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Delicioso aroma por 1827kratSN

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—No puedes ser tú —Reborn se había quedado esperando, parado en una intersección cercana al inmueble de dos pisos que recitaba un rótulo de guardería—. No puede —chasqueó la lengua.

—¿Por qué? —la sorpresa en esa mirada era tal que fue un poco cómico.

—Eres… la niñera de estos… mocosos.

—Por favor —aquel castaño suplicó en pánico mientras volteaba para mirar si su compañera salía de su turno también—. Le pido, por favor —suspiró antes de rascarse la nuca—. No lo diga en voz alta.

—Sólo… —torció una sonrisa maliciosa, porque iba a aprovecharse de la situación—. Sólo si me dices tu nombre y aceptas una bebida.

—Sí, sí —el castaño agitó sus manos antes de voltear una vez más hacia su zona de trabajo—. Solo deme unos minutos.

—No me iré si no es contigo —aclaró.

—Hay una cafetería a una cuadra —dijo asustado—, lo veré allí en diez minutos. Solo… déjeme despistar a mi compañera.

—¿Y cómo sé que no huirás?

—Porque de usted depende mi reputación —habló con seriedad.

 

La satisfacción que Reborn sintió cuando vio al castaño sentarse frente a sí, superó con creses su frustración guardada por días, porque su lado omega se volvió sumiso y su estrés desapareció con la primera mirada tímida de aquel castaño. Joder. No sabía si estar feliz o enfadado porque sus fantasías fueron destrozadas al notar los nervios, la timidez y duda de quién explicaba la razón de su trabajo en la guardería y su labor oculta en el otro distrito durante tres días.

Era obvio: el dinero.

Era un chico cualquiera, normal, típico, de esos que olvidas con facilidad…, pero ocultaba aquella parte que usaba en la cafetería exclusiva. Era un angelito que ocultaba un demonio interno. Era dos personas en una, porque así lo quiso el destino y la necesidad. Era solo un chico de veinte años que tenía que mantener a una familia de cinco, tres hermanos menores, su madre y a sí mismo. Era… Era la más dulce criatura que sus ojos apreciaron.

 

—Por favor, se lo suplico —agitó sus temblorosas manos—. No… No me busque —jadeó—. Olvide que existo.

—No.

—¿Por qué cree que trabajo en otro distrito? —sus dedos temblaban al tocar la mesa—. ¿Usted cree que me dejarían cuidar niños si se enteran de mi trabajo a medio tiempo a dos horas de aquí?

—No.

—Por favor —suspiró antes de cubrirse el rostro por unos segundos—. Mi trabajo aquí es mi vida —se mordió el labio inferior—. No la arruine —susurró, pero Reborn reconoció en esas últimas tres palabras una amenaza.

—¿Tan desesperado estás porque oculte ese lado tuyo?

—Sí.

—¿Qué estás dispuesto a darme a cambio de silencio? —estaba disfrutando de cada expresión que el chico pudiera darle.

—Se suponía que esto no iba a pasar —Tsunayoshi cerró sus ojos antes de apretar los labios—. Estaba protegido por el dueño… y ahora está usted aquí.

—Dime —ignoró el alterado estado del castaño, porque priorizaba sus propios deseos egoístas, siempre fue así—, ¿qué me darás por mi silencio?

—Que… ¿Qué quiere? —se atrevió a preguntar.

—Tu cuerpo —sonrió al ver el pánico en el chico—, y tu alma.

—¿Es un pacto demoniaco acaso? —frunció el ceño, indignado porque ese hombre azabache jugaba con algo tan serio.

—Tómalo como quieras —sonrió de lado antes de beber el café que se pidió.

—Por favor, esto es en serio. No tolero bromas de este tipo.

—Estoy hablando en serio —elevó una ceja—. ¿O mi silencio no lo vale?

—Yo… —boqueó al considerar la oferta por un momento—. ¡No puedo! —susurró alterado antes de rascarse la nuca—. No podría. Apenas si tengo tiempo para trabajar en la cafetería.

—No quiero una negativa.

—Yo no… —negó con su cabeza.

—Eres el culpable de todos mis desvelos y quiero que te hagas responsable —dirigió su fría mirada al chico que tembló un poco. Reborn se sintió poderoso.

—No he sido culpable de nada.

—Es tu aroma a vainilla, niño. Son tus feromonas —cerró los ojos antes de aspirar aquel perfume que le picaba la punta de la nariz.

—No es mi culpa —Tsunayoshi se encogió en su asiento—, porque no puedo controlarlas… A pesar de que tome medicina…, mi casta no me deja ocultar mis feromonas.

—¿Qué eres?

—Usted debe saberlo ya —apretó los labios.

—Quiero que lo digas.

—Soy un alfa —susurró apenas— de clase alta.

 

Reborn soltó su taza de café y regó el poco líquido que tenía, soportó una carcajada, pero después su mente tramitó todo y le dio sentido a lo que le estaba pasando. Su fascinación en ese día, su omega alterado por los recuerdos, el aroma que rondaba por sus memorias, su ansiedad por hallar alivio en el nombre del chico. Todo era debido a que ese mocoso frente a él era un alfa y de la más alta clase.

Era el chiste más negro de su vida.

Miró al niño una vez más, analizándolo, y cosas cobraban sentido. Esa mirada que se endurecía en medio de sus espectáculos, el aura dominante que a veces aparecía, el cuerpo esculpido con suave musculatura que no podía ser oculta ni por la ropa de cuero y las mallas. El aroma atrayente. Pero a la vez era absurdo, porque… ¿Qué hacía un alfa cuidando de esos mocosos? Un alfa de clase alta podía tener el mundo a sus pies, el camino estaría abierto en la carrera que desease, pero aquel castaño no parecía saber los beneficios que su casta tenía.

 

—¿No te atraigo ni un poco? —le dijo mirándolo con media sonrisa.

—No —Tsuna negó en medio de un sonrojo pronunciado en sus mejillas—. Además, no salgo con clientes.

—¿Seguro? —entonces dejó salir un poquito de sus feromonas, vio al chico tensarse y después cubrirse la nariz y boca—. Ahora repítelo hasta que lo crea.

—Huele a flores —susurró antes de mirar al hombre frente a él—. A lavanda… —usó toda su voluntad para que sus feromonas no se descontrolaran—, y no sabe la tortura que ha sido para mí.

—Has despertado en mí un interés insano, niño —deslizó sus dedos por una de sus patillas.

—Y usted ha hecho algo que nadie ha podido —Tsuna se tocó el pecho—. Despertó a mi alfa, que ha dormido porque ingiero supresores desde muy joven.

—Ven conmigo —susurró entre dientes, tentando con su voz a aquel chico.

—¿A dónde? —su voz tembló.

—Solo ven.

—¿Para qué? —tragó en seco.

—Solo sígueme.

 

Reborn se llevó al causante de sus delirios. Sujetándolo fuertemente de la muñeca, lo metió a su auto, colocó los seguros, y condujo con las manos temblando.

Porque ahora que había hallado al que consideraba el ser más delicioso en el mundo, no lo iba a soltar. Porque si ese mocoso con olor a vainilla le generó tanto caos, lo necesitaba para estar en paz. Porque en medio del estacionamiento de su propia casa, suspiró profundo antes de dejar a su celo surgir con fuerza, invadiendo el auto con su aroma, y causando un pequeño ataque de pánico en el castaño a su lado.

Pero fue tarde.

Porque Reborn obtenía lo que quería, a cualquier precio.

 

 

Notas finales:

 

Creo que expandiré un poco más el fic, porque me di cuenta que estoy dejando huecos. Pero veamos qué pasa.


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