuesta. No me apartaré de tu lado. Sin importar lo que hagas… Compréndelo —ni siquiera sabía por qué razón usaba esas palabras, simplemente tenia la necesidad de que él las escuchara.
Tony dio un paso hacia atrás, tratando de ocultarse, pero la pared le impidió continuar. No quería seguir escuchándolo, pero el dolor que aumentaba paulatinamente le impedía pesar coherentemente.
—Jamás te dejaré, Anthony. Puedes gritarme, puedes insultarme… Estás en tu derecho, pero no puedo dejarte —Tony cerró los ojos, tratando de ignorar el dolor que seguía aumentando con cada palabra que escuchaba—. No quiero apartarme. Sin importar lo que digas, sé que no lo dices…
—No… —se colocó una mano en la cabeza, cerrando definitivamente los ojos, mientras se sostenía de la pared. Los últimos cinco días las cefaleas eran cada vez más intensas—… sigas… No quiero que sigas. ¡No las digas, Steve!
—Tony ¿Estás bien? —intentó sostenerlo, pero Tony lo empujó con las pocas fuerzas que, en ese momento, poseía.
—¡Eres un maldito idiota, Rogers! —dijo, llevando su otra mano a la cabeza, empezando, por una razón que no comprendía, a llorar—. ¿Qué tengo que hacer para que comprendas que no te quiero tener cerca? Yo… no quiero que hagas cosas por mí. No quiero. No quiero que hagas estúpidas promesas… Steve. Yo no… No puedo soportarlo… No quiero…
—Tony… —Steven, preocupado por las cosas sin sentido que decía, lo tomó de los hombros, irguiendo fácilmente, dejando que una de sus manos se moviera, como si tuviera vida propia, reconfortándolo.
Abrió los ojos, ante el llamado y las caricias que le eran dadas, y miró a Steven. Tocó sus mejillas. En los últimos días estaba llorando también en el día. Suponía que se debía a que había traicionado a quien de verdad, inconscientemente, amaba.
—No vuelvas a llamarme de esa forma, Rogers —dijo, desconcertándolo por el cambio repentino, alejándose de su contacto—. Sinceramente no me importa cuál sea la razón por la que desees casarte conmigo, ya te lo dije, solo quiero que me dejes en paz. No tienes porqué preocuparte por mi situación —fingió indiferencia, tratando de demostrarle que su fortaleza no se desmoronaba lentamente—, me casaré; tengo pareja. Ya no quiero que intervengas
No fue capaz de mirar a Steven al rostro, sabía que si lo hacia se retractaría. Decidido, retomó su marcha pero su voz lo detuvo nuevamente, a pesar de que se recriminaba detenerse.
—¿Es lo que realmente deseas?
Bajó la mirada, no le agradaba el tono que usaba Steven. Quiso gritarle que si lo deseaba, pero, aunque se esforzó, no pudo responderle. Lo que verdaderamente deseaba, lo detestaba. Pero, paulatinamente, sus deseos enmascaraban cualquier sentimiento negativo.
—Anthony…
Escuchó sus pasos acercarse, pero no pudo moverse. Simplemente esperaba que Steven hiciera o le dijera cualquier cosa que le hiciera saber que la decisión que había tomado no era la correcta, sintiéndose contrariado al recordar lo que, estaba completamente seguro, quería algunos minutos atrás. Miró su mano inconscientemente, esperando a que Steven la tomara, así como había hecho anteriormente. Solo debía rozar sus dedos y él aceptaría que estaba equivocado. Solo necesitaba un justificante para dejarse llevar finalmente.
—“Él jamás lo hará… no después de lo que le dijiste”
Y, aunque no lo observaba, tenía razón. La mano de Steven temblaba ligeramente, estirada en el aire, mientras se debatía internamente entre lo que debía y quería hacer; sabía que no debía tocarlo, pero necesitaba hacerlo.
Tony movió ligeramente los dedos, tratando de acortar la distancia que separaba sus manos. Solo debía tocarlo y, si Steven respondía a su contacto, tomando su mano, enterraría completamente su pasado. Pero, cuando sus dedos estaban a punto de encontrarse, Steven habló nuevamente.
—Tienes razón, lo siento —dijo—. Te doy mi palabra de que no volveré a importunarte
Sus labios se movieron, tratando de pronunciar lo que realmente pensaba, pero los pasos de Steven se alejaron muy rápidamente, dejándolo con aquella sensación de no poder respirar.
—Fue lo correcto —susurró, mientras daba pasos lentos a su habitación, tratando de convencerse de que las lágrimas que bajaban por sus mejillas no significaban absolutamente nada, pero la sensación de vacío no le permitía pensar claramente.
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—¿Qué estoy haciendo?
Giró su cuerpo nuevamente, mirando hacia el techo, cubriéndose el rostro con una almohada, como si de esa forma pudiera esconderse de sus deseos. Era la quinta vez, en una hora, que deseaba salir de la habitación y buscarlo.
Ya había pasado dos días desde su último encuentro con Steven. Y, aunque le había pedido que no lo buscara, deseaba verlo. Pero, a pesar de que se recriminaba esos sentimientos, no podía evitar extrañar su presencia y sucumbir momentáneamente a sus deseos, llegando a ingresar a la oficina de su tía y sustraer el número de la habitación donde se encontraba actualmente.
Sin embargo, llevado por sus miedos, aún no era capaz de ir a buscarlo. Temía ser rechazado, pero, sobre todo, a recuperar sus recuerdos y olvidar sus sentimientos actuales.
Apartó la almohada de su rostro y tomó la libreta que le había regalado Steven, observando, como lo hacía diariamente, el retrato que le había realizado. Aún no comprendía por qué una inmensa felicidad y tristeza le embargaban.
Desolado, cerró la libreta nuevamente y giró hacia la otra cama que se encontraba en la habitación. Y, sin pensarlo, se levantó, dirigiéndose hacia esta.
Se había deshecho de las sabanas esperando que su tía no sospechara lo que verdaderamente había ocurrido, pero la almohada la había conservado. Se acostó, abrazando la almohada, mientras aspiraba el olor que aún conservaba. Ya no le importaba despertar todas las mañanas en esa cama abrazando aquel objeto. Le había dejado de dar importancia al hecho de que, en estado sonámbulo, buscara tener cualquier tipo de contacto con Steven, ya que esa era la única forma en que podía descansar sin tener pesadillas.
Abrió la libreta, sacando esta vez la foto. Observó los tres rostros que siempre repasaba, deteniéndose en la figura de Stephen. Ya estaba completamente seguro de que ninguna de las otras dos personas podía ser su pareja. Y, lo poco que recordaba de Stephen, le hacía pensar que debía ser el indicado.
Abrazó más fuerte la almohada y lanzó la foto al piso. Ya no quería pensar. Estaba seguro de que no quería recordar.
Hundió su rostro en la tela, dejando que sus lágrimas fueran absorbidas por esta, mientras sus pensamientos volvían a centrarse en la única persona que no quería olvidar.
—Eres un idiota, Rogers… Quiero verte… ¿Por qué… no vienes a buscarme?
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No pudo resistirlo. Sus deseos de verlo superaron su razonamiento.
Entró en la habitación de Steven, esperando no encontrarlo, pero deseando hacerlo. Lamentablemente, se encontró a solas en la estancia.
La habitación estaba decorada igual a la suya. Las paredes tapizadas de amarrillo suave y cortinas blancas, diferenciándose solo en el tamaño; era más pequeña, por lo cual solo poseía una cama y un pequeño armario.
Sin embargo, había algo que hacía especial a esa habitación; el olor de Steven era fácilmente identificable.
Se acercó a la cama, dejando que su cuerpo se moviera instintivamente, y acarició las sabanas. Y, sintiéndose atraído por el olor, finalmente terminó acostándose. El olor de Steven era más intenso en la cama. Y eso lo aliviaba. Giró su rostro, tratando de tener más cerca la tela de la almohada, dejando escapar un pequeño gemido.
—¿Dónde estás, Steve? —aspiró nuevamente, abrazando la almohada, y sonrió. El aroma de Steven era su favorito.
Cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación de serenidad que invadía todo su cuerpo, dejando de importarle si era descubierto. Ya no le interesaba si lo que estaba haciendo era incorrecto. Simplemente quería sentirlo a su lado.
Pero unos pasos lo hicieron erguirse, y la voz que escuchó, al otro lado de la puerta, le confirmó quien era la persona que se acercaba. Sonrió, inconscientemente, y se levantó, corriendo hasta llegar a la puerta. Ni siquiera pensaba en sus acciones, solo quería que Steven lo abrazara.
Sin embargo, cuando tomó el pomo, dispuesto a abrir la puerta, escuchó otra voz, pero por la confianza que utilizaba no parecía pertenecer a ninguno de los enfermeros.
Invadido por los nervios, le colocó seguro a la puerta cuando sintió al pomo moverse. Y, sin pensarlo, corrió al pequeño armario, colocándose entre la ropa, esperando ocultar su olor y no ser descubierto.
—Debimos buscar a algún enfermero —escuchó la voz de Steven, cuando la puerta fue finalmente abierta, seguida de una risa que, aunque no veía el emisor, le fastidió.
—Ni perdiendo la memoria dejas de ser el mismo —escuchó la puerta cerrarse—. No dañe la cerradura, si es lo que te preocupa. Vaya… este lugar está mejor que tu habitación
Llevado por la curiosidad, se acercó a la puerta, empujándola levemente, tratando de identificar a la otra persona presente en la habitación y el origen de su creciente molestia.
—Mi habitación sigue siendo más cómoda
Escuchó unos pasos y, cuando aquella figura se sentó sobre la cama, pudo observarlo. Era un chico probablemente de la edad de Steven, de cabello oscuro que caía un poco más arriba de sus hombros. Y, por algún motivo irrazonable, le desagradó, sobre todo cuando se acostó, sin ningún descaro, sobre la cama.
—Definitivamente, estas completamente equivocado —dijo, mientras giraba en la cama, justo como antes lo había hecho Tony—, podría pasar todo el día aquí, a diferencia de los tres minutos que podría soportar estar tu cama
Inconscientemente, se acercó más a la puerta cuando Steven se sentó también sobre la cama.
—No recuerdo que te hayas quejado la última vez
Anthony frunció el ceño ante aquella frase, mientras apretaba, inconscientemente, la manga de una de las camisas que se encontraban a su alcance.
—Bueno, cualquier cosa es mejor que dormir en el piso de tu habitación —se irguió, sentándose al lado del más alto, cuando este empezó a mirar sus manos—. ¿Estás bien?
—Quiero que regresemos a casa, Bucky
—Steve…
—Puedo asistir a las terapias, no es necesario que este en este lugar —dijo, observándolo nuevamente—. Agradezco mucho a la señora Carter, pero ya no creo necesitar la ayuda de un psiquiatra… Extraño estar en casa. Además, no creo que sea justo que sigas pagando este lugar. Sé que apenas podías pagar solo nuestro apartamento. No quiero que trabajes turnos extras para costear este lugar… Ni siquiera puedo imaginar cuánto cuesta estar en un lugar como este
—No debes preocuparte por cosas sin importancia. El médico dijo que estar aquí te ayudará a estar emocionalmente estable —Steve intentó replicar, pero no se lo permitió—. Si, ya he comprobado que estas mejor que antes, pero hasta que tu psiquiatra no crea conveniente que te marches, no lo harás —dijo de forma seria, indicándole que no aceptaría ningún justificante—. Además, mientras estas aquí comparto gastos con Nat
—Pero… —repentinamente bajó la mirada, como si estuviera buscando algo sobre la cama.
—No debes preocuparte —le colocó una mano sobre el hombro, creyendo erróneamente que Steven estaba triste por su situación—. Recuerda, siempre nos levantamos. Si estuviera en tu situación, se que también harías lo mismo. Steve… —le movió el hombro, al percatarse de que no parecía escucharlo—. ¿Estás bien?
Lo miró, pero casi inmediatamente volvió a dirigir su atención a las sabanas.
—Sí, es solo que… —lo miró nuevamente y, llevado por su embelesamiento, se acercó lentamente a su rostro hasta quedar muy cerca de su mejilla—. Tu olor, es… diferente —tomó un mechón de cabello del contrario y lo olfateó.
—¡Oye! —colocó una mano sobre el rostro de Steven, alejándolo—. Sabes que eso no está permitido —dijo de forma suave, mirando hacia el piso—. Odio que invadas mi espacio personal. Deja de hacer ese tipo de cosas raras —apartó de su rostro el mechón que Steven había tomado, colocándoselo detrás de la oreja, dejando escapar una risita nerviosa.
—Lo siento… —cerró los ojos, perdiéndose momentáneamente en la fragancia cuyo origen no podía identificar, pero sentía que le llamaba—. No logro… —abrió los ojos, ruborizándose. Estaba seguro a quien pertenecía, pero sabía que era su cerebro jugándole una mala pasada—. Creo que necesito descansar —dijo finalmente, pasándose una mano por el rostro—. En los últimos días el número de horas en las que logro conciliar el sueño se han reducido… Hay días en que son completamente nulas
—¿Sigue sucediendo lo que me comentaste por teléfono?
Steven lo miró, era una súplica silenciosa.
—Steve, sabes que…
—Necesito volver a casa —dijo, interrumpiéndolo, sonando momentáneamente desesperado—. No puedo… Yo… —se cubrió nuevamente el rostro y, después de suspirar, prosiguió—. Estar con ustedes es suficiente
James suspiró, colocando nuevamente su mano derecha sobre el hombro del rubio.
—Hará que me arrepienta de esto cuando esté consciente —susurró, confundiendo a Steven, pero, antes de que pudiera exteriorizar su duda, prosiguió—. Está bien, volvamos a casa —sonrió, respondiendo al abrazo que Steven le dio en respuesta. Desconcentrándose momentáneamente por el ruido que provenía del armario. Pero, pensando que tal vez se había caído algo, decidió ignorarlo.