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Puertas abiertas por 1827kratSN

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Canadá fue cargado en brazos hasta su sala, no protestó, no tenía fuerzas para hacerlo, porque sintió un peso abismal sobre su ser. Rusia comentó sobre lo liviano que sentía a Canadá, no pudo evitarlo, porque se hallaba preocupado por la condición de la persona que amaba. Aun así, no se alteró cuando se dio cuenta que el bicolor terminó rendido, durmiendo plácidamente entre sus brazos.

Le besó la frente y los labios para reconfortarlo.

No sabía qué sucedió para que Canadá llegara a ese estado, pero por ahora solo le interesaba que mejorase, por eso lo acomodó en el sofá, lo cubrió con una manta, y fue a la cocina a preparar algo simple con los ingredientes que tenía a disposición. Le dolió despertar al delgado chico, pero tuvo que forzarlo porque de esa forma pudo alimentarlo. Lo vio comer con desgano, pero al menos logró que algo de color se recuperara en ese rostro.

 

—No dejes tu cabello mojado —regañó en susurros cuando quitó la gorrita de mapache y se fijó en la humedad de esas hebras rojizas y blancas.

—Rusia —lo miró y le brindó una suave sonrisa—, ¿me abrazas por un rato?

—–’—––—, ––—–—–– –— —…–—–—– —(El tiempo que quieras).

 

Lo acunó sobre su regazo, rodeando esa cintura con su brazo derecho y uniendo su mano izquierda con la de Canadá. Le brindó el calor que necesitaba, el confort y la atención. Besó la sien dispuesta, le susurró que estaba muy feliz de por fin poder compartir el amor que guardó por años, y le brindó suaves mimos que terminaban en roces de sus labios con los ajenos.

Canadá reía suavemente.

Rusia perdió todo su porte frío para mostrar lo dulce que era en el fondo.

Fue su primer día como una pareja formal.

Y hubiesen deseado tener más tiempo de esa forma.

Pero Canadá sabía que eso no iba a ser posible, porque ya desde antes de la llegada de Rusia su celular había estado sonando frecuentemente y lo ignoró porque el contacto dictaba “Hermano USA”. No tuvo fuerzas como para enfrentar ese problema, quiso fingir que no existía, pero al final su puerta fue derribada y ante él se mostró su ángel protector… mismo que podía convertirse en el demonio condenatorio si así lo quería.

 

—Sabía que había algo raro contigo —USA apareció en la tarde, seguramente dándole tiempo a su hermanito para que no pudiera esconder evidencias.

—Yo... puedo explicarte —se levantó para enfrentar a su hermano y Rusia quiso hacer lo mismo.

—¡No te muevas! —FBI apuntaba con un arma al ruso que intentó ayudar al canadiense—. No te muevas —repitió mientras rodeaba un poco la sala para apuntar mejor a su objetivo. Fueron minutos tensos.

—Nos vamos, hermano —el estadounidense sujetó el brazo del bicolor—. Ahora —advirtió cuando Canadá quiso refutarle.

—No puedes mandar sobre Canadá —Rusia se mantuvo sereno, porque sabía que Canadá podía defenderse sólo.

—¡Cállate, comunista de mierda!

—¡USA! —Canadá suspiró—. Ordena que lo dejen en paz y así no daré problemas para regresar a casa.

 

Así se hizo. Canadá siguió a USA, FBI los escoltó, y Rusia prometió que en dos días iría por Canadá —confiaba en que fuera tiempo suficiente para que esos dos hablaran e hicieran las paces—. Pero las cosas no eran así de fáciles, porque USA era terco, y Canadá se medía a la par que su hermano cuando ya había tomado una decisión. Eran dos fuertes impenetrables tratando de derribar al otro.

Pelearon, y no llegaron a un acuerdo.

USA no quería saber nada de una relación con un euroasiático, Canadá intentaba hacerle entender lo que había pasado y cómo se sentía al respecto. Ambos con sus argumentos, intentando no involucrar a un extra en su pelea familiar, pero sintiéndose en un puente a punto de colapsar. Era el miedo a ser lastimados lo que los llevó a ese punto.

 

—¡Estás siendo infantil! —Canadá golpeó la puerta de su cuarto, misma que cerraron con llave y trabas extra— ¡USA! ¡Abre! ¡Ya te expliqué todo! —golpeó repetidamente la madera— ¡Y te dije que no iba a dejar a Rusia!

 

Pero no le respondieron, lo encerraron como prisionero en la que consideró por años como su propia casa. Se adueñaron de su espacio personal y estaba seguro de que su hermano ahuyentaría a Rusia cuando éste llegara, también sabía que Rusia no se iba a doblegar tan fácil y temía por una pelea a nivel de guerra.

Y no estaba equivocado.

Porque se cumplió el plazo establecido, y aquel imponente country llegó hasta esa ostentosa casi mansión que figuraba como propiedad de USA. Hallarla no fue difícil, Rusia solo tuvo que usar un par de contactos y buscar en google las mansiones norteamericanas más destacables. Digamos que el de cincuenta estrellas no era demasiado responsable con su información, por el contrario, gustaba de presumir todo lo referente a él.

 

—Lárgate —USA amenazó con los dientes apretados.

—Vine por Canadá —lo miró con repudio, enfadado por el casi secuestro de su novio.

—Jamás te lo voy a entregar —fue la amenaza hacia la potencia rusa.

—No eres el dueño de Canadá.

—Pero soy su hermano y voy a evitar que alguien le haga daño.

—¿Encerrarlo es tu idea de cuidarlo? —bufó.

—A ti qué te interesa mis métodos.

 

Discusión de esos dos en la puerta, perdidos entre sus propios rencores, olvidándose del tercero que estaba en el segundo piso, mismo que intentaba derribar la puerta, exigiendo que lo dejasen salir porque tenía que hablar con su hermano de frente. Canadá sentía que estaba a punto de tener un ataque de claustrofobia —cosa que no le había pasado en años—, se hallaba jadeando porque se sentía abrumado por todo lo que le pasaba.

 

—No me dejas opción, hermano.

 

Mientras Rusia peleaba con USA en la planta baja, Canadá buscó una posesión antigua y querida que guardaba en un suelo falso de ese armario. Porque aquella herramienta y arma blanca, la fabricó él mismo junto al que fue uno de sus maestros hace décadas, de quien aprendió el fino arte de la herrería y a quien le debía unos años muy bonitos. Era un recuerdo preciado, porque le ayudó a superar una de sus más difíciles etapas.

 

—Vamos —se dio ánimos mientras apretaba el mango de madera—. Vamos.

 

Los gritos opacaron el sonido del hacha que destrozaba la puerta de esa habitación. Golpes certeros, balanceo preciso, y, aunque el filo no era perfecto, con la fuerza suficiente esa hacha pudo generar el primer corte. Era hora de acabar con esa estupidez. Ya no era un niño. Podía arriesgarse a una relación. Y no iba a renunciar a Rusia, pero tampoco quería que su hermano lo odiara. Iba a ser muy difícil.

Pero para arreglar eso, primero debía salir de ahí.

Con fuerza siguió destrozando la madera.

Forjando una hendidura cada vez más notable.

Usó sus dedos para arrancar pedazo a pedazo.

Y volvía a sujetar su hacha para fabricar un nuevo camino en su vida.

Los gritos siguieron, pero se aumentaron un par de empujones entre ambas naciones que exigían ser quien cuidaría de Canadá. Olvidaron que el amante de la miel de maple era muy fuerte y podía cuidarse solo. Hubo un momento en que ambos se callaron para retomar aire, instante certero porque escucharon un grito grave dado desde la segunda planta, y después un golpe sordo y un nuevo grito.

 

—Canadá —fue el susurro de ambos.

 

USA olvidó cerrar la puerta, corrió hacia las escaleras y se dirigió hacia el cuarto de su hermano, no se dio cuenta que Rusia le pisaba los talones. Se detuvo abruptamente cuando estuvo a unos metros de la habitación correcta y con ello el tricolor de tierras frías tropezó con su espalda, pero no hubo tiempo de reclamos o algo así, porque ante ambos se mostró un hacha que fue arrojada al pasillo, y poco después vieron un cuerpo surgir entre la madera desecha.

Se quedaron en silencio.

Canadá salió despacio, jadeando, con la cabeza gacha, y las manos sangrando levemente por el esfuerzo de abrirse camino entre madera astillada. Lo vieron agacharse hasta recoger su arma, levantarse despacio, limpiarse el sudor, y después girarse lentamente hacia ellos. El gorrito de mapache cubría parte de ese rostro oscurecido por el estrés y la ira, solo se escuchó el arrastrar del metal del hacha que era trasportada en la mano derecha de Canadá y sujeta por la empuñadura.

 

—Hace tanto —USA sintió un miedo nostálgico al ver a su hermano en esa faceta—. Canadá… dime que no volvió a suceder —se arriesgó a dar un paso adelante—. Canadá…

—Vas a escuchar, hermano —balanceó su hacha con cuidado, elevándola en el aire para que diera un giro y así agarrarla del cabezote.

—¡Me estás asustando! —se quejó, y aunque sus piernas temblaran, se adelantó hasta estar frente a su hermanito— ¡Canadá!

—¿Vas a escucharme? —se irguió demostrando que en verdad era un poco más alto que su hermano.

—¡Mierda! —sus lágrimas se desbordaron—. Sabes que solo intento protegerte.

—Y yo solo quiero llevar esto en paz —soltó su hacha porque pesaba una tonelada—. USA… por favor, escúchame.

 

USA no quiso verse débil, pero no resistió aquella visión horrorosa que le trajo recuerdos de los más oscuros. Entre lágrimas y sollozos abrazó a su hermano, le pidió en susurros que no volviera a asustarlo así, y le prometió escuchar solo si Canadá prometía jamás volver siquiera a pensar en convertirse —de nuevo— en aquel sanguinario cazador que tanto intentaron moldear. Fue duro para ambos, pero solo así pudieron llegar a un acuerdo.

Rusia se quedó esperando en la sala, sin saber qué sucedió exactamente hace poco, entendiendo que aún le faltaba conocer mucho sobre Canadá, temiendo que de alguna forma la persona que amaba hubiese sido rota en un pasado. Terminó prometiéndose que cuidaría de esa sonrisa, porque Canadá no merecía expresar más que eso: una felicidad sincera.

El tiempo pasó, dos horas se acumularon, Rusia se terminó las galletas y el café, incluso se memorizó todos los objetos de esa sala, hasta que al fin escuchó los pasos pesados de esos dos hermanos. Quiso preguntar, pero no vio más que la sonrisa de Canadá y una mueca de desagrado de USA.

 

—Si lo haces llorar… —apretó los puños—, te buscaré y te estrangularé con mis propias manos.

—Tú fuiste quien lo hizo llorar.

—¡Maldito! —le apuntó con el dedo índice—. ¡Sabes a lo que me refiero!

—Hermano —susurró Canadá—, por favor.

—¡Ustedes! —saltó su mirada entre su hermanito y el comunista— Fuera de mi casa antes de que me arrepienta.

—Gracias —sonrió Canadá antes de abrazar al de cincuenta estrellas.

—Nada de gracias, maldita sea —refunfuñó acomodándose las gafas de forma frenética cuando lo soltaron.

—Estoy enamorado de él —aclaró Rusia, sonriendo divertido porque USA quiso decirle algo, pero Canadá lo detuvo—, y lo voy a cuidar.

 

Risitas, maldiciones, una despedida algo ruda pero preocupada, y después solo eran ellos dos.

Rusia cargó en su espalda a Canadá quien no había tenido ni un minuto de descanso en esos días, y se lo llevó hacia el auto que dejó estacionado lejos a propósito, porque quiso tener ese tiempo de silenciosa compañía con el que ahora era su novio y su tesoro.

 

—Curaré tu corazón —le susurró.

—No hace falta —sonrió divertido—, durante el año de prueba —rio bajito—, ya parchaste mis heridas.

—Puedo esforzarme un poco más.

—Si lo haces, me moriré de amor.

—No suena mal.

—Tiens moi juste, Russie —(Solo abrázame, Rusia).

—– —––– —––— ––—––——, –––––– —(Te besaré también, Canadá).

 

 

 

 

Notas finales:

 

Krat es muy dramática, perdón :’v

Pero desde aquí iré añadiendo solo cositas que se me ocurran, no siempre estarán enlazadas, y todo dependerá de mi inspiración.

Krat los ama~

Gracias por leer esta cosa fea.


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