Era una princesa…
Una princesa del infierno…
O lo más cercano a eso…
Y a él le gustaba llevarle café con una rebanada fina de cheesecake.
Lo peor es que lo hacía por puro placer.
Placer de ver aquella bonita sonrisa adornada de rojo carmín mientras decía una vez más.
—Odio el dulce… Pero los postres que tú haces, son deliciosos.
Ni siquiera era pastelero o algo así, ni siquiera estaba a la altura de aquella hermosa dama, ni siquiera trabajaba en esa empresa, ni siquiera tenía derecho de estar consintiendo a una mujer casada.
Pero no podía evitarlo.
Estaba embobado por la imagen casi sobrenatural de la mujer que conoció por error.
—Se merece una recompensa por el trabajo duro, Reborn-san.
Ella reía bajito mientras alejaba un poco la taza de sus labios, cruzaba su pierna derecha sobre su izquierda, acariciaba la servilleta con su dedo índice y ladeaba un poco la cabeza dejando ver su cuello y su piel lechosa. El cabello negro le ondeaba sobre el hombro, las pestañas largas adornaban aquellos ojos de iris negro casi carbón, tenía un par de patillas perfectamente espirales y un aura que despedía advertencia a todos.
—Has dicho eso desde que nos conocimos en aquella cafetería.
—Y no he mentido jamás —Tsunayoshi rio bajito.
—Eres un muchachito descarado y arriesgado.
—Es divertido serlo.
—Y es lindo que alguien me ponga atención sin que se vea obligado a hacerlo.
Para Tsuna, aquella mujer era su amor imposible, uno de esos que estaba prohibido pero que jamás soltaría… porque simplemente era imposible.
Y Reborn estaba consciente de eso.
Ella estaba bien enterada de los diez años que los separaban, siendo ella la mayor; también sabía de los sentimientos que el castaño vanamente intentaba ocultar. Ella podía decir entre sonrisas que no le importaba.
No le importaba darle esperanzas falsas a aquel niño.
No mientras ella se sintiera viva y deseada.
—¿Otro día estresante?
—Mucho.
Reborn ondeaba su mano que estaba adornada por la sortija de matrimonio, lo hacía apropósito para que el castaño pretendiente supiera el límite de su convivencia, y sonreía antes de seguir con su plática.
—Tal vez debería tomarse vacaciones, Reborn-san.
—¿Para qué? —siseó bajito antes de terminarse su café—. Para viajar sola o aburrirme en casa porque mi esposo no coordinó las vacaciones conmigo.
—No es necesario que vaya sola.
Reborn sonreía de lado antes de girar su mirada al muchachito, mismo que poco a poco entraba en pánico y enrojecía a tal punto que era divertido. Porque Tsunayoshi no habría dicho eso con mala intención, pero así sonó.
—¡Me refería a que podría ir con una amiga suya!
Se le escapó una carcajada, varias más al ver la vergüenza en el castaño.
Le parecía tan adorable.
Tan apetecible.
—No es mala idea.
—Así podría alejarse un tiempo de todo esto y divertirse.
—¿Y me extrañarías, Tsunayoshi?
—Claro que sí… Porque siempre es divertido encontrarme con usted y platicar.
Jugaban con fuego… Pero no se iban a quemar.
Porque si bien el alma les ardía a la par de las llamas del infierno.
Tenían bien en claro que sucumbir al pecado sería fatal.
Ahí su dilema.
Ahí su juego.
Ahí su decisión.