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Dos mundos, un amor por Midori Yaoi Grey

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Notas del capitulo:

¡Come back! La historia por supuesto que continua. 

Abue, gracias por la ayuda :) 

El venir con Astrid a la conferencia era la principal razón por el cual ahora me encuentro con ella, sin embargo, el día que esta cita quedó acordada, su amiga Alondra se acercó en secreto para recomendarme que después del evento, me sugería llevarla al parque de diversiones ya que aunque no lo diga abiertamente, ha querido ir desde hace algo de tiempo.

Y ha llegado la hora de preguntarle esperando acepte. Debo sonar natural para que parezca una casualidad.

-          Astrid – nos detenemos y me mira esperando lo que voy a decirle.

-          ¡Ah, eso ha sido divertido! Definitivamente tenemos que regresar a la feria – ambos nos asustamos por la exaltación de una chica que está pasando con otra cerca de nosotros – es increíble que te ganaras ese bonito peluche.

-          Desde que lo vi pensé: tiene que ser mío, aunque mis intentos fueron muchos – la chica lleva en sus manos un curioso conejo blanco vestido de Alicia en el país de las maravillas.

Sin querer ambos nos distrajimos en aquella plática ajena, notando como mi linda acompañante observa con atención lo que una de las señoritas ha ganado.

-          ¿Has ido ya al parque de diversiones? Dicen que ha cambiado mucho – al preguntarle da un respingo.

-          Yo… bueno, tiene algo de rato que no voy a ese lugar – por la manera en que lo dijo, alerta que no es algo de lo quisiera hablar a profundidad.

-          Somos dos – le sonrío de lado alzando los hombros - ¿no te gustaría ir? – me mira con asombro – claro, si es que gustas – en su rostro plasma de estarlo pensando antes de darme una respuesta.

-          De acuerdo - ¡Sí! – pero -¿pero? – deja que yo te invite, como agradecimiento.

-          Te lo agradezco, pero no quiero ser una molestia – ella niega con la cabeza.

-          Si hablamos de molestia creo que soy el… la más indicada en decir eso – ante su error en el uso de “género” en su oración, lo cambia rápidamente, dejándome en desconcierto – ya has hecho mucho por mí – refiriéndose al libro.

-          Lo digo en serio, no es ninguna molestia – trato de persuadirla al no parecerme correcto dejarle invitarme.

-          ¿Temes que dañe tu sentido de “hombre” al dejarte invitar por una chica? – esto lo dice en tono de broma tomándome en curva por su cambio repentino de cordialidad, el cual parece ser que ella misma se dio cuenta – discúlpame, como pude decirte eso – hace una pequeña inclinación a modo de disculpa, creo que el trabajo le ha causado esta curiosidad – creo que es mejor que me vaya.

-          No, espera – la toco del hombro antes de que se fuera – no te disculpes, si no te molesta, o quizás suene apresurado, pero me gustaría que seamos amigos, así que las bromas entre nosotros está bien. Digamos que mi personalidad es similar – al verla dudosa, decido preguntarle - ¿qué opinas?

-          De acuerdo – me otorga una pequeña sonrisa – entonces, Sebastian – ah… mi nombre suena tan bien saliendo de sus labios - ¿dejarás que te invite? Ya que somos amigos, eso no dañaría tu rango varonil – admito que tiene unos comentarios interesantes.

-          Y será todo un placer, Astrid – hago una pequeña reverencia – pero solo para aclarar, no era por mi daño varonil, solo quería ser…

-          ¿Caballeroso? – se adelante a lo que justo quería decir.

-          Tal vez… entonces ¿nos vamos?

-          Claro, ¿cómo podremos ir?

-          Traje coche y está muy cerca.

Empezamos a caminar hasta llegar al vehículo, y aplicando la palabra que empleó con anterioridad, le abro la puerta para que pueda entrar cerrándola para dar la vuelta y poder subir.

-          Lindo auto – mira a su alrededor.

-          Gracias ¿te gustaría algo de música?

-          Estaría bien.

-          Aquí está el Ipod – le señalo donde está guardado – ya está vinculado con las bocinas, la copiloto escoge – le digo a modo de complicidad.

-          Entendido – mientras ella toma el mando de la música, enciendo el motor del coche para ponernos en marcha a nuestro destino - ¿tú manejas?

-          Quizás te parezca raro, pero no – sin quitar su vista del artefacto, me confiesa.

-          ¿Y no te gustaría?

-          Sí, es de mi interés, pero no es una posibilidad del momento.

-          ¿Por qué? – me aventuro a tratar de que me platique más de ella.

-          No tengo un vehículo y el pagar una escuela de manejo implica gastos.

-          Entiendo. Si, esas escuelas pueden ser algo caras – miro lo entretenida que está leyendo las canciones – yo podría enseñarte – ante mi propuesta agranda sus ojos – no es por echarme flores, pero soy bueno enseñando.

-          No, como crees. Eso ya sería demasiado, además no tengo donde practicarlo en todo caso.

-          El instructor podría prestarte el suyo – empieza a negar con la cabeza.

-          De verdad, no te molestes. Te lo agradezco, aparte es algo que no está en mis planes para aprender del momento.

-          Está bien, pero si cambias de parecer, por favor, tenlo en cuenta.

-          De acuerdo.

Mientras continuamos nuestro trayecto, la plática continuó fluidamente, agradeciendo el momento ya que siento a Astrid más relajada. Está mostrando su personalidad, lo cual implica que es un gran avance; ella es muy linda en toda la extensión de la palabra y su sentido de humor es agradable, incluso soltó uno que otro sarcasmo. Y lo peor de todo, que no he podido parar de compararla con Ciel, a ambos los conozco de casi nada de tiempo y puedo apreciar una enorme similitud…

Dicen que en esta vida tenemos más de una persona parecida a nosotros, incluso podrían estar en el mismo país, en el mismo estado. Podría aventurar a decir que ellos podrían ser el caso de uno o solo quizás… muy probablemente, puedan ser hermanos…

No creo poder con la duda, de alguna manera u otra lo averiguaré.

-          Ahí está – en los ojos de Astrid se proyecta un genuino interés y emoción.

-          ¿Qué tipo de juegos te gustan? – le pregunto casi saliendo del auto una vez ya estacionado.

-          No tengo un gusto en particular, pero lo que impliquen juegos de azar me llaman la atención – me responde acercándose. Siento que para ella es difícil decir que algo le gusta.

Nos acercamos a la taquilla de entrada donde por supuesto ella se adelanta para comprar el pase de ambos. Y la verdad verla con esa energía me contagia, a pesar de que este lugar no es de mis favoritos, con ella aquí podría volverse en los mejores.

-          Vamos – me extiende un pase.

-          Gracias – le sonrío y nos adentramos al parque.

. . . . . . . . . . .

Los juegos a los que subimos fueron diversos. Ha resultado ser divertido. Deberé agradecer a su amiga por el consejo.

Ambos animados, con el estómago listo para continuar, caminamos en búsqueda de algún último juego, ya que empieza a caer la tarde.

Astrid se detiene al cautivarse por uno que implica usar dardos para dar en el blanco, mas considero que está admirando los premios y una de ellas, el premio mayor, es el mismo conejito blanco que le vimos aquellas chicas, con la diferencia de que este es más grande, tiene unos curiosos ojos rojos y está vestido de ¿mayordomo?

-          ¿Quieres intentar? – le pregunto sobre el juego para que no se dé cuenta que me percaté de su interés por el peluche.

-          No soy muy buena con los tiros a distancia.

-          Pero puedes intentarlo – ante mi sugerencia se calla para pensarlo.

-          De acuerdo.

Y realmente no mentía con decir que su fuerte no son los tiros. Sus intentos fueron de diez rondas aproximadamente y ni siquiera pudo acercase o tan quisiera rosar el tablero.

Al verla ligeramente desanimada, me decido por participar.

-          Veamos que resulta – le digo con una sonrisa de lado.

Tomo los dardos y los empiezo a lanzar una por una al tablero dando todas en el centro.

-          Increíble… ¿acaso practicas estos juegos?

-          He jugado un par de veces – alzo los hombros.

-          Puedes escoger su premio joven – el dueño del juego me indica – puedes elegir el que gustes.

-          Quisiera ese – señalo el conejo.

-          Aquí tiene.

-          Gracias – al tenerlo en mis manos, me giro a Astrid y se lo ofrezco – si me lo permites, me gustaría dártelo – se sorprende.

-          Pero si tú te lo ganaste…

-          Para serte sincero, los peluches no son mucho de mi gusto, y no es porque puedan dañar mi lado varonil – bromeo provocando una pequeña sonrisa de su parte.

-          Si es así, te lo agradezco.

El ver la sonrisa de Astrid… creo que podría volverme adicto a ello y más si puedo ser la causa que provoque esos gestos.

Caminamos hacia la salida, ya no como dos que llegamos, sino tres, acercándonos al auto.

-          ¿Te gustaría que te lleve a tu casa? – ante mi pregunta se calla pensativa.

-          En realidad, si no es molestia, ¿podría ser a la cafetería? Alo… Alondra me pidió pasar ahí cuando acabara.

-          Claro que no es ninguna molestia. Vamos.

El nuevo invitado al ser algo grande, tuvo que ir en la parte de atrás de los asientos mientras nosotros continuamos platicando sobre la experiencia en el parque y las canciones que hemos encontrado en común.

Detengo el auto justo frente a la cafetería mientras Astrid se prepara para salir.

-          Gracias por traerme – toma el libro firmado en sus manos.

-          Gracias a ti por acompañarme. Me divertí hoy.

-          Yo también… bueno, nos vemos luego – impulsivamente quisiera despedirme con un beso en su mejilla al menos, pero sabiendo lo  precipitado que puede ser, me abstengo.  

-          No olvides al nuevo amigo – me sonríe.

-          Y gracias por él.

Se baja del carro para abrir la siguiente puerta y así tomar al conejo blanco.

Antes de cruzar la calle, se despide con la mano, devolviendo el gesto.

No es hasta que la veo ingresar al local para poder exhalar la respiración contenida.

Astrid… es… es preciosa.

No cabe duda. Ella me gustó desde el primer momento en que la vi y el día de hoy solo confirmó mi determinación por intentar ganarme su corazón.


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