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Más te vale quedarte por Midori no me

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Yamada seguía sangrando ahora tirado en el suelo. Toshinori le gritaba tan fuerte a cuanto daban sus fuerzas mientras él intentaba procesar todo lo ocurrido. Ni siquiera su voz lograba sacarle del estado cero en el que se encontraba por el shock de ver tal cantidad de sangre por primera vez. Si Yamada moría ahí, sería su culpa, la que tendría que cargar por el resto de su vida. No, un héroe jamás dejaría que una persona inocente muriese, porque, si bien el chico había cometido error tras error, esa herida demostraba la lealtad que ahora les profesaba y estaba dispuesto a morir por ello... Entonces, él también rompería hasta el último de sus huesos y daría hasta la última gota de sangre por ellos.

 

Volteó y miró al mayor, luego se tiró y con sus manos al desnudo hizo presión en la herida, sacándole gritos y quejidos al pobre rubio. La sangre no salía a borbotones, pero seguía siendo una cantidad considerable para alguien de su tamaño.

 

—¿Qué rayos hacen aún aquí? —Shouta juraría casi haber muerto del susto dos veces, una de ellas fue ese momento donde Mila entró exclamando exaltada—. ¡Santo dios! —chilló bajo antes de tirarse a relevarlo para mantener con vida a su compañero—. Se está desangrando y no tiene mucho tiempo. ¡Yagi, párate de una vez!

 

—Creo que tengo las costillas rotas...

 

—¡Cállense los dos! Salgamos de aquí rápido, ¡Que me muero!

 

Fue un momento completamente aleatorio donde olvidaron por un segundo la herida de muerte con ese comentario que sudaba a Hizashi por todos sus poros.

 

—Afuera están los policías —Mila hizo un torniquete con su chaqueta alrededor del menor.

 

—¿Cómo nos encontraron? —preguntó su discípulo al tiempo que se levantaba con ayuda de Aizawa.

 

—Los vecinos avisaron por el disturbio del perro. Pero eso no importa ahora, el dilema es que están afuera; si salimos y nos ven, nos ayudarán.

 

—Es arriesgado.

 

—¿Se te ocurre otra idea? —entre sarcasmo y seriedad, el tono que usó le hizo pensar automáticamente en otro plan.

 

—Mi poder.

 

Los cuatro se miraban perplejos cuando Aizawa sabía bien que sus vidas podían acabar en un mal movimiento. Debían pensar y actuar rápido.

 

—¿Qué haremos con el resto de los criminales?

 

—La policía se encargará. El problema es que apenas salgamos y nos vean comenzará el tiroteo entre ellos y la policía. Saldremos con suerte si ninguna bala nos alcanza.

 

Pero tenían dos heridos casi incapacitados para correr.

 

—No, imposible, ninguno podría lograrlo... ¿Alguna otra idea? —preguntó el moreno.

 

—Sí, la misma del comienzo. Yo me transformo en gato y ustedes salen por la puerta principal.

 

—¿Y el perro?

 

—Vete tú a...

 

El sonido de la puerta siendo removida y el gruñido gutural acompasando ese tétrico silencio previo a la entrada del mastín tibetano les hizo creer que la bestia iba a arrancarles mucho más que su yugular con tan enormes y potentes fauces... Iban a morir sin dudas, ya no existían más vías de escape.

 

La bestia se abalanzó colérica hacia Mila. Y, en medio del desespero, Aizawa reaccionó automáticamente, activando su poder en defensa propia como último recurso. El perro cayó de bruces sobre ella, intentando morder con una boca que ya no tenía. Mila rugió y le apuñaló con su karambit, le desgarró el cuello de lado a lado sin pizca de piedad.

 

Esa era la primera vez que Shouta oía el gorgoteo del sujeto que intentaba respirar inútilmente, consiguiendo nada más que ahogarse con su propia sangre. Incluso la mujer parecía asustada de su propia reacción, temblaba y era evidente que no supo qué demonios decirles en ese momento. Ordenó una retirada instantánea, ella llevaría a Hizashi, y Shouta se encargaría de Yagi.

 

Ya tenían una formación estratégica funcional, sin embargo, el tiempo les jugaba en contra. Una explosión se oyó en el pórtico e hizo temblar el terreno entero. Mila fue quien primero entró en pánico, cargó a su amigo y salió lo más rápido que pudo. Él intentó seguir el paso, llevar al mayor no resultaba nada sencillo y debía cargarlo con delicadeza o un trozo de hueso roto podía incrustarse en los pulmones si la fractura era muy grave.

 

Pesaba como los cojones para alguien como él, y se hubiera quejado de eso de no ser por su corazón aterrado de muerte por las circunstancias.

 

Fue un disparo a lo lejos que le hizo colapsar, su adrenalina se disparó hasta las nubes y su cuerpo se sentía una estatua de oro con lava ardiendo por sus venas. Soltó por un momento a Yagi, lo cargó en brazos y corrió con todas sus fuerzas hasta la entrada.

 

Un segundo disparo se oyó a sus espaldas.

 

—¡SHOUTA! —gritó el mayor angustiado, aferrándose al cuello del chico, quien seguía corriendo con un rubio ahogado en llanto.

 

—¡POLICÍA, NO SE MUEVA! —Aizawa se detuvo y allí mismo se desplomó.

 

Un tercer disparo y Shoru cayó al suelo.

 

Lo veía ahí tirado, el moreno solo se retorcía del nuevo dolor que surgía desde su estómago. Era tan denso que ni siquiera podía coordinar ni dejar de temblar para formar una oración, incluso su lengua se retorcía entre sus dientes.

 

—¡Ey, ey, mírame, mírame! —el mayor se tiró al suelo y apretó tan fuerte que le sacó las palabras a gritos.

 

—¡Yagi! —ese alarido fue suficiente para hacer llorar al rubio—. Eso... Duele.

 

—No hables, por todos los cielos, no hables...

 

Tosió un poco de sangre e intentó llevar su temblorosa mano ensangrentada a la muñeca diestra del chico. Fue él quien se enfocaba en Yagi para no irse, para no perderse en la oscuridad eterna como lo era su vida misma. Ahora lo entendía, ese chico era aquella luz en medio de la oscuridad hacia la que debía ir, a quien aferrarse ahora que su vida se le iba de las manos. Si moría allí, dejaría un gran abismo en el corazón de sus dos amigos, una parte importante de su luz se extinguiría y, por más desconocidos que eran entre ellos debido al poco tiempo de amistad, jamás se perdonaría a sí mismo fallarles.

 

Apretó el agarre en su muñeca.

 

—Ereaser... Head...

 

—¿Qué?

 

—Es... Mi nombre de... Héroe.

 

—¿Como la película? —él apretó una vez más su mueca en afirmación y volvió a toser sangre, sin embargo, ahora tenía una ligera sonrisa; a lo lejos se oyó a un paramédico anunciarse—. Nos volveremos a ver mi ángel.

 

Todas sus fuerzas menguaron en ese momento y, quizás, del cansancio deliraba cosas, porque eso fue lo último que oyó de Yagi hasta ese instante.

 

¿El siguiente? Se encontraba en un cuarto privado de hospital, conectado a un suero y, por lo visto, era muy temprano en la madrugada, según seducía por ese típico tono azul vespertino.

 

Sus ojos estaban cansados de tanto dormir, suspiró de la fatiga de estar en cama y sus articulaciones pedían a gritos una buena estirada, pero sus músculos resentidos se encontraban incapaces de sostener su propio peso, ¿Cuánto tiempo había estado dormido? La luz del pasillo evidenciaba la actividad constante del lugar, sombras de pies y sonidos tenues de pasos le  distraían de vez en cuando. Saboreó varias veces su boca para poder pensar sin ese sabor agrio a bilis y baba seca. Carraspeó al sentir un ardor rasposo en su garganta, casi como si una lija hubiese pasado por allí. Revisó su cuerpo, la vía del suero, algunos raspones curados, moretones casi por desaparecer y, lo principal, con su mano logró tantear la gasa que cubría el lugar del disparo.

 

Dolía de tan solo respirar.

 

Cerró los ojos un momento y ya era completamente de día; joder, ¿Acaso siempre sería lo mismo? Realmente odiaba tener esos hábitos de sueño. Una risa escandalosa al otro lado del pasillo le hizo olvidar su hospitalización. Intentó levantarse, pero la herida aún dolía demasiado; tiró algo por accidente de la mesita de al lado y el barullo de fuera cesó de golpe.

 

Un doctor mayor entró primero a eximarle la vista y los reflejos, las enfermera entraron tras de él e impidieron el paso de sus amigos. Realmente le esperaron hasta despertar.

 

Mientras la puerta era cerrada suavemente por la última enfermera, él y Yagi se quedaron observándose hasta el último atisbo de ojos azules que pudo vislumbrar.

 

—Hermoso... —dijo por primera vez, a lo que otra chica se le quedó viendo perpleja y luego a la puerta, incómoda por entender la referencia.

 

Le hicieron algunas preguntas para luego anunciar que la policía sería informada de su despertar. Aizawa dudó por un momento si realmente quería saber qué demonios pasaría con los delincuentes, lo único que le interesaba es que estuviesen tras las rejas permanentemente. Al igual que él, muchos chicos con habilidades no tan increíbles eran despreciados e insultados por lo "mejor de lo mejor", gente con mucho poder usado para no más que humillar a alguien diferente.

 

Aizawa juró en ese momento que le daría más sentido a su vida, porque en realidad su camino no estuvo más claro que nunca sino hasta aquel momento en donde sintió el calor penetrante de la bala, fue ese el momento donde su espíritu hirvió más fervientemente.

 

Los protegería, a él y a todo aquel que lo merezca o necesite.

 

Sería un héroe y, esta vez, no volvería a avergonzarse de su poder jamás; era una promesa.

 

 

 

—Continuará—


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