Estaba allí, en clase, después de varias horas taladrándome el cerebro con dudas, ansiedad, culpa, migraña, totalmente incapaz de escuchar cómo las primeras poblaciones del neolítico se expandieron desde Próximo Oriente por toda Europa. Mis dedos habían dejado de teclear en mi portátil en un momento muy concreto de esa lección. Quizás el peor de toda la hora y media que duraba cada clase. Había perdido el hilo sólo porque a mi amiga Ada se le ocurrió soltar esta fuerte sentencia:
—Mira que eres bobo. Te gusta. No pasa nada.
La miré con intensidad y esperé encontrar alguna falla a su discreto maquillaje, sólo para devolverle el puñetazo a la barriga que me había pegado. La muy lista había querido dejar claro que aún tenía acné, que no le importaba, y sólo se había dado un poco de color. Maldita sea ella y su manía de lucir perfectamente sus imperfecciones. Luego miré al frente, a la pizarra.
—Oh —solté. Me lo temía. Odié escucharlo igual. Ya no habría manera de recuperar aquella clase.
—¿Cómo que «oh»? ¿Cómo puedes decir sólo «oh»? —susurró, algo descontrolada, mi amiga más aplicada, Juana—. ¡Es bonito, pero lo peor es que tienes novia ya, joder! ¡Lo último que puedes decir es «oh» como si fuera un chiste sin gracia!
Ada se rio por lo bajo como si nada, mientras Juana empezaba a poner carotas que reflejaban mucho mejor lo que sentía en esos momentos. Tenerlas a lado y lado me hizo sentir como si tuviera esa pelea de ángel y diablo que aparece en tantas películas y series a mi alrededor. En particular, me recordó a Kronk de El Emperador y Sus Locuras. Porque aquello era una locura, definitivamente.
Pero ya que recuerdo la peli, me voy a echar un Kuzco ya mismito.
Supongo que quien lea esto se estará preguntando qué diablos pasa aquí, y por qué se reparten leches (léase, dramas) desde las primeras líneas; quién es este tipo que habla y por qué sus amigas discuten en medio de una clase de prehistoria.
Me llamo Fernando. Uno de tantos. Odio mi nombre, así que decidí convertirlo en algo más interesante, y casi siempre me presento como Ferra. Hasta un jugador famoso de Rocket League usa ese apodo, así que respeto. Mediana estatura, cuerpo más propenso a ser un fideo que no robusto, pelo castaño sin mucho que añadir, ojos castaños sin mucho que añadir.
Un día decidí que me interesaba estudiar Antropología Social, con la pega de que las las asignaturas de primer año parecían sacadas un poco de la carrera de una carrera de Humanidades cualquiera. Así que aquí estoy, sentado en primera línea de clase, en la universidad regional, en una asignatura que no me interesa lo más mínimo, con mis dos únicas amigas en firme de mi curso.
Y sí, habéis oído bien. Tengo novia, una tía estupenda que se llama Carla, y me gusta alguien más. Esas cosas pasan. Pero no a mí. Nunca a mí.
Para el (des)afortunado que esté leyendo: no te rías mucho de mi desgracia y buena suerte. Probablemente tendrás más que yo, pero aun así.