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Más te vale quedarte por Midori no me

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¿Qué iba a hacer?, ¿Con quién debía ir? ¿Recovery Girl? Ella era médico, iba a necesitar su ayuda, pero no era la que precisaba en esos momentos. Siguió llorando, sentándose de golpe en el suelo, escuchando un lastimoso maullido dentro de la casa.

 

¿Un maullido?

 

De seguro habría un gato atrapado en algún rincón de la casa, no le sorprendía en aquel desorden caótico. Sin pensarlo más, buscó el origen del sonido, descubriendo un felino muy fuera de lo común, siendo casi aplastado por un mueble que retiró con facilidad.

 

—Un Savannah...

 

Incluso tenía las líneas de los ojos bien marcadas y las características orejas largas.

 

—Qué listo —algo ahí no cuadraba, los gatos no hablaban y él no estaba tan loco. En un mundo donde casi todos tienen poderes, oír hablar un gato no debería impresionarle. Sin embargo, dudó de responderle por varios segundos—. No te comeré la lengua niño, ¿Quién eres?

 

Todavía no se podía creer que ese majestuoso y salvaje gato le estuviese hablando de lo más normal. Fue imposible responder luego de quedarse anonadado. El animal se levantó haciendo una mueca, suspiró sabiendo lo que pasaba, apoyó sus patas en el chico y le olfateó con delicadeza.

 

—¡Tú eres Aizawa! —se alegró de la nada el felino—. Yo soy Mila.

 

—¿Cómo sabes quién soy?

 

—Por tu olor. Toshinori a veces llegaba oliendo a ti.

 

Le causó vergüenza enterarse de que Yagi olía a él cuando llegaba a casa. Quería verlo de nuevo. Preguntó por él y recibió una cara descontenta a cambio. Los pandilleros se habían llevado a la fuerza a sus amigos.

 

Hizashi se había encontrado con ellos casi en la entrada, logrando entrar a la casa a tiempo mientras creaban una barricada. Mila había visto todo desde lejos y corrió para ayudar, pero quedó atrapada en medio del forcejeo con los delincuentes. El móvil del menor estaba tirado en el suelo, señal de que se lo llevaron de allí apenas los capturaron.

 

—Aizawa, mi chico está en problemas; debes ayudarme a ir por él.

 

—¿Puedes rastrearlo?

 

Qué pregunta más tonta, se olvidaba de que ella era un Savannah, un gato salvaje con buen rastreo de presas. Su respuesta quedó palpable en el aire con esa sonrisa gatuna y esos ojos verdosos mirándole fijamente. Confió en su palabra luego de esa mirada. Mila salió corriendo después de indicar que la siguiera, saltó por los techos, guiándole por el camino, deteniéndose cada tanto a volver a oler el rastro. El moreno le seguía de cerca y lo más rápido que podía, a pesar de estar cansado. Pasaba el tiempo y no entendía por qué ahora estaban parados desde hacía varios minutos.

 

—Estoy perdiendo el rastro —bajó y se sentó en un muro junto al chico—. Se fueron en auto, el olor se esfuma demasiado rápido como para que se hayan ido corriendo incluso.

 

—¿Puedes seguirlos?

 

—Eso creo.

 

Fueron largos momentos de tensión donde ambos ansiaban encontrar ya el paradero del asesino y rescatar al rubio.

 

Mila se encargó de avisarle del lugar donde terminaba el rastro, haciendo énfasis en que la casa olía a su dueño, una de las personas encargadas de secuestrar al rubio y hermano menor del asesino. Todo iba resultando peor a cada momento que se acercaba más a Yagi, quien no pudo haber terminado en peor casa que la del mismo Shoru.

 

—El lugar tiene vigilantes por todas partes—soltó asustado.

 

—Debes estar tranquilo.

 

—Todos están armados...

 

—Muchacho, cálmate.

 

—Y estamos a plena luz del día.

 

—¡Shouta! —le dio un zarpazo sin lastimarle, bufó y le mostró los colmillos—. ¿Crees que siempre va a ser todo tan fácil, muchacho?, ¡No lo va a ser! ¿Quieres rescatarlo? Entonces a la muerte es a lo que te enfrentarás de ahora en adelante y siempre, héroe.

 

Las palabras de Mila le hicieron reaccionar, temeroso del peligro pero dispuesto a arriesgarse si valía la pena, y ellos lo valían. Ambos aprovecharon el gran y frondoso árbol de la casa, para colarse por el tejado vecino y subirse a sus ramas sin ser vistos.

 

—Hay un perro en la casa, y no huele amistoso.

 

—¿Podrá olernos?

 

—Desde antes que yo a él. Tengo entendido que borras los poderes de cualquiera —Otra sorpresa que Yagi le había contado al animal—. Te propongo un plan.

 

Su poder no era gran cosa, eso lo sabía bien; nuevamente no entendía en qué podía ser de utilidad. Pero el felino lo miró en silencio, serio, reconfortándolo con la mirada, prometiéndole que acabaría con todos los que pudiera si los bloqueaba con su habilidad.

 

Parecía buena idea hasta antes de escuchar "Primero debemos deshacernos del perro", salir del hocico de Mila. Si realizaban cualquier movimiento dentro del terreno, ese can alertaría a todo el grupo y era lo que menos necesitaban. Tal vez pasaron por alto algunos detalles antes de meterse a la propiedad.

 

Tenían que tentar a la suerte y ser positivos ante los posibles resultados, sin dejar de lado que sabían lo que pasaría si algo salía mal.

 

—¡Bingo, una ardilla! —gritó en voz baja y siguió susurrando—. ¡Shhh...! No hagas un solo movimiento. Sí...—dijo agazapándose en la rama, midiendo con cuidado a la ardilla que la veía de reojo y que, luego de un salto, un zarpazo y una mordida, terminó entre sus fauces, afortunadamente aún con vida y luchando por soltarse del agarre—. Es buena carnada para el cazador.

 

“Buen gato”, le dijo en su mente.

 

Siguió al Savannah por entre las ramas, moviéndose con cautela para siquiera ser escuchados. Tomó a la ardilla y la aventó en el patio trasero, haciendo que un enorme Mastín Tibetano de pelaje marrón saliera tras ella, estrellando todo a su paso, matando a la ardilla de una mordida en un par de segundos y reduciendo la distracción a nada. Mila comenzó a dudar acerca de lo que estaba pensando, bien sabía que necesitaría garras, dientes y valentía. Una simple ardilla no iba a servir contra esa bestia, ni siquiera sabía si sus ágiles patas le iban a ser útiles.

 

—Yo distraigo al perro, tú ve por Toshinori.

 

¿Lo decía en serio? ¡El animal era del tamaño de un oso! Ni siquiera por ser una especie de gato salvaje, le aseguraba salir con vida de la riña.

 

—Te mataría.

 

—Éstas son calles para gatos techeros, no para enormes perros —quedó pensativo y dudoso, no quería que le sucediera nada a Mila—. Vamos.

 

—No; es muy peligroso.

 

Mila bufó y volvió a darle un zarpazo sin garras, pero debía ser comprensible, el chico tenía miedo. Apenas si tenía catorce años y ya iba a resolver sus problemas como un héroe, a eso Yagi lo llamaba valentía.

 

—¡Confía en tu sentido de supervivencia! —gritarle no serviría de nada, suspiró y volvió a hablar con voz calma—. Deja que tus piernas se muevan solas, que tu cuerpo actúe por sí solo; confía en que sabrás qué hacer en el momento —Sus palabras le inspiraron a recordar por quién estaban ahí—. Volveré a ayudarte, lo prometo. Ahora, vamos.

 

Asintió con la cabeza y ambos se deslizaron por las ramas; pisaron un punto sensible y la rama donde ahora estaban comenzó a romperse, alertando al guardián, quien se abalanzó hacia el lugar donde estaban sus siguientes víctimas. Luego de eso, el tiempo de reacción fue instantáneo; Mila se tiró y, apenas hubo tocado suelo, salió corriendo a lo que más le daban sus patas, atravesando la puerta trasera y llevándose al Mastín corriendo tras de ella.

 

Suspiró asustado y saltó al techo antes de que él también cayera. Fue inevitable pensar en el bienestar del gato si escuchaba esos gritos de alarma y miedo debido al toro descarriado persiguiendo un objetivo; toda la planta se había movilizado para capturar al animal, entonces era hora de ir por los chicos.

 

Se envolvió el brazo en el saco del uniforme y rompió el cristal de un cuarto al que entró, donde tenían macetas de plantas que desconocía, pero que emanaban un olor terroso bastante denso. Debía salir de ahí y bajar al primer piso aprovechando el barullo que seguía habiendo afuera. Al carajo, no le había preguntado en qué parte de la casa podrían estar... Ni siquiera analizó bien la situación, no había ideado nada, no era como una salida a la escuela, podría morir si lo descubrían, ¿Qué haría ahora?

 

Todos los maleantes estaban afuera pensando en qué hacer con el perro que, al parecer, seguía persiguiendo a Mila. Tenía oportunidad de unos segundos de pensar dónde los hubieran ocultado. Buscó algo en lo que parecía un invernadero en casa y tomó el único cuchillo lleno de tierra que vio, ¿Siquiera tendría filo? Parecía que sí. Lo limpió y lo guardo entre la correa y los pantalones.

 

Comenzó a descartar los baños, los cuartos, la cocina, el comedor y la sala. Estaban en un barrio donde no había mucho espacio entre las casas. Tenía dos opciones, un sótano o un ático, aunque, por lo que vio, se preguntó si existían más habitaciones con contenido extraño dentro. De una u otra forma, tenía que registrar todo el lugar.

 

Abrió la puerta unos centímetros para cerciorarse de que estuviese despejado, su mano apuntaba siempre al cuchillo, se deslizó por la puerta haciendo el menor ruido y caminó hasta la habitación del frente. La abrió lentamente viendo una cama vacía, cerró y bajó por las escaleras lo más rápido que podía, conteniendo su ya agitada respiración y el miedo que lo estaba carcomiendo de a pocos y cada vez estando más alerta ante el peligro.

 

En cuanto puso un pie en el primer piso, la sorpresa le hizo reaccionar como un animal y saltar al otro lado de enfrente del pasillo al ver que la escalera podía verse incluso desde afuera y su dueño estaba entrando justo en esos instantes. El corazón le dio un vuelco y sintió sus pulmones arder, esforzándose por aire. Se arrimó de espalda a la pared, cuestionándose si debía intentar ver lo que estaba pasando. De repente escuchó pasos de más de una persona, lo cual lo único que lograba era producirle aún más pánico ante la situación.

 

Giró su cabeza a la izquierda, arriesgándose a ver aunque le descubrieran. Creyó todo perdido cuando una mujer joven sentada en el sofá de la sala cruzó miradas con él; volvió a esconderse con el corazón en la boca, paralizado e intentando escuchar lo que decían.

 

La mujer ni siquiera le prestó importancia a su existencia y siguió charlando animadamente con el asesino; el repentino comportamiento le aterró y le incitó a mirar de nuevo para una confirmación a lo que estaba pensando. Esta vez, la mujer le guiño un ojo y siguió platicando con ese tipo, ¿Quién era el ángel que estaba ayudándole? Gracias a ella, le daba el tiempo suficiente de encontrarlos si seguía distrayéndole.

 

Volteó a su derecha y encontró una puerta que, supuso, daba al sótano y era la mazmorra de sus prisioneros. Esa cosa se cerraba por fuera con cerrojos de metal antiguos, eso quería decir que esa casa era antigua y las puertas eran de madera sólida, difícil de romper; sin embargo, no estaba tan seguro si fuese un problema, las bisagras estaban expuestas de su lado, los tornillos eran grandes y él tenía un cuchillo con el que lo usaría como destornillador.

 

En cada tornillo intentaba no temblar para no tardar en sacarlos, sentía que en cualquier momento alguien le daría un balazo por la espalda y ahí quedaría todo.

 

—¡Rápido, rápido!

 

Trataba de no sucumbir al miedo y serenarse, ya casi estaba por quitar de ahí la puerta lo suficiente para él poder pasar. Podría jurar que habían pasado cerca de diez minutos y nada sucedía. ¿Qué rayos estaba haciendo la chica para que el hombre sea tan tonto de no darse cuenta de nada? O ella era una experta o él era demasiado idiota para confiarse.

 

No escatimó en preocuparse por el ruido luego de que pusieran música de la nada. Ya hasta daba miedo que la mujer fuese tan intuitiva de ayudarlo en los momentos exactos; tal vez tenía un poder peculiar.

 

Desesperado, entró casi desgarrándose la camisa e hiriéndose de paso al tener poco espacio para pasar. Había necesitado de toda su fuerza para arrastrar la puerta un poco, forzando ligeramente las cerraduras del lado contrario. Le había costado  algunas heridas en los dedos de las que seguro se acordaría de nuevo cuando todo terminase, bajó abatido las  largas escaleras a oscuras, temiendo lo peor. Probablemente ni siquiera estén ahí y se los hayan llevado a otra locación, tal vez estaban muertos y lo único que encontraría serían sus cuerpos mutilados, hechos pedazos y el lloraría desconsolado, sintiéndose la peor persona por no haberlos podido salvar... No quería ver la sanguinaria escena, rogaba porque no. Tanteó las paredes en cuanto llegó y subió el interruptor casi sin respirar.

 

—Aizawa... —era la voz que tanto deseaba oír.

 

Ahí estaba él, viéndolo como si no se creyera que estaba ahí. Herido de bala, con moretones por todo el cuerpo y la ropa sucia y destrozada. Amordazado a una silla, asustado de morir y feliz de volver a verle, pero era él; ahí estaba él y también Hizashi.

 

Así fue como se derrumbó en medio del cuarto, cayendo de rodillas y desplomándose aliviado de que ambos estuviesen vivos.

 

—¿Qué rayos haces tú aquí? —sus pensamientos se enredaron al oírlo decir eso, fue peor al escuchar su voz rasposa y agotada—. ¡¿Tienes idea de lo peligroso que es hacer esto?!

 

—¡No iba a dejarte morir!

 

Se calmó un poco y se levantó del suelo cuando vio como él escupía algo de sangre; lo habían golpeado, y mucho. Con el cuchillo comenzó a cortar la soga y cinta que lo ataba a la silla. Fueron largos minutos de silencio donde ya ambos pudieron verse libres con mucho esfuerzo y sensibilidad al dolor. No se olvidaba que el mayor estaba herido en el brazo y eso le impediría moverse del todo bien. Hizashi era el único callado demás, feliz de ver a Aizawa de nuevo, pero se notaba preocupado por sus dos amigos.

 

—No te levantes rápido —ordenó para hacer que Yagi no saltase y saliera corriendo como si nada como lo había hecho antes.

 

—No lo haré... Creo que me fracturé una costilla —jadeó adolorido moviéndose solo lo necesario—, no puedo moverme.

 

¡Rayos! Ellos debían salir de una vez por todos, quien sabía cuánto tiempo más iba a tardar el asesino en volver. El rubio tenía que poder correr o no iban a poder contarla.

 

—Ya pensaré en algo, primero debo atenderte.

 

—¡No! —gritó mientras Hizashi se levantaba de su silla y se recostaba en la pared junto a su silla—. Mis heridas pueden esperar, no son graves —balbuceó—. Atiende primero a Yamada, lo han apuñalado.

 

Volteó horrorizado al verlo pálido, disimulando el insoportable dolor de su espalda, viéndose cómo caía la sangre de la pared al piso.

 

"Mierda..." 

 

Ahora realmente no sabía qué hacer.

 

 

 

—Continuará—


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