Un café en la mañana, ambos en pijama, sentados en la pequeña mesita acomodada en el balcón, en silencio, con la brisa de la mañana golpeando sus rostros.
—Más te vale no hacerlo.
—Te miró el trasero.
Y la rutinaria discusión de siempre.
Porque estaban muy tensos, enojados en parte. El uno enfadado con el osado que el día anterior se atrevió a coquetearle al décimo cielo de Vongola. El otro enfadado con la actitud casi sanguinaria que su pareja tenía contra todos los que lo rodeaban.
—No vas a matarlo.
—No… Solo voy a torturarlo.
—¿Tenemos que discutir esto cada mañana?
—Si tan solo no hubiera tantos atrevidos.
—¡Por favor, Reborn!
Y después la segunda rutina diaria, consumada día tras día, casi a la misma hora y en el mismo lugar.
Un beso en sus mejillas tras una pequeña tregua en la discusión, risitas sin intención por alguna tontería, y la nueva pelea porque las manos inquietas de uno de los dos, impedía que el traje impecable terminara de colocarse.
—Usaré la azul.
—Claro que no —la corbata era arrojada lejos.
—¡Me gusta la azul!
—Te queda mejor la blanca.
—Entonces usaré la negra.
Compartían el cuarto, las actividades matutinas, y los gestos cariñosos en medio de la privacidad. Pero también compartían la algarabía de una enorme familia que destrozaba el comedor en medio de sus peleas.
—Detenlos.
—No tengo ganas —suspiraba—. Hazlo tú.
—Es tu trabajo.
—Voy tarde a la reunión. Manéjalo tú.
—Desayuna al menos.
—Comeré algo en el camino.
—Que no sea algo relleno de chocolate, acumularás grasa.
—Tú no me dices qué hacer.
Escapada entre risitas mientras corría hacia la cocina para raptar un bocadillo y huir hacia la puerta principal como era común. Un saludo formal de su mano derecha que lo despedía o lo acompañaba, y un día agitado por delante.
—¿Qué es esto?
—Un obsequio de Reborn-sama.
Rutinario detalle de tamaño y color variado, pero siempre con aquel encanto tan propio de un galante italiano de gusto fino. Tsunayoshi sonreía enternecido ante la flor, la nota de caligrafía pulcra, un bombón, un paño de ceda con aroma a flores, una melodía tocada por una cajita musical…
Le encantaba esa parte de su rutina.
Aunque eso solo era un placebo o un calmante para su enfado total por la noticia. Porque Reborn sabía distraerlo con detalles bonitos justo en el momento adecuado para que no impidiera sus tretas celosas y creativas. Oh sí. Y aunque Tsuna ordenara la completa vigilancia y detención de su pareja, era obvio que nadie quería ir contra el asesino número uno del mundo.
—Estúpido, Reborn.
—Me amas, admítelo.
—¡Te dije que no hicieras nada contra el tipo!
—Se lo merecía.
—¡Reborn!
—Que sea un escarmiento y una advertencia para todos los demás.
Era entonces que el dulce cielo se transformaba en una tormenta enfurecida que derribaba árboles y desprendía techos. Porque aplicaba la ley del hielo con aquel sol enfurecido que trataba de enmendar su “error” mientras perseguía a un castaño ocupado que le cerraba la puerta en la cara.
Y si bien sus días no eran tan apegados a esa rutina diaria y repetitiva, porque siempre variaba un poco, todos consideraban que aquella era la dinámica que demostraba la tóxica e inentendible relación de aquellos dos.
Amantes y manipuladores.
Alumno y maestro.
Cielo e infierno.
Pero si su cielo era feliz de esa forma, quiénes eran ellos para juzgar.