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Puertas abiertas por 1827kratSN

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Se miraron atentamente mientras desayunaban, riéndose sin saber por qué, jugando con sus cubiertos y dándose ligeros toquecitos con la punta de sus pies. Canadá había recuperado el apetito por completo, mostrando que en verdad podía comerse una torre de panqueques con miel de maple sin problemas. Rusia lo acompañaba sin prisa alguna, sin servirse más de cuatro o cinco panqueques, siempre con una taza de café amargo con el que combatir el dulzor de la miel.

 

—¿Qué quieres hacer hoy? —el de rojo y blanco sonrió, mostrando que en su lado derecho a veces se formaba un hoyuelo.

—Descansar.

—Hemos descansado por tres días —rio entre dientes.

—Uno más no hará daño.

 

Es que esos descansos eran un simple capricho para el ruso, porque podía acurrucarse junto a Canadá y verlo dormir durante un rato antes de que él también cerrase los ojos. Le gustaba estar envuelto en el calor de esas cobijas, rodeando el cuerpo delgado del canadiense, respirando el perfume del shampoo usado, enredándose en la privacidad de aquella casita alejada de la ciudad.

Era su descanso perfecto.

Las salidas también eran agradables, porque tomaba la mano de Canadá sin miedo, entrelazando sus dedos desnudos, acariciándole el dorso con su pulgar, rozando sus brazos entre juegos y pequeños susurros. Secreteaban sus planes, fingiendo que seguían escondiéndose de ojos ajenos, desviándose del camino principal para internarse entre los árboles y disfrutar de destrozar las hojas secas del suelo.

Pero lo mejor de todo eran los besos, gloriosos roces dados en medio del colorido paisaje canadiense. Rusia solía agacharse un poquito para besar la sien de Canadá y este, entre risitas, se giraba despacio para acariciarle la mejilla. Se miraban por unos segundos antes de reírse entre dientes, y poco después se acercaban de forma dudosa para unir sus labios en un toque tímido, porque todo eso era muy nuevo para ambos. Sentían nervios y vergüenza, tal y como debería ser, porque estaban perdidos en sus emociones.

Era un desbordante encanto dado entre la brisa y los rayos del sol, donde jugueteaban con los dedos ajenos, trastabillaban con las hojas, y cerraban sus ojos para perderse en el sabor de los labios de su amado. Movimientos torpes y suaves, intentando hallar la coordinación que necesitaban, avergonzados cuando se separaban tras un ruidoso chasquido o algo parecido. Entonces Canadá escondía su rostro en el cuello ajeno y Rusia envolvía la cintura del canadiense con delicadeza.

 

—¿Crees que los demás nos rechacen?

—¿Eso importa? —Rusia caminaba despacio, disfrutando del pequeño paseo.

—Debería —Canadá llevaba consigo una pequeña bolsa plástica, a la par que el ruso otra.

—En realidad, no debería.

—Es que… creo que esto es raro.

—¿Quieres esconderlo?

—No —comentó alterado, apretando la mano ajena sin darse cuenta—, porque me gustas y… —enrojeció por sus propias palabras.

—Entonces deja de preocuparte por los demás.

 

Rusia entendía el miedo de su novio, las inseguridades que acunaba, pero intentaba darle confianza para que dejara todo eso atrás, porque nada más que ellos interesaba. Ya habían superado al más grande obstáculo, así que no había que preocuparse por lo demás. Aun así, Canadá pareció no poder alejar su ansiedad, sus meditaciones, porque cada que se tocaba el tema de una de las reuniones con ONU, tensaba sus hombros y jugueteaba con sus dedos de forma casi paranoica.

Se preguntó si en el pasado Canadá sufrió de acoso o algo parecido como para que fuera así de ansioso, pero no pudo decirlo en voz alta porque lo que menos quería era alterarlo. Suficiente tuvieron con el asunto de USA, era mejor dejar todo de lado para poder disfrutar de un noviazgo tranquilo. No quería presionarlo, solo quería cuidarlo.

 

—Debo volver a mi país.

—Lo sé —suspiró.

—Pero nos veremos en la reunión —Rusia repasó esa mejilla con sus dedos—, así que no será una espera larga.

—¿Puedo pedirte un favor?

—El que quieras.

—Ucrania… —hizo una mueca—. Sé que no debería importarme, pero siento que deberíamos esperar un poco antes de que Ucrania se enterara de lo nuestro.

—Está bien.

—No es que me avergüence nuestro noviazgo —aclaró, sintiendo un poco de pánico—, es solo que… me siento incómodo porque es tu hermano —respiró profundo, desviando la mirada—, y es raro que…

—Entiendo —se acercó a Canadá para darle un besito y detener esos labios—, tranquilo.

—Lo siento.

—No te disculpes.

—Pero…

—Te quiero —volvió a besarlo.

—Y yo a ti —susurró antes de abrazarse a ese cuello.

 

Distraídos en su pequeño sueño, danzando con suaves movimientos mientras besaban sus rostros o hablaban en susurros, aferrados el uno a otro, sin darse cuenta que alguien había llegado de visita y hacía muecas de asco. Solo se separaron cuando USA se cansó de esa cursilería y dejó caer a propósito la bolsa de compras que llevó para su hermanito.

 

—Hermano.

 

Canadá enrojeció y quiso alejarse un poquito de Rusia, pero no lo dejaron. Esos brazos se aferraron a su cintura y ese rostro se unió al suyo para dejar sus mejillas juntas mientras observaban al recién llegado. A veces creía que Rusia gustaba de hacer enfadar a USA por simple diversión.

 

—Traje provisiones, tienes que recuperar el peso que perdiste —se acomodó las gafas mientras hacía muecas con sus labios—. ¡Ya deja a mi hermano, maldito comunista!

—No.

—Eres un… —quería ahorcarlo, de verdad.

—Me gusta estar así —Rusia apretó más su mejilla contra la de Canadá.

Russie, no lo hagas enojar —pero rio entre dientes por lo infantil de esa situación.

—Ya tuviste tu tiempo con él, ahora déjalo —USA se acercó para intentar alejar a su hermano del más alto—, es mi turno.

—Es mi novio —empezó a forcejear con el norteamericano.

—¡Es mi hermano!

—No peleen —suspiró Canadá.

 

Pero, aunque lo deseara, Canadá sabía que su hermano y su novio no se llevarían bien. Solo esperaba que, al enterarse el resto de la familia, se comportaran mejor que USA.

 

 

 

Notas finales:

 

Ainsk, me gustan estos dos.

¿Cómo creen que reaccionen los demás al enterarse del noviazgo?


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