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El Dragón del Este por Cat_Game

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Mientras caminábamos, Charles exponía sus puntos y opiniones; no estaba de acuerdo con el trato que había hecho con Nekros, y tampoco creía que fuera posible para nosotros cumplir con esa palabra. Quizás tenía razón. Como organización no tenía ni la remota oportunidad de asegurar la paternidad de mi químico; pero, y es que uno nunca debe subestimar las caras y nombres que llegan por caprichos de la vida, mi contacto directo con una persona aseguraría esa transacción. Por otra parte, Charles había mencionado la importancia de mantener las relaciones pacíficas y proliferas con Connor. Estaba más consciente de que ese niño, a pesar de su corta edad, era un criminal como nosotros y tenía en su poder una de las drogas más cotizadas. Sin embargo, él también dependía de mí, pues ante su falta de organización, su poca conexión con otros matones, Oswin Connor era un blanco fácil; y yo había ofrecido esa protección momentánea que tanto necesitaba en sus primeros años de ascenso.


Charles y yo habíamos pasado por otros pasillos que lucían igual que el resto: de pared gris y desgastada y con un piso ennegrecido y manchado. Ese edificio era una fábrica abandonada que había pertenecido a la vieja compañía de Hike, misma que ya había desaparecido por los abusos de poder de Gary Connor. Me quedaba claro que Oswin Connor aprovechaba todo lo que su padre había dejado y que su medio hermano había sido incapaz de reclamar. Llegamos a un elevador y unas escaleras, decidimos tomar las escaleras y arribar hasta el segundo piso. Ya teníamos más de una hora de retraso, así que esperaba por lo peor.


La sala que nos recibió parecía una especie de recepción vieja que parecía que había sido abandonada a las prisas, pues todavía se encontraban documentos en el piso y en el escritorio cercano a la pared. Cerca del ventanal de vista panorámica había dos sujetos: Connor y su compinche. Connor era un chico de dieciocho o diecinueve años, de cabello rubio oscuro, de ojos azules claros y tez rosada; era delgado y alto, con un porte varonil y elegante. Aunque vestía con una playera común y unos jeans, el niño no podía ocultar que provenía de una familia con dinero. El otro era un muchacho casi de mi edad, de tez bronceada, cuerpo ancho, ojos verdes oscuros y cabellera castaña hasta los hombros; vestía un poco más formal que Connor y su rostro mostraba la clásica mueca seria que lo caracterizaba, así como un pequeño tatuaje de una luna en cuarto menguante en su cuello.


—Llegan demasiado tarde —la voz de Connor recriminó en el vacío de la sala—, y sin una excusa, supongo.


—Hola, Connor, ¿cómo estás? bien, yo también; me alegra que estés sobreviviendo —dije con descaro y como si simulara una conversación—. Por supuesto que llego tarde —continué con el tono cínico—, porque sólo a ti se te ocurre pedir hacer una junta hasta el extremo noroeste de la ciudad, casi al borde con Gota. ¿Tengo que recordarte que soy el Dragón del Este? Digo, si hay una referencia al lugar de procedencia, es porque mi territorio está al este del país.


—Si vas a continuar con tus estupideces, entonces nos vamos.


—Connor —pronuncié con una voz casi ácida. No podía negar el placer que causaba en mí ver el rostro de molestia de ese adolescente; era más o menos imposible contener mis deseos por enfurecer al chico, como si fuera un hermano menor—. No te molestes, por favor. Ya estoy aquí. Y —saqué un cigarrillo de la chaqueta—, no me iré hasta que hayamos llegado a un trato, a un buen acuerdo entre empresarios.


—Lamento decirte que lo único que obtendrás de mí hoy será un acuerdo de paz; pero nuestro negocio se acabó.


Contemplé con interés el rostro agraciado del adolescente; estaba molesto, pero un poco sorprendido por sus palabras. Después de la muerte de Gary Connor, el país había caído en un descontrol por la lucha de territorio; aunado a esto, las elecciones se acercaban y Don B no desaprovecharía la grandiosa oportunidad de meter a su gente en el gobierno otra vez. Claro, no podía ignorar al imbécil de Jamie y sus malditos perros; su guerra se había extendido al norte y había proclamado una parte del territorio de Gary como suyo. Y es que cuando eres un cabrón con conexiones con los mejores asesinos y fuerzas policiacas, no hay quien te detenga; por eso Jamie podía reclamar a diestra y siniestra territorios de enemigos caídos sin tanto problema.


—¿Has obtenido a un mejor comprador? —pregunté con calma.


—No. De ahora en adelante mi grupo venderá nuestra propia droga —repuso el adolescente con su tono usual de seriedad—, porque necesito más crecimiento si voy a enfrentarlos a ustedes.


—Connor, ¿crees que tienes oportunidad de ganar? Hasta ahora has podido vivir en paz, con la libertad de ir y venir en todo el país gracias a mí. Si has decidido romper nuestra alianza —sonreí con jugueteo—, está bien. Puedes hacerlo. Debes considerar que ya no correré a tu auxilio, ni permitiré que alguien de tus hombres venda Luna en mi territorio. Te dejaré incomunicado de todas las vías que usas por mis medios.


—Sabía que no lo comprenderías —dijo Connor—, porque te es claro que me puedo convertir en una amenaza si mi grupo logra consolidarse por completo.


—No es del todo así. Pero —inhalé y exhalé cerca del muchacho y continué—: no insistiré. Eso deja en claro que de ahora en adelante seremos enemigos, Connor. Así que no te sorprendas si mis hombres comienzan a matar a tus pocos vendedores.


Di una media vuelta y caminé junto a Charles hacia las escaleras.


—No te temo, Heath Alipsis —resonó la voz de Connor como un eco.


Detuve mi andar y Charles me copió; ni siquiera me giré para mostrar la sonrisa en mis labios. Nunca he odiado a ese chico, y es muy difícil que algún día desee matarlo, pues el pobre también ha vivido cosas detestables; empero, en la guerra los juegos de manipulación también se llevan a cabo con aquellos que consideramos aliados. No es que deseara controlar a Connor, esa no era mi intención; pero quería que él mismo descubriera e identificara a los verdaderos enemigos.


—Nos vemos después, Connor —dije con un tono seco y fingido—. Cuídate mucho, y si tienes algún problema de vida o muerte, no dudes en llamarme. Tienes mi número.


Y, sin otra palabra más, Charles y yo bajamos hacia la primera planta. Anduvimos por los pasillos desgastados y terminé el cigarrillo con un poco de desesperación. El medio día nos había pillado todavía en ese extremo de la ciudad, y mi cabeza daba vueltas en lo que debía terminar a tiempo.


—Será difícil —por fin dijo Charles—, pues no podrás complacer a tus clientes.


—Ni él lo hará —revelé—, ya que sin la estabilidad que le dimos, no podrá ni producir.


—¿Estás dispuesto a tomar el riesgo? —preguntó Charles—, ¿a dejarlo a la deriva? Sabes muy bien que lo necesitamos con vida para derrocar a su medio hermano.


—Lo sé. Pero Connor no es tonto. Regresará, pero nos pedirá cambios; además, estoy dispuesto a dejarlo tomar sus propias decisiones. No soy nadie para obligarlo a desistir de sus sueños. Quizás teníamos un enemigo en común, pero ahora…lo único que queda es ese sentimiento que ya ha perdido validez. Ahora es el momento de entablar una relación real con él, pero no como una simple relación de vendedor-comprador como una unión contra un muerto. No, ahora es momento de crear el verdadero camino que nos guiará al poder, y para ello él y yo debemos encontrarnos como iguales.


—Como iguales… —escuché el susurro de Charles.


—¿No lo crees?


—No es eso —reiteró mi amigo—, es simplemente que ustedes dos vienen del mismo pasado. Ambos fueron torturados y humillados por Gary Connor.


—Y ambos —interrumpí—, fuimos bendecidos por el maldito destino por personas capaces de ayudarnos. Ambos conocemos el honor real, el compañerismo ideal; aunque no entre nosotros. Pero sé que algún día así será.


—Comprendo. Entonces, por ahora fue lo mejor.


—Sí.


Al salir del edificio detuve mis pasos y no ingresé a la camioneta negra. Charles abrió la puerta, pero tampoco siguió con sus acciones. Ya había hecho cálculos mentales del tiempo que tomaría en llegar hasta otro lugar específico.


—¿Qué pasa? —preguntó Charles.


—El asunto con Nekros, tengo que resolverlo cuanto antes…antes de mañana —recordé un anuncio que había leído en Internet hace unos días atrás—, o de nada habrá servido hablar con él. Pero está lejos de aquí.


—¿Quieres que vaya contigo?


—No. Sólo déjame en la dirección y manda llevar mi auto. Quiero que asegures el perímetro con la frontera de la ciudad Gota. Nos veremos hasta mañana. Será un trayecto largo. Además, necesito pensarme unas cosas.


—Heath —Charles pronunció con un tono profundo reconocible—, por favor, ¿vas a volver a embriagarte esta noche?


—No —revelé con honestidad—, ya no. Descuida —hice un esfuerzo por sonar bien—, no volveré a buscarlo.


Abrí la puerta del coche y subí. Charles hizo lo mismo y encendió la camioneta; yo busqué por mi teléfono y abrí una aplicación para encontrar la dirección exacta. Sabía que tendríamos que ir hasta el suroeste del Distrito y llegar a la frontera del centro para cruzar a la capital del país. Durante el trayecto, casi por tres horas, Charles había pedido a Roy llevar el carro deportivo que yo solía usar hasta la dirección a la que íbamos. La tensión que había quedado entre ambos era palpable; cada que llevaba la vista hacia Charles, podía ver el ceño fruncido de su malestar. Sé que no estaba en total acuerdo en dejarme solo otra vez, y sé que deseaba interrogarme respecto a mi contacto y, sobre todo, quería saber acerca de John. Charles era el único que sabía de mis escapadas y de la relación inusual que había entablado con ese desconocido. Por supuesto que Charles deseaba bombardearme con preguntas, de eso estaba más que seguro, pero también sabía que él tomaría su distancia con algo que obviamente me causaba conflicto.


Por fin llegamos a unos edificios de condominio en una zona de suburbios privados de la ciudad Cristal-Sur, agradecí con rapidez y abrí la puerta; el sol ya había caído y el atardecer se acababa.


—Heath —la voz de Charles detuvo mis actos—, por favor, si llega a suceder algo, puedes contactarme. Aunque sea en la madrugada.


Sonreí como un niño mimado; pero sólo con él podía expresarme así, luego asentí con la cabeza.


—De acuerdo. Si ocurre algo te llamaré de inmediato.


—Gracias, Heath.


Al salir de la camioneta noté que Roy había dejado mi coche aparcado en una zona para invitados; lancé un ademán de despedida e ingresé al edificio.


No era que no deseara contar toda la verdad, en realidad quería mantener a mis hombres fuera de otro peligro más riesgoso que nuestros enemigos: el mundo de la élite más alta de todo el planeta. Esa gente rica, pero de esos ricos que tienen más dinero que el noventa y cinco portento de la población del planeta junta; ese tipo de gente que tiene fortunas para gastar como reyes por más de diez generaciones sin preocupación. Aquellos que controlan todo el mundo del comercio, de las industrias más proliferas del planeta; ese tipo de sociedad que lo único que tiene en la cabeza es dinero y más dinero. No es que los odie, no me interesaban; pero ellos también influyen en nuestro mundo, y aunque nosotros también tengamos dinero, no podemos compararnos con ellos.


Tomé el ascensor e ignoré los reclamos del portero. Presioné el botón del último piso, donde se encontraba el penthouse más lujoso y por fin arribé a un pasillo angosto que conducía hacia dos puertas, una al frente y otra a la derecha. Caminé con cautela; había notado las cámaras que abarcaban el trayecto y cubrían la entrada, pero no detuve mis pasos. Una vez quedé frente a la puerta, noté un botón y un comunicador local en la pared derecha; titubeé un poco, pues había pasado un año y medio aproximado desde que no veía a ese tipo.


Por fin decidí hacer las cosas por la buena y toqué el botón del comunicador. Por unos minutos no hubo sonido alguno. Luego, una voz conocida se hizo presente.


—¿Quién es? —cuestionó la voz varonil y elegante.


Sonreí con seguridad; contemplé hacia la cámara y mostré una seña obscena con la mano.


—Cal —dije al presionar el botón—, ¿no me recuerdas?


Otra vez hubo silencio y regresé el interés a la cámara.


—¿Qué mierda haces aquí? —resonó la voz del hombre por la bocina—, ¿cómo mierda burlaste al portero? No, sabes qué, olvídalo. No quiero saber. ¿Qué quieres?


Llevé mi mano hasta mi chaqueta y saqué la pistola de nueve milímetros que solía cargar conmigo; por razones obvias moví la pistola como si fuera cualquier cosa frente a la cámara. A continuación, la puerta hizo un sonido y una de sus hojas fue abierta.


—Alipsis —sonó la voz de Cal—, ¿cómo se te ocurre andar así con esa cosa en la mano?  No has cambiado en nada.


Shaddock Cal seguía casi igual desde que nos habíamos conocido; su cabello rojo oscuro estaba estilizado, su tez pálida y perfecta parecía jamás haber sido tocada por la luz, su cuerpo bien tonificado y delgado estaba cubierto por una playera sin mangas color negra y unos shorts para dormir. Aquellos ojos azules claros que hacían un juego tan inusual con su imagen, todavía lucían hermosos junto al rostro agraciado y sacado de esas revistas de modelos perfectos. Ante su presencia, sonreí con picardía; uno no puede negar sentir atracción sexual y fantasear con hombres como él.


—¿Así es como recibes a tus viejos amigos? —pregunté al guardar el arma.


—No somos amigos, Alipsis.


Reí con mesura y caminé hacia él. Su reacción fue la esperada; Cal dio unos pasos hacia atrás y me dejó entrar. El apartamento era espacioso, con un recibidor grande que conectaba directo a una sala de invitados; detrás de la sala había unos ventanales con vista a una alberca elegante y a la ciudad. Ese cabrón no reparaba en gastos, ¿y quién lo haría si tuviera todo el dinero de una familia como la suya?


—¿Qué quieres? —Cal preguntó otra vez al cerrar la puerta.


Antes de que pudiera responder, otra persona se unió a la escena. Era un joven mayor que Cal y yo, tenía el cabello castaño y largo, sus ojos eran oscuros y su tez un poco bronceada. Era más alto que nosotros y también portaba ropajes ligeros como pijamas. Había escuchado que Cal había iniciado su rehabilitación y que por fin se había casado. No lo podía creer por dos motivos: uno, Cal era una especie de ídolo en la comunidad gay de nuestro país, y no sólo lo era por su imagen, también por su reputación de chico fácil. La segunda razón, era que Cal había estado en la peor posición en el mundo de la droga; había terminado con una deuda incalculable, y no por su consumo, sino por una mala jugada que había hecho con un tal Tony. Yo había intercedido por él y había salvado su hermoso trasero y había borrado todos los récords que lo relacionaban a esos incidentes por el bien de su familia. Pero uno no puede ir por la vida y olvidar toda la mierda que alguna vez cometió y vivió. Sin embargo, había leído en las noticias y revistas de chismorreo que por fin el primogénito del señor Carlos Cal había contraído nupcias una vez el matrimonio gay se legalizó en todo el país. Así que supuse que ese hombre era su esposo.


—¿Shad, quién es él? —dudó el esposo de Cal.


—Un viejo amigo, amor —respondió Cal con su tono regular—, ha venido a hablar de unos asuntos del trabajo. Ve a la habitación, y espérame, por favor. Más tarde hablaremos sobre los pendientes que tenemos que revisar con mi padre.


—¿Estás seguro? —replicó el esposo al caminar hacia Cal.


Honestamente habría esperado a un adonis, a una especie de modelo y un actor super guapo del mundo de la élite como esposo de ese cabrón; pero no, su pareja lucía como alguien ordinario y nada fuera de lo común.


—Sí, amor. Por favor, Joel, mañana hablamos de esto; te prometo que te explicaré quién es él. Por ahora, necesito resolver un asunto urgente con…Alipsis.


—Pero ni siquiera hemos terminado de revisar lo de mañana. No podemos dejar a tu padre en espera; y tu hermana ha estado llamando.


—Lo de mañana no importa, así que regresa a la habitación.


Pude notar un rostro de enojo por parte de Joel, el esposo de Cal, luego una mirada de desprecio dirigida a mí. Joel se dirigió hacia la izquierda y se adentró a un pasillo; por lo que Cal y yo quedamos en soledad.


—Si estás aquí —opinó Cal—, es porque pasó algo muy malo. O, simplemente, has venido a cobrar el favor que te debo, Alipsis.


—Ambas —afirmé con neutralidad al dar unos pasos hacia la sala.


Cal me siguió y los dos llegamos hasta el exterior. La terraza era enorme y perfecta; además que el aire soplaba con suavidad en esa tarde-noche joven y deseosa.


—Me enteré por ahí sobre el embarazo de tu hermana —decidí ir directo al grano—, y su nombramiento como presidente de la compañía de tu padre.


—Lo del nombramiento no es nuevo. Eso ya estaba decidido desde que ella nació. Yo jamás aceptaría un puesto así; no quiero arruinar la vida de mi padre más de lo que ya lo he hecho. Lo del embarazo no me sorprende; eso explica muchas cosas que últimamente ha dicho.


—Cal, tu hermana también se involucró con gente incorrecta y supongo que mañana le dará la noticia a tu padre sobre su decisión por tener a los bebés. Pero sus futuros hijos son los hijos de alguien que es de mi mundo.


—Nekros —afirmó Cal con una mueca seria—. Sé que Maya salía en secreto con ese cabrón.


—Es verdad —recordé a toda prisa—, ustedes estudiaron en la misma facultad.


—¿Y? No has venido hasta aquí a hablar sobre chismes. Además de tu falta de respeto a mi propiedad, y de haber interrumpido un momento íntimo con Joel, no tienes los cojones de decirme qué chingados quieres.


—Siempre tan directo —aseguré con gusto—, pero sí. No he venido a recordar el pasado ni hablar de chismes. Nekros trabaja para mí ahora, y es el padre de esos bebés. Siento que tu hermana va a cometer un error al casarse con el novio oficial que tiene, pero también sé que haría una estupidez en aceptar a Kirsanov. Sin embargo, dime, ¿qué sentirías si te negaran a tus propios hijos cuando no has hecho nada en contra de ellos?


Cal suspiró. Quizá para otra persona este tema de conversación hubiera sido ridículo, pero no para Cal. Cuando naces hombre, gay y con la disposición de ser padre, estos temas tienen un peso serio; más si agregamos que Cal nunca conoció a sus padres reales. Ese pequeño detalle solamente era sabido entre los más allegados a su círculo y yo era uno de ellos. Cal no tenía familia biológica, pues nadie lo había reclamado cuando había sido abandonado a unas horas de nacer; y su padre, Carlos Cal, lo había adoptado al haberlo encontrado y lo había criado como suyo cuando él había sido tan sólo un bebé de unos días. Por supuesto que el tema de la paternidad era algo sensible, y también que su familia obtendría un nuevo beneficio que podrían usar en un futuro.


—No puedo intervenir en los deseos de Maya —por fin dijo Cal—, pero lo único que puedo hacer es sugerir una resolución diferente a la que tomará.


—¿Bromeas? —compuse al sacar un cigarrillo; aunque Cal lo retiró de mi mano. Proseguí al ignorar el roce con nuestras pieles—: bastará con tu sola sugerencia dirigida hacia tu padre y hermana.


—Escucha —Cal acortó la distancia—, no quiero causar más problemas a mi familia.


—Por supuesto que no, Cal, pero ellos te escuchan. Y, un sujeto como Nekros, con la habilidad que tiene… Sé que incluso tu padre podría considerar un nuevo negocio. No me malinterpretes, no hablo de la droga.


—Lo sé, no soy idiota. Pero, Alipsis, el verdadero punto aquí no es ese, ¿verdad? ¿Y tú?


—¿Yo? ¿Yo qué?


—¿Qué obtendrás de todo esto?


Contemplé el rostro agraciado de ese cabrón. Tal vez, en algún momento del pasado, deseé su cuerpo y una pizca de la fama que lo precedía, pero ahora no desearía ni de juego estar en su pellejo. Claro, aunque era el hijo mayor de una de las familias más ricas y poderosas del planeta, el cabrón había negado todos los puestos que su padre había ofrecido, todo el poder y control, toda relación con el dinero por algo más ambicioso y profundo que esa clase de objetivo. Sabía muy bien que como yo, Cal tenía sus propios planes y era un hombre sin escrúpulos. Por lo tanto, era muy obvio. Él podía leer entre líneas, podía captar esos mensajes ocultos en mis palabras; además, me conocía un poco más que el resto de mis amistades antiguas, habíamos compartido algunos momentos en el pasado, y sabía que en la guerra nunca suelo jugar una carta que no traerá una ganancia real.


Me atreví a sonreír con sensualidad, recargué los codos en la baranda de la terraza y miré la ciudad iluminada por algunos avisos publicitarios y luces de grandes rascacielos.


—Por ahora no mucho, pero en el futuro…¿no lo ves? Sería una unión sin precedente, algo que me daría la capacidad de expandir mi dominio fuera del país.


—Claro —Cal dijo como sin interés—, qué patético eres al pensar que voy a creerte. Pero —suspiró—, acepto. Bajo una condición, claro está. Puedo hablar con Maya y con papá, pero…quiero algo de ti.


Moví la cabeza hacia Cal y descubrí al joven más cerca de mí, con su mirada clavada en el horizonte; como si el contacto con nuestros hombros fuera algo que nos conectara al pasado que habíamos compartido en común. Por unos instantes hubo un deseo pasajero que se postró en mi mente; alguna vez había creído que toda la mierda siempre ocurría con los de abajo, pero Cal había cambiado esa perspectiva en mí. Ahora sabía que también los de la grande élite podían terminar por el camino pedregoso y cruel que existía en la oscuridad de esta vida.


—No te daré una muestra de ADN, ya te lo había dicho.


—No seas idiota, Alipsis —Cal repuso con rapidez—, lo que quiero es que aceptes un…regalo de mi parte.


—¿Un regalo? —pregunté atónito. ¿Qué mierda? Jamás había esperado esa petición por parte de Cal.


—Si aceptas, te llegará en unas semanas. Será un paquete grande y vistoso, para que estés preparado para responder preguntas; te llegará con un manual de uso y con una petición sobre sus resultados. Si aceptas, Nekros podrá ver a sus hijos y tú ganarás lo que deseas de mi familia. Del mismo modo, mi regalo será más benéfico de lo que crees. Lo único que puedo decirte es que ese regalo es un arma letal que quiero que pruebes con las misiones comunes y guerras contra otros como tú. No puedo usar esas armas en la guerra política y si los prototipos pasan la prueba inicial, serán venidos a otros países dentro de los grupos como los tuyos. Nos mantendremos en contacto, pues necesito conocer su desempeño. ¿Qué dices? ¿Aceptas?


—¿No es una arma nuclear? —dije como un iluso.


—No. Es un arma más compleja y poderosa que algo tan simple como una bomba. No dejará trazos si se lo pides.


—Está bien —dije con un suspiro—, acepto tu regalo.


—Bien. Hablaré con Maya hoy mismo, y mañana convenceremos a mi padre sobre la paternidad de mis futuros sobrinos.


—Gracias, viejo.


A pesar de que había obtenido una respuesta positiva, había aceptado las condiciones de Cal. Si algo me había enseñado la vida, era que no podía confiar en los chicos chulos como Cal sin antes preguntar, mucho menos en un tipo como él, con una mente maestra, pensamientos oscuros y capacidades para crear cosas fuera de este mundo y prohibidas por la moral y las religiones baratas. ¿Qué clase de arma pensaba mandarme ese cabrón? Y, con toda seguridad, en ese instante jamás hubiera pasado por mi mente lo que recibiría en unas semanas más y que se presentaría como una carta de doble jugada.


 


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