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Escamas de oro por 1827kratSN

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Tres semanas después, Squalo tuvo que enfrentar de nuevo al dragón invasor de sus tierras. Su brazo derecho salió herido, y las ninfas tuvieron que ayudarlo a ahuyentar al enemigo con su magia, donde le dieron vida a los árboles cercanos que fungieron como escudo contra el ataque enemigo. Fue un caos que terminó con la vida de dos ninfas, el incendio que destruyó tres hectáreas de bosque virgen, el agotamiento extremo de las ninfas que ayudaron en la defensa, las noches frías que calaron en sus huesos, y la aceptación de las palabras de su protector.

Necesitaban ayuda.

O ese dragón terminaría por destruir su amado bosque.

Se decía que la madre tierra era sabia, que la magia resonaba a la par de sus usuarios y deseos más sinceros. Por eso, la sabia que empezó a brotar de los árboles sagrados, tomó un tono un poco más oscuro de lo normal en aviso de que algo cambiaría. Ocho meses después, en las cunas sagradas donde las nuevas vidas se forjaban, mostraron cuatro cuerpecitos formados y creciendo con normalidad rodeados de sabia sagrada. Era una ninfa que suplirían a las vidas perdidas y cedidas de nuevo a la tierra… Pero también había tres cuerpecitos varoniles marcados por un tatuaje oscurecido en su brazo derecho.

Un mes después, Squalo cargó con orgullo a la primera niña que nació en una mañana iluminada y con el cielo sin rastro de nubes, y pocos días después cargó en brazos al primero de sus primogénitos varones, de cabello negro como algunas de las ninfas más fuertes de las villas, de ojos vivaces y de piel lechosa como las demás hembras de magia en el lugar. Le dio el nombre de Reborn y lo eligió como el líder de sus hermanos. Le dio la tarea de guerra como prioridad y le encargó cuidar de las ninfas venideras. Solo debían criarlos adecuadamente y estarían listos para los siguientes obstáculos que deberían enfrentar.

 

—Mamá me dijo que hay que respetar cada vida —un rubiecito miraba al pajarito que rescató del suelo—, pero no sé qué hacer con esto-kora —era el segundo hijo, de ojos azules y temple firme.

—A veces la vida también es cruel —Squalo miró a la avecilla que piaba en llamado de su madre—, algunos mueren para que otros vivan y no podemos hacer nada contra eso.

—Se puede hacer algo —el azabache, el mayor de todos, señaló en dirección de la villa—. Mamá dijo que podíamos adoptar a los huérfanos.

—Adoptar suena difícil —murmuraba el tercer niño, de cabellos púrpuras a la par que sus iris—, ¿tenemos que hacerlo?

—Ustedes son ninfas, así que adoptar y cuidar es una de sus tareas —Squalo dirigía al pequeño grupo al que le estaba enseñando todo sobre el territorio y sus habitantes—, pero ustedes tres, al igual que sus hermanos menores, tienen que priorizar otra tarea.

—¿Y cuál es? —Reborn miró al dragón, su padre.

—Cuidar del bosque cueste lo que cueste —Squalo miró el cielo, por donde aquel enemigo no había aparecido desde hace años, presentía que eso no era nada bueno—, incluso… si para eso tienen que consumir la vida de alguien más.

—Te refieres a que… —el rubio tragó duro—, ¿tendremos que matar a alguien?

—Matar es la última opción —aclaró con firmeza—, pero habrá enemigos que no se espanten por nuestra fuerza, y tendremos que darles cara y acabar con ellos antes de que nuestra gente perezca bajo sus manos.

—Eso suena cruel —Skull hizo una mueca—, pero si es para proteger a mamá, ¡está bien!

—Cuidar de todo es nuestro deber —el azabache era más serio, centrado y un poco calculador—, tenemos que hacerlo bien… Importa nuestro hogar, nuestras madres y hermanas, nada más, por eso podemos acabar con quien se atreva a dañar lo que amamos.

—Bien dicho, mocoso —sonrió el albino antes de despeinar esos negros cabellos.

—Entonces ¿cuándo nos enseñaras a pelear? —miró al mayor de forma retadora—. Hasta ahora solo hemos aprendido de plantas, animales y estrategias.

—¿Crees estar listo, mocoso? —miró a sus hijos.

—¡Lo estoy!

—¡Yo también!

—¡Y yo!

 

Eran los primeros varones bajo el yugo de su protector de raza diferente, eran el fruto de los anhelos de Squalo por crecer en fortaleza para cuidar de Dino y todas las demás, eran criaturas de magia que se verían en la tarea dolorosa de mancharse las manos con sangre enemiga con tal de mantener intacta la pureza de esa tierra. Y así como los tres empezaron su entrenamiento, los tres siguientes varones nacidos bajo el yugo de las ninfas —todos con el cabello albino en esa ocasión—, también irían aprendiendo el oficio y se centrarían en las demás villas de hadas que Squalo visitaba periódicamente.

 

—¡Nuestro señor ha sido herido!

—¡Necesitamos apagar el fuego!

—¡El dragón enemigo a aparecido de nuevo!

 

El ataque fue tan feroz y repentino, que apenas y pudieron resguardar a su gente dispersa por la época de primavera llena de nacimientos de mamíferos y flora en sus tierras. Las llamas brotaron de la boca del dragón azulado que ondeó sus alas sobre zonas extensas. Enorme criatura que al parecer aumentó un poco de tamaño y evidentemente llegó con más poder y furia, para reclamar los secretos que las ninfas se llevarían con ellas hasta la tumba de ser necesario.

Fue un acto cruel que colocó a los herederos —que no superaban sus diecisiete primaveras—, a actuar con prisa. Siendo ahora ellos los encargados de ahuyentar al enemigo, porque estaban conscientes de que aún les faltaba adquirir más fuerza, y por ende ganar estaba fuera de su alcance.

Pelearon con el honor cedido por el dragón progenitor.

Y así fue en los siguientes años, donde actuaban como ayuda hacia su protector, quien peleaba en los aires, siendo ellos el ataque segundario desde las copas de los árboles. Armados con arco y flechas impregnadas de la magia que aprendieron a moldear para que hiciera daño, con habilidades mágicas menores que las de sus hermanas, pero que les sirvieron para animar a las plantas a su alrededor para darles forma y dañar al ser que aleteaba en amenaza.

Siempre valientes, sin dudar en cada movimiento, atreviéndose incluso a treparse en la espalda de su padre para saltar al ataque cuando fuese necesario. Temerarios como pocos, ágiles y decididos. Poco les faltaba para manchar sus manos con la sangre de un enemigo.

 

—Caerás a la par que la basura que te acompaña —bramaba la criatura que empezaba a inclinarse hacia un lado debido a la herida de una de sus alas—, los consumiré hasta los huesos.

—Largo de aquí, maldito —respondía el dragón albino cuyas escamas brillaban ante la luz del sol—, porque a mis tierras jamás les pondrás un dedo encima.

 

Fue una promesa compartida con sus primogénitos, los más grandes jadeando a su par por el enfrentamiento, y los más jóvenes observando de lejos porque aprendían sobre tácticas básicas de combate. Sin embargo, Squalo estaba consciente de que la avaricia de su enemigo sin rostro y sin nombre, era tal, que sería capaz de volver con alguna otra artimaña que no se basara simplemente en agrandar la magia que contenía su cuerpo o su tamaño colosal. Temía que volviera con aliados, con enemigos que también desearan ennegrecer la pureza de la vida bajo su cuidado.

 

—Reborn halló rastros de un enemigo, tal vez un trol —Colonello informaba a su padre lo hallado ese día—. Se ha ido con Skull a investigar.

—Ahora es por tierra —Squalo bufó mientras se levantaba tras asegurarse que el vendaje de su pecho estuviera bien colocado—. Tenemos que formar escuadrones de vigilancia.

—Le avisaré a mis hermanos y hermanas para formar grupos y horarios-kora.

—Hazlo —estiró sus músculos—, mientras tanto… yo vigilaré desde el aire.

 

El rubio se quedó observando los pasos de su padre, del imponente aura que lo rodeaba mientras se alejaba hacia donde los árboles no existían, y la hierba alta formaba una especie de cuna verdosa para que Squalo tuviera un sitio adecuado donde tomar su forma dragonaria. La magia que rodeaba al albino se volvía visible como miles de lucecitas brillantes que se agrupaban alrededor de ese cuerpo, y después solo era cuestión de segundos antes de que un par de alas enormes cubiertas de piel gruesa y blanca tomaran forma.

El primer aleteo cubría la trasformación de lo demás, pero poco importaba, porque lo que interesaba era ver el ascenso de esa majestuosa criatura que lanzaba un gruñido largo en advertencia para sus enemigos. La brisa de esas alas asemejaba a la otoñal, fuerte como para arrancar las hojas, pero fresca para calmar el calor sofocante en el cuerpo de los cercanos.

 

—¿Qué se sentirá volar? —el rubio lo pensó unos segundos antes de negar—. Como sea.

 

Tenía muchas cosas que hacer como para pensar en eso. Además, necesitaba un pantalón nuevo, solo eso, porque con la primavera era innecesario cubrir su pecho. Además, a todos les gustaba andar semidesnudos porque era mucho más cómodo. Y ni se diga de sus pies descalzos, porque de esa forma podían sentir las vibraciones del suelo. Colonello adoraba los climas cálidos, porque podía obviar la tela que a veces le picaba.

 

—¡Mamá, necesito que me ayudes!

—Si volviste a romper tu ropa…

—Fue un caso de vida o muerte —sonrió ante la rubia—. No seas mala, mamá.

—La próxima vez —Dino entrecerró sus ojos antes de apuntar a Colonello con su dedo índice—, tendrás que ir desnudo por ahí.

—Lo siento, mamá —pero se estaba riendo—. Sabes que sólo tú puedes hacer esa tela suavecita que no pica.

 

 


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