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Sueños por 1827kratSN

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Nació con la primera mirada en aquella época en donde no era nada más que una extensión británica, con solo reconocer en la mirada ajena una luz que encendió su esperanza, pero aquella dicha le duró poco porque después de eso sólo recuerda el dolor de su gente y el aroma metalizado de la sangre que formaba parte de su pesadilla personal. Aun así, no olvidó esa sensación de calidez, ni siquiera cuando tuvo que seguir a otros para darle la espalda a quien menos quería.

Pero tuvo la oportunidad de cambiar eso. Tuvo que dejar su actitud pasiva para entablar pláticas con sus gobernantes, insistir en algunas cosas y progresar en silencio porque toda relación que Canadá entablaba con México era a través de sus representantes políticos. Pero era algo muy bueno, porque de una u otra forma había empezado con algo. Apenas eran algunas pláticas formales, un par de miradas, la sonrisa que él devolvía con emoción menguada por la diplomacia.

Y estaba también el silencio.

Porque vio cuántas manos tocaron aquel cuerpo, cuantas miradas se centraron en el mexicano, y él sólo podía mantener sus celos a raya porque no tenía nada que ver con aquel país. Porque él solo lo admiraba de lejos y fantaseaba con cederle todo lo que estaba en sus manos para que sonriera. No era nadie y aun así sufría a la par que veía cada grieta nueva, cada venda y cicatriz. Era un cobarde porque no intervino cuando quiso hacerlo, todo por mantener la paz que su gente necesitaba y por no darle la contra a su hermano.

Era despreciable.

Por eso no estuvo muy seguro de seguir con eso, pero su necesidad fue mayor y por primera vez dejó de escuchar a los demás y se priorizó. Lo hizo porque era una de las pocas oportunidades que tenía, aunque estaba consciente de que no era el mejor momento. No cuando lo podía ver tan destrozado, triste y pidiendo un poco de paz.

 

— Un câlin est toujours bon, vous ne pensez pas? — (Un abrazo siempre es bueno, ¿no lo crees?), susurró.

 

El tricolor ni siquiera lo había notado y Canadá lo entendía porque siempre fue invisible para todos, pero no pudo soportarlo. Lo vio llorar, ocultar sus hipidos, y él simplemente se acercó y sin más lo rodeó con sus brazos y lo acunó en su pecho. Le acarició la espalda, se quedó en silencio escuchando las penas ajenas, y se quedó ahí prometiendo que jamás hablaría del tema. Porque sabía del orgullo de aquel país que a pesar de todo siempre volvía a levantarse.

 

—Chale —rio suavemente cuando se calmó y apartó para retomar su postura firme—, no sabía que alguien como tú podía ser apapachable.

—Merci? —no pudo evitar reírse.

—¿A poco me entendiste? ¿Entiendes el español?

— Je l'ai fait pour vous —(Lo hice por ti), cubrió sus labios porque acaba de delatarse.

—Uy, ahí si hay un problema, porque yo no entendí ni verga.

 

Empezó ahí, con una confusión entre sus idiomas; porque si bien Canadá entendía el español porque se mató días y días en la soledad de su cuarto aprendiendo el hablar latinoamericano, era muy poco lo que podía hablar propiamente dicho. Era más de escuchar que de entonar. Fue una brecha que rompieron cuando el mexicano empezó a entender algunas de sus palabras en francés y él se dio el valor de intentar hablar en español, aunque claro, su acento no era el mejor.

Y el oro negro los unió después.

Fue cuestión de algunos años, con intervención del estadounidense también, pero era siempre el canadiense quien trataba de ceder todo lo que podía —sin ser demasiado obvio—, para que el mexicano se viera beneficiado. No le importaba recibir las quejas de su hermano o sufrir de algunos contratiempos con tal de ser aquel fantasma que mejoraba la economía de tricolor. Era muy feliz al saber que podía ser algo más que solo un amigo.

 

—No mames, ni aguantas nada.

 

La risa de con quien compartía las llamadas chelas, caló muy profundo en su pecho en esa ocasión, y fue entonces que olvidó el picante que hacía arder su lengua —porque aquel alimento que le brindaron era como el infierno para su paladar—, y se centró en la melodía agudizada de quien golpeaba la mesa, divertido por su pequeño accidente con el chile.

Sonrió, no pudo hacer más.

Aceptó las invitaciones para ir a farrear y recorrer México, y él correspondió con su ofrecimiento para que el tricolor visitara su casa en tierras frías. Fue entonces que halló el valor para expresar lo que tanto había callado, mientras sus manos le temblaban y sentía la euforia recorrer sus venas a la par que todo el alcohol que habían ingerido. Se centró en esas mejillas rojas, en las palabras arrastradas del tricolor y en el aroma picoso de la comida preparada por ambos para su noche de relajación.

 

—No homo, güerito.

 

Pero se le adelantaron y antes de que pudiera acercarse, el tricolor se le lanzó encima. Ah, como disfrutó de eso, del resonar de sus labios al separarse, de esa lengua que se movía dentro de su boca, del calor ajeno que pensaba no merecer, los suspiros, las caricias que compartieron en el piso de la sala, y de la resaca resonante entre el sonido de sus voces y el tintineo de una botella que resbalaba por el suelo. Se embriagó del ajeno y no se arrepintió.

Llegó su infierno.

Pero amaba el ardor de esas llamas eternas.

Su relación inició como un secreto dado entre tragos, descontrol y una satisfacción momentánea. Lo peor era que eso le bastaba, por eso no protestó cuando escuchaba al siguiente día que no era “algo más”. ¿Y qué más le daba? Si al menos podía calmar un poco de la tristeza del mexicano que era escondida bajo esa sonrisa y actitud positiva. Todo valdría la pena. Todo se lo daría, incluso si eso significaba lastimarse a sí mismo.

 

—Me han dicho que… debo tratarte bien para que sigas ayudando a mi gente —México confesó un día, porque la consciencia le pasaba.

— C'est bien. Vous n'êtes pas obligé de vous excuser — (Está bien. No tienes que disculparte), le sonrió.

—¿No te importa que te haya usado? —Canadá negó—. Pero a mí sí me importa, ¿sabes? —suspiró pesadamente— Porque tú me gustas más de lo que creí y…

— Reste avec moi, Mexique. Et je vais vous donner tout ce que vous demandez. — (Quédate conmigo, México. Y yo te daré todo lo que me pidas.)

—¿Con tal de estar juntos? —no se la creía.

— Oui, même si ça me détruit — (Sí, aunque eso me destruya), sonrió.

—Estás bien pendejo —declaró entre risas.

—Pero por ti —se forzó a hablar en el idioma ajeno y rio.

—No quiero que me alejen de ti —susurró el mexicano—, pero eso será contraproducente.

— Je vais supporter ça et plus encore..., si c'est pour vous — (Soportaré eso y más..., si es por ti).

 

Repitió esa frase tantas veces que al final terminó creyendo que era lo correcto, cuando en el fondo sabía que no lo era, cuando todos sabían que no estaba bien. México se sintió culpable, pero a la vez también abrigaba el peso del amor que le brindaba Canadá y no se atrevía a terminar con eso. Canadá escuchó las protestas de su hermano, aliados y líderes minoritarios, pero no quiso hacer nada.

Y entonces empezó. Sucedió.

Entre ambas naciones tenían acceso libre, la gente viajaba, el comercio se daba, ambos países podían verse seguido con la autorización de su propia gente. Se hundieron en una felicidad grisácea y salpicada. Acunaron su dependencia emocional bajo las manchas negras del oro extraído de la tierra, del polvo blanco que reemplazaba a la nieve, del papel verde que movía el mundo. Se amaron con locura hasta el punto en que empezaron a tratar las heridas nacientes como si fueran solo una representación de su gran y fuerte devoción.

Voces resonaron en el país que hasta ese punto fue pacífico, los líderes de altas organizaciones se escabulleron de la justicia estadounidense para crean nuevos senderos de comercio en el otro vecino, las explotaciones se expandieron, la paz se fue agrietando a la par que Canadá cubría con vendajes las nuevas heridas y que México se deshacía en arcadas cada mañana para expulsar el rojo de la muerte inocente.

Pero se amaban.

Oh, cuánto se amaban.

Se acurrucaban en el portón mientras veían la nieve caer, entrelazaban sus dedos vendados y bebían un dulce chocolate. Se reían de sus pequeñas bromas dadas entre besos esquimales, y unían sus labios partidos por la sequía de sus almas. Porque si se hundían, lo harían juntos. Porque solo en el contrario hallaban la calidez que por tanto tiempo se les negó.

 

 

 

Notas finales:

 

A Krat el drama le sale decente, o eso cree, pero siento que a esta historia cortita le faltó más sentimiento. Bueno, al menos lo intenté.

Tuve que ir a revisar la Wikipedia y me hallé con información interesante, más que nada me inspiré en dos frases.

En 1968, ambas naciones establecieron una comisión ministerial conjunta para reunirse cada dos años para discutir y analizar intereses mutuos en la promoción del desarrollo y la profundización de las relaciones bilaterales”

“También se comprometió a trabajar para reducir la violencia relacionada con las drogas en el país y proteger a los canadienses visitantes”

Lo traté de explotar, pero creo pudo salir mejor.

Krat se despide hasta el siguiente drabble~

Besitos~

 

PD: Amo la toxicidad. Que no se enteren mis lectores del otro fandom ;v


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